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ESPERANDOTE

PEGGY J. HERRING

Capitulo uno

El sonido del teléfono las despertó con un


sobresalto. Blanche, amodorrada por el
sueño, se removió penosamente bajo las
sábanas y busco a tientas el teléfono en la
mesita de noche.
— ¿Si? —masculló.
— ¿Phoebe? —preguntó una suave voz de
mujer.
—No, soy Blanche. ¿Qué hora es?
—Muy tarde, lo siento. Soy Cheryl.
¿Habéis visto a Mickey hoy?
Phoebe Carson, la pareja de Blanche, que
ahora estaba despierta, le dio un codazo
en las costillas y forzó la vista para mirar
el reloj, por encima del hombro desnudo
de Blanche. Eran las tres y media de la
madrugada.
— ¿A Mickey? No, no la hemos visto en
toda la semana.
—Gracias —dijo Cheryl—. Siento
haberos despertado.
Blanche parpadeó un par de veces al
tiempo que la línea dejaba de sonar.
— ¿Quien anda buscando a Mickey? —
refunfuñó Phoebe, ahuecando la almohada
y preparándose para continuar con sus
sueños.
—Cheryl. Y parecía preocupada. —
Blanche encendió la luz y marcó de
memoria el número de Cheryl y Mickey.
Descolgaron al primer timbrazo.
— ¿Mickey?
—No. Vuelvo a ser Blanche. ¿Estás bien?
¿Qué pasa?
Cheryl sorbió y a Blanche le pareció oír
un sollozo.
Se le erizaron los pelos de la nuca, pero
se sintió aliviada cuando Phoebe, que
siempre reaccionaba mejor en los
momentos de crisis, agarró el teléfono.
Blanche apartó el edredón, salió de la
cama con dificultad, se puso unos
pantalones de chándal y empezó a buscar
las bambas.
—Ahora mismo vamos —dijo Phoebe
hablando por teléfono--. Tranquilízate. En
diez minutos estamos ahí.
Acabaron de vestirse a toda prisa y en
silencio, y no dijeron nada hasta que
estuvieron dentro del coche, saliendo
marcha atrás por el caminito. Como
Phoebe tenía mejor visión nocturna que
Blanche, conducía ella. Al ver la cara de
preocupación de su pareja, Phoebe la
tomó de la mano.
—Lo más probable es que Mickey se haya
quedado a trabajar hasta tarde y que no
responda al teléfono en el despacho —
dijo Phoebe. «Mírate, ya vuelves a estar
poniendo excusas para justificarla.»
—Esa capulla no es tan tonta.
Blanche había pensado un plan: en cuanto
supieran donde había llamado Cheryl para
intentar encontrar a Mickey, la búsqueda se
restringiría considerablemente.
En el fondo, Blanche rezaba porque su
brillante aunque desconsiderada hija estuviera
aún en el despacho trabajando en algún caso,
en vez de estar inconsciente en el parking de
algún bar. Nadie quería tener que
ocuparse de una Mickey borracha.
Phoebe llamó al timbre de la modesta
casa en la que vivía Cheryl Trinidad, en
la zona norte. Cheryl respondió al
momento. Se la veía un poco
desmejorada, pero aun así seguía estando
más elegante y atractiva de lo que nadie
tenía derecho a estar a aquellas horas.
—Hola —les dijo Cheryl, dándoles un
abrazo. Incluso vistiendo vaqueros y una
camiseta de la Saint Mary's University,
Cheryl lograba transmitir clase a aquel
sencillo atuendo—. Gracias por venir.
Mickey se enfadará mucho cuando sepa
que os he llamado.
—Así, ¿has tenido noticias suyas? —
preguntó Blanche, sintiendo como la
invadía una sensación de alivio.
—No —repuso Cheryl mientras se
separaba de ellas—, me refiero a cuando
por fin vuelva a casa.
--¿Adónde has llamado? —preguntó
Phoebe. Pasó un brazo por los hombros de
Cheryl y la condujo hasta el sofá.
—A la policía, a los hospitales, a su
despacho y a todos los amigos y
compañeros de trabajo de los que tengo el
teléfono. —Cheryl cerró los ojos y se
frotó su perfecta nariz—. Dejando de lado
a la policía y a los hospitales, lo único
que he conseguido es despertar a la gente.
—Dejo caer la cabeza hacia atrás
mientras las lágrimas comenzaban a
deslizarse por sus mejillas—. He
empezado a las once y media, y los bares
ya habían cerrado cuando pensé en probar
ahí —Alargó la mano y apretó la rodilla
de Blanche, mientras repetía—: Se
enfadará tanto cuando sepa que os he
llamado.
Blanche, en respuesta, le dio una
palmadita reconfortante sobre la mano.
—Se le pasará. ¿Qué os parece si preparo
un café?
Puede que tengamos para un rato.
Mientras Blanche estaba en la cocina,
Phoebe se inclinó hacia ella y le preguntó:
— ¿Crees que es posible que Mickey haya
salido a beber?
Cheryl se encogió de hombros y se secó
los ojos con un Kleenex húmedo y
arrugado.
—No lo sé. Últimamente ha estado algo
callada, pero ha pasado muchas horas
trabajando. Creo que, si hubiera vuelto a
beber, yo lo sabría.
Blanche volvió de la cocina con un trozo
de papel en la mano y, lentamente, se lo
tendió a Cheryl.
—Estaba en el suelo, debajo de la mesa.
El gato debe de haberlo tirado de la
encimera.
Blanche observó como la expresión de
Cheryl cambiaba a medida que iba
leyendo. Un mechón de su melena castaña
cayó sobre su rostro y Cheryl lo devolvió
a su sitio con un rápido movimiento de
muñeca. Sus ojos, de color marrón claro,
se abrían a medida que iba descifrando la
apretada y descuidada caligrafía de
Mickey. El corazón de Blanche,
finalmente, había dejado de palpitar de
preocupación por su hija, pero, en
cambio, para la mujer que tenía delante
había empezado un dolor nuevo,
completamente diferente.
