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PRIMER EJE TEMÁTICO: LA NATURALEZA DEL DERECHO (III)

La construcción de la razón: Lo justo y lo debido

Habiendo encontrado que el sentido más propio de “derecho” es una conducta social externa justa y debida,
es claro que se trata de algo que no está de por sí ya realizado, sino que es algo a hacerse. No se hace sola,
sino que depende un proceso psíquico humano de conocimiento y voluntad. Siempre antes de actuar
pensamos, lo que actuamos antes de pasar a la ejecución está en el pensamiento. Es el pensamiento el que
dirige la acción, en este sentido se llama un pensamiento práctico y se puede hablar del uso práctico de la
razón.

Ahora bien, el pensamiento que identifica la conducta jurídica lo hace en el seno de la estructura de la relación
social en cuanto la advierte como jurídica. Esto significa que al conocer la relación fáctica entre los sujetos
descubre cuál es la relación deóntica en el ámbito de la justicia. Esto significa conocer qué pertenece a cada
miembro de la relación según sus respectivos títulos, qué los ajusta, qué le pertenece a uno como término y
qué le pertenece a otro como agente, en el seno del bien común.

IMPORTANTE: A la misma razón de lo justo, en cuanto está en el poder fáctico de otros, le pertenece ser
percibido como lo debido y, por tanto, como perteneciente al poder deóntico del sujeto término y del bien
común. Este conocimiento que encierra la definición y delimitación de lo justo debido e impera su realización
es la norma jurídica.

Estando ciertos de que la convivencia social tiene su sentido más profundo en que en ella y gracias a ella
todos sus miembros puedan realizarse alcanzando lo suyo, es decir realizando un orden social de justicia,
surge la cuestión de cómo definir qué sea lo justo en una sociedad concreta y cómo asegurar su efectiva
vigencia.

En el seno de una sociedad este asunto es materia de debate racional. Cada miembro puede tener su
opinión, pero además está lo que piensan los peritos en algunos asuntos específicos, lo que piensan los
juristas, la opinión pública, los grupos de poder, los cuerpos sociales intermedios.

En nuestro relevamiento fenomenológico advertimos que lo jurídico es un ámbito que está por encima del
arbitrio particular. Es una instancia de ejercicio de la autoridad. Ésta tiene que hacerse cargo del debate
sobre lo justo, y resolverlo en la conclusión de una proposición prescriptiva que llamamos norma.

La relación jurídica, que hemos visto originada en los respectivos títulos de los miembros agente y término,
sólo se constituye como tal jurídica en el seno de la norma que expresa e impera lo justo debido, no por una
prescindencia, sustitución o paralelismo de la relación social, sino como instalación de ello en el mundo de las
conductas humanas.

 La norma

En la captación de las situaciones sociales derivadas de los hechos, la razón es capaz de descubrir cómo
quedan los sujetos miembros: qué le falta a uno (término) y a quién le pertenece realizarlo (agente). El vínculo
de respectividad del derecho como conducta o título es llamado también razón del derecho porque sólo se
advierte en un acto racional. Se trata de un juicio1 de realidad que incluye todos los elementos de la relación
jurídica, nos dice imperativamente lo que debe hacerse, entre quienes y en razón de qué. Este juicio se
expresa lingüísticamente en una proposición que se llama norma.

1
Recordemos que las operaciones cognitivas básicas de la mente humana son tres. El concepto, acto por el cual
capta intencionalmente el objeto, por presencia de su forma en el sujeto cognoscente como distinto de este sujeto. El
juicio, acto por el cual el sujeto cognoscente afirma o niega algo (predicado) de una cosa (sujeto), operando con sus
conceptos. El razonamiento, acto complejo de vincular varios actos de juicio entre sí. El primero se expresa
lingüísticamente en la definición, el segundo en la proposición y el tercero en la argumentación.
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Esta palabra, que proviene del latín norma, incluye genéricamente una gran diversidad de especies
susceptibles de ordenarse jerárquicamente en un sistema: principios, constituciones, leyes, cánones,
decretos, resoluciones, disposiciones, etcétera.

Originalmente “norma” significa la escuadra que se usa para ajustar entre sí, piedras, maderos u otros
objetos. De allí ha pasado a significar también la regla o medida mental con la que se ajustan las conductas
humanas, tanto en el plano moral como jurídico: es decir cómo las conductas humanas realizan su integridad
propia. También se puede usar para la regla de acción técnica o artística, buscando la respectiva perfección
de la obra útil o bella.

 La ley

En este marco de sentido, la ley es una especie de norma. Pero también suele usarse este término con la
misma amplitud genérica, por ello hay que prestarle atención al contexto para advertir si se trata del uso
amplio (genérico) o estricto (específico).

El término latino lex proviene del verbo legere, que originalmente significa recoger o unir varios elementos,
que es lo que hace la vista cuando lee: por ello leer es su segunda acepción. Es lo que hace la inteligencia
(intus-legere) cuando penetra en el interior (intus) de la realidad por el conocimiento, que es un acto interior
donde se recoge intencionalmente esa realidad objetiva. El uso en sentido legislativo provendría
históricamente de la expresión legere senatum (convocar al senado), para que conozca los hechos y
produzca una norma sobre ellos. La primera acción (la convocatoria) está dirigida a que se realice una
segunda, propia y sustantiva institucionalmente: el acto de comprender la realidad juzgando lo que pertenece
actuar en la sociedad y por tanto lo que corresponde actuar a la sociedad (legislar, establecer la ley); de ella
quedará un producto necesariamente accesible a todos para su cumplimiento (la presentación en términos
lingüísticos de esa ley). Así puede convivirse con una dirección cierta, establecida del bien que se podrá
encontrar en esa sociedad y de lo que le corresponde a cada uno.

 Clasificación de los hechos que originan la relación jurídica

Los hechos que originan la relación jurídica pueden ser naturales o voluntarios, los primeros se realizan sin la
voluntad humana. En cambio, el derecho o conducta objeto de la relación jurídica se realiza originado en la
voluntad humana. De allí que los hechos naturales existen sin necesidad de ser conocidos; cuando lo son la
inteligencia refleja un nexo que existe independiente de ella. En cambio, en la relación jurídica no hay camino
de realización de lo justo debido sin que sea intelectualmente vinculado con los miembros de pertenencia .
Aún para los títulos naturales y sus consecuentes derechos en sentido objetivo y subjetivo, ninguno de ellos
está constituido como tal sin el acto racional.

