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Paula Andrea Guarín Manrique nació en Itagüí, Antioquia, el 25 de octubre de 1984.

Se crio entre montañas atestadas de niebla, en el verde interminable del campo pero
también sobrevivió a una infancia sobresaltada por la violencia en barrio El Carmelo
de Bello, jugó golosa en su sangriento asfalto mientras los años 80 se disolvían en el
mundial de Italia 90. Ama los ritos cotidianos, el olor de la tierra mojada, el vapor
del café recién servido. Ama a su familia, a sus amigos, ama sus libros. Es cocinera
de profesión por gusto y por capricho. La comida se le antoja poética. Actualmente,
reside en el municipio de Girardota. Cursa décimo semestre de Licenciatura en
español y literatura. Algunos de sus poemas han sido publicados en los números 2,
8 y 11 de la revista "La musa sonámbula" entre 2017 y 2020, otros tantos en la revista
del Tecnológico de Antioquia N°2 en noviembre de 2017. En 2019 publicó con
Fallidos editores su primer y único poemario “Petricor”. Paula le pertenece a sus
lecturas, a Cortázar, Proust, Sabines, Saramago y Gómez Jattin. Se regocija en la
música de Chopin, Violeta Parra, Janice Joplin y Soda estéreo. Le encantan las obras
de Miró, Goya, van Gogh, Devora Arango y cuando el clima es favorable, como diría
Austin, hace cosas con palabras.

Pertinaz

Arrastro esta caja de cartón suavemente


como si en ella viviera un corderito.
Me agacho y con dulzura le cuento del mundo,
omitiendo las guerras, las hambrunas,
desvirtuando la maldad de todos los humanos.
Le explico tiernamente los lexemas,
le doy permiso de dormir cuando tiemblan las hojas de los árboles.
Él suspira de hermosura y se estremece de esperanza...
Tanto hemos soñado juntos la palabra río
que el vocablo ya es húmedo y fluye helado entre las frases.
Le doy de comer en mi mano silencios tibios,
ricos en blancura, en extensión, en pureza.
Algunas noches, con total desamparo le pregunto:
Corderito, ¿Crees que soy fea?
Y me responde con su voz de corderito:
- No, no, no. Eres muy pertinaz.

Buenos días, disculpe que me presente a estas horas.


Vine a quejarme de la blasfemia que vive en su balcón.
Es muy arrogante, no respeta.
Mire, yo no tengo nada en contra de la diferencia
pero esa blasfemia suya es muy vulgar.
Qué día estaba yo muy tranquila acariciando mi amargura
y ella que se asoma y me sonríe como si fuéramos amigas,
como si almorzáramos juntas este jueves y los otros…

II

A voces dirás que yo estoy loca y sí.


Endulcé tres cafés con demencia esta mañana.
En la ventana se arrumaban los grillos con su canción de horizonte.
Yo tejía con brasas medio muertas la tibieza de ese día.
Todo era música en susurros, chorros misteriosos de nostalgia,
extravagantes goteras de tiempo que esquivaban en sus grietas cualquier intento de
contarlas, de encerrarlas o medirlas.
La noche anterior estuvieron charlando las petunias,
se quejaban de su triste destino, de ser fútiles manjares del olfato,
Irrefutablemente bellas contra su voluntad.
Y yo me pregunto: ¿Quién guardará entre sus bolsillos la dulce carne de tan terrible
hermosura?

III

El tiempo se posaba resignado sobre el lecho,


en la luz de las cortinas,
en esas cosas minúsculas que habitan el sosiego.
Por ti hablará un día la lluvia,
dirá palabras de hierba,
caerá despacio, apuñalado techos y balcones.
Esperará de pie la explosión,
el estallido final del agua contra el mundo.
El tiempo se entrega vulgarmente,
apurado. Casi no parece él.
Muere sentado a la orilla de quienes lo ven,
despojado de su ritmo,
Agobiado de su eterno tic-toc.
Hace tiempo y no llueve.

IV

Me duele el cuerpo,
me parecen insalvables las distancias,
me aferro con saña a las palabras.
No merezco morir.
La muerte es una interminable golosina.
Ayer tenía estas ansias que hervían de silencio,
pequeñas, urdían memorias falsas,
recogían el tiempo en canastas minúsculas y luego,
las dejaban sin futuro en los bordes calientes de un abrazo.
Me duele el cuerpo,
y ya no hay horas.
No merezco vivir.