Estoy en México con mi nueva amante.
Volveré dentro de una semana. Ya
hablaremos.
Mickey Blanche había esperado más
lágrimas, histeria, gritos. Casi cualquier
cosa excepto el más absoluto silencio. La
impresión reflejada en el rostro de Cheryl
y la desolación de su mirada le
desgarraron el corazón.
—Lo siento, cariño —dijo Blanche. Le
temblaba la voz mientras hablaba. Tomó a
Cheryl entre sus brazos y se juró a sí
misma que la próxima vez que viera a
Mickey la zarandearía de tal modo que se
le iban a guitar todas las tonterías.
— ¿Que ella qué? —espetó Phoebe
después de leer por encima la nota—.
¿Acaso se ha vuelto loca?
—Ahora no es el momento, querida —
susurró Blanche a su pareja.
— ¡Esta no es la educación que le hemos
dado!
—Por favor, Phoebe. Ahora no.
—Siento haberos sacado de la cama para
nada —dijo Cheryl en un tono monocorde.
Blanche volvió a abrazarla, mas por sí
misma que por Cheryl. ¿Cómo podía
Mickey hacerle algo así a una persona tan
maravillosa? ¡Cheryl era tan buena con
Mickey! La había ayudado a superar sus
desagradables problemas con la bebida el
año anterior y, mientras Mickey estudiaba
derecho, había conseguido una casa donde
vivir y ropa que ponerse. ¡Cheryl era tan
sensata y generosa! Blanche no podía
imaginar a nadie más adecuado para su
hija. ¿Cómo podía hacerle eso Mickey?
—Ahora preferiría estar sola —susurró
Cheryl.
—No estoy segura de que sea la mejor
idea en este momento —dijo Blanche.
Quería hacerle algunas preguntas y tenía
cosas que decirle. Preguntas del tipo: «
¿Cómo es posible que no supieras que
Mickey te estaba engañando? ¡Siempre
que se porta mal es tan evidente!». Y
cosas como: “Si, mi Mickey es una
capulla, pero te quiere, Cheryl. Sé que te
quiere».
—Por favor —dijo Cheryl, con la voz
quebrada—, es demasiado humillante.
Se levantó del sofá y avanzó resuelta
hacia la puerta. Cuando la hubo abierto se
apoyó contra el marco y esperó a que
ellas recogieran sus cosas.
—Esto no me gusta —susurró Phoebe.
—Puede que lo mejor sea que te vayas a
casa sin mí — le dijo Blanche a su pareja
—. Me quedare aquí y hablaré un rato con
ella.
—No —dijo Cheryl—. Por favor,
marchaos las dos. Ahora mismo no tengo
ganas de estar con nadie.
De mala gana avanzaron hacia la puerta y
abrazaron a Cheryl con fuerza. Durante el
trayecto hasta casa y a lo largo del día
siguiente, Blanche recordó el sonido del
llanto de Cheryl después de cerrar la
puerta.
Aquella vez Mickey sí que se había
metido en un buen lío. En un lío muy
gordo.
A la tarde siguiente Blanche abrió la
puerta de su casa y se le iluminó la cara
con una radiante sonrisa.
—Mi hija la doctora —dijo, dándole un
abrazo a Elaine.
—Tu mensaje parecía importante —
repuso Elaine—. ¿Qué ocurre? ¿Alguien
está enfermo? ¿Phoebe se encuentra bien?
—Es una larga historia. —Blanche pasó
el brazo por la cintura de su hija y fueron
hacia la cocina, donde Phoebe estaba
rallando zanahorias.
—Hola, desconocida —dijo Phoebe—.
¿Cómo va el negocio de la piel estos
días?
—Con una erupción de pacientes
últimamente.
Puso los ojos en blanco y soltó un
quejido. Elaine era dermatóloga y llevaba
dos años ejerciendo por cuenta propia.
Siempre que se encontraba con Phoebe
intercambiaban los mismos chistes de
dermatólogos.
Elaine se asomó por encima del hombro
de Phoebe para mirar el cuenco que iba
llenando lentamente con zanahoria
rallada.
—Las zanahorias son buenas. ¿Por qué las
rallas?
—Voy a preparar un pastel —le dijo
Phoebe—. ¿Te quedas a cenar? Tu madre
ha hecho sopa —explicó, señalando hacia
el horno con la cabeza— y el pan de maíz
ya casi está listo.
Blanche abrió el horno y echó un vistazo.
— ¿Cuándo fue la última vez que hablaste
con tu hermana? —le preguntó Blanche.
—Para tu cumpleaños, hará unas semanas.
—Elaine sacó un taburete de debajo de la
barra—. ¿Por qué?
—Se ha ido a México con una fulana. Por
eso.
— ¡Cheryl no es ninguna fulana! —
exclamó Elaine, bruscamente.
La zanahoria de Phoebe se detuvo a medio
camino hacia el rallador y la puerta del
horno se quedó un poco entreabierta
mientras Blanche se giraba para mirarla.
— ¿Quien ha dicho nada de Cheryl? —
rugió Blanche—.
Mickey tiene una nueva amante. ¿Sabías
algo de eso?
Segundos después, Phoebe estiró el brazo
y dio una palmadita bajo la barbilla de
Elaine, para ayudarle a cerrar la boca.
—Ah... no —respondió finalmente.
Phoebe le tendió el resto de la zanahoria
para que la mordisqueara
— ¿Estas segura de que Mickey no te dijo
nada? — preguntó Blanche.
—Mickey y yo ya no nos tenemos tanta
confianza. Ya lo sabes. —Elaine le dio un
fiero mordisco a la zanahoria—. ¡Maldita
sea! ¡Todos los abogados son unos
gilipollas!
Phoebe y Blanche soltaron una carcajada.
