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Tabla

de Contenido

Los sextillizos del seductor multimillonario

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho

Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece

Capítulo catorce

Epílogo

OTRA HISTORIA QUE TE GUSTARÁ


La amante embarazada del mal jeque

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho

Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece
Los sextillizos del seductor multimillonario

por Nicki Jackson


Todos los derechos reservados. Copyright 2017 Nicki Jackson.

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Capítulo uno

Kelly

—Tiene que ser grande.


Kelly esperó a que su jefe dijera algo más, pero cuando se quedó quieto

con los ojos abiertos de par en par y destacando con todo su cuerpo la
importancia de esa frase, Kelly agachó la cabeza con impotencia y escribió

«GRANDE» en mayúsculas en su pequeño cuaderno. Eso pareció satisfacer a

George Benson y lo instó a continuar.

—Tiene que ser un escándalo, una primicia que arme revuelo y que

dispare nuestra audiencia. La revista realmente lo necesita, Kelly, y creo que tú

eres la persona que puede hacerlo.

— Claro, George. Me halaga que hayas pensado en mí.


Él se sentó y se inclinó hacia delante con los ojos saltones tras sus gafas

sin montura.
—Es un trabajo especial. Espero que des lo mejor de ti, viene con
incentivos.

Kelly reprimió una sonrisa ante la excitación de George. Siempre era una
reina del drama, hiperactivo, y se emocionaba demasiado por cualquier cosa que

tuviera que ver con la revista.


—¿Quieres adivinar a quién vas a entrevistar y de quién vas a revelar
secretos?

Kelly levantó las cejas y apretó los labios. ¿Cómo iba a adivinarlo?

Analizó su mente intentando encontrar algo grande. Lo suficientemente grande.

—Mmm… ¿Donald Trump?


George se burló con aspecto un poco desilusionado por esa conjetura

exagerada.
—Pues claro que no. Es Guy Riverton.

—Oh. —A Kelly se le escapó un suspiro de golpe. Había oído hablar de

él. Cualquier persona con acceso a una revista o con conexión a Internet sabía

quién era Guy Riverton. Sobre todo en Detroit.

—Es el soltero más deseado de Estados Unidos. Los miles de millones que

tiene lo convierten en alguien muy atractivo para nuestros lectores. Ahora lo que

quiero es que te acerques a él, con el pretexto de que quieres escribir una historia
positiva que asegure una publicidad positiva, y lo atrapes.

Por un momento, Kelly tuvo miedo de empezar a reírse por la expresión

de George.
—¿Qué quiere decir «atraparlo»?

—Encuentra sus trapos sucios, Kelly. Su vida gira alrededor de las fiestas,
de sus líos con modelos y famosas. Eso es jugoso, está claro, pero no es oscuro.

Quiero algo oscuro. Alguna faceta secreta de su lujosa vida que esté escondida
del ojo público. Quiero que lo consigas y salpiques las portadas de nuestra

revista con ello. —Cogió una revista y la lanzó hacia ella con emoción.
Forbes. Guy Riveron con su pelo claro y sus ojos azules brillantes que
eran casi transparentes le devolvió la mirada desde la portada. Con un traje azul

que le daba un aspecto letal y amenazante, parecía mirarla fijamente.

No era de extrañar que se liara con modelos y famosas continuamente. Era


un Adonis. En el verdadero sentido de la palabra. Incluso el fotógrafo había

logrado captar ese magnetismo salvaje y animal que tenía ese hombre. Guy
Riverton parecía peligroso, tan atractivo que se mordió el labio al pensar en

sentarse enfrente de él para entrevistarlo.

—¿Cuándo está programada la entrevista?

—Entrevistas, Kelly. Síguelo. Ya lo hemos hablado con su equipo de

RR.PP. Serán una serie de entrevistas a lo largo de un mes para asegurar que

estés con él casi todos los días. De esa forma te resultará más sencillo encontrar

algo jugoso que sea lo suficientemente grande.


—Grande, claro. —Kelly contuvo una risa. No podía seguir evitándolo—.

¿Y a su equipo de RR.PP. le parece bien?

—Claro que les parece bien. Necesitan buena prensa sobre el eterno
donjuán.

Kelly frunció el ceño.


—Pero no vamos a escribir algo positivo.

—Es un pretexto. Ese es tu trabajo. Eres periodista. ¿Sabes cuántos


periodistas han dado su gran golpe al revelar algo grande sobre alguien grande?

Kelly echó un vistazo a la foto del hombre que se suponía que era grande.
George no lo decía con una connotación sexual, claro, pero la mente de Kelly
pensó en esa posibilidad. Se podía imaginar que Guy Richard fuera grande. Sin

duda.

Ojeó la revista hasta llegar al reportaje que hablaba de él y de su negocio


multimillonario. Hablaba sobre su trabajo y sus planes para Detroit. Por lo visto,

Guy planeaba reconstruir Detroit y bajar los niveles de paro. El Adonis también
mencionaba estadísticas y estimaciones de cómo sus proyectos a gran escala

conseguirían reducir el desempleo. Los números eran impresionantes, y la

fuente, Forbes, era lo más fiable que podía ser. Pero no encajaba en el papel de

un multimillonario socialmente responsable. Era escéptica, y estaba segura de

que la mayoría de lectores también lo eran.

Le seguía dando vueltas a la cabeza mientras George no paraba de hablar

de Guy. Parecía obsesionado con ese hombre. Pero Kelly vio la oportunidad que
George le estaba dando. Aun así, algo no estaba bien. Tenía una sensación

extraña y acalorada en la nuca, como si algo estuviera mal. Cuanto más

analizaba las respuestas que Guy Riverton había dado al entrevistador para el
reportaje de Forbes, más inquieta se sentía.

Su ética ya estaba a prueba y todavía ni siquiera había conocido al


hombre. Por lo visto, Guy intentaba hacer cosas buenas por la comunidad. Ella

básicamente lo estaría engañando, mintiéndole sobre sus intenciones. Mientras el


hombre confiaba en ella y le permitía seguirlo mientras trabajaba, ella estaría

metiéndose en todo lo que hacía o decía para encontrar algo que pudiera servirle.
Esos defectos, esas imperfecciones y esos secretos los recibiría el mundo en un
bonito paquete.

—Recibirás un gran sobresueldo si lo haces bien, Kelly. No solo eso, te

ascenderé.
—Estupendo. —Pero sentía que tiraban de ella en direcciones opuestas.

Era absurdo. Era periodista, por el amor de Dios. Ese era su trabajo. Nadie
llegaba a ningún sitio en el mundo editorial sin que algo revolucionario estuviera

asociado a su nombre, y Kelly estaba harta de contar historias sobre tabús

sociales y el estado de la economía de Detroit. Con eso no había cambiado nada.

Nadie se había sorprendido. No tenía ningún impacto en los lectores.

Ella también necesitaba algo jugoso y estimulante. Sus ojos contemplaron

ávidamente las imágenes del hombre al que entrevistaría a lo largo de un mes.

Guy era la masculinidad en persona; cada imagen capturaba la esencia de lo que


era. Poder, fuerza y sexo. Un sexo pecador.

No era de extrañar que fuera el donjuán más famoso de su generación. Ese

hombre, su cuerpo y sus manos estaban hechas para el sexo. Ella no debía tener
reparos a la hora de exhibir los defectos de un donjuán. Y, de todas formas, no le

haría daño. De hecho, no es que los medios lo retrataran como un santo. La


prensa lo usaba para escribir sobre sus indiscreciones y fallos. La entrada de

Kelly en su vida y su reveladora exclusiva, su gran exclusiva sobre él, no sería


más que un insignificante bache en su frívolo estilo de vida. Ni siquiera le

importaría.
Kelly sonrió y alzó la vista hacia George.
—Estoy lista.


Capítulo dos

Guy

Guy pisó los escombros al entrar en la zona de construcción. Todas las


semanas, inspeccionaba sus obras en Detroit personalmente. Al principio, los

constructores y los ingenieros desconfiaban de sus frecuentes supervisiones, pero


ya se habían acostumbrado al elevado nivel que Guy les pedía a sus empleados.

La inspección personal de las obras aseguraba que todo iba bien y que se hacía a

tiempo, y todos trabajaban con más ahínco para cumplir con los plazos porque

sabían que aparecería él.

Guy se quitó las gafas de sol y las puso en el bolsillo interno de la

chaqueta del traje. Los ingenieros le contaban detalles de los avances del

proyecto mientras se paseaba por el edificio a medio construir y escuchaba


atentamente. Sus ojos analizaban cada rincón y cada grieta.

Su ética de trabajo era fanática en lo que a atención al detalle se refería, y


estaba orgulloso de ello. A veces resultaba desesperante, pero al final merecía la
pena. A menudo se preguntaba si los problemas de confianza que había

desarrollado en su edad adulta contribuían a esas inspecciones constantes. Era


diligente en cada paso del ciclo de vida del proyecto. Evitaba delegar, y, cuando

no le quedaba más remedio que hacerlo, se obsesionaba con vigilarlo.


Guy no confiaba en nadie. Era perfectamente consciente del hecho de que
su excesiva cautela le había sido muy útil en los negocios y en su vida personal.

Sin embargo, aunque su negocio había prosperado gracias a su diligencia y

cautela, en su vida personal no había ocurrido lo mismo. Era de dominio público

que su vida personal era un completo desastre y, bueno, tampoco era del todo
personal. Pero la parte buena era que se había dejado de preocupar por esa parte

de su vida hacía tiempo; no tenía sentido preocuparse por algo que, de todas
formas, no estaba en sus manos.

—Esto va a cambiarle la cara a la ciudad, señor Riverton.

Guy asintió ante la expresión sorprendida y entusiasmada del constructor.

—He leído el reportaje en Forbes y la proyección de la reducción del

desempleo. Brillante. La economía de Detroit notará los beneficios de esto en las

próximas décadas.

Guy entrecerró los ojos.


—¿Qué es eso?

El ingeniero se tensó visiblemente junto a Guy. La cara del constructor

cambió al seguir la dirección de la mirada de Guy. Dos capataces se escabulleron


ante el duro tono de Guy.

—¿Por qué esos trabajadores no llevan casco? —La mirada de acero de


Guy analizó al grupo y después miró las caras del constructor y de los capataces

—. ¿Qué pasa aquí? ¿Tenemos dudas de cómo se tienen que hacer las cosas en
las obras Riverton?

—No, señor Riverton. Es que…


Los ojos de Guy brillaron de furia e interrumpió al capataz a media frase.
—Los hombres deben llevar el equipo de seguridad, el equipo de

seguridad al completo, siempre. No me importa si están comiendo o si están

rezando. No se deben quitar los cascos. No tienen permitido no preocuparse por


su vida y por su seguridad en mi propiedad. Mi reputación está en juego aquí, y

la seguridad del personal es lo primero.


El capataz se adelantó al instante y gritó a los trabajadores, que en un

momento encontraron sus cascos y se los pusieron.

El capataz se giró con una sonrisa de alivio.

—Arreglado, señor.

—¿Para esto te contrato? Tu imprudencia es la razón por la que ahora voy

a tener que visitar las obras aleatoriamente más de dos veces por semana.

Él se puso pálido.
—Sí, sin duda. No volverá...

—No volverá a pasar, seguro. Porque cualquiera al que vea incumpliendo

las estrictas políticas de seguridad de Riverton Corp será despedido al momento.


Y eso pasará después de despedir a los superiores. Lamentablemente, eso te

incluye a ti.
—Sí, señor Riverton.

Pero Guy ya se había distraído pensando en cosas más importantes. En


medio del hormigón, del polvo y de los escombros había una mujer que brillaba

como una joya. Su piel lucía bajo el sol con un brillo pálido, y caminaba con una
elegancia increíble para ser una mujer esquivando piedras y ladrillos con unos
tacones ajustados.

Tenía el pelo abundante y se movía sobre sus hombros mientras andaba.

Se lo apartó hacia un lado distraídamente. Él recorrió su cuerpo con los ojos,


unas curvas exuberantes y voluptuosas y una cintura estrecha. Tenía unas

caderas amplias, y una falda de tubo se ceñía a ellas y bajaba por sus
proporcionados muslos antes de revelar sus gemelos tonificados.

Esa imagen lo dejó atónito. Quizá porque ella estaba completamente fuera

de lugar en ese escenario, o porque tenía un aura de majestuosidad que podía

sentir en la distancia.

En cuanto lo vio, ella dibujó una sonrisa en los labios. A Guy le dio un

vuelco el corazón y se le agitó el cuerpo de la emoción. Era totalmente

asombrosa. Y Guy siempre valoraba la belleza sin reservas.


—Hola, señor Riverton. —Ella extendió la mano hacia él—. Soy Kelly

Jackson. Creo que mi jefe le ha llamado antes para decirle que voy a hacerle

varias entrevistas durante un mes, ¿verdad?


Guy tardó en reaccionar. Sintió la suavidad y la delicadeza de su mano, y

su instinto, endemoniado y depredador, se apoderó de él.


—Creo que así ha sido. —Pero, en realidad, no se acordaba. Quizá su

asistente había mencionado algo de pasada, pero no le habían dicho que la


periodista se presentaría en la obra como un sueño de piel sedosa con piernas.

Kelly se sobresaltó cuando el capataz le ofreció un casco, y ella lo apartó


con una sonrisa temblorosa.
—No, gracias. Estoy bien.

—Son los requisitos de seguridad de la obra, lamentablemente. —Guy

aprovechó el momento en el que ella se distrajo con el casco para mirarle con
lujuria la delicada línea del cuello, los pómulos prominentes, la pequeña nariz y

los ojos angulosos—. No tienes elección cuando estás en una obra, sobre todo en
una obra Riverton.

Se quedó embelesado cuando ella sonrió tímidamente y cogió el casco

para ponérselo en la cabeza.

—¿Así está bien?

—Eres la única persona del mundo que consigue estar irresistiblemente

guapa con un casco de neón.

La sonrisa de Kelly titubeó y ella apartó la mirada. Él prefirió no pensar en


su incomodidad. No quería verlo. Aprovechó la oportunidad para mirar su

cuerpo y se sobresaltó al oír su risa ahogada.

—¿De verdad les dice esas cosas a las mujeres?


Algo en la burla y en el divertimento que ella tenía en sus ojos le hizo

sonreír.
—Evidentemente —respondió él con seriedad.

Ella se echó a reír.


—Bueno, es un poco sorprendente.

—¿Sabes lo que dicen sobre los hombres que te hacen reír?


Kelly negó con la cabeza y se rio en bajo.
—Mmm, creo que no quiero saberlo.

—¿Estás segura? —bromeó él.

—Completamente. —Caminaron uno al lado del otro hasta el coche de él.


—Esta ha sido la última obra que visito hoy. Voy a volver a la oficina.

—Ah, bien, sin problema. Le seguiré en mi…


—¿Por qué no vienes conmigo? —Le abrió la puerta del coche antes de

que lo hiciera el chófer.

Kelly se mordió el labio y él esperó, sus ojos estaban desesperados por

volver a mirarla sin parecer un pervertido. Pero era muy difícil cuando sus

curvas llenaban su blusa de forma tan sensual, aunque el recatado escote lo

escondía todo, como si fuera algo inimaginablemente valioso como para ser

expuesto. Su trasero, sin embargo, era demasiado voluptuoso y redondeado por


naturaleza como para que la falda que llevaba pudiera esconderlo.

—¿Le importa que nos quedemos aquí un rato, en la obra? Hay buen

ambiente —dijo ella.


Él cerró la puerta de un portazo al instante. Guy era sin duda apasionado y

decidido, y ya había puesto sus ojos lascivos sobre esa periodista.


—Claro.

Mientras caminaban por un camino que no estaba tan plagado de piedras y


escombro, Guy intentó que su esencia no se apoderara de él.

—¿Para qué revista dices que trabajas?


—Business Edge.
—Business Edge —repitió él lentamente—. Para ser sincero, no sabía que

ibas a venir aquí. Pero me alegro de que lo hicieras.

La sonrisa de Kelly titubeó de nuevo, y él hizo lo posible por entenderla.


Era misteriosa, diferente al resto de mujeres con las que coincidía. Sobre todo las

periodistas. Hablaban y le felicitaban y no dejaban de decir que era un gran


honor conocerlo, después le ponían ojitos para que supiera que estaban

disponibles, cuando él quisiera y como él quisiera.

La mayoría de veces las llevaba a su oficina. ¿Quién era él para rechazar

sexo? Pero esta periodista de Business Edge se escapaba del estereotipo. No le

sonreía sin motivo. No le alababa ni se sonrojaba cuando tonteaba con ella. En

todo caso, parecía cerrarse en sí misma como una concha cuando lo intentaba.

—Daba por hecho que un magnate como usted delegaría este tipo de
tareas en otras personas. ¿Le gusta ensuciarse las manos?

—Creo firmemente que si no es sucio, no lo estás haciendo bien.

Kelly dejó de andar y él también. Casi podía oír los mecanismos de su


mente funcionando, intentando saber desesperadamente si había dicho eso con

una implicación sexual. Lo había hecho. Pero en realidad ella no tenía por qué
saberlo.

—¿Pasa algo?
Ella negó con la cabeza bruscamente y sonrió. Pero era una sonrisa para

despistarlo. Si ella era inteligente, él también.


—¿Entonces le gusta tener las cosas vigiladas? —preguntó ella.
Contuvo una sonrisa. Ella le había dado el beneficio de la duda al pensar

que no hablaría con connotaciones sexuales. No tenía ni idea de lo que era capaz.

En ese momento, mientras ella caminaba con seguridad a su lado, él se podía


imaginar cómo sería desnuda, tumbada en su cama con las piernas encogidas y

esos sensuales mechones castaños extendidos sobre las almohadas. La imagen


era tan real que casi podía ver esa figura voluptuosa delante de él. Ya saboreaba

esa piel pálida y preciosa bajo sus labios.

Ella se apartó el pelo hacia un lado y él sintió que su cuerpo se retorcía

con una lujuria renovada. «Maldita sea». Kelly Jackson le estaba provocando

una erección simplemente con hablar sobre su trabajo, y ni siquiera la había

tocado todavía. Tenía los labios gruesos. Quedarían perfectos estando húmedos

alrededor de su miembro con los ojos color canela aturdidos mientras lo chupaba
hasta que se corriera en su boca.

Tenía el cuerpo cargado de una lujuria incandescente. Era innegable y

suficiente para hacer que sus testículos sintieran una urgencia agónica.
Quizá Kelly esperaba que fuera más claro sobre sus intenciones. Quizá era

una de esas mujeres que no entendía bien las indirectas y necesitaba que se lo
deletreara. Alto y claro. Estaba hablando de la crisis de desempleo en Detroit

cuando él la interrumpió.
—Nunca he visto a una periodista tan atractiva visualmente.

Ella giró la cabeza hacia él con inexpresividad y pasividad.


—¿Estás segura de que eres periodista y no una acosadora que finge serlo
para poder seguirme por ahí?

Kelly se enderezó, y él supo que había hecho una mala jugada antes de

que ella abriera la boca.


—Si eso es una broma para usted, es de muy mal gusto, señor Riverton.

—¿Cómo dices?
Kelly parecía furiosa en silencio, con una expresión todavía cordial.

—He tenido que trabajar duro para llegar donde estoy en mi carrera

profesional, y sigo trabajando duro para llegar al lugar donde me veo en unos

años. Nunca he necesitado ni necesitaré acostarme con un magnate para

satisfacer ninguna parte innata de mí. Ahora, sé que usted tiene la última palabra

aquí, señor Riverton, y le agradezco su tiempo. Pero estoy aquí como

profesional, y agradecería que no lo olvidara.


Divertido por esa reacción y sorprendido por su aplomo y su elegancia,

respiró hondo; cuanto más hablaba con esa voz fuerte y segura, más aumentaba

su lujuria. No, sin duda no se parecía a ninguna otra mujer que hubiera conocido.
Era única. Y no había terminado de darle una lección. Estaba extasiado.

—Ya sé que está acostumbrado a mujeres que caen rendidas a sus pies
para conseguir entrar en su cama. Pero yo no soy una de ellas y no voy a caer en

esta trampa que ha estado perfeccionado a lo largo de los años con sus
habilidades. —Levantó las cejas—. Su reputación con las mujeres es bien

conocida, y que no le quepa duda de que yo no voy a ser una de ellas.


El corazón le latía de forma errática. Estaba perdido. Estaba fascinado por
esos ojos marrones enfadados. Era adicto a ver esa barbilla levantándose de

forma desafiante. Estaba hipnotizado por la forma en que estaba ahí, como si no

tuviera miedo de nada, ni de perder esa serie de entrevistas, ni de perder su


trabajo.

Tenía principios, y eso le resultó inspirador.


—Mis disculpas, señorita Jackson. Le aseguro que durante nuestras

entrevistas no tendrá ninguna queja. —La estaba complaciendo. Su disculpa hizo

exactamente lo que esperaba. La sorprendió. Se quedó con la boca entreabierta y

se sonrojó con un aspecto confuso. Esa mujer tenía unas ideas bastante duras

sobre él. Esperaba que fuera un imbécil y él le había mostrado un imbécil. Pero

ahora había cambiado, estaba mostrando su otra cara, la que les mostraba a muy

pocas personas, y ella estaba confundida sobre adónde quería llegar con eso.
Kelly entrecerró los ojos de forma escéptica.

—¿Y todavía quiere seguir con las entrevistas?

Él sonrió.
—Claro. Creo que es una gran oportunidad para usted y para mí también

lo es.
Ella asintió y sonrió tímidamente.

—Vale. Mmm, en ese caso, voy a programar una cita para mañana. —
Sonrió, pero esa sonrisa no se reflejó en sus ojos. Tenía dudas sobre esa

colaboración—. Gracias por su tiempo.


Guy se quedó ahí, con las manos en los bolsillos, mirando el elegante
balanceo de sus caderas. Tenía unos movimientos controlados, sutiles y

elegantes, pero sus caderas eran tan redondas y voluptuosas que no podía hacer

mucho para que no fueran un espectáculo. Su trasero era un sueño. Estaba hecho
para las manos de un hombre. Para sus manos.

Estaba desesperado por arrancarle esa falda de su exuberante cuerpo y


liberarle los pechos de esa blusa ajustada para dejarlos caer sobre sus manos.

Ansiaba ponerla a horcajadas sobre él, con sus voluminosos pechos

sacudiéndose cada vez que aterrizaba sobre su pelvis, y hacer que se inclinara

hacia delante para que le ofreciera los pechos.

Había pasado mucho tiempo desde que había deseado el cuerpo de una

mujer con una lujuria tan fanática. La intensidad lo consumía y arrasaba con el

resto de sus pensamientos. Sin duda, el desafío que le había puesto delante hacía
las cosas más intensas. Lo había rechazado. Su reproche no había sido una treta

para conseguir su atención, no se hacía la difícil para que la deseara más.

Hablaba en serio. Era una profesional. No estaba interesada en acostarse con él.
Estaba ahí por trabajo.

Pero a él le hizo gracia la mención a su reputación con las mujeres y su


vehemente rechazo. Se moría de ganas de arrancarle ese enfado de los labios, de

hacerla gemir y jadear y de que le suplicara que fuera más despacio. La


periodista profesional y segura de sí misma estaría absolutamente preciosa

aferrada a sus caderas para que llegara más adentro con la cabeza hundida en la
almohada mientras hacía que ella se corriera.
Guy estaba obsesionado.


Capítulo tres

Kelly

Kelly estaba orgullosa de sí misma. Estaba sentada al final de la mesa de


conferencias mientras Guy dirigía la reunión, y no se parecía en nada al

mujeriego seductor que había sido el día anterior. Ese hombre de voz apasionada
y observaciones severas no era en absoluto el Adonis apaciguador y sediento de

sexo que aparentaba ser.

Cuando lo conoció el día anterior por la tarde, encontró exactamente lo

que esperaba. Un mujeriego. Un ligón. Un niño mimado y malcriado que no era

serio y que estaba acostumbrado a salirse con la suya con las mujeres, como

quería y cuando quería. Lo que no esperaba era que las fotos de revista que había

visto de él, y que había pensado que captaban su encanto animal, fueran un
fracaso estrepitoso.

Ese hombre era mucho más alto de lo que se había imaginado, y eso le
hacía parecer poderoso e intimidante, aunque no hiciera más que asentir y
sonreír. Su pelo claro y su piel morena hacían que sus ojos azules brillantes e

intensos llamaran aún más la atención.


Guy Riverton estaba lleno de sorpresas. Hoy, ella había llegado a su

oficina cuando él estaba en una reunión. Para su total sorpresa, la hizo pasar de
inmediato y sacó una silla para ella. Ahora probablemente se suponía que tenía
que esperar a que acabara, pero solo ella sabía el verdadero motivo por el que lo

seguía en el trabajo, y la situación le venía como anillo al dedo.

Ella contemplaba todos sus movimientos, sus palabras, el sarcasmo en su

voz, la contundente forma en la que rechazaba ideas que no encajaban con su


visión sin que nadie se lo discutiera. Nunca era maleducado, pero sin duda era

brusco. No invitaba a la discusión ni a la negociación cuando estaba al mando.


Estaba claro que los ejecutivos que estaban alrededor de su mesa de conferencias

confiaban sumamente en el juicio de Guy Riverton. Y lo respetaban. Y lo

admiraban.

Era un desastre. Estaba ahí para encontrar sus trapos sucios, no una sala

llena de fervientes seguidores que parecían una secta detrás de su líder. Esperaba

al menos que tuviera algún complejo de superioridad. Nadie podía tener esa

cantidad de dinero y de éxito sin ser un idiota de algún modo.


Por supuesto, de alguna forma era claramente egoísta. Su opinión

imperaba en su oficina sin cuestionarla, pero no era un idiota. Deseaba que fuera

lo que había esperado. No solo haría su proyecto más sencillo, sino que también
justificaría el mantener las manos alejadas de ese hombre cuando era innegable

que se sentía atraída por él.


Guy frunció el ceño de forma tensa al tiempo que se agitaba con una

cláusula legal que sus abogados no conseguían solucionar, y ella sintió una
palpitación en el estómago como respuesta. El enfado en su bonita cara la

excitaba.
Estaba claro que no era el tipo de hombre del que Kelly se solía enamorar.
No sería un compañero en una relación. La dominaría con esa personalidad

autoritaria, intentando controlar todos sus movimientos. Agitó la cabeza para

aclararse.
Era trabajo, no una oportunidad para emparejarse. ¿Por qué estaba

pensando en la palabra «relación» con referencia a Guy Riverton? Además de


ser el eterno donjuán y un mujeriego, era una muy mala opción para ella.

Estaba con él por segunda vez en calidad puramente profesional, como

había afirmado con arrogancia veinticuatro horas antes. Y ahí estaba, sentada,

pensando en una posible relación con él.

«Es un imbécil. Estás cegada por ese maldito... precioso... carismático

conjunto».

Se mordió el labio y suspiró. Era una lástima. Si solo fuera un poco más
agradable, podría considerar tener un desliz y darse un revolcón salvaje con él.

Una sola vez. Para ver cómo era. Se imaginaba que la tomaría con intensidad,

igual que se comportaba en la sala.


—Eso es todo por hoy.

Kelly se enderezó bruscamente mientras Guy se dirigía directamente hacia


ella y se quedaba parado a su lado. Tardó un momento en darse cuenta de que

estaba esperando que ella se levantara para irse con él.


—Espero actualizaciones sobre todos los asuntos en una hora —gritó a los

ocupantes de la sala de conferencias, que estaban recogiendo sus cosas para irse.
Kelly recogió su bolso y su cuaderno y dio pasos largos hasta cruzar la
puerta que él sujetaba para ella. Cuando le puso la mano sobre la base de la

espalda, no había nada seductor en ello. Él la condujo hacia su oficina.

—¿Está segura de que sigue estando de acuerdo en hacer estas entrevistas?


—preguntó él con escepticismo.

—¿Por qué no iba a estarlo?


—Ah, no sé. Porque va a estar sentada en reuniones aburridas sobre

presupuestos y actualizaciones de proyectos casi todo el tiempo.

Kelly se rio entre dientes. Tenía un brillo socarrón en los ojos.

—No. No ha sido aburrido. Deduzco rasgos más precisos sobre mis

sujetos cuando los veo en su escenario natural.

—¿Debería haber tenido más cuidado? ¿Ha descubierto algo malo sobre

mí?
Kelly se mordió el labio. Ese hombre tenía la impresión de que estaba

escribiendo un reportaje que le daría buena publicidad. No tenía ni idea de que

estaba ahí por los «trapos sucios», como había dicho su jefe. Cuanto más sucia y
retorcida fuera la controversia que descubriera, más posibilidades tenía de

conseguir un aumento y un ascenso.


«¡Pero esto es exactamente en lo que consiste el periodismo!», le discutió

su subconsciente.
—No estoy buscando defectos ahora, ¿no, señor Riverton?

Él entrecerró los ojos.


—¿No lo está?
Kelly sintió una palpitación. La estaba analizando bien, su mirada la

penetraba y la sonrisa desapareció de su cara. ¿Lo sabía? ¿Iba a echarla? ¿Era el

fin de la oportunidad de subir la escalera más rápido que sus compañeros gracias
a ese soltero guapo y dominante?

—No. Seré honesta con lo que veo y escribiré exactamente eso.


Él finalmente sonrió y se distrajo con el sonido de su teléfono, mientras

Kelly se alabó a sí misma por no mentir. Iba a ser sincera. No estaba pensando

en inventarse una controversia. Solo informaría sobre ello. Y eso era

exactamente lo que le había prometido.

Sintiéndose mucho mejor consigo misma, lo siguió fuera de la sala de

reuniones. En el ascensor, profundizó en algunos de los asuntos que había estado

discutiendo con sus ejecutivos en la sala de reuniones. Al ver que estaba


interesada en saber más, le contó más detalles, hablándole sobre tecnicismos y

normativas legales y los retrasos en las obras que le estaban costando millones a

su empresa.
Seguramente el reportaje de Kelly no se beneficiaría de esos detalles tan

complicados y extensos, pero estaba absorbiendo rasgos de su personalidad


como una esponja. No era un hombre que considerara a las mujeres menos

capaces que él intelectualmente. No entendió del todo alguna palabrería sobre el


negocio inmobiliario que era parte de la conversación, pero no suavizó las

palabras para ella ni los simplificó como hacían casi todos los hombres, incluso
en su propia oficina. Guy confiaba en su capacidad para preguntar en caso de
que no entendiera, y ella lo agradecía. Aunque se sentía un poco afligida por esa

maravillosa cualidad.

El coche se detuvo y Kelly miró por la ventana de su todoterreno. Estaban


en otra obra.

—No es necesario que venga conmigo. Está sucio y es peligroso. Debería


estar de vuelta en cinco minutos.

—No me importa. —Kelly saltó rápidamente del coche y se puso a su

lado, levantando la mirada hacia la impresionante estructura que un día se

convertiría en un lugar de referencia en la zona de Detroit—. Este edificio va a

ser precioso.

A él le brillaron los ojos de placer al oír su predicción.

—Lo será. Le voy a enseñar la maqueta del edificio terminado cuando


volvamos a la oficina. —Agitó la cabeza y suspiró—. Es uno de los proyectos

más grandes para Detroit, lo he estado planeando durante cuatro años. La

ejecución ha llevado mucho tiempo porque no beneficia a los ricos, sino más
bien a las familias con ingresos bajos para mejorar sus condiciones de vida. Sin

embargo, una cosa que la comunidad inmobiliaria sabe sobre mí es que soy muy
terco. Y estoy empeñado en dar estos hogares modernos y elegantes a familias

con ingresos más bajos.


Kelly estaba impresionada por su pasión ante esa aventura. Sus ojos, su

voz y su expresión dejaban ver lo decidido que estaba por ver eso acabado. No
por su propio beneficio, él tenía suficiente dinero que le podría durar cinco o seis
generaciones, sino por Detroit. Empezó a describir sus objetivos, otros proyectos

y cómo contribuirían a una economía que se tambaleaba.

Kelly se sentía atraída por él, absorta en cada palabra que decía, en la
forma en que sus labios cincelados se movían. Incluso cuando estaba centrado en

el trabajo y no coqueteando con ella, solo podía pensar en lo maravilloso que


sería tener sus brazos alrededor, que sus manos la tocaran, que sus labios

hambrientos se inclinaran sobre los suyos. Tragó saliva para sobreponerse a la

incomodidad que ya se estaba abalanzando sobre ella.

El segundo día siguiendo a Guy Riverton había revelado varias cosas

sorprendentes sobre él, pero ninguna era exactamente lo que estaba buscando. El

donjuán seductor que había conocido el día anterior había desaparecido, y en su

lugar había un hombre de negocios apasionado que estaba empeñado en hacer


que Detroit floreciera. Le apasionaba su trabajo y tenía el máximo respeto de sus

ejecutivos, y no simplificaba las cosas cuando le explicaba asuntos complicados

sobre negocios a una mujer.


Ni siquiera le tentaba apuntar esas cosas. Era imposible que se olvidara de

ellas. Eran rasgos de su personalidad. Y, además, su cuaderno estaba ahí


principalmente para detalles que pudieran ser negativos, algo que tuviera el

potencial de estar en el primer borrador que le enviara a su jefe, algo jugoso y


escandaloso y negativo. Los elogios y las cosas positivas no tenían lugar ahí.

Por como iban las cosas, parecía que encontrar algo escandaloso sería más
difícil de lo que había pensado. Vale, le había tirado los tejos en cuanto había
puesto los ojos en ella, pero se había disculpado y se había redimido.

La visita de cinco minutos a la obra se convirtió en una visita de veinte

minutos mientras ella le hacía preguntas. Él le hacía sentir que tenía todo el
tiempo del mundo, aunque seguramente estaba ganando unos millones más en

ese tiempo.
Cuando le sonó el teléfono, sonrió disculpándose.

—Un momento. Tengo que contestar. —Él contestó la llamada y se giró.

No dijo mucho por teléfono, pero cuando volvió a girarse hacia ella, Kelly supo

que se había terminado su tiempo antes de que lo dijera.

—Creo que eso va a ser todo para la entrevista de hoy, señorita Jackson.

Voy a visitar otra zona de la obra con los constructores. Mi conductor la llevará

de vuelta a la oficina.
—Claro. —Kelly metió el cuaderno en el bolso y le dirigió una mirada

larga y severa. Dios, estaba buenísimo. Incluso con ese casco neón brillante en la

cabeza, parecía una bestia. Una bestia sensual e intimidante. Ella se secó la cara
de esa lujuria extasiada cuando él, en el útlimo momento, se dio la vuelta.

—Señorita Jackson, tengo muchas ganas de verla mañana.


Kelly se quedó inmóvil. Era innegable que un coqueteo rezumaba

generosamente de sus palabras, de su tono, de su lenguaje corporal. Pero, antes


de que pudiera asimilar ese cambio abrupto, él se giró con el móvil en la oreja.

Dio zancadas rápidas hacia el extremo izquierdo de la obra flanqueado por dos
hombres corpulentos. Un capataz acompañó a una Kelly aturdida al todoterreno.
Se deslizó en el bonito interior del todoterreno y dejó reposar la cabeza.

Era injusto guardarle rencor por su coqueteo cuando ella lo deseaba a él y a su

cuerpo. Él se estaba comportando exactamente de la forma en que se le conocía:


como un mujeriego. ¿Pero qué hacía ella con sus incesantes fantasías de tener

sus labios sobre sus pechos y sus dedos clavándose en su piel desnuda? Esta
nueva Kelly lasciva no encajaba con ella.

Para ser justos, esa crepitante energía sexual no se había construido en un

día. Había pasado un año desde la última vez que se había acostado con un

hombre, y ese celibato autoimpuesto ahora la arañaba con furia. Nunca había

sido el tipo de persona que tiene sexo solo por un orgasmo, y tenía unas

exigencias muy altas en lo que a hombres se refería. Por eso nadie la había

penetrado en doce meses. Todo estaba empezando a salir a la superficie al estar


cerca de Guy.

A pesar de todo, era increíblemente arriesgado elegir al ligón más famoso

como una posibilidad adecuada para un revolcón entre las sábanas. Era una
locura desearlo. Basándose en todo lo que había podido saber de él hasta el

momento, tenía muchas ganas de verlo más cada día durante un mes. Era
emocionante saber que estaría cerca de él de forma regular. Y, aunque fuera

extraño, ya ni siquiera se trataba de la historia. Estaba entusiasmada por estar


cerca de su carismática presencia, descubriendo fragmentos de él que el mundo

no conocía. A decir verdad, solo quería conocer mejor a Guy Riverton.


Pasó el resto del día en la oficina pensando en Guy y acechándolo por
Internet. Los medios estaban obsesionados con él, y por un buen motivo. Las

fotos de sus fiestas en la piscina, salpicadas por mujeres semidesnudas, parecían

muy divertidas. Kelly se podía imaginar lo mucho que se había divertido Guy
con esas mujeres semidesnudas después de la fiesta.

Guy Riverton podía elegir a cualquier mujer. Era más rico de lo que nadie
pudiera imaginar, y era increíblemente atractivo. No culpaba a ninguna mujer

por babear sobre él. Una sonrisa y una mirada seductora y ella tampoco era

capaz de sacárselo de la cabeza.

Kelly dejó pronto el trabajo y estaba sucia del polvo de la obra. Esa sería

una de las molestias frecuentes durante el próximo mes, o eso esperaba. Le dolía

el cuello cuando por fin entró a la ducha y dejó que el agua caliente le salpicara

en la nuca.
Con los ojos cerrados, apoyó las manos sobre la pared de mármol e inhaló

profundamente con la mente alborotada por todo lo que había salido mal desde

el momento en que conoció a Guy Riverton.


Había esperado que fuera guapo. No había duda de que eso no había sido

una sorpresa. Pero no había esperado que fuera tan real y con los pies en la
tierra, tan encantador y centrado en la mejora de la ciudad. Una imagen suya le

vino a la cabeza, una imagen de él sonriéndole esa misma mañana con un traje a
medida que estaba completamente fuera de lugar bajo el sol y con el casco

amarillo fosforito brillando.


Se le entrecortó la respiración al querer estar atrapada en ese momento. El
sol había convertido sus ojos azules en casi transparentes y su piel morena

brillaba. Podía imaginarse cómo sería en la cama. Primitivo. Salvaje.

Había visto su intensidad al hablar con sus ejecutivos. En un escenario


personal, se convertiría en sexo duro y fuerte; la dominaría con su fuerza. Sus

pechos empezaron a estremecerse y se mordió el labio, girando el cuello bajo el


agua caliente, imaginándose sus manos fuertes cubriéndole los pechos. Abrió los

ojos de repente. El agua le caía por los pechos y por los pezones, y solo podía

pensar en cuánto lo deseaba.

Se imaginó a Guy lamiendo el agua de sus senos, con las manos morenas

sobre sus pechos mientras los apretaba e intentaba sujetarlos con sus manos. Sus

dedos serían un gran contraste sobre su piel pálida, y ella le agarraría el pene y lo

acariciaría hacia delante y hacia atrás con los dedos.


—¡Oh, Dios! —Cerró los ojos con fuerza otra vez cuando sus muslos se

tensaron por la enorme lujuria. Había pasado mucho tiempo desde que había

tenido sexo, y apenas había sentido la necesidad. Nadie era lo suficientemente


excitante o sensual o seductor, y Guy Riverton era esas cosas y más. En apenas

dos reuniones, la había reducido a esa cruel fantasía de sus manos sobre su
cuerpo desnudo apretándole los pechos.

Enderezándose, Kelly se mordió la mejilla por dentro y levantó una mano


hasta su pecho, apretándolo fuerte.

—Mmm. —Se le escapó un gemido de los labios y dejó caer la cabeza


hacia atrás. Deslizó la mano por su vientre plano hasta la zona resbaladiza entre
sus piernas—. Oh, Dios mío. —Se sorprendió cuando su dedo llegó a los fluidos

densos y resbaladizos que le cubrían el sexo. Dejó que dos dedos se deslizaran

complacientemente por la espesura, y metió un dedo dentro de ella.


Imágenes de Guy le recorrieron la mente. Su aspecto cuando estaba

sentado a su lado en el todoterreno, con las piernas musculosas, fuertes y gruesas


separadas, con los hombros anchos y la chaqueta del traje ajustada sobre sus

bíceps.

Le quitó todas las capas de ropa en la mente, la chaqueta, la camisa, los

pantalones y los calzoncillos, hasta que se lo imaginó sentado en la parte trasera

del coche completamente desnudo, con el pene duro y levantado. Gimió cuando

su dedo empezó a ir más adentro, encontrando su punto débil al curvar el dedo,

golpeando su interior rápidamente. Encogió los dedos de los pies en el suelo de


la ducha.

Podría tirárselo en su coche, sentarse encima de su poderoso cuerpo,

ponerle los pezones endurecidos en la boca, cada vez uno. Su lengua encendería
una agonía que haría que los pezones le dolieran por el ardor, y ella le pondría el

miembro en su cuerpo. Cerró los ojos con más fuerza.


Su pene desaparecería dentro de ella y saldría de nuevo hasta su vulva,

resbaladiza. La agarraría y la empujaría hacia abajo, porque no se imaginaba a


un hombre como él sentado ahí y dejando que ella tomara el control. No. La

sujetaría, la embestiría porque no soportaría darle todo el control. No pararía


hasta hacerla gritar muy alto. Le metería la lengua en la boca y la enredaría con
la suya, y le agarraría el culo con las manos para sentarla sobre su pelvis. Con

fuerza.

Ya estaba jadeando y apoyó la mano derecha en la pared mientras la mano


izquierda seguía trabajando con fuerza sobre su entrepierna. Cada centímetro de

ella se enroscaba con fuerza, queriendo derramarse, pero, al mismo tiempo,


queriendo prolongar ese delirante placer. Porque la consumía. Se apoderó de

ella.

Y justo cuando pensó que no podría desear más el cuerpo de Guy, se lo

imaginó ahí, desnudo detrás de ella en la ducha, llevando solo el casco. Se

encogió cuando una imagen mental de él se hundió en ella por detrás, cogiéndola

por sorpresa, tan profundamente que le dolió. Se sintió tan llena que sintió que

iba a explotar.
A juzgar por el tipo de hombre poderoso que era, si hubiera estado ahí la

habría agarrado bien y se habría metido dentro de ella. Ella se mordió los labios

y se movió con más fuerza, metiendo el dedo más adentro con embestidas
rápidas y vibrantes que le hicieron apretar los dientes de deseo. Guy le habría

dado la vuelta y la habría puesto sobre su cintura. La habría empujado contra la


pared de la ducha. Ella le habría arañado el cuello, los hombros, y, en su vívida

fantasía, ella mantenía los ojos clavados en su casco, en el poder ardiente y


desquiciado de sus ojos mientras él la embestía brutalmente. Le haría gritar,

aferrarse a él para mantener el equilibrio mientras él pulverizaba sus entrañas y


su clítoris, y ella jadearía y gemiría su nombre. Él atraparía esos sonidos
lastimeros con los labios, le mordería los suyos y succionando el ardor,

llenándole la boca con la lengua como su pene llenaba su sexo. Su lengua se

sumergiría y disfrutaría igual que lo hacía su miembro, volviéndola loca,


clavándole las uñas en las caderas mientras la sujetaba en alto. Ella le clavaría

los talones en sus caderas, musculosas y tensas, y, cuando él estuviera a punto de


correrse, su cuerpo se tensaría para que ella lo supiera.

Cada músculo de su cuerpo estaría tenso mientras la levantaba y le

presionaba su miembro contrayéndose contra su sexo. Los flujos de semen la

cubrirían de forma sucia, derramándose por su vientre.

A Kelly le ardía el clítoris y arrugó la cara al mismo tiempo que imaginó

el orgasmo de Guy. Una imagen le llenó la mente de su semen blanco, denso y

cremoso derramándose por su estómago, manchándole a él la mano antes de que


lo lavara. Absurdamente, Kelly gritó, jadeando de forma patética al tiempo que

sus piernas amenazaban con ceder, y se corrió. Mientras temblaba, la necesidad

sexual contenida que le había provocado ese hombre la recorrió y se esfumó


cuando volvió a la realidad. El sonido del agua salpicando desde los chorros de

la ducha, el sonido de los pasos del piso de al lado, penetraron sus sentidos
devolviéndola lentamente a la realidad de donde se encontraba. No con un

hombre desnudo con un casco amarillo, sino sola.


Unos largos segundos después, sacó el dedo de su entrepierna y lo lavó. Se

sentía satisfactoriamente débil y saciada, pero revitalizada al mismo tiempo. Ya


no le dolía el cuello y su cuerpo parecía ligero, como si acabara de tener una
larga clase de yoga y meditación. Se sentía ligera y relajada en cada articulación

del cuerpo.

Lamiéndose los labios, se enjabonó el cuerpo, pasando el jabón por su


sexo y casi sonrojándose por que su fantasía incluyera frotar su semen sobre su

entrepierna. La gente no hacía eso en la vida real, ¿no? Era parte de sus
fantasías. Pero, Dios, lo que daría por tenerlo. El miembro de Guy enterrado en

ella, sus lenguas enredadas, su semen derramado por su vientre. Sintiéndose

salvaje, tonta y perversa, salió de la ducha y se dejó caer sobre el sofá del salón.

Poniendo el pelo mojado por encima del respaldo del sofá, miró el móvil

para ver si tenía un mensaje de Guy. Nada. Le habría sorprendido que le enviara

un mensaje. Después de todo, había sido ella la que había insistido en que lo

estaba viendo exclusivamente de un modo profesional.


Kelly se mordió el labio y pensó en llamarlo solo para oír su voz. Quién

sabía, quizá despertaría de nuevo la fantasía sexual de tenerlo. El clítoris le

palpitaba entre las piernas otra vez, pidiendo más. Gimiendo con rechazo, cerró
las piernas.

—Mierda. —No se había masturbado en dos meses, y en un lapso de


quince minutos estaba tentada a hacerlo de nuevo. Y lo único que necesitaba era

pensar en Guy Riverton.


No se podía creer que con treinta años fuera tan inocente que se limitaba a

evocar fantasías sexuales. Y no era cualquier fantasía. ¿Qué le hacía imaginar a


Guy penetrándola con fuerza en la ducha mientras llevaba solo un casco
amarillo?

«Podrías estar en su cama, estirada, dejándole hacer lo que quisiera,

primitivo, fuerte y salvaje...».


Dejó caer el teléfono como si se hubiera quemado y se puso dos cojines

sobre la cara. Estaba en serio peligro de acabar directamente en la cama de un


mujeriego. Un mujeriego que, además, era su encargo en el trabajo. Un

mujeriego a quién pensaba investigar hasta descubrir su secreto más

escandaloso. Y utilizaría eso para conseguir un ascenso.

Su carrera se basaba en hacer su trabajo de forma profesional y diligente.

Aun así, ahí estaba, evocando fantasías subida encima de él en los asientos

traseros de su coche. Era una locura. Era peligroso. Y, a medida que su pulso se

impacientaba entre sus piernas otra vez, supo que tenía un serio conflicto de
intereses entre manos. Su obsesión por Guy Riverton se podría convertir en un

problema.
Capítulo cuatro

Guy

—No ha venido a entrevistarme hoy, y he sentido que faltaba algo.


Damon se rio en bajo.

—¿Te estás acostumbrando a ella?


—Sí. —Guy sonrió mientras miraba a Damon golpear la pelota de golf—.

Ha estado continuamente a mi alrededor durante dos semanas. Reuniones, visitas

a obras, comidas. Es inteligente, Damon. Siempre tiene algo de lo que hablar, y

no es trivial. Le gusta lo que hace, y admiro su ética profesional.

Damon se enderezó.

—¿Sabes lo que necesitas?

Guy se rio entre dientes.


—No quiero saberlo.

—Necesitas darle una palmada en el culo.


Guy negó con la cabeza.
—¿Te sorprende que esperara exactamente esa sugerencia por tu parte,

Damon?
Damon se rio por lo bajo y encogió los hombros.

—Dices que está buena, que es inteligente y que la has echado de menos
hoy.
Guy se rio a carcajadas.
—No he dicho que la haya echado de menos.

—Bueno, técnicamente, como no dejas de hablar de ella…

—Cállate, Damon —gruñó Guy de buen humor y cogió sus palos,


caminando junto a Damon—. ¿Crees que lo no lo he pensado? Pero, como dijo

Kelly con delicadeza cuando nos conocimos e intenté llevármela a la cama, solo
está conmigo por motivos profesionales, conoce mi reputación y no va a caer en

la trampa.

—Vaya. ¿Y eso te quitó las ganas?

—Apenas. La deseaba con ganas ese mismo día, pero me eché atrás. Y

ahora no estoy muy seguro de por qué lo hice. Debería haberlo intentado de

verdad. Está abriéndose paso en mi jornada laboral, y la abstinencia de sexo me

está enfadando y me está convirtiendo en un ogro. Todavía la deseo. Pero más.


—¿Y cuál es el problema? Sabes que se iría a la cama contigo si la

sedujeras.

Guy negó con la cabeza.


—Está escribiendo un reportaje sobre mí. Un reportaje después de un mes

de investigación a fondo a mi lado en el trabajo. Ahora mismo necesito esa


publicidad positiva. Con todos los proyectos que tiene Riverton Corp en marcha,

y la imagen constante de que soy un eterno mujeriego…


Damon se rio.

—Dices «la imagen de que eres un eterno mujeriego» como si no fuera


cierto.
—Da igual. Necesito esa publicidad. Si la seduzco y me la tiro y se

despierta pensando que me he aprovechado de ella, tendré otro reportaje

negativo sobre mis deslices. Es algo que no quiero. Ya he tenido bastantes.


—Pero mira el lado positivo: tendrías su culo.

Guy se rio.
—Lo sé. Lo he estado pensando, sopesando las posibilidades: ¿Kelly o un

reportaje positivo? Y me inclino por matarme.

—Adelante —bromeó Damon.

—No. La única razón por la que en principio acepté que una periodista me

siguiera mientras trabajo es porque quiero mejorar mi reputación, no caerme más

abajo por la alcantarilla. Además… —Hizo una pausa—. Kelly es diferente.

—Claro que es diferente. No te ha dejado que te la tires en dos semanas, y


ha estado pegada a ti todo el tiempo.

Guy se pasó una mano por el pelo y suspiró mientras Damon se colocaba

en posición para dar otro golpe.


—Kelly es muy interesante. Me hace reír. Tiene agallas. Y no es alguien a

quien puedas intimidar y salirte con la tuya. Tiene algo que es ardiente y salvaje,
y es tan tenaz que resulta fascinante. Quiero tirármela. Claro que quiero. Pero

también sé que no es una de esas muñecas que pasaría página sin mirar atrás. Ni
es de esas que vienen a quejarse a mi puerta porque pensaban que me casaría con

ellas y tendrían un futuro con mi polla. Es inteligente, y no sé cómo funcionaría


eso para mí después de acostarnos.
—Ni siquiera entiendo tu fascinación por ella. A lo mejor si la veo…

—No la vas a ver.

Damon levantó una ceja.


—Venga, tío. Nunca te quitaría una chica en la que has puesto los ojos.

Guy se burló.
—Ni siquiera te miraría dos veces. Eso es lo que tiene ella. Es distante,

segura y orgullosa. Me excita tanto su coraje. Tengo miedo de que las dos

semanas que quedan se acaben antes de darme cuenta y que no vuelva a verla

más.

—Pero podrías hacerlo si sales con ella y te la tiras de una vez.

Guy negó con la cabeza, sonriendo.

—Claro. He entendido tus sugerencias. Que me la tire. Que me la tire ya.


Y que me la tire.

Damon se rio.

—No sé. Así funciona mi cerebro. Pero, tío, cuando por fin se quite el
cinturón de castidad y te deje acostarte con ella, asegúrate de usar condón.

Empecé a acostarme con una universitaria hace un par de meses y se quedó


embarazada.

Guy se quedó perplejo.


—¿Y?

—¿Y qué? La estúpida de ella quería tener el bebé. Y yo estaba en plan


«ni de coña. Deshazte de esa cosa». Necesitaba que la convenciera, y le dije que
tenía dos opciones. Podía irse y cuidar del niño ella sola, o yo pagaría la

operación y me sentaría a su lado. Sabía que no se podía permitir mantener al

bebé, así que me senté a su lado mientras lloraba y le hacían la operación. Al


final pagué su aborto y su matrícula universitaria. Porque es tan joven que sentía

que tenía que hacerle las cosas más fáciles. Incentivos. —Guiñó un ojo—. Así
que esquivé una bala ahí. —Se giró de forma casual hacia sus palos—. Y pensar

que creía que la única vez que no tenía un condón encima no sería la vez que

dejaría a una chica embarazada. Nunca más.

Las palabras de Damon resonaron en la mente de Guy. «Le dije que se

deshiciera de esa cosa».

Guy intentó no juzgarlo. Intentó entenderlo. Pero su propio pasado estaba

grabado en sus recuerdos como una herida, y, ahora, todo estaba ahí de nuevo,
abierto. En realidad, nunca se había curado. Guy se había acostumbrado a

reprimir el dolor y la quemazón, y ahora la herida estaba abierta y roja otra vez.

