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ESTAMOS MATANDO EL MUNDO

“Esta hermana (l a tierra) clama por el daño que le provocamos a causa del uso
irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos
crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a
expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado,
también se maniesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo,
en el agua, en el aire y en los seres vivien tes. Por eso, entre los pobres más
abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devasta da tierra, que «gime
y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos so- mos
tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del
planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivfiica y restaura.” l
(Papa Francisco en su Enciclica Laudato Si).

Estamos matando el mundo por irresponsabilidad, por cerrarnos al problema, por


no asumir con propiedad la tragedia que estamos viviendo.

Hay negacionistas de la Shoah (eliminación de millones de judíos en los campos


nazis de exterminio) y hay negacionistas de los cambios climáticos de la Tierra.
Los primeros reciben el desprecio de toda la humanidad; los segundos, que hasta
hace poco sonreían cínicamente, ahora ven día a día que sus convicciones están
siendo refutadas por hechos innegables. Sólo se mantienen coaccionando a
algunos científicos para que no digan todo lo que saben, como ha sido denunciado
por diferentes y serios medios alternativos de comunicación. Es la razón
enloquecida que busca la acumulación de riqueza sin ninguna otra consideración.

En tiempos recientes hemos conocido eventos extremos de la mayor


gravedad: los huracanes Katrina y Sandy en Estados Unidos, tifones terribles en
Paquistán y Bangladesh, el tsunami del Sudeste de Asia, el tifón de Japón que
dañó peligrosamente las centrales nucleares de Fukushima y hace pocos días el
avasallador tifón Haiyan en Filipinas que ha dejado miles de víctimas.

Hoy se sabe que la temperatura del Pacífico tropical, de donde nacen los
principales tifones, estaba normalmente por debajo de los 19,2°C. Las aguas
marítimas se han ido calentando hasta el punto de quedar hacia el año 1976 en
25°C y a partir de 1997/1998 alcanzaron los 30°C. Tal hecho produce gran
evaporación de agua. Los eventos extremos ocurren a partir de los 26°C. Con el
calentamiento, los tifones aparecen con más frecuencia y con vientos de mayor
velocidad. En 1951 eran de 240 km/h; en 1960-1980 subieron a 275 km/h; en 2006
llegaron a 306 km/h y en 2013 a los terroríficos 380 km/h.

En los últimos meses cuatro informes oficiales de organismos ligados a la


ONU lazaron una vehemente alerta sobre las graves consecuencias del creciente
calentamiento global. Está comprobado, con un 90% de seguridad, que es
provocado por la actividad irresponsable de los seres humanos y de los países
industrializados.

Lo confirmó en septiembre el IPPC (Panel Intergubernamental para el


Cambio Climático) que articula a más de mil científicos; lo mismo ha hecho el
Programa del Medio Ambiente de la ONU (PNUMA); enseguida el Informe
Internacional del Estado de los Océanos denunció el aumento de la acidez, que
por eso absorbe menos C02; finalmente el 13 de noviembre en Ginebra la
Organización Meteorológica Mundial. Todos son unánimes en afirmar que no
estamos yendo hacia el calentamiento global, sino que estamos ya dentro de él. Si
en los inicios de la revolución industrial la concentración de CO2 era de 280 ppm
(partes por millón), en 1990 se elevó a 350 ppm y hoy ha llegado a 450 ppm. En
este año se ha dado la noticia de que en algunas partes del planeta ya se rompió
la barrera de los 2°C, lo que puede acarrear daños irreversibles para los demás
seres vivos.

Hace pocas semanas, a la Secretaria Ejecutiva de la Convención de la


ONU sobre el Cambio Climático, Christiana Figueres, en plena entrevista colectiva
se le saltaron las lágrimas al denunciar que los países no hacen casi nada para la
adaptación y la mitigación del calentamiento global. Yeb Sano de Filipinas, en la
19ª Cumbre del Clima de Varsovia realizada del 11 al 22 de noviembre, lloró ante
los representantes de 190 países contando el horror del tifón que había devastado
su país, alcanzando a su misma familia. La mayoría no pudo contener las
lágrimas. Pero para muchos eran lágrimas de cocodrilo. Los representantes ya
traen en su cartera las instrucciones preparadas previamente por sus gobiernos, y
los grandes dificultan de muchas maneras cualquier consenso. Allí están también
los dueños del poder en el mundo, dueños de las minas de carbón, muchos
accionistas de petroleras o de siderurgias movidas por carbón, de industrias de
montaje y otros. Todos quieren que las cosas sigan como están. Es lo peor que
nos puede pasar, porque entonces el camino hacia el abismo se vuelve más
directo y fatal. ¿Por qué esa irracional oposición?

Vayamos directos a la cuestión central: este caos ecológico se lo debemos


a nuestro modo de producción que devasta la naturaleza y alimenta la cultura del
consumismo ilimitado. O cambiamos nuestro paradigma de relación con la Tierra y
con los bienes y servicios naturales o vamos irrefrenablemente al encuentro de lo
peor. El paradigma vigente se rige por esta lógica: ¿cuánto puedo ganar con la
menor inversión posible en el más corto lapso de tiempo con innovación
tecnológica y con mayor potencia competitiva? La producción está dirigida al puro
y simple consumo que genera acumulación, siendo esta el objetivo principal. La
devastación de la naturaleza y el empobrecimiento de los ecosistemas ahí
implicados son meras externalidades (no entran en la contabilidad empresarial).
Como la economía neoliberal se rige estrictamente por la competición y no por la
cooperación, se establece una guerra de mercados, de todos contra todos. Quien
paga la cuenta son los seres humanos (injusticia social) y la naturaleza (injusticia
ecológica).

Ocurre que la Tierra no aguanta más este tipo de guerra total contra ella.
Necesita un año y medio para reponer lo que le arrancamos en un año. El
calentamiento global es la fiebre que denuncia que está enferma, gravemente
enferma.

O comenzamos a sentirnos parte de la naturaleza y entonces la respetamos


como a nosotros mismos, o pasamos del paradigma de la conquista y de la
dominación al del cuidado y de la convivencia y producimos respetando los ritmos
naturales y dentro de los límites de cada ecosistema, o si no preparémonos para
las amargas lecciones que la Madre Tierra nos dará. Y no se excluye la posibilidad
de que ella no nos acepte más y se libere de nosotros como nos liberamos de una
célula cancerígena. Ella puede continuar, cubierta de cadáveres, pero sin
nosotros. Que Dios no permita semejante trágico destino.            

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