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Esperandote
Esperandote
PEGGY J. HERRING
Capitulo uno
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capítulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo Ocho
A Elaine le sorprendió ver que Maxine ya
estaba en el restaurante cuando ella llegó.
Para su consternación, una mirada al reloj
le confirmó que era ella la que llegaba
tarde, no es que Maxine hubiera llegado
pronto. Elaine se ahuecó el pelo, que aún
estaba húmedo. Darse una ducha con
Cheryl aquella mañana hubiera sido una
idea excelente si no se hubieran pasado
tanto rato besándose bajo el chorro de
agua.
Elaine prácticamente podía sentir cómo
resplandecía su cuerpo cada vez que
pensaba en Cheryl y, si hubiera tenido que
hacerlo, hubiera sido capaz de vivir
durante meses solo con el recuerdo de la
noche anterior.
—Creía que me había equivocado de
restaurante —dijo Maxine—. Nunca había
llegado antes que tu —Se me ha hecho
tarde —repuso Elaine.
— ¿Estas bien? Te veo diferente esta
mañana.
—Perfectamente —respondió Elaine—.
He estado...
—Espera a que te cuente lo que me pasó
anoche Maxine.
—El brillo de su mirada alertó a Elaine
de que se avecinaba un relato de
aventuras sexuales, pero la camarera que
se acercó a servirles café y a tomar nota
las interrumpió momentáneamente—.
Betina tiene una amiga que trabaja en el
Sea World —dijo Maxine en cuanto se
hubo ido la camarera—. ¿Has oído las
noticias esta mañana? ¿Has visto los
titulares de los periódicos?
Elaine negó con la cabeza. Cheryl era lo
único que tenía en la mente.
— ¡Estábamos allí anoche cuando nació
Baby Shamu! — exclamó Maxine—. Fue
increíble.
— ¿Baby Shamu? ¿La ballena? Estas de
broma, ¿verdad?
¿Es por eso por lo que estas tan exaltada?
—Fue todo un acontecimiento mediático
—dijo Maxine, un poco molesta por la
falta de entusiasmo de Elaine— . Nos
dieron un distintivo especial y todo.
—Distintivos especiales. ¡Guau! —Elaine
se rio.
«Dios, que bien me siento esta
mañana.»—. Me alegra saber que
vosotras dos, si hace falta, podéis estar en
público sin quitaros la ropa. Es fantástico.
Maxine arqueó una ceja y lanzó una risita
cómplice.
—Todavía no se ha acabado la historia,
doctora Marcaluso. Después, mientras
todos estaban en el baño del bebe, mi
pequeña Betina y yo bautizamos el Shamu
Stadium. Por cierto, la acústica es
fabulosa. Fue una experiencia estimulante,
tal como dicen.
— ¿En el Shamu Stadium? ¿Tú y Betina
en el...?
—...Shamu Stadium —Maxine terminó la
frase por ella—.
Me poseyó justo allí, en la zona mojada,
cariño, en la primera fila del centro. Fue
una experiencia de otra dimensión.
—Se llama zona de salpicaduras, no zona
mojada —le recordó Elaine.
—Créeme, doctora Marcaluso. Para
cuando nosotras acabamos, era la zona
mojada. —Maxine deslizó lentamente la
punta de la lengua por su brillante labio
superior y movió la cabeza—. Voy a
trabajar cada día porque así puedo
descansar un poco, te lo juro. —Alcanzó
su taza de café—. ¿Y bien? ¿Cómo os van
las cosas a vosotras? ¿Ha habido algún
progreso en el frente Cheryl Trinidad, por
decirlo así?
Elaine se apoyó en el respaldo y sonrió.
—Anoche hicimos el amor —dijo
tranquilamente.
— ¿Vosotras que? —gritó Maxine. Volvió
a dejar la taza, vertiendo gran parte del
contenido sobre el plato—. ¿De verdad?
Elaine asintió.
— ¿Y por qué me dejas hablar y hablar
sobre ese estúpido pez? Cuéntamelo todo
sin dejarte ni una palabra.
Se tomaron el café mientras Elaine
respondía a una batería de preguntas
salpicadas de vez en cuando por los
escandalosos aullidos de deleite de
Maxine.
Elaine se negó a comentar los detalles
íntimos de aquella noche de pasión, a
pesar de que Maxine intentó curiosear en
diversas ocasiones.
—Bueno —dijo Maxine con una sonrisita
—, siempre he admirado tu paciencia. —
Hicieron chocar las tazas en un brindis—.
Lo bueno se hace esperar, doctora
Marcaluso. Y tú llevas mucho tiempo
esperando.
—Eso no es lo mismo que decías hace
años —le recordó Elaine—. Tu filosofía
de entonces era que la que espera
desespera.
La cálida sonrisa de Maxine era
contagiosa.
—Ya se sabe que alguna vez puedo
equivocarme.
*
Más tarde, aquel mismo día, Elaine llamó
a la puerta de Cheryl. Su corazón parecía
una cuerda descontrolada que le daba
latigazos en el pecho. No podía recordar ni las
dos terceras partes de lo que había hecho
durante el día salvo pensar en la noche
anterior y fantasear con lo que tenía
intención de hacerle a Cheryl mas tarde.
Elaine saludó con la mano al rostro que se
asomó tras las cortinas y, por el tintineo
de la cerradura, supo que Cheryl estaba
igual de ansiosa por verla. La puerta se
abrió de par en par y Cheryl tomó a
Elaine de la mano para arrastrarla hacia
el interior.
—Me he pasado el día esperando este
momento —dijo, hablando en el suave
hueco de la nuca de Elaine.
La puerta se cerró tras ellas, mientras
Cheryl la rodeaba con sus brazos y la
besaba con fervor. El cuerpo de Elaine
respondió al momento cuando la mano de
Cheryl se deslizó por debajo de su camisa
y le acarició los pechos. Elaine podía
oírse a sí misma emitiendo ruiditos sin
sentido que acompañaban a la serie de
saltos mortales que sacudían su estómago.