Cotilleo matutino

Buenas tardes señor Anturio,


espero que esté bien.
Este día nació tarde porque se demoró en la noche,
pero yo a usted le veo fresco, rojo, intenso,
como si hubiera estado felizmente en vigilia.
Yo en cambio ayer estuve arrullando un pasto asustadizo,
me hablaba de los chorros que hacen surcos cuando el aire frío los empuja,
de las pisadas del gato filosas y enemigas,
del ruido insoportable de las semillas al desplomarse la tarde.
Del peligro inminente de ser arrancado para sembrar una huerta.
- Son malvados los brotes - Me decía entre gemidos.
-Rompen mi clorofílico esqueleto, se apoderan de mi terrosa musculatura-
Luego lloraba copiosamente - para regarse supongo, nunca me dijo lo contrario-
Usted lo hubiera visto señor Anturio, daba lástima.
Lo dejé haciéndose nudos con las briznas,
cantando tonadas llenas de semillas,
esparciéndose con sus ínfulas de enredadera...
¿De qué implacable suelo habrá nacido tan húmeda tristeza?

Verde oliva

Y en mi memoria ya estabas aunque fueras futuro


y tú vientre era un lecho,
un lugar, un vocablo.
De tus hombros caían las horas y los días como el agua que se acumula en las hojas
y ante el primer viento se desploma resignada.
Te llamabas nube, abeja o leche tibia,
dejabas el rastro de tu voz crepitándome en la entraña,
te sumabas al latido fragante de todos los pastos,
eras un camino, un terrón de arena,
habitabas tiernamente mi zozobra.
Ahora vienes con tu barullo incesante,
con tu furia de menta y tu sonrisa de lirio.
Yo, te recibo adornado con flores de cafeto,
con racimos de mangos,
con un par de horizontes que se pierden en la vejez de la tarde...
En este instante el pasado parece tan inmenso,
que no puedo dudar que allí naciste.

Cuestión semántica

La silla es silla porque no es mesa.


Así de simple, así de intrincado.
Yo podría decir, por ejemplo:
El cielo es venenoso
y el veneno está en su azul.
Sería cierto en parte.
Pero... ¿Cómo morder algo tan alto?
Dirían los ilustrados que me refiero a un intangible,
si no puedo acercarme no puedo comerlo.
Sin embargo, yo elijo la noche.
Sería terrible morir envenenada.

Una desbordada colección de derrumbes

Quiero llegar a casa y ser un mueble más.


Dormir el sueño que me espera hace tiempo.
Es imposible.
Ser diminuta es una carga pesada,
me empujan en el centro,
me odian en las clases,
debo suplicar que me alcancen una lata de atún.
He intentado no ser yo.
Es imposible.
Mi monólogo interno se empeña en abrumarme.
Sale de mi entraña disfrazado de idea...
Pálida del disgusto lo reprendo,
le grito: ¡Cállate! estoy harta de no tener amigos, estoy harta de ti.
Me doy cuenta de que parezco poseída,
y no puedo procurarme el silencio sin morir.
Tengo esta sensación terrible de ser más pequeña cuando escribo.
de disolverme en cuanto digo.
Le pido a Cristian que me salve.
Es imposible.
A Cristian le apetece oírme hablar.

No sé puede decir tanta belleza.


No sin usar superlativos.
Ya sé que tiendo a ser exagerada.
por eso, herida de hipérboles,
acaricio las palabras con ahínco criminal.
Las estiro, me asomo por debajo de ellas,
espío sus vísceras,
las pronuncio desnudas,
esperando una sílaba que revele su vergüenza.
Nunca sienten culpa,
quedan impunes al ser pronunciadas.
El contexto siempre las absuelve.
Cuando digo "nada" estoy diciendo "algo"
y cuando digo "algo" nunca más será "nada”.
Por eso el pájaro canta en vez de hablar.

VI

¿Qué talla de muerte es usted?


Le pregunto a un hombre mientras cruzo el parque.
Todas y ninguna. - Me responde confiado-
Seguramente piensa:
-"He cubierto todo el campo semántico, mientras camine en sus extremos no estaré
en peligro."-
Fatal error (puedo ser inflexible)
Le sonrío cruelmente y otra vez al ataque:
¿Cuánto calza señor?
Arrogante contesta:
Cuarenta y dos, dependiendo del estilo me sirve un 43.
Malvadamente me cruzo de brazos,
lo miro con infinita soberbia.
Abochornado se despide diciendo: disculpe usted, casualmente y ahora que lo
menciona voy tarde para la sastrería a probarme una muerte.