Guy podía imaginar por lo que esa chica había pasado después de
descubrir que estaba embarazada y que no tenía la opción de tener al bebé. Su

bebé. Intimidada y coaccionada por el hombre que sin duda había pensado que
amaba, y después privada de la única cosa que nunca en su vida conseguiría

superar. Sobreviviría al dolor e incluso sería feliz, pero cada vez que algo le
recordara a ese niño que había querido y que no pudo tener, porque la otra parte

implicada había tomado la decisión de deshacerse de él, sentiría el dolor, ese


dolor vacío de impotencia y enfado.
Tiempo atrás, en una situación parecida, Guy tampoco tuvo opción. Por un

momento, despreció a Damon con ganas. Le latió el corazón más rápido

mientras miraba a Damon balanceando su palo de forma despreocupada, Pero


tampoco podía culparlo a él. Todo el mundo es libre de tomar sus propias

decisiones. En el caso de los embarazos no planeados, solía suceder que el que


no quería seguir con el embarazo ganaba la batalla de voluntades.

Decir que quería cantarle las cuarenta un eufemismo. De pronto, Guy se

vio devorado por la necesidad de darle a Damon un puñetazo. Podía estrangular

a Damon. Pero fingió ser indiferente. No quería seguir con ese tema de

conversación. En silencio, Guy se centró en que llegara el final de esa tarde.

Mientras tanto, su mente estaba llena de recuerdos de una mujer a quien

había amado locamente y que lo había traicionado. Guy apretó los dientes con
fuerza y se obligó a dejar de pensar en Ada. No merecía la pena. Lo había

marcado para siempre. Y el dolor de esas heridas todavía salía a la superficie de

vez en cuando.
Le pasaba lo mismo cuando se imaginaba cómo podían haber sido las

cosas, no con Ada, sino con el niño que ella no había querido tener de forma
desalmada sin darle elección a Guy.

Cinco años antes, Guy se había enamorado por primera vez en su vida de
una mujer ocho años mayor que él. Ada Mitchell era divertida y coqueta, y le

había hecho emocionarse con su futuro. Desde el primer momento, las


circunstancias estaban en su contra al terminar con ella. Pero Dios, lo intentó
como un fanático.

Guy pensaba que Ada lo amaba de la misma forma, pero cuando se quedó

embarazada todo cambió. Él esperó que aclarara sus circunstancias y volviera a


él con su hijo, pero en vez de eso se marchó y abortó.

Guy esperó que volviera a él después de que ella le pidiera unas semanas
para aclararse, y, cuando por fin volvió a saber de ella, ya no estaba embarazada.

Guy ansiaba ver a ese niño, cogerlo, criarlo. Su visión de la vida y de las

relaciones cambió al instante, pero el mismo día en que Ada le había dicho que

estaba embarazada, había ido a abortar. Sin ni siquiera decírselo.

Se sinitó engañado, traicionado e incompleto, como si le hubieran

arrancado una parte de él. Nunca lo recuperaría. Había despotricado y

blasfemado, pero eso no cambió las cosas a mejor. Ya era demasiado tarde. Así
que se regodeó en su dolor… y cambió.

Ahora evitaba cualquier futura posibilidad de que sucediera algo similar,

de que lo traicionaran y le rompieran el corazón, acostándose con chicas de


veintitantos que solo eran interesantes cuando estaban desnudas en la cama. Y él

se aseguraba de que la relación no durara más de una semana. Ahora, el sexo


para él era un negocio. Las relaciones y los sentimientos ya no eran parte de la

ecuación.
Miró a Damon con los ojos entrecerrados, y Guy sabía que estaba

proyectando su rabia en su amigo. Pero no le importó en absoluto. Iba a


mantenerse alejado de Damon por un tiempo. Odiaba a cualquier cosa o persona
que le recordara a la traición de Ada.


Capítulo cinco

Kelly

El jefe de Kelly estaba impacientándose, y Kelly también.


El ascensor subía lentamente hacia el piso diecisiete de la Torre Riverton,

donde Guy tenía la sede de la empresa. Se había acostumbrado a subir todos los
días en ese espacioso ascensor para llegar a las oficinas de Guy y unirse a él en

lo que estuviera haciendo. A veces ya estaba trabajando cuando ella llegaba. Él

asentía mientras ella se sentaba en su oficina o en su sala de reuniones y tomaba

notas en silencio.

Cuando Guy estaba en el trabajo, era una fuerza a tener en cuenta.

Siempre resultaba emocionante ver el innegable poder y la amenaza que

emanaba en ráfagas que se apoderaban de los ocupantes de la sala.


Ella suspiró cuando el ascensor se detuvo en el décimo piso. Era una

mañana ajetreada, y había llegado al edificio en hora punta. A ese ritmo, estaría
en el ascensor durante unos cuantos minutos. Se puso en la zona trasera del
ascensor y recordó el intenso orgasmo que había tenido en la ducha gracias a

Guy. Pero él ni siquiera sabía lo que había hecho por ella.


¿Y si lo supiera? ¿Qué pensaría? ¿Se excitaría al saber que se había

frotado el clítoris y se había penetrado la vagina con un dedo para darse placer,
pensando en gritar su nombre mientras se lo hacía desde detrás?
El casco, su cuerpo desnudo y brillante bajo el agua, era una imagen
todavía vívida en su mente. Ya ni siquiera parecía una fantasía. Era real, estaba

clavado en su mente, y solo de pensar en ello se excitaba otra vez.

Cuando al fin consiguiera estar con él en la ducha, no en una fantasía sino


en la realidad, cambiaría las cosas un poco. Lamería el agua que se derramaría

por sus pectorales, por su ombligo, por la cabeza de su miembro, y se arrodillaría


en el suelo de mármol mojado. Guy le apartaría el pelo de la cara y le sujetaría la

cara para embestirle la boca. Después él la levantaría, le daría la vuelta y le

metería el miembro en su sexo, llenándola y haciendo que se expandiera.

De pronto hacía demasiado calor en el ascensor, y Kelly se aclaró la

garganta y agitó la cabeza para aclararse. Era ridículo. «¿Cuándo estuviera con él

en la ducha de verdad?» Ya estaba planeando en hacer realidad esa estúpida

fantasía, y no estaba segura de si era muy inteligente. No era el tipo de persona


que se daría un revolcón salvaje entre las sábanas solo por un buen polvo.

«Pero es el momento perfecto. Nunca te has cruzado con un hombre como

Guy Riverton, ¿no? Él te deseaba, lo dejó claro cuando lo conociste. Ve por él,
dile que lo deseas. A lo mejor consigues ese polvo salvaje en los asientos

traseros de su todoterreno con el que habías fantaseado».


Ese sí que era un pensamiento tentador.

Piso cuarenta y cinco. Kelly se impacientaba, no por bajar del ascensor


sino por quedarse ahí evocando más fantasías libertinas sobre Guy. Ese hombre

no tenía ni idea de que solo unas horas antes había estado gimiendo su nombre
en alto e imaginándoselo tocándola, lamiéndole los pechos y haciéndoselo con
fuerza y aspereza en la ducha.

Sus mejillas se enrojecieron y se acaloraron; no quería que el trayecto en

el ascensor se terminara. Ese momento se había convertido en los minutos más


eróticos sexualmente de su vida, y ni siquiera estaba con el hombre, solo de

camino hacia él con intención de hacer su trabajo. Su único propósito era


encontrar una polémica que pudiera utilizar para conseguir su ascenso y su

sobresueldo. Quería una historia, y sin duda Guy tenía una historia; solo que ella

no encontraba el momento para reflexionar sobre ello porque sus recursos

mentales estaban ocupados en desearlo.

Piso diecisiete. «Por fin», susurró entre dientes cuando el ascensor hizo un

sonido metálico. Al salir mantuvo una respiración calmada y profunda. El aire

fresco no cambió las cosas. Estaba tan excitada que le temblaban las rodillas. Al
pasar por una salida de aire acondicionado, se detuvo debajo durante unos

segundos. Si quería seguir estando cerca de Guy tenía que controlarse. Con las

piernas como gelatina, se dirigió hacia la oficina del hombre que la estaba
volviendo loca con un deseo insaciable.

—Hola —murmuró en bajo una voz conocida.


Ella dio un grito ahogado cuando la conocida esencia de Guy se apoderó

de ella. Él deslizó el brazo por su cintura y la sujetó brevemente, de una manera


profesional, formal y fraternal. En absoluto sexual. Pero, aun así, se quedó

helada. La calma que apenas había conseguido tener se disipó al instante, y en su


lugar sintió un deseo ardiente y acelerado que era aún más fuerte que el que
había sentido en el ascensor.

—Hola. Buenas —consiguió responder.

Él sonrió con el ceño fruncido ante su tartamudeo.


—¿Estás bien?

Kelly forzó una sonrisa, demasiado amplia, y asintió.


—Totalmente. Estoy perfecta. —Pero su voz sonó como un susurro

jadeante que hizo que Guy entrecerrara los ojos.

—Pareces un poco… —Presionó la mano sobre el lateral de su cuello, y

Kelly estuvo a punto de gemir en alto. Sus dedos estaban fríos sobre su piel—.

No tienes fiebre.

—Estoy bien. Estaba... —Tragó, haciendo tiempo para pensar, señalando

de manera absurda hacia las puertas del ascensor—. He estado varios minutos en
el ascensor. He sentido claustrofobia.

—Oh. Puedes utilizar mi ascensor privado la próxima vez. Se lo diré a los

chicos de seguridad y te darán un pase.


Kelly asintió intentando parecer agradecida.

—Vaya, es muy considerado por tu parte. Gracias.


—No hay de qué. Tengo una reunión del consejo superaburrida hoy.

Normalmente mantenemos los actos de reuniones del consejo limitados a


miembros del consejo, pero, por suerte para ti, no vamos a hablar de ningún

secreto ni de ningún escándalo hoy. —Él se rio mientras ella se tensaba y


esperaba que él no pudiera ver lo mentirosa que era—. Así que puedes participar.
Le encantaría oír sucios secretos de negocios para informar a su jefe.

—¡Genial! —se obligó a decir.

Él caminó junto a ella, haciéndole un resumen de los miembros y


mencionando de forma casual que uno de ellos creaba problemas y conflictos

continuamente.
—Pero no vas a ver nada de eso porque está de vacaciones en las

Bahamas.

«Menuda suerte».

—Me alegro de que me dejes asistir.

—Claro, no hay problema. —Sostuvo la puerta abierta para ella, y Kelly

tuvo que deslizarse entre las puertas, demasiado cerradas para el cuerpo

musculoso de Guy, ahogándose en su sonrisa y deseando su boca cincelada,


queriendo morderle el labio inferior y tirar de él hasta que siseara en señal de

protesta.

La reunión del consejo fue larga y aburrida y en un lenguaje


completamente diferente, con complicados asuntos legales, presupuestos y

asignaciones, pero ella tomó notas de las cosas que entendió sobre la empresa y
sus políticas y sobre cómo interactuaba Guy con los miembros. Él se sentó en su

enorme mesa de reuniones, que casi engullía con su tamaño. Aunque estaba
ocupado, cada pocos segundos dirigía sus ojos hacia ella.

Kelly no sabía si lo hacía de manera intencionada o si simplemente era un


hombre al que le gustaba mantener contacto visual con todos los que se sentaban
alrededor de la mesa. Aun así, cada vez de sus ojos azules brillantes se posaban

sobre ella, ella se tensaba con un deseo ardiente y volvía a saborear la

desesperación cuando apartaba la mirada.


Con tiempo disponible y sin ninguna competencia para tomar notas

racionales en ese estado físico, descansó la barbilla sobre la mano y dedicó su


tiempo a mirarlo con interés abiertamente, sin inhibiciones. Él no podía saber lo

que pasaba. Ninguno de esos severos hombres y mujeres que estaban alrededor

de la mesa se darían cuenta siquiera de que estaba ahí.

Más contenta con su decisión de dejar el trabajo para complacer su deseo,

le quitó mentalmente el traje gris oscuro a Guy y le desabrochó un botón de la

camisa. Imaginándose aflojándole la corbata y quitándosela, se tomó su tiempo

para desabrochar cada botón, deslizando los dedos por la piel que descubría
hasta que los dedos llegaron a su ombligo y se deslizaron por su escaso vello.

El pelo la conduciría a la cintura de sus pantalones, y, en vez de

quitárselos, se imaginó metiendo una mano ahí abajo, cogiéndole el miembro y


acariciando el calor ardiente. Su respiración empezó a ser más superficial.

¿Qué haría Guy cuando le frotara el pene? ¿La besaría? ¿Le quitaría la
ropa, las bragas y le metería el miembro el su cuerpo? ¿Tendría prisa por tenerla?

¿Sería suave y cuidadoso? ¿La tomaría con fuerza y pasión? Era fanática con su
deseo. El simple pensamiento de tener ese cuerpo alto y musculoso sobre ella,

embistiéndola para conseguir placer con su cuerpo, la llevó a una insensata


inconsciencia de satisfacción.
Guy se acarició el centro de la frente con dos dedos, y la mente de Kelly

consiguió convertir eso en algo sucio. El espacio entre sus piernas se sentía

demasiado vacío. Sus dedos fuertes serían perfectos dentro de ella. Podría
agarrarle la muñeca y mover su mano al ritmo que ella quisiera para correrse otra

vez. Su mano y sus dedos serían el accesorio perfecto que usar para su propio
placer.

¿Cómo se sentiría Guy viéndola moverse en su cama mientras se daba

placer, utilizando sus dedos sin pudor para conseguir lo que necesitaba? ¿Lo

disfrutaría? ¿O preferiría que su miembro hiciera el trabajo?

«No importa, siempre que te haga llegar al orgasmo».

Guy volvió a clavar sus ojos en los de ella. Kelly se imaginó

manteniéndole la mirada mientras se llevaba su miembro a la garganta,


aplastando su lengua contra él, haciéndolo resbaladizo y húmedo hasta que sus

mejillas se vaciaran y él gritara de placer.

«¡Basta!».
Guy se giró para mirar la pantalla, y Kelly estaba tan excitada que se dio

cuenta de que estaba agarrando la mesa. Tenía los nudillos blancos. Se imaginó
agarrándole las caderas y llevándolo más adentro. Clavándole las uñas…

Presionando sus labios contra él… y se detuvo al instante.


Nunca en su vida había tenido unas fantasías tan locas y lascivas sobre el

cuerpo de un hombre. ¿Por qué Guy? Guy era un mujeriego. Estaba claro que no
era su tipo porque, dolorosamente, no tenía lo adecuado para ser buen novio. No
había posibilidad de exclusividad. No había potencial de tener una relación

estable, un futuro o un compromiso. Era todo lo frívolo y mujeriego que se podía

ser.
«No importa. Haz algo. Tienes que hacerte con él».

No quería mezclar negocios con placer. Guy no tenía ni idea de sus


intenciones con su cuerpo, y tenía que asegurarse de que no lo supiera.

Dio con la solución perfecta. Lo único que tenía que hacer era frenar su

deseo hasta que encontrara un sitio donde masturbarse otra vez. Se iba a

convertir en una adicta a la masturbación al paso que iban las cosas, pero se

arriesgaría. Era lo más seguro. Cualquier cosa era mejor que terminar con el

miembro de Guy dentro de su cuerpo.

Eso sería un desastre y no compensaría.


Estaba ahí por una historia, y no por cualquier historia. Estaba ahí para

descubrir sus secretos y así poder contárselos al mundo. Una situación poco

conveniente para empezar una relación.


—Quiero una historia, nada más —se murmuró a sí misma. Guy arrastró

los ojos hacia ella y los entrecerró. Kelly se puso rígida. Seguramente había oído
un murmullo, un sonido que le había distraído. Suspiró con alivio cuando él

siguió adelante con la reunión.


«Él no es más que una historia. Es un sobresueldo. Es un ascenso».

Había estado con él durante dos semanas y todavía no había nada


mínimamente jugoso entre manos. Tenía que mejorar mucho su jugada o se
quedaría sin tiempo. Dos semanas pasarían sin darse cuenta, y no tendría nada.

Kelly estaba agitada por la lujuria que sentía por él y por la determinación

de encontrar una historia cuando terminara la reunión. Se alegraba de haberse


distraído, apartando la posibilidad de clavarle la mirada ociosamente y pensar en

chuparle el miembro.
—¿Jodidamente aburrido?

Ella sonrió ante la expresión de disculpa de Guy.

—No del todo. Ha sido divertido. —Se retorció en la silla. Estaba

increíblemente húmeda entre las piernas. Si Guy supiera de lo que era capaz de

hacerle a su cuerpo simplemente por estar ahí, ella se derretiría de la vergüenza.

—¿Te apetece ir a comer algo y charlar?

Kelly sonrió radiante y se levantó.


—Perfecto.

Él le presionó la espalda mientras la dirigía fuera de la sala de reuniones, y

Kelly se obligó a dejar de ser tan pervertida por sus toques, sus palabras y sus
miradas. Era su oportunidad de sonsacarle lo que necesitaba de él. Estaban fuera

del ámbito laboral. Se concentraría en descubrir más cosas sobre él y, si tenía


suerte, él diría algo que le arreglaría la vida para siempre. Por el momento, podía

decir que Riverton Corp no tenía secretos que Kelly pudiera utilizar para su
reportaje. La empresa estaba limpia como una patena: actuaciones respetuosas

con el medio ambiente, normativas de seguridad más estrictas que las de su


competencia y una ética profesional que, sin duda, era la raíz del éxito de la
empresa.

Si quería encontrar algo sucio, sería en su vida privada. En su

comportamiento mujeriego y en sus relaciones. A partir de ahora tenía que


centrarse en eso, en conocerlo mejor, en hacer una buena amistad hasta que

confiara en ella lo suficiente como para revelarle sus miedos más oscuros y
profundos y sus secretos.


Capítulo seis

Guy

Kelly dio un refinado sorbo a su copa de vino.


—No me puedo creer que esto sea todo lo que te importa.

—¿Qué quieres decir?


Miró a Guy a los ojos.

—Tu trabajo es tu máxima prioridad. Y las relaciones para ti están

limitadas a… placeres carnales… podríamos decir, a falta de una expresión

mejor. —Ella se rio entre dientes y se sonrojó.

Él sonrió.

—Sin duda. ¿Qué tiene de malo ser adicto al trabajo y ponerlo por encima

de todo lo demás?
Ella se inclinó hacia delante con los codos sobre la mesa y los ojos

brillantes.
—No me puedo creer que nunca hayas estado enamorado.
La sonrisa de Guy no vaciló, pero ya no era real. Se puso en guardia como

si tuviera un escudo impenetrable.


Kelly era periodista. A pesar de lo guapa, interesante y atractiva que era,

seguía siendo periodista y tenía el poder de hacer de ese reportaje lo que ella
quisiera. Él ya había hablado demasiado, revelado demasiado, y él no era así. En
absoluto.

Era cínico y precavido. No le hablaba a nadie sobre su vida privada ni

sobre sus intereses. Debido a su naturaleza desconfiada y cautelosa tenía muy

pocos amigos que lo conocían de verdad. Y muy pocas personas estaban al tanto
sobre el fiasco que había acabado con su último halo de confianza, y, con ello,

con cualquier posibilidad de amor recíproco.


Él se rio entre dientes y negó con la cabeza.

—Tendrás que creértelo —dijo lentamente mientras todo volvía a su lugar.

Ella estaba actuando de forma demasiado despreocupada esa tarde. No

había barreras en la forma en la que le hablaba. Era abierta, seductora y tenía

muchas preguntas que no estaban relacionadas con su empresa. Durante la

última hora habían estado hablando de su vida, de sus aficiones, de su familia y

de sus fiestas. Todo a nivel personal. Rechinó los dientes. Sabía perfectamente lo
que estaba haciendo Kelly. Estaba sonsacándole detalles de su vida hasta

encontrar un asqueroso gusano. Ese era su plan, sacar todo lo bueno y todo lo

malo. Esa periodista estaba intentando conseguir algo jugoso de él para su


historia haciéndole bajar la guardia. Inhaló con intensidad al poner todo en

perspectiva.
—¿Te gusta tu trabajo, Kelly?

Ella se rio entre dientes, sorprendida.


—¿Ahora entrevistas al periodista, señor Magnate?

—Sin duda. —Se inclinó hacia delante a medida que la sospecha crecía en
él como una mala hierba. Esa mala hierba le haría ser sensato en todas las futuras
reuniones con esta periodista fascinante de piel sedosa.

—Lo disfruto. Siempre he querido escribir, soy curiosa por naturaleza.

—¿Tienes hermanos?
—Mmm. Sí, un hermano. Vive en Manhattan con su prometida.

—Mmm. ¿Y tus padres?


—Mis padres viven en Delaware. —Kelly sonreía mientras contestaba sus

preguntas rápidas.

—¿Alguna vez has estado enamorada, Kelly?

Una nube ensombreció sus bonitos ojos castaños, y él se sorprendió.

—Una o dos veces creí estar enamorada.

La mala hierba de sospecha en Guy empezó a marchitarse y tuvo una

muerte rápida. Estaba claro que Kelly tampoco se sentía cómoda hablando de su
vida privada. Se parecía mucho a él. Estaba alerta. Se preguntó si ella también

habría sufrido en las manos de personas a las que amaba. ¿La habría abandonado

un novio? ¿Le habían hecho tanto dado que había aprendido una dura lección de
vida? A lo mejor Kelly tenía una historia de dolor y traición parecida a la suya.

Guy tragó saliva y quiso continuar, descubrir más sobre ella. Ahora
simplemente tenía curiosidad y no tenía interés no le preocupaba cambiar las

tornas.
—¿No funcionó? —preguntó con un tono empático.

Ella sonrió tímidamente.


—¿Por qué estamos hablando de mí?
—Porque quiero conocerte mejor. No tiene nada de malo, ¿no?

Ella suspiró.

—He tenido relaciones. Pero nunca acaban siendo lo que espero de ellas.
Así que he decidido que no tiene sentido tomarme la molestia de nuevo.

Además, no necesito a un hombre a mi lado.


Genial. No confiaba en los hombres. Él no confiaba en las mujeres. Había

recurrido a acostarse de forma aleatoria con muñecas jóvenes y guapas. ¿Qué

había hecho ella? ¿Cuándo había sido la última vez que se había acostado con

alguien? ¿Cómo era su vida sexual si no quería estar en una relación? ¿Tenía

rollos de una noche a menudo para saciar ese cuerpo lascivo? Una persona tan

sexual no podría sobrevivir sin sexo.

Guy se inclinó hacia delante en la mesa con el corazón acelerado. La


presión le palpitaba en los oídos cuando le invadieron pensamientos de tener

sexo. En las últimas dos semanas se había obligado a no ir por ese camino, pero

era difícil cuando ella estaba ahí sentada revelando que quizá prefería tener
encuentros sexuales de manera casual como él. Quería saberlo.

Sin pensar y cambiando a su forma de ser normal y directa que estaba


reservada para mujeres con las que quería acostarse y que querían acostarse con

él, inhaló con fuerza. Quería poner a prueba sus límites, saber cuánto estaría
dispuesta a revelar, y esa expectación empezó a provocarle una erección.

—¿Kelly?
—Mmm. —Sonrió con dulzura y lo miró a los ojos.
—¿Cuándo ha sido la última vez que has echado un buen polvo?

Su sonrisa titubeó y sus mejillas ardían visiblemente. No apartó la mirada

de sus ojos, y eso le alegraba. Él le mantuvo la mirada, y ella parecía indefensa y


atrapada bajo sus ojos. Quizá estaba sorprendida por su sinceridad y curiosidad

sobre su vida sexual. Pero, en contra de su suposición inicial, estaba claro que no
se había ofendido. Su respiración rápida e intensa la delataba.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Un buen polvo es cuando se te encogen los dedos de los pies y tu

cuerpo irradia placer, cuando te sientes tan activa y salvaje con un cuerpo

desnudo que pierdes el sentido del tiempo y de la existencia, y lo único que

importa es llegar al orgasmo.

Kelly se quedó paralizada, y la respiración de Guy empezaba a ser


visiblemente irregular. No se molestó en ocultarlo. Ella le excitaba. Mucho.

Quería que supiera de lo que ella era capaz.

—Entonces, Kelly, ¿cuándo fue la útlima vez que tuviste sexo del bueno,
del que te encoge los dedos de los pies?

Se tomó su tiempo para contestar.


—Probablemente nunca.

Él respiró hondo y rechinó los dientes, desesperado por ser el que le diera
ese buen polvo que le hiciera encoger los dedos. Un polvo profundo. Un polvo

duro y salvaje. Uno que la hiciera temblar debajo de él mientras enterraba su


miembro dentro de ella.
—Vale, vamos a ponerlo fácil. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo

normal y aburrido?

Ella se sonrojó y apartó la mirada.


—Guy, yo…

—No lo retrases. ¿Cuándo? Quiero saber cuándo fue la última vez que
estuviste desnuda con un hombre.

Kelly tragó mientras él seguía atrapado en el momento.

—Ha pasado un tiempo. Un… año, o más.

—Por Dios, Kelly. —Se le escapó un gruñido de sorpresa entre los dientes

apretados y la miró de arriba abajo—. ¿Cómo puedes estar así, ser como eres, y

que no te lo hagan de forma regular?

Ella levantó la barbilla, pero sus mejillas estaban ardiendo y tenía los ojos
ligeramente entrecerrados.

—Pido mucho. No me acuesto con cualquiera, a diferencia de otros que

conozco.
A él le habría parecido divertido si no fuera porque estaba superado por

otra sensación que estaba sofocando su aliento con su necesidad. Lujuria.


Podía sentir que a ella le estaba afectando esa conversación tanto como a

él. Y Dios, la tenía dura, el pene le palpitaba atrapado en los pantalones. Nunca
había tenido tantas ganas de acostarse con alguien tan intensa y salvajemente

como quería acostarse con Kelly. Quería arrancarle la ropa y devorarle el cuerpo
hasta que gritara su nombre de forma casi inconsciente.
Kelly miró al camarero cuando se acercó para preguntar si querían algo

más, y ella sonrió educadamente al tiempo que se ponía un mechón de pelo

detrás de la oreja. Pero él veía que le temblaba la mano ligeramente. Quería


meterle la mano por las bragas para ver lo mojada que estaba, y quería frotar su

miembro en esa humedad hasta que tuviera un orgasmo que le hiciera temblar.
Pero se quedó quieto, no dijo nada y no hizo ningún movimiento.

Porque estaba atrapado en esas circunstancias. El reportaje. La posibilidad

de que ella se diera la vuelta y lo apuñalara por la espalda con un reportaje

negativo porque se había acostado con ella. No confiaba en ella. No confiaba en

ninguna mujer guapa que le hiciera reír. Porque la última vez que había estado

con una mujer que parecía tan única y sensacional y la pieza que le faltaba en la

cama, se había dado la vuelta y le había rebanado en dos traicionándolo.


Kelly empezaba a ser increíblemente peligrosa y él tenía que mantener sus

manos lejos de ella pasara lo que pasara.


Capítulo siete

Kelly

Kelly se deslizó en la parte trasera de la limusina, sonriendo bruscamente


al chófer de Guy, a quien había llegado a conocer bien en las dos últimas

semanas. Guy se sentó a su lado y en poco tiempo la limusina salió del


aparcamiento. La mampara divisoria estaba cerrada entre ellos y el chófer, y el

interior aislado de la limusina hizo que Kelly fuera aún más consciente de lo que

acababa de pasar en el restaurante. Guy apretó un botón del panel que estaba a su

lado y habló, haciendo que se sobresaltara.

—Por favor, Josh, a la Torre Riverton.

Kelly encontró la escapatoria que estaba buscando.

—En realidad tengo que volver al trabajo.


—Guy la miró con calma, como si supiera exactamente lo que iba a hacer.

Claro que lo sabía. Después de todo, era un hombre increíblemente inteligente.


—Pero estar conmigo es tu trabajo, ¿no?
No se quedó sorprendida ante esa mirada segura y astuta.

—Tengo que trabajar en otro artículo que estoy escribiendo sobre el acto
benéfico del viernes pasado.

—¿Qué acto benéfico?


Ella agitó la cabeza y se rio.
—No estás al tanto de todo lo que pasa en esta ciudad. Yo sí, soy
periodista —dijo ella con agitación.

Ella lo miró confundida cuando él apartó el dedo del panel de botones sin

darle nuevas direcciones al chófer. Él se sentó y la miró de forma siniestra, como


si tuviera que compartir algo que a ella no le iba a gustar.

—Tengo dos preguntas más que quiero hacerte antes de que vuelvas al
trabajo.

Kelly negó con la cabeza y se rio entre dientes.

—De ninguna manera, se acabaron tus preguntas. No cabe duda de que

hemos perdido el sentido de lo que es apropiado.

—Que le jodan a lo apropiado —dijo de una forma tan suave que ni

siquiera sonó como una blasfemia. O quizá era el triste estado de su cuerpo, que

temblaba después de lo que acababa de pasar.


—Vale. ¿Qué? —soltó ella, olvidando quién era él y que su carrera

dependía de su colaboración. Solo quería alejarse de él, coger aliento y ser capaz

de poner las cosas en su sitio otra vez.


Él respiró hondo.

—Pregunta uno: ¿estás mojada para mí ahora mismo?


Kelly se quedó inmóvil y lo miró para encontrarse con su mirada

determinada. Y por fin lo vio. Su expresión, la rigidez. Estaba claro que estaba
excitado. La deseaba. Y acababa de decidir que iba a tenerla.

—Sé sincera —dijo para convencerla.


Estaba embelesada, apenas les separaban unos centímetros y estaban solos
en la limusina con los cristales tintados. Básicamente, estaban aislados de la

ajetreada hora punta para comer que había fuera de la limusina, de los coches

que pasaban rápidamente, del chófer de Guy, que estaba sentado a unos metros
de ellos.

Recordó la fantasía que había tenido la noche anterior y que la había


llevado a masturbarse en la ducha. Sexo en la parte trasera de su todoterreno, en

el asiento trasero mientras ella lo montaba.

La única diferencia era que estaban en una limusina. Sencillamente, había

más espacio y era más oportuno. Básicamente, tenían una pequeña habitación

para ellos dos, para tener sexo hasta quedarse sin aliento.

Kelly se humedeció los labios y tragó, con la respuesta honesta y

desvergonzada a punto de estallar. Los rasgos duros de su cara, su nariz


prominente, sus labios cincelados entreabiertos, su pelo abundante y claro y sus

ojos azules: nunca había visto a alguien tan guapo y nunca en su vida había

deseado a un hombre con tanta intensidad.


—Sí. Estoy mojada para ti.

Él inhaló con fuerza y levantó una mano, deslizando la yema del dedo por
su mejilla para retirarle el pelo. Ella agachó la mirada cuando él le cogió la mano

con su mano libre y la puso entre sus piernas. Kelly cerró los ojos brevemente, y
su respiración sonaba cada vez más afligida mientras él frotaba su mano

descaradamente sobre el miembro duro que estaba atrapado a un lado en sus


pantalones.
—Segunda pregunta... ¿Quieres utilizar bien esa humedad y meter mi

polla dentro de ti?

Kelly gimió y se mordió el labio, y, antes de que pudiera responder, él


movió la cabeza hacia delante. Sumergió sus labios en los de ella. No había

oposición en su boca. Ella jadeó, inhaló con intensidad y se olvidó de todo. El


mundo a su alrededor no significaba nada. Se olvidó de quién era y de para qué

estaba ahí, y sus labios se movieron en sincronización con los de él.

Él le separó los labios, le chupó un labio y después el otro con caricias y

mordiscos. Ella intentó ajustarse a esa pasión con la mano alrededor de su

miembro, tragándose su aliento.

Él le pasó la mano que tenía libre por el pelo, la agarró por la nuca y le

inclinó el cuello con fuerza. Acercándola, sus labios se unieron y se movieron


con hambre, con fluidez, y entonces él deslizó la lengua por su labio superior.

Kelly gimió en su boca y le ofreció la lengua, que se deslizó por la de él.

Sus lenguas se enredaron con pasión y él abrió más la boca e inclinó la cabeza.
Intensificó el beso al empujarla sobre el asiento y ponerse sobre ella. Kelly le

apretó el miembro de forma apresurada, y él puso las manos sobre sus pechos,
apretando uno de ellos con firmeza por encima de la camisa.

Apretó esa carne voluptuosa e interrumpió el beso.


—He querido apretar estas tetas desde el momento en que entraste a la

obra con esa camisa recatada y esa falda de tubo obscena que te abrazaba el
trasero.
Kelly no tenía fuerzas para responder. Obviamente, él tampoco esperaba

una respuesta. Su mano era severa sobre sus pechos. Los turnaba, y, cuando el

beso se volvió tórrido, le liberó el pecho del sujetador y lo sacó por encima de la
copa de encaje. Kelly gimió impetuosamente sobre sus labios y terminó

interrumpiendo el beso.
Pero Guy solo lo permitió por un momento. Arrastró los dientes por sus

labios antes de cubrirlos de nuevo en un beso violento e incontenible. Era

exactamente como ella lo había imaginado. Cada movimiento era severo y

posesivo, controlador. Sus fantasías se habían hecho realidad.

Apretó los dedos sobre su nuca y sobre su pecho. El otro pecho estaba por

fuera de su camisa. Kelly llevó la mano más abajo entre sus piernas,

acariciándole los testículos por encima de la tela del pantalón.


—Sí, haz eso —le animó él sin aliento sobre sus labios, dándole espacio

para jugar con sus testículos.

Ella no podía percibir su forma a través de la tela de los pantalones, pero


saber que le estaba agarrando los testículos era suficiente. Estaba superada por

sensaciones que se le tensaban la entrepierna de placer. Los besos invasores, las


manos sobre sus pechos, apretándolos, pesándolos y acariciándolos sin

compasión. Ella trasladó su desesperación agarrándole el miembro y los


testículos.

De fondo sonaba Debussy, silenciado por sus intensos jadeos. Cuando él


arrastró los labios por su barbilla y por su cuello, Kelly dejó caer la cabeza hacia
atrás contra el asiento.

—Eres lo más bonito que he visto jamás, Kelly… Caray. —Dio un

golpecito con la nariz en su seno. Kelly bajó la mirada, jadeando, y deslizó el


dedo de su miembro mientras él le agarraba el pezón con los labios. Guy levantó

un pecho y arrastró la lengua por el pico, haciendo que se endureciera como un


pequeño botón al instante. Su saliva en su piel recibió un soplo de aire fresco, y

ella gimió cuando separó los labios para meterse un pezón en la boca.

Kelly gimió en bajo. Arrastró los labios y chupó, tirando de su pezón con

una presión intensa, antes de que se le escapara con humedad de los labios.

—No pares. —Le agarró por los hombros, manteniéndolo a distancia y

acercándolo al mismo tiempo. Estaba repleta de necesidad por mantenerlo

aferrado a ella. Quería poder alejarse, pero estaba indefensa en ese remolino de
emociones y sentimientos que la tenía agarrada con sus tentáculos. Su boca sabía

deliciosa, sus manos en la nuca la sujetaban con tanta intensidad que era

imposible reunir las fuerzas para combatirlas.


—He querido follarte desde que puse los ojos en ti.

Eso le recordó a Kelly quién era y lo que era y que ella era para él. No era
nada más que un juego para él. ¿Pero le importaba?

La devolvió a la realidad lo suficiente como para hacer que se apartara de


él. Curvando la columna hacia delante, intentó ocultar sus pechos. Fracasó

estrepitosamente. Él la agarró por la cintura y la acercó a su lado.


—No. —Kelly negó con la cabeza—. No deberíamos. —Pero él hacía
oídos sordos a sus palabras y a su significado. Intencionadamente, bajó la cabeza

hasta su pezón otra vez. Ella le agarró los hombros como si fuera una mujer

ahogándose, reuniendo las fuerzas de algún loco instinto de supervivencia—.


Mírame. No deberíamos. ¿Verdad, Guy? Sabes que tengo razón. No deberíamos.

—En pánico, se rio en bajo sin alegría.


Sus ojos se posaron perezosamente en los de ella y se aclararon como si

estuviera volviendo en sí.

—Tienes razón. Sin duda, no deberíamos. —Tragó y respiró hondo

mientras su pulgar y su índice le pellizcaban el pezón, negando completamente

lo que había dicho—. Pero eso no quiere decir que no podamos. O que no

queramos.

Kelly estaba presa mucho antes de que él siguiera explicándose. No tenía


la voluntad la combatirlo y su fantasía le resultaba molesta, perfectamente viva

en su cabeza. La fantasía de montarse sobre su miembro en la parte trasera de su

coche, poniéndole los pechos entre sus labios mientras lo hacía…


—Quiero decir… —continuó Guy, desabrochándose el cinturón y la

bragueta— …tengo una buena erección perfectamente útil aquí mismo


esperándote, y tú ya estás mojada y resbaladiza para m…

Kelly gimió y le tapó la boca con la suya, interrumpiéndole a media frase.


Cuando él movió las manos sobre ella esta vez, eran menos impacientes. Como

si la seguridad de que ella no se iba a ir hubiera alejado el pánico de sus caricias


y lo hubiera reemplazado por la avidez de tocar cada centímetro de su cuerpo
antes de que cambiara de opinión.

Ella se enroscó sobre él y se sentó sobre sus muslos. Se le cortó la

respiración cuando él le agarró las caderas. Se le subió la falda hasta la cintura


mientras le metía la lengua en la boca para que él sacara la suya. Kelly se echó

hacia delante y encontró lo que había estado buscando. Su pene duro y dilatado
aplastado contra su zona inflamada y sensible, solo separados por las capas de

ropa que no lograban ocultar el calor que él exudaba.

Sus gruñidos eran música para los oídos de Kelly mientras ella enroscaba

las caderas sobre él y él abría las manos sobre sus caderas desnudas. Apartando

la falda del vestido, pasó los dedos por el encaje que le cubría las caderas. Ella se

sacudió cuando él tiro de las bragas para que se le metieran por la entrepierna.

—Tu culo es perfecto.


Cada comentario ardiente sobre su cuerpo la hacía curvarse más aún por el

fervor. Las palabras resonaban en sus oídos mucho después de que las hubiera

dicho. Su siseo quedó amortiguado en sus labios, y ella deseaba que dijera más.
Quería tragarse ese sonido ronco y lascivo. Ya no tenía dudas de lo que él quería

hacerle. Él habló con sus manos y no dejó nada para la imaginación mientras se
arrastraban con admiración sobre la voluptuosidad de sus caderas, agarrándola.

Su boca era hambrienta y feroz sobre la de ella. Estaba claro que no se contenía.
Le cogió el labio inferior con los dientes y tiró.

Kelly gimió, apretándole los amplios hombros y frotando su sexo sobre él.
—Te quiero ahora...
Ella también lo deseaba. Mucho. Mientras hablaba, la empujó sobre el

sillón. Antes de que se diera cuenta, él había enganchado los dedos en la goma

de las bragas y se las había arrancado por debajo de la falda, y después la falda
siguió el mismo camino. Su mirada salvaje hizo que ella se diera cuenta de su

propio estado. Estaba tumbada, desnuda, con los pechos saliéndose por encima
del sujetador y la camisa abierta. Mientras tanto, el hombre conocido por ser un

amante dominador la miraba completamente vestido, con un aspecto inquietante,

emocionante e increíblemente inmoral.

Él se colocó encima de ella y cerró la boca sobre un pezón. Al mismo

tiempo, deslizó una mano por el interior de su muslo con descaro. Con las yemas

de los dedos, le abrió su sexo.

Kelly gritó, deseando desde lo más profundo que la llenara, que la tomara
rápidamente. Pero jugó con ella, arrastró la boca con prisa sobre sus pechos

firmes, los juntó y sus labios se tensaron alrededor de un pezón. Sin duda, sus

pechos eran su perdición. No conseguía quitarles las manos de encima y los


tomaba como un hombre hambriento.

Ella disfrutó del insaciable fanatismo de sus ásperas caricias cuando él


deslizó la mano por la grieta de su sexo, dejando al descubierto su resbaladiza

humedad. Cuando su dedo palpó la entrada a su cuerpo, ella gritó y alzó las
caderas para que entrara dentro de ella. Pero Guy solo la penetró un par de

centímetros y movió el dedo en círculos en el húmedo pasadizo.


—¡Por favor. ¡Por favor! —Tardó un momento en darse cuenta de que esa
patética súplica había sido suya, y abrió los ojos cuando él levantó la cabeza. La

estaba contemplando asombrado.

—Se nota que no te han follado en mucho tiempo. Mira lo necesitada que
estás. —Apretó la mandíbula y metió un dedo muy dentro de ella, sonriendo

brevemente cuando ella gritó—. No tienes ni idea de lo que me haces cuando


dices mi nombre así. —Sus ojos brillaban con un resplandor salvaje, añadió otro

dedo a la embestida, metiéndose dentro de ella bruscamente con los dedos

cubiertos por sus resbaladizos fluidos.

—Joder, estás tan tensa. Me estás succionando. Me encanta lo desesperada

que estás, Kelly.

Un rubor le cubrió las mejillas. Pero no estaba en condiciones de negarlo.

En vez de eso, levantó las caderas en círculos para empujar, metiéndolo dentro y
encogiéndose antes de recibir otra embestida.

—Me estás empapando los nudillos. Me puedo imaginar lo que harías con

mis testículos.
Kelly gimió en señal de protesta y se sentó, rodeándole el cuello con los

brazos y tirando de él hacia abajo. Inclinó los labios con prisa sobre los de él, y
sus palabras resonaron en su cabeza mientras ella pasaba la lengua por el

contorno de su labio superior. En respuesta, él empezó a embestirla con los


dedos con más fuerza, golpeándole el sexo hinchado y sensible con los nudillos

y sufriendo cuando llegaba muy adentro. Estaba a punto. Sintió unas oleadas que
surgían de sus extremidades hasta llegar a su sexo. Él tenía razón, estaba
desesperada. Ella se preparó, atrayendo su lengua a su boca mientras sus manos

se precipitaban sobre sus hombros.

Ella abrió los ojos cuando la euforia se apoderó de ella.


—Quítate esto —siseó ella con rabia, quitándole la chaqueta y tirándola a

un lado. Aterrizó en un asiento, en una pila desordenada. Le estaba


desabrochando los botones de la camisa cuando él se adelantó. Justo cuando se

desabrocho el cinturón y la bragueta, Kelly metió una mano por sus calzoncillos

y le cogió el pene con los dedos.

Un sonido largo y tenue que era en parte un gruñido, en parte una risa,

resonó en su pecho. Sus ojos ardían en la tenue iluminación de la limusina.

—Cógeme, Kelly…

Ella giró la muñeca y le sacó el pene fuera de los confines de tela. Salió
con una ferocidad abrumadora.

Se le cortó la respiración en la garganta. Su miembro era tan grueso que

sus dedos no lo rodeaban por completo, y palpitaba con vida propia. El bombeo
de sangre era desenfrenado bajo sus dedos. Arrastró la mano por la piel suave y

sensible que cubría una piedra dura y vio cómo él apretaba la mandíbula en
respuesta.

—Eres exactamente como había imaginado que serías… —admitió ella de


forma precipitada. De todas formas, ya no había mucho que ocultar. Estaba

desnuda en la parte de atrás de su limusina, a plena luz del día, mientras la


limusina se dirigía a su oficina. Al pasar la mano por la punta, le dio un
escalofrío. Una gota de líquido se derramó sobre la palma de su mano. Al

instante, le frotó la cabeza con la yema del dedo pulgar. Él entrecerró los ojos

cuando se metió el pulgar en la boca para chuparlo—. Pero sabes aún mejor.
—Maldita sea —gruñó él demasiado alto, y puso los brazos por debajo de

sus rodillas, tiró de ella hacia arriba y las separó, abriendo sus piernas antes de
que su boca aterrizara brutalmente sobre su sexo.

Kelly gritó y se olvidó de todo cuando sus labios suaves y hambrientos se

arrastraron sobre su sexo. Imitaron el movimiento que él había deseado en sus

labios. La superficie aterciopelada de su lengua alivió los delicados nervios y

ella apretó los labios, elevándose para satisfacer las exigencias de su boca.

Cuando palpó la entrada de su cuerpo con la lengua, ella apretó el asiento de piel

para equilibrarse. La cabeza le daba vueltas, tenía los ojos cerrados y su piel
ardía de manera tan crepitante que la abrumó por su intensidad. Ella empezó a

temblar, a gimotear y sollozar mientras él abría con la lengua los pétalos que

pendían de su sexo. Cuando se arrastró por la zona resbaladiza de su clítoris,


Kelly le agarró los hombros y le clavó las uñas en sus tensos músculos.

Se estremeció. Las ráfagas se apoderaron de ella de forma salvaje e


interminable.

—Guy. Oh, Dios. Me voy a correr. —Las palabras fueron un sollozo


ahogado; se liberó cuando unas oleadas salvajes y fanáticas la engulleron con un

halo devorador.
Todavía temblaba por las ráfagas de placer cuando se dio cuenta de que la
había levantado. Cayó sobre él y quedó sentada sobre sus muslos. Sus ojos

quedaron inmersos en su pene. Estaba perfectamente situado entre sus piernas,

con la cabeza hacia arriba y el miembro atrapado en la grieta de su sexo.


Jadeante, sudorosa, agotada, contempló la maravillosa vista con

admiración y se arrastró hábilmente sobre él.


—También he fantaseado con esto…

—¿Con ponerme la entrepierna en la boca?

Kelly sonrió brevemente sin sentirse ya avergonzada por las ganas que

tenía de él. Ya no había nada que ocultar. Y, sin duda, él sentía el mismo deseo.

Frotándose sobre él, mirando la cabeza de su pene abultada y dilatada, se mordió

el labio inferior mientras la acuciante necesidad de sus entrañas le hacía arder.

—Con montarte en la parte de atrás del coche. Con fuerza. —La última
palabra fue un siseo sobre sus labios. Ella le mordió el labio superior antes de

que él controlara el beso de nuevo. Le apartó el pelo salvaje y enredado de la

cara y la agarró por la nuca de manera feroz. Controlaba los movimientos de su


boca, de su cuerpo; poseía todo lo que era de ella.

Ella se perdió en su poder, en la dominancia que era de forma natural Guy


Riverton.

Kelly se levantó para poner el pezón sobre su boca. Guy gimió en


respuesta y lo tomó, apretando con los dedos la base de su pesado seno para

levantarlo más. Sumergió la boca en la abultada carne mientras chupaba, con los
ojos cerrados, y Kelly se estiraba entre ambos cuerpos para cogerle la base del
pene.

Ella se levantó más sobre unas rodillas temblorosas y movió la cabeza de

su miembro hacia los pliegues de su sexo para tomarlo.


Guy gimió violentamente y la apartó de su pene sin dejar que penetrara.

—No…
Kelly se agitó por la cruel negativa, y se acercó para besarlo mientras le

daba vueltas la cabeza.

—Te deseo. Te quiero dentro, quiero que me abras. No he querido a nadie

en mucho tiempo y te quiero hoy, Guy…

Estaba sorprendida por esa súplica lastimosa. Sin duda Guy lo había oído,

porque le cogió la cara por los dos lados y la apartó para interrumpir el beso. Su

mirada era salvaje y ardiente cuando la miró casi con enfado.


—¡Créeme, yo quiero! —gruñó con una risa que no era alegre—. Pero no

tengo protección.

Kelly apretó su sexo contra su miembro.


—No me importa.

Sintió como sus hombros se tensaban debajo de ella en respuesta.


—A mí me importa. Te mereces algo mejor.

Kelly se habría sentido conmovida, pero tenía demasiadas ganas y estaba


demasiado superada por la palpitación vacía y ansiosa de su entrepierna como

para sentir más emociones además de una lujuria salvaje.


—¿El más mujeriego del país no lleva protección encima siempre? Ese es
un dato jugoso para mi reportaje.

Guy se rio entre dientes y arrastró los dedos sobre su trasero desnudo y

voluptuoso, metiendo los dedos en la grieta y haciendo que se echara hacia atrás
de manera instintiva.

—En el trabajo no, cariño.


Esa palabra cariñosa, dicha de manera tan casual, sonaba maravillosa en

sus labios. Sintió que había ganado algo enormemente valioso e inestimable, y,

por mucho que lo intentara, no podía negar que se había sentido lastimosamente

conmovida.

—Entra dentro de mí ya —susurró sobre sus ávidos labios—. Puedes salir

antes de correrte. Por favor… —dijo casi quejándose—. Quiero ver si cabes

dentro de mí.
Con un gemido, Guy la empujó al asiento y le abrió las piernas,

agarrándose la base del miembro y poniendo la cabeza sobre su sexo, sobre la

grieta, hasta que se colocó en el lugar correcto.


—Me meteré en tu coño aunque sea lo último que haga.

Llegó tan adentro que a Kelly se le escapó un grito de los labios. Esa
embestida intensa y despiadada le hizo arquear la espalda y levantarse del

asiento.
El cuero parecía mantequilla derretida bajo su cuerpo, un contraste total

sobre su miembro duro y salvaje abriéndola al máximo. Era un día de bonitos


contrastes. Ella tenía unas manos suaves y femeninas en comparación con sus
músculos duros y masculinos. Le agarró los pectorales, abrió más las piernas y la

tensión desapareció de sus muslos cuando su cuerpo sucumbió al ansia ardiente

y palpitante de que la llenara por completo.


—Oh, Dios.

—¿Ves? —Sonrió él de forma diabólica, sentándose más erguido para


contemplar el lugar en el que sus cuerpos se unían íntimamente—. Míranos,

Kelly. Joder

Kelly miró y supo lo que quería decir. Tenían las piernas entrelazadas y

sus cuerpos parecían más diferentes pero proporcionados para ser perfectamente

compatibles. Él la golpeó con la pelvis y su pene desapareció dentro de ella.

Cuando volvió a aparecer, estaba cubierto por un fluido blanco y espeso.

—Me estás vapuleando...


Kelly apretó su sexo y lo relajó cuando él ralentizó las embestidas. La

cabeza rígida de su pene entró en sus entrañas doloridas provocando una fricción

insoportablemente deliciosa.
—Te deseo... —Y la embistió con más fuerza mientras clavaba la mirada

en sus pechos.
Kelly era consciente de la fuerza con la que se movían y se balanceaban

sus pechos con cada embestida. Él aceleró el ritmo con una mirada cada vez más
salvaje, como si no pudiera saciarse de ver sus pechos meciéndose. Kelly levantó

los brazos por encima de la cabeza, dejando caer la cabeza y cediendo su cuerpo
a sus ojos, a su miembro, a él. Por completo.
—Eres tan sexi… —susurró él una y otra vez como en un siseo

apresurado. Sus intensas embestidas estaban sincronizadas con su cántico, y la

levantó más en el asiento. Clavó los dedos en su carne mientras la arrastraba


hacia abajo otra vez, cubriéndole la mano con un pecho e intentando coger el

otro con la misma mano. Al ver que era imposible, le agarró un pezón con los
dedos y lo retorció con suavidad.

Kelly gritó mientras sus caderas se acercaban insensatamente a sus

embestidas, sacudiéndose con un agotamiento eufórico. Abrió los ojos de

repente cuando se dio cuenta de que se iba a correr. Otra vez. Absurdamente

sorprendida e incapaz de creerlo, enunció su duda en alto.

—Creo que voy a…

—Claro que vas a hacerlo… Estás tan llena de orgasmos que podría seguir
toda la noche y seguirías corriéndote sin fin.

Kelly jadeó, sacudiéndose, con unas convulsiones incontroladas que se

hicieron con ella rápidamente. El placer hizo que su entrepierna ardiera esta vez,
y entonces explotó sobre su miembro. Sintió cómo se tensaba sobre su pene, y él

también lo sintió, porque gimió y cerró los ojos brevemente.


Levantándola sobre él otra vez, él alzó los brazos sobre la cabeza como

había hecho ella y los enganchó detrás de la cabeza.


Jadeando, Kelly intentó mantenerse erguida mientras alzaba la vista hacia

su preciosa cara. El anguloso cuadrado de su mandíbula le hacía parecer un


diablo. Sus labios cincelados eran tan seductores como lo habían sido a primera
vista. La tentación de chuparlos y mordisquearlos no se había rebajado después

de besarlo durante unos largos minutos.

—Ahora soy todo tuyo, Kelly. Tómame. Móntame como lo hacías en tu


fantasía.

Kelly se sintió acelerada ante la viva y vibrante imagen mental de ese


recuerdo. Y ese momento había superado sus pensamientos más salvajes. Nunca

se habría podido imaginar que la llenara de forma dolorosa y completa. Él no

tenía las manos en su cuerpo. Se estaba ofreciendo para que ella sintiera placer.

Ahora ella tenía el control sobre su cuerpo impresionante y maravilloso.

Kelly se frotó contra él de forma vehemente y apresurada. Sus caderas lo

golpeaban con una euforia acuciante por tomar lo que le ofrecía. Apoyaba el

peso en sus manos, que agarraban el asiento por detrás de él. Estaba muy mojada
y su cuerpo lo golpeaba con fuerza.