La pasión de Cheryl estaba a la altura de
la suya y la necesidad de sentir la piel de
la otra pareció apoderarse de ellas dos al
mismo tiempo. Fundidas en un beso
prolongado, cooperaban con las
cremalleras y los botones, ayudándose
mutuamente a quitarse la ropa.
—Oh, Dios. ¡Cuánto me gusta sentirte! —
musitó Cheryl— . Vamos a la cama. —No
soltó la mano de Elaine mientras se
dirigían a la habitación, pero cuando
estuvieron allí la desnudó a los pies de la
cama—.
Esta vez hagámoslo más despacio —le
susurró, mientras le besaba el cuello y los
hombros desnudos. Las dos temblaban de
emoción. Rozó el lóbulo de Elaine con la
punta de la lengua y, lentamente, empezó a
lamérselo.
Elaine cerró los ojos y apretó su cuerpo
contra el de Cheryl: necesitaba sentirla
tanto como pudiera. «A la mierda con lo
de ir despacio», pensó Elaine y la ayudó a
quitarse lo que le quedaba de ropa.
Cheryl encendió la luz que había al lado
de la cama y la besó de lleno en la boca.
Instantes después, tomó la cara de Elaine
entre sus manos y le susurró: —La de
cosas que quiero hacerte.
Elaine no podía hablar. Se sentía como si
estuviera ardiendo, a causa de la lujuria
que percibía en la voz de Cheryl y en la
mirada de sus ojos. La hizo tumbarse de
espaldas sobre la cama. Las palabras se
mezclaban en su cabeza mientras rodaba
hasta quedar encima de Cheryl y hundir la
cara entre sus pechos.
Era la única persona en el mundo que
podía dejarla sin habla, así que Elaine se
limitaba a emitir frases cortas.
—Podría besarte durante horas —dijo
Elaine. Tomo un pezón en su boca y sintió
como la inundaba el deseo cuando el
cuerpo de Cheryl se arqueó para
acercarse al de ella. Mientras avanzaba
por el estómago de Cheryl, besando su
piel, rodeándole el ombligo con la lengua,
que movía rápidamente, las manos de
Cheryl en su cabello la convencieron de
que descendiera. Cheryl abrió las piernas
y emitió un sonido delicioso al sentir el
contacto con la boca de Elaine.
Elaine estaba en la gloria y Cheryl estaba
justo detrás de ella. Experimentando,
lamiendo, chupando, Elaine le introdujo
dos dedos y permitió que la lengua
buscara y explorara por su cuenta. Los
dedos de Cheryl sujetaban con firmeza el
pelo de Elaine y sus caderas empezaron a
moverse en un desesperado crescendo de
placer. Se corrió rápidamente, con
intensidad. Su cuerpo temblaba por el
esfuerzo.
Cheryl dejó de moverse mucho antes de
que sus dedos se relajaran sobre la cabeza
de Elaine. A Elaine le gustaba estar allí,
entre sus piernas, con la cara empapada y
la lengua que había aprendido de la
experiencia. Besó el sexo dulce y mojado
de Cheryl y el interior de sus muslos
húmedos. Notaba que Cheryl intentaba
tirarle de la oreja para hacerla subir.
—Ven aquí —le dijo—. Ven aquí para
que pueda abrazarte.
Elaine se tomó su tiempo y besó el cuerpo
de Cheryl a lo largo de todo el camino de
vuelta. Le encantaba aquella sensación de
embriaguez y sentir los parpados pesados,
y esperaba poder disfrutar de todo ello en
diversas ocasiones antes de que la noche
se acabara.
—Eres muy buena en esto —dijo Cheryl
con una vocecita somnolienta. Intentó
reírse y después la abrazó con las pocas
fuerzas que le quedaban—. Muy buena. —
Con las puntas de los dedos apartó
algunos rizos sueltos de los ojos de Elaine
—. Mi amante la doctora —susurró y
después estrechó su abrazo.
«Mi amante la doctora —pensó Elaine
mientras se le formaba un nudo en la
garganta—. No eres solo alguien con
quien se acuesta, Marcaluso. Te ha
llamado su amante.»
Cheryl la besó en la frente mientras movía
la mano hacia sus pechos. Volvió a
besarla con un deseo ávido y
sorprendente, que hizo que Elaine se
quedara sin aliento. A continuación, sus
labios se dirigieron al cuello de Elaine.
—Ponte de lado —le dijo.
Elaine podía escuchar su propia
respiración alterada mientras obedecía las
órdenes. Sintió los pechos de Cheryl, que
se apretaban contra su espalda, con los
pezones duros y erizados. Cheryl estiró la
mano y le acarició los pezones, mientras
frotaba los suyos contra el hombro de
Elaine. Le recogió el pelo a un lado de la
cara y le pasó la lengua a lo largo de la
oreja. El aliento cálido de Cheryl y sus
suaves besos añadían más leña al fuego
que ardía entre las piernas de Elaine. La
mano de Cheryl volvió a acariciarle los
pechos y después bajó por su vientre,
suave y plano, para detenerse, por fin, al
borde de su vello púbico.
—Ábrete de piernas —le susurró Cheryl.
Sus labios no habían dejado en ningún
momento de besarle la cara, el cuello, los
hombros, desplazándose en busca de nuevas
vías de placer.
A Elaine le encantaba la manera en que
Cheryl le hablaba cuando estaba excitada.
«Vamos a la cama.»
«Ábrete de piernas.» Nunca preguntaba.
Siempre eran órdenes directas y provocativas.
—Hasta ahora, nunca había sido agresiva
en el sexo — musitó Cheryl. Deslizó los
dedos por entre los rizos húmedos de
Elaine, haciendo que se abriera más de
piernas y que exhibiera su sexo—. Pero
contigo siempre estoy tan ansiosa que
siento que no puedo tocarte lo bastante
rápido ni el rato suficiente. — Aquella
deliciosa lengua seguía mordisqueándola
y moviéndose rápidamente alrededor de
su oreja, haciendo que Elaine se estremeciera
de placer—.