 Conclusión

Hay relaciones reales independientes de un acto mental, por ejemplo, la de filiación, pero su especificidad
jurídica sólo se produce en el acto racional del juicio que conoce lo que debe actuarse por cada miembro. Hay
otras relaciones que son generadas por el mismo acto judicativo que prescribe lo que debe actuarse, por
ejemplo, las de las normas de tránsito. El carácter de pertenencia como lo suyo justo y debido sólo se
constituye en el acto judicativo siempre. Fuera de él puede haber una necesidad (por ejemplo, de prestación
de alimentos), una conveniencia (por ej. en el plazo de la mayor edad), una congruencia (por ej. en la
alternancia en el gobierno) o una mera posibilidad fáctica (por ej. cuál sea la mano de circulación vehicular).
Pero la formalidad de lo justo debido sólo se realiza en el acto del juicio y ante una libertad humana.

Por otra parte, el dinamismo efector de la conducta, en cuanto depende de la voluntad, sólo es posible en
cuanto ésta tiene ante sí ese dictamen de la razón, que es el juicio donde se presenta el predicado de lo justo
debido.
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Estructura lógica de la norma.

Fue Kelsen quien acuñó la distinción entre la norma jurídica propiamente dicha, como producto autoritativo
de quien tiene el imperio social para hacerlo por un acto de voluntad, y el enunciado jurídico (Rechtssatz)
como elaboración de los juristas, que en su ciencia enuncian y analizan las normas. Estos enunciados
descubren la estructura lógica que subyace a la norma, pero la norma que impera y produce un efecto
social es solamente la parte dispositiva. La ciencia jurídica kelseniana se centra en las normas,
estudiándolas de un modo descriptivo; cuando ellas, en cambio, son imperativas.

Ahora bien, la crítica al normativismo como definición de la ciencia jurídica, reivindicando la primacía de la
conducta, se desarrolló en Cossio precisamente sobre el hilo del análisis lógico de la estructura de la
norma como construcción racional imperativa.

1. Primer Kelsen

El punto de partida fue la crítica a la histórica fórmula kelseniana. El primer Hans Kelsen sostuvo que la
estructura lógica de la norma jurídica es siempre la misma, de tipo hipotético-imputativa. No importa cuál
sea la redacción usada. Dada tal conducta (A) debe ser tal sanción (B).

La primera e histórica fórmula kelseniana es:

si es A debe ser
B

Esta es la estructura de la norma primaria, que es la única. Está dirigida a los órganos y sujetos de
derecho. La llamada norma secundaria, que considera que ante un hecho tal se estaría prescribiendo una
conducta tal (dado H debe ser P, de modo que A es igual a no-P) es para Kelsen un artificio intelectual.

Se le ha criticado al primer Kelsen que reduce las normas jurídicas a las normas penales. Pero hay una
crítica más profunda. Lo que Kelsen entendió que es un artificio es, en realidad, lo principal. Esto se
advierte de modo particular precisamente en el caso penal: el sentido de la norma no es solamente
castigar. La prescripción de la pena resulta ininteligible si no se entiende que ella pertenece a la pretensión
de la norma de lograr otra conducta. En la norma penal está internamente incluida esa conducta reputada
como justa y debida.

2. Carlos Cossio.

Carlos Cossio tiene el mérito de haber indicado que el real sentido de la norma es que ante determinado
hecho prescribe una conducta, aún en el caso de las de tipo penal. Esto constituye la endonorma o sentido
interno. La alternativa para el no cumplidor es la sanción punitiva, lo que se expresa en la perinorma, que
suele ser lo más aparente especialmente en el caso penal. En la lógica ambos miembros están unidos por
la disyunción.

La fórmula cossiana es:

si es A debe ser B

o si es no-B debe ser


S

Desde una observación de la práctica jurídica y de la sociología Cossio recuperó la centralidad de la


conducta, lo mismo que los historiadores del derecho y otros filósofos fueron señalando coincidentemente.

3. A. J. Arístegui
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A partir de aquí la iusfilosofía argentina prosiguió el análisis de la estructura lógica de la norma en un


proceso de clarificación y profundización.

En efecto, A. J. Arístegui advirtió que había que modificar la relación entre los miembros. Que ante
determinado hecho al sistema jurídico no le resulta equivalente la realización de la conducta prescrita o la
pertinente sanción. El objetivo principal es la primera, no su negación y la subsiguiente sanción. Por ello el
vínculo lógico no es la disyunción (o), sino la conjunción adversativa (pero).

En el caso penal no resulta equivalente que se respete la integridad de las personas y sus bienes a que,
porque esto no se da, entonces, se apliquen las penas. En su crítica Arístegui señaló que Cossio había
sido incoherente con su propia tesis al proponer su fórmula; por tanto, para recoger la no equivalencia
entre la endonorma y la perinorma había que expresarla de este modo:

si es A debe ser B,

pero si es no-B debe ser


S

4. Quintas y Casaubón.

Por su parte, Quintas y Casaubón asumieron esta crítica. Pero Casaubón señaló que también debía
considerarse el aporte del segundo von Ihering, en el sentido que la finalidad es el principio generador de
las normas de derecho. Esto vale, aunque el fin no esté expresado nominalmente; muchas veces se
encuentra en los considerandos de la norma, también se lo advierte en el proceso deliberativo de su
producción. El fin es la razón del derecho. El contenido del fin Justicia está exigido por el Bien Común
porque en ella se da la integridad de los miembros en la interacción de sus conductas sociales.

De esta manera propusieron la siguiente fórmula:

(para
 dado H debe ser P,
F)

pero dado no-P debe ser


   
S

5. Formula de la catedra.

Nos parece que esta fórmula recoge todos los elementos lógicos. Sin embargo, para una mayor claridad
proponemos un cambio en la notación: sustituir P por D, entendiendo que D es el derecho en sentido
objetivo: la conducta justa debida.

La fórmula que proponemos es:

(para
 dado H debe ser D,
F)

pero dado no-D debe ser


   
S

En ella se advierte que el fin origina tanto D (la conducta buscada por el sistema normativo), como S la
pena que se prevé para el caso del incumplimiento. Pero ambas previsiones no tienen el mismo rango, la
prioridad le corresponde a D.

El fin es la razón que da sentido y origina la norma: la organización social en términos de justicia (a cada
uno lo suyo). Entre el fin y la conducta normada (como justa debida) hay una conexión no misteriosa ni
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arbitraria, sino una necesidad deóntica: sin esa conducta no se alcanza el fin buscado, que es buscado
porque es descubierto como lo justo.

