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Freud parte en su teoría y en su clínica de una concepción del conflicto psíquico,

representado por un deseo, y de la defensa contra ese deseo. Deseo, conflicto y


mecanismo psíquico son tres términos que en Freud van de la mano. Los sufrimientos
que produce el deseo es el ABC de la clínica freudiana. Ahí nos encontramos la distinción
entre las estructuras: los neuróticos reprimen, los psicóticos le dan al deseo un
tratamiento totalmente distinto, a veces lo proyectan, lo vuelven irreconocible. Es estar
posicionado respecto del deseo, ser un paciente freudiano.
Ahora bien, hay una distinción clínica central en Freud, que es narcisismo o deseo. La
primera gran objeción al deseo en Freud es el narcisismo. Originalmente el narcisismo en
Freud no nombra una estructura, sino más bien nombra lo que no hace estructura, o lo
que puede ser transestructural. Lo que es claro, al menos en una primera acepción, es
que narcisismo es lo que puede producir un cortocircuito respecto del deseo. Por eso
mencionaba estos casos, que encontramos principalmente para pensarlos desde el punto
de vista de la transferencia. Porque la interpretación es una maniobra, es un decir del
analista, para responder al síntoma, a un conflicto con el deseo. No tiene sentido que un
analista interprete donde no hay síntoma. Entonces, donde justamente hay una forma de
sortear la formación de síntoma, por la vía de una formación narcisista, nos encontramos
con casos que llegan del lado de la transferencia y lo que aparece es un estar, un ser-
con-el-analista.
Pensando en esta tensión entre narcisismo y deseo, podemos presentar al narcisismo
como una objeción al deseo. 
Si algo caracteriza al narcisismo es que es una posibilidad subjetiva. Recordemos el inicio
del texto “Introducción del narcisismo”, de Freud, cuando se ve obligado a introducir la
categoría de narcisismo, este es el punto de partida, ahí habla del narcisismo en las
neurosis, en las psicosis y en la perversión.
Cuando Freud introduce la cuestión del narcisismo lo hace por agrupamiento de tres
fenómenos distintos. Por un lado, se ve obligado a introducir esta noción porque piensa
en cierta resistencia muy propia de las neurosis, fundamentalmente de las obsesivas: ese
punto inercial del yo que podemos encontrar en el obsesivo, quien, en efecto, encuentra
en el dispositivo muchas veces la intención de una confirmación de su yo.
Freud llamaría a eso una resistencia narcisista, una trampa. Y es claro cómo esa
resistencia narcisista de los neuróticos es un obstáculo al análisis y tiene que ver más
bien con lo que alguien quiere obtener del dispositivo, no tanto con lo que está dispuesto
a dejar en el dispositivo.
Luego Freud menciona un segundo aspecto muy significativo para contribuir a esta noción
de narcisismo, que es cierta particularidad de las psicosis, se refiere fundamentalmente a
la megalomanía. Y nuevamente la posición megalómana, por ejemplo, del paranoico, lo
vuelve inasequible a la interpretación. Se entiende nuevamente por qué Freud introduce la
noción de narcisismo para dar cuenta de una coyuntura clínica, de aquellos esos
pacientes que rechazan la interpretación. Un rechazo del inconsciente. No quiere decir
que el paciente tiene que expresar su acuerdo con lo dicho por el analista, sino que se
trata de que haya resonancia con su decir, es lo que entendemos como cadena
asociativa.
En tercer lugar, Freud menciona la perversión y fundamentalmente se refiere a la elección
narcisista, es decir, cómo la elección narcisista de objeto también encuentra su correlato
en un rechazo de la interpretación, no porque se la rechace efectivo, sino todo lo
contrario. Si los motivos que llevan a alguien a elegir su analista son idealizados,
cualquier cosa que diga tal analista le parecerá maravilloso y no hay lugar para el
conflicto. Porque en última instancia analizarse es reactualizar un conflicto. Puede ser que
yo rechace el conflicto porque directamente me niego a la palabra del Otro, o la acepto
irreflexivamente.
 la deriva narcisista puede valer para las neurosis, las psicosis y la perversión.
Una clínica del amor y del dolor
 
Uno podría pensar cuáles son los términos que se asocian para Freud al narcisismo y uno
de ellos es el amor. Para Freud hacen una buena pareja narcisismo y amor. Y si tuviera
que agregar un tercer término, agregaría también el dolor. La clínica del narcisismo es
una clínica del amor y del dolor. 