Túmbate de espaldas. Quiero verte.
Elaine, alegremente, hizo lo que le decía y
volvió a sentir en el estómago aquella
sensación tan familiar, como si estuviera
en lo alto de una montaña rusa, mientras
Cheryl se inclinaba sobre ella y lamia un
pezón con su lengua ansiosa.
—El día de la caseta de los besos —le
dijo Cheryl—, me puse muy nerviosa
cuando te vi en la cola. Sabía la clase de
beso que quería darte.
Con la mano libre avanzaba lentamente
por el estómago de Elaine, manteniendo
los dedos de la otra mano dentro de ella.
Bajó hasta su entrepierna e hizo aletear la
lengua a lo largo del interior de sus
muslos, al tiempo que deslizaba el pulgar
arriba y abajo en su húmedo sexo.
—Eres preciosa, Elaine —susurró--.
Sabía que contigo iba a ser de esta
manera.
Elaine estaba fascinada por su voz y se
sentía impresionada por la intensidad del
sentimiento que inundaba su cuerpo. La
boca de Cheryl era cálida y anhelante, y
su lengua se mostraba ansiosa cuando la
exploraba y la acometía. Elaine, devorada
por las sensaciones, no era consciente de
nada que no fuera Cheryl entre sus piernas
dándose un festín con ella, lamiéndola y
chupándola. Elaine se agitaba por toda la
cama, moviendo las manos velozmente
por entre el cabello de Cheryl. Cuando los
fuegos artificiales explotaron bajo sus
parpados y reconoció como suyos
aquellos jadeos y gemidos, se desmoronó
sobre la almohada, intentando recuperar
la respiración. Los orgasmos no eran algo
desconocido para ella, pero aquella
experiencia merecía un lugar aparte en sus
recuerdos.
Ahora Cheryl estaba a su lado, besándola
en las mejillas y apartándole los mechones
rebeldes de los ojos.
—Gírate —le susurró.
Elaine intentó sonreír, pero el esfuerzo
resultaba agotador.
—No creo que pueda moverme —logró
decir—. Me sorprende poder respirar sin
ayuda.
Cheryl se rió y la empujó suavemente.
—Gírate. Voy a hacer que te valga la
pena.
Elaine se tumbó boca abajo, medio
aturdida y aletargada tras el orgasmo,
pero gimió dando su aprobación cuando
Cheryl se sentó a horcajadas sobre ella y
se apoyó cómodamente en la parte más
baja de su espalda. A continuación,
empezó a frotarle los hombros y el cuello
con una loción con aroma de fresas, que
primero calentaba en las palmas de sus
manos.
—Me gusta cómo sabes —le dijo Cheryl
—. ¿Te lo había dicho alguien antes?
—No —respondió Elaine. Tenía los ojos
cerrados y, superada la necesidad de
respiración asistida, volvía a respirar con
normalidad--. ¡Jesús, esto es maravilloso!
Cheryl se inclinó hacia delante y frotó los
pezones contra Elaine.
—Y aún no hemos empezado —susurró,
mientras le aplicaba más loción.
La fricción lenta y profunda en los
hombros y la espalda de Elaine hizo que
esta se relajara completamente. Las yemas
de los dedos y las manos de Cheryl
obraban un efecto mágico sobre su
cuerpo: hubiera podido quedarse allí para
siempre. Lo siguiente de lo que fue
consciente Elaine fue del zumbido de un
vibrador y doña Sedosa, la varita mágica,
le masajeó un hombro e hizo desaparecer
la poca tensión que aún le quedaba
alrededor del cuello.
—Humm —ronroneó.
El sonido en sí resultaba excitante, pero
seguía sin estar en condiciones de hacer
nada al respecto.
Cheryl se iba inclinando de vez en cuando
para susurrarle cosas como: «Bonitos
hombros» o «Podría correrme con
besarte».
Le pasó el vibrador por las costillas y
jugueteó con los lados de sus pechos. La
voz de Cheryl cuando susurraba muy
sensual y aquellos pezones rozándole la
piel no hacían más que provocarle
escalofríos por todo el cuerpo.
Elaine quería verla y se tumbó boca
arriba, haciendo que las dos cambiaran de
posición. Cheryl volvió a acomodarse
encima de ella, a horcajadas sobre su
cintura, apoyándose en las rodillas. Pasó
la punta del vibrador en marcha bajo los
pechos firmes de Elaine y le sonrió, con
el deseo grabado en sus ojos.
Desplazó el vibrador por el pecho
derecho de Elaine y agitó la cabeza para
apartarse el pelo de sus hombros
desnudos.
—Tócate con el vibrador —le dijo Elaine
—. Quiero verte
—Ese no era el plan original —musitó
Cheryl.
Elaine alargó las manos para acariciarle
los pechos y respondió en un susurro: —
Para hacer el amor no hay instrucciones.
—Entonces, tócame tú con el vibrador —
dijo Cheryl Puso la varita mágica en
manos de Elaine y, con sus dedos fríos,
dibujó un zigzag a lo largo del sensible
cuerpo de Elaine.
Elaine movió el vibrador por encima del
vientre de Cheryl y después descendió
hasta la parte interna de sus muslos. Un
gemido resuelto escapó de su garganta
cuando Elaine deslizó el vibrador entre
sus piernas.
La atención de Elaine seguía clavada en la
expresión de Cheryl: tenía los ojos
cerrados, los labios abiertos y la cabeza
echada hacia atrás. «Éxtasis en
movimiento —pensó Elaine mientras la
miraba, la tocaba, la escuchaba—. ¿Sera
este el aspecto que tenemos todas justo un
momento antes de que suceda?
Estamos tan ocupadas haciéndonos cosas
la una a la otra que nunca tenemos ocasión
de ser testigos de este momento.»
Una mano de Cheryl cubrió la de Elaine,
asumiendo el control del vibrador.
—Tócame los pechos —le dijo y, con la
otra mano, la guió para que le acariciara
los pezones.