Resulta evidente que la racionalidad de la norma no reside solamente en procurar que los agentes
jurídicos apliquen penas a una parte de la vida social constituida por los ilícitos. Pero también resulta claro
que no da lo mismo el funcionamiento social donde se generaliza la necesidad del ejercicio punitivo. Por
ello la conjunción adversativa (pero) expresa la primacía de la conducta propiamente llamada derecho, es
decir, la justa y por ello debida. La consideración del fin de la norma, tanto para el caso particular como
para su generalidad, esclarece el sentido de la norma y la pertinencia de la conducta prescrita. También,
por esto último, funda la pertinencia de la sanción para su incumplimiento.

 Síntesis

En una sinopsis ofrecemos la secuencia de las fórmulas en esta exposición, con la equivalencia de nuestra
notación, entre paréntesis, y con una versión latina

a. (primer) Kelsen

si es A (no-D) debe ser B

non reddito iure reddatur


poena

b. Cossio

si es A (H) debe ser B (D)

o si es no-B (no-D) debe ser S

his factis reddatur ius

vel, non reddito iure, reddatur


poena

c. Arístegui

si es A (H) debe ser B (D),

pero si es no-B (no-D) debe ser S

his factis reddatur ius,

sed non reddito iure, reddatur


poena

d. Quintas, Casaubón

(para F)  dado H debe ser P (D),

   pero dado no-P (no-D) debe ser S

(ad
 his factis reddatur ius,
finem)

   sed non reddito iure, reddatur


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poena

e. nuestra fórmula

(para F)  dado H debe ser D,

   pero dado no-D debe ser S

    

(ad
 his factis reddatur ius,
finem)

sed non reddito iure, reddatur


   
poena.

Derecho y moral: su distinción y relación.

Lo que hemos visto respecto a la norma jurídica nos lleva a estudiar la relación entre normas jurídicas y
normas morales, es decir, la relación entre derecho y moral como saberes deónticos. Ambos pertenecen a
una construcción racional, se encuentran en el mismo sujeto y en la misma facultad pensante, ambos se
encuentran en la misma sociedad. Por ello no podemos prescindir de analizar cómo se relacionan.

Los deberes jurídicos no están solos en la vida humana, se encuentran con otras prescripciones
compartiendo el mismo ámbito de las conductas humanas. Están los usos sociales, lo políticamente
correcto, los mandatos de pertenencia a una clase social, los criterios ideológicos, los mandatos religiosos
y los imperativos morales. La relación más relevante, por el nivel de imperio respectivo, es la que se
produce entre Derecho y Moral.

El primero de ellos es que ambos ámbitos pertenecen al universo discursivo de la razón práctica. Ambos
generan normas, es decir, juicios y proposiciones que pretenden regular conductas humanas. No hay
decisiones humanas sin un juicio de la razón; por ello, ni el Derecho ni la Moral son espacios ciegos, de un
decisionismo irracional. La razón en cada sujeto es una sola y el discurso personal, tanto como el debate
social, se dan en el mismo seno de la racionalidad.

El segundo es que ambos juicios tratan imperativamente de lograr una determinada conducta humana, es
decir, recaen sobre el mismo objeto. Esto afecta profundamente al sujeto humano que ha de actuar y ha
de tomar una decisión confrontándose con esos imperios normativos.

El carácter racional e imperativo de ambos órdenes hace que sean conmensurables, es decir, que se
pueda desarrollar una relación reflexiva sobre ambos en conjunto, en cuanto pertenecen al mismo
universo de las proposiciones deónticas. El hecho de que ambas se dirijan al mismo sujeto humano,
pretendiendo dirigir el curso de su conducta, torna imprescindible tematizar argumentativamente esta
vinculación, pues se da de hecho, y por sí sola, en la realidad psicológica y social.

Toda la actividad jurídica aparece como una expectativa de justicia. El mismo lenguaje así lo manifiesta.
Entonces, ¿significa esto que el Derecho se identifica con los actos de la virtud de la justicia? Ésta
pertenece a la moral social.

Inicialmente tenemos que reconocer una coincidencia, pues la virtud de la justicia se define como el
“hábito de voluntad de dar a cada uno lo suyo”. El hombre justo cumple sus deberes, realizando las
conductas que lo ajustan con el otro en la convivencia por una decisión de su voluntad que se inclina hacia
lo justo por ser tal, quiere eso y obra consecuentemente.
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Pero también es cierto que, si el fin de la conducta jurídica es ponerlo al otro en su estricta integridad
dándole lo suyo, lo que importa en el Derecho es la conducta en cuanto sale al otro. El Derecho Objetivo
(la conducta justa debida) mira al acreedor titular del Derecho Subjetivo para ponerlo en la situación en
que autónomamente pueda cumplir su fin.

De allí que el Derecho en su cumplimiento pueda soslayar la disposición de ánimo del agente.
Jurídicamente no importa estrictamente al orden social que el obligado cumpla de buen o mal talante.
Mientras lo haga en el tiempo y modo debidos, jurídicamente no importa si el sujeto agente se identifica o
no con una voluntad cumplidora. Cumplida la conducta en cuanto afecta al otro (término), la disposición de
la voluntad del agente no es lo que está dentro del análisis jurídico y hasta puede ser obviada. No ocurre lo
mismo con el juicio moral.

Ahora bien, esto no significa que el juicio moral atienda sólo a la interioridad de la voluntad. La realización
externa le agrega bondad o malicia al acto: no es lo mismo tener la intención de matar que cometer
realmente un homicidio. Tampoco significa que el juicio jurídico prescinda absolutamente de la interioridad,
pues no se trataría, entonces, de conducta humana. No existe un mandato jurídico que diga que se obre
de tal modo sólo exteriormente, sin participación alguna de la interioridad.

Hay actos humanos puramente interiores (amor, odio, pensamientos, etcétera), juzgados por la Moral,
pero no hay actos humanos puramente exteriores. La Moral juzga lo interior y lo exterior; pero lo referido a
la justicia es juzgado no sólo moralmente sino también jurídicamente.

El juicio jurídico no atañe a todas las acciones que considera el juicio moral, sino sólo a las de justicia y
soslayando, a veces, la intención (sin tomar en cuenta de qué manera lo haga el agente). En cambio, el
juicio moral alcanza todas las acciones jurídicas en su exterioridad e interioridad. El juicio moral siempre
considera la intención. El juicio jurídico puede prescindir de ella en algunos casos. Para la justicia objetiva
del acto no se requiere necesariamente y siempre tener en cuenta la intención (v. gr., el caso del deudor
que paga por coacción o temor a la deshonra).