—No estás lo suficientemente profundo —gritó con una agitación

impotente, tan repleta de deseo que parecía haber perdido el control y la cordura.
Deslizando los pies hacia delante en el asiento, puso las manos sobre las rodillas

de él y se inclinó hacia atrás.


Guy entrecerró los ojos y bajó la mirada llena de avidez. Ella tenía la

entrepierna completamente abierta mientras se echaba hacia atrás y se acercaba


de nuevo.

El ángulo le permitió llevar su pene más adentro, y su sexo palpitaba


alrededor de su miembro en protesta por la fricción ardiente y prolongada.
Él tenía los ojos calvados en la zona en que sus cuerpos se conectaban.

Satisfecha por el interés que tenía en su cuerpo, Kelly dejó caer la cabeza hacia

atrás y siguió golpeando contra él. Las embestidas rápidas y más cortas llegaban
muy adentro y se apartaban rápidamente. Justo cuando pensó que estaba a punto

de correrse otra vez, él presionó el pulgar sobre su sexo.


Kelly explotó de calor. Apretó los ojos y vio chispas en la oscuridad de sus

párpados. Sus muslos convulsionaban mientras le caían gotas de sudor por el

cuerpo. El gritó resonó en la limusina cuando él se sacudió, y todavía estaba

palpitando cuando Guy gimió y la agarró por la cintura, apartándola de su pene.

Kelly gimió al perder contacto y jadeó cuando vio su miembro deslizándose

húmedamente sobre su sexo y después sobre su ombligo.

Se estaba acostumbrando a esa maravillosa vista cuando un chorro de


líquido espeso de su semen aterrizó diagonalmente sobre su vientre.

—¡Ohh!

Guy gemía con el cuello tenso y con las mandíbulas apretadas, convertido
en alguien que ella no reconocía. Animal, feroz. Pasando a ser algo más intenso

pero más vulnerable al mismo tiempo. Él tenía la mirada clavada en su pene


palpitante mientras chorreaba profusamente sobre su piel pálida una y otra vez.

Los flujos blancos y densos de semen hacían dibujos caóticos sobre su piel.
Cuando por fin Guy terminó, estaba jadeando como ella. El miembro

descansaba sobre su vientre y su semen se derraba por su tripa, un líquido blanco


que brillaba sobre su piel color crema. Kelly se mordió el labio.
Cuando fantaseó con él, se lo imaginó derramando su semen por su vientre

en la ducha.

Era increíblemente extraño que algunas partes de su fantasía se hubieran


hecho realidad la primera vez que se habían acostado.

Kelly miró a Guy mientras cogía puñados de pañuelos de un cajón oculto


y empezó a limpiarla. Dio un grito ahogado ante su atractivo. La intensa lujuria

que se había apoderado de sus expresiones había desaparecido. Volvía a ser él. El

hombre divertido y carismático que la había hecho reír y sonreír… El que era su

trampolín para ascender en la escalera de su carrera.

Al darse cuenta de eso, se le escapó el aire de los pulmones. Kelly se

apartó de él, de pronto arisca, y Guy la miró con cariño.

—No te pongas rara conmigo. —Agarrándole la muñeca, la acercó y le


tapó la boca con un beso rápido.

Fue brusco pero demasiado dulce. Demasiado cariñoso.

Kelly sufría por los sentimientos que se mezclaban en su interior. No


habían estado ahí cuando estaban haciendo el amor. Ahora salían a flote con ese

inocente beso que no iba a dar paso al sexo. ¿Qué quería él? Era confuso.
Todavía estaba aturdida por el beso cuando él le dio las bragas y la falda.

Kelly volvió a la realidad cuando él intentó colocarle las copas del sujetador
sobre sus pechos.

—Ya lo hago yo. —Estaba sonrojada, las mejillas le ardían. Guy solo tenía
que abrocharse la camisa y la bragueta mientras que ella tenía que hacer una
búsqueda del tesoro de sus ropas, recoger todas las prendas y los zapatos que

había alrededor de ella.

El beso inesperado. Su dulzura. Ella desnuda. Era demasiado. Quería salir


de ahí. Pensar, aclarar sus ideas y ser capaz de procesarlo con cordura antes de

ponerse en marcha otra vez.


Su voz penetró en su mente agotada.

—¿Tu oficina o la mía?

—La mía, por favor —susurró ella rápidamente. La cabeza le palpitaba

mientras Guy le daba instrucciones al chófer y ella se preparaba para bajarse en

su oficina. Cuando la limusina se detuvo, el conductor golpeó la ventanilla en

vez de abrir la puerta como hacía normalmente. Parecía que supiera lo que había

pasado en el coche. Sería difícil no saberlo teniendo en cuenta la forma en la que


había gritado el nombre de Guy como un cántico de alabanza y los gemidos que

había emitido cada vez que su miembro llegaba demasiado adentro.

—¿Te veo mañana entonces?


Guy parecía despreocupado y completamente inalterado. En cambio, a

Kelly le temblaban los huesos en la carne y no estaba segura de que sus piernas
pudieran llevarla dentro.

—Sí, claro. —Ella forzó una sonrisa y se giró, poniéndose tensa cuando,
en el último momento, él la agarró por la cintura. Se preparó para otro beso y no

estaba segura de estar preparada para que la bombardeara esa irreconocible


emoción que la recorría de nuevo.
Pero lo que hizo él convirtió al beso en su opción preferida. Guy, ese Guy

mujeriego, carismático y magnánimo, pasó los dedos con delicadeza por los

lados de su pelo y lo alisó hasta los hombros. Entonces frotó el pulgar sobre la
comisura de su boca con una expresión absorta en la tarea que estaba llevando a

cabo.
—Así. —La diversión iluminó su preciosa cara—. Ya no parece que te has

corrido tres veces en una limusina y que te han follado bien. —Sonrió con esa

sonrisa diabólica. Solo que ahora no parecía tan impersonal. Era cariñosa, y ella

la contempló ansiosa durante unos interminables segundos antes de instarse a sí

misma a salir de ahí.

—Ya tengo ganas de nuestra próxima entrevista a fondo —dijo él.

Kelly apretó la mandíbula y se alejó para dirigirse directamente al baño en


el edificio de su oficina. Las oficinas eran justo lo contrario al lugar de trabajo

espacioso y sofisticado de Guy. Esa oficina estaba plagada de papeles, del

traqueteo de los teclados y de empleados ruidosos.


Acelerando el paso hacia uno de los baños vacíos, cerró la puerta y se

apoyó sobre la pared. Cerró los ojos y llenó de aire sus pulmones exhaustos. La
viscosidad entre sus piernas era bastante obvia por su abundancia, y tenía la

parte interna de los muslos empapada de sus propios fluidos. Tenía la tripa
pegajosa por el semen que Guy había intentado limpiar, pero los restos se habían

secado en su piel. Su esencia se apoderó de ella.


Permaneció ahí durante unos largos segundos mientras la cabeza le daba
vueltas, con las piernas débiles y temblorosas. El ardor de la fricción entre las

piernas no era algo que recordara después de tener sexo. Era la primera vez que

podía sentir un pene mucho después de que hubiera estado ahí. Guy era el
hombre mejor dotado con el que se había acostado. Era grueso y largo, y cada

embestida la había hecho abrirse. Notaba la irritación alrededor de los labios de


su sexo, que se recuperaban de estirarse hasta el límite.

Mordiéndose el labio para contener una sonrisa, juntó los muslos.

Lentamente, a medida que los sonidos del baño empezaron a penetrarle los

sentidos, recuperó la cordura. Mojó un montón de papel higiénico y se limpió los

muslos, el vientre, y se mordió el labio al ver su propio reflejo.

Apenas podía reconocer a la chica que la miraba. Todas las mujeres que

entraban parecían mirar a Kelly de forma extraña, pero Kelly asumió que
seguramente estaba sobreestimando la capacidad de los demás de saber que

acababa de tener sexo. ¿Cuántas veces había entrado en un baño y había pensado

que una mujer en concreto acababa de tener sexo duro con un hombre en su
limusina?

Nunca. Nadie lo sabía. Era un secreto. Su secreto salvaje y delicioso. El


secreto que todavía le hacía sentir palpitaciones entre las piernas en una mezcla

de deseo insaciable y ardor persistente.


Sola en los baños, se volvió a pintar los labios y miró fijamente el reflejo.

Tenía las mejillas con un matiz rosa; le brillaba la piel como no recordaba
haberla visto antes. Y tenía los ojos abiertos, brillantes y despiertos.
«Ya tengo ganas de nuestra próxima entrevista a fondo».

Su comentario de despedida había hecho que su cuerpo se enroscara de

lujuria, pero sabía que de ninguna forma se pondría en esa situación otra vez. El
sexo era bueno, y Guy era aún mejor que en sus fantasías más salvajes, pero él

no podía hablar en serio cuando sugirió que se acostaran otra vez.


Si de verdad pensaba que era tan tonta como para ceder ante ese impulso

de nuevo, estaba loco. Bajo ningún concepto.

Lo que había pasado en la limusina era una locura y una insensatez, y

también una maravilla y algo que solo pasaba una vez en la vida. No podía negar

que se aferraría a ese recuerdo el resto de su vida. Ahora era un nivel que otro

hombre tendría que igualar y en lo que, sin duda, fracasaría.

Pero tampoco se podía negar el hecho de que era un gran error.


«¡Mantente alejada de él!».

«No puedes. Tienes que hacer el reportaje, ¿sabes?». Su subconsciente

estaba silenciado ante la elección que había hecho Kelly en la limusina.


«Que le den al maldito reportaje».

El pánico aumentó en su pecho. Ahí estaba ella, limpiándose su semen de


la tripa mientras seguramente él ya estaba buscando otro trasero que penetrar.

Seguramente también en esa misma limusina. En ese mismo asiento.


Le ardieron las mejillas. Se había vendido por muy poco. «Pero lo

deseaba. Tenía que acabar con mi sufrimiento».


Pero se estaba engañando a sí misma. En todo caso, su lujuria había
aumentado ahora que sabía cómo era Guy. Cómo era el sexo con él. ¿Creía que

masturbarse mientras fantaseaba con él era adictivo? Se acababa de dar cuenta

de que había empeorado sus tentaciones.


La cabeza le daba vueltas en círculos. Tenía que cancelar el reportaje. No,

George no lo aceptaría. Simplemente le pediría que se lo asignara a otra persona.


Estaba acabada. Con Guy y su carisma sexual y con su sexo que le hacía encoger

los dedos de los pies.

Salió disparada del baño antes de que cambiara de opinión. Los tacones

golpeaban el suelo con fuerza, sonando como un reloj que iba a producir una

explosión en su interior. Abrió las puertas de la oficina de George y él la recibió

con una enorme sonrisa de bienvenida.

—Aquí está, ¡mi mejor redactora!


Kelly fingió sonreír mientras avanzaba. «Puedo hacerlo».

—Esto es maravilloso. —Movió unos papeles.

A Kelly no le importaba lo que fuera esto. Ni siquiera lo miró.


—Tenemos que hablar sobre el reportaje de Guy Riverton.

—De eso estoy hablando —dijo apasionadamente. Levantó los papeles


que había estado leyendo—. Estas notas son fantásticas. Ya has descubierto más

detalles sobre ese hombre de los que esperaba. Tú, Kelly, siempre te empeñas en
superar las expectativas.

Kelly tragó.
—Gracias, pero, por favor, ¿considerarías…?
—Y esta sugerencia de que mezcla negocios y placer se confirma con el

hecho de que te tiró los tejos cuando os conocisteis. Perfecto. Los detalles de su

negocio son interesantes, pero ni la mitad de interesantes que el retrato que has
hecho de él como un seductor infame. Tiene una perspectiva diferente. Esta

historia no solo es sobre glamur y su estilo de vida y sobre el hecho de que sea
un soltero muy deseado. Con estas notas ya puedo decir que es un imbécil con

las mujeres.

Kelly se mordió el labio y asintió, atrapada por la reacción de George a

sus notas. Era imposible que George la dejara salir de eso.

—¿Sabes qué, Kelly? Me siento generoso. Espera un sobresueldo mayor

cuando hayas terminado. Sigue trabajando así.

Kelly se quedó paralizada mientras su último argumento le golpeaba el


cerebro con impotencia, evaporándose.

Un sobresueldo mayor significaba que por fin podría mudarse de su

pequeño apartamento de una habitación y pagar la entrada de un piso que había


visto en el mercado. Pensaba que tendría que esperar al menos un año para

empezar a soñar con vivir ahí, pero ahora estaba a su alcance. Sus padres podrían
ir a verla y quedarse sin tener que ofrecerles su cama y dormir en el sofá.

—¿Kelly?
—¿Sí?

George le mostró los pulgares con aprobación de forma vehemente.


—Un trabajo excepcional. Ahora vamos a subir la temperatura.
Kelly salió de la oficina de George, los tacones se movían despacio sobre

el suelo en contraste con la velocidad con la que habían entrado.

¿En qué estaba pensando cuando tomó la estúpida decisión de ceder a sus
descabellados impulsos? Su entrepierna seguía palpitando donde Guy la había

embestido apasionadamente, y ella estaba lista para fastidiarle con su reportaje.


¿Cómo se podía haber olvidado? ¿Cómo se le podía haber ido de las

manos así?

Estaba jugando con él.

«Él también está jugando contigo».

Puso las manos a ambos lados de la cabeza cuando se sentó en su

escritorio desordenado. Los teléfonos no paraban de sonar a su alrededor. La

oficina silenciosa y lujosa de Guy la estaba acostumbrando muy mal.


No había forma de salir de ese lío, aparte de hacer exactamente lo que

había pensado al principio. Estaba exagerando. No era como si Guy le hubiera

dado su vida o como si estuvieran en una relación exclusiva.


Era sexo. Claro, era un sexo maravilloso, pero era sexo sin importancia.

Una vez. Y era perdonable. Mientras estaba en una montaña rusa de


culpabilidad, seguramente Guy estaba con su siguiente ligue. Esa idea la enfadó

tanto que sintió el impulso de una nueva decisión.


Podía ganar a Guy jugando a su propio juego. Seducirle de nuevo si era

necesario, hacer que confesara su secreto más profundo y oscuro y después


plasmarlo en la revista. Haría maravillas en su carrera. En eso consistía el
periodismo.

Asintió para convencerse a sí misma, pero esa duda persistente se arrastró

por sus huesos otra vez.


¿Pero cómo podría vivir con eso? A pesar de todo, le había empezado a

gustar el hombre que era Guy y su humor. ¿Podría usarlo como trampolín para
impulsar su carrera sin sentirse culpable por ello? Tendría su piso y su ascenso,

pero las consecuencias de su éxito serían terribles para Guy.

Moviéndose en su silla, se estremeció cuando la irritación que sentía entre

las piernas le recordó despiadadamente al hombre maravilloso que acababa de

gemir de placer al derramar su semen sobre su vientre.

Desde el primer día en que apareció en la obra, había traicionado a Guy. A

Kelly le aterrorizaba no estar dispuesta a seguir haciéndolo.



Capítulo ocho

Guy

—¡Oh, Dios mío! —gritó Kelly al salir de la limusina sobre el asfalto, a


unos metros de un pequeño jet blanco y plateado brillante—. Tiene que ser una

broma.
Guy se rio en bajo por su reacción.

—¿En esto vamos a volar a Seattle?

—Claro. ¿Demasiado pequeño?

Kelly se rio entre dientes.

—A quién le importa su tamaño. Es fascinante. No me he criado volando

en jets privados, ¿sabes? —Su sonrisa se hizo más amplia al mirarlo de cerca—.

Y claramente no en un jet de Honda. Ni siquiera sabía que fabricaban estas


cosas.

—Venga. —Guy se acercó a ella y quedó encantado cuando Kelly deslizó


su mano fácilmente sobre la suya. El auxiliar de vuelo los esperaba, y Guy
sonrió por detrás de Kelly cuando ella saludó al auxiliar educadamente y se giró

para mirar a Guy por encima del hombro. Estaba tan radiante como un niño
entusiasmado.

Guy le dio la chaqueta del traje al auxiliar al mismo tiempo que miraba a
Kelly mientras se metía dentro y lo exploraba.
No podía estar más contento de que lo acompañara al viaje. Los últimos
dos días se había presentado en las entrevistas que habían concertado, pero no se

había comportado como la Kelly abierta y cautivadora que conocía. Había sido

reservada y estaba preocupada, y cuando él la hizo reír casi parecía una risa
forzada.

Tener sexo sin compromiso, desenfrenado y salvaje en la parte de atrás de


una limusina podía ser una situación normal para él, pero no para esa periodista

de piel como el marfil que no había tenido sexo en un año.

Y Dios, cómo se había corrido.

Tensó la mandíbula al recordarlo. No quería arriesgarse a decir algo

equivocado y que se viera obligada a ponerse en guardia otra vez. Tenía que ser

cauto si quería irse con ella a la cama en Seattle.

Si pudiera, le haría el amor en los cincuenta estados y después pasaría por


todos los continentes.

—Esto es precioso. Me encanta. —Kelly no podía dejar de hablar sobre el

jet.
Como si tuviera todo el tiempo del mundo, pasó los ojos por sus piernas

hasta llegar a los tacones beis y volvió a subir a la camisa que se aferraba a su
pequeña cintura. Le hizo recordar cómo su vientre había estado cubierto por su

semen cuatro días antes. Se le puso un nudo en la garganta.


—Tengo que admitir —rio Kelly mientras se sentaba— que me sentí un

poco molesta cuando George me dijo que te había pedido que me llevaras
contigo a Seattle. Pero ya no estoy tan segura de si estoy enfadada.
Guy sonrió.

—¿Porque ya no querías entrevistarme?

—No, porque tenía la sensación de que ya no me querías contigo, y


George me obliga a estar contigo y pensé que sería una molestia.

Guy negó con la cabeza.


—Usted, señorita Jackson, nunca es una molestia.

Kelly se mordió el labio y reposó la cabeza sobre el asiento con un fuego

ardiente en los ojos.

Guy era precavido con su humor. Ella había cambiado desde ese encuentro

en la limusina. Sonreía mucho, pero no se reflejaba en sus ojos. Incluso le dejaba

ser seductor con ella de vez en cuando, y aun así había algo en sus ojos que le

hacía sentir como si estuviera haciendo algo blasfemo cuando se comportaba así.
Parecía que la Kelly que había conocido se había convertido en una Kelly

más alegre, más viva y más animada, pero parecía que estuviera librando una

batalla. Y estaba empeñada en guardarse los detalles para sí misma.


A lo mejor le estaba dando demasiadas vueltas. Sin duda, lo estaba

haciendo. Contrastaba por completo con la víbora ardiente que empezaba a


esperar que fuera. Pero, cuanto más hablaba ella y coqueteaba sutilmente, mejor

sabía él lo que iba a pasar en Seattle sin importar lo que le estuviera molestando.
La suite de Kelly y la suya estaban puerta con puerta, pero tenía ganas de

que ella pasara en su habitación todo el fin de semana. Desnuda,


preferiblemente.
Desnuda en la cama. Desnuda en la ducha. Desnuda en la cocina. En el

balcón.

Ya se podía imaginar cómo se lo iba a pasar, haciéndole el amor en la


barandilla del balcón del vigésimo piso; casi podía ver como su preciosa piel

brillaría bajo el sol. Y su sexo empapado le absorbería el miembro mientras la


embestía.

Todo lo que tenía que ver con ella le sumía en una espiral de obsesión

cada vez más profunda. Su sonrisa, su delicada nariz, sus ojos castaños

angulosos, su pelo abundante. Era única, era interesante, y no sentía que pasar

tiempo con ella fuera una tarea.

Ese fin de semana iba a hacer maravillas en sus conversaciones para la

entrevista. Podía preguntarle lo que quisiera mientras estuviera completamente


desnuda y acurrucada en su cama.

Kelly miró por las ventanas mientras se elevaban junto a las nubes, y Guy

clavo los ojos en su perfil. Tenía una cara preciosa, cada rasgo era único. Tuvo la
tentación de ponerla sobre su regazo y besarla para que olvidara sus

preocupaciones en ese mismo momento. Pero algo le tenía inquieto.


Se reprimió hasta que Kelly le dio las gracias efusivamente al auxiliar de

vuelo por la copa de whisky, y recordó a todas las mujeres, a las aventuras
casuales, que se habían sentado en ese mismo asiento antes que Kelly.

Mojigatas, arrogantes, tan egocéntricas que no podían ni sonreír sin


confiar en la curva de sus labios perfecta y ensayada. Se reían con una precisión
medida, evitando hablar demasiado alto o parecer más entusiasmadas de lo que

se permitían. Controladas, rígidas continuamente, centradas en su perfección

física. Era agotador solo de pensarlo.


Y ahí estaba Kelly, no era una de sus artistas favoritas, ni una persona

supersociable, ni una heredera, ni una modelo. Pero era la que más había captado
su atención. Trabajaba duro para vivir, le apasionaba su trabajo y no estaba

obsesionada con su aspecto. Y Kelly no necesitaba ninguna de las mejoras

físicas que tenían casi todas las mujeres que se habían sentado ahí antes. Su

cuerpo era un sueño para cualquier hombre, y, de pronto, un pánico celoso le

recorrió el cuerpo al pensar en hombres. En plural.

Una extraña posesividad se apoderó de él. Era extraña pero conocida.

Porque la última vez que lo había sentido le habían despreciado y hecho


pedazos.

Se obligó a apartar la mirada del perfil de Kelly, pero no ayudó. Tenía que

admitirlo: Kelly estaba empezando a gustarle mucho más de lo que debería.


Tampoco era algo meramente sexual. Innegablemente, la química entre ellos era

extraordinaria, pero no había estado tan claramente enamorado de una mujer


desde… Ada.

«Joder». Había sacado a Damon de su vida por recordarle a Ada, y ahora


parecía que Kelly estaba haciendo lo mismo. No quería pensar en Ada, esa

asaltacunas que le había aplastado el corazón y lo había reducido a escombros.


Ella había sido la única mujer de la que creía haberse enamorado, y la única
mujer que se había abierto paso en su corazón hasta tal punto que él se había

sentido protector, celoso y posesivo con respecto a ella.

Ada normalmente le venía a la mente siempre que visitaba Seattle. Allí es


donde se había asentado con su marido, político, después de que se casaran. Ada,

a quien al final siempre había tenido que ver en un ostentoso encuentro social
porque el hombre con el que se había casado estaba muy involucrado en

proyectos de desarrollo para la ciudad. Esta vez había otro motivo para ver a

Ada. Su marido se presentaba como candidato a alcalde.

Los recuerdos de Ada le resultaron una molestia, espinas bajo su piel que

lo herían sin pausa hasta que sangraba. Agarró el vaso y se terminó el whisky con

un suave movimiento de la mano. Después otro, y estaba acercándose al auxiliar

de vuelo para coger uno más cuando Kelly se rio de él.


―No me diga que le da miedo volar, señor Riverton, porque eso

estropearía su imagen feroz e intrépida en el reportaje.

―Guy se alegró por la intrusión en sus pensamientos y se calmó con su


voz, su broma y su cercanía.

―Por supuesto que no. El whisky escocés me parece mucho más suave a
seis mil metros de altura.

―Tal vez el tuyo sepa más suave. ―Descaradamente, le cogió el vaso de


la mano y Guy sonrió mientras daba un sorbo, apretaba los ojos y alzaba el

pulgar―. Mejor, sin duda alguna.


Él rechazó volver a coger su vaso.
―Quédatelo.

Kelly recostó la cabeza contra el asiento y clavó la mirada en la boca de

él. Él vio la dirección de su mirada y dio un respiro entrecortado, estirando una


mano sin pensar para pasarle los nudillos por un lado de la cara.

Kelly se sobresaltó en su asiento. A Guy le divirtió su reacción remilgada


y virginal justo cuando ella miró por la ventana y vio la Space Needle en la

distancia.

―Vaya, mira. Siempre había querido verla.

―¿Nunca has estado en Seattle?

―Nunca ―afirmó con vehemencia―. Y siempre había querido. Creo que

me escaparé una hora para hacer turismo.

―Yo te llevo.
Ella le sonrió.

―Perfecto.

Guy pasó los siguientes diez minutos nombrando los lugares importantes
que ella veía por la ventana. Se dio cuenta de que nunca se lo había pasado tan

bien en un vuelo. Ir en avión de un lado a otro le resultaba solitario y agotador,


pero hoy se sentía lleno de energía para llegar a Seattle y ponerse a trabajar.

Como si Kelly le inyectara parte de su propia vitalidad simplemente por el hecho


de estar ahí.

Guy sabía que debía dar un paso atrás y centrarse en el aspecto carnal de
tener a Kelly con él, nada más. Porque ir en esa dirección simplemente le
recordaba a Ada. Cada monumento que iba nombrando le recordaba a la semana

que había pasado allí con ella, principalmente encerrados en su suite o haciendo

turismo. Tenía recuerdos en esa ciudad dejada de la mano de Dios. Ada había
arruinado el que un día había sido su lugar favorito.

En las siguientes veinticuatro horas, se la había encontrado y había visto


su belleza deslumbrante y perfecta, y su rostro angelical, y su atractiva sonrisa, y

había oído su voz cantarina. Pero no tenía ganas de todo eso. Si pudiera evitarlo,

intentaría esquivarlo como a la peste.

Tenía la suerte de ser promotor inmobiliario y de que ella estuviera casada

con el que tal vez fuera el próximo alcalde de la ciudad. Ada siempre encontraba

una forma de quedarse en su vida, ni siquiera tenía que intentarlo. El destino

siempre la mantenía justo ahí, ante sus ojos, balanceándola delante de él,
recordándole su estupidez y su imprudencia, y también el dolor que ella le había

causado.

Durante los últimos cuatro años, se había preguntado con frecuencia si


seguía enamorado de Ada. Algo debía de haber para que aún tuviera unos

sentimientos tan fuertes, si bien negativos, cuando la veía. Pero ahora estaba
seguro de que no era así. De hecho, la odiaba a rabiar.

Nunca había despreciado a alguien con tanta intensidad en toda su vida, y


estaba seguro de que no volvería a hacerlo. Pero Ada le había hecho una herida

demasiado profunda. Se negaba a sanar. Seguía en carne viva. Y volvía a


convertirse en un dolor palpitante cada año en la fecha de aniversario del día en
que habría salido de cuentas si hubiera decidido tener a su hijo y dárselo para

que él lo criara, tal y como él le había pedido. No, le había rogado. Le había

suplicado.
Pero a Ada lo único que le importaba era su cuerpo, su vida y sus

aspiraciones. Esa fue la primera vez que él descubrió lo absolutamente


superficial que era.

Su mirada deambuló hasta Kelly. Kelly no era superficial. Pero en realidad

había pensado lo mismo de Ada. Su capacidad de juicio disminuía varios niveles

en cuanto a precisión cuando realmente se enamoraba de una mujer.

Se quedó paralizado cuando Kelly le agarró la rodilla. Le bajaron las

pulsaciones mientras el avión descendía. Acababa de admitir que se estaba

enamorando de Kelly. Y no estaba seguro de que eso le alegrara.



Capítulo nueve

Kelly

Kelly estaba tumbada en el sofá de la terraza, con una extensa sombra que
resultaba una bendición. No podía saciarse de la vista que tenía ante sus ojos.

Guy la había dejado en su suite para encargarse de algunas reuniones a las que
ella no tenía que ir, y estaba disfrutando plenamente de esas pocas horas de

descanso.

Había pasado una hora desde que él se había marchado, una hora desde

que había descubierto que sus habitaciones estaban una junto a la otra.

La pared que separaba ambas habitaciones la molestaba, la irritó hasta que

supo que tenía que hacer algo para solucionarlo. No quería pasar todo el fin de

semana con esa barrera entre ambos.


Unos pensamientos confusos y desordenados la atormentaron. Recuerdos

de sexo salvaje en su limusina, pensamientos sobre el propósito de su viaje a


Seattle, recordatorios de por qué estaba con él, para empezar. Ella estaba con
Guy con el único propósito de hacer que se sintiera tan cómodo con ella que

acabara revelándole un secreto que ella podría usar para avanzar en su carrera. Y
no había otro modo de conseguirlo.

Por eso estaba allí. Por eso estaba invirtiendo tanto tiempo en esto. De eso
trataba todo esto.
El sexo sólo había sido una agradable sorpresa. La había dejado aturdida y
confusa, pero había recobrado la compostura. Se había obligado a sentirse

cómoda estando cerca de él después de ese revolcón, y había sabido que lo haría

con gusto de nuevo si así obtenía lo que necesitaba: los trapos sucios de Guy
Riverton.

Pero una parte de ella sabía que esa no era la única razón por la que estaba
dispuesta a acostarse con él. Había sido el mejor sexo de su vida. Se la había

tirado de forma exhaustiva, completa y plena. La entrepierna le había dolido

durante horas al acabar y se había vuelto adicta a esa delirante y dolorosa

palpitación. Y cuando desapareció y sanó, ella la deseó otra vez. Quería sentirla

de forma continua.

Tal y como ella lo veía, estaba matando varios pájaros de un tiro.

Si se acostaba con él, estaría más cerca de descubrir algo personal sobre
él. Si se acostaba con él, se divertiría al máximo en ese viaje de fin de semana al

paraíso que era Seattle. Y si se acostaba con él, conseguiría esa plenitud dolorosa

y tensa de su miembro deslizándose en su interior, y después sentiría el escozor


durante horas.

Todo eran ventajas.


Kelly se levantó de golpe del sofá y atravesó las amplias puertas de cristal.

Ya se había desnudado mucho antes de meterse a la ducha.


No quería que Guy volviera antes de que estuviera lista. Iba a hacer esto

bien. Tenía un plan.


Ella, Kelly Jackson, iba a seducir al multimillonario Guy Riverton para
llevárselo a su habitación, a su cama, y al interior de su cuerpo. Después de

disfrutar de ese premio, se centraría en la parte empresarial del trato. El trabajo.

Las revelaciones.
Por ahora, iba a asegurarse de que no perdía ni un solo instante más en

Seattle sin que Guy supiera que lo quería muy dentro de su cuerpo.
Terminó de tramar su plan en la ducha mientras se frotaba el cuerpo, y

mientras se secaba y peinaba el pelo. Tirando de la maleta para abrirla, buscó a

fondo y encontró lo que estaba buscando. Sacó la lencería de encaje negra. No

había ni un centímetro de tela que escondiera su cuerpo con ese conjunto. Era

todo de encaje fino. Y su entrepierna ya se estaba excitando y mojando mientras

se ponía el tanga casi invisible y se miraba en el espejo.

Sus pechos rellenaban el ajustado corpiño; los pezones eran claramente


visibles a través del fino encaje negro. El pecho se le salía por encima de las

copas. Estaba acostumbrada a que fueran demasiado grandes para todos los tipos

de lencería que compraba, y estaba bastante segura de que a Guy no le


importaría que sus senos fueran demasiado grandes para su ropa interior. Se le

aceleró el pulso al recordar algo que había comprado por impulso y que sabía
que no se pondría nunca.

Sacó las clásicas ligas de encaje y se las subió hasta los muslos, y después
se puso sus elegantes zapatos de tacón negros. Aplicándose un poco de carmín

rojo en los labios, entró a la cocina y sacó una sartén. Esa noche iba a cocinar
para Guy Riverton. Y después le rodearía con las piernas esas musculosas
caderas mientras él se hundía en su cuerpo como si fuera su maldita propiedad.

Se excitaba por completo por el mero hecho de pensarlo.

Sus tacones repicaron en el suelo de baldosas de la cocina mientras


caminaba hasta el frigorífico. Bien surtido, tal y como esperaba. Había un pollo

relleno y listo para meterlo al horno.


―Me encanta este hotel. ―Kelly rio mientras lo sacaba junto con unas

verduras enteras y frescas.

Ese era su plan más brillante para conseguir lo que necesitaba y para

obtenerlo rápido, al mismo tiempo que recibía algo a cambio. Se paró un

momento a sopesar lo egoísta que se había vuelto, pero como la zona de su

entrepierna palpitaba por Guy, se olvidó de todo. Era justo, totalmente justo. Se

merecía un poco de diversión y de sexo apasionado.


El breve golpe a la puerta hizo que Kelly se pusiera tensa. Mierda. Eso era

un obstáculo para su plan. Había querido que él entrara directamente y la viera

semidesnuda en ropa interior. No había planeado ese problema.


Pero una tarjeta de acceso se deslizó por la ranura y la puerta se abrió.

Kelly se mordió el labio y sintió que una sensación de calor nervioso se


apoderaba de ella. Era el momento.

―Hola ―murmuró él.


Ella sonrió por encima del hombro, bamboleando la cuchara de madera

hacia él a forma de saludo. Estaba de pie justo al pasar la puerta con una
expresión de pura sorpresa en el rostro. La recorrió con la mirada, como si
estuviera pensando si debía irse o quedarse. Metió las manos en los bolsillos del

pantalón.

―Por un momento pensé que había entrado en la habitación equivocada.


Kelly se mordió el interior de la mejilla para contener su sonrisa

complacida al ver su expresión, y se movió para que él tuviera una vista


completa y plena de su trasero a través del encaje casi inexistente que lo cubría.

―Está en el lugar correcto, señor Riverton. Esta noche voy a cocinar para

ti.

―¿Estás cocinando ahora? ―Su respuesta fue un jadeo entrecortado.

Kelly se mordió los labios para reprimir una sonrisa mientras seguía de

espaldas a él, y después dejó que los tacones sonaran con fuerza sobre las

baldosas mientras caminaba hacia el horno para ver cómo iba el pollo. Se inclinó
hacia delante para mostrar una perspectiva que sabía que le encantaría.

―Esta casi listo.

―De verdad.
―Ajá.

Su aliento cálido estaba justo al lado de la oreja de ella. Kelly dejó caer la
cabeza hacia atrás ligeramente para frotarle el cuello con el pelo.

―Tengo que decir ―le dijo con voz ronca al oído― que creo que esta es
la primera vez que realmente me parte el corazón que la cena esté lista.

Kelly tragó para eliminar la repentina sequedad que notaba en la garganta.


Se humedeció los labios. Los tenía secos. Mientras sostenía un cuchillo grande,
se agarró con la otra mano a la encimera de la cocina como si su vida dependiera

de ello. Estaba temblando y las rodillas amenazaban con sucumbir. No era solo

Guy el que estaba constantemente al límite, excitado, lleno de lujuria. Cuando él


estaba cerca, ella era una ninfómana. Quería sexo, de cualquier y de todos los

tipos y en cualquier posición, y quería su lengua enredada con la de ella mientras


la tomaba. Quería sus manos sobre sos pechos y entre sus piernas, y no podía

esperar.

―¿Preferirías morir de hambre?

Ella dejó escapar un grito ahogado mientras él subía las manos por la parte

posterior de sus muslos lentamente, deteniéndose sobre la liga. Cuando le

acarició las caderas, apartó el encaje y pasó la mano por debajo para sostenerle

el trasero.
―No puedo vivir sin comida, Kelly. Pero es más difícil sobrevivir sin

esto. ―Hundió los dedos en su trasero pleno y redondo, y cerró los labios

brevemente sobre el lóbulo de la oreja.


Kelly tembló y se curvó hacia él, y después se alejó con una extraña

reacción eléctrica. El calor que notaba en la oreja le recorrió todo el cuerpo como
si fuera una fuerte corriente eléctrica y después jadeó, saliendo a la superficie.

No era así como lo había planeado. Había planeado que Guy fuera el que
estuviera deseoso y desesperado, no al contrario. Había sobrevalorado su

habilidad para permanecer indiferente y fría. Kelly giró suavemente las caderas
hacia atrás y encontró lo que estaba buscando: su erección atrapada en sus
pantalones. La forma de él era una masa caliente a través de la tela. Kelly dejó

caer el cuchillo y se bajó el tanga por las piernas.

―¿Qué estás…? Joder, Kelly.


―Ay, es que tengo un poco de calor aquí.

Guy se rio con fuerza a sus espaldas y Kelly cogió el cuchillo con
indiferencia, aunque le temblaba la mano, y picó el tomate grande y maduro en

la tabla de cortar.

―Solo tengo que terminar esta ensalada y… oh.

No había forma de malinterpretarlo. Su miembro se abrió paso entre sus

piernas, apretando con fuerza hacia sus caderas. Kelly arqueó la espalda

instintivamente para hacerle espacio. Fue un cambio de posición automático.

Estaba destinada a hacer esto, a ser esto con él. No importaba nada en ese
momento. Ninguna historia, ninguna publicación, ni promoción ni ascenso; solo

el hecho de que quería tener su miembro dentro.

―Déjeme ver lo excitada que está, señorita Jackson. Tengo mucha


curiosidad.

Kelly siguió cortando el tomate con dificultad mientras las manos le


temblaban.

―Por favor, adelante.


El ángulo de su erección cambió y se hundió por completo en su cuerpo,

haciendo que ella curvara la espalda y que el cuchillo chocara con estrépito
contra la tabla de cortar. Jadeando, lo volvió a coger y arrastró el cuchillo
lentamente sobre el tomate realizando un corte diagonal con cuidado.

―Oh, Dios.

―Kelly, puede que seas la única mujer de la ciudad que esté cocinando
mientras está tan increíblemente preparada para follar.

Kelly soltó un grito ahogado. Sentía la respiración de él cálida contra la


curva de su cuello y su oreja mientras se hundía en su interior. Tenía los ojos

cerrados como si estuviera viviendo una experiencia extracorporal. La fuerte

mano de él se cerró sobre su mano derecha y atravesó el corte con el cuchillo

realizando un corte recto y perfecto.

Ella se mordió el labio, queriendo no emitir ningún sonido; la precisión de

él al cortar el tomate le resultó extrañamente erótica mientras su erección se

enterraba muy dentro de ella con una perfección acorde. Él cortó otra rodaja y
después otra. Todo mientras su pene entraba y salía de su interior con rapidez,

haciendo que ella jadeara con fuerza con cada embestida.

El interior de Kelly empezó a arder un momento antes de que él gimiera


con ferocidad en su oído y apretara con fuerza la mano sobre la suya haciendo

que el cuchillo cayera sobre la tabla de cortar mientras derramaba su semilla en


el interior de ella.

Kelly estaba jadeando, mareada cuando su miembro salió de ella. Se


quedó allí de pie, aún con la lencería puesta y los fluidos de él saliendo de su

cuerpo, con las piernas ligeramente separadas y los dedos de los pies doloridos
por los tacones. Forzándose a respirar a un ritmo más normal, continuó cortando
el tomate.

Cuando él se le acercó por detrás, Kelly miró por encima del hombro y se

tambaleó cuando una humedad fría se apretó contra su entrepierna. Él la agarró


de la cintura, subiéndole más la ropa interior.

―Solo estoy limpiando a la cocinera.


Él le besó la parte superior de la oreja mientras las toallitas pasaban por el

interior de sus muslos y sobre su sexo; el frío le quemaba la piel ardiente. Sin

esfuerzo, él dejó caer las toallitas en el cubo de la basura y caminó

despreocupadamente hacia el salón.

Kelly se mordió el labio y una sonrisa se dibujó en su rostro; las mejillas

exudando vapor. Había sido el momento sexual más ardiente e intenso de su

vida. Nunca se había imaginado que podía ser así, tan salvaje. Tan primitivo y
extremo, y decidido. Había caminado hasta estar detrás de ella, había tomado su

orgasmo deslizándose en su interior y después se había marchado a esperar la

cena.
Y esta vez se había corrido dentro.

A Kelly se le cayeron los tomates en la ensaladera y la tiró. La recogió y


caminó hasta el salón. El aire frío golpeó el lugar húmedo que él había limpiado,

y Kelly deseó poder arrastrarse contra él para hacerle sentir el frío también a él.
Era demasiado revitalizante como para no compartirlo.

Una hora más tarde, Guy estaba riéndose a carcajadas mientras Kelly se
cubría la cara y se sonrojaba al hablarle de una obra que había hecho cuando
estaba en segundo de primaria.

―Y mi madre y mi padre estaban tan orgullosos… pero yo sólo estaba allí

sentada en el borde del escenario, con rayas verdes de cartón puestas. Era…
césped. No me moví. No cambié de posición. Sólo tenía que quedarme allí

sentada y ser el césped. Y recuerdo que mis padres me sonreían mientras hacían
fotos ―balbuceó entre risas―. Dios mío. ―Se sonrojó cuando él se rio aún más.

―¿Tienes esas fotos? Me encantaría verlas.

―Ay… ―Kelly se frotó una lágrima de la comisura del ojo―. En

realidad, sí las tengo. Es uno de los muchos buenos recuerdos que tengo con mis

padres.

Los ojos de Guy se nublaron de compasión y deslizó la mano por su brazo.

No era una caricia sexual en absoluto, era reconfortante y cálida, y Kelly se


detuvo cuando el momento y la caricia la abrumaron más que los sexuales.

Estaba allí con un propósito. En ese momento estaba sentada a su lado con nada

más que ropa interior de encaje que no dejaba nada a la imaginación porque
tenía cosas que lograr y objetivos que podría alcanzar con esos logros.

Apartó la vista de su penetrante mirada. No resultaba de ayuda que él


pareciera saber todo lo que le pasaba por la cabeza. Sería extremadamente

peligroso dejar que supiera todas las cosas que estaba pensando. Eran
sentimentales y estúpidas, y no tenían lugar en este acuerdo. Sacudiendo

mentalmente el estupor de la imprudencia, Kelly miró las dos botellas de


champán que había sobre la mesilla del salón. Vacías.
Hizo una mueca.

―¿Eso nos lo hemos bebido nosotros?

El rio.
―Me temo que sí.

―Uf. No me sorprende que me sienta tan…


Guy esperó, pero cuando pareció que no encontraba la palabra, le ofreció

su ayuda.

―¿Alegre?

Kelly se quedó paralizada y una lenta sonrisa se extendió en su cara.

―Claro ―se rio―. Alegre. Contenta.

Se alejó de él hacia un lado y puso una pierna en su regazo. Los dedos de

él se deslizaron a lo largo de la pantorrilla hasta llegar al muslo y pasaron por la


liga, pero se detuvo justo arriba y retrocedió el camino hasta el tobillo. La

respiración de Kelly eran jadeos breves y entrecortados mientras permanecía con

la espalda apoyada en el reposabrazos, y se mordió el labio cuando él le levantó


el pie. Posó los labios alrededor del tobillo de ella.

Kelly tembló, alzó la mano hasta el hombro de él y clavó los dedos en la


tela almidonada con desesperación. A él la nuez se le movía sensualmente en el

cuello mientras volvía a colocarle el pie sobre su regazo, con tacones y todo. El
centímetro de piel donde sus labios habían dejado una zona húmeda estaba vivo,

ardiendo con vida propia, latiendo, palpitando.


―¿Tú alguna vez…? ―Kelly se aclaró la garganta―. ¿Tú alguna vez has
protagonizado una de esas obras del colegio interpretando, no sé, a una roca o

algo así? ―Se rio―. Me haría sentir mejor con respecto a mi maravillosa

actuación.
A ella le encantaba cómo se deselvolvía él ante sus ojos, con la mano

cerrada alrededor de su tobillo de forma posesiva mientras se relajaba por


completo por primera vez desde que lo conoció.

―Representé a un pirata con el parche en el ojo y todo. Pensaba que era el

niño más guay del mundo. Pero me salí del guion e hice lo que me dio la real

gana. Fue divertido. ―Se rio―. Mi padre era un fanático de la disciplina y mis

dos hermanos eran siempre niños modélicos cuando él estaba cerca. Pero yo era

extremadamente difícil de controlar.

Kelly se mordió el labio y los ojos le brillaron de curiosidad.


―Madre mía. La verdad es que no logro imaginarme eso ―afirmó

sarcásticamente.

Guy se rio con fuerza y la miró con un brillo tan intenso en los ojos que
por un momento se olvidó de que él estaba perfectamente preparado para su

plan. Esto era lo que había estado esperando. Se dejaría llevar por completo.
Estaba totalmente relajado, cómodo y con la guardia bajada.

Distraída por lo adorable que parecía sin la fachada de magnate


despiadado e implacable que tenía que representar todo el día de forma continua,

Kelly levantó los brazos y se los llevó a la espalda, y notó cómo a él se le iba la
mirada a sus pechos con ansiedad. Se levantaron aún más en el corpiño, que ya
era demasiado pequeño. Sabía lo absolutamente desnuda que estaba con esa

lencería y había tenido exactamente el efecto que esperaba.

―Me parece que con todo el alcohol que tenemos en sangre, jugar a
verdad o atrevimiento sería muy interesante.

Guy se rio.
―Y jodidamente peligroso.

―Sin duda. ¿No es emocionante?

―Tú eres emocionante.

Kelly se mordió el labio.

―Vale, tú primero.

―¿Verdad o atrevimiento?

―Verdad, claro.
Ella sonrió.

―Siempre eliges eso y voy a hacer que te arrepientas.

―Hazlo. ―Apretó los dientes.


Lo dijo tan agresivamente que Kelly se derritió por dentro, pero después

continuó de acuerdo con su plan. Estaba muy cerca. Ojalá no hubiera tomado
tanto alcohol y no estuviera tan excitada y tan ansiosa por su cuerpo, su boca y

sus manos. ¿Por qué no podía haber dejado que todo esto fuera algo impersonal?
«Pero entonces no lo tendrías tan relajado y cómodo, y tan dispuesto a

contarte cualquier cosa que le preguntes», le respondió su mente.


―¿Qué estás pensando en este instante? ―dijo ella.
Guy sonrió

―Eso es fácil. Eh… Estoy pensando en cuánto tiempo puedo mantenerte

despierta esta noche para mis intenciones poco caballerosas.


Ella sonrió, y un calor complacido le exudó por las mejillas.

―Qué predecible, señor Riverton. Su turno.


―¿Verdad o atrevimiento?

Ella lo pensó un rato.

―¿Verdad?

―Dime una cosa de ti que no sepa, pero que probablemente debería saber.

Kelly sintió el pánico corriendo en su interior. Ojalá tuviera más práctica

en ser una completa bruja confabuladora. «No lo sabe. Claro que no lo sabe».

―Que no soy tan inocente como crees que soy.


―Algo me imaginé cuando entré y te vi cocinando medio desnuda con

tacones de doce centímetros.

―¿Verdad o atrevimiento? ―soltó ella rápidamente, deseando pasar a la


siguiente pregunta.

Continuaron una y otra vez, Guy siempre eligiendo la verdad y Kelly


haciendo preguntas fáciles solo para hacer que se sintiera cómodo. Cuando

finalmente eligió atrevimiento, Kelly sabía exactamente lo que quería. Y no tenía


nada que ver con su jefe de Manhattan ni con el ascenso que tenía pendiente.

―Sácatela de los pantalones y deja que te la chupe. Una vez.


Guy tragó saliva.
―Vaya, tú pretendes matarme de placer esta noche, ¿no? ―Pero hizo

exactamente lo que le había pedido.

Kelly se incorporó, bajó las piernas del sofá y vio cómo los fuertes dedos
de él desataban el pantalón y lo apartaban. Ella le cogió la mano que estaba

utilizando para abrirse paso y sacársela. Ya estaba algo dura.


―Ahí la tienes. Toda tuya.

―Toda mía.

Las palabras resonaron en la mente de Kelly mientras se echaba el pelo

hacia atrás con ambas manos, sosteniéndolo recogido con una, mientras rodeaba

con la lengua la cabeza de su miembro y lo succionaba metiéndoselo en la boca.

Cerró los ojos y gimió sobre su pene mientras el aroma y el sabor de él la

llenaban, sobrepasando sus sentidos. Sus labios se arrastraron hasta la misma


base de su miembro hasta que se puso duro en un instante contra su garganta y

después lo chupó, dándole forma a las mejillas. Arrastró los labios lentamente a

lo largo de toda su erección y los apretó sobre la punta mientras el jadeo


entrecortado de él resonaba en sus oídos.

De forma abrupta, ella se incorporó con las mejillas sonrojadas, viendo las
ascuas encendidas en sus ojos azules. Él se inclinó para cubrirle la boca con un

beso apasionado y feroz que la dejó sin respiración.


Kelly lo empujó del pecho y se movió hacia atrás.

―Todavía no hemos terminado.


Él gruñó y se rio como si intentara ocultar su agonía física.
―Me estás matando.

Ella sonrió y se recostó.

―Vale, si tienes tanta prisa, es tu turno otra vez. ¿Verdad o atrevimiento?


―Atrevimiento no ―dijo fervientemente―. Sin duda, atrevimiento no.

No puedo soportar otra de estas sin estallar como un chaval. Elijo verdad.
Kelly se tumbó, colocó ambas piernas sobre su regazo y las cruzó a la

altura de los tobillos. La gran mano de él le cubrió las rodillas mientras esperaba

recostado hacia atrás.

―¿Cuál es tu mayor secreto, el más oscuro, Guy?

Se obligó a mantener la sonrisa mientras Guy apartaba la mirada

rápidamente y su sonrisa se desvanecía. Se le nubló la mirada. Había algo en

ellos que ella no había captado, pero había sido algo completamente extraño e
irreconocible. Con el corazón acelerado, sabiendo que estaba muy cerca de

lograrlo, entró en pánico. Se urgió a pensar en algo que volviera a hacer que se

sintiera cómodo. Y alguna parte insensible de ella encontró la idea perfecta.


―Vale, lo digo yo primero mientras tú piensas la respuesta ―dijo

despreocupadamente como si no hubiera notado su reacción a la pregunta. Kelly


respiró hondo antes de volver a hablar―. Mi mayor secreto y el más oscuro es

que… a pesar de lo mucho que quiero a mis padres, y los quiero a morir, estoy…
―Se mordió las mejillas por dentro, sabiendo que nunca había admitido esto

ante nadie. Se preguntó distraídamente por qué había elegido ese momento
egoísta y decisivo para hacerlo. Pero quería decírselo a él en voz alta. Tal vez él
fuera el único que lo entendería. No sabía por qué, pero algo le decía que sería

así.―. Es horrible decir esto, pero estoy realmente decepcionada con las

elecciones que mis padres han tomado en la vida. Son muy inteligentes y aun así
se conforman con ser simplemente trabajadores en una fábrica. Se merecen algo

mejor, pueden conseguir algo mucho mejor. Y creo que la principal razón por la
que soy tan adicta al trabajo y soy tan tenaz en mi carrera, y también el motivo

por el que haría cualquier cosa para llegar más lejos, es porque no quiero acabar

como ellos. Y ese es también mi mayor miedo.

Cuando volvió a mirarlo, tenía el ceño fruncido. La observaba con una

expresión tranquila que la embelesó. Su calma absoluta aplacó la confusión que

sentía.

―Lo que tus padres hacen para ganarse la vida, Kelly, no los define.
―Ya lo sé. ―Se sentía miserable, pero su voz, su timbre y el hecho de

que a alguien le importara, bastaba para hacer que el sentimiento fuera menos

hiriente y debilitante.
Él se giró de lado, le levantó la mano y la apretó con fuerza. Kelly se

sorprendió por la repentina muestra de afecto.


―¿Sabes qué les define?

El corazón le latía más rápido y se le cortó la respiración.


―Tú. Tú eres quienes son ellos. Los veo en ti, Kelly. Eres inteligente,

cariñosa, inspiradora y fuerte, y distinta a cualquier otra mujer que haya


conocido nunca. Y eso es bastante increíble por su parte, para ser sincero. Los
admiro por lo que han logrado conseguir contigo.

El nudo que tenía en la garganta amenazaba con ahogarla. Kelly parpadeó

varias veces, los ojos le ardían por las lágrimas. Nunca había oído nada tan
sencillo y bonito sobre ella. El hecho de que ese hombre fuera el mismo que

había estado en una obra con un casco y que había coqueteado con ella cuando
se conocieron era impactante.

Era un hombre increíble. Más allá del conquistador y mujeriego duro y sin

escrúpulos, existía un hombre más sencillo. Un hombre que apreciaba cosas más

importantes. Y su cumplido acababa de demostrar que veía mucho más en ella

que su piel clara y brillante y que su culo y sus pechos grandes. Parecía

sintonizar perfectamente con sus sentimientos. Para él no era ningún juego.

Pero para ella sí.


Kelly se quedó asombrada por la intensidad de la sensación de asco que

sintió por sí misma. Había maquinado un plan elaborado para llevarlo hasta allí,

para tenerlo con las barreras bajadas, abierto y sincero, para poder atraparlo y
aprovecharse de lo que le contara en confianza para avanzar en su carrera. Tenía

que alimentar la tenacidad de su carrera. Él en realidad no la conocía de verdad,


¿no? No era fuerte e inspiradora. Era una bruja inteligente.

―No. ―Kelly estiró la mano hacia adelante y agarró la parte delantera de


su camisa, atrayéndolo hacia sí mientras levantaba la boca.

Los labios de ella chocaron contra los de él durante un instante antes de


que Guy se colocara por completo encima de ella y metiera una rodilla entre sus
piernas. Kelly levantó una pierna y la enganchó alrededor de sus caderas en el

asiento del sofá. Él gimió contra sus labios mientras ella luchaba por ir más

despacio, pero quería sumergirse por completo.