Los diversos «oh» empezaron en lo más
profundo de la garganta de Cheryl y
fueron creciendo en intensidad hasta
convertirse en un delicioso gemido
primario. Su cuerpo se balanceaba a un
ritmo constante, en el preámbulo del
orgasmo, y Elaine lo presenció todo,
desde el principio hasta su glorioso final.
Después, apagó el vibrador y lo escondió
bajo la almohada.
Cheryl estaba ahora a su lado, agotada y
somnolienta.
—Gracias por haber compartido esto
conmigo —le susurró Elaine. Su voz
estaba cargada de emoción mientras
frotaba una mejilla salpicada de lágrimas
contra la frente de Cheryl—. Gracias.
Capitulo nueve
Elaine siguió el aroma a café recién hecho
hasta llegar a la cocina, donde encontró a
Cheryl en bata y con unas zapatillas
peludas, a juego. Elaine había sido capaz
de localizar toda la ropa que llevaba la
noche anterior, aunque la idea de volver a
ponérsela no le resultaba demasiado
estimulante. Tomó la taza de café que
Cheryl le tendía y la dejó junto a la de
esta, que ya estaba sobre el mármol.
Empezaron a besarse casi
inmediatamente, con dulces besos de
buenos días que hicieron que Elaine
sintiera una oleada de calor en su interior.
— ¿Tienes tiempo de desayunar? —le
preguntó Cheryl.
—La verdad es que no. —Elaine tiró del
cinturón de la bata de Cheryl y deslizó las
manos sobre su cuerpo desnudo--. No
puedo creer que no se me ocurriera
traerme una muda de ropa.
Ahora tenía que irse corriendo a casa,
darse una ducha y volver a meterse de
lleno en el tráfico matutino.
—Pero esta noche sí que te la traerás,
¿verdad?
— ¡Oh sí! Claro que sí. —Elaine la besó
en el cuello y en el suave hueco entre la
nuca y los hombros—.
Este fin de semana tengo que ir a Saint
Louis, a una conferencia. Salgo mañana
por la tarde. ¿Quieres venir conmigo?
—El sábado tengo una reunión con el
administrador municipal —dijo Cheryl
con la decepción reflejada en la voz—.
Estamos discutiendo sobre la financiación
de la biblioteca y no puedo librarme.
Elaine tenía que presentar una
comunicación en la conferencia, lo que
hacía que ella tampoco pudiera librarse.
Cheryl le pasó los brazos alrededor del
cuello y se acercó hasta que sus frentes se
tocaron.
— ¿Cuando vuelves?
—El domingo por la tarde, sobre las
cinco.
Besó a Elaine en la punta de la nariz y, en
broma, frotó su nariz contra la de ella.
—Será mejor que duermas todo lo que
puedas en el avión de vuelta, cariño,
porque la noche del domingo no vas a
dormir nada. Te lo juro.
« ¡Cariño! Te ha llamado cariño,
Marcaluso!»
—Esta noche podríamos disfrutar de una
cena tranquila, aquí en casa —dijo Cheryl
—. No me he comportado como una buena
anfitriona desde que te he llevado a la
cama.
—La comida es algo que puedo conseguir
en cualquier parte —susurró Elaine y
volvió a besarla.
Después de una mañana ocupada tratando
un caso de acné y un caso agudo de sarpullido
en la zona genital, extirpando algunas
verrugas de consideración, Elaine disfrutaba
de la segunda taza de café del día.
Normalmente, no tenía demasiado tiempo
entre pacientes, pero alguien había
cancelado la visita justo antes de la
comida, lo que le daba la oportunidad de
releer su comunicación. Hablar en
público no era uno de sus puntos fuertes.
Era algo que tenía que trabajar, pero
estaba segura de que algunas prácticas de
camino a Saint Louis la ayudarían a no
ponerse nerviosa cuando llegara el
momento.
Comprobó el reloj y se dio cuenta de que
tenía veinte minutos para conseguir algo
de comida, si es que quería comer aquel
día. Abrió la puerta de la consulta y se
encontró con Mickey plantada ahí delante.
— ¡Joder! —gritó Mickey—. Me has
asustado.
— ¿Que estás haciendo aquí?
Por un momento, Elaine se quedó
desconcertada. Se le apareció mentalmente
la imagen de aquellos pasatiempos de
«Encuentre el error en el dibujo».
Hacía tres meses que no veía a Mickey y,
por lo que podía recordar, hasta entonces
Mickey no había visitado nunca su
consulta, ni siquiera para la inauguración,
dos años atrás.
Elaine abrió la puerta del todo e hizo un
gesto hacia la silla que había delante de
su escritorio. «Ya puedes despedirte de la
comida, Marcaluso.»
—Tengo que estar en los juzgados dentro
de tres cuartos de hora —dijo Mickey,
mientras se sentaba y se ponía cómoda.
Llevaba un traje de ejecutiva gris. El
corte de la chaqueta era impecable y el
largo de la falda, perfecto. Mickey sabía
cómo vestirse para tener éxito, llevaba
ropa cara y ofrecía todo el aspecto de una
abogada. Mientras Elaine contemplaba a
su hermana, intentó imaginarse por que las
mujeres la encontraban atractiva. El
cabello de Mickey era del mismo color
que el de Elaine, espeso y negro
azabache, pero Mickey lo llevaba corto,
con un corte moderno. Su seguridad en sí
misma era insoportable y su sentido del
humor lindaba con lo excéntrico. Sin
embargo, Mickey tenía algo más, algo que
Elaine nunca había podido determinar,
algo que hacía que, siendo las dos
lesbianas, habiendo tenido los mismos
padres y habiendo estado en una ocasión
enamoradas de la misma mujer, ellas dos
no tuvieran absolutamente nada en común.
— ¿Cómo es que tu coche ha estado
aparcado en la entrada del garaje de casa
de Cheryl dos noches seguidas? —le
preguntó Mickey, yendo directa al grano.