No siendo esencial al Derecho la intención justa, es pertinente considerarla cuando la mala intención o la
falta de intención pueden afectar la justicia objetiva dañando a los miembros de la relación o al bien
común; por ejemplo, para determinar si hubo culpa o dolo, si hubo premeditación, buena o mala fe,
etcétera. Pero siempre se la conoce por signos exteriores, lo que encierra importantes límites.

Lejos de constituir un timbre de sapiencia o de destreza jurídica, es una corrupción de lo jurídico hacerlo y
apoyarse en la duplicidad entre interioridad y exterioridad, jugando con las ficciones jurídicas o con los
actos simulados, donde se oculta expresamente la verdadera intención. Tolerar el tipo de ruptura entre
interioridad y exterioridad, que constituye el fraude, resulta un principio ruinoso del orden jurídico.

Llegados a este punto debemos recordar que el ámbito de lo moral es el de las conductas normadas en
cuanto racionalmente dirigidas a la integridad completa del hombre en su actuar, la cual se llama bondad
en el sentido pleno de honestidad. Se distingue, así, de las bondades parciales, como son la utilidad, la
belleza, la verdad, el placer, la fama; pero las incluye a todas. De aquí derivan el carácter absoluto de sus
principios y el ámbito de autonomía desde donde imperan.

La absolutez de los mandatos morales es totalizadora respecto a la vida de la persona, por ello no admite
la exclusión de algún campo de la actividad humana. La Moral está por encima de las reglas de cortesía,
de las presiones sociales y busca gobernar los impulsos de la propia persona. Propuestas tales como “los
negocios son los negocios” o “son razones políticas” y otras semejantes, al pretender trazar zonas
antropológicas de exclusión para el juicio moral, marcan una inferioridad del mandato moral, que
contradice su propia especificidad de no-disponible para el individuo. A la inversa, el imperativo legal que
coincide con el imperativo moral goza de mayor prestigio.
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A su vez, la autonomía, como ámbito donde reside el mandato moral, emerge como una dimensión
antropológica irreductible para cualquier determinación extrínseca.

La justicia como virtud atiende no sólo al cumplimiento de lo justo respecto al otro (término), sino también a
la disposición de ánimo del agente, ella rectifica la voluntad del obligado. Si no hay rectitud en la voluntad,
la conducta justa no lo perfecciona al agente en su integridad relativa interna y externa, aunque sí al
término destinatario (acreedor) en su exterioridad, que es lo único que jurídicamente es exigible.

Respecto a la materia de las conductas en la perspectiva de la justicia, la valoración moral y la valoración


jurídica se identifican. En este orden lo inmoral es lo injusto.

Pero el ámbito de lo jurídico tiene sus límites de índole subjetivo y objetivo, por lo cual, si bien no se opone
(por definición) a lo moral, no se identifica en toda la extensión de la consideración moral.

En efecto, por una parte, queda para el juicio más amplio de la Moral la plenitud de la justicia como virtud
en cuanto su acto requiere la rectitud de voluntad del agente. Pero advertimos que si bien lo jurídico como
tal puede (y en algún caso debe) prescindir del fuero interno de los ciudadanos, el orden jurídico (la justicia
operada) sólo estará asegurado cuando se dé plenamente la justicia virtud como fuente interior constante
de ese tipo de conductas sociales.

Recordemos que la norma jurídica carece de sentido sin su referencia a la conducta efectiva y carece de
vigencia (por tanto, de entidad jurídica) cuando cae en desuetudo; asimismo que para la definitiva
conformación de la norma es necesaria su vigencia como consuetudo. Ahora bien, esta costumbre social
tiene asegurada su previsibilidad cuando se ha constituido en mores, es decir, en conductas que brotan de
una actitud interior por hábitos de vida. El mejor fundamento de una seguridad jurídica cumplida resulta ser
el tono moral de una sociedad como impulsor de las conductas.

La coercibilidad, como propiedad de lo jurídico y no de lo Moral, asegura el mínimo de justicia en la


adecuada posición de la convivencia. Pero el funcionamiento y los resultados de una vida social a fuerza
de coacción son los menos efectivos (como mover un carro de ruedas cuadradas).

Por otra parte, si bien se puede atacar una norma que prescriba lo inmoral o injusto, no todo lo inmoral
puede ser evitado o combatido por la norma positiva, sea porque permanece en el fuero interno de los
sujetos y así no tiene alcance político, sea porque de por sí carece de incidencia política objetiva, sea
porque en su particularidad escapa al legislador. La exterioridad y la generalidad son siempre limitaciones
esenciales de lo jurídico.

Asimismo, como un corolario de lo anterior, la materia de lo jurídico, si bien ha de ser moral en cuanto
razonado como “justo”, ha de ser capaz de resistir la posible prescindencia de la voluntad virtuosa del
obligado. Por estas mismas limitaciones, el mínimo de moral que adquiere dimensión jurídica reclama para
su funcionamiento un mayor clima ético. El bien común, fin de todas las normas, no se construye
solamente con las normas.

La vida jurídica pertenece a la vida política y ésta incluye visiones morales que se nutren de distintas
fuentes (tradiciones, convencionalismos, convicciones religiosas, convicciones personales y sociales,
ideologías, etcétera). Por ello, el diseño normativo y el funcionamiento real de la vida jurídica son el
destinatario de la proyección de esas visiones político-morales, lo que se advierte en los encendidos
debates que originan los temas más radicales de la vida y de la convivencia humana.

La objeción de la imposibilidad de conectar lógicamente lo jurídico y lo Moral, por carecer esto último de la
especificidad de la fuente positiva, pierde de vista la común pertenencia al plano de la inteligencia y de la
voluntad humana. La distinción no excluye del seno común. En la inteligencia es donde ambos se
constituyen en primera instancia y donde se define la coherencia antropológica insoslayable. En la
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voluntad, particularmente en el caso del legislador y del juez como fuente positiva, permanece la relación
con el dictamen de su inteligencia, también con su reclamo de coherencia.

No es posible la remisión de la Moral al ámbito de la pura interioridad, para entregarle a lo jurídico la pura
exterioridad. El sujeto es uno solo. Aunque lo jurídico, en gran parte de los casos, logre delimitarse en la
exterioridad, la Moral no admite barreras. El juicio de la conciencia incluye la actuación externa, que es
actuación del mismo y único sujeto. Y esto en los casos de los ciudadanos, del legislador y del juez.