Sumergirse en el beso, en las sensaciones. No quería sentirse como la

mujer en la que evidentemente se había convertido. Quería ser exactamente


como Guy la veía. Limpia, pura, inspiradora y fuerte. Quería esconderse de la

realidad en los besos de él.

Los labios de él abrieron más los suyos mientras hundía la lengua en su

boca. Cuando sus lenguas se entrelazaron húmedas, Kelly estaba perdida en un

mar de placer sin sentido.

Todavía no había hecho lo impensable. No quería conocer sus secretos.

Quería al hombre, y la ferocidad de ese pensamiento la pilló por sorpresa.


De repente estaba afrontando demasiadas sensaciones. Los sentimientos

cobraban vida en su pecho y eran tan tiernos y tan extremos que la dejaron en

carne viva. Lo apretó más contra sí, cada centímetro de su cuerpo era como un
lugar sagrado que tenía que tener, sentir y memorizar para siempre. No quería

tolerar el momento de separarse de su cuerpo mientras él se quitaba la camisa y


la levantaba para sentarla antes de quitarle la lencería de encaje.

Estaba completamente desnuda. Las manos de él le agarraron los pechos.


Los apretó, los levantó y los unió antes de que su boca se dirigiera al centro.

Kelly arqueó la espalda mientras él deslizaba la lengua entre sus senos,


después sobre uno de ellos, deteniendo los labios sobre el pezón hata que se
convirtió en un duro punto de deseo.

―Guy… ―La emoción del momento se transmitió en la forma en que

dijo su nombre. Lo oyó. Y estaba segura de que él también. No le importaba.


Quería quedarse atrapada allí para siempre. Le sostuvo el rostro con las manos y

lo apartó de su pecho, atrayendo su boca deliciosa y cincelada hacia la de ella


mientras lo besaba con un ardor feroz―. Nunca puedo saciarme de ti.

Notó el cambio en él. Hundió las manos bajo el cuerpo de ella,

apretándole la carne, clavándole las uñas en la piel al oír sus palabras. Se movió

hacia arriba, apretando su miembro contra la entrepierna de ella al cambiar de

posición. Colocó los labios suavemente sobre los de ella al mismo tiempo que su

cuerpo la tomaba con aspereza y la apretaba con su peso. Al instante, Kelly le

rodeó el cuerpo con las piernas para mostrarle cuánto lo deseaba.


No era suficiente, hiciera lo que hiciera. No importaba cuánto pasara las

palmas de las manos sobre su piel ardiente o la fuerza con la que le devolviera

los besos, consumida por el ansia de tenerlo más y de forma más completa,
profunda y absoluta.

Cuando él interrumpió el beso, ella gimió en señal de protesta. Pero los


labios de él dibujaron un camino por su mejilla hasta la oreja. Su lengua se

detuvo en la curva antes de entrar con suavidad.


Ella se retorció y jadeó, y las palabras de él fueron un susurro acalorado en

el lóbulo de la oreja.
―Ven a la cama conmigo, Kelly.
―Siempre. ―Se inclinó hacia él―. Siempre.

Él levantó la cabeza para mirarla, y la confusión de su rostro reflejaba la

que había en el de ella. Había algo diferente en el modo en que la miraba. No


partía del puro deseo carnal. Era tierno y el desconcierto era evidente, como si él

tampoco pudiera entenderlo. Ella se quedó allí tumbada y desnuda mientras él se


levantaba de encima y dejaba que ella recorriera con la mirada su cuerpo

desnudo.

Era todo músculo y formas esculpidas, y su piel bronceada con la luz

tenue destacaba los cuadrados de sus abdominales. La forma de sus hombros y

sus bíceps musculosos era adictiva para la vista. Mordiéndose el labio, levantó

ambas manos hacia él con una petición silenciosa y con una sonrisa.

Él apretó la mandíbula. Sin esfuerzo, como si ella pesara un kilo, deslizó


los brazos por debajo de su cuerpo para leventarla hasta su pecho.

Kelly se rio mientras él le rozaba el cuello con la nariz y la llevaba por

toda la suite hasta el dormitorio donde su maleta estaba abierta y desordenada.


Cuando la dejó caer en la cama, soltó un chillido por la sorpresa mientras

rebotaba durante un momento. Pero cuando la mano de él se cerró sobre su


tobillo como si fuera un grillete de metal, ella se detuvo.

En todo lo que durara su vida, no olvidaría cómo la miró ese momento. La


lámpara de la mesilla, la única luz que había en la habitación, desprendía un

brillo dorado sobre la preciosa piel de él; su cuerpo masculino duro, erecto y
viril. Su mano fuerte y dura era un gran contraste frente a las curvas suaves de
ella, y era fascinante.

―Quedamos bien juntos, ¿verdad? ―murmuró ella. Cuando los ojos de él

se detuvieron en sus pechos, ella levantó los brazos por encima de la cabeza y
curvó la espalda―. Ven a por ello.

Una sonrisa lenta se dibujó en la cara de él, e inhaló con fuerza mientras
subía una mano por la pantorrilla de ella y después por el muslo, levantándole la

pierna. Apoyó el talón de ella sobre su hombro y bajó la mano por la longitud de

su pierna hacia la parte interna del muslo y después hasta su sexo.

―¡Aah! ―El sonido breve y tembloroso se le escapó de los labios

mientras alzaba las caderas. Dobló la otra pierna y la separó para darle una mejor

perspectiva y más espacio. El pecho de él subía y bajaba con su respiración

entrecortada mientras extendía la humedad que salía de su interior por los labios
y por el clítoris hinchado.

―¿Tienes idea… ―Sus ojos eran brillantes y ardientes mientras miraba a

su sexo abierto casi con enfado― de lo que me haces, Kelly?


No le dio tiempo para responder. Tirando de ella hacia él, se arrodilló en la

alfombra y le separó los muslos mientras le cubría el sexo con la boca.


El quejido fuerte y devastador salió de su pecho como un grito, y la cabeza

le cayó hacia atrás mientras el cuerpo le temblaba por el fuerte impacto de su


boca aterrizando en ella. Sus labios eran rápidos, arrastrándola y saboreándola.

Le separó los labios con la lengua y la textura aterciopelada de esta fue la


fricción más indescriptiblemente sensacional que había sentido nunca. Levantó
las caderas y chocó contra su boca mientras él metía la lengua en su sexo,

entrando ligeramente y después retirándose, dándole el preludio de lo que su

erección le haría a su cuerpo en poco tiempo.


Kelly miró hacia abajo y lo pilló observándola, y no pudo apartar la

mirada. Gimiendo, se puso una almohada bajo la cabeza para mirarlo mientras le
lamía el sexo y frotaba la lengua contra su clítoris. Él hundió los dedos con

brutalidad en su carne mientras la sujetaba. Ella le pasó los dedos por el pelo

denso y color arena que parecía dorado a la luz de la lámpara, y él cerró los ojos

y cambió la boca de posición.

Kelly dejó de intentar prolongarlo. El orgasmo le llegó demasiado rápido,

no podía competir contra la destreza de Guy. Cerró los ojos con fuerza y le soltó

el pelo; sus manos golpearon el colchón a ambos lados de su cuerpo y agarró las
sábanas con los puños. Tembló y movió la cabeza mientras un sonido fuerte y

animal surgía de su boca.

Cerró los muslos, pero no sirvió de nada. La lengua de él estaba


volviéndola loca, pasando por el clítoris que, de repente, era demasiado sensible.

Ella gimió y se giró hacia un lado, desesperada por liberarse de esa estimulación
que iba a destrozarla en mil pedazos de placer.

Apenas se había recuperado del orgasmo cuando él aplastó el cuerpo de


ella con el suyo. Le levantó más la pierna con la rodilla y se la separó mientras le

frotaba el suave sexo con su erección. No entró directamente en ella como había
hecho en la cocina, como si estuviera compensándola por la forma rápida y
brusca en que la había tomado antes.

―Te debía uno rápido por haberte dejado con las ganas en la cocina, ¿no

crees, preciosa?
Kelly sonrió y él le borró la sonrisa besándola suavemente en los labios

mientras sus manos se precipitaban sobre sus pechos. Cuando Kelly lo apartó y
se colocó encima de él, sus pechos se extendieron contra su torso. Mordiéndose

el labio inferior, dejó que la calidez de sus manos le recorriera el cuerpo. Su

tacto era suave. Estaba explorándola. No había nada de la ardiente premura para

conseguir lo que quería de su cuerpo y ponerle fin. Aun así, su miembro latía

con furia junto al muslo de ella. Kelly levantó la cabeza y se detuvo, sin

respiración. Por un momento él no se movió y sus ojos se clavaron en la cara de

ella antes de pasarle la mano con ternura por la mejilla.


La caricia amable y cariñosa, el brillo de sus ojos, la enviaron a otra

dimensión de comprensión. Estaba enganchada a ese hombre. Y no solo por su

cuerpo. Era mucho más. Le encantaba quién era, lo que representaba, todos sus
defectos se habían convertido hacía mucho tiempo en peculiaridades que

adoraba con todo su corazón. Se movió y se montó a horcajadas sobre sus


muslos mientras él se sentaba con la espalda apoyada en el cabecero. Kelly

apretó su sexo contra el de él, miró hacia abajo y vio cómo la cabeza sobresalía
entre ambos.

―Estoy tan contenta de haber venido contigo, Guy. ―Le cubrió la boca
en un beso y apoyó los brazos sobre sus hombros mientras las manos de él le
cubrían los pechos.

Él la aplastó, la apretó y la alzó, y después le cogió los pezones entre los

pulgares y los índices. Cuando los giró de forma rápida y feroz, las fuertes
vibraciones fueron directas a su clítoris. Ella se retorció contra su erección. La

respiración jadeante y entrecortada de él era inconfundible contra los labios de


ella.

―Sí, haz eso.

Su insistencia hizo que ella moviera las caderas hacia delante y se pusiera

encima de él antes de levantarse con ansiedad.

―Quiero que estés dentro de mí. Estoy tan vacía sin ti.

Los ojos de él ardieron ante sus plegarias y ella levantó las caderas y

extendió la mano para agarrar la base de su miembro y sostenerlo hacia arriba.


Balanceó las caderas mientras dirigía su erección hacia ella un centímetro y

después se dejó resbalar sobre ella con un movimiento profundo y lento.

Sus sonidos de placer resonaron en la habitación y Kelly se sumergió en la


ferocidad de su ritmo.

―Siempre estás tan jodidamente apretada… ―dijo con incredulidad.


Kelly casi se rio a carcajadas.

―Créeme… ―Le mordió la barbilla y arrastró los dientes por su


mandíbula―. Mi anatomía no es la que tiene la culpa. ―Después jadeó cuando

su miembro grande y generoso fue a parar a a parte más profunda de su


conducto, muy dentro de ella. Jadeó y se levantó, luego golpeó hacia abajo y se
inclinó hacia atrás para agarrar las rodillas de él y moverse de atrás hacia

adelante sobre su sexo―. Nunca te será fácil caber dentro de mí, no importa

cuántas veces entres.


Siguió la dirección de su mirada. Su sexo brillaba con los fluidos de ella

cuando salió de su cuerpo y ella se quedó demasiado absorta al verlo.


―Mírate ―susurró él de repente, y tiró de ella para acercarla,

mordiéndole los labios y rodeándola con los brazos.

Sujetándola, agarrándola, dio rápidas y breves acometidas en su interior.

Kelly gimió con fuerza sobre sus labios con cada embestida mientras su cuerpo

la estiraba y la penetraba cada vez más profundamente. Y cuando su ferocidad

fue demasiado, él interrumpió el beso y enterró la cara entre los labios de ella.

Sosteniéndola hacia abajo, entrando en ella con fuerza, la tomó con toda la
potencia de su cuerpo. Ella gritó con fuerza con cada embestida antes de que él

finalmente bajara el ritmo y le clavara los dientes en un lado del cuello,

succionando profundamente su piel.


Kelly se levantó más, moviéndose lentamente sobre él, sintiendo ya

escozor y pinchazos en su interior a causa de las increíbles embestidas. Le


ofreció uno de sus pechos acercándoselo a la boca.

Sus ojos la miraron con sorpresa y después lo tomó, cerrando los labios
sobre el pezón y ardiendo sobre la extensa superficie de sus pechos. Ella gimió,

moviéndose contra su miembro lentamente, sosteniendo alzado el pecho para él.


Él la miró fijamente a los ojos en el momento de intimidad más
indescriptiblemente tierno que ella hubiera experimentado nunca. Y cuando él

negó con la cabeza de lado a lado, pasó la lengua plana por el pezón y el clítoris

empezó a latirle.
Ella levantó el otro pecho y metió el pezón en su ávida boca. La mirada de

él era feroz y salvaje, y movía las caderas tensándose bajo ella.


―Voy a correrme ―jadeó ella con un suspiro entrecortado.

Los dientes de él se apretaron sobre su pezón, llevándola al límite más

rápido de lo que había esperado. Ella se sacudió y sus muslos se cerraron justo

cuando él le agarraba la cintura y gruñía. La respiración de él era cálida y

entrecortada sobre sus pechos, y el chorro de semen caliente la llenó. Cayó sobre

él, rodeándole el cuello con los brazos mientras él continuaba temblando con un

orgasmo eterno; su potente figura se agitaba con cada golpe de vida que entraba
en ella.

Ella se quedó donde estaba, sobre él, manteniendo el pene dentro de su

cuerpo hasta que él estuvo preparado para moverse. Cuando lo hizo, a ella le
sorprendió que la llevara con él y que le rozara la frente con los labios.

Los ojos de Kelly se abrieron de par en par en medio del delirio y del
aroma del sexo en el aire, el aroma de él y la humedad de su cuerpo. ¿Acababa

de darle un beso en la frente? No estaba segura, pero su corazón había dado un


brinco ante la tierna muestra de afecto.

Kelly se acurrucó más cerca cuando él apretó el brazo y se rio al ver que
no estaba satisfecho. Atrajo el cuerpo de ella hacia sí, obligándola a colocar la
pierna sobre él.

―Ahora eres perfecta. ―Ella subió más la rodilla sobre su cuerpo hasta

que se apretó contra su miembro blando bajo las mantas―. Mejor incluso
―susurró él y le rozó la sien con la boca.

Kelly giró la cara hacia la suya y él sonrió y le dio un beso en la parte alta
de la nariz. Los dedos de él se extendieron posesivamente sobre su brazo. Kelly

no podía apartar a mirada de lo que veía. Sus suaves curvas y los duros músculos

de él nunca habían sido más bonitos que cuando ella estaba tumbada sobre él.

Tan diferentes y aun así la combinación perfecta.

Entrelazó los dedos con los de él y él le devolvió el apretón.

Él respiró hondo.

―Creo que te debo una verdad.


Ella cerró los ojos y se alegró por un momento de que él no pudiera verle

la cara. Negó con la cabeza sin levantarla y apretó los dedos sobre los de él.

―No me debes nada. Todo es perfecto tal y como está.


―Sí te lo debo. Quiero hacerlo.

Ella giró la cara hacia arriba.


―Se nota que fue difícil para ti, fuera lo que fuera, y no quiero que me lo

cuentes.
Él sacudió la cabeza.

―No es difícil contártelo. Ya no.


Los miedos de Kelly se disiparon. En ese momento, no era una periodista
intentando conseguir una exclusiva que cambiaría su vida. Era Kelly, una chica

normal que había ido a la ciudad a probar suerte y había terminado, por algún

extraño giro del destino, con ese hombre poderoso y fantástico. Recostada contra
él después de que acabara de hacerle el amor. «Hacer el amor». En realidad, ella

nunca había visto el sexo así, pero con él, esa noche, era apropiado.
―Vale.

Él suspiró, sosteniéndole la mirada mientras se ponía de lado y la llevaba

con él.

―Cuando llegué hoy a tu suite, estaba bastante molesto.

Ella separó los labios. Eso no se lo esperaba.

―¿Sí?

―Sí. Hoy tuve que ver a Ada. Había pasado un tiempo desde la última
vez que la había visto y me destroza cada vez que la veo o que oigo su nombre.

A Kelly comenzó a latirle el corazón con tanta fuerza que amenazaba con

salírsele del pecho.


―¿Quién es Ada?

Él sonrió y le quitó el pelo de la cara.


―Es la única mujer a la que quise. A lo largo de los años he intentando

convencerme de que en realidad no la quería, pero es un intento estúpido. La


quería. La quería con una locura de la que no sabía que era capaz. ―Se

detuvo―. Estoy entre la espada y la pared, porque aunque preferiría no volver a


verla jamás, es la mujer del posible nuevo alcalde de la ciudad. Y ya no puedo
evitarla o fingir que no existe.

Kelly tragó saliva cuando su confesión hizo que se tensara. Deseó que

parara, que no le contara más, pero quería saberlo.


―¿Qué pasó con ella?

―Estaba prometida cuando la conocí. Tuvimos una aventura de un año y


di por hecho que ella también me quería. No sé… a veces pienso que tal vez sí

me quería de verdad, pero que estaba tan desesperada por conseguir otra vida y

otra realidad que le pareció bien pisotearme.

Se le paró la respiración. Había oído y asimilado cada palabra, sintiendo

que era algo que perfectamente se podría decir también de ella en el futuro.

Imaginar que Guy no quisiera saber que ella siquiera existía, al igual que sentía

con Ada, le destrozaba el corazón en astillas pequeñas, dolorosas y sangrantes.


―Bueno, pues un día pasé por su casa de la ciudad para darle una sorpresa

y estaba… disgustada. Acababa de descubrir que estaba embarazada.

― Oh.
―Sí. Después de eso no fue bien, todo desapareció de la noche a la

mañana. Los sentimientos, el amor que me había prometido, todo. Es un poco


patético seguir lamentándome por ello después de tanto tiempo.

Kelly dio por hecho que como Ada ya estaba casada con otro hombre,
Guy estaba resentido con ella por haberla dejado por su prometido.

―¿Tiene al niño?
Se quedó paralizada cuando a Guy se le nublaron los ojos y se le tensaron
los rasgos; la nuez se le movía en la garganta.

―No, no lo tiene. Abortó menos de doce horas después de mear en un

palo y descubrir que estaba embarazada de ocho semanas.


Kelly separó los labios cuando lo vio: la traición, el dolor. No se trataba de

Ada; su resentimiento y su deseo de olvidarse de la existencia de Ada tenían que


ver con el bebé. Su bebé.

―Ada no quería un escándalo. Como estaba prometida con un prometedor

político de Seattle, tenía la esperanza de ser como de la realeza aquí. Así que

hizo las maletas en Manhattan ese mismo día y me dijo que me llamaría, y no lo

hizo. La llamé tres semanas después para preguntarle cómo se sentía y me dijo

que estaba en Seattle y que había abortado hacía mucho tiempo. ―Se rio sin

alegría―. Ni siquiera se molestó en decírmelo. Aunque le había dicho que la


apoyaría con su decisión, después, por supuesto, de rogarle que tuviera al bebé o

que me lo diera para que yo lo criara. Durante tres semanas, seguí pensando en

un universo alternativo donde Ada y yo acabábamos con nuestro hijo,


formábamos una nueva vida para nosotros en Manhattan. Era tan niño entonces,

tan lleno de esperanza. Es patético.


―No lo es.

Él sonrió y le apartó el pelo de la mejilla.


―Estaba destrozado, Kelly. Me encantaba la idea de tener una familia y

muchos hijos, pero desde que Ada me mostró de lo que era capaz, cerré el
corazón para no volver a ver eso nunca. No puedo soportar ese tipo de dolor
debilitante otra vez, no me permitiré hacerlo.

Ella sintió cómo apretaba los dedos sobre su mano y volvió a la realidad

con un batacazo. Ahí lo tenía. Era todo lo que necesitaba. La historia


escandalosa perfecta por la que a su jefe se le iba a caer la baba. Y no era solo

Guy el que formaba parte de esa gran red de secretos, también involucraba al
posible futuro alcalde de Seattle y la infidelidad de su mujer. Era un círculo

completo de engaños, mentiras y escándalos. ¡Sería la maldita historia del año!

Pero en lugar de sentir alivio, Kelly sintió asco. Ada había dicho que

amaba a Guy y después le había pasado por encima para conseguir algo que

deseaba más. Al igual que Kelly deseaba avanzar en su carrera. «Pero Guy no te

quiere y tú no lo quieres a él».

«¿Verdad?»
Las lágrimas le ardían violentamente bajo los párpados. No entendía de

dónde venían. En su vida no había espacio para esas emociones. Ella estaba por

encima de eso. No se había abierto paso en la vida dejándose atrapar por las
emociones y las relaciones.

Pero ¿era capaz de traicionar la confianza de Guy? ¿Podía ser esa


persona? ¿Podía convertirse en la próxima Ada en la vida de Guy Riverton?

―Pero ¿sabes qué es lo que realmente me ha vuelto loco hoy, Kelly?


Le daba miedo saber más.

―¿El qué?
―Que después de tener uno de los días más desgraciados de todo el año,
volví a tu suite y, en cuanto entré, me olvidé de todo lo relacionado con Ada y

con su marido, y con su vida perfecta después de haber abortado a mi bebé.

A Kelly le latía el corazón con fuerza y las lágrimas le quemaban los


párpados. Apretó los labios cuando empezaron a temblarle.

La respiración de él se volvió más profunda mientras la colocaba de


espaldas y se ponía encima de ella; su miembro ya estaba duro y apretado contra

su entrepierna.

―Me has hecho olvidar todos los recuerdos horribles que me habían

estado dando vueltas en la cabeza durante una hora. Ha sido una tortura. Pero

después te vi ahí de pie en la cocina y se acabó. Porque tú eras todo lo que

quería.

Kelly tiró de la boca de él para bajarla hacia la suya mientras las


emociones la sobrecogían. No quería llorar. Pero no sabía por qué le resultaba

tan imposible tragarse las lágrimas. Lo agarró con más fuerza, arrastrando los

dedos por su espalda fuerte y musculosa mientras abría las piernas para él al
instante. Ahora era ella la que quería distraerse de la increíble agonía que sentía

en el corazón. Encontró su vía de escape cuando la boca de Guy trazó un


recorrido por todo su cuerpo y se hundió entre sus piernas.


Capítulo diez

Guy

Guy sabía perfectamente por qué estaba agitado a pesar de que intentaba
distraerse. Caminó hacia las ventanas y miró el perfil de la ciudad de Detroit,

que presumiría de varios de sus nuevos rascacielos, y se sacó el teléfono de los


pantalones por quinta vez en la última media hora.

No había sabido nada de Kelly en tres días, y aunque sabía que estaba

ocupada con un proyecto importante del trabajo, se había acostumbrado a tenerla

cerca. Y en cierto modo también se había acostumbrado al sexo con ella.

Después de que pasaran el fin de semana en Seattle en la cama, habían

vuelto a casa y a Kelly la habían llamado del trabajo. Se sentía culpable por

robarle tanto tiempo y decidió darle el tiempo que necesitara para abordar la
catástrofe en el trabajo. Pero estaba empezando a ser demasiado. Tres largos días

sin oír ni una palabra de ella y sin ver su cara era inaceptable.
Sabía que podía llamarla, no eran niños. Podía hablar directamente con
ella y pedirle que se vieran cuando tuviera tiempmo. Él estaba dispuesto a hacer

hueco en su agenda para ella en cualquier momento del día.


Solo había pasado un mes desde que había llegado caminando por su obra,

la cosa más bonita en la que había posado su mirada en toda su vida. Nunca se
había sentido tan… interesado por una chica desde su obsesión por Ada.
Pero Kelly no se parecía en nada a Ada. Y por eso iba a pedirle a Kelly
una cita, después de que terminara el reportaje sobre él, claro. No quería ningún

conflicto de intereses en este caso. Él sabía lo comprometida que estaba con su

trabajo y estaba dispuesto a esperar el tiempo que hiciera falta.


Una cita.

¿Quién habría imaginado que Guy Riverton estaría dispuesto a esperar a


que una chica aceptara tener una cita con él cuando a ella le viniera bien? ¿Quién

sabía adónde irían las cosas con ella? Kelly era tan original que era difícil

basarse en información anterior sobre ese tema. Su experiencia con las mujeres

no era lo bastante fiable. Ninguna de las normas se aplicaba a Kelly.

Estaba a punto de llamarla cuando se detuvo. No era que estuviera

enamorándose de ella. ¿Por qué estaba tan nervioso por llamarla y preguntarle

cuándo podrían verse? Además, hacía poco tiempo que la conocía. Obviamente,
no el tiempo suficiente para llegar a conocer a alguien. Pero lo que sentía estaba

empezando a parecerse peligrosamente a algo real. Si las cosas avanzaban

después de pasar más tiempo juntos, conociéndola, tal vez podría ser capaz de
amarla. Eso era mucho más de lo que se podía decir de todas las otras mujeres

que la habían precedido.


Kelly hacía que quisiera ser un hombre mejor para ella. Había algo en su

pureza y su inocencia que lo empujaba a querer poner fin a sus promiscuidades y


a ser más que un conquistador.

El hecho de que se hubiera abierto y le hubiera hablado de sus padres la


semana anterior en Seattle tal vez no hubiera sido fácil, pero esa era Kelly,
siempre luchando por hacer que la otra persona se sintiera cómoda. Era adorable.

Y su confianza era el motivo por el que él había decidido confiar en ella y

contarle un secreto que había querido enterrar mucho tiempo atrás.


Le sonó el teléfono y lo sobresaltó, casi haciendo que temblara ante la

esperanza infantil de que fuera Kelly. Pero no era ella. Puso los ojos en blanco al
ver el nombre de la persona que llamaba.

―Hola, Damon ―dijo al teléfono sin mucha emoción. La diatriba de

Damon sobre las mujeres con las que se acostaba no le había sentado bien dos

semanas antes y desde entonces había evitado a su amigo de la universidad como

si fuera la peste.

―Tengo que hablar contigo, ¿puedes verme ahora mismo?

Guy hizo una mueca y se frotó el cuello.


―En realidad tengo unas reuniones urgentes en quince minutos. ¿De qué

se trata? ―Ya estaba aburrido. No quería saber nada sobre la próxima conquista

sexual de Damon ni sobre lo maravillosas que eran sus tetas en comparación con
las de las mujeres anteriores. Empezaba a ser algo monótono y Guy era

demasiado adulto para esas conversaciones de vestuario sin sentido.


―Joder, Guy. ―Damon sonaba irracionalmente molesto―. Vale, pues

hace dos días empecé a tirarme a esa periodista pelirroja pequeña y con pecas
y…

Guy suspiró.
―Tengo que irme, Damon.
―¡Que me escuches, joder! La pelirroja trabaja en Business Edge, el

mismo sitio en el que trabaja tu periodista. Ya sabes, la tía que te estuvo

persiguiendo un mes para escribir un reportaje sobre ti.


―Vale. ―Tendría que escucharlo. A Damon le encantaba hablar de las

mujeres con las que se acostaba―. ¿Y?


―Pues según la pelirroja, tu Kelly es la comidilla de la oficina. Es toda

una celebridad allí ahora mismo porque está escribiendo un reportaje

escandaloso y jugoso sobre un multimillonario del que no han dicho el nombre.

Guy se quedó paralizado por un momento. «Mierda». No podía ser él.

Probablemente era otro proyecto que le habían encargado; ese sería el motivo

por el que no había podido ponerse en contacto con él en el último par de días.

Puede que Kelly fuera periodista, pero no era una sanguijuela, claro que no.
―Vale, Damon. No sé adónde va a parar esto y tengo que irme, de verdad.

―¡Guy! ―dijo Damon desde el otro lado de la línea con impaciencia―.

Está escribiendo un reportaje. Sobre un multimillonario. Algo escandaloso. ¿Te


suena?

―Sin duda alguna no soy yo del que habla tu pelirroja.


― ¿Estás seguro?

―Absolutamente.
―Joder. ―Damon suspiró desde el otro lado de la línea―. Habría jurado

que eras tú, pero después la pelirroja me dijo algo más y tuve la sensación de que
nunca habrías sido tan estúpido.
―¿Y qué es? ―preguntó Guy sin mucho interés mientras caminaba de

vuelta a su escritorio.

―Que Kelly acaba de descrubrir el secreto más profundo y oscuro del


multimillonario y que va a recibir una promoción y un sobresueldo por ello.

―Damon resopló―. Probablemente un imbécil aburrido y tonto. Bueno, es que


¿quién le cuenta sus secretos a una periodista? Se merece lo que le pase teniendo

en cuenta que es evidentemente estúpido.

A Guy se le paralizaron las manos en un archivo y se incorporó sin oír más

que un zumbido fuerte y ensordecedor en ambos oídos.

―Ya te llamaré ―dijo con tono glacial al teléfono, y lo miró con furia e

incredulidad.

Él era ese imbécil aburrido y tonto del que Damon hablaba. Él era el que
había dado su historia a la periodista, una periodista preciosa y encantadora que

había cocinado en su suite casi desnuda para él antes de empezar un juego de

verdad y atrevimiento, y que después le había preguntado cuál era su secreto más
profundo y oscuro. Cuando él había dudado, ella le había soltado una historia

para llorar sobre sus padres para hacer que se sintiera cómodo.
Guy no se lo creía. El mensaje que se había esforzado por no enviarle a

Kelly en los últimos tres días ahora estaba lleno de urgencia, solo que el
contenido era muy diferente.

«Reúnete conmigo en el Hart Plaza en treinta minutos».


Estaba a punto de darle a enviar cuando se lo pensó. Era mejor provocarla
con algo que realmente quisiera. Y sin duda alguna no era él lo que quería.

«Reúnete conmigo en el Hart Plaza en treinta minutos. Tengo que contarte

algo que sería genial para tu reportaje».


En menos de un minuto, su teléfono sonó.

«Claro. Ahora nos vemos ☺».


El emoticono le afectó más que cualquier otra cosa. La nueva versión de

Ada, sonriente y confabuladora. Apretando los dientes mientras la furia se

apoderaba de él con sed de venganza, salió con decisión de la oficina y bajó

hasta el vestíbulo. Nada más cruzar las puertas, su limusina lo estaba esperando.

Se metió en la parte de atrás, se ajustó la corbata y captó su reflejo en el espejo,

donde vio sus ojos rojos de furia. Nunca había sentido tanta ira.

―Llévame al Hart Plaza ―le soltó al conductor.


Miró con furia a través de las ventanas. Se moría de ganas de volver a ver

a Kelly.



Capítulo once

Kelly

Kelly cogió el teléfono de la pequeña mesa que había junto a la puerta


principal y salió del apartamento. Había decidido trabajar desde casa esa mañana

y le vino muy bien porque el Hart Plaza estaba solo a unos bloques de distancia
de allí. No hacía malo, pero parecía que estaba a punto de llover. El hecho de no

tener un paraguas significaba que sin duda alguna llovería.

Pensó en volver a subir para coger el paraguas, pero decidió que no

pasaría nada si acababa todo mojada, porque de todas formas volvería

directamente a casa. Habían pasado días desde la última vez que había hablado

con Guy y tenía un nudo de ansiedad en la boca del estómago que había

aparecido en cuanto se habían marchado de Seattle y que se hacía más grande


con cada segundo que pasaba. Estaba inquieta, ansiosa y paranoica, y la mitad de

ella sabía que se trataba de su moralidad, que estaba dándole una paliza interior
por haber hecho lo que había hecho con Guy. Pero ahora no podía retractarse. Lo
hecho, hecho estaba. Tenía que mirar hacia adelante.

Se giró al oír un fuerte choque a unos metros de distancia y se detuvo. Una


bicicleta había chocado contra un camión de basura y los hombres estaban

intentando ayudar al ciclista a levantarse, pero el rápido giro había hecho que se
mareara. Tragó para pasar el amargor que le había subido por la garganta y
arrugó la cara cuando un ataque de náuseas la sobrepasó. Respirando hondo, se

preguntó si habría enfermado de algo en Seattle.

Se cubrió la boca con la mano y se tambaleó mientras convulsionaba. Con

los ojos acuosos, respiraba con dificultad, pero no salió. Su estómago era una
masa de náuseas enorme e inestable que daba vueltas. Jadeando, continuó

caminando obligándose a ponerse mejor. Durante años no había podido


permitirse enfermar, así que había aprendido a seguir adelante con todo. Pero

esas náuseas eran implacables. Se estaba engañando si creía que podría

arreglarlo simplemente caminando unos pasos. Aceleró el ritmo cuando le

sobrevino un fuerte ataque de náuseas, y corrió hacia adelante. Levantó la tapa

de un contenedor y vomitó el desayuno dentro.

―Dios ―limpiándose los labios con el dorso de la mano, volvió a cerrar

la tapa y se giró.
―¿Estás bien? ―Una rubia delgada con unas piernas fantásticas y

tonificadas que llevaba los pantalones cortos más cortos del mundo y que tenía

la cintura más minúscula bajo un ceñido sujetador deportivo de Nike la miraba


con preocupación.

―Sí. ―Kelly intentó sonreír ante su amabilidad―. Estoy…


Su mirada descendió al cochecito de bebé para correr que la chica

agarraba. Estaba cubierto con una caperuza de muselina con estampado de


flores, así que Kelly no podía ver el interior, pero sabía para qué era el cochecito,

claro. Kelly abrió los ojos de par en par y se le fue el color de la cara.
―Dios mío…
Se dio la vuelta y sus pies corrieron sobre el cemento. La rubia que estaba

preocupada ahora parecía confusa, pero Kelly no tenía voluntad ni energía para

ser educada. Su mente era un torbellino de pensamientos y comprensiones. Una


señal de neón parpadeaba a un bloque de distancia. «Farmacia».

Caminó más rápido.


―No, no, imposible… ―canturreaba para sí misma mientras caminaba a

lo largo del interminable bloque que parecía medir un kilómetro de largo. De

repente, todo se volvió claro y rezó a Dios por estar equivocada. Pero incluso

mientras caminaba, sus pechos grandes y pesados oscilaban, convenciéndola.

Aunque en realidad eso no tenía nada de extraordinario, ya que usaba una talla

DD. Pero le dolían por todas partes con cada paso y estaba sin aliento, aunque

solo llevaba caminando poco más de cinco minutos.


Algo le decía que estaba reaccionando de forma exagerada. Se abrió paso,

cruzó las puertas de cristal y caminó directamente hacia los pasillos mirando por

todas partes como loca.


Jarabe para la tos: para niños. Ibruprofeno: para niños.

―Por el amor de Dios.


Parecía que el universo hubiera planeado de repente mostrarle bebés,

bebés por todas partes. No sabía dónde encontrar un test de embarazo.


Una chica esbelta con un adorable peinado afro estaba detrás del

mostrador y Kelly se apresuró hacia allí y esperó hasta que el cliente que había
delante de ella se alejó antes de inclinarse hacia la chica.
―Yo… Eh… ―Tomo aire con brusquedad, pero no podía creer que

estuviera casi jadeando. Era horrible, estaba completamente sin aliento―. Acabo

de vomitar en un contenedor y las tetas me están matando… ―susurró Kelly,


esperando que lo que estaba diciendo tuviera sentido―. ¿Crees que…?

―Mmm… ¿Cuándo fue tu último periodo?


Kelly supo que se puso pálida porque notó la cara siniestramente fría.

―Eh…

«¡No he tenido el periodo desde que conocí a Guy!». Habían pasado más

de cinco semanas sin ninguna señal del periodo. Y había estado tan ocupada con

ese hombre y con su propia agenda que no se había molestado en fijarse.

―Ha pasado un tiempo.

La chica sonrió y después se detuvo al fijarse en la expresión horrorizada


de Kelly. Sin duda notaba que no era algo por lo que Kelly estuviera emocionada

o algo que esperara con ganas. La situación no era una celebración. Borró

cualquier rastro de alegría de su hermoso rostro.


―Los tests están en el último pasillo ―murmuró al tiempo que señalaba.

Kelly musitó un «gracias» sin aliento antes de alejarse corriendo. Volvió


un instante más tarde sosteniendo la caja rosa y blanca.

―¿Esta sirve?
―Sí. ―La envolvió dirigiéndole a Kelly una sonrisa compasiva mientras

pagaba―. Puedes utilizar nuestro baño. Está en la parte de atrás.


―Menos mal. Gracias.
Kelly hizo un gesto de dolor cuando casi se rasgó la uña del dedo índice al

intentar abrir la maldita caja. Quedó tirada en una pila de cartón en el suelo del

baño mientras ella esperaba y colocaba el test en un montón de papel higiénico


cerca de sus pies. Se quedó allí sentada sosteniéndose la cara mientras sus ojos

se negaban a mirar el test. Los tres minutos de espera fueron una tortura
insoportable.

―Por favor, por favor, por favor…

El corazón le latía en el cuello en vez de en el pecho, y lo hacía tan

despacio que creía que podría morir de la ansiedad.

Cuando finalmente abrió los ojos, tardó un momento en enfocarlos en el

test porque había estado apretando los párpados con demasiada fuerza. Y cuando

enfocaron, no había lugar a dudas.


No había dudas sobre si era positivo o no. Las dos líneas eran de color

rosa oscuro, casi del mismo color. No se podía discutir sobre si era demasiado

débil o si era demasiado pronto para decirlo. Había sido tan ridículamente
estúpida… Había esperado bastante más de dos semanas desde la fecha en que

debía tener el periodo para darse cuenta de lo que estaba pasando con su propio
cuerpo.

―¡Joder!¡Joder!
Tenía la cabeza gacha, pero no soportaba apartar la mirada del test. Tenía

que haber ocurrido mucho antes de Seattle. «La limusina».


Maldita sea. Y ni siquiera se había corrido dentro de ella cuando lo habían
hecho en la limusina.

«La única vez que decido pasármelo bien y no ser una idiota correcta y

remilgada y acabo así».


Con cuidado, recogió el test y lo deslizó en la bolsa de papel marrón. Los

pedazos rasgados del envoltorio del test fueron a parar en la basura y Kelly
agarró el test con el puño, reuniendo la energía necesaria para salir de allí.

Sus piernas no tenían energía para mover su peso y, aturdida por el

impacto de lo que había sucedido, miró su reloj de muñeca.

―Vaya, mierda.

Tenía que reunirse con Guy en tres minutos.

«¿Qué le voy a decir? ¿Qué voy a hacer?». Miró el papel marrón que

sostenía en su temblorosa mano y se lo metió en el bolso. Al fondo.


Guy no tenía que saberlo. Nadie tenía que saberlo. No hasta que

descubriera qué estaba pasando y cómo iba a abordarlo. Joder, necesitaba al

menos unos días para procesar la información. Pero las señaes estaban en todas
partes. Ahora que lo pensaba, había pasado la última semana corriendo al baño

con una frecuencia increíble. En ese momento, después de todos los síntomas
evidentes y horribles que había experimentado e ignorado, en realidad ni siquiera

necesitaba ver las dos líneas rosas para saber lo que estaba pasando. Era bastante
evidente. Simplemente había sido demasiado estúpida para verlo.

La chica del mostrador desvió la mirada cuando Kelly pasó. Y Kelly no


pudo alegrarse más. Tenía demasiadas cosas en mente. No había forma de negar
el horror congelado de su rostro mientras salía de la farmacia a prisa y echaba a

correr mientras unas diminutas gotas de llovizna le caían en las mejillas.

«Ostras». Se detuvo y redujo el paso. Kelly ni siquiera podía seguir


corriendo, ¿no? Nunca le habían gustado los cambios espontáneos en su vida.

Este embarazo era tan nuevo y novedoso como podía serlo, y no tenía ni idea de
cómo afrontarlo. ¿Haría daño al bebé si iba corriendo hasta el Hart Plaza? ¿Se

haría daño a sí misma? ¿Por qué todavía no había cogido nada de peso?

Tantas preguntas relacionadas con un tema sobre el que nunca había

tenido que pensar… Pero ahí estaba, a lo lejos.

Cuando el Hart Plaza apareció ante sus ojos, Kelly notó cómo se le

encogió el pecho. El pánico estaba haciendo que se mareara. ¿Qué demonios iba

a hacer? ¿Cómo iba a acabar todo esto? La cabeza le daba vueltas y luchó contra
el terrible sabor que tenía en la boca. Metió la mano en el bolso y buscó para

encontrar el bote de pastillas de menta, pero lo único que notó fue el crujido del

papel marrón con el test de embarazo.


Lo apartó con brusquedad de sus dedos. «Ahora no. No puedo ocuparme

de ti ahora mismo». Por fin, encontró el bote de pastillas de menta y se metió


tres a la boca para contrarrestar el espantoso sabor que notaba.

De pronto tuvo otro pensamiento. ¿Eso estaba permitido? ¿No pasaba


nada por tomar pastillas de menta? Llegados a ese punto le daba miedo hasta

respirar. La paranoia se estaba apoderando de ella y ya le empezaba a pesar esa


carga.
Lo que necesitaba era volver a su apartamento, desnudarse y esconderse

bajo las mantas hasta que pudiera darle sentido a ese embarazo. Y necesitaba ir a

ver a un médico cuanto antes. «Pero ¿qué tipo de médico? ¿Un médico de
familia?».

Su mente era un torbellino de emociones y miedos confrontados. Las


pastillas de menta recubrieron el interior de su boca y finalmente vio a Guy.

No había forma de confundirlo. Incluso entre las multitudes de gente, él

destacaba. Su pelo marrón claro era espeso y era al menos quince centímetros

más alto que la media de la gente que lo rodeaba. Estaba de espaldas a ella con

las manos metidas en los bolsillos de pantalón. A Kelly le dio un vuelco el

corazón a pesar del tormento que estaba afrontando. Dios, qué bueno estaba.

«Lo echaba de menos».


Ese pensamiento desesperado hizo que se tambaleara. Sí. Lo había echado

de menos. Había echado de menos su sonrisa y su aroma y su cuerpo fuerte. Los

últimos tres días que había pasado intentando convencerse de que no quería a
Guy habían sido un desperdicio de recursos emocionales. Ese hombre era algo

para ella, no había duda. Y estaba jodida.




Capítulo doce

Guy

―Hola.
Guy se giró al oír la conocida voz aún enfurecido, pero contuvo la

tormenta de ira en su interior. Al menos de momento. Su cara era una máscara


perfecta de indiferencia y despreocupación, una fachada que había

perfeccionando usándola con frecuencia después de que Ada lo hubiera

abandonado para abortar a su bebé y correr con su príncipe encantado.

―Ha pasado un tiempo sin que nos viéramos ―dijo él.

Kelly rio y él detectó el nerviosismo en su cara. ¿Sabía que la había

descubierto? ¿Era ese el motivo por el que se había mantenido alejada?

―Tres días.
―Sí, tres días. ¿Qué has estado haciendo ese tiempo?

Ella se encogió de hombros; no había ninguna duda, estaba evitando


mirarlo. Miraba alrededor de él, hacia su hombro, pero nunca directamente a la
cara. Las palabras de Damon resonaron en los oídos de Guy. Guy no era ciego y

definitivamente no era estúpido.


―Varias cosas del trabajo. Tenía que entregar tu historia, así que he

trabajado mucho en eso y…


―¿Quieres decir la noticia escandalosa y jugosa sobre un
multimillonario? ―le preguntó educadamente. Sus ojos finalmente se

precipitaron sobre los de él y su rostro se tornó pálido. Él sonrió―. ¿Ese cuyo

secreto profundo y oscuro acabas de descubrir?

Kelly separó los labios y Guy se dio cuenta de que ya no tenía paciencia
con ella. Le había hecho exactamente lo que Ada había hecho. Kelly lo había

traicionado.
―Si te soy sincero, Kelly, no esperaba toda una vida de lealtad y

compromiso después de unos cuantos polvos salvajes y sin sentido… ―le

espetó―. Pero esperaba algo de integridad por tu parte. Al menos ahora no

tengo que preocuparme por si entregas un gran artículo para tu periódico. Sé que

será fantástico. Joder, te di el ingrediente perfecto: un drama servido en bandeja

de plata. Y lo único que tenías que hacer era ofrecerme tu cuerpo y rodearme las

caderas con las piernas mientras te follaba.


Kelly se sonrojó visiblemente mientras él se alejaba después de soltarle

ese comentario insultante. La mano de ella se cerró sobre su brazo y su furia se

incendió. En lugar de los argumentos y la defensa que él había esperado, parecía


extrañamente… inquieta.

―Puedo explicártelo.
Eso hizo que se enfadara más.

―Ah, ¿puedes? ¿Qué vas a explicarme exactamente, Kelly? ―Se acercó a


ella, enfadándose más por momentos aunque se había dicho a sí mismo que de

ninguna manera le mostraría cómo se sentía realmente. Estaba acostumbrado a


esconder sus verdaderos sentimientos y a fingir que nada le importaba una
mierda. Pero no había estado tan molesto en años. Hervía hasta la superficie

como lava fundida―. ¿Me vas a explicar cómo maquinaste un plan para

seducirme con tu precioso cuerpo para conseguir un artículo para tu revista? Te


has vendido bastante barato. ¿Una pequeña historia? ¿Eso es lo que pagué por un

trozo de tu culo?
―¡Para! ―gritó Kelly.

No le importaba que sus duras palabras estuvieran ofendiéndola.

Simplemente apretó los dientes mientras la miraba a la cara como si fuera la

primera vez que la veía. No era la misma ingenua e inocente a la que había

conocido y seducido porque era demasiado virginal y demasiado estimulante.

Era un fraude engañoso.

―Dame una oportunidad. Puedo…


―¿Que te dé una oportunidad para qué?

Ella miró a su alrededor humedeciéndose los labios, cada vez más inquieta

y aterrada.
―¡No me estás dando suficiente tiempo!

―Joder, ¿me estás vacilando? ¿Tiempo para qué? ¿Para que se te ocurra
alguna otra mentira? ¿Para pensar cómo hacer que te invite a mi limusina para

que puedas montarme y conseguir sacarme más información y secretos?


―¡Deja de decir eso!

―¿Y entonces qué debería decir? Puede que sea «el seductor del país»
como tú has dicho muchas veces, Kelly ―dijo con calma―, pero al menos soy
sincero al respecto. No voy mintiendo y engañando a mi paso para conseguir lo

que quiero. No creo en pisotear a otras personas para mi propio beneficio. Eso es

algo que tú probablemente deberías aprender.


―Guy. Espera.

Lo siguió y él se quedó algo sorprendido de que estuviera tan disgustada.


Parecía estar al borde de las lágrimas. Él había esperado que la periodista

mentirosa y conspiradora alzara la barbilla desafiante y se riera en su cara. Pero

esta Kelly no era para nada así. Esta Kelly era la chica cálida, dulce y risueña a

la que había llegado a conocer en el último mes y con la que había pasado dos

noches en la cama en Seattle, y tuvo que sacudir la cabeza para ordenar sus

pensamientos.

―Yo… ―Ella agitó la cabeza.


El remordimiento estaba tan fuera de lugar en sus ojos que él quería gritar

con fuerza que parara. Sabía que su inocencia era una estratagema.

―No tengo todo el día, Kelly ―le espetó con rudeza.


Ella retrocedió como si la acabaran de abofetear.

―Solo quiero decir que no he enviado la historia final todavía.


―Vaya, qué bien. ¿Todavía la estás puliendo con más detalles que me

sacaste mientras me jodías? Literal y metafóricamente.


Ella se sonrojó.

―¡Ni siquiera estoy segura de que vaya a enviarla! ―le espetó enfadada
por la continua referencia al sexo como si ella fuera una furcia a la que hubieran
pagado por sus favores con secretos.

―Y una mierda, Kelly ―estalló él―. No eres más que una sanguijuela

conspiradora y esta actuación en plan «soy completamente inocente» está


empezando a resultar increíblemente pesada, de verdad.

Ella se detuvo como si se estuviera preparando para algo y después respiró


hondo.

―Guy, estoy embarazada.

Él se calmó y ella se quedó allí de pie, casi jadeando después de haber

hablado. Estaba lloviznando de nuevo y sus párpados pestañeaban bajo las gotas.

La gente que los rodeaba parecía pasar sin prisa, mientras que él permanecía

atrapado en el momento.

Acelerado por los agónicos recuerdos de otra época en la que había oído a
otra mujer decirle eso. Otra mujer que había demostrado ser mentirosa e infiel.

Otra mujer que no había tenido reparos en traicionar su confianza y pisotear su

amor.
―Esto es caer aún más bajo, Kelly.

Ella se movió de golpe y estiró el brazo hacia él.


―Es verdad. ¿Por qué iba a mentir sobre algo así?

―Espera, deja que lo adivine ―dijo él con una sonrisa sarcástica―.


Porque eso es lo que haces. Mentir. Porque en ti no hay nada llamado honestidad

y credibilidad. Porque es por eso por lo que se te conoce. Al menos en mi caso.


Desafortunadamente para ti, puedo ver a través de esta actuación ahora mismo.
―Guy ―le rogó con desesperación, pero él la ignoró y apartó la mirada.

―No tengo tiempo para estas tonterías. Sé lo que estás haciendo. No es lo

bastante malo que vayas a poner la historia de mi doloroso pasado en los


titulares de la prensa senascionalista, no… quieres apuñalarme personalmente

con un cuchillo de sierra y retorcérmelo en las costillas para asegurarte de que


sufra más antes de que eso ocurra.

―Sé que estás enfadado, y yo todavía no he procesado realmente el

embarazo, pero es verdad. Estoy embarazada. Y puesto que no me he liado con

otro hombre en meses además de ti, ¡no hay duda de que es tuyo!

Él se burló y clavó su mirada en los ojos de ella.

―Muy bien, pues entonces ocúpate de ello.

Hizo una pausa, esperando a que ella reaccionara, pero la reacción que
obtuvo no era lo que había esperado. En lugar de la furia que estaba esperando,

la cara preciosa, confabuladora y mentirosa de Kelly se arrugó y las lágrimas

anegaron sus ojos tan rápido que ella apartó la mirada.


Se quedó paralizado, y cuando Kelly volvió a alzar la vista, el dolor fue

sustituido por la furia.


―¿Sabes qué, Guy? Ahora los dos sabemos que la parte de mi historia en

la que tú apareces como un completo y total imbécil no tiene nada de falso. ―Le
agarró la mano y le puso algo de un golpe antes de darse la vuelta.

Guy no era de piedra, a pesar de lo que se decía con frecuencia de él en los


periódicos. Y las lágrimas de Kelly, aunque la despreciaba por haberle mentido,
hizo que las manos se le enfriaran de remordimiento. Tal vez no tenía que ser tan

duro con ella.

«Venga ya. Va a exponeros a ti, a Ada y a su marido político».


Con su ingenua estupidez, Guy no solo se había expuesto a sí mismo, sino

que había involucrado a otras dos personas en su propio drama. Todo porque no
podía mantener la boca cerrada y seguir viendo el sexo sin importancia como

algo sin importancia. Tenía que ir más allá y pensar que sentía algo por Kelly. El

papel marrón crujió en su mano mientras lo alzaba. Lo habían retorcido varias

veces y estaba arrugado. Con la realidad de las lágrimas de ella aún

molestándolo, lo desenvolvió y sacó el contenido a su mano.

El corazón le golpeó contra las costillas con un ruido sordo. Guy se quedó

mirando el test durante varios segundos, sabiendo perfectamente qué era lo que
quería decir. Extrañamente, Kelly había elegido exactamente la misma marca de

tests de embarazo que Ada. Solo que Ada no había quedado satisfecha con uno.

Cuando la encontró, se había hecho al menos quince pruebas con la esperanza de


que una apareciera en blanco y le diera una oportunidad.

«Pero Ada ya no está, ¡y Kelly está aquí y está embarazada!».


Guy caminó a zancadas rápidamente hacia adelante antes incluso de ver

por dónde había ido Kelly. Y después la vio. Iba rápido, moviendo los pies con
premura, pero sin llegar a correr, y tenía los hombros encorvados mientras

sostenía el bolso pegado al pecho.


―¡Kelly! ―gritó, pero estaba demasiado lejos. Echó a correr, reduciendo
la distancia entre ellos en cuestión de segundos―. Kelly, espera.

Ella se giró justo cuando él extendía la mano para agarrarle el brazo y se

echó hacia atrás como si la hubiera quemado. Guy se quedó paralizado cuando
vio los ríos de lágrimas que le rodaban por las mejillas.

Tenía los dientes apretados dolorosamente mientras hablaba.


―Si vuelves a tocarme, ¡te juro que gritaré! ―dijo furiosamente y Guy

apartó las manos de ella, jadeando, sabiendo que sin duda la chica no mentía.

Puede que lo hubiera buscado para desvelar una historia jugosa para su

periódico, pero no era solo él el que había acabado lastimado por el encuentro.

Ahora estaba embarazada. Él solo tendría que lidiar con mucha mala prensa y

dramas, pero joder, ¡Kelly estaba embarazada!

«Pues entonces ocúpate de ello», le había dicho.


Abrió la boca para disculparse, pero Kelly se dio la vuelta antes de que

pudiera emitir un sonido. No la detuvo. Incluso cuando Ada lo había traicionado,

Guy nunca había perdido los estribos con ella. Simplemente no era de ese tipo de
personas. Prefería encerrar su furia dentro. Entonces, ¿por qué se sentía tan

maltratado personalmente por lo que había hecho Kelly que no había sido capaz
de controlarse? ¿Por qué su comportamiento era tan violento con ella? Cuando

estaba con ella, cada emoción era extrema y explosiva, ya fuera lujuria, ternura,
afecto o furia.