VII
Un grillo terco gime en mis costillas.
En mi cuerpo ya es de noche
y de su silencio se van desprendiendo las estrellas.
El grillo no sabe que morirá cantando,
Espera ciegamente que mi espíritu amanezca,
aguarda el ruido que lo hará callar...
En vez de ruido en las venas tengo sangre,
y para el grillo la sangre
es un infame desvelo.
Se me ocurre estornudar cada tanto
para no enloquecer.
para no morir de oscuridad.

VIII

En el lado más fértil del jardín,


en el vórtice del verde,
mido el tiempo en florescencias,
en episodios fugaces donde el sol dura tres días.
El existir se revela ampulosamente,
atiborrando un instante más breve que nosotros.
Mi jardín no acaba allá en la cerca,
se extiende abrupto resumiendo horizontes,
siendo lontananza, anhelo ferviente,
dedos a punto de rasgarse con la espina.
Hoy vendrá el recuerdo que fui dejando a un lado.
Llegará con bríos,
rencoroso y parlante.
Ensuciará el presente con su gusto a pasado.
Sin pedir permiso pondrá su pecho en mi memoria,
Así, confundida, pensaré que es una mirla escondida tras el árbol.
Un ave asustada de mi intenso jardín.

IX

¿Qué harían los verdugos si entendieran mis razones?


Harta estoy de ver tras los ojos afiladas hachas.
Un perito compasivo podría decir que sufro de ser yo.
Que la sorna es injusta,
qué el suplicio es infame.
No hay en este reino un poblador que me acaricie,
yo le contaría el porqué de mis preguntas,
Le explicaría aun con bochorno las raíces de mi continuo hablar,
¿Pero cómo? Si de nacimiento yo ya parecía culpable.
Balbuceaba arrogante mis primeros miedos,
me quejaba y gemía de forma articulada,
Las consonantes eran nombres
y las vocales insultos.
Nada nunca se pudo hacer por mí...

Las montañas abren muy temprano los ojos


su brutal iridiscencia despierta regada sobre el pasto...
el viento trenza las briznas prematuras,
esa hierba trémula
que crece despacio durante la noche.
A ratos el cielo extravía un par de nubes,
las olvida en los campos,
o las pierde en la tiniebla.
Derrocha los tonos pasteles,
los invierte en ocasos,
en tardías auroras,
en puestas de sol.
Pronto, muy pronto tendrá sólo negro y blanco
y mis ojos caerán enfermos de escarlata.
Cielorrasos

De bruces se ha caído el tiempo


de su boca interminable fluye enérgica la sangre,
se derrama sobre todo como un líquido instante,
sus cicatrices son un algo pasado,
un recuerdo herido en el corredor de alguien.
Yo desgarro con mis ojos el techo,
lo increpo enojada por la ausencia de cielos,
parpadeo feroz e inútilmente,
hasta que el párpado duele y deja de llorar.

XI

Mis actos son memoria,


flujos de pasado que buscan repetirse.
Brevísimos aromas de la vida que fue.
La textura de un pan,
las curvas de una taza,
los ritos del agua,
la sopa que hierve.
¡Cuánta hermosura en lo cotidiano!

Cuarentena

Una aguja nerviosa, un corazón cansado.


Un papel mal doblado remitido a nadie.
Una lúcida sombra aparcada en mi patio
cantando penurias que riman dulcemente...
se sonroja de amor ante la fruta,
se deja imitar por el vapor de una hoja.
Hoy vino el miedo y me encontró dormida,
de tanto abrazarlo terminé valiente,
yo que soy una brizna de un porvenir cualquiera,
un rugido de polvo en la maleza oscura.
En vez de acabarse, el tiempo empieza,
por eso no sé si morir en este instante.
Sufro. Curtida de mí, llena de clavos y de huesos,
con el hígado en llamas y un pulso doliente.
¿Cómo hablar de inicios en el fin de un mundo?
La vida crece a la orilla de mi casa.
Se pinta de rojo los labios
y me invita hacia ella,
cuando no puedo ir.

Obituario

Todos los muertos se asemejan mucho,


Ahí, en sus fríos ataúdes,
parecen tristes colecciones
arrumadas a capricho por un dios feo y macabro.
Pobrecitos los muertos, ya no pueden comer,
ni despertarse temprano para tener la dicha de volver a dormirse.
No pueden quejarse si un enemigo se acercare a tocarlos.
Nadie les da tinto ni les convida las viandas.
Son una excusa vergonzosa y mal planeada...
- No puedo ir al trabajo, voy al velorio de Perano... -
Pobres muertos, estáticos y yertos
sin chance de aclarar que no eran tantas sus virtudes.
Sin sangre y sin aire que les lleve rabia o alegría al corazón.
Y el corazón... Gozosos los difuntos que se pudren completos,
su corazón sigue latiendo por obra y gracia del hedor infinito.
Abuelo querido, tío bullicioso, tía costurera:
Jamás quise velarlos.
Yo hubiera escogido el río más tranquilo,
Con una cauce sembrado de piedrecillas blancas.
Y en la orilla, mariposas y flores estarían bailando al borde de sus cuerpos.
Los habría embalsamado con chorros de luna sin quitarles el plasma.
Tío, tía, abuelo, Luis...
Esa canción que se cuelga de las hojas es apenas una estrofa cosida con los días.
Cuando nos veamos les cantaré otra.