Elaine y Mickey habían sido criadas por
dos enfermeras, de modo que pasaron la
mayor parte de su infancia oyendo a su
madre y a la amante de esta discutir sobre
los defectos de casi todos los doctores
que conocían o con los que tenían que
trabajar, y la frase: «Todos los doctores
son unos gilipollas» nunca faltaba en
cualquier explicación sobre cómo había
ido el día en el hospital. No obstante,
cuando Elaine empezó la carrera de
medicina, la frase no volvió a emitirse en
su presencia. Elaine, sin embargo,
disfrutaba metiéndose con los abogados
—la profesión que había elegido su
hermana— cada vez que podía.
Mientras Blanche servía la sopa casera en
los cuencos, Phoebe se inclinó hacia
Elaine y le susurró: —Deja que Mickey y
Cheryl lo solucionen.
Elaine le lanzó una mirada inquisitiva.
—Lo digo en serio —dijo Phoebe.
—Vale, vale.
— ¿Que estáis cuchicheando vosotras
dos? —les preguntó Blanche. Sacó el pan
de maíz del molde y se frotó las manos—.
A comer.
Cheryl Trinidad pasaba las páginas del
periódico del día anterior, leyendo por
encima los artículos, con un Kleenex
limpio en la mano. No percibir los ruidos
de la biblioteca era tan natural para ella
como respirar. Enjugó otra lágrima que se
deslizaba por su mejilla y tuvo la certeza
de que, si alguien más volvía a
preguntarle que le pasaba, lo más
probable era que explotara.
¿Solo habían pasado dos días desde que
Blanche encontró la nota? ¿Aquella breve
y devastadora nota de tres frases con
malas excusas? Cuando el martes a las
diez de la noche Mickey aún no había
vuelto del trabajo, Cheryl empezó a
preocuparse. ¡Qué cosa más tonta! ¿Cómo
podía haberse ido Mickey de aquel modo?
Para ella, conseguir días libres en el
despacho suponía una considerable
cantidad de cambios en la distribución de
los casos de todos los empleados. Se
tardaba meses en planificar las
vacaciones en el despacho del fiscal del
distrito. « ¿Cuánto tiempo llevaba
planeando aquella escapada?», se
preguntaba Cheryl.
Pasó la página del periódico e intentó no
pensar en el día anterior, cuando había
llamado al despacho de Mickey por la
mañana y su secretaria le había
comunicado que ella estaba de vacaciones
toda la semana. Por alguna extraña razón,
oírlo de boca de aquella mujer hizo la
situación más real que leer la nota de
Mickey.
Cheryl llamó a la biblioteca el miércoles
por la mañana para decir que estaba
enferma y se pasó el día en casa, yendo de
una habitación a otra. Aún seguía en
estado de shock: lloraba de vez en cuando
y le costaba pensar con claridad. ¡Todo le
parecía tan increíble! No podía imaginar
que había pasado con su relación ni los
motivos que tenía Mickey para
abandonarla. Su tristeza era abrumadora.
¿Cómo podía ser Mickey tan infeliz sin
que ella se hubiera dado cuenta? ¿Y de
dónde había sacado tiempo para ver a otra
persona? «Estoy en México con mi nueva
amante», decía la nota. Hasta aquel
momento, Cheryl había preferido no
profundizar en aquella última línea. El
domingo ella y Mickey hicieron el amor,
vieron una película en la cama y se
comieron una pizza fría para desayunar;
estuvieron retozando desnudas y felices
durante horas. Así pues, ¿que había
podido pasar entre el domingo y el
martes? Nada de aquello tenía sentido.
El jueves por la mañana, mientras se
preparaba para ir al trabajo, Cheryl
estaba un poco aturdida. Casi no se
reconocía en el espejo: tenía los ojos
hinchados y la nariz roja. Deambulaba por
ahí como manejada por un control remoto.
A duras penas logró meterse en el coche y
conducir hasta el trabajo. « ¿Y
cuándo fue la última vez que comí algo?
—se reprendió a sí misma—. Puede que
sea por eso por lo que tengo el estómago
tan revuelto.»
— ¿Cuánto llevas trabajando en esta
biblioteca? —le preguntó una voz
cortante, interrumpiendo sus
pensamientos.
Cheryl levantó la mirada del periódico y
parpadeó para enfocar a Janet Landro, que
estaba delante de su escritorio.
—Un mes. ¿Qué haces aquí?
Janet se apartó el flequillo de los ojos.
—Tenemos que hablar —dijo, bajando la
voz—. Nuestras novias están en Cancún
follando como locas. ¿Podemos ir a algún
sitio donde estemos solas?
Lentamente, Cheryl dobló el periódico y
lo dejó a un lado. « ¿Verónica? ¿Mickey
esta en Cancún con Verónica? ¿Su nueva
amante es alguien a quien yo conozco?»
Por un momento, Cheryl se sintió
mareada: inspiró profundamente unas
cuantas veces y se estremeció.
—Hay un despacho al fondo —logró
decir.
¿Cómo era posible sentirse más
paralizada por la impresión de lo que ya
estaba? Recorrió el camino entre las
mesas y las sillitas de la sección infantil.
En la esquina, una persona estaba leyendo
para un grupo de niños.
— ¿Mickey te ha dejado una nota? —le
preguntó Janet en cuanto se hubo cerrado
la puerta del despacho.
Cheryl se aclaró la garganta.
—Sí.
— ¿Tan descriptiva como la mía?
Además, la muy zorra ha vaciado nuestra
cuenta corriente. Ni siquiera puedo pagar
la hipoteca.
Cheryl estaba de pie junto al escritorio,
con los brazos cruzados. Las lágrimas
habían desaparecido, pero ahora parecía
estarle sucediendo algo todavía más
inquietante.
— ¿Que decía exactamente la nota de
Verónica?
Quería detalles, pruebas, lugares, horas.
«Nuestras novias están en Cancún
follando como locas.»
