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9/1/22 23:03 Te extrañaba | El Gráfico Historias y noticias en un solo lugar

Te extrañaba

Petite  Actualizada  09:18

     

Querido diario: 

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Sentí la erección al tocar sus pantalones. ¿No te gusta? Cuando vas a


hacer el amor, tocar entre sus piernas y sentir su disposición. Si se trata
de una chica, sentir cómo nos humedecemos, cómo la lubricación no
deja disimular nuestro entusiasmo. Si se trata de un hombre, una
erección es lo más elocuente. Ni cómo fingirla. Cuando sientes ese
trozo de lujuria endurecido, sabes que por las venas va corriendo la
brasa del deseo. A mí me enciende besar a un hombre y verificar,
tocando su entrepierna, si se está cocinando una penetración
placentera, si está creciendo entre sus muslos la cánula con que habrá
de empalarme, de hacerme sentir el placer sublime de la carne.

Nos desnudamos. Son estos días en los que el calor empieza a hacer
estragos. No sé a qué temperatura estábamos, pero ya comenzaba a
sentirse la inclemencia incendiaria de la temporada de calores.
Afortunadamente, la habitación estaba fresca. Como en un lugar
distante del horno de la calle: el tráfico, los coches, el gentío. Allí todo
era calma y equilibrio. Una habitación limpia, una cama para dos, el olor
a aromatizante neutro que usan en los moteles y su sonrisa, su aliento
fresco, sus besos, su erección.

Él estaba descalzo, con un pantalón de mezclilla y una camisa de lino,


fresca y bonita. Olía rico. Yo traía un vestido de una sola pieza,
zapatillas y lencería. Desnudarnos fue fácil para ambos.

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Caminamos besándonos hasta la cama. Él apretando mis senos


suavemente, yo hundiendo mis uñas entre el pelo de su pecho, tupido,
encanecido, viril.

Brincamos a la cama como dos adolescentes excitados. Él me puso


boca arriba y, después de besar mis labios con una pasión inusual,
apretó mis senos con ambas manos y se los llevó a la boca ansioso.
Mis pezones estaban petrificados y muy sensibles, las descargas de
placer que me provocaban sus labios me hacían retorcerme como una
gatita escurridiza.

Entonces puso mis rodillas sobre sus hombros y, doblándose por


completo hacia mi sexo, clavó su cara y se comió mi clítoris con tanta
destreza, que no tardé en sentir los espasmos del primer orgasmo.

Aun así, no dejó de lamer mi sexo. Lo hacía tan bien que el placer era
desbordante. ¿Te ha sucedido qué alguna vez experimentas un placer
tan extremo que rebasa tu umbral de tolerancia y se vuelve
insoportable?

Así me pasó. Durante el orgasmo, e inmediatamente después de éste,


quedan las terminales nerviosas tan sensibles que, a veces, necesitas
parar. Sentir más estímulos en una parte de tu cuerpo que ha
alcanzado el mayor placer se convierte en algo confuso. Experimentas
una sensación tan satisfactoria que no es posible soportarla.

Así me sentía antes de que él lograra sacarme un segundo orgasmo,


tan potente como el primero y sin saber siquiera cómo había yo podido
resistir a tan tormentosa delicia. Me quedé boca arriba, mirando al
techo y temblando. Sin fuerza para levantarme y todavía con la
hipersensibilidad de los clímax recién vividos.

—Me toca hacerte gozar, le dije cuando pude recuperar el aire.

Me levanté y deteniéndome con manos y rodillas avancé hacia él, a


recoger de sus labios un beso que sabía a mi orgasmo. Seguí
repartiendo besos por su cuello, por sus mejillas, en sus hombros. Se
estremeció cuando lamí sus tetillas masculinas, tupidas de cabellos
blancos oliendo a limpio. Besé su vientre, lamí el contorno de su
ombligo y la parte en sus muslos que se juntan con la pelvis. Tomé
entonces su miembro con mi mano y comencé a masajearlo.

Mi brazo se movía despacio hacia arriba y hacia abajo empuñando la


piel suave y tibia de su perfecta erección. Me pidió que siguiera así

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mientras se retorcía y acariciaba mi cuerpo, que había enroscado


alrededor suyo.

Lo escuché gemir, mientras sus manos buscaban en mi cuerpo las


caricias más precisas. Apretándome las nalgas, acariciándome el
cabello, la espalda, las piernas, los pechos.

Seguí masturbándolo, cada vez a un ritmo más acelerado. Me pidió que


no parara, que lo besara y siguiera con la mano atendiendo ese pedazo
de carne que cada vez sentía más duro y caliente. Yo estaba de lado,
prácticamente montada en él, con la mano derecha en frenético
movimiento jalándole el sexo y mis labios siendo devorados por sus
besos ansiosos, cuando de pronto, endureció cada uno de sus
músculos y, ahogando el grito en un beso, disparó un chorro tibio que le
cayó en su pecho y hombros. Fue un orgasmo copioso y entusiasta.

Antes de volver a la cama nos dimos una ducha. Me encantan los


hombres pulcros. Nos acostamos de nuevo, él boca arriba, yo de lado,
con mis piernas trenzadas en las suyas, mi mano en su pecho y mis
labios entreabiertos, pidiéndole un beso.

Cuando me lo dio, comenzamos de nuevo a hacer el amor.

—Te extrañaba, le dije.

Hasta el jueves

Lulú Petite 

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