Kelly tenía razón sobre una cosa. Era un imbécil. Un total y completo
imbécil.
Ninguna mujer embarazada merecía que le hablaran así. Realmente se

había superado a sí mismo esta vez. A pesar de que ella hubiera escrito la

historia, él básicamente le había dicho que se jodiera con el embarazo. A lo


mejor era verdad que no iba a publicar el reportaje. A lo mejor la pelirroja con la

que Damon se estaba acostando había oído una versión en el trabajo, pero la
historia nunca llegaría a imprimirse.

Realmente no podía imaginarse a Kelly haciéndole algo así. Pero, ¿qué

sabía él? Estaba claro que era un estúpido. Se la quedó mirando fijamente

mientras ella caminaba a lo largo del bloque sin mirar atrás, y él no apartó la

mirada hasta que la perdió de vista.

Kelly no había negado que hubiera escrito la historia, pero había

expresado sus dudas sobre entregarla. Aun así, él sostenía en la mano la prueba
de que acababa de descubrir que estaba embarazada, y los dos estaban atrapados

en un lío en toda regla.

Por primera vez en su vida, Guy no tenía ni idea de qué era lo que iba a
hacer.
Capítulo trece

Kelly

Kelly se acurrucó en el asiento de la ventana que daba al callejón trasero y


a la gran cantidad de cubos de basura, pero había aprendido a querer ese lugar.

Balanceando los pies de atrás hacia delante, se metió otra almendra en la boca.
El hambre constante en realidad no servía para nada, puesto que su estómago no

mantenía nada que tuviera el más ligero aroma.

Pasándose la parte posterior del bolígrafo por la mejilla, miró por la

ventana. Se debería haber sentido sola estando encerrada en el apartamento

durante una semana, pero no era así. Habían sido siete días curativos. Había

escrito mucho y había aceptado lo que el embarazo significaba para ella en esa

etapa de su vida. También había sopesado cómo iba a afrontarlo. Solo había una
cosa que pudiera hacer y era la única forma que tenía sentido.

Podía afrontar todo esto ella sola. Aunque echara de menos al imbécil con
el que había pasado varias semanas y un fin de semana en Seattle y del que se
había enamorado estúpidamente.

No había forma de negar varias cosas: en primer lugar, ella la había


cagado por completo. Mucho tiempo. No solo con el proyecto que debería haber

rechazado cuando había tenido la oportunidad, sino también con el hombre


misterioso y enigmático que había ido y la había dejado embarazada.
Le sonó el teléfono, interrumpiendo su ensimismamiento de autodesprecio
y confusión, y lo cogió.

―Hola, George.

―Kelly, tienes que darme algo. ¿Cuándo vas a volver al trabajo?


―Todavía no me encuentro lo bastante bien, Geroge. No quieres que les

pegue la gripe al resto de tus empleados, ¿verdad? ―bromeó.


―Llevo esperando esta historia una semana. ¿Has podido acabarla?

Ella clavó la mirada en las hojas de papel que había en la mesita del salón.

―Está hecha. La he acabado.

―Entonces perfecto. Descansa todo lo que quieras, quédate en casa y

mándame la historia. Y Kelly… dime, por favor, que has descubierto el nombre

de la mujer del político.

Kelly apretó los labios. Había hablado de ese tema con él al menos tres
veces. No era fácil tener que inventar mentiras.

―Lo intenté, pero era un callejón sin salida. No tengo nada para respaldar

esa afirmación en la historia.


―Vale. Intenta volver al trabajo el lunes como muy tarde. Preferiría que

fuera mañana, pero sé que no te sientes bien y no quiero que mi mejor escritora
se sienta peor.

Ella se rio.
―Claro, George. Gracias.

Colgó el teléfono y se levantó del asiento de la ventana. Se detuvo delante


del espejo, miró su pelo recién secado y tragó para pasar otro ataque de náuseas.
Ojalá esa molestia disminuyera, así podría centrarse en otras cosas. Miró el reloj

de la pared y fue corriendo a su dormitorio a cambiarse. No quería llegar tarde a

la ecografía para confirmar el embarazo. Aunque estaba emocionada al respecto,


también tenía un poco de miedo. Diciéndose que no cambiaría su decisión sobre

el embarazo pasara lo que pasara, volvió a tragar saliva para pasar las nuevas
náuseas y la ansiedad y se vistió deprisa. Cuando llegó a la puerta de entrada, la

ecografía estaba tan cerca y era tan real que se dio cuenta de que tenía ganas de

que se la hicieran.

Abrió la puerta del apartamento y dio un paso atrás. Guy estaba allí de pie

con la mano levantada hacia el timbre. Mientras ella lo miraba conmocionada, él

sonrió de esa forma diabólicamente sensual que siempre hacía que le temblaran

las rodillas, y llamó al timbre de todas formas.


―Soy Guy, Kelly ―dijo como si ella no estuviera de pie justo delante de

él―. Guy Riverton.

El hecho de que tuviera el descaro de bromear y de estar todo sonriente y


dulce después de echarle el embarazo en cara, hizo que se enfadara tanto que

creyó que explotaría. Con determinación, dio un paso atrás y le cerró la puerta de
un golpe en la cara.

Pero fue demasiado rápido y agarró la puerta antes de que se cerrara.


―Por favor.

Sostuvo la puerta y Kelly no fue tan demente como para luchar contra él.
Además, había un problema técnico con su plan de cerrar la puerta para dejarlo
fuera del apartamento. Ella tenía que salir, no quedarse dentro. Así que no servía

de nada cerrar la puerta y encerrarse dentro.

―No tengo tiempo para tus estupideces, Guy.


―He venido en son de paz, Kelly. No para pelear. Solo necesito que

hablemos.
―¡No puedo hablar! ―le espetó―. Tengo que ir a una cita y es

importante. ―Intentó pasar por su lado―. Perdona.

Guy no la dejó pasar.

―Solo cinco minutos de tu tiempo, después te dejaré ir. Te lo prometo.

Finamente alzó la mirada hacia él. Mala idea. Estaba demasiado cerca.

Entró rápidamente en el apartamento y se lo pensó, pasándose los dedos por el

pelo para arreglárselo.


―Tengo prisa de verdad, no lo estoy diciendo para echarte.

―Solo cinco minutos, te lo prometo.

Ella soltó aire de golpe y lanzó la mochila al sofá.


―Vale.

Se sentó en el sofá mientras él entraba en su apartamento.


―Bonita casa.

Ella apretó los labios y se negó a responder, clavándole la mirada con


desconfianza mientras él se sentaba y toqueteaba la pequeña estatua negra de

Buddha que había comprado en un viaje a Bangkok.


Frunció el ceño.
―No sabía que fueras budista.

Ella suspiró.

―Si estás aquí para hablar de nimiedades, preferiría irme.


―Está bien, vale. ―Se aclaró la garganta―. Yo, eh… ―Miró fijamente

hacia un punto de la alfombra antes de suspirar y alzar la vista―. ¿Sigues


embarazada?

Kelly se quedó paralizada al ver el sufrimiento y la desesperación en su

rostro. Se alegraba de que él le hubiera confiado su mayor secreto porque ahora

podía imaginarse qué le estaba pasando por la mente al hacer esa pregunta.

Parecía casi temer su respuesta y estar físicamente preparado para combatirla.

El corazón de ella se retorció, comprendiéndolo.

―Sí. ―Asintió con la cabeza rápidamente para poner fin a su


sufrimiento― Estoy muy embarazada.

Él soltó el aire de golpe, sonriendo, y Kelly se mordió el interior del

carrillo.
«No, lo odias. Está fingiendo estar preocupado por el embarazo, pero te

dijo que te ocuparas de ello. Y lo harás… a tu manera. No te enamores de él. Es


encantador. Es una culebra. Te enamoraste de él y ahora tendrás que lidiar con su

recuerdo toda tu vida. Mientras él pasará página y estará con sus supermodelos y
con novias de la alta sociedad».

―Kelly, de verdad quiero que te plantees… Yo… ―Entrelazó los dedos y


se inclinó hacia adelante―. Realmente quiero tener a este bebé.
Ella hizo una pausa, sorprendida de una forma inimaginable.

―¿Quiere tener a este bebé? ―Se señaló el viente.

―Exacto.
―Guy, yo…

―Solo escúchame, ¿vale? Ya lo sé. Joder, entiendo que es un asunto muy


importante. Tendrás que pasar por el embarazo y va a suponerte un esfuerzo

físico y fisiológico y estarás cansada. No puedo pedirte que hagas eso por mí.

Pero, por favor… ―Su voz se volvió ronca―. Me perdí esto hace cuatro años y

desde entonces he imaginado la cara de ese niño en la cara de todos los niños.

No puedo volver a pasar por eso. Kelly, solo quiero que te plantees… seguir…

embarazada. Y que te plantees tenerlo.

Ella no dijo nada. No podía creer que Guy fuera capaz de tanto
sentimiento. Entonces recordó cómo le había hecho el amor en Seattle. Una y

otra vez, sujetándola y entrando en ella como si quisiera que estuvieran unidos

toda la eternidad. Y cómo le había besado la nariz mientras embestía con fuerza
dentro de ella. Eso no era sexo distante y sin importancia. Le había importado.

La había besado demasiado, la había sostenido con demasiada fuerza. Y después


la había sujetado entre sus brazos mientras le revelaba el secreto que lo había

destrozado.
Y ahora aquí estaba, ese hombre poderoso era un competidor célebre e

implacable para cualquier empresa inmobiliaria del país y estaba allí rogándole
humildemente que no abortara. Las lágrimas le ardieron en los ojos.
Últimamente siempre estaba emotiva, pero en ese momento era justificable.

No estaba completamente loca. Ese era el hombre del que se había

enamorado.
―Realmente no tengo pensado… ya sabes… ―dijo con inquietud.

Él se quedó pálido.
―Vuelve a pensártelo, por favor. Al menos plantéatelo.

―No, quiero decir que… realmente no tengo pensado hacer eso. Abortar.

―Negó con la cabeza y se encogió―. Es difícil hasta decirlo en voz alta. Nunca

sería capaz de hacerlo.

Guy dejó escapar un fuerte suspiro de alivio.

―Oh, ¡menos mal!

Se recostó hacia atrás sonriendo tembloroso, y Kelly notó lo diferente que


se le veía. Había suaves sombras bajo sus ojos, que en cierto modo hacían que

pareciera incluso más atractivo, pero ella apenas podía disfrutarlo. Parecía

cansado y ella sabía que la revelación sobre el embarazo lo había dejado sin
dormir. Al igual que la había dejado sin dormir a ella. Él no había salido

indemne de todo esto.


―¿Estás segura?

―Sí. ―Asintió con la cabeza―. Completamente segura. Voy a tener a


este bebé.

Él sonrió y después rio; el alivio le transformó el rostro.


―Es una noticia fantástica. Sé que no lo haces por mí, pero gracias.
Kelly sonrió y se mordió el labio, deseando agarrarlo y abrazarlo. Se había

equivocado con él por completo, pero en cierto modo él se había convertido en

la parte culpable. Y ella se odiaba por ello.


―Guy, te debo una disculpa.

―No, tú…
―Sí, te la debo. Era exactamente lo que dijiste que era. Era una

sanguijuela y traicioné tu confianza. ―Se sorbió la nariz cuando las emociones

sacaron lo mejor de ella. Él le sostenía la mirada; su preciosa cara ya no

mostraba resentimiento―. Me he sentido muy culpable desde que empecé a

entrevistarte. Mi moral, mi integridad… me las he cuestionado seriamente

muchas veces durante el mes que pasamos juntos. No sé por qué me dejé atrapar

por la promesa de los incentivos. Me volví avariciosa ―dijo con disgusto―. No


me educaron así, para que arruinara la vida de las personas y pasara por encima

de ellos para avanzar en mi carrera y tener un apartamento más grande. Eso es

malvado. Y no quiero aplastar a nadie en el proceso. Especialmente a ti.


Esperó a que él dijera algo y se retiró rápidamente las lágrimas de las

comisuras de los ojos. Guy simplemente estaba allí sentado mirándola sin
expresión. Ella apretó los labios para evitar sollozar. Respiró hondo varias veces

y se calmó.
―Y no voy a enviar la historia como estaba pensado al principio, por

supuesto. ―Suspiró. Señaló el archivo que había en la mesita del salón delante
de él―. Esa es la nueva versión de la historia, como debería haber sido desde el
principio, en realidad. He pasado los últimos días reescribiéndola. Ahora habla

del soltero multimillonario más deseable de Estados Unidos y de los fantásticos

planes que tiene para Detroit. ―Sonrió a través de las lágrimas―. Va a ser una
lectura genial. Muy sincera. ―Cuando él no hizo amago de coger la carpeta, ella

supo que se merecía ese desprecio por sus esfuerzos―. Te enviaré una copia
cuando vaya a imprenta.

Cuando Guy se levantó, su ancha figura llenó toda su visión. El corazón le

latió más rápido al darse cuenta de que iba a marcharse. Lo único que él quería

era asegurarse de que su bebé estaba a salvo, un movimiento muy sensible para

un hombre con un aspecto tan peligroso.

―Kelly, ¿crees que podemos dejar atrás todo este lío y pasar página?

El corazón de ella dio un vuelco, esperanzado.


―Sí, claro que podríamos.

―¿Sí? ―Él bajó la mirada hacia ella y sonrió―. Podría perdonarte

completamente por todo con una condición.


Ella levantó una ceja mientras el corazón le golpeaba en el pecho.

―Tienes que perdonarme por las cosas tan horribles que te dije en el Hart
Plaza.

Kelly rio por la sorpresa y las lágrimas brotaron de nuevo. Esta vez
rodaron libremente por sus mejillas cuando vio el brillo divertido en los ojos de

él. Él alzó una mano hasta su mejilla y ella se inclinó hacia su contacto,
acariciándole los dedos con la mejilla y cerrando los ojos. Su caricia era tierna.
No sabía lo que eso significaba, pero al menos ya no se odiaban mutuamente.

―Trato hecho, señor Riverton.

El rostro se le descompuso al notar una nube de sombra en los expresivos


ojos de él. Algo más le rondaba la cabeza. Ella esperó con paciencia, dándole

tiempo. No había tenido en cuenta la posibilidad de que para él fuera difícil


afrontar su embarazo. Especialmente después de que le hubiera confiado lo roto

que había estado cuando Ada había abortado. Ese hombre debía de haber pasado

un completo sufrimiento la última semana.

Ella abrió la boca para hablar, pero él fue más rápido.

―¿Cómo te encuentras? Por lo demás, ya sabes.

Kelly sonrió ante su interés infantil y entusiasta. La preocupación que se

mostraba en su frente hizo que ella se diera cuenta de lo importante que era para
él que estuviera embarazada con un hijo suyo.

La conmovió tener a alguien que le preguntara cómo estaba por motivos

que no fueran simplemente una obligación social. Sabía que él tenía su propio
interés particular en su bienestar, pero independientemente de eso, la hacía

sentir… fenomenal.
―Estoy bien. Solo tengo un montón de náuseas.

Frunció el ceño.
―¿Puedo ir a por algo que te ayude con eso?

Ella sonrió ante sus cautelosas preguntas. Evidentemente estaba


esforzándose mucho por no sobrepasar sus límites. Pero como aún no habían
establecido ninguno, era difícil estar seguro. ¿Era así? ¿Estaba dispuesta a

permitir que entrara en su vida? En un diminuto instante captó todo de él. Su

fuerte postura, su frente con surcos de preocupación, sus ojos auténticos y


honestos. Ese hombre no iba a ir a ninguna parte mientras ella tuviera a su bebé

dentro o con ella. Así que estaba claro que iba a ser parte de su vida durante
mucho tiempo.

«Pero tampoco mostró que fuera a marcharse a ningún sitio cuando no

llevabas dentro a su bebé. Estaba ahí. Iba a quedarse. Era maravilloso. Te hizo el

amor en Seattle como si no quisiera dejar que te fueras o que pararas nunca. Eres

tú la que lo arruinó».

Mordiéndose el labio, Kelly reevaluó su situación y los acontecimientos

que los habían llevado a este momento. Ella había entrado en su vida con el
único propósito de destruir su reputación ya dañada y después había llegado a

conocerlo. Cuanto más sabía, más confundida e insegura estaba sobre sus

propias intenciones. No había duda de que él se había vuelto más importante


para ella que su propia obsesión: su trabajo. Y eso significaba algo.

Si tuviera las agallas para hacerlo, le rodearía la cintura con los brazos y
apretaría la cara contra su pecho cálido, fuerte y duro. Y se aseguraría de

quedarse allí.
Mordiéndose el labio con nerviosismo por la peligrosa dirección que

estaban tomando sus pensamientos, Kelly cogió la mochila y miró el reloj.


―Llego tarde, Guy. Tengo que irme. ¿Podemos vernos más tarde en algún
momento?

Él asintió, sonriendo con culpabilidad.

―Claro. Se me había olvidado por completo.


Ella frunció el ceño cuando Guy la miró con demasiada atención mientras

caminaba.
―Solo estoy andando. He leído que no hace daño al bebé.

―No, solo me estoy asegurando de que tus zapatos no se resbalen en la

acera.

Ella rio mientras miraba sus simples bailarinas negras.

―A mis zapatos no les pasa nada.

Bajaron en el ascensor en silencio. Kelly habría dado cualquier cosa por

saber qué le estaba pasando por la mente en ese momento. Su mente estaba llena
de fantasías sin sentido que eran emocionantes y maravillosas, pero también

aterradoras. Le robó una mirada.

El perfil de Guy era el paradigma de un hombre viril. Pero ella había visto
lo sensible que era, y lo maravilloso, cariñoso y tierno. Y un amante tan ardiente

y al mismo tiempo dulce. Ella se aclaró la garganta cuando la puerta del ascensor
se abrió. Tenía las mejillas ardiendo por la intensa lujuria que ya le corría por la

sangre.
El sol estaba alto entre las nubes cuando salió del edificio con él.

―Puedo llevarte adonde tengas que ir.


Kelly se detuvo; su mente era un hervidero de actividad. Demasiadas
decisiones que tomar en demasiado poco tiempo. No le gustaba lo cuidadoso que

era con cada palabra que decía. Como si tuviera miedo de decir algo que la

hiciera salir corriendo o ponerse a la defensiva. Se estaba esforzando mucho y


eso le partía el corazón.

―Quiero al Guy de antes de vuelta ―soltó.


Él apretó la mandíbula mientras esbozaba una breve sonrisa forzada.

―No quiero liar las cosas más de lo que ya hemos hecho.

―Pero tenemos un trato, ¿no? Yo me olvido de todo y tú me perdonas por

mi estupidez y mi traición… ¿No podemos… arreglar esto? ¿Al menos ser

amigos?

Ella retrocedió mentalmente al ver el rechazo en sus ojos. No quería eso.

Solo quería al bebé. Una imagen de la forma en que la besaba con ternura cada
vez que la veía y de su cuerpo entrando en el de ella con una urgencia

desconcertante, pasó por su mente hiperactiva.

―Claro ―dijo él, contradiciendo por completo el rechazo que ella había
visto en sus ojos azules.

Kelly se mordió el labio. Si había algo que se pudiera hacer para salvar
esto, tenía que ser ella quien lo hiciera. Tenía que poner toda la carne en el

asador y arriesgarse. Pondría todo en juego si de algún modo volviera a tener al


Guy despreocupado, encantador y divertido de antes.

―Entonces, ¿te llevo?


Kelly pensó rápidamente, entrando en pánico. Tenía que encontrar un
modo de arreglar esto, de hacerle ver cómo se sentía y después ver si era algo

recíproco. Los juegos se habían terminado. Su historia estaba modificada para

ser un reportaje sincero. Y ella iba a tener un bebé. ¡El bebé de Guy!
―Claro, estaría genial. Ya llego muy tarde.

―Pues vamos, entonces. ―El alivio de su voz era palpable, y eso le dio
esperanza. Se metió en los asientos traseros del todoterreno y Guy la miró a la

espera de indicaciones―. ¿Adónde vamos?

―Al Hospital Henry Ford. En realidad… hoy tengo mi primera ecografía.

Ella vio el inconfundible cambio de su expresión y de su humor. Guy

pareció bloquearse, parpadeó varias veces y lo miró boquiabierto como si la

estuviera viendo por primera vez. Después tragó saliva y le dio las indicaciones a

su chófer.
Kelly se movía inquieta mientras Guy permanecía en silencio todo el

camino, y aunque quería decir algo para mantener la conversación, para

mantenerlo con ella, él parecía alejarse de ella. ¿Iba a ser siempre así ahora?
¿Caminando con pies de plomo? ¿Las cosas se habían roto para siempre?

―Aquí estamos ―dijo finalmente Guy, y su voz era más fuerte, como si
se hubiera preparado para decir exactamente eso para parecer despreocupado e

inafectado.
Ella no se lo creyó. Necesitaba más. Necesitaba su presencia reconfortante

y las piernas le temblaban con aprensión por la apuesta que estaba a punto de
hacer.
Saliendo del coche, se giró hacia Guy.

―Me preguntaba si… ¿Te gustaría venir conmigo?

La incredulidad y la sorpresa de su rostro no eran la reacción que ella


había esperado. La gratitud que vio hizo que casi se torciera de agonía. La

mirada de él se iluminó, como si no pudiera creer que ella quisiera eso. Fue
como si le hubiera ofrecido la cosa más valiosa del mundo. Algo que estaba tan

fuera de su alcance que ni siquiera se había molestado en soñar con la

posibilidad de tenerlo.

Y entonces soltó una carcajada y Kelly podría jurar que los ojos le

brillaban húmedos mientras apretaba la mandíbula con una fuerza feroz. Ella

parpadeó para contener sus propias lágrimas; la vista se le estaba empañando.

Sollozando, ella se limpió discretamente una lágrima de la comisura del


ojo mientras Guy salía rápidamente del coche. Dando profundos respiros como

si se estuviera preparando para algo monumental, colocó su fuerte mano en la

parte baja de la espalda de ella.


Necesitó cada pizca de autocontrol para no llorar como una niña en sus

brazos. Durante semanas, había dado por hecho sus suaves roces y caricias. Pero
el distanciamiento había hecho que supiera sin la más mínima duda lo

importante que era para ella. Daría cualquier cosa para conservar con ella ese
contacto y a él.



Capítulo catorce

Guy

Guy metió el dedo en el cuello de la camisa y tiró para aflojarlo. Empezó a


sudar en el momento en que habían entrado al hospital. Buscó un asiento para

que Kelly se sentara y fue a comprobar su cita.


Estar en esa clínica rodeado por imágenes de bebés y de mujeres

embarazadas le resultaba emocionante. Y esa parte ni siquiera era lo mejor de

todo. La preciosa mujer que lo había rechazado cuando la conoció ahora llevaba

a un niño en su interior. El hijo de él. El hijo de ellos.

El volvió la vista atrás hacia ella, que lo estaba mirando directamente. Una

sonrisa iluminó el rostro de ella y él también sonrió, sintiendo que el

nerviosismo se disipaba ligeramente. Todo saldría bien. Solo tenía que afrontar
esto paso a paso.

Se oyó a sí mismo murmurando algo en voz baja y todo su cuerpo tembló


cuando se le puso la piel de gallina al darse cuenta de que estaba rezando con
fervor por primera vez en años. Estaba hablando en voz más alta, rogando y

suplicando que todo saliera bien con el bebé. Tuvo que quedarse inmóvil en la
mesa de recepción durante varios segundos para recuperarse.

«¿Puedo siquiera fiarme de Kelly? Después de todo lo que ha pasado,


todavía estoy dispuesto a ponerme en una posición vulnerable por el bebé». Sus
problemas de confianza, provocados mucho tiempo antes por Ada, se

convirtieron rápidamente en semillas grandes y en expansión que le cubrieron el

corazón.

«Kelly es diferente. No se parece a Ada. No se parece en nada a Ada».


Ada siempre había planeado volver con su prometido político cuando

terminara de divertirse con Guy. Era una asaltacunas. Solo quería la emoción de
tener a un hombre mucho más joven suspirando por ella. Era tan manipuladora

como etérea. Su cabello rubio claro, sus ojos de color azul claro, su piel

impecable… todo era un disfraz para esconder al demonio que era por dentro.

Mientras que Kelly…

Le dirigió una mirada. Ahora estaba de pie, estudiando una pared que

estaba llena de pequeños dispensadores de plástico de folletos. Ensimismada,

estaba leyendo uno mientras sostenía un montón más en la mano, probablemente


escogidos para leerlos más adelante.

Esa chica había entrado en su vida con el propósito de engañarlo, pero no

había sido capaz de hacerlo. Sentía algo similar a lo que había sentido él. No
había sido capaz de hacerle daño. No había nada de pretencioso en ella. Había

pasado una semana desde que se había enterado de lo del bebé y lo único que
había hecho era pedir una cita para una ecografía, no reservar una excursión a

una clínica de abortos. De verdad iba a tener a su hijo. Y después él tendría una
vida completamente diferente.

Pero, ¿podía hacerlo? ¿Podía confiar tanto en ella? ¿Volver a arriesgarlo


todo para darle una oportunidad? ¿Estaba dispuesto a renunciar a su libertad y a
su estilo de vida por la posibilidad de tener a Kelly a su lado?

Había pasado toda su vida siendo frívolo, mujeriego y conquistador. No se

merecía a alguien como Kelly. El corazón le latía con fuerza por las dudas y las
preguntas mientras volvía hacia donde estaba ella.

Kelly se dio la vuelta con los ojos tan brillantes por la emoción que se
quedó paralizado por la sorpresa.

―¡Lee esto! ―Le puso un folleto verde en la mano―. ¿Sabías que es

completamente seguro hacer ejercicio durante el embarazo? Mira esto. ―Le

quitó el folleto de la mano y le dio la vuelta―. Los médicos recomiendan hacer

ejercicio moderado. Esta mujer está corriendo. Está embarazada de unos…

¿nueve meses? Y está corriendo. ―Kelly se rio con los ojos de par en par―. Y a

mí me daba miedo caminar demasiado rápido pensando que haría daño al bebé.
Tengo mucho que aprender.

Divertido, Guy disfrutó del cambio que había experimentado. Estaba

abrumada y emocionada por toda la información que tenía delante y él se rio


cuando le puso otro folleto en la mano.

―Esto es muy fuerte. Algunas mujeres realmente encapsulan la pacenta y


se la comen. ―Hizo una mueca―. Al parecer ayuda a producir leche y…

―Leyó rápidamente―. Bueno, con bastantes cosas en realidad. A lo mejor no es


tan malo. Deberíamos guardar esto para más adelante e investigarlo. ―Le tendió

toda la pila de folletos.


Guy estalló en carcajadas y ella se giró hacia él con los ojos abiertos.
―¿Qué? Esto es importante.

―Claro que sí. ―No pudo evitarlo. Negándose a pensar dos veces lo que

quería, le rodeó los hombros con un brazo y la atrajo hacia sí―. Eres adorable.
―Alegremente, aguantó su emocionada cháchara mientras cogía folleto tras

folleto.
―Oh, este, Guy. Mira. ―Lo alzó―. Circuncisión. Sí o no.

Él hizo una mueca.

―Sí, definitivamente sí.

Kelly lo hizo callar levantando el dedo índice y leyó con un rápido

murmuro mientras ojeaba la información.

―Realmente deberíamos plantearnos no hacerle la cincuncisión. Dan

algunos argumentos excelentes.


Él se estremeció.

―No creo que debamos procuparnos por eso ahora mismo. Todavía

tenemos casi un año antes de que llegue el bebé.


―Sí, pero tenemos que estar preparados. ¿Y si es un niño?

Su entusiasmo era contagioso, y ahora que había decidido dejar de lado la


prudencia y ver qué les deparaba el destino, Guy estaba tan emocionado que

apenas podía contener la alegría. La constante cháchara sobre los tipos de parto,
los usos de la placenta y el sexo del bebé había hecho que las cosas fueran

increíblemente reales increíblemente rápido. Guy ni siquiera había esperado que


ella siguiera embarazada, ¿y ahora estaba hablando de la circuncisión?
―¿Crees que el médico nos dirá el sexo del bebé hoy? ―soltó él.

Kelly levantó la vista, mirándolo con inocencia.

―No lo sé. ¿Cuándo podemos saberlo? ¿Cómo de pronto?


Él se encogió de hombros.

―No tengo ni idea. Nunca antes he estado embarazado.


Ella se rio.

―Yo tampoco.

―¡Por qué están tardando tanto! ―dijo mientras echaba la vista atrás con

rebeldía mirando hacia la zona de las enfermeras―. Necesito ver a este bebé

ahora.

Guy sacudió la cabeza cuando ella respondió con carcajadas.

―No te rías de mí.


Ella apretó los labios para contener la risa.

―¿Sabes qué es lo que creo?

― ¿Qué?
―Creo que debería añadir esto a tu reportaje. Este podría ser exactamente

el gran secreto terrible que podría arruinar tu reputación para siempre. Lo


emocionado que estás por ver a tu bebé.

La sonrisa de él titibeó y después se ensanchó.


―Nuestro bebé.

Kelly se acurrucó contra él, apoyando la espalda contra su cuerpo para


sujetarse. Él se moría de ganas de sostenerla, pero no tenía ni idea de en qué
punto estaban ni de hacia dónde se dirigían. Aunque tal vez estuvieran hablando

sobre el bebé con alegría infantil, ¿qué significaba realmente para ellos a largo

plazo?
―¿Kelly Jackson? ―dijo la enfermera desde detrás de ella, sosteniendo

una carpeta rosa.


―¿Sí?

―El ecógrafo la está esperando.

Kelly avanzó rápidamente al instante y Guy bajó la mirada cuando ella le

agarró la mano como si su vida dependiera de ello. Casi estaba arrastrándolo

consigo.

El ecógrafo era un hombre alto con gafas. La espaciosa sala estaba

equipada con un teclado, pantallas y una camilla.


―Hola, señorita Jackson. ―Miró la carpeta―. Por favor, póngase

cómoda en la camilla y empezaremos.

Guy había visto alguna vez en la tele cómo funcionaba. Pero estaba
distraído con la carpeta rosa.

―¿Crees que esa carpeta quiere decir que vamos a tener una niña?
Kelly siguió la dirección de su mirada.

―No lo sé.
Ella soltó una risita y Guy le retiró el pelo de la frente mientras ella

cerraba los ojos para pensar con claridad. El ecógrafo levantó el dobladillo de su
camisa y Kelly se encogió cuando echó el gel transparente sobre su vientre
plano. Entonces, tal y como Guy había imaginado, el hombre apretó el aparato

que sostenía en la mano contra su vientre.

Guy contuvo la respiración cuando la pantalla se encendió con sombras


grises: nada más. Decepcionado, decidió mirar la cara del hombre.

Los rasgos del ecógrafo se tensaron e hizo una mueca; se inclinó hacia la
pantalla y se subió más las gafas. A Guy el corazón le golpeaba contra las

costillas. Bajó la mirada hacia Kelly, cuyo rostro también estaba descompuesto.

Las expresiones confusas y contradictoras del ecógrafo no eran alentadoras en

absoluto.

Guy se estaba preparando para que lo hicieran trizas. Su pasado hacía que

resultara difícil ser optimista con la situación. De repente, toda la emoción y la

alegría fueron sustituidas por preocupación por Kelly. Parecía estar a punto de
romper a llorar.

Haría cualquier cosa para solucionar esto. No podía verla tan disgustada.

―¿Va todo bien? ―le soltó Guy al ecógrafo con impaciencia.


―Eh… un momento, por favor. ―El hombre seguía apretando infinidad

de botones.
Guy estaba perdiendo la paciencia.

―Diga sí o no.
Guy se dio cuenta de que había hablado con demasiada dureza cuando

Kelly se sobresaltó a la vez que el ecógrafo. Giró la cabeza de golpe hacia Guy y
él sonrió avergonzado.
―Lo siento, no quería preocuparles. Todo está bien. ―Se levantó del

asiento y se quitó los guantes―. Por favor, esperen aquí. Voy a buscar a la

médica para que vea a los bebés. Solo para estar seguros.
Guy se quedó paralizado; de repente la garganta le latía con un pulso

renovado y descontrolado.
―¿Los bebés? ―chilló Kelly con voz aguda más debida al impacto que a

la alegría.

El ecógrafo sujetó la puerta.

―Sí, sin duda alguna ahí hay más de un bebé, pero no estoy seguro de

cuántos.

La puerta chirrió cuando se marchó y Guy volvió la vista lentamente hacia

Kelly. Tenía los ojos como platos; las manos sostenían levantada la camisa hasta
las costillas y el rostro estaba pálido. Se veía que estaba igual de desconcertada

que él. Ni siquiera se hacía a la idea de tener un bebé y ahora iba a enfrentarse al

plural: bebés.
―¿De verdad ha dicho «bebés»? ―musitó Guy en un susurro.

Kelly tragó saliva. Con aspecto preocupado, sus ojos se clavaron como
una flecha en el rostro de Guy. Él estaba demasiado aturdido para comprender lo

que ella estaba pensando. Por suerte, no tuvieron la oportunidad de sopesarlo.


―Hola. ―Una mujer alta con pómulos elevados y con unas gafas con

montura metálica entró rápidamente y rodeó la cama hacia el otro lado―. Vamos
a ver. Nuestro ecógrafo cree que tenemos…
―Bebés. Ha dicho bebés. ―Guy se fijó en que Kelly giró la cabeza hacia

él cuando él habló.

La doctora sonrió con educación.


―Parece ser que cree que vio… ―Se detuvo, mirando más de cerca, y

después hizo clic en la almohadilla táctil―. Sí. Varios bebés.


―¿Mellizos?

―Mmm… Yo diría trillizos… al menos.

―¿Al menos? ―gritó Kelly, y la doctora se rio.

―A estas alturas es difícil estar seguros porque son demasiado pequeños y

los latidos se suponerponen. Veo tres o cuatro.

―Oh, Dios mío ―soltó Guy, y vio cómo los ojos de Kelly se abrían de

par en par y cómo la preocupación teñía su hermosa cara. No tardó en darse


cuenta de que lo único que había mostrado era horror y sorpresa desde que había

oído la palabra «bebés» en lugar de «bebé». Se apresuró a reparar los daños―.

Bueno, yo siempre había querido una familia numerosa.


Vio cómo la médica salía de la habitación en silencio.

Kelly no estaba convencida del repentino cambio de tono. Se mostraba


incrédula.

―¿Me estás vacilando? ¿Así de numerosa?


Guy rio. Era muy difícil intentar contener sus erráticas emociones para

cuidar primero de Kelly. Era ella la que tenía a los bebés dentro. Él era
simplemente el que había tenido un orgasmo increíble en la parte trasera de una
limusina. No tenía el privilegio de estar tan atónito por todo esto.

―Bueno, no exactamente todos a la vez, claro, pero si es así como va a

ser…
Vio cómo la cara de Kelly se contraía y se quedaba paralizada con un

gesto de absoluto terror. Él se levantó del banco y le meció la cara contra su


pecho.

―Kelly, Kelly…

Cuando alzó la mirada hacia él, tenía las pestañas húmedas.

―¿Te vas a quedar?

―Sí.

―¿Estás seguro?

Había tal incredulidad en sus ojos que los miedos de Guy se disiparon.
Supo que ya no estaba asustado. Tenía que cuidar de Kelly. Fuera lo que fuera lo

que tuviera que hacer para ponerle las cosas fáciles, estaba dispuesto a hacerlo.

Preferiría cortarse las venas a verla herida, recelosa y asustada.


Le sostuvo ambos lados de la cara y se inclinó hacia ella, cerrando los

labios sobre los de ella de una forma tan feroz que la cabeza le dio vueltas. Los
labios de ella se estremecieron, temblaron bajo los suyos mientras él los tomaba

mordisqueándolos, mordiéndolos. Al principio estaban blandos y congelados por


la sorpresa, pero él la instó a separarlos y los persuadió para que se movieran.

Ella deslizó los dedos por su cuello hasta su nuca, pasando por su pelo corto. Él
se deleitó en el modo en que ella le devolvió el beso, con una pasión
correspondida.

Su beso le transmitió todas las preocupaciones y los miedos sobre el

embarazo y él estaba más que dispuesto a llevar la carga de sus temores. Ella se
enganchó a su boca como si él secretara un bálsamo calmante. Los gemidos

sobre la boca de él, la forma en que deslizaba sus pequeños dedos a través de su
pelo, consiguieron devolverle un poco del consuelo. Él apoyó los codos a ambos

costados de ella sobre la cama, curvándose y separando los labios con urgencia.

El beso estalló, volviéndose salvaje. La había echado de menos. Nunca

antes lo había admitido, pero ahora sí. Cuando se había enterado de que le había

mentido, había estado destrozado emocionalmente, aunque lo había ocultado tras

una fachada de indiferencia y enfado. En verdad, le había destrozado que Kelly

no sintiera nada por él.


Porque él sí lo sentía. Ya no podía negarlo. Sus esfuerzos por mantenerse

alejado de ella habían sido un tremendo fracaso. A cada momento se recordaba a

sí mismo lo que Ada había sido capaz de hacerle y temía darle a Kelly el mismo
poder para destrozarlo emocionalmente.

Pero no tenía por qué haberse preocupado. Esa preciosa chica con una
brillante piel dorada era distinta a cualquier persona que hubiera conocido antes.

Desde el momento en el que entró a la obra con su sensual falda de tubo que se
ajustaba a sus curvas, había sido adicto a ella.

Ahora, mientras los labios de ella se calmaban ante el beso persuasivo de


él, tomó una decisión irrevocable: iba a mantener a Kelly a su lado. Cuando Guy
finalmente se apartó, estaba sin aliento. Pero ella aún tenía una pregunta que

hacerle y que persistía en sus profundos ojos marrones.

―¿Lo dices de verdad? ¿En serio, Guy? ¿Quieres esta familia tan grande?
El ardor tras los párpados que notó Guy fue una sensación novedosa.

Aunque ella se había calmado, la inocencia que mostraban sus ojos abiertos le
recordó el terror que debía de haber sentido ante la revelación de la doctora.

―Por supuesto. ¿Sabes por qué?

Cuando ella se quedó esperando, la mirada de él bajó hasta su boca.

Respiró hondo.

Quería esto. La quería a ella.

―Porque me he enamorado locamente de ti, Kelly Jackson.

Ella parpadeó y por un momento su rostro estuvo vacío de cualquier


emoción, sin expresión alguna. Sus grandes ojos se precipitaron sobre la cara de

él.

Él notó el momento exacto en que ella asimiló sus palabras, porque sus
labios se separaron por la sorpresa.

A él se le cortó la respiración y su tono se volvió más intenso.


―Te prometo que seré el mejor compañero para ti en esto y el mejor

padre que pueda ser… ―Se rio en medio de la furiosa declaración de


compromiso― …para todos esos niños, sean los que sean, que estás cocinando

ahí dentro.
Kelly reprimió una carcajada, pero su rostro se arrugó mientras apretaba
los párpados con fuerza. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y su torso se

sacudió por los sollozos contenidos de alivio y felicidad. Cuando estiró los

brazos para rodearle la cintura, él le sostuvo la espalda, acariciando su pelo y


agarrándolo con los puños. No iba a dejar que se fuera nunca.

Le gustaba estar tan cerca de ella.


―Te quiero, Kelly. Y quiero a nuestros bebés.
Epílogo

Kelly

Un año más tarde…


Kelly echó la cabeza hacia atrás para mirar el edificio. Relucía y brillaba,

completamente nuevo. El exterior moderno era la combinación perfecta para el


interior, en el que había estado antes ese mismo mes.

Era la última incorporación de Riverton Corp a la línea del horizonte de

Detroit, una nueva subdivisión para la comunidad más pobre. Las familias con

bajos ingresos habían acudido en masa a los modernos apartamentos, justo como

había querido Guy. Las instalaciones contaban con piscinas, pistas de tenis y un

parque infantil: la residencia perfecta para las familias que tenían poco para

mejorar sus condiciones de vida.


Giró el cochecito doble y miró a un lado hacia los otros dos iguales que

llevaban su padre y su madre. No podrían haber estado más perdidamente


enamorados de los bebés.
Durante los últimos dos días, se habían quedado con ella y con Guy en la

nueva casa enorme a la que se habían mudado y no habían dejado de hablar con
entusiasmo de los bebés, que ya tenían cinco meses.

La doctora no había bromeado cuando había dicho que no estaba segura


del número de bebés. Al final resultó que los latidos superpuestos no habían sido
de cuatro, sino de seis bebés. Las cuatro niñas y los dos gemelos habían

cambiado la vida de Kelly por completo. Y la de Guy.

El hombre que en su momento había sido conocido por sus fiestas en

piscinas y por salir con una famosa nueva cada semana era ahora un
conquistador reformado. Un hombre de familia. Alguien sobre el que la prensa

hablaba mencionando a la mujer que lo había encontrado y lo había enderezado.


Kelly aún se reía cuando leía los reportajes actuales sobre él en las

noticias. Como ahora era su publicista de medios, era su trabajo seguir todo lo

que se publicaba sobre Guy Riverton. Y como su novia y la madre de su gran

número de hijos, siempre le divertía el cambio en la forma en que hablaban de

él.

Todo había empezado con un solo reportaje en Business Edge un año antes

sobre cómo una periodista había concertado un mes de entrevistas con un


atractivo multimillonario para intentar encontrar algo escandaloso y emocionante

sobre él. Y lo había encontrado.

Había descubierto que Guy Riverton era un hombre que era capaz de una
pasión y un amor increíbles. No solo era un genio en el trabajo, sino que también

era un tipo guay y divertido con el que salir. El reportaje de Kelly Jackson
narraba la historia de cómo Guy Riverton se había convertido en su confidente,

en su compañero, en su amigo… y después en su amante y en el padre de sus


hijos. Los medios de comunicación se habían llenado de noticias sobre ellos, la

prensa los acosaba para conseguir ver a la periodista que había conseguido que
el soltero más codiciado de Estados Unidos cambiara su forma de vida y se
asentara. Resultó que la historia del mujeriego que se convertía en un hombre de

familia fue más jugosa que cualquier otra cosa que pudiera haber escrito en el

reportaje.
El pobre Guy había estado aterrorizado por la seguridad de Kelly y había

tenido que contratar a un equipo de guardaespaldas y a equipos de seguridad.


Pero la atención había sido tan positiva que sus planes para Detroit habían

recibido mayor cobertura de la que él podría haber imaginado. Era exactamente

lo que Guy había querido conseguir en un principio con la serie de entrevistas

con Kelly, y lo había obtenido… así como a seis niños no que no eran parte de

los planes originales y a una novia con la que vivía.

Kelly se inclinó hacia adelante en el asiento mientras Guy se acercaba al

estrado entre un aplauso atronador del público del evento de inauguración del
nuevo complejo residencial.

Kelly estaba orgullosa de Guy e increíblemente enamorada de él. A pesar

de lo sorprendentemente rápido que había avanzado su relación con Guy, y de lo


rápido que habían acabado con una enorme familia, no podían ser más felices

juntos. No solo por haber encontrado el amor en un contexto tan descabellado y


raro, sino también por los preciosos bebés que habían tenido para dar un impulso

a su nueva vida.
Las apasionadas palabras de Guy sobre Detroit y su gente fueron recibidas

con un sonoro aplauso, y Kelly miró a los bebés. Solo las niñas se retorcían y
parecían molestas por el ruido, pero se volvieron a calmar cuando la voz de su
padre volvió a sonar por los altavoces.

Nunca, ni en un millón de años, se podría haber imaginado que ver a unas

personitas podría darle tanta alegría. La increíble calidez de la maternidad


irradiaba por todo su cuerpo varias veces al día.

―…Mi preciosa compañera Kelly… ―La voz de Guy resonó en el


espacio abierto.

Kelly alzó la cabeza de golpe y su sonrisa titubeó por la sorpresa. Guy

estaba haciendo señas hacia ella, con el rostro lleno de amor y reluciente por la

felicidad que reflejaba la suya propia.

―…sin la cual nada de esto habría sido posible. No solo seguiría atrapado

en mi antiguo comportamiento errático y conquistador ―El público se rio y Guy

les devolvió la sonrisa con los ojos, brillantes, puestos en ella―, tampoco sería
el hombre que soy hoy, ni tendría una preciosa familia que lo es todo para mí.

Kelly, por favor, sube aquí conmigo.

El público se volvió loco y Kelly miró a su alrededor mientras sus padres


la instaban a subir y a que no se preocupara de los niños. Sonriendo

avergonzada, fulminó con la mirada a Guy disimuladamente mientras subía a su


lado. Guy le tomó la mano, sonriendo ante su evidente desconcierto y ante su

discreta mirada de enfado, y se llevó la mano de ella a la boca mientras volvía al


estrado.

―¡La famosa Kelly! ―dijo, presentándosela a la sonriente multitud


mientras la gente aplaudía. Sus ojos brillaban cuando se giró para mirarla―… a
quien ya no me basta tener como novia. ―A continuación, se colocó sobre una

rodilla delante de miles de personas.

Kelly se quedó paralizada durante un segundo por el momento, y su


importancia la conmocionó. Los pulmones se le quedaron sin aire. El público se

volvió loco y gritó mientras a Kelly se le nublaba la vista al tiempo que las
lágrimas caían libremente de sus ojos. Guy abrió una caja de Chopard y sostuvo

el diamante más bonito y grande que ella hubiera visto en su vida.

―¿Quieres casarte conmigo, Kelly?

Kelly se lanzó a sus brazos, rodeándole el cuello con fuerza, riendo y

llorando al mismo tiempo. El público y los gritos se disiparon en la distancia.

Nada existía en el mundo a excepción de ella y Guy, y del absoluto amor que

sentía por él.


Después de años a la deriva llenos de miedos, preocupaciones y temores

sobre su carrera, ya no importaba. Ese hombre significaba más para ella de lo

que podría significar nunca cualquier ascenso o éxito en su carrera. Apretó más
los brazos alrededor de él. Finalmente había encontrado la cima de su felicidad.

FIN


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Todos los derechos reservados. Copyright 2016 Ella Brooke & Jessica
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Capítulo uno

La luz penetró por el hueco de las cortinas y se posó sobre los ojos del

Jeque Cemal Samara, que parpadeó ante la intensidad del sol de la mañana y se
dio la vuelta, sonriendo, a la vez que rodeaba con un brazo a la núbil joven que

llevó a casa la noche anterior. A su izquierda, otra muchacha - la hermana


gemela - bostezó y acurrucó el rostro contra su cuello. Había muchos días en los

que ser jeque y líder de Jordania era un trabajo duro e ingrato. La mayoría de sus

vecinos se encontraban al borde perpetuo de la guerra, mientras que él trabajaba

incansablemente para acercar más su nación a las tradiciones occidentales. Tal

vez su tendencia a ser de todo menos un adepto, encajaba con sus aspiraciones,

pero pocas cosas había en la vida mejores que un buen trago.

Y una de ellas era la compañía de mujeres, no solamente hermosas, sino


dispuestas a todo.

Aún así, si ya había salido el sol, eran cerca de las siete de la mañana en su
reino, y sabía que le esperaban para presidir las habituales reuniones de
negocios. Al fin y al cabo, era lunes. Aunque se había pasado la mayor parte de

la noche de fiesta y algo más, aquello no era excusa para eludir sus deberes. Ya
no era tan joven como cuando terminó la universidad, pero tenía la misma fuerza

y aguante que entonces, lo que le permitía recuperarse rápidamente tras varias


noches de libertinaje y diversión. Sólo tendría que conseguir que su boca dejara
de saber a cenicero y controlar la estampida de elefantes que pasaba por su

cabeza. Entonces, estaría listo para encarnarse en el gigante de la industria que

era.

Sin ningún tipo de duda.


La gemela de su izquierda (¿Anara?) extendió un brazo y acarició su

erección. Qué generoso de su parte hacerse cargo de su habitual rito matutino.


Sonriendo, metió una mano bajo la manta para acariciar la suave piel de aquel

anheloso brazo.

-Eres una diosa, querida.

-¡Y tú, hijo mío, un hedonista!- exclamó su madre irrumpiendo en el

cuarto.

Darjeela Samara había sido la Jequesa más feroz y autoritaria de su

reinado como corregente de Jordania, y como madre era igual de estricta. No,
olvida eso. Darjeela era, sin lugar a dudas, mucho más dura con él de lo que

había sido como monarca, e incluso con los mayores criminales y alborotadores

del país. Era como si sus obligaciones de gobernante no habían sido más que una
preparación para manejarle y controlarle.

Miró a su hijo y a las dos chicas que rompieron a chillar de inmediato,


pero continuó su camino hasta la ventana para abrir las cortinas de par en par,

dejando entrar tanta luz que a Cemal le dolieron los ojos. Por Alá, ahora tenía
todo un circo haciendo acrobacias en su cabeza. Iba a tener que tomar medio

bote de aspirinas para acabar con las secuelas de su improvisada fiesta.


-Madre- se quejó, mientras las gemelas se escabullían de debajo de las
sábanas y huían de la habitación. Al menos pudo echar un último vistazo a sus

redondeados glúteos. Eran dos de los mejores ejemplares femeninos que ofrecía

Jordania. Y no era como si no pudiese encontrar otros tantos al día siguiente, o


aquella misma noche. Sí, por algunas cosas, era estupendo ser el monarca. -¿No

podías esperar diez minutos?


-Me apetecía impresionarlas- contestó su madre, sentándose en una silla

en una esquina del cuarto. Llevaba la larga y canosa melena recogida en un

moño, pero sus ojos ya habían sido maquillados con finas líneas de kohl que

acentuaban su mirada, haciendo que resultara mucho más penetrante. -Algunos

ministros me han comentado que últimamente pareces estar un poco

“deteriorado”.

Cemal miró a su madre y se subió el edredón hasta el cuello. -Siempre


aprovecho el día al máximo. Nuestro país es seguro, los ciudadanos están bien

cuidados, y nuestra compañía petrolera y fortuna perfectamente administradas.

No nos falta de nada.


-Siempre tienes aspecto cansado. Se te ven las ojeras de lejos, hijo-

añadió.
¿Cómo podía usar un tono tan condescendiente? ¿Era una especie de don

que sólo poseía su madre? Tenía la capacidad de hacerle sentir como si tuviera
de nuevo dieciséis años. ¡Ni hablar!, tenía (casi) treinta y cinco, y no le gustaba

que le hiciera sentir culpable. No se iba a dejar humillar por nadie, y mucho
menos por una mujer. Era una de las pocas opiniones que compartía con su
difunto padre.

Los hombres debían ser hombres, ¡maldita sea!

-Madre, te estás adentrando en terreno peligroso; te acercas a un foso de


arenas movedizas y ni siquiera te das cuenta.

Ella le miró con los ojos entrecerrados y sacudió la cabeza. -Lo sé todo
sobre ti, criatura, y no me intimidas. Tu padre tampoco lo hacía.

-Es por la sangre infiel que llevas dentro- dijo él, con una sonrisa.

-Sí, y los fuertes ideales occidentales heredados de mi madre.

Su abuela había sido francesa. Tal vez aquello fuera la causa de la

terquedad que compartía con su madre. Quizás fue lo que obligó a su padre a

permanecer alejado de él.

Algunos días, incluso Cemal no estaba seguro.


-Aún así, no puedes gritarme para que me vaya. No estás cumpliendo tus

deberes como Jeque de Jordania y actual heredero al trono, y lo sabes.

-¿Porque todavía no he sentado la cabeza? Aún tengo tiempo- protestó


Cemal, cruzándose de brazos. La frase habría tenido mayor efecto si no hubiera

estado desnudo bajo aquella manta.


-Sí. El principal deber de todo rey es asegurarse de preservar la línea

ancestral. La dinastía Samara ha gobernado estas tierras durante...-


-Quinientos años. Lo sé- dijo Cemal con un suspiro. -Y las seguirán

gobernando durante otros quinientos. Simplemente no estoy preparado para


atarme a una mujer.
-Debes hacerlo. Cada día que pasa es un regalo. Nunca sabes cuándo vas a

ser llamado de esta tierra. Tu padre no lo supo.

-Yo no soy mi padre, y no quiero arruinarme la diversión.


Su madre resopló, y Cemal supo que se había pasado de la raya.

Poniéndose en pie, la mujer comenzó a pasearse por el cuarto, moviendo los


brazos frenéticamente. De vez en cuando, se pasaba al francés - que aprendió de

su madre - y así fue como Cemal supo que tenía un tremendo problema. Cuando

estaba furiosa, su madre solamente juraba en dos idiomas. Había tolerado

aquella sensación de decepción mucho más tiempo de lo que él se imaginaba.

-O sea, que llevarte a dos mujeres a la cama... hermanas, para más inri, ¿es

lo que entiendes por diversión?

-¿Cómo sabes que eran hermanas?


-Maleek. Tu criado es fiel antes que nada a su país, y me ha dicho que está

preocupado por ti y por tu conducta. Pones en evidencia a esta familia

comportándote como un universitario. Ha llovido mucho desde tu época de


Harvard, y lo sabes. ¿Por qué insistes en ser tan irresponsable?