— ¿Quieres saber qué es lo que me pone
enferma de verdad? —dijo Janet—. Que
los billetes a Cancún los compró para mi
cumpleaños. ¡Lo teníamos todo listo para
ir!
Igual que hacía con los ruidos habituales
de la biblioteca, Cheryl hizo caso omiso
de aquel arrebato y siguió allí, de pie, con
los brazos cruzados.
— ¿Que decía la nota de Verónica?
Uno de los dedos, largos y finos, de Janet
se levantó mientras empezaba con el
recuento de los hechos.
—Que llevan viéndose unos dos meses,
sobre todo en el despacho de Mickey. Dos
—dijo, levantando otro dedo—, que están
enamoradas y que piensan irse a vivir
juntas cuando vuelvan. Tres —prosiguió,
blandiendo los dedos ante el rostro de
Cheryl—, ¡la muy zorra me da las gracias
por cederle mi regalo de cumpleaños!
¿Tú lo crees?
Cheryl se sentó sobre la esquina del
escritorio.
Verónica y Mickey trabajaban juntas.
Janet y Verónica habían estado cenando
en su casa varias veces en los últimos
meses. Eran amigas. ¡Las cuatro eran
amigas!
—Gracias por decírmelo —musitó
Cheryl.
Pasó rozándola y se dirigió a la entrada
para informar a alguien de que se iba a
casa. «Mickey esta en Cancún con
Verónica. Hace meses que se ven.» La
verdad había dejado de suponerle un
sobresalto y oírla de Mickey en persona
ya no tenía importancia.
Aquellos fugaces sentimientos de
inferioridad que la habían invadido la
noche anterior también habían
desaparecido y las promesas silenciosas
de volver a ganarse a Mickey tampoco
tenían validez. «Hay algo patético en el
hecho de querer que una persona vuelva
después de haberme tratado de esta
manera», pensó Cheryl. Y ya no tenía
ninguna intención de seguir siendo
patética. Si Mickey Marcaluso había
querido irse, pues muy bien. Se había ido
para siempre.
Cheryl agarró el bolso de un cajón del
escritorio y salió de la biblioteca con toda
la dignidad y elegancia que pudo. Si
hubiera tenido algo en el estómago, habría
sentido ganas de vomitar, pero no era el
caso. No, señora, aquel ya no era el caso.
Capitulo dos

Elaine colocó la bandeja en una mesa que


había en un rincón de la cafetería del
hospital y, con un gesto de la mano,
saludó a Maxine, que parecía un poco
cansada. Elaine sonrió mientras separaba
la silla.
Cuando era niña había pasado allí algunos
de los momentos más memorables de su
infancia: Phoebe las recogía a ella y a
Mickey del colegio para que las tres
pudieran cenar con Blanche en aquella
misma cafetería. E incluso cuando estaba
en la universidad, Elaine había
compartido con Phoebe tantas cenas como
había podido en aquel mismo lugar.
Elaine se sentía tan cercana a Phoebe
Carson como a su propia madre. Phoebe y
Blanche llevaban juntas veinticinco años
y Phoebe había asumido su parte en las
tareas del hogar, al igual que las otras
madres del barrio. Conocía tan bien a
Elaine y a Mickey que a veces le daba
hasta un poco de miedo. «Y también está
Cheryl, que no me quita el ojo de
encima», pensó Elaine con desaliento.
Elaine vació la bandeja y la dejó en una
mesa cercana. La ensalada parecía fresca,
lo que constituía una agradable sorpresa,
teniendo en cuenta la hora que era.
Maxine había tenido que ir a atender una
cesárea urgente, pero, de todos modos,
comer tarde había resultado ser lo mejor
para las dos.
—Se te ve un poco demacrada hoy,
doctora Weston —dijo Elaine con una
sonrisita.
—Ya puede ser, doctora Marcaluso. —
Maxine se sentó y lentamente retiró de su
bandeja un bocadillo de ensalada de pollo
y un café.
— ¿Que ha sido? —preguntó Elaine—.
¿La operación de esta mañana tan
temprano o la ninfómana con la que sales?
Maxine se rió entre dientes y negó con la
cabeza.
—Esta mañana ha insistido en
acompañarme en coche.
Estábamos paradas en medio del tráfico
habitual, avanzando penosamente por la I-
10 cuando va y...
— ¿Es otra historia de sexo en la
autopista?
—No —se limitó a decir Maxine—. Es
una historia de juegos previos creativos.
No hubo sexo hasta que aparcó el coche
en la zona de entrada y salida de
pacientes, frente al hospital.
Elaine puso los ojos en blanco.
— ¡Jesús!
—Y que lo digas, cariño. Después de lo
de anoche, no creía que hoy fuera capaz ni
tan siquiera de caminar.
¡Virgen santísima!
—Estoy segura de que no me interesa
escuchar nada de eso.
Maxine mordisqueó su bocadillo y se
limpió la boca con la servilleta.
—No sé qué es lo que más me preocupa
de esta relación, sí que a ella se le
ocurran estas cosas tan escandalosas o
que yo esté tan dispuesta a hacerlas con
ella. ¿Qué será?
—Parece que te gusta mucho.
Maxine echó la cabeza hacia atrás y se
rió.
—Te has dado cuenta.
—Sí, me he dado cuenta. Y supongo que
tendré que apartar algún dinero para la
fianza, cuando me telefoneéis haciendo
use de la única llamada de teléfono
permitida después de ser arrestadas,
acusadas de algún tipo de cargos por mala
conducta sexual.
Maxine tomó un trago de café y después
empezó con la otra mitad de su bocadillo.
—Tú sí que eres una amiga de verdad. ¿Y
tú? ¿Tienes novedades? Ha pasado mucho
tiempo desde la última vez que ingresaste
a un paciente.
—Tres este mes. Deberías saberlo, pero
cada vez que vengo estás demasiado
ocupada.
