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¿Por qué me pasan estas cosas?

La alarma me mató de un susto, había olvidado desactivarla. Era un domingo a las


cinco de la mañana. ¿Por qué estaba despierto?, esas cosas sólo me suceden a mí,
intenté regresar a mi profundo sueño. Pero para mi mala suerte no logré nada,
cerraba y cerraba los ojos, era imposible. El sol empezó a sonreír(personificación),
la luz traspasaba mis cortinas iluminando toda mi cara. Hace dos días había
cambiado de sitio mi cama, parece que fue una mala idea ponerla cerca de la
ventana, era mucho trabajo cambiarla de sitio de nuevo. Además, era un domingo
a las cinco de la mañana. ¿Quién se levanta a esa hora en un domingo? Después de
todo decidí aprovechar mi día, tenía la casa sola, mi familia estaba dormida. No
podía esperar a comer, al menos esta vez iba a hacer yo mismo mi desayuno. Mi
madre siempre me dice “Yo si tengo callos en las manos” (alegoría). La mayoría de
las veces, por no decir todos los días, ella es la que prepara el desayuno para
todos, cuatro bocas que alimentar. (Sinécdoque)
Empecé por freír un huevo, pero se quedó pegado en el sartén. El día había
comenzado mal, no tenía idea por qué. En ese momento recordé lo que mi abuela
siempre dice, “si sueñas con una serpiente, tienes que matarla”. Quizás eso explica
muchas cosas, nunca creí en las acciones que producen mala suerte. Ahora viviré
como un ejemplo de ello.
La mañana pasó y todo iba normal, salí a la tienda por cilantro que mi madre me
pidió. Regresé a casa con perejil, y la dulce amargura de mi madre me botó por la
ventana.

- ¡Te he dicho millones de veces (hipérbole) la diferencia entre cilantro y perejil! -


exclamó.
Con la cabeza abajo regresé a la tienda, a lo que entraba apareció una mujer con
cabellos tan blancos como la nieve. (Símil)
-Parece que hoy la suerte no esta abriendo sus brazos para ti joven- aseguró la
mujer. A lo que le respondí -No sé qué hacer para deshacerme de esta mala
suerte-
-No es tan complicado- respondió la mujer con calma. -Te ayudaré con una limpia
que te dejará más puro que miel de abeja- añadió.
Me apresuré a responder - ¿Y cuánto cues…?-. A lo que me interrumpió -El dinero
para mí no vale nada, no tengo nada que ganar ni perder, es sólo tu decisión-.
Pensé profundamente, con este día lleno de desgracias yo tampoco tengo nada
más por perder.
-Está bien- Respondí tratando de no sonar inseguro de su ayuda. Entonces me
llevó a un pequeño cuarto oscuro atrás de la tienda, lleno de velas apagadas y sin
ningún foco. De repente las velas se encendieron una tras otra, en fila. Tenían un
color verdoso. Sentí un poco de miedo, nunca había visto velas de ese color. Pero
la mujer se mantenía cerca de mi y era muy amable. Eso me tranquilizaba.
- ¿Estás listo? -me preguntó. No alcancé a decir nada, me lanzó un baldazo de un
agua verde que me dejó pegajoso.
- ¡¿Por qué hizo eso?!- pregunté gritándole a la anciana.
-Tranquilo, es parte del proceso. Vas a oler bien, ya verás- respondió.

Empezó a pasar por mis brazos y piernas hojas de menta, y manzanilla. Era una
combinación extraña, no entendía nada. Cuando terminó apagó todas las velas y
me secó con una toalla suave.
-Debes tener cuidado- me dijo.
- ¿Por qué? – pregunté.
-Estas cosas les pasan a las personas que no creen en la suerte- respondió. –
Espero que de regreso no te cruces con un gato negro- añadió.
Salí de ese cuarto y fui por las cosas que mi madre me pidió. Regresé para
despedirme y agradecer a la agradable anciana. Pero desapareció, las velas y las
plantas no estaban. Y el piso estaba seco.

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