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LAS CUATRO MANERAS DE EXTRAERNOS LA ENERGÍA

Las ceremonias descritas en párrafos anteriores, que culminaban en grandes hogueras, eran la manera perfecta que los dioses tenían para “exprimir” toda
energía vital existente en aquellas criaturas vivientes: primero, mediante el degüello o la vivisección de la víctima –con el consiguiente derramamiento de
sangre—, obtenían la energía más sutil y más apreciada por ellos: la que desprendían sus cuerpos agonizantes y, específicamente, sus cerebros aterrados y
atormentados. Y más tarde, muerta ya cerebralmente la víctima, pero viva aún “celularmente”, el fuego se encargaba de liberar rápidamente toda la energía
vital que encerraban sus entrañas todavía calientes y las células de todo su organismo.
Estas ondas de energía que se desprendían de los cuerpos humeantes de las víctimas, eran tal como dijimos, una especie de droga, o como un aroma para
los “sentidos” de los dioses. En el Pentateuco se habla de esto en repetidas ocasiones, aludiendo a ello como “sacrificios abrasados”, de los que se dice que
eran “un manjar tranquilizante para Yahvé”; o que subían hacia él “como un aroma calmante”. Algo así como un cigarrillo de sobremesa, una tacita de café, o
quién sabe si una droga más fuerte.
Y si echamos una mirada general a otras religiones, nos encontraremos con los mismos extraños fenómenos. No importa que cada época, cada cultura y cada
creencia los ejecute o los interprete de una manera diferentes; en el fondo son los mismos hechos, que a la mente humana, cuando piensa sin prejuicios y sin
miedo, les parecen totalmente irracionales y, en gran parte, absurdos.
A manera de resumen diremos que en otras religiones nos encontramos también con:
1) Muerte de animales.
2) Cremación de sus cuerpos.
3) Ceremonias en las que la sangre es el elemento principal.
No solo eso, sino que en muchas ocasiones, estas muertes y cremaciones eran de humanos. En algunas de ellas, estas ofrendas humanas tenían liturgias
realmente feroces e indignas no ya de un dios, sino de pueblos salvajes; y a pesar de ello, las vemos practicadas por pueblos que habían desarrollado grandes
culturas. Piénsese si no, en las inmolaciones de niños realizadas periódicamente por los incas a Pachacamac y a los huacas; en las tremendas matanzas
rituales practicadas por los aztecas; o en las ofrendas periódicas de los primogénitos de las familias nobles en la religión de los persas, y podríamos seguir con
los ejemplos.
Y abundando un poco más en el tema, y como una variante más de esta ferocidad sagrada, nos encontramos con religiones orientales y africanas en las que
“dios” exige que la esposa o las esposas vivas sean quemadas en la misma hoguera en que se quema el cuerpo del marido difunto. El ritual Sati estuvo vigente
hasta la ocupación británica en el siglo XIX. Y muy probablemente los fieles de estas religiones seguirán pensando que su “dios” es bueno y misericordioso. ¿Y
no seguimos nosotros pensando que el dios del cristianismo (el suplantador Yahvé) es bueno y misericordioso, después de haberlo visto sacrificando a su
propio hijo en una cruz, y amenazándonos a nosotros –pobres hormigas humanas— con un infierno en el que nos abrasaremos eternamente?
Como conclusión diremos que los dioses buscan entre nosotros:
1. BUSCAN, en primer lugar, las ondas que produce un cerebro humano, excitado, sobre todo, atormentado.
2. BUSCAN las “ondas de vida”, es decir, la energía que desprende un cuerpo viviente cuando muere violentamente.
3. BUSCAN las ondas que desprenden “todas y cada una” de las células que todavía siguen vivas durante horas después de la muerte del hombre o del
animal.
4. BUSCAN la sangre derramada, porque cuando esta está fuera del cuerpo, libera muy fácilmente una energía que ellos necesitan.
Pensemos por un momento en un hombre que va a ser inmolado (¡y cuántos cientos de miles lo han sido a lo largo de la historia y lo están siendo en nuestros
días!):
-El terror y la desesperación del pobre hombre, les proporciona a los dioses lo primero que buscan.
-La muerte violenta (de ordinario por decapitación), les proporciona lo segundo.
-Con la cremación del cuerpo consiguen lo tercero.
-Un río de sangre es el fruto natural de estas sagradas bestialidades con que los hombres hemos sido engañados durante milenios.
Aparte de las “ondas”, estoy seguro de que hay más elementos que ellos buscan y consiguen en sus visitas a nuestra dimensión, que pasan inadvertidos para
nosotros. (Del libro “Defendámonos de los dioses, Ed. Algar, Madrid, 1984).

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