Que es una clínica del amor, me parece que a eso se dedica en las primeras dos partes
del texto “Introducción del narcisismo”, con una particularidad: en ese texto Freud plantea
cómo el amor puede tener un costado completamente defensivo y puede funcionar en
vistas de la represión del deseo. Hay algo muy claro, que el amor puede ser otra
modalidad del mecanismo represivo.
la mayoría de las personas que nos consulta, lo hace porque sufren por amor, pero no sé
si sufren por deseo. la pregunta por el amor, que es muy distinta a la pregunta por el
deseo. Porque esta última no está relacionada con la presencia del Otro. Si algo
caracteriza al deseo es su efecto de división. El deseo produce conflicto, en la medida en
que justamente quien desea no se reconoce en aquello que desea.  El análisis del deseo
es un análisis –no de qué es lo que cada uno desea– sino de las condiciones del deseo
que, por lo general, están articuladas en fantasías. Accedemos a esas condiciones del
deseo a partir de las fantasías.
El deseo es el nombre que toma el desengaño. Fíjense que empezamos haciendo la
distinción entre la clínica del deseo y la del narcisismo y, luego introdujimos el amor, que
también lleva a una clínica de la seducción, como lo es la clínica del deseo, pero con una
diferencia. Si leyeron el texto de la vivencia mítica de satisfacción, en el Proyecto de
psicología, pudieron notar que la decepción, en esa experiencia, es algo fundamente, es
constitutiva del deseo. Mientras que a nivel del narcisismo la decepción no es constitutiva.
La decepción no puede ser elaborada a través de un duelo. Porque lo que plantea esa
vivencia mítica de satisfacción es cómo una pérdida nos convierte en deseantes. Eso es
lo central en la clínica del deseo. Cuando analizamos a alguien a partir de la clínica del
deseo, analizamos cómo alguna perdida fue constitutiva para su deseo.
 el proceso del duelo se resume en que no es solamente perder a alguien y soportar que
ya no esté, sino también elaborar los efectos de la pérdida del otro. Una queja recurrente
en muchas mujeres luego de separadas es que aquellos hombres de los que se
separaron empiezan a realizar los cambios que ellas le pidieron. Como si la
transformación en el hombre fuera en un tiempo posterior. Que el duelo se hace a partir
de la imposibilidad de la relación, que no es solamente el poder perder al otro, sino
también la subjetivación de los efectos de la pérdida del otro. Pero ahí tenemos ese
esquema: pérdida y constitución de un deseo. Esto que él llama extrañar, estar triste; con
esta paradoja: estoy un poco triste, pero estoy mejor.
Ahora bien, a través del narcisismo no hay duelo. Por eso la clínica del dolor/narcisismo
es muy distinta. Para decirlo de otra forma, así como estábamos distinguiendo recién,
deseo-narcisismo, deseo-amor, conocemos mucho mejor que la clínica del deseo es una
clínica de la angustia, de la que produce el deseo. ¿Qué es esa forma de extrañar, esa
tristeza, sino modalidades de la angustia? Sin embargo, a nivel narcisismo no hay
angustia, hay dolor. Y ahí es que justamente, en el Proyecto de psicología, ya muy
tempranamente está esbozada esta distinción: por un lado, la vivencia de satisfacción
para hablar de la clínica del deseo y, por otro, la vivencia de dolor, para hablar de algo
que es completamente distinto.
Lo más interesante que dice Freud a propósito de la vivencia del dolor, es cómo la
inervación entre neuronas encuentra una vía facilitada para la reminiscencia que no es la
alucinación. Vamos a decirlo de esta forma, es la manera en la que alguien, a partir del
dolor, puede quedar vinculado a una situación de manera tal que sea evitativa, porque
volver a vivir una situación de ese tenor implicaría no una inscripción psíquica, sino volver
a vivir lo mismo que ya se vivió. Y creo que eso está muy presente en las consultas
actuales y muestra un borde narcisista significativo, sobre todo en la consulta amorosa.
Queda más del lado de la inhibición, como dice Freud directamente.