Cemal quería levantarse, elevarse amenazador sobre su madre, pero su


desnudez le impedía hacerlo. -Me quise casar una vez.

-Eras demasiado joven. Tanto sus padres como tu padre y yo estuvimos de


acuerdo.

-Me estás preguntando por mi comportamiento. Y esa es la verdad, madre.


Si no puedo tener a la mujer que amo, debería poder divertirme con tantas como
desee. Sé lo que piensas. Sé que has estado hablando con la Jequesa del Líbano.

Un día, me vas a emparejar con su hija mayor en una unión política y sin amor.

Se te da muy bien todo lo conveniente.


-Y a ti todo lo vergonzoso e infantil. Puede que lo del amor perdido sea

una bonita historia, pero tenías 17 años y ocurrió hace mucho tiempo. Te debes a
tu pueblo y a la memoria de tu padre- continuó, acercándose al armario y

sacando un montón de ropa a bulto. Se aproximó a la cama y arrojó una camisa,

una corbata y otras prendas sobre el rostro de su hijo. -Levántate y trata de

madurar. Encuentra una esposa pronto o te la encuentro yo.

***

-¿Maleek?- llamó Cemal, cerrando su ordenador portátil y mirando a su

criado.
El hombre pareció temblar en el sitio, hasta el pelo de su perilla parecía

tenso. Normal. El Jeque Cemal podía ser una figura imponente cuando quería.

Lo tenía más que merecido. No le hacía gracia que su criado le fuera con cuentos
a su madre. No necesitaba sobreprotección ni vigilancia. Era el Jeque, ¡maldita

sea!, y aunque su madre le sermoneara, iba a hacer lo que quisiera.


-¿Señor?- inquirió el criado, con un tono de voz inusualmente alto.

-¿Crees que soy una vergüenza para el trono?


Maleek miró a su alrededor y se desplazó unos centímetros hacia la puerta.

-Señor, eso no fue lo que dije, pero estoy preocupado por usted, y necesitaba
informar a la Jequesa de mis recelos. No se da cuenta del aspecto tan cansado
que tiene.

Cemal le observó enfadado. -Se llama "divertirse", Maleek, y te aconsejo

que lo pruebes de vez en cuando. No, mejor, considéralo una orden. Te ordeno
que te diviertas el próximo fin de semana.

Maleek rió. -Tengo tres hijas menores de ocho años, mi Jeque. Reconozco
que lo más divertido que he hecho últimamente ha sido ver Frozen en bucle

hasta que se han dormido.

Cemal frunció el ceño. No sabía aquello de su criado. Aunque no dedicaba

demasiado tiempo a conversar sobre su vida personal. Maleek existía para

servirle. No había necesidad de conversar. Pero ahora que habían cruzado la

línea entre siervo y señor, sentía curiosidad. Además, sólo tenía socios de

negocios. No tenía amigos. No conocía a ningún hombre al cual preguntar cómo


era realmente el matrimonio.

-¿Te gusta?

-¿Perdón? ¿Se refiere a trabajar para usted?- preguntó Maleek, con una
inclinación de cabeza. -Es una bendición poder servirle, me siento bendecido por

el propio Alá.
-No, no me refiero a trabajar en palacio.

Maleek se detuvo y abrió mucho los ojos. -¿Señor?


Cemal agitó la mano derecha delante de él y sacudió la cabeza. -No, no te

voy a despedir. Me has sido fiel durante diez años. Simplemente me gustaría que
la próxima vez que estés preocupado por mis niveles de energía, hables conmigo
en vez de con mi madre.

-Se lo prometo, mi Jeque. Pero ¿qué otra cosa desea saber?

-¿Te gusta estar casado?


-Es duro- admitió Maleek, frunciendo el ceño. -Pero amo mucho a mi

esposa, y a la vida que hemos creado en nuestras hijas. No son las riquezas de su
palacio, pero sí un tesoro que no se puede comprar.

-Suena bien- reconoció el Jeque, tamborileando con los dedos sobre su

escritorio. -No sé si puedo confiar en el matrimonio.

-Señor, no le entiendo.

-Quizás ya hayamos compartido demasiado por el momento, Maleek-

señaló Cemal, poniéndose en pie y tomando el informe más reciente sobre la

perforación en Mahala. -Tengo cena con el embajador de Estados Unidos.


Asegúrate de que la mesa esté preparada.

-Sí, señor.

-Estupendo, y…- comenzó, y cuando las luces se apagaron y sonó la


alarma de emergencia exclamó: -¡Maldita sea!

Era la cuarta vez en dos semanas que el sistema inteligente de palacio se


había vuelto loco. Había avisado a los técnicos locales, asesorado por la sociedad

matriz de Silicon Valley, pero aún no lo habían reparado. La primera vez, Cemal
organizó su guardia palaciega, creyendo que su hogar estaba a punto de ser

invadido. A aquellas alturas, sólo quería darse de cabezadas contra la pared o,


mejor, coger por el cuello al fundador de Simco Systems.
-Cambio de planes- dijo airado, pensando que la cena con el embajador

tendría que ser trasladada a un restaurante menos privado que no estaría

preparado para llevar a cabo conversaciones seguras. -Maleek, llama al director


de Simco. Quiero que me envíen ahora mismo al mejor programador que tengan.

O repara el sistema o me lo cargo con mis propias manos. Ellos eligen.


-Sí, señor. Ahora mismo llamo.
Capítulo dos

Juliana Caine hacia equilibrios con las pesadas bolsas de la compra que

acarreaba en los brazos. Con un ágil juego de piernas y un montón de


juramentos, consiguió evitar que se le cayeran las cosas mientras abría la puerta

del apartamento que compartía con su prometido, Phillip. Él no llegaría a casa


hasta dentro de unas horas, y Juliana tenía pensado darle una sorpresa. Por lo

general, ella siempre era la última en llegar, ya que salía una o dos horas después

de él y tenía que desplazarse desde Simco Systems. Su trabajo como una de las

principales programadoras de la empresa, era bastante extenuante, pero también

lo que siempre había querido hacer durante sus agotadores años como estudiante

de Caltech.

Nunca podía estar de vuelta en casa a las seis, ni prepararle la cena al


amor de su vida.

Aunque eso también podía ser algo bueno. No era precisamente famosa
por sus habilidades culinarias. Esperaba poder hacer una sencilla receta que
había encontrado en el sitio web de Martha Stewart. Suponía que no era fácil

arruinar un plato de espagueti. Acercándose con torpeza a la encimera, depositó


las bolsas sobre ella y sacó una caja de pasta y los ingredientes para la salsa

casera Alfredo. Al agacharse para sacar una cazuela del armario, se quedó
inmóvil.
Había escuchado un ruido.
Un golpeteo rítmico procedente del dormitorio.

¿Qué coño...?

Dios mío, ¿había un criminal en su dormitorio y estaba haciendo algo a


sus cosas? No había visto el coche de su prometido en la calzada, aunque

tampoco había tenido tiempo de mirar en el garaje. Podría ser que estuviera en
casa. No le había parecido que Phillip estuviese enfermo. ¿Habría regresado

pronto?

-¿Phillip? ¿Eres tú?

Los acompasados sonidos continuaron y Juliana se detuvo, sin saber qué

hacer. Exasperada, sacó el móvil del bolso y llamó a su novio. Ningún

desconocido se había precipitado fuera del dormitorio, por lo que al menos no

era probable que fuese un ladrón. Mientras escuchaba el tono de llamada en su


auricular, oyó las primeras notas de la melodía del móvil de su prometido.

Frunciendo el ceño, Juliana se abalanzó sobre el sofá, donde encontró el

teléfono de Phillip.
Estaba junto a un familiar bolso verde de cuero.

Furiosa, Juliana irrumpió en el cuarto, segura de que no corría peligro de


encontrarse con un delincuente. Oh no. Era algo mucho peor. Su novio de tres

años embestía frenéticamente a su mejor amiga – ex-mejor amiga - Candy


Simmons. Sin perder un segundo, golpeó la cazuela que aún tenía en la mano

contra la pared. El yeso saltó por todas partes y las hasta entonces dos personas
más importante de su vida se quedaron mirándola. Candy lanzó un grito y se
tapó el pecho con la manta, mientras que Phillip maldijo en voz alta y se levantó

de un salto.

Juliana resopló y puso los ojos en blanco.


Sí, intenta librarte de ésta con una mentira.

-Joder, Juliana, no deberías estar aquí- le recriminó Phillip, apresurándose


al cuarto de baño para coger su albornoz. Cuando regresó con él, arrojó un

vestido y su ropa interior en dirección a Candy. -¿Qué estás haciendo aquí?

-Es mi casa- respondió Juliana. -¿Qué estáis haciendo vosotros aquí? No

parece que estéis precisamente jugando a las damas.

Candy se enfundó la ropa por debajo de la manta y se puso en pie. Juliana

tuvo que admitir que estaba impresionada con la velocidad con la que ambos se

movían. Tal vez estaban más acostumbrados a actuar furtivamente de lo que se


imaginaba. Aquello explicaba definitivamente porqué Phillip había pospuesto

fijar una fecha durante tres años.

-¿Desde cuándo?- preguntó, mirando alternativamente a Candy y a Phillip.


-¿Cuánto tiempo lleva pasando?

Candy frunció el ceño y dio un paso adelante, haciendo ademán de


abrazarla, pero Juliana sacudió la cabeza y dejó caer la cacerola. -No, no intentes

consolarme. Está claro que no te importo, si es que te he importado alguna vez.


-Lo sé… sólo intentaba decir que no queríamos hacerte daño- se lamentó.

-Si no querías hacerme daño, ¿por qué estás en mi cama follándote a mi


prometido?- le espetó Juliana. -Contestadme. ¿Desde cuándo?
Phillip colocó sus manos en los bolsillos del albornoz. -Desde hace un

año, cariño. No lo planeamos, pero siempre estás trabajando.

Candy asintió con tanta fuerza que pareció que le iba a salir la cabeza
volando. -Lo traje a casa en coche durante una tormenta y la cosa empezó a

partir de ahí.
-¿Hasta que tuvisteis que acostaros en nuestra casa?- preguntó, Juliana,

todavía sin creer lo que estaba viendo con sus propios ojos. ¿Cómo habían sido

capaces? Llevaba siete años con Phillip. Sus sobrinas le llamaban tío, ¡joder!

Candy fue la primera amiga que hizo cuando se mudó a Palo Alto. -No entiendo

nada.

Phillip trató de tocarle el hombro, pero Juliana se escabulló contra la

pared.
-Simplemente no estabas.

-Pues ahora tampoco lo estás tú- dijo ella, apretando la mandíbula.

Respirando profundamente, Juliana señaló la puerta. -Fuera, los dos, y no me


volváis a llamar nunca.

***
Juliana no había dormido bien.

Bueno, aquello no era correcto. Decir que había dormido mal implicaba
que había dormido algo. Tal vez dio un par de cabezadas, lo suficiente como

para no volverse loca, pero en su mayor parte yació despierta en el sofá (no iba a
tumbarse en aquel colchón de ninguna manera), intentando no llorar. Sin éxito.
Las lágrimas le bañaron el rostro durante toda la noche, y dio vueltas y más

vueltas, aterrorizada por tener que contarles a su madre y hermana lo que

acababa de pasar.
Dios, iba a ser horrible.

Su hermana, Amanda, tenía un matrimonio perfecto en Maryland. Era la


esposa de un prometedor ejecutivo de una empresa de ropa deportiva. Amanda y

Josh tenía dos preciosas hijas y una bonita casa en el extrarradio. Incluso con el

sueldo de contable de Phillip, ellos apenas se podían permitir una vivienda

modesta. Los precios de Silicon Valley estaban por las nubes. Siempre se había

dicho a sí misma que aquella era la razón principal por la que aún no se habían

casado y empezado una familia. Ahora sabía que no era cierto. Aunque habría

sido feliz durante el resto de su vida junto a Phillip y su prole, él no pensaba


igual.

Con cara de sueño y la piel seca como si se la hubiera lavado con papel de

lija, Juliana entró en su oficina de Simcom System y encendió el ordenador con


dificultad. Lo último que necesitaba era escuchar su nombre por el

intercomunicador para que se presentara en la oficina de la jefa. Suspirando, se


levantó de la silla y se encaminó (casi en línea recta) al despacho de Karen

Grant, la directora de la empresa.


Con 40 años de edad, era mayor que algunos de los retoños de Silicon

Valley, pero también era una de las pocas mujeres que tenían el mando. Su
tecnología inteligente para el hogar estaba siendo instalada en las mansiones de
los famosos y la realeza de todo el mundo, y en aquellos momentos se estaba

probando la versión beta en Oriente Medio. La Sra. Grant era rica, incisiva y

exitosa - todo lo que Juliana desearía ser. También era una cabrona de mucho
cuidado, y alguien a quien Juliana no tenía ningún deseo de enfadar.

Presentarse ante ella con los ojos rojos y rastros de lágrimas en la cara, no
iba a ser de gran ayuda.

-Juliana- saludó su jefa, haciendo un gesto en dirección a la puerta. -Por

favor, cierra.

-Sí, señora. ¿Qué ocurre?

-Directa al grano. Así me gusta - celebró, entrecerrando los ojos y mirando

a Juliana.

Karen iba impecablemente vestida, con un elegante vestido negro que


quedaría fatal sobre las amplias curvas de Juliana.

Algunas mujeres están bien hechas...

-Sólo quería asegurarme de poder asistirle lo más rápido posible- se


apresuró a decir Juliana.

-Y una vez más, aprecio su actitud, Srta. Caine. Lo diré sin rodeos. El
programa de hogar inteligente que hemos instalado en la casa del Jeque de

Jordania está fallando. Fue uno de nuestros primeros clientes, y no quiero que
hable mal de la empresa ni de sus servicios. Aspiramos a ser los mejores.

-Entiendo- dijo Juliana, a quien le pareció gracioso que su jefa le estuviera


dando una charla promocional. Ella ya formaba parte del equipo; no necesitaba
el discurso. -Estoy trabajando en el código de la actualización 2.0…

-Eres la segunda mejor programadora que tenemos.

A pesar de su mal día, Juliana no pudo evitar que una sonrisa se dibujara
en su rostro. -Gracias.

-No me lo agradezcas. Es un hecho. Quiero que tomes el avión de la


empresa a mediodía. Tienes una semana para arreglar todo en casa del Jeque

Cemal Samara. La reputación de la compañía depende de ti.

Juliana abandonó el despacho de su jefa; no estaba muy contenta de tener

que viajar al extranjero con apenas cuatro horas de aviso. Por otro lado, sería

mucho más fácil superar la separación y el engaño si no estaba en el entorno que

había "compartido" con Phillip durante años. Por lo visto, él había compartido

mucho más con ella. Era hora de disfrutar de unas vacaciones de trabajo en
Oriente Medio y de demostrar a su jefa que tenía madera de directora. Tal vez,

por fin podría ascender de programadora y ocupar el cargo de vicepresidenta que

siempre había querido.


Juliana dejó el edificio y se dirigió a casa, dispuesta a hacer la maleta en

tiempo récord.
Va a ser la oportunidad de tu vida, ya lo verás.


Capítulo tres

-Creo que se equivoca- informó Juliana a la mujer mayor que la conducía

por los laberínticos pasillos del palacio.


La anciana sacudió la cabeza, haciendo que sus largas trenzas blancas le

golpearan los hombros. -Eres la representante de Simcom, ¿no?


-Sí, pero pensé que me iba a llevar a la sala del servidor principal. Me da

la sensación de que nos estamos perdiendo en lo más profundo del palacio.

-Voy a serle sincera- anunció la otra mujer. -El señor no esperaba a una

mujer. Cuando la Sra. Grant explicó que su programador era una mujer... dio

órdenes para que esté lo más cómoda posible. Sabe mejor que nadie lo

agotadores que son los vuelos transoceánicos. Han pasado más de 10 horas, y

está cubierta de arena del desierto después de su viaje en el jeep.


Juliana suspiró. Tampoco había podido dormir en el avión. Aunque eran

casi las siete de la mañana en Jordania, y llevaba más de treinta y seis horas
despierta, el descanso la seguía eludiendo. Y la mujer tenía razón. El viaje en
todoterreno por carreteras que apenas eran transitables había hecho que acabara

con el pelo y otros sitios inconfesables cubiertos de arena. Si querían que se


aseara antes de comer algo e informarse del problema, no iba a quejarse.

-No me va a añadir al harem, ¿verdad, señora?


-Me llamo Yasmeena, y soy la jefa del harén desde hace más de treinta
años. En su época, serví al padre del actual Jeque, y ahora soy una de las

principales asesoras de él y de su madre.

-¿Y eso cómo funciona?- espetó Juliana. -Eh… quiero decir... ¿no es la

madre del Jeque...? Esto... a lo que me refiero es...


-La costumbre de tener un harén está anticuada. Las mujeres que viven

aquí llevan al menos veinte años, y sirvieron al padre del Jeque Cemal. Somos lo
que usted llamaría jubiladas.

-Pero no siempre fue así- replicó Juliana, a la vez que se detenían ante dos

enormes y ornamentadas puertas. Levantó la mirada. Debían de medir más de

cuatro metros de altura y parecían sumamente pesadas. Al menos tres de los

hombres que custodiaban la entrada tuvieron que ayudar a Yasmeena a abrir la

puerta, de lo contrario, Juliana no sabía muy bien cómo lo habría hecho. -Quiero

decir que no entiendo cómo usted y la Sra. Jeque...


-La Jequesa- apuntó Yasmeena, reprimiendo una carcajada

-Eso. ¿Cómo se pueden llevar bien?

Era algo que Juliana no podía entender. A pesar de haber sido amiga de
Candy durante ocho años, más tiempo del que había conocido a Phillip, era

incapaz de pensar en ella sin sentir que se le desgarraba el corazón. La idea de


que dos mujeres pudiesen compartir pareja y seguir siendo amigas la

desconcertaba por completo. No era posible.


Yasmeena se encogió de hombros al entrar en la sala principal del harén. -

Son costumbres antiguas. Hice lo que mi rey necesitaba de mí, pero nunca me
involucré emocionalmente. Ahora cuido de su hijo y esposa lo mejor que puedo,
en su honor. Aunque el Jeque Cemal abolió esa costumbre cuando asumió el

trono. Supongo que todo debe cambiar en algún momento.

-No creo que si fuera un programador masculino - dijo Juliana,


depositando el bolso y ordenador portátil sobre la colección de suaves y sedosas

almohadas más cercana - me hubiera traído al harén.


-También le habría dado tiempo para refrescarse, pero Cemal ha dicho, y

repito sus palabras, que usted debe ser tratada de forma especial por venir a

hacernos un gran servicio.

-En serio, enséñeme unos cables y puedo hacer algo más que ayudar-

contestó Juliana, antes de quedarse boquiabierta. Jamás había contemplado algo

tan hermoso. El tejado del palacio estaba a unos diez metros por encima de ellas.

El techo se dividía en cúpulas decoradas con intrincados patrones geométricos


llenos de piedras semipreciosas y decorados con pan de oro. Era como estar en

un museo, pero más bonito de lo que nunca había imaginado. -¡Este sitio es

increíble!
-Así es, y ahora debemos prepararle, haga el favor de sentarse delante del

espejo.
Juliana suspiró y obedeció. Era mejor no discutir. Si aquello agradaba al

Jeque y Yasmeena iba a cepillarle la arena del largo y negro cabello, ella no era
quién para rechistar.

La anciana se puso a trabajar, retirándole la vieja y arrugada goma del


pelo. -Si se sigue peinando con tanta tirantez, perderá el cabello y se quedará
calva.

-Eso es un cuento chino. Además, me molesta cuando estoy arreglando

discos duros y se me pone en la cara.


Yasmeena rió. -Tiene un pelo precioso- dijo, mientras se lo peinaba con un

cepillo de incrustaciones de marfil. -Si quiere un novio o un marido, es mejor


que lo lleve suelto, para que enmarque su rostro y esos bonitos ojos verdes.

-Ahora suena como mi madre. Siempre decía que si seguía llevando

vaqueros y chanclas…- Juliana se detuvo y exhaló. Se le secó la garganta, como

si alguien la hubiera arañado desde el interior, y no pudo seguir hablando.

-Se ha quedado callada- observó Yasmeena, mientras cogía un peine

enjoyado del tocador. Era plateado, con una gigantesca piedra roja en el medio.

Juliana estaba casi segura de que era un rubí. -¿Por qué?


-Tenía un prometido. Supongo que no soy lo bastante sofisticada como

para conservarlo- se lamentó Juliana, derrumbándose y rompiendo a llorar.

Se sintió mejor después de admitir aquello en voz alta. A su madre, sólo le


había enviado un breve mensaje de texto antes de coger el avión. En el trabajo,

tenía que comportarse de forma profesional. Pero estaba cansada de poner buena
cara para los demás. Por lo general, cuando tenía algún problema llamaba a

Candy, pero ya no tenía aquella opción. Yasmeena envolvió con sus brazos los
hombros de Juliana y tarareó una canción con palabras (probablemente árabes)

que Juliana no tenían ninguna posibilidad de entender.


-Shhh, señorita Caine, le prometo que aquí no le va a pasar nada malo.
Además, cuando acabe con usted, va a ser la mujer más bella que jamás haya

visto el Jeque.

Juliana rió y se secó los ojos. -Creo que sólo tengo que reparar su sistema
de seguridad. No tengo que gustarle yo, sólo mi trabajo.

Yasmeena sonrió, con una sonrisa de Mona Lisa. -Pueden gustarle ambos,
¿no cree?

***

Juliana no tenía ni idea de qué estaba haciendo allí. Treinta y seis horas

antes, había perdido a su amiga y a su novio. Hacia unas doce horas, su jefa la

había enviado a una importantísima misión para reparar el sistema de seguridad

del Jeque Cemal Samara. Y ahora, había sido invitada a desayunar con él para

tratar el problema electrónico, e iba vestida como una extra de Lawrence de


Arabia. Yasmeena se había tomado su trabajo muy en serio, y su cabello ahora

caía en largos tirabuzones sobre su espalda, sujeto con aquel llamativo peine del

rubí. Sus ojos estaban maquillados con kohl, lo que atraía aún más la atención a
sus ojos verdeazulados, y le habían acentuado los labios con un carmín súper

rojo, que contrastaba con su piel pálida. Pero la guinda del pastel fue la
insistencia de Yasmeena (y de las otras mujeres del harén) para que se

aprovechara de la generosidad del Jeque en cuanto a ropajes. Juliana vestía una


prenda que dejaba al descubierto la piel pálida de entre sus pechos y las caderas.

Los pantalones estilo harén tenían una tonalidad amarillo canario y estaban
adornados con cristales en forma de monedas.
Se sentía como la princesa Jasmine, aunque ninguna princesa de Disney se

haya tenido que preocupar jamás por sus michelines.

Empezaba a creer que Yasmeena había ido demasiado lejos; no estaba allí
para impresionar al Jeque Cemal. Juliana había querido complacer a la mujer,

pero ya estaba lamentando la elección de vestuario mientras se paseaba ante las


puertas del comedor. La exótica imagen del abdomen expuesto favorecía a

algunas mujeres, pero ella era una chica voluptuosa, con una talla 44, que no se

atrevía a lucir un bikini. Aquello era una mala idea. Si se daba prisa, aún podía

volver al harén y ponerse su traje de chaqueta.

Al menos dejaría de parecer una ballena varada….

Dándose la vuelta, Juliana se disponía a apresurarse por el pasillo cuando

vio a alguien que le hizo parpadear. Frunciendo el ceño, volvió a parpadear y


deseó poder frotarse los ojos. Tenía que estar alucinando. Era imposible...

El hombre que tenía delante era alto, de unos dos metros, y su espalda era

tan ancha como la de un nadador olímpico, con su mismo talle. Sin embargo, lo
que le llamó la atención fueron sus ojos, de un intenso color ámbar que parecía

irreal, y que siempre había encontrado irresistible cuando estaba en el instituto.


-¿Robbie...?- llamó, confundida.

¿Qué está haciendo mi antiguo novio en Jordania?


-¿Juliana? ¿Tú eres la programadora de Simcom?- le preguntó aquel

hombre, con un desconcierto que igualaba al suyo.


-En serio, ¿quién eres?- quiso saber ella, entrecerrando los ojos ante la
misteriosa e imposible figura que tenía delante.

Él se inclinó hacia adelante y, a continuación, tomó su mano derecha, en la

que depositó un delicado beso. -Soy el Jeque Cemal Samara, pero cuando
estudié en Estados Unidos, mis padres insistieron en que utilizara el seudónimo

de Robert Khayim, por mi propia seguridad.


La mente de Juliana se precipitó al pasado a la vez que retiraba su mano.

No puede ser. ¡Es imposible!

Sacudió la cabeza y retrocedió. -¿Es una broma? Entiendo que tuvieras

que usar un nombre falso en el instituto, pero no me creo que necesitaras un

técnico para reparar tu sistema inteligente y que me llamaran precisamente a mí.

¿Lo has tramado con la Sra. Grant? ¿Es cierto que el sistema no funciona? ¿O es

todo una elaborada y cruel broma para que vuelva contigo?


Cemal sacudió la cabeza y levantó los brazos en señal de derrota. –Por

supuesto que no. Preferiría que el sistema no se hubiera vuelto loco justo cuando

tenía que discutir unos asuntos con el embajador de EE.UU. No sabía para qué
empresa trabajas.

-¡Y una mierda!- gritó Juliana, intentando mantener la calma. Al infierno


con la calma. -Hace quince años me convertiste en una criatura indómita, me

metiste en líos con mis padres y, a pesar de todo lo que te amé, regresaste a
Oriente Medio sin tan siquiera dejarme una maldita nota. No, no me creo que

todo esto sea una coincidencia, y no confío en ti. ¡No, después de que me
rompieras el corazón!
Él dio un paso adelante y, presa del pánico, Juliana le lanzó un golpe con

la mano. Moviéndose con la misma elegancia que siempre le había

caracterizado, Cemal esquivó el impacto y la sujetó por los hombros, mirándola


a los ojos.

Ella trató de mirar hacia abajo, al intrincado mosaico que decoraba el


suelo, pero fue inútil. No podía resistirse a su mirada hipnótica como la seda

dorada. -¿Qué?

-El destino nos ha reunido nuevamente, mi Blanca Nieves.

Ella resopló al escuchar el infantil apodo que le había puesto en el pasado.

Aunque, con sus labios escarlata y la pálida piel de años pasados encerrada en el

laboratorio de informática, Juliana tuvo que admitir que aquel mote era más que

adecuado.
-¿Es todo una coincidencia?

-Y bastante buena- dijo él, con su cálido aliento en su mejilla.

Sin poder evitarlo, Juliana inhaló su aroma especiado de notas de azafrán


y almizcle. Un ardor se apoderó de su vientre y la humedad comenzó a

concentrarse entre sus piernas.


Maldito sea por ser tan irresistible.

-No me lo creo. Voy a reparar el sistema y después me iré a casa.


-Ya veremos.


Capítulo cuatro

Juliana se alejó furiosa después de aquel intercambio. No importaba que

Robbie…Cemal…quien fuera, hubiese insinuado que podía hacer que se


quedara tanto tiempo como quisiera. No iba a desayunar con él. De momento, se

estaba mostrando tan sorprendido como ella, pero no se lo tragaba. Era rico y
poderoso, y estaba claro que podía obtener toda la información que deseara

gracias al equipo de seguridad nacional de su país. De entre todos los

programadores del mundo (y había millones, a menudo sin afeitar y trabajando

desde el sótano de sus madres), había dado con ella al azar.

De ninguna manera.

Si esperaba poder reavivar algo que había terminado hacía más de una

década, y después de romperle el corazón, a Cemal le esperaba una gran


sorpresa.

Juliana se dirigió a las dependencias del harén, al lujoso dormitorio que


según Yasmeena era suyo durante el resto de su estancia, y comenzó a trabajar
en una lista de sistemas y redes que iba a comprobar a la mañana siguiente.

Cuando amaneció, fue escoltada, primero por Yasmeena y después por el


asistente personal de Camel, hasta la sala donde se encontraba el servidor del

sistema, y desde entonces había estado concentrada examinando el hardware


externo. De momento, todo cable y placa base estaban intactos, lo que la llevó a
pensar que existía un problema más grave, y que iba a necesitar varios días para

desentrañarlo.

Estaba dispuesta a conseguirlo.

Lo último que necesitaba era pasar más tiempo con aquella rata mentirosa
de Cemal.

Escuchó un carraspeo detrás de ella y suspiró, dejando su portátil. -


Maleek, ¿ya es hora de cenar? Al darse la vuelta, se encontró con Cemal. -

Esperaba que te encargaras de tus asuntos y me dejaras hacer mi trabajo en paz.

Es decir, si vas a dejar que me vaya.

Él se encogió de hombros y cruzó los brazos. -Necesito que repares el

sistema. Ha estado fallando bastante, y me está volviendo loco.

-¿Pero?

-Aún no he decidido si te voy a dejar ir. No quiero enviarte al calabozo.


-¿Tienes un calabozo?

-No, pero creo que puedo convencerte con mi encanto personal para que te

quedes. No seas tan literal, Juliana.


Ella sacudió la cabeza y se sonrojó. Tal vez tenía en la cabeza una imagen

de un calabozo medieval en alguna parte del palacio. Estaba siendo menos


sensible culturalmente de lo que debería. Además, podía imaginarse lo que haría

en su dormitorio con unos pañuelos de seda y su ávido cuerpo. Se sonrojó aún


más y se abanicó. Incluso con el aire acondicionado del palacio hacía demasiado

calor en el desierto.
-Creo que ya dijiste, o no dijiste, todo lo que debías hace quince años. Yo
era la estúpida novata y tú el atractivo estudiante de último año, y me creí todo

lo que me dijiste. No me importa si ahora eres un Jeque, o si siempre lo fuiste.

Me hiciste mucho daño.


-Si crees que nada de lo diga te va a hacer cambiar de opinión, no tienes

nada que perder- dijo él, dedicándole una traviesa sonrisa que hizo que Juliana
tragara saliva.

No, tiene que ser una relación estrictamente profesional, ¡maldita sea!

Pero aquello era imposible. Ya fuera la suerte o el destino, volvía a

encontrarse en el camino del hombre que había amado. No había forma de

detener a su corazón, ni de ignorar sus deseos más profundos. Ella no era así.

Suspirando, se puso en pie y dejó el portátil en el suelo. Extendiendo una mano,

estrechó la de Cemal.
-Si tienes una excelente explicación para todo, haz el favor de

mostrármela.

-Será un placer.
***

Era mucho más encantadora de lo que jamás podía haber imaginado. De


adolescente, había sido preciosa, con sus femeninas curvas (incluso entonces) y

su hermoso cabello oscuro. Pero ahora poseía la dignidad y sensualidad de la


madurez, que se sumaban a su atractivo. Su Blanca Nieves era todo con lo que

había soñado, todo lo que había anhelado en los largos y solitarios años desde
que regresara a casa.
Cómo le apenaba verla otra vez con aquella expresión de odio y esa

mirada de rencor.

-Adelante- dijo, hablando alegremente por encima de la música del


restaurante. Había elegido un local tradicional jordano, con actuaciones en vivo

y otro tipo de entretenimiento. Quería mostrarle la parte de su cultura que se


había visto obligado a esconder la primera vez. -Pregúntame lo que quieras. Soy

un libro abierto.

Ella resopló y tomó un trago del vino que había pedido. Era un restaurante

enfocado a turistas estadounidenses (a los más ricos) y se ajustaba a sus gustos.

Uno de los pocos lugares de la capital en los que servían alcohol. Después de

todo, Cemal era la antítesis de un adepto. El vino pareció relajarla y disipar parte

de su enfado, y Cemal se alegró de haber escogido aquel lugar.


-Pareces muy maduro. Cuando te conocí, todo eran motocicletas,

cazadoras de cuero, faltas de respeto con los profesores y fumar todo lo que caía

en tus manos.
-Todos tenemos nuestra fase rebelde. Aún conservo algunos gustos y

predilecciones- comentó. -Simplemente los encauzo hacia mi deber con mi país.


Cuando era adolescente, no quería saber nada de Jordania. Quería vivir la vida a

mi manera. Ahora he aceptado mi situación.


-Entonces, ¿tu actuación de rebelde sin causa ya ha terminado?- preguntó

Juliana, llamando al sumiller con un gesto de la mano para pedirle otra copa.
-Como he dicho, tengo otros métodos para exorcizar mis demonios.
Extendió el brazo y le puso la mano sobre el muslo, apretándolo

delicadamente para hacerle saber la intensidad de su atracción. -Soy rebelde en

una forma más comedida.


-Quiero saber quién eres en realidad, Robbie- le interpeló ella con un

sonsonete.
Él se inclinó hacia delante, deteniéndose para disfrutar de su aroma a

vainilla y fresas. Dios, cómo le gustaban las estadounidenses y su adoración por

los geles corporales, pero ella olía mejor porque mezclaba aquel aroma afrutado

con su propia fragancia, una esencia completamente femenina y seductora. Que

hizo que su miembro se endureciera, porque había añorado y anhelado aquel

aroma durante quince años.

-Puedo enseñarte muchas cosas, Blanca Nieves. No tienes idea de lo que


te puedo ofrecer.

-Pero me hiciste daño- protestó ella. -Tuve muchos problemas cuando mis

padres me pillaron fumando marihuana contigo. Dios mío, si hubiesen


sospechado lo cerca que estuvimos aquel día de…bueno, ¡ya sabes!- exclamó,

escanciando su segunda copa de vino tinto.


Llamó al camarero por tercera vez, y Cemal se preguntó si debía ponerle

freno. Pero estaba tratando de demostrarle que, para algunas cosas, confiaba en
su criterio. Si necesitaba un poco de vino para pasar la velada, él no era quién

para juzgarla.
-Sí, lo recuerdo.
Aquella noche sus padres los habían sorprendido en el sótano de la casa de

Juliana, disfrutando de unas copas y un poco de marihuana, y por fin habían

estado a punto de hacer el amor. Ella se había colocado sobre él – sin apenas
ropa - cuando aparecieron sus padres. Y después de aquello, había desaparecido

de su vida. Él se había visto obligado a regresar a Jordania para aguantar los


incesantes sermones de su padre y los creativos castigos de su madre. Fue el

mayor caso de dolor de bolas de la historia, porque desde entonces había soñado

implacablemente con ella, y la quería de vuelta.

Pero sabía que para cuando terminara de ser formado y tomara el mando

como Jeque, Juliana tendría que haber desaparecido de su vida.

Ahora que estaba allí, y con un simple vistazo a su cuenta de Facebook,

supo que estaba soltera.


-¡Podías haber puesto más empeño en quedarte!- exclamó ella, elevando la

voz.

-Lo intenté, pero mi padre no atendía a razones. ¿Estaban tus padres


contentos con tus acciones, Juliana?

-No- respondió ella, inclinándose hacia él; le encantaba sentir la calidez de


su cuerpo contra el suyo. Su erección se tensó contra la tela de sus vestiduras, y

se alegró de haberse puesto el tradicional y holgado ropaje de su pueblo. -Mi


padre me amenazó con enviarme a un internado católico. Y mi madre me obligó

a pasar el verano trabajando en el rancho mi abuelo en Montana. Nunca he


estado tan morena.
-Y sin embargo- dijo él, besando el delicado hueco de su garganta- sigues

siendo la diosa pálida que siempre he querido.

Ella profirió un gimoteo y lo apartó de un empujón. -Me dolió.


-A mí también me dolió, créeme. Tenía diecisiete años y no podía detener

lo que estaba sucediendo, igual que tú. Habría dado cualquier cosa por poder
cambiarlo. Pero ahora estás aquí.

-No soy de tu posesión, Cemal- espetó ella, con una expresión dura en sus

ojos verdes. -Eres muy autoritario, pero no voy a caer.

Él rió y le apretó el muslo. -A lo mejor te animas. Tal vez no puedas

resistirte. Has venido conmigo esta noche.

-Tenía hambre- explicó Juliana, terminándose su tercera copa de vino e

hipando un poco. -Necesitaba ir a algún sitio. Ya no soy aquella chica y soy...


soy independiente. Las cosas son muy distintas- añadió, y su mirada se empaño

con tanta tristeza que Cemal quiso preguntarle qué había sucedido.

Y lo habría hecho, pero en aquel momento aparecieron las bailarinas.


Ambas eran jóvenes, de menos de veinte años, con sus largas cabelleras

recogidas en sendas trenzas que caían sobre sus espaldas. Las dos iban vestidas
con una pequeña prenda parecida a un sostén con monedas cosidas, y faldas

cortas de vuelo. Los tonos lavanda y rosa de sus atuendos contrastaban con sus
oscuras pieles. En cualquier otro momento, las habría invitado al palacio. De

hecho, solía utilizar aquel restaurante para algo más que comer. En aquel
momento, sin embargo, no le decían absolutamente nada. No. La única mujer
que quería era la que reía y se puso en pie cuando las bailarinas la asieron por el

brazo.

Era su Blanca Nieves, su primer amor, y la mujer que debía recuperar


costara lo que costase.

Mientras la observaba, con su miembro tenso contra la túnica y la sangre


golpeando sus venas, Juliana agitaba los brazos como le indicaban las jóvenes,

moviéndolos de una forma que denegaba su propia donosura. En el instituto,

siempre había tenido una opinión muy negativa de sí misma, temerosa de no

estar nunca a la altura, pero Juliana no veía en ella lo mismo que Cemal - ese

donaire, esa belleza natural.

Las mujeres no se contentaron con enseñarle los movimientos básicos de

brazos. Nada de eso. La chica vestida de lavanda tenía ahora las manos sobre las
caderas de Juliana, y la obligaba a sacudirlas con un sugerente ritmo sensual.

Lamiéndose los labios, Cemal contempló cómo movía las caderas. Alabado sea

Alá, lo que daría por que aún llevara el modelito de la noche anterior. Aún así, se
deleitó en los seductores y deliberados movimientos de su cuerpo, grabándolos

en su memoria. Juliana abandonó la compañía de sus dos maestras cuando las


jóvenes se adentraron entre la muchedumbre, y Cemal pensó que se sentaría de

nuevo, pero no fue así.


En su lugar, se encaminó hacia él con toda la premeditada intención de

una leona, le sonrió socarronamente y le rodeó, colocando las manos en sus


hombros. Le rozó el cuello con los dedos, acariciando suavemente su piel.
-¿Qué tienes en mente, Blanca Nieves?- preguntó Cemal.

Le sorprendió completamente cuando se sentó en su regazo, restregándose

contra él. Él lanzó un gemido, sin importarle que la gente le viera. Era el rey, y
podía hacer lo que quisiera. Y en aquellos momentos sólo quería dejar que sus

ojos se perdieran en sus órbitas y disfrutar de la calidez de su femineidad


mientras se frotaba a través de una fina capa de tela contra su rígido miembro.

Su corazón comenzó a latir rápidamente, y sintió toda terminación nerviosa

cargándose de electricidad. Juliana se inclinó para besarle, y él lo deseaba con

todas su fuerzas, pero se percató de la mirada vidriosa de sus ojos.

Estaba demasiado intoxicada y no quería aprovecharse de ella.

Lo más probable era que a la mañana siguiente, Juliana se arrepentiría de

haberse abandonado de aquella manera.


Suspirando, y odiando tener que comportarse de forma noble cuando no

era su estilo, Cemal la besó en la mejilla. -Es hora de llevarte a casa, princesa.

Creo que necesitas dormir la mona.


-¿Contigo?

-Tal vez no esta noche- dijo él con tono afligido, antes de pedir la cuenta.



Capítulo cinco

Juliana se acurrucó junto a Cemal durante todo el viaje en la limusina

hasta el palacio. Le daba vueltas la cabeza, y se dio cuenta de que había


trabajado pasada la hora del almuerzo y que sólo había desayunado un poco de

pan de dátiles. Había bebido más de la cuenta y, aunque deseaba hacer el amor
con Cemal, se encontraba más agotada y confusa de lo normal.

De momento, se conformaba con estar entre sus brazos y sentir sus besos

en la coronilla. Parecía como si la ternura que había existido entre ambos nunca

hubiese muerto, y como si la conexión que forjaron en el pasado siguiera viva,

como una chispa que nunca se extingue. Aún así, le dolió cuando abandonó la

limusina y se encaminó hacia su ala del palacio. Yasmeena dejó que Juliana se

apoyara en su hombro, mientras se dirigían despacio (muy despacio) a las


dependencias del harén. Como huésped de honor, Juliana tenía su propio

dormitorio independiente en aquella parte del palacio - con baño privado.


Tras sentarse en el borde del enorme Jacuzzi, observó cómo la anciana le
preparaba un baño de burbujas. La vio añadir ricas especias árabes y pétalos de

rosa.
-¿Necesita ayuda? No se caerá si le doy un momento de intimidad,

¿verdad?- peguntó Yasmeena, con la preocupación reflejada en el rostro.


-¡No! ¡Estoy bien!- respondió Juliana, agitando las manos como si fuera
un helicóptero a punto de despegar.

Yasmeena sacudió la cabeza. -Estaré fuera. Llámeme si tiene algún

problema.

-No se preocupe. No va a querer cuidar de una chica borracha en estos


momentos - dijo, sonriendo a la mujer de forma tranquilizadora. -Estaré bien.

La anciana dudó un momento antes de apresurarse fuera de la estancia.


Juliana se puso en pie y se tambaleó durante un instante, mientras se quitaba los

vaqueros y la blusa. No le sorprendió comprobar que sus pantalones estaban

ligeramente húmedos. Se había excitado mucho bailando para Cemal. Habría

dado cualquier cosa por llegar más lejos, pero él siempre se había mostrado muy

sensible ante sus necesidades. La razón por la que nunca se acostaron en el

pasado fue porque él había sido paciente y esperaba a que ella estuviera lista.

Tal vez aún no estaba lista, con los problemas con Phillip todavía en la
mente. Y, bueno, quizás estaba un poco ebria, admitió mientras se deslizaba

entre las cálidas burbujas. Aún así, estaban juntos de nuevo, y le había mostrado

algo real. Había estado tan dominado y frustrado por las disposiciones paternas
como ella.

Todo era muy confuso, pero aún le deseaba. Aquel manojo de nervios
sensibles entre sus piernas había estado palpitando desde que se sentara a

horcajadas sobre él. Y seguía exigiendo atención.


Tras deslizar una mano bajo la superficie del agua, se acarició con la otra

los pezones y decidió hacerse cargo de sus necesidades. Tras apoyar la cabeza
contra la porcelana del Jacuzzi, se imaginó que sus dedos eran los de él, los
anchos y encallecidos dedos de Cemal abriéndose camino entre sus pliegues. Y

su olor - aquel especiado aroma - inundaba su nariz.

Sus dedos acariciaron la suavidad de sus labios más secretos y sintió como
si su sangre se hubiese convertido en lava, un magma que se precipitaba bajo la

superficie de su piel, amenazando con entrar en erupción en cualquier momento.


Con la mano derecha separó los pétalos de su flor y encontró su centro, ese

botón especial que, sinceramente, no había sido venerado en muchísimo tiempo.

Aquello debería haber sido una señal, el apenas acordarse de la última vez

que había tenido relaciones sexuales con Phillip.

Había estado muy ocupada con su carrera, y supuso que a él le ocurría lo

mismo.

No, ahora no. Estaba a punto de darse placer a sí misma, de sentir el


éxtasis que le había sido negado durante tanto tiempo. Con los dedos de la mano

izquierda acarició y jugueteó con su pezón, convirtiéndolo en una pequeña

cúspide rígida de deseo. En su imaginación, era Cemal el que lo hacía. Algún día
su lengua recorrería su febril piel. Sería su pulgar el que hiciera presión sobre su

perla, trazando semicírculos hasta que el magma caliente corriera por sus venas,
haciendo que ardiese de la forma más deliciosa posible.

Hundió dos dedos en las profundidades de su cuerpo, aumentando la


presión del pulgar. Su orgasmo se desató con toda la fuerza del Monte Santa

Elena y quedó abrumada por la potencia de su propio éxtasis. Deslizándose bajo


del agua, se aseguró de dejar la nariz por encima de la superficie, pero el resto de
su cuerpo yacía inerte y laxo, satisfecho tras el orgasmo.

Y sin embargo...

Sabía que habría sido aún mejor si se lo hubiese proporcionado Cemal, y


se sentiría vacía hasta que así fuera.

***
-Me sabe la boca como el suelo de un taxi de Nueva York- se lamentó,

cubriéndose la cabeza con una almohada cuando Yasmeena entró en su cuarto. -

Así no puedo programar.

-Seguro que no es para tanto- dijo la anciana, echando un par de aspirinas

en un vaso.

El delicado burbujeo del medicamento sonó como una catarata a los

hipersensibles oídos de Juliana, que agarró con más fuerza la almohada. -No, no
quiero.

La almohada desapareció de repente, y ella gritó cuando la luz asaltó sus

sentidos haciendo que se sintiera como si un grupo de bailarines irlandeses se


hubiese instalado en su cabeza.

-Bébase eso, y en seguida haré que le suban cruasanes y huevos.


-Eres como una madre- dijo Juliana.

-No, no lo soy- negó Yasmeena en tono apagado.


Juliana bebió el brebaje y suspiró. Colocando su mano sobre la de la otra

mujer, añadió: -Habrías sido una buena madre, aunque eres un poco mandona.
-Vivo para servir, y ahora mismo las órdenes de Cemal es que te espabiles.
A la mente de Juliana acudieron recuerdos de la noche anterior, y estuvo a

punto de derramar su bebida. Al principio, lo que había pasado después de la

media tarde estaba un poco confuso. Pero después de un rato, su mente recordó
varios eventos. La danza que había aprendido y, ¡Dios! Le había hecho un baile

privado a Cemal.
Y después el Jacuzzi, y la forma en que se había corrido pensando en él.

-Anoche hice el ridículo.

-A juzgar por la expresión del señor cuando llegaron a casa, no creo que

estuviera enfadado- aportó Yasmeena.

-Bebí demasiado. Hice cosas que no había hecho en años- explicó Juliana

palideciendo, pensando en el baile privado. -¡Hice cosas que jamás había hecho

antes!
-Y le repito que no creo que al Jeque le importara.

-¡Pues debería! Le tuve que haber convertido en el hazmerreír de toda la

ciudad.
Yasmeena rió. -Él hizo muchas cosas locas en su tiempo. Créame. A lo

largo de los años, hemos escuchado todo tipo de historias y rumores sobre
Cemal.

-Oh- exclamó Juliana, ignorando el dolor de su pecho.


Qué tonta era. Cemal pertenecía a la realeza, era el heredero de una de las

mayores fortunas petroleras del mundo. Podía conseguir a cualquier mujer que
quisiera, tener a cualquier persona de la Tierra en su cama. No pretendería que la
esperara a ella. Después de todo, ella había tenido amantes en la universidad, y

un novio. Aún así, aquella noticia la hizo sentir fatal, como si no fuera capaz de

competir con todas las mujeres con las que Cemal había estado. Espera, ¿qué
demonios estaba pensando?

Ahora estaba sobria, y lo único que tenía que hacer era concentrarse en su
trabajo. Juliana estaba allí para reparar el sistema de seguridad y regresar a casa.

Impresionaría a la Sra. Grant con sus eficientes habilidades, conseguiría un

ascenso, y permanecería sobria durante el resto de su estancia en Jordania.

Aquella era su misión.

Y no se desviaría ni un ápice.

No lo haría.

***
Eran las dos y media, y se encontraba atascada en mitad de una absurda

maraña de códigos cuando Cemal le puso la mano en el hombro. Su traicionero

corazón ya se había acelerado al percibir su fragancia de azafrán en el aire.


Nerviosa, mantuvo la cabeza gacha y se concentró en la pantalla que tenía

delante de ella.
-¿Qué tal va?- preguntó él.

-Sé cuál es el problema, pero no estoy segura de cómo arreglarlo. Mis


parches habituales no se están comportando como deberían. Por lo demás, muy

bien- explicó, con voz aguda y débil.


Por favor, vete. No quiero revivir lo que pasó anoche. Dios, debes pensar
que soy idiota.

-Me puedes mirar. No pasa nada.

Suspirando, intentó no mirar directamente a aquellos hipnotizadores ojos


ámbar, pero él la obligó asiendo su rostro por la barbilla. -Debes odiarme.

-¿Por qué?- preguntó Cemal, sin ningún indicio de enojo en su mirada.


-Porque ayer me comporté como una fresca. Estaba agotada y estresada, y

bebí demasiado. Y ahora me siento estúpida.

-No deberías, Blanca Nieves- dijo él, besando su mejilla. -Quizás dejaste

escapar demasiada ansiedad reprimida de una sola vez. Puede que no fuera

buena idea sacar a relucir todas tus, ejem, excentricidades, pero no hay nada

malo en divertirse un poco.

-Tengo que reparar el código.


Él levantó una ceja con gesto divertido, y aquel ardor la inundó una vez

más. Cemal podía conseguir que hiciera cualquier cosa, que sintiera cualquier

cosa, y a Juliana le asustaba el poder que ejercía sobre ella, incluso después de
tanto tiempo.

-Has dicho que estabas atascada.


-Y así es, pero si continuo mirando a la pantalla, quizás me desatasque. Es

un antiguo truco de programador.


-Ya veo, y parece que funciona. ¿Cuánto tiempo lo has estado utilizando?

-Unas dos horas.


Él sonrió socarronamente. -Así de bien funciona, ¿no?
-Puede- resopló ella. -Es sólo que... he venido a hacer un trabajo. No sé si

debo mezclar negocios y placer, aunque quiera.

-Entiendo que todos vemos el mundo con mayor claridad cuando no


estamos intoxicados.

Ella hizo una mueca de incomodidad, pero tenía razón. Juliana se había
comportado de manera irresponsable, más de lo que lo habría hecho si no

hubiese estado tan afectada por la traición de Phillip. -Lo siento mucho...

Cemal se inclinó y la besó. A Juliana le encantaba la forma en la que su

lengua danzaba y acariciaba la suya. Lo bastante como para dejarla jadeando

cuando se apartó. -No lo sientas. Ven conmigo. He esperado casi quince años

para mostrarte mi país. Por favor, deja que lo haga.

-Pero...
-Di que sí.

Y así lo hizo.


Capítulo seis

Juliana no se esperaba aquello. La carrera de camellos a la que Cemal la

había llevado era uno de los eventos más importantes de Jordania. El polvo se
arremolinaba a su alrededor y parecía obstruir su garganta, el ajetreo y bullicio

de la gente la ensordecía, y a menudo sentía cómo la muchedumbre la empujaba


de lado a lado. El calor era sofocante, y deseaba haber podido vestir una

camiseta y unas bermudas, pero esas prendas eran inaceptables fuera de las

estancias privadas del palacio. En su lugar, vestía un caftán tradicional del

pueblo jordano, elaborado en una seda fina y suelta que le llegaba hasta los

tobillos. Aunque apreciaba el hermoso tono azul cerúleo que Cemal había

elegido para ella, Juliana sentía el sudor deslizándose por sus ojos, hombros y

espalda.
Si alguna vez pensó que el verano que pasó en Texas fue caluroso, estaba

loca. Debía de hacer casi cincuenta grados en la calle, y aquella temperatura no


favorecía el olor de la pista de carreras.
Los camellos se alinearon hombro con hombro en la línea de salida, pero

aún no estaban listos para correr. El presentador no había dado la orden. Pero eso
no les impidió hacer otras cosas, y Juliana tuvo que aguantarse las náuseas ante

el olor a estiércol fresco que cada vez era más penetrante bajo el sol árabe.
Se trataba sin duda de un cambio en su estilo de vida habitual, y de los
aromas casi preparados de antemano de la tienda de ultramarinos o el centro

comercial de su ciudad. Era un olor abrumador - sobre todo el de los camellos -

pero a la vez real, y muy enérgico.

Junto a ella estaba Cemal, enfundado en la túnica de su tierra. Le gustaba


la forma en que se movía con la brisa, dándole un toque masculino bajo ella. Ya

lo había sentido antes, con su miembro presionando contra su feminidad. Había


sido un adolescente atractivo que hacía que todas las jovencitas suspiraran y

compitieran por él. Pero aquello no era nada en comparación al vigoroso e

imponente hombre en que se había convertido. Por mucho que quisiera culpar al

alcohol de su comportamiento la noche anterior, Juliana sabía que aquello no era

cierto. Cemal la apasionaba, siempre lo había hecho. Al principio fue porque un

estudiante mayor, tan afable como él, había visto algo en la callada y tímida

capitana del equipo de informática. Ahora era porque el Jeque desprendía un


encanto inherente capaz de desarmar a cualquier mujer.

Juliana intentaba mantener la calma, ser simplemente la especialista

enviada por Simco Systems, pero tenía miedo de perder aquella batalla, sobre
todo cuando esa fragancia de azafrán y masculinidad golpeaba su nariz al

inclinarse para susurrarla al oído.


-¿Lista para la carrera? Ya he hecho las apuestas. Será más memorable.