XII

"y el viento comenzó a mecer la hierba"


Emily Dickinson

Así emprendí la dulce tarea de la quietud


y dejé que la tarde se metiera en mis huesos.
Las horas caminaron por mis brazos hasta volverse carne
y ya no tuve miedo de perderme en el tiempo.
La levadura del ocio inflamaba los instantes,
los hacía solemnes y espumosos al tacto.
"y el viento comenzó a mecer la hierba"
sin ínfulas de dueño se escurría por las ventanas,
sus manos amasaban corredores enteros,
vestían de pájaros los almohadones...
Allí, en lo que antes era tedio mi cuerpo halló la vida.

XIII

Y ahí estaba la hierba,


ocupada sin tregua en los oficios de la aurora,
cantaba de noche sin despertar semilla alguna,
bebía de las noches su fragancia luctuosa,
se reía discreta de sus terrosos asuntos,
era una hierba confiada de su musgoso destino.
Ninguna vanidad le crecía durante el día...
Esperaba dichosa los desfiles de hormigas,
acariciaba los brotes que emergían a su pies.
Era una hierba noble como nunca más la hubo,
entregaba su rocío al calor de la tarde
y luego soñaba con las nuevas auroras.

XIV

Ahora soy una fruta y a mí vienen las moscas.


Podrida de dulzura me regodeo en la fructuosa.
Maduro con saña hasta que la pulpa revienta,
me dejo examinar de manos inocentes,
miro sus bocas sedientas,
sus alas tembleques,
les siento en hambre en el zumbido,
las veo quemarse en el antojo,
gastarse los ojos en mis dedos,
sufrir estertores y suplicar compasión.
Ahora soy una fruta y vienen a mí las moscas.
Mientras más cerca se está de la muerte,
más excitante parece la carroña.

Ariana

Arrebátame del imperio de las sombras.


Invítame a bailar.
Pon tus ojos de sirena en mi silencio afligido,
Lánzame a la magia.
Escapemos juntas hacia el fondo marino.
Contágiame de infancia,
ahora que sufro de tan terrible adultez.

Live

Los crímenes ocurren en vivo.


¡Ojo! Se precisa fingir que estamos jugando.
Y sí. Jugamos a ser pájaros.
Bailamos sin parar con la bandera.
Hicimos canto el dolor de todo un pueblo.
"Madre: No llegaré a la hora de la cena"
Apagan las luces.
Somos presas en la oscuridad del parque.
Suenan estallidos.
Unos corren, otros graban...
Un par desaparecen.
Vándalos, dirán en la radio.
Vagos, gritará una congresista.
No tenemos trabajo,
no tenemos casa.
Tampoco miedo.

Halcones de la muerte

Escuadrones impunes con ciudadanos de bien,


Una Toyota prado blanca,
el dictador trina la muerte,
la muerte llega en ráfagas,
en recalzadas filosas,
somos gritos arrojados a la oscuridad.
El hambre de los barrios se convierte en consigna.
Se combate con los labios que arengan.
Siloe, La luna ¿Cuántos muertos?
Cada crimen del estado es otra bofetada.
Este sabor agridulce...
la euforia de un mañana luminoso.
Un tiempo gentil sin militares.
Avisamos al estatus quo
que nos declaramos en desobediencia.
Tenemos 6402 razones para hacerlo,
y por su culpa seguimos sumando.
"Plomo es lo que hay y plomo es lo viene."
Lo tenemos muy claro.
Tiranos, títeres, escuchen:
La historia nos absolverá.

Democracia
Sangrar, caer después de ocho disparos.
Gritar entre miles arengando lo justo.
Quedar ciegos de un ojo por mirar con saña el horizonte.
Sufrir de hambre.
Levantarse con miedo.
Avisar a los amigos que llegaste de una marcha con vida...
Son insulsos protocolos que nos depara la muerte.
Aquí donde una bala vale menos que un libro.

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