Esa inhibición la corroboramos cuando nos encontramos con personas que llegan con un
discurso del tipo “Yo ya viví esto, no quiero volver apasar por algo así, yo ahora quiero
uno mejor que el que tuve. Quiero alguien que me quiera, no como la persona que tuve
antes, yo ya sufrí demasiado en el amor” ; y toda la pluralización de categorías amorosas
hoy en día va de la mano de esta misma orientación narcisista, cuando se califican los
amores como tóxicos y la cantidad de términos para definir la conducta del otro.  Junto a
esta posición de “Yo no quiero volver a vivir esto, no quiero estar con alguien que me
haga sufrir, que no quiera lo que yo no quiero”, aparece otra dimensión significativa en
este tipo de consultas, me refiero a una inervación o una hiperexcitación del “Yo quiero”, a
veces autojustificado, del estilo “Porque lo que yo quiero es esto”.
quienes tratan el deseo están posicionados en el dispositivo a partir de lo que se
encuentran.  El “Me encontré (con)” lo que nombra es esa ruptura de la intencionalidad,
que es lo que en definitiva llamamos “deseo”. “Me encontré en la calle con fulano y justo
le pregunté por la mujer y me dijo “No, mirá, me separe ayer”. ¿Justo eso le pregunté?
Aquí se trata de un encuentro con un efecto de la palabra. Por eso Lacan decía que la
clínica del deseo es la clínica en la que alguien recibe su mensaje en forma invertida, eso
quiere decir encontrarse cosas. Esas personas llegan a consulta con un mensaje del
estilo “Me encontré con esto”.
Muy distinta es la clínica del dolor, que se articula como un “Yo no quiero esto, porque me
duele, porque quiero estar mejor”. Ese “estar mejor” no quiere decir hacer una
elaboración, que –por ejemplo– haya un duelo. Ese “quiero estar mejor” es “no quiero que
nada me afecte demasiado, que nada me duela”. Es más bien un indicador de cierta
desafectivización.
Asimismo, me parece que hay otro aspecto en este nivel. Tenemos la línea del deseo, la
clínica del deseo es la de la angustia, y la clínica en que alguien se encuentra con lo
inesperado y tiene que ver qué hacer con eso. La clínica del narcisismo, dije también que
es una clínica del amor, pero también del dolor, donde la decepción no puede ser
elaborada.
Por cierto, vamos a un tener término para introducir en esa serie, por eso en los
paradigmas de las afecciones narcisistas encontramos a la hipocondría y la melancolía. El
duelo nos queda más del lado del deseo y la melancolía nos queda más por el lado del
narcisismo. No nos referimos a la melancolía como diagnóstico clínico especifico, sino
más bien el rechazo narcisista del deseo, que muchas veces implica caídas melancólicas,
melancolizaciones. O la hipocondría, que es el otro gran tema del texto “Introducción del
narcisismo”.  Lo que me parece interesante es que cuando Freud presenta esta noción,
no lo hace en función de una cuestión imaginaria. Freud no piensa que el hipocondriaco
es aquel que piensa que tiene una enfermedad que no tiene, sino que la remite a un dolor
que se encuentra plenamente justificado. Porque hay una investidura libidinal de los
órganos, hay un modo de la relación con el cuerpo, una libidinización del cuerpo, un
pasaje de la libido de objeto a la libido yoica, y esa investidura del cuerpo y de los órganos
con libido yoica produce un dolor real. Esto me parece que es sumamente interesante.
Fíjense que Freud piensa que del lado del narcisismo tenemos el dolor y digo que es
interesante porque plantea, en este contexto, cuando habla de la hipocondría, que el
hipocondríaco “tiene razón”. Esa expresión es la misma que utiliza para la melancolía. El
melancólico tiene razón cuando se autocritica, no es que se realiza reproches infundados.
Tendremos que entender la metapsicología de ese autorreproche. Por eso no alcanza con
decirle “No, no tenés nada”. cuántas veces han utilizado el diagnóstico de hipocondría en
su práctica. Creo que bastante poco, porque quedó comido por el diagnóstico de ataque
de pánico. Y cuando hacemos rápidamente el diagnóstico de ataque de pánico a troche y
moche, perdemos ese aspecto narcisista que tiene la hipocondría y que está muy
presente en muchísimos pacientes que son diagnosticados como panicosos. ¿A qué
puede llevar que un analista diga “es un ataque depánico”? Primero, a que se lo trate con
fármacos y después, cuando se le pase el ataque de pánico, recién ahí empieza el
tratamiento. El analista deja por fuera de la posibilidad de tratamiento del síntoma
hipocondríaco. Freud habla de un dolor real. Y en el caso de la melancolía, habla de un
dolor de existir. Son formas en las que se nos muestra algo de lo doloroso.