Por un momento, Elaine se quedó
estupefacta por la pregunta y supuso que
tenía la boca abierta. Se quedaron
mirando la una a la otra, las dos
esperando a que Elaine dijera alguna
cosa.
—Responde a la pregunta —dijo Mickey,
lentamente, con el tono de voz tranquilo
que utilizaba en los juicios.
—Donde está o deja de estar mi coche no
es asunto tuyo.
La mente de Elaine iba a mil por hora
mientras pensaba en lo que podía
significar todo aquello: que Mickey se
presentara allí de aquel modo, que
Mickey vigilara la casa de Cheryl. A
Mickey le importaba un rábano lo que
hiciera Cheryl entonces o con quien lo
hiciera. Mickey estaba celosa. Elaine
podía leerlo en su mirada y aquello no era
una buena noticia.
— ¿Y tú que haces circulando de noche
por delante de la casa de Cheryl? —le
preguntó Elaine a su vez.
A Mickey le sobresaltó la pregunta y se
removió, inquieta, en la silla.
—Bueno, queda de paso...
—No queda de paso a ninguna parte, así
que no me vengas con historias.
—Estoy absolutamente convencida de que
no has tardado ni un momento en...
—Responde a mi pregunta, Mickey. ¿Qué
haces circulando de noche por delante de
la casa de Cheryl?
Mickey se levantó de repente y sacó las
llaves del bolsillo de la chaqueta. Tenía
la mandíbula apretada y las mejillas un
poco coloradas. Desvió la mirada de la
de Elaine y dijo:
—Venir aquí ha sido un error.
Antes de que Elaine pudiera levantarse de
su escritorio, ya había cruzado la habitación y
había abierto la puerta.
Cuando se quedó sola, Elaine se sintió
aliviada, pero mientras continuaba ahí
sentada, mirando a la puerta, dos cosas
seguían destellando en su mente: «Mickey
esta celosa» y «¿Por qué pasa de noche por
delante de casa de Cheryl?».
Después de trabajar, Elaine se fue a su
casa a hacer las maletas y a asegurarse de
que su gato tenía suficiente de todo para
pasar sin problemas los siguientes días.
Su vecina le había prometido echar una
ojeadita al gato el sábado, pero, de todos
modos, tendría que pasar por casa el
domingo en algún momento para
comprobar que todo estaba en orden y
también necesitaría una muda de ropa
para ir a trabajar el lunes por la mañana.
Elaine se preguntó si a Cheryl le gustaría
ir a pasar la noche del domingo a su casa.
«Será mejor que pongas sabanas limpias
por si acaso. Sigues necesitando causar
buena impresión».
Elaine llegó a casa de Cheryl poco
después de las siete para apreciar el
aroma a cebolla y ajo que flotaba en el
ambiente. Su estómago rugió con tanta
fuerza que hasta le resultó embarazoso.
—Estoy muerta de hambre —dijo Elaine
—. Hoy no he tenido tiempo de comer.
Los labios de Cheryl le mordisquearon el
lóbulo de la oreja e hicieron que un
escalofrío le recorriera todo el cuerpo.
— ¿A qué hora te has de ir mañana? —le
preguntó Cheryl.
—A las tres.
Su estómago volvió a rugir, lo que
provocó las risas de las dos. Dejó que
Cheryl la guiara por el vestíbulo hasta la
cocina.
—Mejor te doy de comer antes de que sea
demasiado tarde —dijo Cheryl.
Comieron a la luz de las velas y tomaron
vino. Cheryl había preparado estofado de
pollo, con arroz salvaje y brócoli al
vapor. La ornamentación de la mesa era
impresionante, con mantelitos
individuales amarillos y servilletas a
juego.
—Deja sitio para el postre —le dijo
Cheryl un poco más tarde.
Sacó una tartita de manzana de película,
que olía a canela y que aún estaba
caliente. Elaine era famosa por su sano
apetito. Disfrutaba sinceramente de la
comida y consideraba una bendición
haber sido dotada de un metabolismo que
compensaba sus malos hábitos
alimentarios.
— ¡Que comida tan fantástica —exclamó
Elaine, una vez hubo superado la
urgencia.
Cheryl sonrió.
—Que estuvieras muerta de hambre
también ha ayudado, seguro. —Sus ojos
se fijaron en Elaine con una mirada
penetrante y sutil—. Espero que haya
valido la pena esperar —dijo con voz
ronca.
Elaine volvió a sentir el traqueteo de una
montaña rusa en el estómago. «Si —
quería decir—, ha valido la pena esperarte.»
Podía notar cómo se le desbocaba el corazón y
cómo el calor la invadía cuando Cheryl la tomó
de la mano.
—He pensado algunas cosas para hacerte
más tarde —le susurró Cheryl.
Las dos se levantaron de la mesa al
unísono. Elaine se inclinó y apagó las
velas de un soplido.
—Háblame de esos planes que tienes —le
dijo.
—Son de carácter sexual.
Los labios de Cheryl estaban sobre el
cuello de Elaine, enviando deliciosas
descargas de placer entre sus piernas.
—Mejor que mejor —susurró Elaine.
— ¿Estas segura de que no quieres que te
acompañe al aeropuerto esta tarde? —le
preguntó Cheryl a la mañana siguiente.
Elaine echó la cabeza hacia atrás,
alentando a Cheryl a seguir besándola en
el cuello.
—Esto no lo podemos hacer en el
aeropuerto —dijo Elaine— y, además, me
gusta recordarte cariñosita y adormilada.
—La besó suavemente en los labios—. Te
llamaré esta noche desde el hotel para
asegurarme de que me echas de menos.
Sus miradas se encontraron y Elaine pudo
ver el efecto que causaban sus palabras.
La mirada de Cheryl planteaba en silencio
la pregunta: « ¿Cómo puedes pensar que
no te voy a echar de menos?». Era una
mirada cargada de fuerza y transmitía
tranquilidad.