— ¿Estas bien? —preguntó Maxine,
poniéndose seria de repente—. Pareces un
poco triste.
—Estoy bien. Mejor que nunca. —Elaine
se recostó en la silla y jugueteó con el
tenedor—. Mickey y Cheryl se han
separado. Supongo que no sé muy bien
que hacer.
—Por favor, no me digas que aun estas
colgada de ella, Elaine. Mantener viva la
llama de un amor no correspondido es
indigno de ti. —Como Elaine no decía
nada, Maxine suspiró dramáticamente y
dio unos golpecitos sobre la mesa con los
dedos—. Hace mucho tiempo que Cheryl
tomó una decisión. Olvídala.
—Ella nunca supo que podía elegir —
replicó Elaine.
— ¡Tonterías! ¿Acaso no salías tú con
ella cuando Mickey apareció en escena?
—Sí y no.
—Sí y no. ¡Y un cuerno! Escúchame —
dijo Maxine en un tono apremiante—.
Olvídate de Cheryl. No te conviene.
No importa si Mickey se va de casa ni si
se junta con todo un harén de lesbianas:
Cheryl Trinidad siempre estará perdidamente
enamorada de ella, independientemente de lo
que haga Mickey. ¿Me oyes?
—A ella no le gusta que la pisoteen,Maxine.
—No le importa que la pisoteen, en lo que
respecta a tu hermana.
—No estoy de acuerdo. —Elaine se puso
en pie y tiro las servilletas y los cubiertos
de plástico. De repente, había perdido el
apetito—. Un harén de lesbianas —
masculló-. ¿Desde cuando eres miembro
del club de fans de Mickey Marcaluso? Es
una inútil y una rompecorazones.
—Por no mencionar que es jodidamente
buena en la cama —dijo Maxine mientras
se acababa el bocadillo.
—Tienes razón —espetó Elaine—. Mejor
no mencionarlo.
Había olvidado que años atrás Mickey y
Maxine habían tenido una aventurilla. «Y
tanto, mejor que no lo mencionemos»,
volvió a pensar Elaine, enfadada. En el
pasillo se miraron la una a la otra y se
removieron, incómodas, durante unos
segundos.
—Adiós, doctora Weston —dijo Elaine
finalmente—. El porque te llamo cuando
necesito una palabra de ánimo es todo un
misterio para mí.
Maxine se rió.
—Hasta la próxima.
Estaba allí, en el contestador, cuando
Cheryl Trinidad regresó del trabajo: la
voz de Mickey preguntando cuando era un
buen momento para pasarse por casa a
recoger sus cosas. Ya hacía tres días que
Mickey y Verónica habían vuelto, pero
Cheryl no había dedicado ni un momento a
preguntarse dónde estarían las nuevas
amantes o que se pondrían aquellos días
para ir al trabajo. Cheryl y Janet, las
novias a las que habían plantado
recientemente, disfrutaban de la custodia
de una enorme cantidad del guardarropa
profesional de Mickey y Verónica.
Janet Landro había optado por apilar
todas las pertenencias de Verónica en el
jardín delantero, para que la gente las
viera y pudiera escoger. Cheryl, por su
parte, evitó aquellas exhibiciones
circenses de su ruptura. Sí, decidiría lo
que Mickey podía quedarse y lo que no.
Cheryl ya lo había metido todo en cajas,
pero no pensaba rebajarse al nivel de
Mickey. No quería verla ni hablar con
ella en aquellos momentos: el dolor y la
humillación eran demasiado profundos y
la herida aún estaba fresca. Cheryl estaba
dolida de una manera que todavía no
lograba entender. En vez de amargura y
desolación, solo sentía disgusto y una
vaga sensación de pérdida. Creía que
todavía estaba en estado de shock por
todo aquello y no le gustaba el vacío que
parecía invadirla. Ya no podía llorar más
y su furia había entrado en otra fase, pero
aquel viejo sentimiento de inferioridad
volvía. Las viejas heridas se habían
vuelto a abrir. Heridas de cuando era niña
e iba de una casa de acogida a otra, sin
pertenecer verdaderamente a ningún lugar
hasta que los Trinidad la adoptaron y sin
haberse sentido querida hasta entonces.
No es fácil crecer sabiendo que a tus
verdaderos padres no les importa lo que
te suceda y la traición de Mickey había
hecho emerger de nuevo aquellos
sentimientos. Más que la traición en sí,
aquello era lo que más la hería. Las
mentiras y los engaños de Mickey eran
solo una pequeña parte de lo que estaba
sucediendo.
No contestó a las llamadas de Mickey, las
dos últimas de las cuales estaban
plagadas de insultos subidos de tono.
Cheryl, por su parte, había cambiado la
cerradura de la puerta de entrada y había
reprogramado el mando de la puerta del
garaje para evitar sorpresas inoportunas.
Llamó a Blanche y a Phoebe, para saber si
estarían dispuestas a recoger las
pertenencias de Mickey cuando les fuera
bien, y también les dijo que le gustaría
seguir formando parte de sus vidas.
— ¿Eso es todo? —dijo Mickey—. ¿Eso
es todo lo que os ha dado? —Rebuscó
dentro de la última caja y volvió a
quedarse en cuclillas—. ¿Qué hay del
reproductor de CD? ¿Y dónde está mi
colección de plumas estilográficas?
—Haz una lista —propuso Blanche.
Odiaba hacer de mediadora de ex parejas
enemistadas.
Sin duda, aquella no era la manera que
tenía de pasárselo bien y, para empeorar
más aún las cosas, Blanche se encontraba
con que tenía que esforzarse por
permanecer neutral. Ponerse de parte de
Cheryl no le parecía lo más propio de una
madre, ya que su hija era Mickey, pero
tampoco le parecía demasiado neutral
expresar su disgusto sobre la manera en
que se estaba comportando Mickey.
Blanche se mordía la lengua y refunfuñaba
para sus adentros, pero la línea básica
seguía siendo la misma: se trataba de la
vida de Mickey e interferir en ella no
haría que Mickey actuara mejor.