 Conclusión

Ante el panorama del alcance que puede adquirir el conflicto entre Moral y Derecho, cabe recordar la
dificultad propia de los juicios prácticos.

En ellos resulta accesible la certeza en pocos principios y son más frecuentes la opinión y la duda en la
generalidad de los casos. De allí la necesidad de revisión responsable de la propia tesis moral y la
ponderación de los reales alcances del posible conflicto por la jerarquía de los bienes en juego y de las
consecuencias que se siguen para imponer o para atacar un curso de acción.

Si bien es cierto que no es requisito de validez de las normas su aprobación por la conciencia de los
obligados, sino que la misma se basa en su contenido, origen y forma, también es cierto que cabe el error
en el juicio práctico de la autoridad, por ello ha de ponderar cuidadosamente lo que pueda ser justo en las
circunstancias. De allí la pertinencia de que la voluntad del legislador y la del juez estén animadas
(rectificadas) por la virtud de la justicia.

Ciertamente el Derecho recoge una minima moralia, pero no establece un contenido extra moralia (fuera
de la Moral). Los contenidos jurídicos, aunque no recojan todo lo moral, lo que recogen es una parte de la
Moral y, como tal parte, intrínsecamente sigue perteneciendo al todo de la moralidad de la vida humana.

Lo jurídico no totaliza la vida humana, no comprehende unitariamente todos sus aspectos, pero tiene en su
finalidad asegurar las condiciones y el clima social que hagan posible el desarrollo de esa totalidad en
perspectiva del sentido de la vida.

Más adecuado que distinguir Derecho y Moral es distinguir el Derecho en la Moral, indicando esa
teleología jurídica a su plenitud en la Moral, de la que es parte. El acto jurídico cumplido aún sin adhesión
interna no carece de valor y pertenencia ética; no es totalmente amoral. La intención subjetiva discordante
con la objetividad del acto jurídico moralmente debido, no sólo no es concordante con la moralidad
formalmente considerada, sino que tampoco es concordante con la finalidad plena del mismo acto jurídico.
La negación de la adhesión subjetiva no asegura establemente al acto y al orden jurídico buscado.

Lo jurídico no se cierra sobre sí mismo, sino que mantiene su pertenencia al todo, a la plenitud moral, que
es la plenitud de la persona. La minima moralia es jurídicamente exigible, pero la maxima moralia es
política, cultural y religiosamente ofertable. También como una instancia crítica respecto al Derecho
vigente.

No sería posible la riqueza de las relaciones humanas sin la versión jurídica de la justicia; ésta es
imprescindible pero no suficiente. También la versión moral de la justicia necesita ser completada en el
rico plexo de las virtudes humanas.

Tesis exclusivistas e inclusivistas.

Nuestro tema se plantea porque el derecho y la moral pertenecen al universo de las conductas humanas
normadas. A diferencia del arte y de la técnica, que tienen por objeto la obra realizada en la exterioridad
del sujeto, el derecho y la moral coinciden en atender a la conducta misma según ciertas normas. Estas
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normas califican las conductas y por ellas al sujeto actuante, que es uno solo. De manera que a un mismo
idéntico sujeto le aparecen juicios morales y jurídicos sobre algunas de sus mismas conductas.

Las posiciones doctrinales sobre esta cuestión discuten acerca de la moralidad o amoralidad de lo objetivo
del derecho, es decir de la conducta social externa justa y debida. La gran pregunta es si las conductas
jurídicamente consideradas de por sí pertenecen o no al ámbito de la moral y de qué manera. La cuestión,
entonces, es si aquella conducta que debo realizar o que tengo el poder de exigir de otro en el ámbito
jurídico, necesariamente es también materia de imperativo moral.

Las posiciones al respecto se dividen en dos grandes grupos, cada uno con sus diferencias internas:

a) La posición inclusivista sostiene que el juicio jurídico, a su manera, pertenece al universo del juicio
moral; es decir que ambos tienen una relación intrínseca entre sí porque existe alguna moralidad
objetiva2 en los contenidos jurídicos. El inclusivismo considera que de por sí el acto humano es
siempre susceptible de valoración e imperio moral.
b) La posición exclusivista sostiene que ambos juicios son intrínsecamente independientes, de modo
que cada uno pertenece a su propio universo porque los contenidos jurídicos poseen de por sí
amoralidad objetiva. Ésta significa que hay al menos algunas conductas, como las jurídicamente
reguladas, que escapan al juicio imperativo de la moral. Para esta posición, cuando la norma
jurídica ha incluido una conducta en su jurisdicción, la misma ya quedaría fuera del imperio moral
(aunque no necesariamente de su valoración moral) o al menos tendría suficiente primacía el
imperio o la permisión jurídica.

Análisis de Kant y de la Teoria Pura de Kelsen. Posición crítica.

La más clásica sistematización del dualismo exclusivista entre moral de la interioridad y derecho de la ex-
terioridad procede de Kant. La moral es autónoma en cuanto los motivos de la voluntad no son otros que
el puro "deber", y solamente el deber, que la propia razón pura práctica le da a la voluntad como una
máxima que puede ser universalmente válida. Este test de universabilidad (entiéndase bien: no
universalidad fáctica o sociológica, sino posibilidad de ser querida por la misma voluntad como un principio
común en todos los hombres), salva la moral kantiana del relativismo que le pueden dar los sujetos
autónomos desde su individualidad empírica de deseos e intereses. Kant considera que es posible y
necesaria una moral que sea autónoma y universal al mismo tiempo.

El derecho, en cambio, es heterónomo en cuanto es concebido como el “conjunto de condiciones bajo las
cuales se puede armonizar el arbitrio de uno con el arbitrio de otro según una ley universal de libertad”. La
exterioridad es el ámbito de la legalidad. Ciertamente los ciudadanos deben adquirir un carácter moral,
pero no le compete al Estado exigir que lo hagan.