No habían hablado aun de ello, pero
Elaine sabía que Cheryl se estaba
enamorando de ella. Las cosas entre ellas
iban demasiado bien, aunque Elaine no
sabía que haría si Cheryl no se enamoraba
de ella. Se obligó a sacarse de la cabeza
aquel pensamiento en concreto y evitó
profundizar en esa idea.
Mientras los dedos de Cheryl avanzaban a
través del flequillo de Elaine, pudo ver el
principio de una sonrisa en su rostro.
—Largo de aquí antes de que haga que
tengas que volver a vestirte otra vez —
susurró Cheryl. La abrazó y le arregló el
cuello de la blusa—. Hasta el domingo,
cariño.
Durante el vuelo a Saint Louis, Elaine
revisó su comunicación dos veces. Se la
sabía casi toda de memoria y volvió a
recordarse a sí misma que había sido un
honor que la seleccionaran de aquel
modo. La apreciación de Maxine aquel
mediodía durante la comida, sin embargo,
no había sonado tan estimulante.
—Es el año de la mujer, doctora
Marcaluso —dijo entre bocado y bocado
de su ensalada—. Estas conferencias han
estado recibiendo críticas porque no
reconocían lo suficiente a la mujer y ahora
todas vamos a estar presentando
ponencias. Ya lo veras.
En el vestíbulo del hotel había un cartel
enorme que indicaba donde tenían que
presentarse para la conferencia. El hotel
estaba plagado de dermatólogos y Elaine
reconoció algunas caras que había visto
en acontecimientos parecidos. La mezcla
era interesante.
Algunas inscritas se interesaron por la
ponencia de Elaine, ya que su nombre
aparecía en el folleto de la conferencia
que se había publicado un mes antes.
Cuando subió a su habitación por la tarde,
deshizo las maletas y colgó la ropa en el
armario. Estaba cansada. Se quitó los
zapatos antes de mirar el reloj. Eran las
siete y media, y seguramente, para
entonces, Cheryl ya habría llegado a casa.
El simple hecho de marcar su número la
hizo estremecerse como una tonta.
—Hola —dijo, cuando Cheryl contestó al
teléfono— Soy yo.
— ¿Cómo te va por «La puerta del
Oeste»?(8)
—Muy bien —respondió Elaine, mientras
apilaba los almohadones detrás de su
espalda—. Me he registrado en el hotel,
me he acreditado para la conferencia y he
tornado la suficiente cantidad de vino y
canapés.
Y ahora, la pregunta realmente importante
—dijo con seriedad—, el motivo
principal de mi llamada. —bajó la voz y
le preguntó con su susurro más sensual—:
¿Que llevas puesto?
— ¿Que llevo puesto? —repitió Cheryl,
riéndose--.
¡Vaya, vaya! ¿Es una de esas llamadas?
—Podría ser. —Elaine estaba asombrada
de lo bien que le hacía sentir
sencillamente escuchar la voz de Cheryl.
Te ha dado fuerte, Marcaluso, muy
fuerte»--.
Primero, dime donde estas —le dijo
Elaine—. ¿En la sala, en la cocina?
—En el dormitorio —repuso Cheryl—.
Estoy poniendo un poco de orden.
—En la habitación. Humm, mi lugar
favorito.
(8) apelativo que recibe la ciudad de Saint Louis (Missouri)
Elaine sonrió al escuchar la risa de
Cheryl.
—Cardigan ha encontrado una caja de
Kleenex y se ha dedicado a vaciarla —
dijo Cheryl—. En estos momentos mi
dormitorio está hecho un desastre, con un
montón de pañuelos blancos y esponjosos
esparcidos por ahí.
—Seguía habiendo un toque de malicia en
su voz cuando añadió—: Y yo llevo
pantalones de chándal grises, calcetines
blancos y la camiseta lila de la
Conferencia de Lesbianas de Houston...:
mi uniforme de limpiar la casa. En
realidad, es mucho más chic de lo que
parece cuando lo explico. —Hizo una
pausa momentánea y dijo—: Por cierto,
que limpio la casa cuando me siento sola.
El estómago de Elaine dio un pequeño
vuelco.
— ¿Ahora te sientes sola?
—Ya sé que es tonto. —Cheryl se quedó
callada durante unos segundos y después
le preguntó—: ¿Es demasiado pronto para
esto, Elaine?
— ¿Demasiado pronto para qué?
Cheryl suspiró y volvió a reír.
—Demasiado pronto para que me ponga a
limpiar cuando apenas hace unas horas
que te has ido. Por favor, cambiemos de
tema. Cuéntame cosas de la conferencia.
¿Hay algo interesante? ¿0 solo lo de
siempre: ponentes, talleres, banquetes,
etcétera, etcétera?
—Eso prácticamente lo describe todo.
—Llaman a la puerta —dijo Cheryl—.
Joey ha de venir a traerme folletos para la
reunión del comité.
—Entonces será mejor que te deje ir, ya
que el Chico Fantástico no va a esperar a
ninguna mujer. Te veo el domingo.
Colgó y se tumbó en la cama con el
teléfono a su lado. Parecía que aquel iba a
ser un largo fin de semana
Más tarde, aquella noche en la habitación,
Elaine sintonizó Parque Jurásico en el
televisor, pero enseguida perdió el
interés. Se preparó para irse a la cama,
pero se quedó dormida mientras leía un
artículo sobre tumores de piel benignos.
Decidió irse a dormir oficialmente a las
once y a esa hora se acostó. Horas más
tarde, desde los oscuros recovecos del
sueño más profundo, oyó que sonaba el
teléfono.
Ni siquiera se molestó en abrir los ojos
mientras buscaba a tientas sobre la mesita
de noche. Seguro que se equivocaban.
— ¿Si? —farfulló.
—Hola —dijo Cheryl—, soy yo.
Incluso dormida, Elaine reconoció aquella
voz: sonrió y volvió a sentir un calorcito
interior.
— ¿Mi amante la bibliotecaria? —
preguntó.
—La misma. Estabas durmiendo —le dijo
Cheryl en voz baja—, y más te vale estar
sola.