— ¿No le regalaste el CD a Cheryl las
Navidades del año pasado? —preguntó
Phoebe.
—Lo pagué yo —dijo Mickey—, así que
lo considero mío.
—Agarró la enorme caja y la apiló junto a
las otras—.
Le he dejado varios mensajes diciéndole
que quería empaquetar yo mis cosas, pero
no me ha contestado. Y
ahora ha cambiado la cerradura y el
número de teléfono no aparece en la guía.
No es justo. No sabré que es lo que no me
ha dado hasta que lo necesite, por Dios.
Phoebe le hizo un gesto con la cabeza a
Blanche y esta se fue a la cocina. Era la
señal que habían acordado de antemano
para que Blanche buscara algo que hacer
mientras Phoebe intentaba sonsacarle a
Mickey el cómo y el porqué de todo
aquello. Mickey siempre había sido un
poco temperamental y consentida, pero en el
fondo Blanche y Phoebe sabían que ella
siempre necesitaría más de lo que cualquiera
le pudiera dar. Bajo su maquillaje había una
notable capacidad de autodestrucción, por
más dura y distante que intentara parecer.
La misión de Phoebe era intentar
averiguar que había en la cabeza de
Mickey en aquel momento.
— ¿Qué tal por Cancún? —le preguntó.
—Muy bien —dijo Mickey con una
sonrisa contagiosa.
Tenía la belleza de su padre y su
constitución atlética. A primera vista,
poseía una personalidad magnética y con
su encanto era capaz de conseguir todo lo
que quería, igual que su padre, pero en
Mickey también había un lado oscuro, que
mostraba de vez en cuando. A Phoebe no
le gustaba la Mickey con la que tenía que
tratar entonces.
Phoebe asintió y se sentó en el sofá frente
a ella.
Mickey, distraídamente, se pasó la mano
por su pelo negro. Era muy atractiva y
tenía un punto de masculinidad suficiente
para convertirla en una buena abogada,
con agresividad y gran capacidad para
defender su punto de vista. ¿Por qué
preocuparse tanto por ella? —pensó
Phoebe—. Siempre cae de pie.»
— ¿Verónica y tú estáis buscando un sitio
para vivir?
-preguntó Phoebe.
—Ayer encontramos un apartamento.
—Ya veo. —Phoebe esperaba que le
diera más explicaciones, pero no parecía
que fuera a continuar— . Y, cuéntame,
¿qué ha pasado con Cheryl? Todo esto
con Verónica ha sido muy rápido, ¿no?
Mickey gruñó y apartó la mirada. Phoebe,
por la expresión de su rostro, supo que se
sentía incomoda y que no quería hablar de
aquello, pero Phoebe consideraba que se
merecían unas cuantas explicaciones. Cheryl
había sido una parte importante de la familia
y Mickey, prácticamente de un día para otro,
había conseguido alejarla de ellas.
— ¿Que ha pasado? —volvió a preguntar
Phoebe.
—Ya no es suficiente para mí.
— ¿En qué sentido ya no es suficiente
para ti?
—Pues ya sabes —Mickey se sentía algo
violenta y echó hacia delante su barbilla
con hoyuelo—: sexualmente,
intelectualmente. En muchas cosas.
— ¿Intelectualmente? —repitió Phoebe,
arqueando las cejas. En la parte sexual no
le importaba no entrar, pero lo intelectual
era otro tema. « ¿A quién caramba quiere
engañar?»--. Cheryl es bibliotecaria y
archivista —dijo Phoebe—. Almacenar y
facilitar información es lo que hace para
ganarse la vida. Esa mujer puede
mantener una conversación inteligente
sobre cualquier tema que le propongas.
—Se dedica a prestar libros, por favor.
— ¿Eso es lo único que crees que hace?
—Claro. Y es aburrido hasta el asco.
Phoebe levantó las manos para protegerse
de otro arrebato.
—Bueno, bueno, tranquilízate.
—Mira, puede que no esté llevando esto
muy bien — reconoció Mickey—, pero no
pude hablarle de Verónica, ¿vale?
Sencillamente no pude decírselo. Era más
fácil para mí.
Phoebe volvió a asentir e intentó que
Mickey la mirara, pero Mickey no quería
colaborar.
—Tu madre y yo tenemos la intención de
mantener el contacto con Cheryl. Forma
parte de nuestras vidas y nos
preocupamos por ella.
— ¿Y qué hay de Verónica? —dijo
Mickey—. Ella es quien se merece ahora
ese lugar.
—Tus parejas siempre son bienvenidas en
esta casa, ya lo sabes, pero lo demás
puede que lleve un poco más de tiempo.
Mickey suspiró.
— ¿Por qué todo tiene que ser tan
jodidamente complicado?
—Porque tú lo has hecho de ese modo,
Mickey. Hay una razón por la que el
camino fácil nunca funciona.
—No necesito sermones —se levantó y
ajustó la tapa de una caja—. Lo que
necesito es mi reproductor de CD y mi
colección de plumas estilográficas.
Cheryl se asomó entre las cortinas para
ver quien estaba en la puerta. Era Janet
con una botella de vino en la mano.
—Te has cambiado de número de teléfono
—le dijo Janet—. ¿Te sigue llamando
Mickey?
—Ya no. —Cheryl sonrió mientras
contemplaba cómo Janet se acomodaba en
el sofá y sacaba un sacacorchos del
bolsillo de la chaqueta—. ¿Siempre
llevas encima el sacacorchos?
—No estaba segura de que tú tuvieras —
dijo Janet tímidamente.
— ¿He de suponer que llevas una copa en
el otro bolsillo o mejor te traigo una?
La mirada furibunda de Janet hizo que las
dos se pusieran a reír. Cheryl volvió
momentos después con una copa de vino.
— ¿No me acompañas?
—No me has invitado —replicó Cheryl.