Sin embargo, advierte Kant que, si bien lo que procede de fuente jurídica (heterónoma, voluntad del
legislador) sólo es exteriormente exigible por otro, el vínculo de la obligación jurídica es interno, es decir
moral. “La moral exige de mí que adopte por máxima el conformar mis acciones al derecho. Por
consiguiente, la ley universal de derecho: obra exteriormente de modo que el libre uso de tu arbitrio pueda
conciliarse con la libertad de todos según una ley universal, es, en verdad, una obligación”. Se satisface
este deber moral cumpliendo lo externo, no requiere un fin interno (querer el deber por el deber). En
cambio, lo que procede de fuente moral (autónoma, razón pura práctica) es internamente exigible en el
ámbito interno y externo del sujeto (querer el fin del deber por el deber y querer realizar la obra externa).
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Aquí tomamos el calificativo “objetiva” para referirnos al contenido u objeto de la relación jurídica, del deber, de la norma. Es
decir, a la conducta en que consiste el derecho. No lo tomamos en el sentido de la determinación de lo moral por principios
cognitivamente objetivos, como lo sostiene fundadamente el intrinsecismo deontológico. Esta cuestión forma parte de otro
ineludible debate, el de la fundamentación última de la moral.
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Por ello en la moral se distinguen deberes de derecho (officia iuris) y deberes de virtud (officia virtutis seu
ethica), respectivamente.

Por su parte, Hans Kelsen ha buscado separar netamente derecho y moral, en el marco de un definido
escepticismo moral donde resulta "irracional" toda remisión de lo jurídico a lo moral y a la justicia. Esto se
debe a que concibe la moral fuera de los límites de lo racional, como algo puramente decisional sin
procedimientos racionales e intersubjetivos. Ahora bien, puesto que hay veces en que coinciden los
contenidos de una norma jurídica con una norma moral, el criterio de distinción se establece en la coacción
enlazada a la conducta opuesta a la buscada, como diferencia específica de la norma jurídica. Este
carácter no racional de la moral torna imposible un contenido moral universalmente válido. Por tanto, se
despeja la tesis del “ideal de paz como exigencia de una moral absoluta o como contenido común de todos
los sistemas morales positivos. De lo anteriormente dicho resulta que lo que aquí se denomina ‘valor
jurídico’ no constituye, en ese sentido, un mínimo moral y, en especial, que el valor de la paz no configura
un elemento esencial del concepto de derecho.”

Para Kelsen, el derecho en cuanto “debido” pertenece a la categoría de lo “bueno”, pero de otro tipo de
debido y de bueno que lo moral. Objetivamente no hay una correspondencia intrínseca. Más aún, al
derecho, en cuanto tal, le pertenece poder ser un “derecho inmoral, moralmente malo”. La “definición de
derecho no incorpora el elemento de un contenido moral”.

El rigor de la separación objetiva lo plantea Kelsen no sólo respecto a un contenido objetivo de una moral
única y universal, sino también de una moral relativa o particular.

En el esfuerzo por lograr una separación neta, rechaza Kelsen que el ordenamiento jurídico descanse en
un principio moral que manda observar todo lo que prescribe el ordenamiento vigente (tesis admitida por
muchos positivistas). Para él, la validez deriva de una norma no positiva, la cual establece que lo que un
orden coactivo eficaz dispone "debe ser" realizado. No se trata de una norma moral, sino de un "presu-
puesto epistemológico" de la ciencia del derecho. Los juristas teóricos la aceptan hipotéticamente, pero los
jueces no tienen por qué hacerlo, así es como pueden dejar de aplicar una norma por razones "morales".

El derecho ecológico.

Lo “ecológico” significa lo referido a la casa (del griego oikía), en cuanto “ecología” es el estudio de lo
atinente a esa casa común de todos los hombres y cada sociedad que es el universo y cada ambiente; en
esta consideración surge la cuestión del “cuidado” de la casa común. Este “cuidado”, las responsabilidades
humanas surgen en cuanto hay una legalidad intrínseca del universo, una heteronomía inmanente
automática, que es posible de ser conocida por el hombre en alguna medida. Ahora bien, por su
autonomía el hombre puede fácticamente operar sobre el universo entrando, siguiendo, esa heteronomía,
los fines y procesos de la naturaleza no-humana, o contrariarlos. El daño ecológico lo que muestra es el
resultado de una acción autónoma humana que no respeta esa legalidad. El daño sólo se entiende en la
medida en que se capta esa heteronomía inmanente de la naturaleza, es decir, sus fines y procesos
propios. El problema ecológico hace reaparecer ante la consideración la cuestión de la causa final,
descuidada y negada por corrientes de la modernidad a nuestros días.

Los daños ocasionados al medio ambiente, que es la casa común de los hombres, han hecho advertir que
éstos surgen de conductas humanas razonablemente no aceptables. También que el daño de ese
integrante del bien común que es el universo que habitamos requiere una intervención del poder político.
El asunto es cómo entender jurídicamente esta intervención.

El iusfilósofo Legaz y Lacambra identifica la matriz del enfoque equivocado cuando, criticando el
krausismo, señala que hay una confusión entre el orden jurídico y el orden moral cuando se considera
"sujeto de derecho" a todo "ser de fines", lo que significa en definitiva a todo ente, pues cada ente tiene su
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finalidad, es decir su heteronomía inmanente. En cambio, coinciden con requerir el carácter de persona
humana para los sujetos de la relación jurídica tanto F. Savigny, como von Puchta y G. Del Vecchio.
Cuando se norma conductas referidas al propio sujeto agente o a entes inferiores (animales, plantas,
cosas) es porque afectan algún bien jurídico extra-subjetivo (por tanto, referido a otras personas), como
puede ser (en definitiva) el Bien Común.

Este es el caso de la normativa jurídica respecto a la ecología. La organización social en lo ético-jurídico-


político se da entre humanos. Los deberes del cuidado también dirigen acciones humanas hacia entes no-
humanos, pero sólo son exigibles por otros humanos. No es igual al caso de los deberes hacia menores o
minusválidos; en este caso hay quien actúa en representación suya por no poder ellos hacerlo por sí, pero
son ellos los titulares de los derechos respectivos. En cambio, los entes no-humanos no son titulares de
derechos, sino destinatarios de acciones debidas por el orden natural (heteronomía inmanente), a las que
corresponde un derecho de exigirlas por parte de otros hombres (en especial la sociedad organizada). El
derecho a exigir de otros el cumplimiento del deber de cuidado se origina en el mismo deber común a
todos los hombres, en especial organizados en sociedad, de cuidado de la teleología de la naturaleza. La
teleología que tiene valor jurídico, la que genera título jurídico, no es la de la naturaleza infrahumana, sino
la teleología de los hombres como custodios de la anterior.