En la melancolía como estructura clínica, que no es lo mismo que las melancolizaciones,
como suele hacer Freud, a veces la patología nos ayuda a entender estados no
necesariamente patológicos pero que pueden ocurrir en cualquier estructura, nos
presenta el modelo. Lo que no hay en la melancolía es la posibilidad de duelo, es un
duelo imposible el del melancólico. Está por fuera de lo que podríamos pensar como una
marca antecedente que sería la marca del deseo.
Retomando nuestro esquema, distinguimos entre clínica del deseo, clínica del conflicto,
clínica de la angustia, clínica del síntoma, también podemos llamarla de distintas formas,
clínica del tratamiento simbólico del sufrimiento; y, por otro lado, tenemos la aparición del
término narcisismo, que Freud en un primer momento utilizó para designar toda una serie
de presentaciones, donde lo que encontraba era la inaccesibilidad de la pablara del
analista. Pero no porque se quedan por fuera del dispositivo, sino más bien porque viven
al dispositivo de otra forma, en función de encontrar algo de estar con el analista, del ser.
Buscar que el analista cumpla una función de sostén eventualmente y donde el malestar
no es respecto del deseo, si no que es respecto de ese contrapunto que puede haber
entre el amor y el dolor. Como si de alguna forma el narcisista siempre fuera alguien que
aspira a que el amor sea aquello que lo cure del dolor. Como si en el narcisismo siempre
estuviera presente esta dimensión de reparar algo en el amor antes de cualquier cosa, o
de que el amor funcione como una reparación, tal como lo encontramos en muchas
consultas. Cuando algunas personas depositan la expectativa de encontrar una pareja
como el modo de empezar a estar bien, o cuando dicen que siempre les costó muchísimo
estar solos, o que muchas veces se quedaron en relaciones solamente para estar con
alguien…Eso se puede justificar o racionalizar de las maneras más diversas, alguien
podría decir “me quedo con este hombre porque nos conocemos hace mucho tiempo y
me da confianza, además es el padre de mis hijos”, pero si todos los motivos son buenos,
es porque son encubridores. Uno puede justificarse como más le guste. Cuando uno es
analista da lo mismo que alguien diga “me quedo con esta persona porque es una
persona honesta”, vale lo mismo que diga “me quedo con esta persona porque es un
enviado por los extraterrestres”. En todo caso lo que escucha un analista es si eso tiene la
textura del narcisismo, si eso es una justificación narcisista.
La brújula del deseo
 
Esto nos lleva a algo que me parece importante pensar hoy en día, ¿por qué en nuestras
sociedades el tema del amor se volvió tan importante? Nuestra cultura no para de hablar
de amor, se publican libros sobre el amor todo el tiempo. Hay algo de la pregunta, se
piensa el amor, se lo teoriza. Creo que ahí sí encontramos un contrapunto con la época
de Freud. En su época, de amor hablaba la literatura. Hablar demasiado del amor
públicamente era hasta de mal gusto, nosotros tenemos una relación obscena del amor.
Inventamos categorías, inventamos tipos de relaciones, diagnosticamos.
 
Marina Esborraz: Hay una moral del amor.
Luciano Lutereau: Creo que hay una cuestión reactiva en definitiva. Toda nuestra
elaboración consciente respecto de la cuestión del amor es, en última instancia, una
forma de encubrir que hay una pobreza amorosa muy grande, que se le pide mucho al
amor, que hay un desgarro amoroso, o algo en la relación con el amor que hace que haya
un dolor a reparar mucho más significativo que encontrarse con el deseo. En ese punto el
deseo creo que, para muchísimos casos denuestra práctica, dejó de ser una brújula.
 
Marina Esborraz: Quedó reemplazado por el querer. Hay algo del yo que ha cobrado
cierto carácter de voluntad y el rechazo del inconsciente también es rechazo del deseo,
del Otro. El deseo es el deseo del Otro es una forma de decir esto.