-¿No es eso un poco redundante? Ya eres más rico de lo que nadie se


puede imaginar. ¿No han reconocido al Jeque?

Él alzó las gafas de sol por encima de la nariz y le guiñó un ojo. -Llevo
ropa de calle, sin nada especial ni caro. En mitad de la multitud y con las gafas…
dudo que me hayan reconocido. Quiero que experimentes las carreras como los

ciudadanos ordinarios, que sientas todo el drama y la emoción. Si apostamos

dinero, es mejor.
Y con eso, le entregó unos papeles - boletos, supuso - y Juliana los

contempló. No entendía el texto, pero se preguntó por qué camello habría


apostado.

-¿A cuál has elegido por mí?

-Su nombre se traduce como "La Joya del Rey”. En realidad, pertenece a

mi familia, y es el vástago de uno de los mejores camellos que hemos tenido. Es

el del arnés azul cobalto y...

-¿El de la mochila?- preguntó Juliana, frunciendo el ceño y mirando a los

camellos. Había esperado que los jinetes ya estuvieran montados en sus nobles
corceles, pero, por el momento, los camellos estaban solos y parecían estar

preparados para su primer día de escuela.

-No es una mochila, es el jinete robot. No los montan jinetes humanos


porque es demasiado peso y arruina la velocidad de las bestias. La carrera va a

empezar pronto; veamos si La Joya del Rey es digno de ese nombre.


-Creo que debería estar trabajando en el sistema- exclamó Juliana, aunque

no le apetecía nada. La energía de aquella multitud contrastaba con el silencio de


la oficina en la que había estado trabajando, y le estaba ayudando a mover los

engranajes de su cerebro. Una hora más con aquel infernal código, y se habría
vuelto loca. -Es para lo que la Sra. Grant me envió.
-Y si te has atascado y no lo puedes hacer funcionar, no nos beneficia a

ninguno de los dos- dijo él, pasando un brazo de forma casual sobre sus

hombros.
Juliana se tensó, no muy segura de si podría controlarse ante aquel gesto

tan íntimo. Podría hacer que quisiera más, y con Cemal, aquello siempre era
peligroso. Pero había sido honesto con ella, o al menos eso esperaba. Le dijo que

sus padres le habían obligado a volver a Jordania. Aunque le había hecho daño

perderle, no podía esperar que un chico de 17 años se opusiese a todo aquello, la

voluntad de un reino, para estar con ella.

-¿Qué?- preguntó él, al notar su rigidez.

-Creo que no debería relajarme tanto, no me lo he ganado. Aunque no sea

una trampa…
Sus ojos ámbar parecieron reflejar frustración en aquel momento. -No lo

es. Me sorprendió verte, aunque de forma grata.

-Entonces tengo que centrarme en mi trabajo. Una vez tuvimos algo y


ambos acabamos con el corazón roto.

-Ya no tienes a tus padres diciéndote lo que debe hacer una "buena chica".
Tienes casi treinta años, y yo estoy al mando del país. No existen las mismas

barreras que nos separaron- continuó él, deslizando la mano hasta la parte baja
de su espalda.

Aunque aquello no era del todo cierto. Sus padres no habían estado muy
contentos cuando su hermana se casó con un hombre que no era baptista.
Probablemente, debido a que su madre creció en Carolina del Norte, razón por la

se había sentido tan molesta cuando ella comenzó un romance con Cemal hacía

tantos años. Aunque ahora fuera una adulta, Juliana creía que le debía algo a su
familia, y los deseos de su madre influenciaban sus propias ambiciones. Era de

locos que un rey no fuera lo bastante bueno para su familia, pero si practicaba
una fe distinta, sería muy difícil de aceptar.

Aquellos ojos ámbar se clavaron en los suyos, y entonces fue el turno de

Cemal de mostrarse tenso.

-¿He dicho algo malo? Mi padre ha fallecido, y estoy seguro de que a mi

madre le vas a encantar cuando te conozca mejor.

-Pero sólo he venido para reparar el código. Cuando lo consiga, en una

semana o así, me iré a casa. Es… como debe ser.


-¿Porque ya no te importo?

Ella suspiró, y después se estremeció cuando él le besó el cuello. Aquel

ardor volvió a recorrer su cuerpo, y cruzó una pierna delante de la otra. Era
totalmente injusto, la forma en la que la afectaba.

-No se trata de eso. Hablemos de todo esto más tarde- dijo, aliviada
cuando se oyó la bocina y los camellos echaron a correr. -Mira, ¡ya ha empezado

la carrera!
Juliana se apoyó sobre la barandilla y gritó con entusiasmo, con su acento

nativo entre el resto de los jordanos y árabes. Estaba tan emocionada como ellos.
Sobre todo al ver a su camello, el del paquete azul cobalto, a la cabeza de todos.
-¡Vamos, Joya del Rey!- jaleó otra vez, incluso cuando el camello con el

arnés rojo se adelantó al suyo. -¡Tú puedes!

Los camellos corrían a tal velocidad que ya no podía distinguir sus


extremidades, sólo veía un desfigurado movimiento entre una enorme nube de

arena. Pero pudo distinguir el hocico de los camellos cuando comenzaron la


última vuelta.

Juliana se dejó llevar por el clamor de la carrera, los gritos de la gente y el

estruendo de las pezuñas en la pista. Apoyándose contra la baranda, gritó de

nuevo.

-¡Tú puedes, Joya del Rey! ¡Mueve el culo!

La cinta se rompió cuando ambos camellos la atravesaron, y Juliana

parpadeó ante el flash que indicaba que habían tomado una fotografía de la
llegada. Se acercó a Cemal, conteniendo el aliento a la espera de los resultados.

Por fin, se oyó una voz, y al menos un cuarto de los espectadores

profirieron juramentos y lanzaron sus boletos al suelo.


-¿Cuál ha ganado?- preguntó, volviéndose hacia Cemal.

Él sonrió y la besó, entrelazando su lengua de forma experta con la de ella.


-La Joya se ha ganado su reputación- dijo Cemal, apartándose. La tomó de la

mano y la condujo hacia los paneles de apuestas. -Tú, querida, has conseguido
una increíble prima por el trabajo que estás llevando a cabo.

-¿Cuánto?
-Bueno, no mucho para alguien como yo- apuntó, acercándose a las mesas
de las apuestas.

-No, en serio. ¿Cuánto?- insistió ella, entregándole el boleto, sintiéndose

de repente nerviosa ante la perspectiva de que Cemal se hubiese excedido con


aquel gesto. Claro que, todo había sido cosa del azar. El camello del arnés rojo

podría haber ganado a su Joya en el último instante. Pero ella sólo estaba allí
para trabajo. Si de repente tenía miles de dólares, no iba a saber cómo explicarlo.

-Cemal, ¡dímelo!

Él volvió a sonreír y entregó los boletos al hombre de la mesa, que los

miró y sacudió la cabeza, soltando un furioso torrente de improperios en árabe, o

posiblemente jordano. Juliana frunció el ceño y se acercó más a Cemal,

presintiendo que algo iba mal. Mientras miraba, el hombre derribó la mesa y dio

unas órdenes a los tres enormes guardas que estaban junto a él. Meneando la
cabeza, Cemal la agarró de la mano y se dirigieron a toda prisa al borde de la

pista.

Juliana echó a correr, resollando un poco con el esfuerzo. Tantas horas en


Silicon Valley no le habían preparado para ser perseguida por unos agentes de

apuestas. La mitad del tiempo confiaba en que Cemal la arrastrara entre la


multitud, esquivando a la gente que se interponía en su camino. Por fin se

escondieron en un callejón cercano a la entrada. Con toda tranquilidad, Cemal


sacó su móvil y envió un mensaje de texto.

Después de unos minutos, Juliana vio, aliviada, como unos guardias de


palacio, portando el blasón oficial que había visto por todas partes en la casa del
Jeque, pasaban corriendo cerca de ellos. Tenía la sensación de que el

malhumorado agente y sus matones no iba a seguir siendo un problema. Aún así,

el corazón le latía muy fuerte y estaba jadeando. El sudor le caía por la frente, y
no pudo ignorar la descarga de adrenalina que atravesaba su cuerpo.

-¿Qué ha pasado?- consiguió preguntar.


Cemal se encogió de hombros. -Era la primera carrera de La Joya del Rey.

Tenía unas probabilidades de doce a uno, y he apostado cien mil dólares. A

Samir no le ha hecho gracia perder tanto dinero. Es el riesgo de apostar de

incógnito. En estos casos, la gente no suele respetar la autoridad del rey.

Le contó los detalles con toda normalidad, pero Juliana abrió mucho los

ojos. Con unas probabilidades de doce a uno, hubiera ganado 1,2 millones de

dólares. Más dinero del que pensaba que iba a ver en toda su vida. Aunque tenía
un buen sueldo, el costo de la vida en Palo Alto se comía todos sus ahorros. Con

esa cantidad de dinero, por fin podría invertir en su propia empresa.

-¿Qué?
-Podía haber puesto más, lo sé.

Juliana apoyó la palma de la mano contra su pecho. No daba crédito a sus


oídos. Le parecía imposible. -¿Has apostado cien mil dólares por mí por

diversión?
-Tengo más- explicó él, como si se hubiera ofrecido a pagar la cuenta de la

cena en lugar de haber ganado más de un millón de dólares.


-No me lo puedo creer.
-Debería haber sabido que Samir no iba a querer pagar. No es muy

honesto, otra razón por la que vengo a las carreras de incógnito. Sería impropio

acudir sin un disfraz. De lo contrario, madre, e incluso Yasmeena, me


sermonearían sin parar.

-¿Un millón?- preguntó Juliana, consciente de que se estaba repitiendo.


Incluso después de vivir en su casa unos días, no había llegado a comprender lo

rico que era Cemal. Estaba hablando de una enorme suma (al menos para ella)

como si hubiera dejado calderilla en el coche. -No tenías que hacerlo.

-Bueno, dudo que Samir vaya a pagar, aunque los guardias insistan. No

me importa cubrir la deuda, proporcionarte el estilo de vida que quieres.

-No quiero regalos de ese calibre- respondió ella, recostándose contra la

suave pared de arcilla. -¿Lo entiendes? No quiero ser sobornada ni recibir un


tratamiento especial. Sé que quizás no tuviste intención de hacerme daño hace

años...

Cemal sacudió la cabeza y colocó los dedos bajo su barbilla, intentando


obligarla a mirarlo. -Sin quizás. Eres la única mujer que quiero. La única que he

querido en toda mi vida. Me he pasado años yendo de mujer en mujer, buscando


a alguien que me hiciera sentir como tú lo hiciste cuando tenía 17 años. Nadie se

ha acercado si quiera.
Juliana se sonrojó, pensando en el desfile de mujeres que habían sido

suyas. Aunque ella no era precisamente virgen, podía contar el número de


amantes que había tenido con los dedos de una sola mano, incluyendo a Phillip.
¿Cómo iba a compararse con las mujeres que había visto y disfrutado a lo largo

de los años? Era imposible competir, y lo sabía. Además, a ella nunca le tocaba

el final feliz, sino los chicos que huían y los hombres que la traicionaban. Tenía
delante de ella a un hombre que aceleraba su pulso, pero que su familia no

aceptaría.
Jamás.

Pero se sentía atraída hacia él.

Desesperada por sentir sus besos, por recuperar el tiempo perdido cuando

eran adolescentes. Tal vez debería tomarse aquella semana como su Brigadoon,

un periodo mágico, un instante, en el que todo era posible. Tendría que acabar

cuando regresara a los Estados Unidos, pero, de momento, se tenían el uno al

otro.
-Te deseo- dijo con voz temblorosa de necesidad.

Él asintió y la besó, haciendo que su lengua danzara con la suya mientras

le recorría el cuerpo con las manos. Ella respondió con la misma avidez,
acariciando sus hombros y apreciando la fuerza de su poderosa musculatura.

-Te he echado de menos, gatita. Tenerte de vuelta es un sueño- dijo,


deslizando las manos y levantando el bajo de su caftán.

Juliana se detuvo para colocar sus manos en las caderas. -No me puedo
quedar desnuda en un callejón.

-No estaba pensando que lo hicieras. Te lo mereces todo, que te haga el


amor como a una princesa, pero en estos momentos necesito tu cuerpo, cada
centímetro de ti- dijo, con un ronroneo en la voz.

-¿Y?

-Puedo darte placer aquí, antes de volver a casa, igualar la descarga de


adrenalina que corre por nuestras venas- añadió, y ella se preguntó si sus

palabras eran más una amenaza que una promesa.


¿Acaso importaba?

-¿Qué te parece, gatita?

Ella asintió, sintiendo un inmenso ardor en el cuerpo. No podía evitarlo.

Se sentía como si se quemara sin él, sin el desahogo que había estado deseando

desde la segunda noche.

-Quiero todo lo que me puedas dar, Cemal. Es lo que necesito.

Él asintió y siguió alzando la falda del caftán. Juliana le ayudó sujetando


el bajo con una mano, mientras con la otra le acariciaba el espeso y exuberante

cabello. Cemal deslizó los dedos por debajo la cinturilla de sus bragas y tiró -

con una diestra sacudida que liberó fácilmente el fino encaje. Se las quitó y
sorprendió a Juliana metiéndoselas en el bolsillo de su túnica.

-Algunos trofeos deben guardarse para más tarde- dijo, con una irónica
sonrisa en los labios.

-Pero no vas a guardar todo para entonces, ¿verdad, mi Jeque?- bromeó


Juliana, contemplando los dorados ojos que la habían obsesionado durante

quince años.
-No, todo no- respondió Cemal, poniéndose de rodillas.
Lo ojos de Juliana se desorbitaron. Supo exactamente lo que se disponía a

hacer, pero le parecía imposible. En todo el tiempo que estuvo comprometida

con Phillip, sólo le había dado sexo oral en contadas ocasiones, y por lo general,
después de rogárselo en su cumpleaños. Decía que era asqueroso. Y ella asumió

que la mayoría de hombres lo encontraba repugnante. Pero en aquellos


momentos no parecía así, no con el hombre que había echado tanto de menos

mirándola con manifiesto deseo y pasión en aquellos ojos color ámbar.

-No tienes que hacerlo- ofreció.

Él sonrió aún más y deslizó ambas manos por sus muslos, apretándolos

ligeramente. -Quiero hacerlo.

-Pero la mayoría de tíos...

-Son unos necios por no querer saborear el néctar de una mujer- dijo.
Cemal recalcó esa opinión agachándose más, lamiendo su pierna derecha

en sentido ascendente, retorciendo la lengua al llegar al sensible hueco de la

parte posterior de su rodilla. Juliana se tambaleó, incapaz de pensar y sintiendo


cómo se desvanecía la fuerza de sus músculos. Era como si su lengua estuviese

convirtiendo sus extremidades en fideos cocidos. Cemal se detuvo lo suficiente


para sujetarla por las caderas.

-Tienes que tener cuidado, gatita. Te voy a llevar a la cumbre del placer,
pero tienes que mantenerte erguida. Es importante.

-Pero tú… eh- balbuceó ella, incapaz de tener un pensamiento coherente.


-Intenta no caerte- le recordó él, ayudándola a recostarse contra la pared. -
Va a ser intenso, te lo prometo- añadió, deslizando un dedo por el interior de su

muslo derecho.

Todo su ser vibró, y sintió la humedad entre las piernas. Cemal dio por
terminados los preliminares y la charla. Sus enormes y encallecidas manos

separaron los labios más secretos de Juliana, y con el pulgar rozó su perla.
Juliana se estremeció, sintiendo las primeras notas de placer subiendo por su

vientre, deslizándose por su interior.

Entonces, la boca de Cemal succionó su botón, masajeando con los labios

aquel enardecido haz de nervios. Cerrando los ojos, Juliana dejó que el éxtasis la

recorriera, luchando por mantenerse en pie. Sentía como si Cemal estuviese en

todas partes, con su lengua lamiendo sus jugos y sus dedos entrando en su

cuerpo y explorando lo más recóndito de su ser. Hasta su tosco aroma masculino


la envolvía por todas partes. Juliana profirió un gemido animal que apenas supo

reconocer como procedente de su propia garganta.

Tal vez era su gatita después de todo.


Cemal intensificó el ritmo, sacudiendo despiadadamente la lengua contra

su clítoris. Juliana se corrió, envuelta en un tsunami de placer que hizo que fuera
incapaz de pensar en nada, sólo respiraba y disfrutaba de las sensaciones que

fluían a través de ella. Tras lo que le pareció una eternidad, volvió a sentir las
rodillas y fue capaz de mantenerse en pie por su propia cuenta. Fue entonces

cuando Cemal se enderezó y la besó en la frente.


-Deberías ser tratada así todos los días, como la reina que eres.
Juliana empezaba a estar de acuerdo con él.



Capítulo siete

Aunque el día de las carreras había derribado algunos muros internos,

Juliana no se había comprometido a nada más con Cemal, aparte de sus fogosas
sesiones de besos y más. Estaba empezando a gustarle su sabor, tanto como ser

degustada por él. Pero su trabajo estaba llegando a su fin. Le quedaban un par de
días. Pronto regresaría a California, pero cada vez le era más difícil convencerse

a sí misma de que aquello no era más que un rollo de verano. Siempre le había

importado Cemal. Había sido su primer amor, y ahora le hacía sentir como si

fuera su primera pasión de nuevo.

No estaba segura de poder regresar a California.

No estaba segura de querer hacerlo.

Con aquella confusión revoloteando en su mente, llamó a su madre por


Skype. Había prometido mantenerse en contacto con su familia para hacerles

saber que se encontraba bien, aunque Jordania era un territorio mucho más
seguro que sus vecinos árabes. Aún así, durante los últimos días, había estado
perdida entre el código y las largas noches de placer prohibido con Cemal.

Aparte de un email diario para mantener a raya los temores de su madre y


hermana, no había hablado con ellas.

Más que nada porque no había querido.


Necesitaba saber qué pensaban de su nuevo dilema, qué opinarían ahora
que "Robbie" ya no era un adolescente que fumaba en los baños y montaba en

motocicleta. Ahora que era Cemal y líder de una noble nación. Tal vez

entenderían que ya no era aquel gamberro de 17 años más de lo que ella era una

estudiante asustada de su propia sombra.


Tal vez.

La imagen de su madre cobró vida delante de ella. Juliana sonrió ante el


estrafalario volumen del peinado de su madre, que habría pasado tan

desapercibido en cualquier club de campo de Texas como en una producción del

musical Hairspray. Muchas cosas habían cambiado, pero Colette Caine era tan

fiel e incondicional como un dique.

-Hola, mamá- saludó Juliana, jugueteando nerviosamente con las uñas.

-Querida, estás más delgada. Deberíamos enviarte a Oriente Medio más a

menudo, hasta que tengas una talla que guste a los hombres.
Juliana se tensó ante aquel recordatorio de que su madre, una antigua

bailarina, no entendía sus problemas de peso. Colette nunca había pasado de la

talla 40 en toda su vida. Ojalá Juliana hubiera heredado aquellos genes. Tal vez
se entenderían mejor.

-Bueno, he estado trabajando mucho.


-Aún así, te queda muy bien. Pensaba que estabas haciendo un trabajo de

programación.
Juliana frunció el ceño y se miró los brazos instintivamente. -Así es. Por

eso estoy en mi ordenador. Estaba ejecutando unos diagnósticos en otra ventana


y he aprovechado para llamar. Me está llevando más tiempo del que pensaba.
Su madre no dijo nada al principio, en un inusual momento de silencio,

antes de asentir con la cabeza. -Al menos has enviado un email todos los días

para que sepamos que no te han secuestrado los yihadistas.


-¡Mamá! Jordania no es así.

-Bueno, no. Sé que no es uno de esos países.


Juliana se contuvo para no gritar a su madre y preguntarle si se daba

cuenta de lo condescendiente que sonaba. Pero quería que fuera una

conversación rápida para poder seguir con las tareas del día. Si dejaba que su

madre empezara a divagar clamando contra "esas gentes", podrían estar allí

durante horas.

-He estado trabajando mucho. El código estaba más liado de lo que

pensaba. Creo que parte del hardware está estropeado debido al calor que hace
aquí, pero no lo sabré hasta que no haga unas pruebas mañana.

-Pues parece que has estado tomando el sol- comentó su madre, en tono

comedido.
-Bueno, no estoy siempre encerrada en la mazmorra, madre- explicó

Juliana con voz tirante.


Era difícil no sentirse como si tuviera otra vez catorce años. De alguna

manera, Colette Caine siempre sería aquella esbelta reina de la belleza texana, y
Juliana mediría medio metro y se escondería en su sombra. Era una sensación a

la que estaba acostumbrada, pero esa horrible inseguridad no le había


mortificado durante su semana con Cemal. Él le había hecho sentirse aceptada.
No. Más que eso. Ella aún estaba intentando encontrar su sitio con él, pero el

Jeque la adoraba, la hacía sentir como una reina.

Y a ella le encantaba.
Hacía tanto que nadie la trataba tan bien, sobre todo después de lo de

Phillip.
Su madre frunció el ceño, y Juliana se preguntó si sabría lo demacrada que

le hacía parecer aquella expresión. Sabía que había llegado el momento. Colette

podía ser muchas cosas, pero no era tonta ni fácil de engañar.

-¿Y qué has estado haciendo cuando no estás trabajando? Dime que has

estado nadando o haciendo más ejercicio. Supongo que por eso tienes mejor

aspecto.

-El sol de aquí es muy fuerte. Te juro que voy por el cincuentavo bote de
protector solar. Pero, a veces, el Jeque Cemal me lleva de excursión después de

un día estresante de trabajo. De hecho...

-Cariño, no estarás haciendo algo... err... inmoral con él, ¿verdad?


Juliana sintió cómo se sonrojaba y esperó que su madre no se diera cuenta.

Claro que había estado haciendo un montón de cosas, pero un montón de cosas
que pondrían a su madre furiosa. No quería confesar nada de aquello. Lo único

que quería era intentar explicar cómo había madurado Robbie y en qué clase de
hombre se había convertido; el Jeque Cemal era un hombre extraordinario y un

compañero ideal para ella.


-A veces nos divertimos. El otro día fuimos a una carrera de camellos, y
me ha invitado a cenar fuera. Me ha dicho que tiene algo planeado para esta

noche, pero es muy misterioso y discreto, así que no sé qué será exactamente.

-Estás sonriendo.
-No es ningún crimen, madre- se defendió, con la voz cada vez más

recortada.
-Pero no te he visto sonreír así desde el primer año que saliste con Phillip.

¿No te habrás enamorado del Jeque? ¡Es de locos!

-¿Por qué?- preguntó Juliana. Aunque su madre no supiese aún que el

Robbie del instituto era el Jeque Cemal Samara, ¿tan imposible era que alguien

tan cortés como un jeque pudiese estar interesado en ella?

-Bueno, por una parte, supongo que podrá tener a cualquier mujer.

-¿Quieres decir una mujer más delgada y con más glamur?


-Tal vez, pero también alguien como él.

-¿Soy yo la infiel?

-O él- contestó su madre, desfigurando sus bonitas facciones con un


fruncimiento de ceño. -Espero que no te hayas dejado persuadir por unas bonitas

palabras y un par de noches en la ciudad. No es como nosotros. ¿Crees que tu


padre y yo queremos que te relaciones con un jeque? Seguramente tiene un

harén, y se deshará de ti en cuestión de semanas. Si pensabas que lo de Phillip


fue malo, esta humillación será internacional. Serás el hazmerreír del National

Enquirer.
Juliana puso los ojos en blanco, sorprendida ante su capacidad para
mantener la calma. ¿Por qué pensó que iba a poder hablar con su madre, que

conseguiría convencerla de que Cemal era bueno para ella? No lo sabía.

Nada de lo que había querido había agradado a su madre.


Después de todo, hasta que salió Facebook, su madre había supuesto que

su interés en informática era un capricho. Ahora, le preguntaba cuándo iba a


crear la próxima aplicación millonaria en vez de ser una asistente en Simco.

-No hay ningún harén.

Supuso que no era el momento de explicar que las antiguas amantes de su

padre ahora estaban semi-jubiladas y vivían en una de las alas del palacio. Aún

así, ella no era simplemente otra aventura de Cemal; de eso, Juliana estaba

segura.

-Sigue sin ser como nosotros. Ya fue bastante malo cuando tu hermana no
se casó con un baptista. ¿Crees que te voy a dejar traer un jeque a casa - si es que

no eres un capricho pasajero? ¿Y qué hay de mis nietos?

-¡Mamá!- gritó Juliana. -Aún no hemos llegado a ese punto.


-¿Crees que voy a tener nietos que van a criarse de forma inadecuada y

acabar en el infierno? Pues te equivocas.


-Si no estuvieras atascada en el sur profundo de hace sesenta años, lo

entenderías mejor. Si no fueras una jodida cápsula del tiempo, sabrías que hay
algo más.

-Si crees que voy a recibir con los brazos abiertos a alguien que lleva un
turbante...
-¡Ni siquiera lo lleva!

-¡Lo que sea! …es que también estás fumando algo en Jordania.

-No.
-Pues intenta no hacer el ridículo mientras estés allí. Estás disgustada por

lo de Phillip. Que sepas que llamó el otro día. Siente mucho lo que pasó.
-Dudo que lo sienta, no cuando se estaba tirando a Candy desde hace

meses. No es exactamente una indiscreción de una noche- dijo Juliana.

-Pero está arrepentido, y es un buen cristiano.

-Sí, tan bueno que le encanta el adulterio- espetó Juliana, pero sus

defensas se estaban debilitando poco a poco. Phillip había sido una parte

importante de su vida durante mucho tiempo. Le había hecho daño, le había

propinado una puñalada en el corazón, pero si la echaba de menos...


-Escucha, mamá, me tengo que ir. Cemal llegará pronto y no puedo...

-No deshonres a tu familia, Juliana Lynn. Tú no eres así. No quiero que

termines con un maldito infiel, así que ni se te ocurra hacer nada con él. Nos vas
a dar a tu padre y a mí un ataque al corazón- se quejó su madre, finalizando la

llamada.
Juliana suspiró y se frotó las sienes, sintiendo la llegada de una posible

migraña. Le sonó el estómago, y por un instante pensó que iba a vomitar.


-¿Qué voy a hacer?

-Gatita, ¿estás bien?- preguntó Cemal en tono amable y cariñoso.


Estaba en el marco de la puerta, vestido solamente con unos pantalones de
esmoquin. Por lo visto, se estaba vistiendo para lo que fuese que había planeado

para aquella noche.

Los rayos del sol se filtraban por los enormes ventanales del palacio
iluminando su torso. Su piel oscura, más pálida de lo que Juliana hubiera

pensado, probablemente heredada de su abuela francesa, parecía resplandecer.


Inconscientemente, se humedeció los labios mientras contemplaba sus anchos y

fuertes hombros, deslizando la vista por sus marcados pectorales, formidables

músculos y perfectos abdominales. Todo ello acababa en un tentador rastro de

vello oscuro que partía de debajo del ombligo y prometía mucho más allá de la

cinturilla del pantalón.

Cómo deseaba que todo fuera más sencillo. Cómo deseaba poder regresar

al día anterior, cuando ambos se relajaban en la cama tras una larga sesión de
encuentros sexuales, con su erección firme y salobre en su boca.

Pero ahora las cosas eran diferentes, y la realidad llamaba a su puerta.

Su familia nunca lo aceptaría, ni siquiera como Jeque, y mucho menos


como el "chico malo" que casi había arruinado su reputación años atrás. Estaba

loca por pensar que podía haber hablado con su madre del tema. Pero ella sólo
quería que todo funcionara. Claro que, Juliana sabía mejor que nadie que, en lo

que respectaba al amor, para ella nunca funcionaba.


-Es... taba...- tartamudeó, sin sabe qué decir. -Estaba hablando por Skype.

-Pareces disgustada- dijo él, y se acercó de forma apresurada. Se inclinó


sobre ella y la abrazó fuertemente. -¿Era tu jefa? ¿Le pasa algo a tu familia?
-No pasa nada- le aseguró.

Él la besó en la sien y sonrió, con una expresión que hubiese derretido a

cualquier mujer. Normalmente, ella ya estaría en aquella disyuntiva, pero


después de la conversación con su madre, no estaba de humor para sorpresas ni

glamorosas citas. A juzgar por su vestimenta, Juliana supuso que Cemal había
planeado algo grande.

-Si te ha molestado, gatita, sí que pasa- comentó, apartándose de ella y

dando palmas con ritmo staccato.

Yasmeena apareció en la puerta. La antigua jefa del harén, traía en una

mano un enorme collar de rubíes y zafiros que relucían inexorablemente bajo la

luz ocre de la puesta de sol, y en la otra un vestido largo de fiesta en un intenso

color azul egipcio que centelleaba tan vivamente como la gargantilla.


-Mi Jeque debe terminar de prepararse. No me queda mucho tiempo para

ayudar a la Srta. Caine a vestirse para la ópera.

Los ojos de Juliana se desorbitaron. No sólo se sentía decaída y sin ánimos


para poner buena cara ante Cemal, lo que menos necesitaba era escuchar a

mujeres rollizas con cascos de vikingos. Ella siempre había sido más de
Broadway.

-Oh, no creo que pueda hacer eso esta noche. Mañana me espera un largo
día de trabajo.

Yasmeena no dijo nada, pero depositó las pesadas joyas y el vestido sobre
la cama y se escabulló del cuarto para reunirse con el resto del harén. Juliana
tuvo que admirarla. La astuta sirvienta sabía muy bien cuando cambiaba el

viento y se avecinaba una discusión. Fue muy acertado por su parte, y Juliana

deseó hacer lo propio.


Al principio, Cemal no dijo nada, pero comenzó a pasearse por la estancia

como un tigre enjaulado. Ella observó, hipnotizada, cómo sus músculos se


contraían y relajaban por debajo de su piel. Cada centímetro del Jeque era fuerte

y estaba preparado para la lucha. Después del día de la carrera, Juliana sabía que

usaría esa fuerza para protegerla. Pero ahora no estaban huyendo de matones

dedicados a las apuestas de camellos. No, intentaba huir de todas las

expectativas a las que no había estado a la altura durante toda su vida.

Por fin, Cemal se detuvo y se pasó una mano por el cabello. -¿Qué ocurre?

-Es sólo que... regresaré a California dentro de unos días. No me queda


mucho por reparar, y el sistema de seguridad está funcionando mucho mejor.

-Pero esta mañana estabas más que dispuesta. Prácticamente te he tenido

que echar de mi dormitorio para que empezases a trabajar. No sé qué ha podido


cambiar en unas horas.

-Nada, pero ambos sabemos que esto tiene fecha de caducidad.


-¿Perdona?- exclamó él, entrecerrando sus ojos de color ámbar. -¿Cuándo

hemos decidido eso?


Ella se puso en pie y sacudió la cabeza, colocando las manos sobre sus

caderas. Era mucho más alto que ella, y Juliana tuvo que levantar la cabeza para
mirarle, mientras deseaba que su presencia no la afectara de aquella manera.
-Mi vida está en Palo Alto. Tengo un trabajo y una carrera para la que me

he preparado duramente toda mi vida.

-Yo te puedo mantener. ¡Vivirás como una reina!


Juliana puso los ojos en blanco. Aparte de su propio drama, ¿quién se

creía que era? Como si fuera a renunciar a todo lo que había hecho en quince
años para ser una princesa mantenida. Ni siquiera tenía sentido. ¿Por qué?

¿Porque habían tenido una aventura de adolescentes? ¿Porque le hacía sentir

bien?

Aquello era algo, y, con el tiempo, si pudiera armarse de valor, podría

convertirse en algo maravilloso, pero no iba a abandonar todo lo que había hecho

para sentarse en un palacio. Al menos, aún no. No había tenido la oportunidad de

hacer algo por sí misma, de crear su propia empresa. Él simplemente había


supuesto que iba a ser la esposa perfecta para su reino en unos cuantos días.

Iba demasiado deprisa.

-Pero tengo una responsabilidad con Simco Systems. Tú me importas.


-Tú me amas- le replicó él.

-Me importas, y cuando tenía quince años eras mi mundo, pero ya no soy
una adolescente, Cemal. No puedo dejar todo lo que tengo para estar aquí así

como así. Una cosa así requiere de tiempo y planificación.


-No todo en la vida requiere de cuidadosa y constante deliberación.

-Mudarse al otro lado del planeta, sí. No puedo comportarme de forma


espontánea. De todas formas, me he demorado más de lo que debería, y ahora
llevo varios días de retraso.

-Como si la Sra. Grant se enterara o le importara. Necesita mi

recomendación y mi boca a boca para que otras realezas contraten su sistema.


-Sí, pero... a veces tienes que aprender a escuchar la palabra no, Cemal.

Ese era tu mayor problema en la secundaria. Eras el chico malo que siempre
rozaba los límites - fumando donde no debías, jugándote las clases, bebiendo

alcohol bajo las gradas. Algunos días pensaba que lo hacías únicamente para

tener una excusa y discutir con los profesores. Las reglas existen por una razón.

Cemal se acercó más a ella. Aunque su corazón comenzó a latir

fuertemente, Juliana no se movió. Lo miró fijamente a los ojos, aquellos ojos

ámbar que raramente habían tolerado una protesta suya en el pasado. Aquello

tenía de que cambiar.


La tomó por la barbilla, obligándola a mirarlo. -Te escondes detrás de las

reglas. Te comportas como la chica buena con todos. ¿Crees que no sé cómo

buscar a alguien en Facebook y averiguar que ha estado comprometida durante


tres años?

-¿Por qué lo harías?- quiso saber ella, en un susurro.


-Porque quería saber cómo había transcurrido tu vida desde la escuela

secundaria. Esperabas que te viera de la forma en que te veo yo. Siete años
malgastados siendo la chica buena para él, y ahora estás sola, excepto por mí. No

tienes qué seguir las reglas.


Ella resopló y se alejó.
-Supongo que porque tienes dinero, nadie te dice lo que tienes que hacer,

¿no?

-Sí, pero también porque a veces las reglas son estúpidas y sólo existen
para hundirnos, para impedir que desarrollemos todo nuestro potencial.

-¿Y cómo voy a desarrollar mi potencial huyendo de mi vida para estar


contigo?- preguntó, en tono alto y claro. -Me importas, y mucho, pero estoy

hecha un lío y ya no sé qué está bien y mal. Sé lo que me divierte, pero no puede

durar eternamente.

-¿Me estás usando?

-No, estoy sacando el mayor partido a la semana, pero no puedo dejar los

Estados Unidos así de repente.

-¡Estás siendo irracional!- exclamó Cemal, antes de salir precipitadamente


del cuarto.



Capítulo ocho

-¡Es una arrogante!- dijo Cemal, dando incesantes vueltas por su

habitación. Al completar otro círculo junto a la mesilla de noche, cogió una de


las miles de lámparas ornamentales que decoraban el palacio y la arrojó al otro

lado del dormitorio, y en su rostro se dibujo un pequeño gesto de satisfacción al


ver cómo se estrellaba contra la pared. -¿Cómo se atreve a decir que sólo sé

romper reglas?

Una irónica risa sonó a sus espaldas y se volvió para ver a su madre

entrando en su habitación. -Créeme. Alá me estaba probando. Tardamos años a

tenerte, y eras tan alborotador y extenuante como tres hijos.

-Oh, es tarde- se disculpó él, dirigiéndose a la pared y recogiendo los

restos de porcelana de la lámpara.


La anciana sacudió la cabeza y se sentó en la otomana. -Sólo son las diez.

Tengo sesenta años, no noventa. Además, estaba intentando leer mi novela, lo


que es un poco difícil con todo este griterío y romper de lámparas.
Cemal mantuvo la mirada en el suelo. Si la miraba directamente, su madre

sería capaz de ver a través de él. Siempre lo había hecho, pero aún podía evitarlo
si escondía su rostro enrojecido y su mirada furiosa.

-No lo debería haber hecho. Te pido disculpas.


-Sólo porque podemos reemplazar estas cosas, no significa que tengamos
que empeñarnos en romperlas.

-Lo sé… sólo estaba...

-Teniendo una rabieta- terminó ella, y en sus labios se formó una sonrisa

tan enigmática como la de una esfinge. -Hijo mío, ¿te puedo preguntar por qué
estas enojado? Supongo que tiene que ver con cierta jovencita que se aloja en

palacio esta semana.


-Sabes que es más que eso.

-Sí, créeme. Tu padre y yo recibimos unas cuantas llamadas del instituto

sobre la familia Caine. Es muy hermosa. Entiendo por qué estabas dispuesto a

meterte en problemas por ella.

-Es más que eso. Pensaba que estábamos reavivando la llama, pero me

acaba de decir que para ella es sólo algo pasajero, hasta que se vaya. ¡No soy un

juguete!
Su madre sacudió la cabeza. -Tal vez debas pararte a escuchar lo que te

estaba diciendo.

-Supuse que se quedaría más tiempo una vez acabara el trabajo, que quería
hacer algo más conmigo que tener unas cuantas citas.

-¿Quieres decir vivir aquí como tu amante?- preguntó su madre con un


tono más serio. -A tu padre y a mí nunca nos han preocupado tus devaneos de

juventud, pero no queremos que pienses que está bien tener una amante con la
que no tienes ninguna intención de casarte.

-Mi padre tenía un harén.


-Y no puedes invitar a una mujer occidental indefinidamente a menos que
existan planes detrás de ello.

-¡De acuerdo!- gritó Cemal, tirando de su propio cabello tan fuerte que

pensó que iba a arrancárselo. Entre su madre y su amante, sentía que no había
forma de complacerlas. Una pensaba que no tenía ningún plan, y la otra que la

estaba presionando para que aceptara las funciones de Jequesa. Aunque la


verdad, no veía ningún motivo para no hacerlo. Si pudiera olvidarse de su

carrera... -No entiendo por qué Juliana no quiere quedarse. Formar parte de la

realeza, ser una VIP en cualquier evento. En su país, ejecuta códigos.

-A lo mejor le gusta hacerlo. ¿No se te ha ocurrido?

-Pero le estoy ofreciendo todo el lujo que pueda imaginar. Si se queda,

será la mujer más consentida de la Tierra.

Su madre lanzó una risotada. -Ay, hijo, ¿eso es lo que crees que quieren
las mujeres?

-Lo ha pasado mal en el amor, y yo tengo gran parte de culpa. Quiero

compensarla.
-¿Encerrándola en una jaula de oro? No creo que le guste. Si fuera esa

clase de chica, hijo mío, no te interesaría lo más mínimo- respondió su madre,


riéndose.

Aquello irritó a Cemal, la forma en que su madre parecía saber de todo


más que él. Claro que, él no sabía nada de mujeres. Sabía cómo seducirlas, pero

nunca había querido estar con nadie a parte de Juliana, y estaba volviendo a
fracasar.
-¿De qué te ríes?

-No uses ese tono conmigo.

Cemal inclinó la cabeza obedientemente. -Discúlpame, madre. Es que no


entiendo qué tiene tanta gracia.

-Hijo mío- dijo ella, poniéndose en pie y acercándose a él.


Le puso una mano en la mejilla y, por un momento, se sintió como si fuera

un niño al que pudiese protegerlo de todo mal. Pero ahora le tocaba a él

protegerla, junto con todo el reino.

-No me he pasado la vida dentro de palacio probándome vestidos y

poniéndome guapa para tu padre, ¿verdad?- dijo.

-No.

-Porque la vida es más que eso, aunque ya tengas contigo al amor que
deseas y necesitas. Yo tenía las organizaciones benéficas que fundé, que incluso

hoy en día siguen haciendo que Jordania y la Península Arábiga sean un lugar

mejor. Apenas entiendo de ordenadores, pero está claro que el trabajo de la Sra.
Caine le proporciona la misma satisfacción. No puedes alejarla de todo eso y

encerrarla en un palacio, por muy encantador que te creas.


-Soy muy encantador.

Su madre bajó la mano y sacudió la cabeza con tristeza. -También lo era tu


padre. Es una habilidad peligrosa, úsala sabiamente. Te recomiendo, hijo mío,

que se lo hagas pasar lo mejor que puedas mientras esté aquí. Pero empieza
disculpándote, y no la presiones más. Es lo que se merece. Y lo que decida
cuando termine, será elección suya. Si quieres tener algo con ella a largo plazo,

tienes que respetar su derecho a elegir.

-¿Y qué pasa si no me elige a mí?


-Si la amas, querrás que elija lo mejor para ella.

-Pero yo soy lo mejor para ella.


-No si no le permites tener el trabajo y la identidad que necesita, hijo, y

ese fue el verdadero regalo de tu padre. Era anticuado en muchos aspectos, eso

no lo puedo negar. Nunca me gustaron los harenes.

Cemal desvió la mirada. Incluso ahora, era incapaz de imaginar cuánto

había sufrido su madre. Aunque idolatraba a su padre, nunca entendió aquella

regresión en la que tanto insistía.

-¿Pero?- preguntó con voz queda.


-Pero supo respetar mis deseos y mi autonomía. Cuando sus padres

quisieron que me convirtiera en una esposa “más apropiada", me dio permiso

para crear mis fundaciones.


-Nadie te tiene que dar permiso para nada, madre.

-Me apoyó, entonces. Si realmente amas a Juliana, debes apoyarla y estar


dispuesto a aceptar la posibilidad de que se quede sin obligarla.

Cemal asintió, pensando en sus palabras. Eran sensatas y razonables,


como su madre, pero aún así le asustaban. Existía aquel riesgo y, como Jeque,

estaba acostumbrado a salirse con la suya. Ahora Juliana Caine había vuelto a su
vida y tenía todos los triunfos en la mano. Iba a tener que correr el riesgo de que
quisiera apostarlos por él.

¡Maldita sea!

Todo era cuestión de azar.


***

De pie, frente a la puerta de su cuarto, no se sentía nervioso. No era una


persona que se pusiera nerviosa. A los reyes no se les educaba así. Pero estaba

confundido. Aún sentía un nudo de ira en el estómago y la cabeza le daba vueltas

a un millón de kilómetros por hora. Sus pensamientos evitaban la cuestión de

qué haría si le rechazaba. Si fuera cualquier otra mujer, llamaría a otra o viajaría

a un exclusivo club de Monte Carlo. Pero, después de quince infructuosos años,

había aprendido que no había otra mujer como Juliana.

No hay momento como el presente.


Tras llamar a la puerta, esperó a que la abriera.

-Yasmeena, necesito descansar un poco. El hardware va a ser bastante

problemático durante los dos próximos días y estoy...


-¿Bien?- preguntó Cemal, mirándola.

-Podría decirse- contestó ella, cruzándose de brazos. -Creí que lo había


dejado claro. Tengo trabajo.

-Lo sé, pero he llamado a la Sra. Grant y le he dicho que ha habido un par
de complicaciones y que has estado trabajando muchísimo con todo el calor. Le

he dicho que necesitaba unos días más, y ha estado de acuerdo. Parece que
Simco quiere asegurarse de que su cliente proporcione unos excelentes informes.
Juliana entrecerró los ojos. -No tienes derecho a interferir con mi trabajo.

-No lo he hecho. He hablado muy bien de ti y de tu trabajo, le he dicho

que nunca había recibido mayor ayuda por parte de una compañía y que le voy a
hablar a todo Jeque y miembro de la realeza que conozco de esta tecnología y su

impecable plan de servicios. La Sra. Grant está encantada.


-Eres muy amable- dijo ella en un tono menos duro, descruzando los

brazos. -Pero no voy a necesitar más que un par de días.

-Lo sé, pero quería llevarte a un sitio.

-¿Al altar?- se mofó Juliana.

-No- respondió él, aunque le escoció el sarcasmo. La verdad es que no

tenía ningún inconveniente en llamar al Imán en aquellos momentos. -Tienes

razón. Te he presionado demasiado. Estaba tan feliz de tenerte de vuelta, que


supuse que querías las mismas cosas sin preguntarte. No creí que para ti fueran

sólo unas vacaciones, un poco de diversión.

-Bueno... no es eso exactamente- comentó en tono evasivo. -No sé qué


significa todo esto, pero no pensé que tendría que averiguarlo en unos pocos

días.
-De acuerdo, pero me estaba ofreciendo a llevarte a un lugar muy especial.

Sólo por diversión. No te pediré que te quedes más tiempo ni que seas mi
Jequesa, pero tienes que prometerme que no me vas a apartar a un lado. Cuando

termines tu trabajo, te preguntaré otra vez qué quieres hacer, y estaré preparado
para tu respuesta.
-¿En serio? Hace un momento estabas dispuesto a envolverme en una

burbuja de plástico y encerrarme en una torre- comentó ella, con una sonrisa

asomando a sus labios.


-Sí, pero he cambiado de parecer. Quiero que estemos juntos el tiempo que

podamos, Juliana. Ya perdimos quince años, y no estoy dispuesto a perder el


tiempo que nos quede. ¿Quieres venir a Túnez conmigo?

-¿Qué hay en Túnez?

-Ya lo verás.


Capítulo nueve

-Se te ve contenta- dijo Cemal a Juliana, que estaba acomodada en un

asiento de cuero de su jet privado.


-Tengo que admitir que me encanta volar con estilo. Está muy bien viajar

por placer, y mucho más si lo hago con alguien que me importa.


Cemal tensó levemente la mandíbula. La amaba, sabía que la había amado

en el instituto y que la amaba ahora. Se había pasado años esperando contra toda

esperanza que regresara a él. Cada vez que decía que le importaba, se sentía

como si estuviese bebiendo arsénico. Le quemaba la garganta y los órganos,

dejando sólo un armazón marchito.

-Eso está bien.

-Me pregunto qué me espera en Túnez. Nunca he estado.


-Me lo imagino- dijo él, guiñando un ojo. Si pensaba que le iba a sonsacar

el secreto, la llevaba clara. Iba a guardarse los detalles. Bueno, a menos que
estuviera dispuesta a ofrecerle incentivos a cambio. -Aunque puedo darte una
pista.

-Oh, ¿es un juego de preguntas?


-No exactamente- dijo él, desabrochándose el cinturón de seguridad y

haciendo un gesto hacia el cuarto de baño. Su avión más grande tenía un


dormitorio con una cama tamaño king, pero para aquel viaje había elegido algo
más pequeño y sensato. Además, quería probar algunas cosas con ella, cosas que

suponía eran nuevas para Juliana. -Estaba pensando en algo más divertido.

Ella se sonrojó al darse cuenta del verdadero sentido de sus palabras. -¡No

podemos!
-Soy el dueño del avión.

-¿Y el capitán y el copiloto?- susurró ella.


-La cabina está insonorizada.

Juliana sacudió la cabeza, aunque la sonrisa que se extendía por su rostro

le indicó que estaba tratando de parecer escandalizada porque era lo que se

esperaba de ella. En algunos aspectos, conocía muy bien a su gatita, a la que

encantaba aprovechar toda oportunidad para darle placer. Cemal sabía por qué.

Él sentía lo mismo por ella. Juntos, eran como un par de sustancias químicas

inflamables que no podían evitar mezclarse para empezar un fuego.


-¿Estás de broma?

-Lo digo en serio. Puede que yo rompa todas las reglas, pero tú ni siquiera

lo intentas, Juliana. ¿No quieres volver a casa con algo interesante que contar?
¿No quieres ser un poquito mala?- Cemal se acercó a ella e, inclinándose, le

susurró al oído: -Eso parecía cuando te follé con la lengua en el callejón. Aquí
hay mucha más privacidad. Después de todo, gatita, ¿no quieres unirte al Club

de las Alturas?
Ella gimió, con un delicado sonido que hizo que su erección presionara

contra la tela de sus vaqueros. Loado sea Alá, ¿cómo podía tener ese efecto
sobre él? ¿Sólo con un gemido?
-Me encantaría- dijo, con voz ronca.

-Entonces, sígueme- ordenó Cemal tomando su mano.

Ella se desabrochó el cinturón del asiento y dejó que la condujera al cuarto


de baño. Técnicamente, podían hacerlo en la estancia principal, pero como oda

al Club de las Alturas y por la facilidad de limpieza, quería hacerlo en un sitio un


poco más recluido. Además, el baño del avión era bastante espacioso, con un

lavabo doble de mármol y una ducha con espacio para tres personas. Lo había

comprobado en más de una ocasión.

Una vez dentro de la estancia, se bajó la bragueta y rasgó el envoltorio de

aluminio que llevaba en el bolsillo. No había que comportarse de forma

peligrosa en todo. Estaba claro que un bebé era lo último que Juliana quería, y

aunque su propia madre insistía en que se estableciera y produjera un heredero,


él no pensaba igual. Cuando estuvo listo, sonrió a su amante.

-Me encanta explorar tu cuerpo, sentir cada centímetro con mi boca. Te

deseo, pero el sabor diario de tu néctar no es suficiente.


Ella sonrió socarronamente y sus ojos parecieron centellear. -¿Por qué

creo que ahora viene el "pero"?


-Sin embargo- dijo él, jugando con la semántica. -Quiero estar dentro de ti.

Quiero empujar con mis caderas y sentirme en lo más profundo de tu cuerpo. Te


quiero toda.

-Adelante- dijo ella con un ronroneo.


Cemal rodeó su cintura con los brazos, estrechándola contra él. Juliana
respondió envolviendo las piernas alrededor de su torso. Se alegró de que llevara

otro caftán, esta vez de color añil, que resaltaba sus ojos. Levantárselo por

encima de los muslos fue juego de niños, dejando al descubierto las suaves
ondulaciones de su pubis. Con una mano acarició y masajeó aquellos delicados

rizos, y su erección se endureció aún más al ver cómo Juliana gemía y echaba la
cabeza hacia atrás.

-Dios, sí.

-No soy ninguna deidad, pero agradezco el cumplido, gatita.

-Ya sabes a qué me refiero.

-Así es- dijo él, tirando de la cinturilla de sus braguitas, complacido de que

estuvieran hechas de un material barato de encaje que se deshizo fácilmente. -

Acceso. Me encanta.
-¡Me han costado dinero!- protestó ella, propinándole un manotazo en la

mano.

Cemal dejó que las bragas cayeran al suelo, y cambió la posición de sus
caderas de modo que la punta de su miembro pudiera trazar delicadas formas

sobre la piel de sus labios más sensibles.


-Te necesito, gatita- dijo, mirándola a los ojos. -No lo olvides nunca. Pase

lo que pase, no olvides que te necesito.


Cemal la penetró en toda su longitud, centímetro a centímetro, con los

ojos en blanco, deleitándose con la sensación que le proporcionaba su estrecho


canal. Encajaban a la perfección. Por último, antes de desaparecer por completo
en su interior, comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás. Empezó con un

ritmo delicado, con pequeñas embestidas que hacían que ella empujara sus

caderas contra él.


-Necesito más- dijo Juliana, apretando más las piernas a su alrededor.

Entonces se inclinó hacia adelante y le pasó la lengua por la oreja, llegando al


lóbulo y tirando de su sensible piel con los dientes. Cemal se estremeció. -Más

rápido, Cemal.

Aquello fue lo único que necesitó escuchar para desencadenar toda la

pasión que había estado reprimiendo durante quince largos y difíciles años.

Sus embestidas adquirieron un ritmo frenético, aferrándose a sus caderas

con ambas manos. Ella le devolvió los embistes a la vez que su boca devoraba su

piel - primero el lóbulo y después los labios, seguidos del cuello. Mientras la
apuntalaba con sus movimientos, Juliana succionaba y mordisqueaba la delicada

piel de su cuello.

Fue como si unas chispas se esparcieran por todo su cuerpo, como si


hubiera recibido una descarga eléctrica. Juliana seguía dibujando figuras con su

lengua y Cemal no pudo aguantar más. Arremetió con más profundidad y sintió
como si le hubiese caído un rayo encima, una enorme sensación abrasadora que

recorrió todo nervio y fibra de su ser.


Se tambaleó un poco, pero pronto sintió renovadas fuerzas cuando Juliana

se corrió y sus músculos internos se ciñeron a su alrededor.


-Dios, ¡Cemal!- exclamó, ante de derrumbarse sobre su hombro. Pudo
sentir el sudor de su frente en la piel del cuello. Estaba claro que estaba tan

agotada como él. -¿Cómo lo haces?

Él sonrió socarronamente, volviendo en sí. -Tengo mis métodos.


-De eso no hay duda.

***
Juliana deslizó una mano sobre la escarpada superficie del muro de yeso.

Tenía lágrimas en los ojos. La sensación de estar allí era indescriptible. El hecho

de que Cemal hubiese pensado en aquella excursión la alegraba aún más.

-Ya no es lo que era- dijo Juliana, mirando a su amante.

El viento se arremolinaba a su alrededor, haciendo que el polvo y la arena

le rozaran las piernas. Ahora entendía por qué se había puesto la túnica cuando

llegaron a su destino. El calor del desierto tunecino hizo que su único viaje a
Texas pareciese un día de enero en Massachusetts. Los vaqueros eran estupendos

para muchas cosas. Juliana se sonrojó pensando en lo que habían hecho en el

avión. Rectificó. Los vaqueros eran estupendos para muchas cosas, pero no para
obtener fácil acceso. Pero las túnicas, como su propio caftán, eran ligeras y

sueltas ante el caluroso viento tunecino. Todo lo que impidiera que se desmayara
de calor, era bueno.