Hay una semejanza entre el derecho ecológico y los derechos reales en cuanto se trata de acciones sobre
entes no-humanos que originan deberes y derechos entre humanos. Pero el derecho ecológico es más
amplio que los derechos reales, los posibilita y los regula como una instancia superior. Por los principios
de eficiencia y teleología asegura la existencia de la naturaleza sobre la que se pueda ejercer el dominio,
pero al mismo tiempo le marca un sentido a este ejercicio que lo aleja de la destrucción, del derroche y de
la contaminación. El derecho ecológico atiende al sentido del dominio humano sobre la naturaleza no-
humana, de manera que orienta y ordena los derechos reales. Con esta iluminación teleológica se
recupera en un sentido más pleno la definición romana de la propiedad como ius utendi, fruendi et
abutendi re sua quatenus juris ratio patitur, usando, gozando y disponiendo de su cosa en la medida que lo
admite la razón del derecho: la razón del derecho incluye la teleología del universo, nuestra casa común,
porque su heteronomía inmanente automática está en manos de nuestra autonomía.

Lo jurídico en el ámbito ecológico no deriva de por sí de una utilidad antropocéntrica (cuidar lo que usamos
para seguir usándolo) sino de una previa responsabilidad descubierta en la relación entre nuestra
eficiencia autónoma (nuestra actividad) sobre la naturaleza y su orden propio (heteronomía inmanente).
Porque los humanos, aun integrando la naturaleza y su heteronomía inmanente, no operamos con el
automatismo de los demás, cumpliendo necesariamente la teleología, sino que somos capaces de una
autonomía que asume esos fines o los contraría (poder fáctico) tenemos la responsabilidad común de
cuidar que la autonomía se enmarque en la teleología. Esa tarea es un deber moral de todos. Este deber
de cuidado de la naturaleza de índole moral deviene jurídico en cuanto tarea social pública de toda la
humanidad y exigible entre sus miembros particulares y políticos.

Este paradigma vale también para el caso de los llamados “derechos de los animales”. En realidad, los
animales no son propiamente sujetos derecho-habientes sino destinatarios del deber de cuidado y, en
algunos casos, de dominio por parte del hombre. El discurso y las acciones jurídicas respecto a animales
no se dirigen a ellos sino entre humanos. Hay quienes incorporan la expresión “persona no humana” para
referirse a animales y, de este modo atribuirles la condición de sujetos jurídicos. Encontramos que se trata
de un uso del lenguaje que vacía de contenido conceptual el significado de “persona”. Por otra parte, no
resuelve los problemas, al contrario, oscurece la comprensión de la situación jurídica planteada.

Con estas precisiones se supera el punto crítico del krausismo y sus seguidores en otros varios desarrollos
más recientes, y se recoge el importante lugar que ocupa el derecho ecológico descubriendo su adecuada
fundamentación.
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Las causas del derecho.

El recorrido que hicimos para entender la naturaleza del derecho nos permite ahora formular una visión
complexiva, que recoja lo que hemos encontrado. Para ello resulta siempre oportuno adoptar el modelo
nocional de las causas establecido por Aristóteles y enriquecido por la tradición filosófica.

 La articulación de las causas

La importancia de conocer las causas radica en que ellas son los principios, es decir, aquello que produce
realmente la cosa objeto de nuestro estudio.

Lo primero que podemos averiguar en cada cosa es qué es esto y de qué está hecho esto. Si en un museo
encontramos distintos objetos, podemos distinguirlos si podemos responder a la pregunta “¿qué esto?”. La
respuesta nos dará su determinación que la distingue, por ejemplo, si decimos “es una estatua”, diverso si
decimos “es un cuadro”. Esa determinación que establece la esencia de la cosa es su forma. Ahora bien,
con esta determinación no hemos completado la comprensión de la cosa, porque esa forma no tiene
realidad en sí misma; la estatua le da forma a una materia, digamos que es una estatua de mármol, pero
en el mismo museo hay estatuas de madera. La materia es aquello de lo cual está hecha la estatua. Sin la
materia (sin el mármol y sin la madera) no hay estatua. Siempre la materia sensible posee alguna forma, la
tarea de la transformación es la del cambio de forma; por ejemplo, en la madera del árbol que es
transformado en un tronco y luego en la estatua. La materia puede recibir distintas formas y según cuál
sea la forma que recibe, de la misma materia podrá hacerse una estatua, una mesa u otra cosa. Los
cambios son transformaciones, son el cese de una forma y la generación de otra en una materia; la
materia es un principio que subyace a los cambios. Nada comienza de la nada absoluta, siempre hay algo
previo.

Hasta aquí hemos encontrado dos causas, la material y la formal, que nos dan una comprensión estática
de la cosa; son las causa intrínsecas o constitutivas de la cosa. Podemos tener la materia (por ejemplo, la
madera o el mármol), pero si no adquieren la forma de “estatua” no tenemos una estatua; por ello la
materia es de por sí la posibilidad de la estatua, es potencia de estatua. Lo que hace pasar la materia de
su condición de posibilidad pasiva a ser propiamente la estatua es la forma, que es su acto o perfección
intrínseca. Lógicamente, no cualquier materia es apta para cualquier forma; en realidad la potencialidad de
una materia respecto a una forma procede de la forma que ya posee.

Ahora bien, si nosotros buscamos entender la aparición de las cosas, ya necesitamos atender al
dinamismo de otras causas. Aquí es necesario descubrir cuál el principio que produce la cosa, la causa
eficiente es la que genera el cambio de forma en la materia, y descubrir a dónde se dirige ese cambio, qué
busca ese cambio, esta es la cuestión de la causa final.

Podemos decir, entonces, que la causa eficiente responde a la pregunta qué o quién produce la cosa y la
causa final a la pregunta del por qué se produce tal cosa.

Como ya lo había advertido Platón, el fin es el bien de la cosa, porque es donde termina la acción porque
alcanza la integridad de lo que produce, alcanza lo buscado. Por esta razón Platón señala que la causa
final, el bien de cada cosa, es la causa principal; es la que mueve por atracción a la causa eficiente, en ella
está el sentido de todo el dinamismo y la explicación racional de que la causa eficiente actúe y de qué tipo
de transformación se realice. Las tres otras causas dependen de la causa final; por ello no hay ningún
estudio completo de una realidad dada si se prescinde de la finalidad, en ella está el esclarecimiento
propiamente racional.