 
Luciano Lutereau: Otro motivo de sufrimiento narcisista también común en nuestra
sociedad, ya no en el plano amoroso, es el miedo al fracaso. ¿Qué es el miedo al
fracaso? Que una pérdida se interprete como fracaso, es creer que lo que se pierde no
produce ningún tipo de efecto. Si me equivoqué, quedé identificado con eso que fue una
pérdida. No hay ninguna experiencia, yo no me puedo equivocar. Eso se traslada a la vida
amorosa, muchas veces, cuando alguien dice “Estoy hace muchos años con alguien y
empezar de nuevo, después de tanto tiempo…”. Pasa también con los analistas, ¿no?
¿Cuántas veces hemos escuchado decir “este análisis mucho no me sirve, pero ir a ver a
otro y empezar de nuevo, mejor me quedo con vos que aunque sea más o menos…”?
 
Marina Esborraz: Aquí podríamos preguntarnos si el narcisismo implica una estructura
más primaria, más de déficit que de conflicto. Yo no sé si haría una nivelación respecto de
si es más primaria o no tan primaria, sobre porque cuando a veces se usa esta expresión,
parecería que se lo hace en términos de una cosa mejor que otra. Así a veces se termina
idealizando a las neurosis y olvidamos que tampoco son lo mejor que le puede pasar a
uno en la vida. No sé si es más primario; son otro modo, las soluciones por la vía
narcisista, son diferentes de las soluciones en relación al conflicto, al deseo, lo
sintomático.
Luciano Lutereau: Coincido. Creo que la idea de lo primario está en muchos autores, pero
no tanto por una valoración, sino porque en realidad es lo que Freud plantea en este
punto. Habla del narcisismo en muchos lugares, pero en este texto vincula el narcisismo a
la proyección y en “Pulsiones y destinos de pulsión” relaciona el narcisismo con otros
mecanismos psíquicos de tratamiento de la pulsión, que son la vuelta sobre la persona y
la transformación en lo contrario. En ese sentido muchas veces se plantea que el
funcionamiento narcisista, al no estar apoyado en la represión como forma de tratamiento
del conflicto que representa la pulsión, utiliza formas mucho más drásticas y endebles.
Los kleinianos veían claramente esto. Si uno hace una genealógica del psicoanálisis,
Freud inventó una clínica centrada en el tratamiento de las neurosis, mientras que los
kleinianos a partir de la década del 30 es como si se hubieran encontrado con un
funcionamiento psíquico completamente distinto, personas que todo el tiempo se
comparaban con otras y ahí hablan de proyección. Por eso en la clínica kleiniana tiene
tanto lugar la envidia, la identificación proyectiva, mientras que la clínica de Lacan está
articulada en relación al síntoma neurótico y los mecanismos de formación de síntoma en
la neurosis. Al menos le da muchas más vueltas y trasformaciones tomando como
referente el síntoma neurótico, antes que el psicótico. En principio, entre lo que Lacan
plantea en 1946, 1955 y 1970 sobre la psicosis hay pequeñas modificaciones. Ahora,
respecto de la neurosis, en el ’50, el ’60 y los ’70 dice cosas completamente distintas.
Donde hay más transformaciones en la clínica de Lacan es en referencia a la clínica
neurótica; pero me parece que este funcionamiento narcisista, retomando la cuestión de
los kleinianos en relación a lo primario, muestra otra utilización de ciertos mecanismos o
formas defensivas. Este tipo de mecanismos –como la disociación, la proyección, la
transformación en lo contrario– producen un sufrimiento que está mucho más cerca del
dolor. La represión es un mecanismo mucho más exitoso, como decía Freud. Porque al
reprimir se produce cierto olvido. A nivel de la clínica del narcisismo esa dimensión del
olvido no aparece. O en la clínica de las neurosis aparece el olvido porque está la
posibilidad del duelo.