Cemal ladeó la cabeza. -He visto las películas... bueno, las originales. Oí
que las precuelas son horribles, y no me he molestado en verlas.

-¡Tienes que ver El Despertar de la Fuerza!- exclamó ella, mientras


rodeaba la gastada cúpula que había sido una vez el hogar de Luke Skywalker en
Tatooine.

Túnez fue el escenario donde rodaron la primera película de Star Wars,

pero no había relacionado el viaje con la visita a las ruinas que Lucas y
compañía habían dejado atrás. Ya habían estado en partes de Mos Esba, viendo

las ruinas de las ciudades y los semi-espantapájaros de los trajes de Darth Vader
y Jawa. Era increíble estar allí, y un poco agridulce. Los cuarenta años de

exposición solar no había sido particularmente amables con el sitio, ni tampoco

la Primavera Árabe. Sin embargo, seguía allí, y se sentía más cerca que nunca de

ser un guerrero Jedi.

Cemal rió. -He estado ocupado, pero me enteré de que estaba pasable.

-Está más que pasable. Es genial, aunque odie a Kylo Ren, pero pensé que

aquello, sobre todo cuando... no importa, no quiero destripártelo.


Cemal la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia él. Todavía podía percibir

un toque de azafrán en él, pero ahora mezclado con sudor y el potente aroma de

su masculinidad. Dios, le deseaba otra vez. Aquel rato en el avión sólo había
saciado parcialmente su hambre.

Cemal la besó en los labios y rió de nuevo. -Respira un poco, antes de que
te ahogues de tanto hablar. Nunca he conocido a nadie que se emocione como tú.

Es lo primero que me atrajo de ti. Te oía dando explicaciones o resumiendo


libros delante de la clase, y la pasión que destilabas era algo completamente

nuevo para mí.


Ella frunció el ceño. -Sí, pero era la enchufada del profesor, y
prácticamente todos los alumnos me odiaban por ser una sabelotodo. Era

apasionada pero también una empollona.

-Yo creo que el entusiasmo siempre debe ser recompensado- respondió él.
-No creo que entendieras quién era yo.

-Eras el tío más genial de la clase, aunque nadie supiera que eras el
heredero de un imperio de más de mil millones de dólares. Yo quería ser como

tú. Nunca dejabas que nada te afectara. No importaba lo que dijeran los

profesores, o el director, hacías lo que querías. Yo he estado siempre preocupada

por complacer a los demás, toda mi vida.

Cemal le acarició el cuello, y ella se estremeció ante el toque de sus

encallecidos dedos. A diferencia del típico príncipe o rey - si es que existía tal

cosa - sabía que a Cemal nunca le había asustado ensuciarse las manos. En San
Paul, siempre estaba reparando su moto o fumando. Bajo su educado exterior,

Cemal escondía un mecánico rebelde - aquel chico duro que aún la hacía sentir

un hormigueo de calor en el vientre.


-Pero sabías lo que querías hacer. Ya hablabas de estudiar en Caltech o

MIT en segundo de secundaria. Yo no tenía ni idea de qué iba a ser.


-Lo tenías fácil- dijo ella, con tono sincero. -Sabías que estabas destinado

a ser el Jeque de Jordania. Sabías que siempre ibas a tener dinero, aunque no
tuvieras un trabajo de ensueño ni la carta de aceptación de la mejor universidad.

Los ojos ámbar de Cemal parecieron apagarse un poco. -No me has


entendido. Hay una diferencia entre quién soy y mi carrera. No es lo mismo.
Sabía que iba a ser Jeque, pero no era lo que yo quería. He hecho lo que he

podido para ayudar a mi pueblo, porque es importante. Porque es lo que le

importaba a mi padre y lo que le importa a mi madre, pero no es mi pasión.


-¿Estás comparando mi pasión por la programación con una misión en la

vida?
-Estás enamorada de tu profesión, no lo puedes negar.

Ella suspiró y entrelazo los dedos con los suyos. -Me encantan los

ordenadores. Me encanta programar, pero soy mucho más que eso; y creo que tú

también lo eres. Vamos a terminar de ver Tatooine y regresemos al hotel para

cenar. Te prometo que compartiremos muchas más cosas, Cemal.

-¿Y me dirás lo que quiero saber?

-Seré un libro abierto. Lo prometo.




Capítulo diez

Cemal iba a dictar una nueva ley cuando regresara a Jordania; una ley que

obligara a todo el mundo a ir desnudo. Era un poco arriesgado, por supuesto.


Algunas personas estaban mejor tapadas. Pero si hacía que Juliana yaciera

delante de él como en aquel momento, completamente desnuda y de espaldas,


merecía la pena correr el riesgo. Cuando terminaron la visita a los decorados de

Star Wars, regresaron al hotel para disfrutar de una deliciosa cena de cinco

tenedores compuesta por cordero asado y pan de dátiles. Ahora le estaba dando

un masaje en la espalda, demostrando cuánto le importaba su gatita con cada

movimiento de sus manos.

Sabía que la amaba; llevaba deseándola durante más de una década.

No era la misma joven que conoció, pero él tampoco era el mismo


adolescente petulante. Amaba a la mujer en la que se había convertido - la

sensual curva de sus generosos pechos, la suave extensión de su piel, y la tersura


de sus caderas. Era todo mujer. Había olvidado lo maravilloso que era abrazar a
una mujer con sus curvas, alguien con mucho más que la mera piel y huesos de

las modelos que había conocido en París o Milán. Juliana era una mujer de
verdad; y esa era su mayor fortaleza.

-Entonces,- dijo. -estoy equivocado.


-No estás equivocado. Pero crees que sigo siendo la estudiante que
conociste, y no es así. Me han pasado muchas cosas, Cemal.

Le masajeó los hombros. Su morena belleza emanaba un aroma a

manzanos en flor. Ya tenía una erección presionando contra su túnica, pero

Cemal esperaba que no se diera cuenta. No en aquel momento. Muy pronto, sus
cuerpos se unirían inevitablemente. Pero antes, necesitaba entenderla. ¿Cómo iba

a conseguir que se quedara si desconocía a la mujer en que se había convertido?


Tanto Juliana como su madre tenían razón en aquel punto. Aunque, cuando la

miraba a los ojos, todavía podía ver aquella dulce y tentadora inocencia que la

caracterizaba. ¿Podría haber cambiado tanto?

-Tu prometido, ¿verdad?

-Sí. No sólo rompimos. Me engañó, Cemal. Hace menos de un mes llegué

a casa y le encontré tirándose a mi supuesta mejor amiga.

-No lo sabía.
Ella resopló, pero no se dio la vuelta para mirarle. -No hay un estado de

Facebook para eso. De todas las cosas que has podido averiguar sobre mí, estoy

segura de que no encontraste esa información.


-Pero, ¿por qué?

-Supongo que Phillip es un imbécil. O quizás soy una ingenua. Pero no


soy idiota. Sé que soy el patito feo, y eso es mucho decir. Mi hermana se casó

nada más terminar la universidad, y yo estoy a punto de cumplir los treinta. Mi


madre no dejó de buscarme citas hasta que conocí a Phillip. Supongo que

pensaba que iba a ser una solterona enamorada de la informática.


-¿A los veintitrés años?
-Ella ya estaba comprometida a los diecinueve, y se casó el verano antes

de acabar la secundaria. Tenía a lo mejorcito de la fraternidad Kappa Sig detrás

de ella. Mi madre y Katherine son las guapas, y yo... la rolliza- dijo. -No solía
darle importancia, pero luego descubrí que Phillip no estaba tan enamorado de

mí como yo pensaba.
Cemal gruñó. Si alguna vez se encontraba con aquel fracasado, le daría su

merecido, y acabaría en urgencias. Nadie debería tratar así a su gatita. ¿No se

daba cuenta Juliana de lo encantadora que era? ¿No veía a la mujer en que se

había convertido?

-Entonces era un idiota.

-Pensé que le importaba- añadió ella, con una voz tan débil que apenas la

podía oír.
Cemal sacudió la cabeza y deslizó las manos hasta sus caderas. Recorrió

con las palmas las curvas de su trasero, apretando los montículos de carne entre

sus dedos. -Así es como debe ser una mujer. Si no quería poseerte toda y
saborear tu néctar y regocijarse en tus curvas, él es el ingenuo. No tú.

-Mi madre dice...


-Y ella es aún más idiota. Si tu familia se pasa el tiempo criticándote, no

tienes por qué escucharles. Trabajas para una excelente compañía de Silicon
Valley. Te enviaron a ayudar a la realeza porque la Sra. Grant confía en ti. Creo

que eso dice mucho de tus habilidades y talento.


-Soy un desastre de treintañera que hace un trabajo con pretensiones. No
tengo familia propia, y malgasté el tiempo con un hombre que me dio largas

durante años. Me encanta mi trabajo, pero pensé que a estas alturas ya habría

revolucionado las cosas con mis propias aplicaciones. No ha sido así, y no sé qué
hacer al respecto.

-Te estoy ofreciendo una salida- dijo Cemal.


Juliana se dio la vuelta y él trató de no distraerse con la tentadora imagen

de sus senos y aquellos rosados pezones que se ponían duros delante de él. Se le

hizo la boca agua. Oh, lo que le haría en un momento.

-Pero no puedo aceptarla. Si quiero enderezar mi carrera, tengo que

encontrar la manera de hacerlo.

-Podrías trabajar aquí.

-Tal vez, pero, ¿no podríamos salir sin más durante una temporada? No
tenemos que apresurarnos.

-¿Saldrías conmigo desde California? ¿Por Skype y todo eso?- preguntó

él, con un tono de voz que empezaba a sonar irritado.


-No, estoy intentando decirte que no podemos retomar esto donde lo

dejamos de adolescentes. Ya no somos aquellas personas, y tenemos que volver a


conocernos el uno al otro. Algún día, ¿por qué no? Tal vez encuentre la forma de

vivir en Jordania y trabajar en desarrollo de aplicaciones. Pero ahora mismo, no


puedo reubicarme por ti. Creí que lo entenderías.

-Lo intento, pero no tiene que gustarme. Es que... lo único que he querido
en todo este tiempo eras tú.
-¿Eh?

-Yo no tenía una profesión en mente.

Juliana pareció relajarse un poco y se rió. -Creo que rey de lejana tierra
exótica suena bastante bien en el currículum.

Él sonrió y se enderezó. -Por supuesto. Sin embargo, lo que quería, la cosa


que quería para mí mismo, eras tú. Todo se fue al traste cuando tus padres

llamaron al instituto quejándose de mí, y los míos me quitaron de en medio. Pasé

años soñando contigo. Por lo tanto, sí, si te vas a sentir más cómoda yendo

despacio, estoy de acuerdo. Te puedo llevar a casa una vez al mes.

-¡Eso sería muy caro!

-Tenemos la gasolina, el petróleo y el avión privado- dijo él, sacudiendo la

cabeza ante su sentido práctico mezclado con su ingenuidad.


-Bueno, sería una solución. Pero no puedo ser lo único por lo que vivas,

Cemal. Ya fuera mi recuerdo, o ahora que volvemos a estar juntos, tienes que

encontrar otra cosa que te motive. Convertirme en tu todo es ponerme el listón


muy alto- admitió, con un delicioso sonrojo que se extendía por sus mejillas.

Cemal se inclinó y la besó. –Pero, quieres que te ponga en un pedestal esta


noche, ¿verdad? ¿Puedo adorar a mi diosa como me parezca en estos momentos?

Ella le dedicó una traviesa sonrisa. -No se me ocurriría detenerte.


-Estupendo- dijo él, inclinándose para lamer la delicada piel de su pezón

derecho.
Su amada debía haberse puesto alguna loción corporal antes de retirarse a
dormir, porque su piel no sólo sabía a su propio sudor salado, sino que también

tenía gusto a miel - un sabor dulce y ligero que hizo que su miembro se pusiera

duro como el granito. De repente, fue demasiado y tuvo que deshacerse de sus
ropajes. Poniéndose en pie un momento, odiando el separarse de su amada

incluso por un instante, Cemal se quitó la túnica.


Vio cómo Juliana le observaba con una hambrienta sonrisa entre los

labios. -Podría contemplar cómo me miras toda la noche.

-Me voy a quedar fría- se quejó, mientras sus pezones continuaban

endureciéndose.

-Hace casi cuarenta grados afuera. Sobrevivirás.

Ella sacudió la cabeza, haciendo que su largo cabello cayera sobre sus ojos

y rostro. Y frunció los labios en un mohín que lo volvió absolutamente loco. -No
creo.

-Bueno, tal vez pueda volver- bromeó él, gateando lentamente sobre la

cama y deleitándose con aquella dulce fragancia afrutada que emanaba de su


piel. Inclinándose hacia abajo, pasó la lengua por el hueco de su ombligo,

dejando que se perdiera en cada curva y hoyo.


La piel de aquella zona tenía un fuerte sabor a sal, y esa revelación hizo

que su miembro se estremeciera de necesidad.


Ella ronroneó y empujó las caderas contra sus piernas, rozando con la

suave y sedosa piel de sus muslos su erección. -¿Estás listo para mí?
-Estoy listo- respondió, levantando la cabeza para mirarla a los ojos. -
¿Estás lista para mí, gatita?

Juliana tragó saliva, y a Cemal le encantó la forma en la que su garganta

reflejaba su ansiedad. -Estoy lista para todo lo que me quieras dar, mi Jeque.
Cemal aceptó la invitación que le ofrecía. Uniendo sus cuerpos, colocó su

miembro delicadamente sobre la suave y sensual piel de sus labios secretos.


Juliana jadeó, y aquel sonido fue música pura para sus oídos. El hecho de poder

hacer estremecerse a una mujer tan hermosa, era casi un milagro. A pesar de

todas sus diferencias, sus altos y bajos, ninguno de los dos podía negar su mutua

atracción. No importaba lo que Juliana dijera, se doblegaba completamente ante

su voluntad y atenciones. Con el tiempo, volvería a ser suya. Estaba seguro.

-Por favor- gimió ella, en tono dulce y desesperado.

No pudo atormentarla más. Empujando con las caderas, introdujo su


erección dentro de ella. Cemal siseó al sentir su calor. Hasta entonces, había sido

placentero, pero ahora, sin barreras entre ambos, era puro éxtasis. El Jeque se

hundido a más profundidad, hasta que su verga quedó cubierta completamente


por su miel. Ella gimió y le clavó las uñas en la espalda, apoyando con fuerza los

talones en su cuerpo.
Inclinándose, le besó el cuello, arañando su piel con frenesí. Su lengua

recorrió sensualmente su garganta, y sus brazos envolvieron sus hombros,


presionando su ser contra ella. Tras abrir más la boca, le rozó con los dientes la

línea de la mandíbula. Aquella sensación hizo que le recorriera una deliciosa


ráfaga de dolor y placer, y la embistió con más fuerza. Lo único que existía en
aquel momento era la sensación de sus dientes en su mentón, el dulce aroma de

su loción, y el ritmo de sus jadeos en la oscuridad.

Volvió a embestirla, sondeando sus abrasadoras entrañas.


Dentro, fuera. Dentro, fuera.

Sus cuerpos se movían al mismo ritmo, con un desenfrenado delirio. Era


difícil determinar dónde terminaba ella y dónde empezaba él, como si sus almas

estuvieran entrelazadas. Juliana dejó de mordisquearle y le besó en la boca,

enredando tortuosamente su lengua con la de él. Cemal estaba perdido, el fuego

de sus venas fluía con la fogosidad de un incendio. Se corrió, derramando su

simiente en lo más profundo de ella, regocijándose en la sensación de ser un sólo

cuerpo, de que no hubiera nada entre los dos. Cemal continuó embistiendo,

espoleado por la voraz lengua de Juliana, hasta que ella también alcanzó el
orgasmo.

Sus piernas se estrecharon con más fuerza a su alrededor, y se apartó de su

boca el tiempo suficiente para gritar su nombre.


-¡Dios mío, Cemal, no pares nunca!

Él hizo lo posible para acomodarse a sus deseos, pero no duró mucho. Se


desplomó en la cama, arrastrándola sobre su pecho. Con un último esfuerzo,

besó su coronilla y le frotó la espalda.


-Te quiero, gatita- le dijo, sin avergonzarse de su honestidad.

-Cemal…
-No tienes que decir nada, sé que aún no estás segura. No pasa nada. Es mi
deber hacer que lo estés. Sólo quiero que sepas que te amo, que amo todo de ti, y

que estaré aquí para que lo veas, sea como sea.

Juliana se quedó callada tras aquella declaración, pero él hizo caso omiso
de aquel silencio ensordecedor. Tenía tiempo; la haría suya. Un Jeque nunca

perdía; de aquello estaba seguro.




Capítulo once

La inundaba la tristeza.

Al día siguiente, Juliana regresaba a casa. Ya había revisado los últimos


detalles del sistema de seguridad. Todo funcionaba a la perfección, y todo cable,

conector y chip estaban en su sitio. No había ninguna razón para quedarse,


aunque a Cemal le encantaría inventar una excusa para la Sra. Grant. Pero su

vida en California la reclamaba, en especial su vida profesional. Se lo debía a sí

misma el no volver a caer. Ya había cometido aquel error en la secundaria con

"Robbie". Cemal se había convertido en un gobernante responsable, pero aún

existía la posibilidad de que le rompiera el corazón en mil pedazos. Ya lo había

hecho antes. No. Debía ser inteligente e independiente. Si al cabo de un año todo

continuaba igual de bien, podía regresar al palacio.


Pero no iba a otorgarle la clase de control que acabaría con ella como ya

había ocurrido antes. No lograría superarlo.


Tras sentarse, se conectó a Skype. Hasta entonces, había conseguido
mantener a su madre a distancia a base de rápidos mensajes desde el correo

electrónico del trabajo. Pero la última vez, ésta había respondido exigiendo que
Juliana se conectara para hablar. Después de todo, Juliana no era demasiado

mayor como para no propinarle unos azotes si seguía haciendo caso omiso a su
intento de hacer una videollamada. Era más fácil tratar con Colette que continuar
enojándola, por lo que Juliana cedió a las demandas de su madre.

-Hola- saludó, mordiéndose nerviosamente el labio inferior al ver el rostro

de su madre en la pantalla.

Como de costumbre, las cejas de su madre estaban recién depiladas y su


cabello se apilaba a gran altura. Sin dura, pertenecía a la escuela del "cuanto más

alto el peinado, más cerca de Dios"


-No te has molestado en ponerte en contacto conmigo. No me gusta que

me ignores.

Juliana asintió, sorprendida de que incluso entonces su madre la hiciera

sentir como la joven insegura que había sido en el instituto. Tal vez seguía

siendo la capitana del equipo de informática y el imán de chicas perversas que

había sido siempre. Cemal le había dicho que él veía mucho más en ella, pero le

resultaba difícil de creer. Nadie más lo había visto, y, por mucho que le
importara Cemal, le preocupaba su criterio.

-No te estaba ignorando, madre- se defendió. -Estaba... tenía que hacer las

comprobaciones finales. Mi móvil no funciona aquí, y he estado utilizando el


email del trabajo. Simplemente no he tenido tiempo. Además, nos fuimos unos

días a Túnez.
Su madre sacudió la cabeza y dejó escapar un juramento que acabaría con

su fachada de tierna dama sureña en caso de que alguien lo escuchara. -¿Por qué
viajaste a otro país? Y encima en otro continente. ¿Tiene servidores secretos en

África? He oído que ocultar los sistemas electrónicos está de moda entre los
poderosos.
-No, madre. No le estaba ayudando con ningún escándalo- dijo Juliana,

intentando no poner los ojos en blanco. -La verdad es que estuvo muy bien. He

estado muy estresada por el trabajo, y él sabía que no me estaba resultando fácil.
Quería que me relajara.

Su madre entrecerró los ojos. -Ya me lo imagino.


-No- continuó Juliana, decidiendo que era mejor no hablar sobre nada

extracurricular del viaje. -Sabe que soy fan de Star Wars.

-Sí, un pasatiempo muy productivo.

-Bueno, miles de millones de dólares no se pueden equivocar

exactamente- espetó Juliana. -El caso es que visitamos algunos decorados. Fue

muy divertido.

-No quiero que dependas tanto de ese hombre. Es sólo un cliente.


Juliana suspiró. Si iba a continuar viendo a Cemal, debía informar a su

madre de que no era algo temporal ni se estaba encaprichando de un dignatario

extranjero. Sabía que la amaba, y ella le tenía mucho afecto. Su madre tenía que
empezar a acostumbrarse a todo aquello; Juliana se había acobardado hasta

entonces.
-Lo es, pero no es cualquier cliente. Sé que es la coincidencia más grande

del mundo, pero ya conocía a Cemal Samara de antes. Sólo que entonces se
hacía llamar "Robbie" y estudiaba en St Paul...

Los ojos de su madre echaron chispas cuando escuchó aquello. -¿Estás de


broma? Aquel chico no pudo haber llegado muy lejos.
-Sus padres pensaron que era peligroso que utilizara su nombre real en el

instituto. Créeme, me sorprendió tanto como a ti.

-Entonces, ¿has vuelto con ese chico?- preguntó su madre con un chillido.
-Su verdadero nombre es Cemal, y es el Jeque. Jordania es el país más

pacífico de la zona, y él y el legado de su padre son parte de la razón. ¿Cómo


puedes echar en cara a un hombre adulto lo que hizo cuando tenía diecisiete

años?

-Porque es absolutamente ridículo que se te ocurra volver con él, y ya no

digamos iros de viaje juntos.

Juliana se cruzó de brazos y sacudió la cabeza. -¿Y por qué, exactamente?

Quiero que lo digas.

-Oh, no creas que no lo voy a hacer. No es como nosotros. Ni siquiera es


cristiano.

-¡¿Y?! Apenas he ido a misa desde la universidad. A mí no me importa.

-Pero a tu padre y a mí sí. Ya tenemos nietos paganos. ¡No vamos a tener


más!

-Aún no hemos llegado a eso, madre- dijo Juliana apretando los dientes. -
No lo entiendes. Sólo estamos poniéndonos al día. Estamos saliendo, pero eso no

significa que haya anillos ni bebés de por medio.


Y no es que Cemal no pediría mi mano hoy mismo si creyera que iba a

decir que sí...


-Aún así, si empiezas con un pagano, terminas con un pagano.
-Pero, ¿te estás escuchando?

-Sé lo que digo. Tú vas a hacer un trabajo, y aunque conozcas a

Ceminole...
-¡Cemal!

-Lo que sea…de antes o no, no importa. No es como nosotros, y tu familia


jamás aprobará esa unión, ¡ni en un millón de años!

-Lo sé, pero...

-Además, si te hubieras molestado en mantenerte en contacto conmigo,

sabrías que Phillip ha estado intentado hablar contigo. Pero no lo ha conseguido

ni por el móvil ni por email.

Juliana se quedó boquiabierta, mientras sentía un revoloteo de mariposas

en el estómago. -Creo que no te he oído bien. Eso no tiene sentido.


-Dice que quiere volver contigo, querida. ¿No es estupendo? Ya no eres

ninguna niña, y Phillip es el tipo de hombre adecuado.

-El tipo de hombre que se folla a mi mejor amiga en mi cama. ¡En serio,
madre!

-El tipo de hombre al que se puede recibir en reuniones familiares con los
brazos abiertos. El tipo de hombre que no era un vándalo de joven ni una

vergüenza para el resto de nosotros. El tipo de hombre que ha escuchado algún


versículo de la Biblia.

-Pero...
-Quiere que vuelvas con él, querida, ¿no quieres que pasemos unas buenas
Navidades todos juntos? ¿En vez de Ramadins o lo que sea? Nunca se te ha dado

bien ayunar.

-Puede que Phillip haya escuchado esos versículos, pero estaba muy lejos
de cumplirlos, y...

-¿No es un malgasto de tres años no escuchar lo que tiene que decir?


-Eh... bueno, mañana regreso a casa- anunció en tono seco.

Quería construir algo con Cemal, pero había amado a Phillip. Si cuando

llegara a Estados Unidos tenía preparada una disculpa, al menos debería

escucharla. Además, podía decir todo lo que quisiera que no le importaba la

aprobación de su madre, pero no era cierto. No. La necesitaba y la perseguía

implacablemente como un yonqui busca la siguiente aguja. Si continuaba con

Cemal, independientemente de todo lo que había conseguido y de lo buen


hombre que era, jamás volvería a encajar con su familia.

Puede que sus padres la exiliaran aún más por salir con un "pagano".

No estaba segura de ser lo bastante fuerte como para abandonar todo lo


que había conocido y hecho hasta entonces por Cemal. Además, ¿no era

precisamente esa la razón por la que estaban tomándoselo despacio? ¿No era la
razón por la que no se quedaba en Jordania? Tenía que averiguar qué hacer con

su vida y no apresurarse porque una vez Cemal le había acelerado el corazón.


Y ahora te da unos orgasmos alucinantes. Eso también.

Y amor. Sabía lo que le ofrecía, pero ¿merecía la pena darle la espalda a su


familia por el amor de un hombre?
No estaba segura.

-Juli, querida, ¿me estás escuchando?

-Sí. Le llamaré cuando llegue para vernos.


-Esa es mi chica.

***
Sabía que podía haber sido más demostrativa con Cemal cuando la dejó en

el avión. Por un lado, pasarían al menos dos meses antes de que sintiera aquellos

labios en los suyos otra vez. Por otro, podría ser la última vez que estaba con él,

dependiendo de lo que Phillip tuviera que decir. Aún así, estuvo seca con él, y

Juliana lo sabía. Su cabeza daba vueltas con demasiadas cosas, se sentía atrapada

entre los deseos de su madre y los suyos propios, entre su antigua vida y una

existencia nueva y aterradora.


Entre lo que se esperaba de ella y lo que siempre había querido en lo más

profundo de su ser.

Había accedido a ver a Phillip para comprobar si todavía quería aquella


"seguridad". Eso era todo. Seguramente vería a Cemal en un mes, y entonces le

compensaría. Si le había parecido que se comportaba de manera extraña cuando


la acompañó al avión unos días atrás, sabía cómo hacer que lo olvidara. Lo único

que tenía que hacer era ver a Phillip una vez más y resolver aquella persistente
duda.

Cuando oyó llamar a la puerta de su apartamento, Juliana dio un respingo.


Típico de Phillip. Aunque quedaban cinco minutos, llegaba temprano. Era una
de las cuestiones espinosas de su relación - sus diferentes conceptos del tiempo.

Era el Sr. puntualidad. El estómago se le revolvió mientras se encaminaba hacia

la puerta. Tenía problemas estomacales desde que había vuelto de Jordania y le


echaba la culpa a cierta comida callejera a la que no había sido capaz de

resistirse. No sabía qué esperar de un encuentro con un hombre que le había


arrancado el corazón.

Pero su madre le había dicho que sonaba arrepentido.

Tal vez no era extraño que sintiera náuseas después de todo. Le sorprendía

que no hubiese vomitado aún.

Abrió la puerta antes de que volviera a golpearla. De pie, ante ella, estaba

Phillip. Había dejado de afeitarse, por lo que lucía una desaliñada barba rubia

que combinaba muy bien con sus ojos azules. Tenía buen aspecto, y Juliana tuvo
que admitir que le había extrañado, al menos de la forma en que le había echado

de menos cuando comenzaron a salir y de recién comprometidos.

-Hey- saludó Phillip. -No sabes cuánto te agradezco que me des la


oportunidad de hablar. Pensaba que me estabas evitando, y llamé a Colette. Me

dijo que no tenías recepción en Jordania y que sólo recibías correos del trabajo.
Me alegro de que te convenciera para verme.

Juliana asintió y le invitó a entrar al apartamento. Phillip se acomodó


rápidamente en el sofá, como si nunca lo hubiera dejado. Siempre le gustó aquel

mueble con demasiado relleno. Ella hubiera preferido algo menos guarida
masculina. Juliana no se relajó tanto, se limitó a apoyarse en la mesa de la
cocina. Esperaba que Phillip captara la idea.

Estaba allí para escucharle; Phillip estaba muy lejos de tener la venia para

quedarse.
-A mi madre le caes bien. Por eso le emocionó que llamaras. Es sólo que...

¿quieres que vuelva contigo?


Él asintió. -Han sido años de nuestras vidas. ¿Cómo puedes tirar todo eso

por la ventana?

-Me parece que fuiste tú el que lo tiró todo por la ventana cuando te liaste

con Candy. Juliana suspiró. -Sólo porque mi madre haya estado poniendo velas y

esperando que suceda, no significa que sea lo que yo quiero.

-Me dijo que conociste a un Jeque en Jordania.

Ella resopló y sacudió la cabeza. -No debí haberle dicho nada.


-Pero lo hiciste. Y tengo que decir que estoy de su parte. Sabes que es una

fantasía. Tus padres nunca van a aceptar a un tío de Oriente Medio.

-Cemal nunca me engañaría.


-Lo siento mucho. Después de que me echaras, reflexioné. Debías haber

sido más accesible, estar más conmigo, pero yo tenía que haberte dicho lo que
necesitaba de ti. Y no esperar que me leyeras la mente. Esto... ¿lo intentamos de

nuevo? Incluso he ido a la iglesia de tu ciudad natal, donde se casaron tus


padres.

Juliana parpadeó, confusa. -¿Cómo?


Él se encogió de hombros. -Quiero decir que tu madre me ayudó con los
detalles cuando se lo pedí. Pero en serio, Juli, quiero que fijemos una fecha. Nos

casamos en junio, como deberíamos haber hecho hace tiempo. ¿Te imaginas lo

grande que será la celebración? Después de todo, tu hermana no se casó en una


iglesia.

-Eh... no, es cierto- farfulló Juliana, sintiendo que todo iba demasiado
rápido.

Phillip se puso en pie y se acercó a ella. Se inclinó y la besó en la mejilla.

-Sé que tengo mucho por hacer, pero estoy dispuesto a hacerlo. Creo que

deberíamos mudarnos a un piso con dos dormitorios. Dormiré en el de invitados

hasta que sientas que vuelvo a tener tu confianza. Este apartamento tiene

demasiados recuerdos malos.

-Pero... me engañaste. ¿Por qué crees que voy a volver contigo?


-Porque- comenzó, asiéndola por la barbilla. -el otro tío es una loca

fantasía. Yo soy el que tu familia aprueba. Soy el que es constante y estable y

tiene un respetable puesto de trabajo en América. Soy el que hará felices a tus
parientes el Día de Acción de Gracias, y el que conoce unos cuantos hechos

sobre los partidos de fútbol que se van a jugar. ¿Quieres ser toda tu vida la mujer
que no encaja?

Olía ligeramente a vodka, y Juliana se preguntó si se habría envalentonado


con alcohol para ir a verla. Phillip nunca había bebido mucho, pero lo entendía.

Si no se hubiese sentido tan mal, habría tomado un sorbo de vino blanco para
poder enfrentarse a todo aquel lío. El aroma desencadenó un recuerdo. Deseó
encontrarse en brazos de Cemal, disfrutando de nuevo de aquella dulce fragancia

de azafrán.

Pero no quería que su familia la rechazara para el resto de su vida.


Así era como su vida había sido planeada. Era como se suponía que debía

ser, aunque no fuera lo que su corazón deseaba.


-De acuerdo, vamos a intentarlo, pero no te prometo que vayas a dejar de

dormir solo pronto. Me hiciste daño, Phillip. Mucho.

-Lo sé, y te voy a compensar por ello. Te lo prometo.

-Eso espero- dijo ella, mientras se dejaba abrazar.

¿Por qué sentía aquel abrazo como una soga?


Capítulo doce

Cuatro meses después

Cada vez le era más difícil ocultar la tripa.


Seis semanas después de volver de Jordania, se dio cuenta de que no le

venía el período. De repente, las náuseas que se empeñaba en achacar a las


bacterias del Medio Oriente tenían sentido. Juliana no tenía una intoxicación

alimentaria. Claro que no. Se había quedado embarazada. Aquella noche

perfecta con Cemal, con la que seguía soñando a menudo, era la culpable. No

podía ser de Phillip. No sabía qué había ocurrido durante las dos semanas que

habían estado separados, pero, por lo visto, Phillip se había dado cuenta de cómo

iba a ser su vida sin ella y se había asustado. Tal vez los fantasmas de las

navidades pasadas, presentes y futuras se habían aproximado a él y le habían


amenazado. Aún así, en la nueva casa, Phillip estaba siendo fiel a su palabra. A

veces se acurrucaban juntos en el sofá, aunque Juliana se mostraba distante


desde que se dio cuenta de que estaba embarazada tras una visita al médico dos
meses antes. Pero, como muestra de buena fe, Phillip seguía durmiendo en la

habitación de invitados.
El padre tenía que ser Cemal.

No sabía qué hacer.


Parte de ella sentía que se lo debía a Cemal. Le encantaría saberlo, ¿no?
Prácticamente le había pedido matrimonio en Túnez. Le entristecía tener que

ignorarle, haber dejado de hablar con él y rogarle que no la visitara. Había

llamado unas cuantas veces, hasta que ella le pidió que cesara. Era irónico.

Apenas le apartó de su vida, se dio cuenta de que llevaba a su hijo en sus


entrañas. ¿Qué diría él si lo supiera?

Dios, ¿qué diría su familia?


No iba a poder esconderlo por mucho tiempo. No. Juliana estaba atrapada

en una tela de araña de mentiras y engaños de su propia cosecha, y supo que

nadie iba a alegrarse cuando todo saliera a la luz.

Gimiendo, trató de ponerse cómoda en la cama. En sólo cuatro meses,

había ganado más de seis kilos. De momento, Phillip no lo había notado porque

siempre llevaba ropa holgada cuando estaba con él. En el trabajo, vestía

chaquetas de una talla más grande y, con su madre, gracias a Dios, sólo hablaba
por Skype o teléfono. El bebé aún no le aplastaba los riñones cuando se tumbaba

boca arriba. Eran su propias preocupaciones lo que la mantenía despierta, sus

propios pensamientos vagando por su mente mientras intentaba decidir qué


diablos hacer y cómo hacerlo.

Mirando al reloj, Juliana se abstuvo de arrojarle la almohada. Unos


caracteres digitales rojos brillaban en la oscuridad informándole de que aún eran

las 3 de la mañana.
Y en Jordania es casi mediodía.

Aquel pensamiento le atravesó el corazón como si fuera una flecha.


Después de cuatro meses, Juliana no pudo resistir la tentación.
Incorporándose, buscó en el bolso y sacó el móvil. La llamada sonó cinco veces,

hasta que pensó Cemal había eliminado su número o ya no estaba interesado en

hablar con ella. Tras su frialdad hacia él, Juliana no le culpaba.


Por fin, escuchó su voz al otro lado de la línea.

-¿Gatita? ¿Eres tú? No pasa nada. Sólo quiero volverte a ver.


Juliana respiró en laboriosas boqueadas, quería decir demasiado. Quería

decirle que estaba embarazada. Quería iniciar una videollamada y mostrarle el

vientre, decirle que su amor había producido un niño que cada día era más

fuerte. Pero le faltaban las palabras. Después de todo, al otro lado del pasillo

estaba el hombre con el que se iba a casar, al que su familia aceptaba. La persona

que no causaría su exilio permanente del clan Caine.

No quiero ser apartada. No puedo.


-Gatita, por favor, vuelve a mí. Es...

No escuchó más. Desconectó la llamada, se acurrucó y se sumió en un

sueño inquieto.
***

-Caine, tenemos que hablar- dijo Karen Grant haciendo gestos a Juliana
para que dejara su escritorio y entrara en su oficina. -Ahora.

Juliana se levantó lo más rápido que pudo sin desbaratar la caída de su


chaqueta, y se dirigió al despacho de su jefa. Las cosas le iban muy bien en

Simco Systems. Cemal había escrito una brillante reseña y su reputación como
experta en sistemas de tecnología inteligente para el hogar se estaba extendiendo
por toda la empresa. Lo estaba haciendo tan bien como la persona a la que

llamaban en caso de emergencias, que la Sra. Grant había considerado dejarla

presentar sus propios proyectos. Estaba preparando una cartera de aplicaciones


para dentro de dos semanas.

¿Habría cambiado de idea?


Tenía la garganta seca cuando cerró la puerta de la oficina. Sentándose en

una de las sillas enfrente del escritorio de la Sra. Grant, Juliana intentó sonreír lo

más educada y asertivamente que pudo.

-Sra. Grant, ¿ocurre algo?

La otra mujer sacudió la cabeza. -Juliana, ¿crees que soy tonta?

Su corazón comenzó a latir a toda velocidad. -¿Perdón?

-¿Crees que soy tonta?


-Es que... no me suele llamar por mi nombre de pila.

-Tampoco suelo tomar el pulso a mis empleados.

-No entiendo- dijo Juliana.


-Estás embarazada. No lo estabas cuando fuiste a Jordania, el Jeque

solicitó que te quedases más tiempo y ha enviado unas excelentes críticas. No


me malinterpretes, Juliana. Sé que soy muy afortunada de tener a alguien con tus

habilidades e inteligencia. Pero también sé atar cabos, y esa chaqueta no engaña


a nadie en la oficina.

-¿No?
La Sra. Grant rió.
-Tengo dos hijos, y mi hermana pequeña está embarazada de seis meses.

Conozco bien los signos.

-¿Me va a despedir?
-No. Debería sermonearte sobre conducta indebida, pero nos estábamos

jugando el cuello con el sistema inteligente y necesitábamos tantas


recomendaciones como fuera posible de la versión beta. Puede que nos hayas

salvado el cuello.

-Oh.

-Dicho eso, me caes bien.

Vaya, seguro que le ha costado decirlo.

-¿En serio?

-Sí. Me recuerdas a mí de joven- confesó la Sra. Grant, entrelazando los


dedos frente a ella. -Tienes talento y motivación, y eres la clase de friki que es

capaz de expresarse claramente ante los inversores, que puede traducir el habla

tecnológica. No hay muchas como nosotras en Silicon Valley, y debemos


apoyarnos.

-Entonces, ¿siente que me tenga que despedir?


-No te voy a despedir, pero tengo curiosidad por saber qué vas a hacer.

Necesito saber si mi mejor empleada se va a ir a Oriente Medio a vivir


literalmente como una reina.

Juliana se miró las manos. -Él no lo sabe. Rompimos cuando volví, y no sé


cómo decírselo.
-No puedes ocultárselo. No estaría bien.

-Lo sé, pero mi prometido y yo hemos vuelto. No hemos… está siendo

una recuperación larga.


-No necesito que me cuentes la telenovela entera, Caine. Eres buena, pero

nadie es tan bueno- protestó la Sra. Grant.


Esa es la jefa que conozco.

Por un momento pensó que se había trasladado a una realidad paralela.

-No sé cómo decírselo.

-Marcar su número es un buen comienzo.

-Pero... ¿qué haría usted?

-Yo he hecho algo inteligente y oportuno. He construido, antes de cumplir

los cuarenta, un imperio que hasta Gates y Zuckerberg desearían.


-Oh, entonces, lo mejor es decírselo pero centrarme en mi vida en

América, ¿verdad?

La Sra. Grant guardó silencio durante un buen rato y miró por la ventana,
concentrándose en algo que sólo ella parecía ver. -Es una vida buena, así que no

saques el violín, pero es solitaria. A veces, tienes que hacer lo que es mejor para
ti, no sólo lo que es práctico. Perdóname por ponerme en plan Walt Disney, pero

a veces tienes que hacer caso a tu corazón antes de que despiertes y te des cuenta
de que ya no funciona.

-Estoy segura de que aún tiene tiempo y...- farfulló Juliana.


-Tal vez, pero más vale que le llames. Que sepas que no te envidio la tarea
que tienes entre manos.

Yo tampoco.

***
-Tenemos que hablar- dijo Juliana, con un tono de voz alto durante la

cena.
Phillip había intentado mejorar las cosas desde que ella regresó a casa.

Seguía bebiendo más que antes de que descubriera su aventura con Candy. Aquel

día parecía haber estado disfrutando más de la cuenta del vino mientras

preparaba la ternera. No estaba segura del por qué, pero era una de las muchas

cosas que la molestaban del desastre en que se había convertido su vida desde

que regresara de Jordania.

Ella y Phillip no estaban hechos el uno para el otro, e intentar forzar


aquella relación estaba destrozando a ambos.

-¿De qué?- preguntó él, masticando su arroz. -¿Qué ocurre?

Juliana pensó que después de cuatro meses de ocultarlo, no tenía sentido


andarse con rodeos. Manteniendo la cabeza erguida, se puso en pie y se quitó el

holgado suéter. Y levantó el bajo de la camiseta para que Phillip pudiera ver su
abultado abdomen.

-Estoy embarazada, y no es tuyo.


Phillip se quedó inmóvil. Cuando por fin habló, su tono de voz era bajo y

controlado, pero frío como el hielo. -¿De quién es?


-Sabes de quién. De Cemal.
-¿Tenías pensado decírmelo? ¿O ibas a esperar a los nueve meses? Ni

siquiera dormimos en la misma cama.

-Cemal y yo estuvimos juntos antes de que tú volvieras.


-Tenía derecho a saberlo, ¡maldita sea!- exclamó Phillip, golpeando la

mesa con el puño.


Juliana se sobresaltó y frunció el ceño. -No sabía qué decir, y te lo estoy

diciendo ahora.

-¿Vas a volver con él?- quiso saber, levantándose, y Juliana notó cómo se

tambaleaba.

-Sí. Le voy a llamar mañana. Merece saberlo, y le amo. Ya no me importa

lo que mi familia piense. Estoy harta de ser una desgraciada porque "no está

bien" o "es lo que mis padres quieren". Quiero hacer lo que me haga feliz.
-¿Y un tipo que monta camellos en mitad de la nada te hace feliz?-

preguntó Phillip, alzando el tono de voz.

-Sé que me ama. Y que nunca me engañaría.


-¿Me lo vas a echar en cara para siempre?- dijo él, moviendo los brazos de

repente y arrojando todo lo que había en la mesa al suelo.


A Juliana le latía el corazón con violencia mientras miraba hacia la puerta

de entrada. Tenía que salir de allí. Dándose la vuelta, echó a correr, pero Phillip
era mucho más alto que ella. Estaba justo detrás. Puso ambas manos en la puerta

con un sonoro golpe.


-No vas a ninguna parte.


Capítulo trece

-Ha llamado- dijo Cemal durante el desayuno a Yasmeena y su madre.

Se había acostumbrado a sentarse con ambas mujeres por la mañana


temprano. Estar cerca de ellas le ayudaba a aliviar el dolor de su corazón. A ellas

también les importaba Juliana, y habían estado igual de confundidas y heridas


cuando desapareció de sus vidas. Apenas era un consuelo cuando la persona que

realmente amaba estaba a un océano de distancia. Aún así, recordó las palabras

de su madre meses atrás. Si dejaba que Juliana se fuera y ella acababa

regresando, estaban destinados a estar juntos. Y ahora había llamado, maldita

sea. Por Alá, aquello era una señal de que tenía que ir a por ella.

-¿De verdad?- preguntó Yasmeena, con el rostro animado al instante.

-Sí, era su número. No dijo nada, pero eran las tres de la mañana. Sé que
me echa de menos.

Su madre, con el cabello recogido en una elegante trenza, asintió con la


cabeza. -Estoy de acuerdo, no es normal que alguien llame desde el otro lado del
mundo a una hora tan intempestiva.

-¿Es esa tu forma de decirme que ha llegado el momento de ir a verla?


Yasmeena sonrió. -Yo diría que es hora de jugar al Príncipe Azul.

-Yasmeena- advirtió su madre. -¿Puedes ir a echar un vistazo a las mujeres


del harén?
La anciana se levantó y sacudió la cabeza. -Si necesita que deje la estancia
para hablar con su hijo, sólo tiene que decírmelo. Siempre honro los deseos de

mi Jequesa- dijo, haciendo una reverencia. -Te deseo suerte, Cemal. El palacio

ha estado muy vacío sin ella.


En eso estamos de acuerdo, vieja amiga.

-Madre, ¿tienes algo más que decirme antes de que me suba al avión?
Su madre suspiró y se puso en pie, rodeó la mesa y colocó una mano sobre

su mejilla. Él tomó una respiración profunda y el aroma a fresias cosquilleó su

nariz. Era una fragancia que siempre le hacía sentir seguro.

-Espero que no te rompa el corazón, pero si ha llamado, creo que tienes

razón y que te echa de menos tanto como tú a ella.

-¿Es esta tu forma de decirme que tenías razón?

Le guiñó un ojo. -No tengo que decirlo. Ambos sabemos que mi


omnisciencia no necesita palabras.

-Sí, eres todopoderosa. Tú y el Mago de Oz- respondió Cemal, sonriendo.

-Tengo que irme. No tengo intenciones de pasar una noche más sin Juliana.
-Muy bien, pero antes de irte, permíteme que te dé algo para ella, un

detalle de parte de todos, ya que hemos esperado tanto para tenerla de vuelta.
***

Gracias a sus fuentes, no le fue difícil averiguar la dirección de Juliana. Le


sorprendió descubrir que en los cuatro meses desde que se había ido, se había

trasladado a una ciudad a cuarenta y cinco minutos de Palo Alto, donde los
alquileres eran más baratos. ¿Para qué necesitaba un nuevo lugar? Quizás un
piso más grande, pero, ¿significaba aquello que había alguien más en su vida?

La bilis quemó su garganta ante aquel pensamiento.

No, era suya. No le llamaría si no le echara de menos tanto como él a ella.


Se acercó a la puerta principal de su modesta vivienda de alquiler, y tan

pronto como lo hizo, Cemal escuchó un gran estrépito. Alarmado, se deshizo de


las flores y se metió la sorpresa de su madre en el bolsillo de los pantalones. Se

oyó otro fuerte alboroto, y Juliana gritó desde dentro. Con la adrenalina fluyendo

por todo su cuerpo, Cemal volvió a ser el temerario joven del pasado, aquel

chico malo de más de una década atrás. No le fue difícil tirar la puerta abajo.

Unas cuantas patadas bien dadas y se abrió de par en par.

Justo a tiempo para ver a un hombre junto a Juliana, preparado para

asestarle un golpe.
Fue toda la motivación que necesitaba. Cemal salió disparado y se lanzó

sobre el desgraciado que se atrevía a golpear a su amada. Cayeron juntos al suelo

en una maraña de brazos y piernas. Rodando sobre él mismo, Cemal consiguió


incorporarse e inmovilizar al otro hombre por las caderas y piernas con el peso

de su cuerpo. Entonces, levantó el brazo y dejó caer el puño repetidas veces


sobre el rostro de aquel mentecato, que comenzó a escupir sangre. Se escuchó el

gratificante crujir de los huesos de la cara del joven. Unos cuantos golpes más
por si acaso, aunque uno de los ojos de su víctima ya empezaba a inflamarse, y

Cemal se puso en pie. Aquella escoria no iría a ninguna parte por el momento.
Tenía que comprobar que Juliana estaba bien, y después iba a llamar a la policía
y a la ambulancia.

Buscó a Juliana y se quedó boquiabierto cuando la vio echa un ovillo en el

suelo. Tenía la camiseta levantada hasta el pecho y pudo ver la extensión de su


vientre de color marfil, la prominencia que delataba su embarazo.

¿Era suyo?
Loado sea Alá, ¿qué importaba aquello ahora? Lo único que importaba era

asegurarse de poder cuidar de ella - que se recuperara de lo que aquel monstruo

le había intentado hacer. Se consideró afortunado por haberse tomado su llamada

en serio y haber llegado a tiempo. Debía protegerla.

De rodillas, tomó a la mujer que amaba en brazos. -Shh, no pasa nada.

-Te... te lo puedo explicar.

-Shh- repitió él. -Gatita- dijo Cemal, sacando el móvil del bolsillo. -Lo
único que tienes que hacer es ponerte mejor, y los paramédicos van a ayudarte a

hacerlo.

***
Juliana se sentía aliviada y asustada. Aliviada, no sólo porque el ojo

morado que tenía se curaría, también porque su bebé estaba bien. Y porque había
dejado a Phillip y su relación tóxica detrás de ella. Y porque Cemal había vuelto

a su vida. Pero aún sentía el miedo en los huesos. La había visto, y lo avanzado
de su embarazo. ¿Pensaría que el niño era de Phillip?

¿Por qué no iba a hacerlo?


O peor aún, ¿se daría cuenta de que le había ocultado la existencia de su
hijo?

No lo sabía. Era como si sus emociones fueran una montaña rusa dando

infinitas vueltas, y Juliana no sabía dónde estaba de un momento a otro. Lo


único que quería era que Cemal la visitara. La Sra. Grant y unos cuantos

compañeros de trabajo habían ido a verla, pero la persona que más quería ver no
había aparecido aún, y bien podría ser porque le había mentido.

Alguien llamó a la puerta.

Juliana sonrió a pesar de sus miedos. Cemal tenía el mismo aspecto regio

de siempre en su traje de corte y sus relucientes gemelos.

-Hey, demasiado elegante para un hospital.

-Quiero tener buen aspecto. Por ayudarte a ti y al bebé, voy a hacer una

donación para que abran una nueva ala. Estaba firmando el papeleo antes de
venir a verte, y pensé que me vendría bien el look de hombre de negocios.

-Y así es.

-Y vengo con una sorpresa- añadió, desapareciendo detrás de la puerta lo


justo para volver con un gigantesco ramo de rosas. Debía haber dos docenas o

más. -Creo que una de las enfermeras te podrá traer agua.


-No tienes que darme nada- dijo Juliana con la voz quebrada. Cemal se

acercó y se sentó a su lado. -No lo merezco.


Él sacudió la cabeza y dejó las flores sobre la mesilla. Tomó una de sus

manos entre las suyas. Eran tan grandes que ocultaban la de Juliana por
completo. -Mereces ser una reina. Aquel desgraciado no lo sabía.
-Es mi ex prometido.

-Muy pronto estará disfrutando del sistema penitenciario del estado de

California. Puedo hacerle desaparecer para siempre, si quieres, meterlo en una


prisión remota de Jordania. Sería un placer.

-No, deja que California se ocupe de él- dijo ella, aunque la oferta de
Phillip en permanente exilio en mitad del desierto era muy tentadora. -Además,

puede que me odies igual cuando hayamos hablado.

-Te he echado de menos- confesó él, y la sorprendió inclinándose hacia

ella y besándola en la boca, su lengua jugando hábilmente con la suya.

A Juliana se le llenaron los ojos de lágrimas, y no tenía ni idea de por qué

había intentado ser feliz con un cretino como Phillip cuando tenía tan cerca al

hombre que siempre había amado. Ya no importaba lo que su madre quería. Era
su vida, ¡maldita sea!

-Puede que no por mucho tiempo.

-No importa que volvieras con Phillip. No entiendo por qué, pero te amo,
y criaré al bebé como si fuera mío.

-Esto... mis padres me han amenazado con repudiarme si estoy contigo.


Yo sólo quería que me amaran, y he cometido el peor error de mi vida. Me hizo

falta ser miserable para darme cuenta de que son unas personas crueles e
insignificantes, y no quiero tener nada que ver con ellos. Si me repudian por

amarte, no valen nada.


Él le apretó la mano y besó su mejilla.
Dios, cómo había echado de menos aquella dulce fragancia a azafrán.

-No te merecen.

-Pero el bebé… es tuyo, Cemal.


-¿Qué?

-Phillip y yo estábamos intentando arreglar las cosas poco a poco. Dormía


en el cuarto de invitados. Por eso nos mudamos. El único hombre con el que he

estado en meses eres tú.

Sus ojos se desorbitaron, y Juliana se preparó para la airada diatriba de

cómo había sido capaz de negarle a su hijo, lo egoísta y lo débil que era. Cosas

que ya sabía sobre sí misma.

Pero en su lugar, la sorprendió poniéndose de rodillas y sacando una cajita

de terciopelo del pantalón.


-¿En serio?

-Sí.

-¿Tú hijo?
Ella le acarició el hombro. -Nuestro hijo. Huí de ti y después te eché de

menos. Entonces comprendí lo que estaba pasando y me sentí demasiado


atrapada para decírtelo. Lo siento mucho. Me voy a pasar la vida compensándote

por los cuatro meses de náuseas matutinas que te has perdido.


Él la besó de nuevo, acabando la caricia con un mordisco juguetón en el

labio inferior. -Ya no nos vamos a perder nada- continuó Cemal, abriendo la caja.
Juliana se quedó boquiabierta al ver el enorme diamante engastado en una
filigrana de platino. -Es de mi madre. Quiere que lo tengas tú. Tanto ella como

Yasmeena me han dicho que no vuelva sin ti.

-Yo…
-Entonces, ¿qué me contestas? ¿Quieres ser mi esposa, gatita? ¿Me harás

el hombre más feliz del mundo?


-El hombre más feliz del universo- dijo ella, asintiendo y sonriendo

mientras le colocaba el anillo en el dedo. -Te he echado de menos.

Cemal regresó a su silla y le acarició la mejilla. -No tanto como yo, y

nunca más nos vamos a separar. Lo juro.

-Estupendo- dijo ella, con lágrimas cayendo por sus mejillas. -Porque

nunca te voy a dejar ir.

FIN

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