Ahora bien, en toda transformación de la realidad hay que distinguir dos tipos de finalidades. Una primera
es la causa final intrínseca que es el acabamiento, la perfección de la forma. Todo el proceso de
transformación llega a su fin cuando la obra está acabada con todo lo que le pertenece, decimos que está
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perfecta, que está bien hecha. Pero hay también causas finales extrínsecas, que son aquellos bienes
externos a la cosa, pero que se alcanzan cuando se realiza el acabamiento intrínseco. Lógicamente, el
bien externo será mejor alcanzado, será mayor, cuanto más perfecto sea el acabamiento, es decir, la
plenitud de la forma. Así, por ejemplo, la estatua alcanza su fin intrínseco cuando está terminada en todos
sus detalles; a su vez, se alcanzan fines extrínsecos como el goce estético de quienes la contemplan, el
beneficio económico del escultor, también su prestigio como artista. Estos segundos fines serán mayores
cuanto mayor sea la perfección de la obra-estatua.

Lo que hemos visto en el caso de una obra artística vale para cualquier tipo de obra humana, pero también
para el ámbito de la causalidad natural. En los procesos físicos, químicos y biológicos imprescindiblemente
están presentes estas cuatro causas. La naturaleza está en permanentes procesos de cambio, de
transformaciones, en los cuales algo deja de ser lo que es y pasa a ser otra cosa, o la misma, pero de otro
modo, por acción de un principio eficiente que ha hecho cambiar sustancialmente la forma o la ha
modificado accidentalmente; este proceso tiene una finalidad, un resultado en la misma cosa y en sus
relaciones externas. De la obtención de estos fines se sigue la constitución de nuevas realidades, de
donde la posibilidad y la actuación eficiente de otros nuevos procesos de transformación, en una cadena
que constituye el orden natural de una heteronomía inmanente de ejecución necesaria. En este orden, el
bien o integridad de una cosa el adecuado perfeccionamiento o adquisición de su fin, de aquí depende la
calidad de la potencialidad activa que inicia un nuevo proceso.

El mecanicismo, como abordaje difundido en la modernidad, desdeñó la atención a la causa final,


privilegiando la consideración de la causa material como disponibilidad (potencia pasiva) y de la causa
eficiente como capacidad operativa (potencia activa). Esta mirada, que sólo atiende a lo que está en la
posibilidad operativa del agente y a lo que resiste la materia, se restringe al poder fáctico. Este enfoque
está en la base del deterioro de la naturaleza, pues el problema ecológico consiste en la inobservancia de
la teleología de la naturaleza y por tanto en el deterioro y la afectación de ese orden natural. Pero también
está en la base de lo que fue el descrédito de la ética y la filosofía del derecho, como saberes infundados o
diluidos en la descripción sociológica, hasta su contemporánea rehabilitación.

 La vida jurídica: conclusión de la unidad.

Con este modelo de análisis podemos abordar ahora la comprensión causal del derecho, pues la realidad
jurídica es dinámica, es una parte importantísima de la vida humana.

Lo primero que necesitamos recoger es que la vida jurídica está hecha de las conductas sociales, es decir
de aquellas conductas humanas en alteridad, referidas a otros, de las que se hacen las relaciones
sociales. Diremos, por tanto, que la causa material de la que se hace el derecho son las conductas
sociales externas o, al menos, externamente accesible y relevante.

Ahora bien, como nos lo entregó nuestra reflexión sobre la ontología del derecho, identificamos como
aquello que especifica lo jurídico entre las conductas sociales, lo justo debido: aquello que hace que una
conducta social sea propiamente “derecho” es que sea justa y, por ello, debida. Se trata de lo que define a
la conducta en la relación como su ajuste a los miembros, como lo suyo debido; en este sentido es la que
pone en la igualdad objetiva. Por tanto, diremos que la causa formal del derecho es lo justo debido en
cuanto principio interno de estructuración de la conducta social.

Respecto a la causa eficiente, en primer lugar, identificamos al miembro agente de la relación jurídica; él
es quien debe realizar la conducta objeto de la relación. La endonorma lo identifica de esta manera, por
ello él es la causa eficiente in perficiendo, es decir el que lleva el derecho a su cumplimiento por
operaciones de su inteligencia, su voluntad y sus miembros corporales. Pero también podemos identificar
al legislador de la norma y al juez de la sentencia que a través de su imperativo están actuando sobre el
agente para que se lleve a cabo esa conducta, ellos son causa eficiente del derecho in condendo, es decir,
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en cuanto establecen qué es lo justo debido y lo imperan.

Aquí advertimos una articulación de estas causas eficientes, pues la más remota que es el primer
legislador establece con la norma suprema aquello en lo que han de coincidir los legisladores inferiores y
también el juez en esa actividad de describir e imperar lo justo debido (de iure condendo), cada uno en su
nivel y competencia. Con ellos también coincide el miembro agente de la relación al cumplir su deber, al
realizar el derecho (de iure servando et perficiendo).

En esta articulación de las causas eficientes se descubre el dinamismo causal de la norma, pues, en
cuanto describe e impera la conducta justa debida, actúa como causa formal ejemplar de la acción en
todos: legisladores, jueces y miembros agentes. El contenido racional de la norma en los legisladores y de
la sentencia en los jueces es también el contenido racional en la razón del miembro agente que realiza el
derecho. El carácter imperativo de la norma primera es el que une todo el proceso, en el paso de los
niveles más universales y generales hasta el nivel más singular de la acción, en la identidad del contenido
valorado como justo y por ello prescripto. El último paso, el realmente buscado por la endonorma, es su
verificación en la medida en que, en la singularidad circunstanciada de la relación jurídica, la conducta
realizada refleja la conducta normada (definida y prescripta como justa). Aquel contenido normativo, que
otorga la formalidad específica de lo jurídico a una conducta social, llega a su plena causalidad cuando
pasa del soporte racional de constitución, expresión y recepción de la norma a la realización efectiva en la
conducta.

Como todo dinamismo causal, también en la vida jurídica descubrimos que la causa principal, la que
origina y le da sentido a todo el proceso es la finalidad buscada: aquello por lo cual existe lo jurídico. La
causa final es la integridad del miembro término, en consecuencia, también del miembro agente y, en
última instancia, el bien común, como modo de organizarse la sociedad en el cual es posible integridad de
todos los miembros de la sociedad. La justicia como resultado social integrante del bien común es parte
esencial del orden social y la razón por la cual se organiza jurídicamente la sociedad en los estados; es la
teleología que pertenece a todas las instancias activas (causas eficientes) en la vida jurídica.

Resumiendo, podemos decir entonces que el derecho es aquella conducta social externa justa debida que
un agente realiza para poner en su integridad a otro y contribuir, de acuerdo a los respectivos títulos, a un
orden de justicia en el bien común según lo que establece la norma de autoridad pertinente.

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