En última instancia, para llegar a una conclusión a partir de estas distinciones que
hicimos, pensar una clínica del narcisismo es pensar una dimensión, una forma de tratar
la relación con la pérdida, cuando esa pérdida no puede ser elaborada, no puede ser
transformada a través de un duelo en un nuevo deseo, cuando esa pérdida no se puede
terminar de perder. También encontramos esta coordenada en aquellas personas que
hablan con términos más populares como “salir de la zona de confort”, o la famosa
“intolerancia a la frustración”. Puede ser que los términos no nos gusten, pero por lo
general las personas que vienen a vernos hablan como escuchan que se dicen las cosas,
hablan como viven. Escuchamos ese tipo de proposiciones. Yo creo que la preocupación
de fondo, es por qué este tipo de consultas siguen llegando. Porque efectivamente van en
busca del análisis. Creo que la pregunta es qué les ofrecemos, porque si ofrecemos el
dispositivo tal y como fue pensado para las neurosis, va a pasar lo que les dije al principio:
que venga algún tiempo, quiera decir un par de cosas, pero no encuentre que sirva
demasiado, quizás haya algunos efectos terapéuticos, y después de cierto tiempo el
paciente deje el tratamiento y el analista diga que vino uno o dos años, pero bueno, algo
habrá pasado…
Esta forma de pensar la relación con la pérdida, que no es la pérdida articulada al deseo,
junto con las modalidades transferenciales que toman estas presentaciones narcisistas,
que llevan a tentar un diagnóstico por la transferencia y no por el síntoma y, en tercer
lugar, como otro nivel, recuperar esos diagnósticos que son el de hipocondría y el de
melancolía, para pensar esas melancolías que no se caracterizan por la tristeza, llevan a
pensar una posición específica. Respecto del último punto, si hay algo central en el
diagnóstico freudiano de la melancolía, es que para él la melancolía nada tiene que ver
con que alguien esté triste. Tendríamos que hablar de la noción de melancolía como
modelo de la afección narcisista, con un estatuto completamente distinto.
De hecho, fíjense lo que decía recién, quien está triste, es alguien que está más cerca del
duelo que de la melancolía. Si nos dejamos llevar por “Duelo y melancolía”, cuando Freud
habla de la melancolía, sobre todo se refiere a cierta lucidez extrema del melancólico.
Habría que preguntarse por qué utiliza esa expresión. ¿Qué es lo lúcido del melancólico?
Es algo en relación a un formato o un tipo de pensamiento; una forma de posicionarse
que tiene que ver no tanto con una cuestión del afecto sino con un modo de pensar.
Respecto de la salida del melancólico, en primer lugar es difícil establecer una indicación
certera, pero hablando desde mi experiencia, diría que es muy difícil soportar la cuestión
transferencial. Es algo que no tiene corte, el dolor está presente y la melancolía en
sentido estricto suele tener un discurso bastante reiterativo y esta es una dimensión
alejada de la cuestión desecante. Pero, en un tratamiento, hay algo del ser del analista,
del estar, en el cual es mucho más importante la presencia y la escucha que cualquier
otra cosa que uno pueda más o menos decir. El melancólico viene a depositar la verdad
sobre su ser, su autodenigración y con eso muchas veces se va armando, e incluso algo
del dolor va remitiendo. Siempre cuento un caso que atiendo, quien cuando llegó le
habían diagnosticado cierto dolor corporal generalizado como fibromialgia. Está medicada
y estuvo bastante tiempo con eso. Tuvo algo en un momento de una pareja que había
terminado y yo le dije algo en relación a eso que no recuerdo, pero ella lo trató como
intervención, en relación a que esa pareja le había causado bastante dolor. Ella plantea
que mágicamente el dolor del cuerpo se fue. No deja de ser una melancolía. No fue una
intervención a nivel de la resolución de un síntoma neurótico. Por ahí fue simplemente
una asociación que hice yo, no la hizo ella. Pero eso le sirvió para que el dolor corporal,
que es a veces un síntoma de la melancolía, no se trate de que el melancólico esté triste,
pero sí pueden aparecer ciertas cuestiones de dolor. Y ese dolor se puede manifestar a
veces en el cuerpo. Después podemos hacer el diagnóstico diferencial entre hipocondría,
histeria, síntoma conversivo. Y la pregunta en relación al narcisismo y fenómenos
psicosomáticos, la tendría que pensar. De lo que conozco de los fenómenos
psicosomáticos, desde Lacan es algo bastante preciso, la holofrase, la coagulación, son
cosas ya sabidas, pero es interesante poder diferenciar en todo caso el fenómeno
psicosomático de la hipocondría, porque tienen algo similar: algo de la libido ubicada en
un órgano, pero que se presenta de una forma distinta porque, a diferencia del
hipocondriaco –donde el médico le diría que no tiene nada– en el fenómeno
psicosomático sí hay observables o detectables. Pero tal vez sí se puede relacionar en
este punto respecto de la colocación de libido en el órgano…
Creo que la diferencia central entre narcisismo y fenómeno psicosomático es que la
expresión misma fenómeno psicosomático, al decir fenómeno, es para no decir síntoma.