Elaine soltó una risita y se hundió más aun
en la almohada.
—Y bien —dijo Cheryl—, ¿que llevas
puesto?
«Quiero a esta mujer», pensó Elaine
mientras se volvía a reír y estiraba su
cuerpo cálido y adormecido bajo el
edredón.
—En comparación con lo de anoche, voy
excesivamente tapada.
—Te echo de menos —le susurró Cheryl
—. Solo quería que lo supieras. Buenas
noches. Sigue durmiendo.
Elaine escuchó el chasquido del teléfono
y se interrumpió la conexión. Acababa de
suceder algo maravilloso. Después de
aquello fue fácil dejarse llevar por los
dulces sueños.
Capitulo diez
Capitulo once
El lunes por la mañana, cuando Elaine
llegó a la oficina, Mickey estaba esperándola.
«Tiene un aspecto terrible», pensó Elaine
mientras se ponía una bata blanca limpia.
—Concédeme diez minutos de tu tiempo
—le dijo Mickey.
Tenía la cara tensa y parecía como si no
hubiera dormido demasiado la noche
anterior, pero su atuendo era impecable.
Iba vestida para un juicio, con un traje de
chaqueta azul oscuro, una blusa rosa
pálido y zapatos de tacón a juego. Lo que
le faltaba de personalidad lo compensaba
en elegancia.
Elaine abrió la puerta de su pequeña
consulta y señaló la silla que había
delante del escritorio.
—¿Cuándo fuiste a buscar el coche?
—Ayer por la tarde —dijo Mickey—.
Phoebe me acercó.
Elaine se dio cuenta de que Mickey
evitaba mirarla y supuso que probablemente
estaba avergonzada por lo del sábado por la
noche. Optó por no ponerle las cosas peor de
lo que ya estaban. Mickey se aclaró la
garganta y giró el cuello, para hacerlo crujir
en aquel ritual irritante al que recurría
siempre que estaba nerviosa.
—Yo... Ah... —empezó y después
tamborileo con los dedos en el brazo de la
silla—. ¿Puedes decirle a Cheryl algo de
mi parte? —le preguntó y, sin esperar
respuesta, añadió— Dile que estoy yendo
a terapia y que asisto a las reuniones de
Alcohólicos Anónimos cada día. Dile que
lo siento mucho todo: lo de Verónica y
Cancún..., todo. Solo dile esto.
—¿Por qué fuiste a su casa el sábado? —
le preguntó Elaine.
—¿Por qué? —repitió Mickey,
sorprendida por la pregunta—. Creo que
en realidad te buscaba a ti, para ver si
estabas allí. No sé, no lo recuerdo
demasiado.
—Se estiró la falda y se sentó más recta
en la silla— . Mira, sé que ahora no
quiere verme ni hablar conmigo, pero de
algún modo esto transmite un claro
mensaje. ¿A ti no te dice nada?
—Me dice que no quiere verte ni hablar
contigo.
—¿Eso es todo? ¿Eso es lo único que se
te ocurre?
Esta rebotada, Elaine. Está enfadada
conmigo y sabe que teclas pulsar. Solo te
está utilizando, pero no va a estar
enfadada conmigo toda la vida. Esto se le
pasara. ¿Acaso no lo ves?
—Pero, mientras tanto, es mi coche el que
está aparcado en su casa y son mis
zapatillas las que están bajo su cama —se
limitó a añadir Elaine—. ¿De verdad
crees que hemos de mantener esta
conversación?
Mickey le lanzó una mirada cargada de
odio.
—Le daré tu mensaje —dijo Elaine.
—Hazlo. —Mickey se levantó, apoyó las
manos en el borde del escritorio de Elaine
y se inclinó hacia delante—. Me sigue
queriendo y eso no cambiará nunca.
Elaine se encogió de hombros y,
hundiendo las manos en los bolsillos de
su bata blanca, también se puso en pie,
igualando centímetro a centímetro la
altura de Mickey.
—Ya lo veremos.
Elaine pagó la pizza y le dio propina al
repartidor.
Echó un vistazo al salón para comprobar
que Cardigan y Noah se estaban llevando
bien: siguiendo una sugerencia de Cheryl,
Elaine había llevado a Noah a su casa
para hacer una prueba piloto de convivencia.
Hasta el momento, los gatos se mantenían
cada uno fuera del camino del otro, pero
tanto Elaine como Cheryl estaban atentas
por si empezaban los zarpazos.
—Mickey ha venido a verme hoy —dijo
Elaine mientras dejaba la pizza sobre la
mesa. No quería sacar el tema, pero se lo
había prometido a Mickey. Abrió la caja y
vio las anchoas de la pizza—. No puedo
creer que te gusten las anchoas. ¡Es
fantástico! ¿Y qué tal tu tolerancia a las
coles de Bruselas? ¿Y al hígado?
¿Te gusta alguna de estas cosas?
—De hecho, me gustan las dos —dijo
Cheryl.
—Humm. Muy interesante. —«Si —pensó
Elaine—, ninguna de las dos queremos
hablar de Mickey.» Se sentaron a comer y
Elaine saboreó un pedacito de pizza
coronado con una anchoa antes de
proseguir. Al fin y al cabo, había
prometido transmitir el mensaje—.
Mickey ha venido a mi consulta esta
mañana y quería que te dijera que ha
empezado una terapia y que ha vuelto a
Alcohólicos Anónimos. También dice que
siente lo de México. Sólo quería que lo
supieras.
—Y ahora ya lo sé, gracias. —Cheryl
señaló con la cabeza a Noah y a Cardigan,
que estaban entretenidos olisqueando una
hoja de hiedra, sin duda después de haber
percibido el olorcillo a anchoa en el
ambiente— . Parece que se llevan bien.
—Sí, eso parece —asintió Elaine.
—Ahora que Noah esta aquí, ya no tienes
excusa para no traer más cosas tuyas —
dijo Cheryl.
—¿He estado poniendo excusas?
Cheryl se rió y recortó a mordisquitos un
trozo del borde de la pizza.