Puso el punto en el libro y lo dejó sobre
la mesita—. Pero, de todos modos, no,
gracias.
—Nunca te he visto beber —dijo Janet—.
Pensaba que era por Mickey.
Las dos notaron la tensión que se creó en
el ambiente al mencionar el nombre de
Mickey. Sus problemas con el alcohol no
eran un secreto, pero sí algo de lo que no
se hablaba.
—Cuéntame cómo estas —dijo Cheryl—.
¿Lo llevas mejor?
Janet estiró las piernas y se pasó las
manos por el pelo, castaño y corto.
Mientras se bebía el vino, empezó a
hablar de Verónica y de los planes que
habían hecho juntas.
Gritó y lanzó algunos improperios, y le explicó
a Cheryl detalles íntimos sobre su vida en
pareja.
Janet estaba tan absorta en sí misma y en
sus problemas que no se dio cuenta de que
todo aquello estaba haciendo que Cheryl
se sintiera muy incómoda. Cuanto más
bebía y hablaba, mejor parecía sentirse,
como si estar sentada en el sofá de Cheryl
abriéndole su corazón fuera lo más
terapéutico y sano del mundo. Cheryl
podía incluso imaginarse a aquella mujer
yéndose de allí totalmente curada. «Y,
entonces, ¿por qué yo no puedo hablar de
eso? —se preguntó Cheryl—. ¿Estará a
punto de explotar en cualquier momento
todo este resentimiento interior?»
—Estoy hecha un lio —murmuró Janet un
poco más tarde.
La botella estaba vacía y su voz había
perdido fuerza. Estaba cansada de hablar
y a punto de caer dormida. Cheryl la
ayudó a echarse, le quitó los zapatos, la
tapó con una manta y se fue a dormir.
Cambiar el número de teléfono había sido
fácil, ¿pero cómo se hacía para cambiar
de dirección sin mudarse?
Phoebe llamó a Cheryl al trabajo al día
siguiente para preguntarle si querría ir a
cenar a su casa.
—Por favor —le dijo Phoebe—, te
echamos de menos.
Blanche y yo estamos las dos libres.
—No sé —repuso Cheryl—, ahora mismo
no soy muy buena compañía.
« ¿Y si Mickey se presenta mientras estoy
ahí?», pensó. La perspectiva de volver a
verla la asustaba.
Aun no se sentía preparada y estar en casa
de Blanche y Phoebe durante cualquier
periodo de tiempo era tentar al destino.
—Entonces, ¿qué te parece ir a cenar a
algún sitio? — sugirió Phoebe—. Hay un
nuevo restaurante mexicano en el área de
Saint Mary. El otro día fuimos a comer
allí.
Cheryl accedió aunque con reticencias.
Intentaba no pensar en la última vez que
las vio: aquella desagradable tarde en que
ayudó a Phoebe y a Blanche a cargar las
cosas de Mickey. Cheryl no había llorado
desde los primeros días después de la
marcha de Mickey. Sabía lo que le estaba
sucediendo, pero no sabía cómo
procesarlo.
Cuando era una niña, lloraba las primeras
veces que la llevaban a una nueva casa de
acogida. Cada cambio de hogar parecía
curtirla un poco más y hacerla renunciar a
las cosas. Después de un tiempo, ya no
permitía que nadie viera lo mucho que
sufría, pero entonces fue cuando
redescubrió la lectura y lo fácil que era
evadirse en un mundo de ficción.
Cuando los Trinidad la adoptaron, las
cosas se volvieron más fáciles. Cheryl se
perdía en la ficción, donde el bien
siempre triunfa sobre el mal.
Se perdía intentando aprender todo lo que
había que saber sobre cualquier cosa.
Cada día al salir de la escuela iba a la
biblioteca, donde se quedaba hasta la hora
de cerrar. Los sábados era la primera en
llegar y la ultima en marcharse. Se
convirtió en una estudiante modélica y en
una adolescente tímida y pensativa, hasta
que un camionero bebido le arrebató a sus
nuevos padres. Lloró por ellos una vez y,
desde entonces hasta lo de Mickey, nada
en su vida había sido lo bastante
importante como para hacerla llorar de
nuevo. Mickey se había introducido en un
lugar escondido que Cheryl tenía olvidado
desde hacía mucho: la había dejado entrar
y ahora se arrepentía.
Mickey había abusado de sus privilegios
más de una vez y ahora a Cheryl ya no le
quedaban lágrimas.
Cheryl abrazó a Blanche y a Phoebe antes
de que se sentaran a la mesa. Blanche
tenía aspecto de cansada, pero sus ojos
marrones parecían centellear cuando le
sonrió. Una mata de cabello negro
profusamente veteada de mechones
blancos cubría su cabeza. Era un poco
más alta que Cheryl, más de un metro
setenta y cinco, y estaba delgada en
comparación con su pareja.
Phoebe, en cambio, tenía una altura
parecida a la de Cheryl, constitución
normal y cerca de diez kilos de más. El
cabello de Phoebe era de un rubio
apagado mezclado con cabellos blancos,
lo llevaba corto y para peinárselo solo
tenía que agitar la cabeza.
Ninguna de ellas parecía lo bastante
mayor como para jubilarse, pero era de lo
único que hablaban últimamente.
Las tres estudiaron el menú y le hicieron
algunas preguntas al camarero. Después
de haber pedido, Cheryl les tendió una
bolsa de plástico.
—Antes que nada, quitemos de en medio
los asuntos menos gratos —dijo Cheryl—.
He recibido una desagradable nota de
Mickey acerca de su reproductor de CD y
de su colección de plumas.
Ruborizada, Blanche repuso: —Ha estado
yéndonos detrás para que hablásemos
contigo.
—Pero no es por eso por lo que te hemos
invitado a cenar —añadió Phoebe,
enfadada.