Hay otro tipo de contrapunto entre fenómeno y síntoma. Y, al mismo tiempo, en relación a
la diferencia entre ese fenómeno y los fenómenos narcisistas, me parece que estos
últimos son más discursivos. El hipocondriaco habla, incluso diría que la hipocondría es
una forma de hablar, de la misma manera que la melancolía es otro modo de hablar. El
melancólico es un enunciado melancólico. El hipocondríaco no es alguien extraño a su
cuerpo, como quien padece psoriasis mira su cuerpo desde afuera. El hipocondríaco
habla de su cuerpo desde adentro. Siente los latidos de su cuerpo.
Marina Esborraz: El fenómeno psicosomático muestra, no hay mucho para decir.
 
Luciano Lutereau: Respecto de estas nuevas presentaciones que venía vinculando al
narcisismo, en relación a pacientes que siguen viniendo, como si el hecho de que el
paciente siga viniendo, como si fuera algo bueno en sí mismo, esta conclusión nos
conduce a dejar de preguntarnos qué estamos haciendo en ese tratamiento. Celebro esta
propuesta de trabajo que nos dimos, pensar el lugar del analista respecto de estos
pacientes y, por otro lado, en base a estas coordenadas, el lugar del analista en esta
escena en la medida en que podría venir a ser el salvador del que habla. Freud en
relación al tipo de elección narcisista, de un modo que en una vía lo idealiza, porque dice
que evita el dolor, da una respuesta plena, pero así se puede convertir en algo semejante
a un fetiche –para referir a otro texto que también vamos a considerar–, por no decir
talismánico.
Sin duda la elección del analista, como toda elección, puede ser elección de objeto o
elección narcisista. Cae en la misma vía. Y en toda elección me parece que se juegan los
dos niveles. No lo pensaría tanto desde donde se ubica el analista, sino qué efectos
produce el analista al estar ubicado en cierto lugar para un paciente de estas condiciones
Una distinción importante ahí es: creo que claramente reconocemos cuando se juega algo
del deseo en un paciente, porque eso produce en el analista efectos muy claros. El más
común de ellos es curiosidad. Cuando hay algo del deseo en juego en lo que nos cuenta
el paciente, el analista está más despierto, está más atento. Lo que uno escucha por lo
general cuando se trata de pacientes narcisistas, es que al analista una sesión de media
hora le pareció eterna. Hay algo de lo cansino, de lo que no despierta, de lo que no
genera demasiado interés. Como si de alguna forma quedara capturado. Esto se
reconoce en ciertos fenómenos de los que a veces se habla en las supervisiones, como
querer que el paciente no venga, que falte.
Eso nombra algo. Me parece que la vía para poder llegar a la pregunta acerca de cómo
opera el analista, es también reconociendo estas variables que configuran un vínculo
transferencial muy específico. La dimensión narcisista está en juego en todo vínculo con
un analista; desde el punto de vista en el que un analista puede ser elegido porque se
cree que es alguien que sabe, ahí ya tenemos funcionando la dimensión del ideal.
 
Marina Esborraz: Es muy difícil el análisis con pacientes melancólicos por esto mismo,
dado que está muy perdida la dimensión del deseo.
 
Luciano Lutereau: Ahí reformularía la pregunta sobre cuáles son los efectos de la falta de
deseo en la relación con el analista, qué tipo de vínculo transferencial producen, donde a
veces son tratamientos que se terminan interrumpiendo no necesariamente porque el
paciente los concluya, sino porque el analista no se lo banca más. Donde por ahí el
paciente dice “Vos pensarás que soy insoportable” y el analista por sus adentros piensa
que sí, pero no porque piense que es insoportable, sino porque algo de lo que sostiene el
lazo es insoportable. Y si el analista reprimiese sentir eso, estaría forzando y no
reconociendo algo de la transferencia. Porque ese es otro ideal analítico bastante
específico: creer que un buen analista es capaz de soportarlo todo, lo cual muchas veces
produce efectos que son todo lo contrario.

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