—No, la verdad es que no. Me gustaría
que pensaras en venirte a vivir conmigo.
De hecho, estas aquí todas las noches. Y
también podríamos hacerlo oficial.
Elaine, con aire despreocupado, dejó su
porción de pizza para que Cheryl no viera
que le temblaban las manos.
—¿Seríamos compañeras de piso que
duermen juntas? —le preguntó. Se acercó
a la caja de la pizza para tomar otra
porción, aunque ya tenía un trozo en el
plato—.
¿O es tu manera de pedirme que me case
contigo?
La suave sonrisa de Cheryl hizo que el
pulso de Elaine se desbocara. Elaine
pellizcó una anchoa y se la metió en la
boca. Se encogió de hombros y dijo: —
Supongo que es un poco absurdo hablar
de casarnos cuando tú ni siquiera estas
segura de quererme. —Tomó la copa de
vino con una mano medio temblorosa y
bebió un largo trago—. Así que me
imagino que seremos compañeras de piso
que duermen juntas. —Volvió a dejar la
copa y pasó un dedo lentamente por el
borde— . Seguiremos durmiendo juntas si
me mudo aquí, ¿verdad?
—¿De qué coño estás hablando? —le
preguntó Cheryl exasperada.
Los ojos de Elaine se abrieron de golpe:
nunca la había oído decir palabrotas.
—No necesito a ninguna compañera de
piso —dijo Cheryl—. ¿Y por qué iba a
hacer el amor contigo ahora y no cuando
te vengas a vivir aquí? —Tomó otro trozo
de pizza de la caja y lo dejó caer en su
plato—. Y sí, respondiendo a tu pregunta
anterior, es mi manera de pedirte si quieres
casarte conmigo.
—¿Te casarías con alguien de quien no
estuvieras enamorada?
La exasperación volvió a reflejarse en el
rostro de Cheryl, mientras buscaba a
Elaine con la mirada, pero, de repente, su
expresión se suavizó y se apoyó en el
respaldo de su asiento.
—¿Lo dices en serio? —le preguntó.
—Olvida todo lo que he dicho —susurró
Elaine. No tenía ni idea de cómo había
perdido la voz y, para su horror, sintió
que se le agolpaban las lágrimas en los
ojos. «La estoy presionando para que me
de respuestas que no tiene. ¿Qué me está
pasando?»—. Por favor, olvídalo.
—Elaine —le dijo Cheryl—, cariño, creo
que estoy enamorada de ti desde que me
diste aquel beso de cien dólares. —
Sonrió y se estiró para cogerle la mano
por encima de la mesa. La voz de Cheryl
era grave y estaba cargada de emoción
cuando le dijo—: Aquel día, en la Fiesta
Gay y Lésbica, me puse nerviosa cuando
vi que te ponías en la cola de la caseta de
los besos. Para entonces, ya sentía algo
muy fuerte por ti. —Levantó la mirada y
se rió suavemente de otro recuerdo—. Y
allí estabas tú, delante de mí, revisando
los enjuagues y charlando con Joey. Vi
que tú también estabas nerviosa y aquello
me hizo desearte incluso más aún. —
Volvió a reírse—. Y entonces, empieza a sonar
tu busca. ¿Te acuerdas? — Sus ojos se
clavaron en los de Elaine con una mirada
perspicaz y penetrante, y el estómago de
Elaine empezó una nueva sucesión de
vuelcos—.
Pero con busca o sin busca, doctora
Marcaluso, aquel día no te ibas a ninguna
parte hasta que no me hubieras dado un
beso.
Elaine asintió y le acarició la mano.
—Ni siquiera recuerdo como conduje
hasta el hospital después de aquello.
Cheryl se rió y apoyó los codos sobre la
mesa.
—¿Y bien? —susurró Elaine, agradecida
por haber recuperado la voz—. ¿Nos
vamos a casar o no? La pizza se está
enfriando.
A la mañana siguiente, Elaine no pudo
desayunar con Maxine, ya que estaba en el
quirófano asistiendo a un parto de
gemelos. Después del trabajo, Elaine
decidió pasarse por la consulta de Maxine
e inmediatamente se alegró de haber
perdido el interés por la obstetricia muy
temprano en la facultad. La sala de espera
estaba rebosante de mujeres en diferentes
fases del embarazo: algunas apoyaban las
revistas sobre sus enormes vientres
redondos y esperaban volver a ser
capaces de verse los pies algún día. Casi
todas estaban abanicándose en aquel
espacio relativamente fresco. Elaine se
detuvo frente al cartel enmarcado de la
sala de espera y negó con la cabeza. En
grandes letras se leía:
Confucio dijo Aquella que espere en la
consulta de un doctor debe ser paciente.
—Siento lo del desayuno —le dijo
Maxine unos minutos más tarde, mientras
le tendía un gráfico a la enfermera—.
Puedo dedicarte tres minutos mientras me
cambio de zapatos: mis pies están
pidiendo a gritos unas zapatillas de
deporte.
—Busca en tu agenda una noche en la que
tú y Betina estéis libres para ir a cenar —
dijo Elaine cuando llegaron a la consulta
de Maxine—. Aunque no será en un sitio
demasiado concurrido: no quiero que os
escapéis en un restaurante repleto para
follar en la cocina o algo así.
—De repente, te estas volviendo una
puritana —dijo Maxine entre risas—.
¿Qué te parece organizar uno de esos
banquetes italianos que te han hecho
famosa? ¿Ya has cocinado algo para
Cheryl?
—Pues ahora que lo dices, no.
—No estas promocionando tus mejores
cualidades, doctora Marcaluso. ¿Cómo
quieres que ella se dé cuenta alguna vez
del buen partido que eres?
Elaine sonrió.
—Ya lo sabe.
Maxine terminó de atarse los zapatos y se
pasó los dedos por entre su desordenado
cabello. Parecía cansada.
—Se te han acabado los tres minutos. Te
llamaré para decirte cuando nos va bien.
Capitulo doce