—Ya lo sé. —Cheryl empujó suavemente
la bolsa de plástico en dirección a
Blanche—. Aquí está su colección de
plumas, pero me supone un problema
devolverle el CD. Si Mickey insiste en
que le devuelva mi regalo de Navidades,
entonces tendré que pedirle que me
devuelva los libros de derecho. Se los
pagué mientras ella estudiaba. Me gustan
todos los libros, incluso los libros que
nunca leeré ni usare.
Ese es el trato.
La carcajada de Phoebe hizo que algunas
caras se volvieran hacia su mesa.
—No le va a gustar la sugerencia —dijo
Blanche con una risita.
Cheryl asintió y se encogió de hombros.
—Pues entonces decidle que me demande.

Capitulo tres

Elaine había sido designada encargada


oficial de tomar rotas, pero aun así
Maxine tenía una pluma y un bloc delante
de ella, junto con una pila de folletos y
unos cuantos libros. Habían accedido a
realizar un taller sobre la salud de la
mujer para la Conferencia de Lesbianas
de Texas, que iba a tener lugar en San
Antonio al mes siguiente. El plazo para
preparar un resumen del taller y enviar
una propuesta de lo que tenían previsto
presentar se acercaba rápidamente y ya no
se podía posponer más.
—Tú te encargas de la parte de la
menopausia y yo hago la de nutrición —
dijo Elaine—. Aquí tenemos buena
documentación para el material que
repartiremos durante el taller. Haré que
mi secretaria llame mañana y encargue
copias adicionales de estos tres artículos
en concreto. —Las dos garabatearon
algunas notas.
—Necesitare unos veinte minutos para los
pros y los contras de la terapia hormonal
sustitutoria —dijo Maxine— y nunca
tenemos bastante tiempo para una sesión
de preguntas y respuestas.
Elaine alcanzó otro folleto.
—Entonces puede que tengamos que
saltarnos toda la nutrición o limitarnos a
tocar el tema por encima.
Puedes dedicarte durante una hora a los
fármacos y a la menopausia, y es fácil
tenerlas suplicándote más.
—Elaine la miró mientras hojeaba el
folleto—. Sabes, podría hacerte de
ayudante: repartir el material, encargarme
de las luces en la presentación con
diapositivas, asegurarme de que el
puntero está correctamente extendido.
—No estoy haciendo esto sola —dijo
Maxine—. Hacen falta dos ponentes para
cada taller, así que no intentes
escaquearte de este.
Treinta minutos después ya tenían
preparado un guion y habían completado
el impreso de solicitud. De haber sido
necesario, cualquiera de las dos podría
haberse encargado del taller en aquel
mismo momento con los ojos cerrados.
—Así —dijo Maxine mientras recogía sus
papeles y empezaba a guardarlos en el
maletín—, ¿qué hay de nuevo en el
culebrón de Cheryl y Mickey?
—Definitivamente, Mickey está viviendo
con otra persona y nadie sabe gran cosa
de Cheryl. —Elaine anotó rápidamente
los nombres de unos cuantos folletos antes
de que Maxine los recogiera—. He estado
pensando en pasarme por su casa a verla.
—Mala idea —dijo Maxine—. Lo
siguiente que querrás hacer será pedirle
que salga contigo.
—Quiero pedirle que salga conmigo.
— ¿Ves a lo que me refiero? —replicó
Maxine—. Aléjate de ella, doctora
Marcaluso. En menos de un mes volverá a
estar en los brazos de Mickey, te lo
advierto. Esto aún no se ha acabado para
ellas.
Ahórrate el sufrimiento. —Maxine dejó
de recoger y ordenar papeles, y le lanzó
una mirada—. ¡Por Dios, Elaine! No
seguirás enamorada de ella, ¿verdad?
Elaine no dijo nada. En aquel preciso
instante no podía ni mirarla.
— ¡Diablos! —exclamó Maxine, ya con
un tono mucho más suave—. Pues si es tan
importante para ti, entonces haz lo que
tengas que hacer. —Mientras se dirigía
hacia la puerta, Maxine le dio un abrazo
—. Quizá deberías hablar con Phoebe. Es
fantástica en este tipo de cosas.
—Me lo pensare. —Elaine cerró la puerta
y se apoyó contra ella. «Phoebe ya te ha
advertido de que no te metas --pensó,
cansada—. Ahí no vas a encontrar ninguna
ayuda.»
Finalmente, Elaine tuvo un golpe de suerte
unos cuantos días después. Su madre la
llamó a la consulta para ver si podía
dedicar unas cuantas horas del sábado a
trabajar en la clínica gratuita(1). Blanche se
ocupaba de organizar los turnos y todos
estaban cubiertos hasta que un doctor tuvo
que salir de la ciudad a causa de la muerte
de un familiar.
(1) Nota de la Traductora: las clínicas
gratuitas (free clinic) proporcionan
cuidados médicos y atención a la gente sin
recursos.
Mientras Elaine y su madre hablaban de los
horarios de la clínica, Blanche mencionó
que ella y Phoebe habían quedado con
Cheryl aquella noche para cenar. Tras
unas pocas preguntas inteligentemente
planteadas, Elaine averiguó cuándo y
dónde iban a estar, y en su mente empezó
a representarse toda una película mientras
hablaban: se vio a sí misma en el
restaurante a aquella hora, esperando a
que la invitaran a reunirse con ellas; o
llegando más temprano y sentándose a una
mesa, de modo que fueran las otras las
que se unieran a ella; o paseando por el
parking del restaurante; o acercándose a
la mesa de las otras para decirles algunas
palabras. «Esto es una tontería,
Marcaluso. No necesitas ninguna excusa
para ver a esa mujer. ¡Estamos en un país
libre!»
—Mamá, necesito que me hagas un favor
—dijo Elaine rápidamente. Blanche dejó
a mitad de frase la charla sobre la
cosecha de nueces de pacán de aquel año
— Trabajaré en la clínica los dos
próximos sábados si me haces un pequeño
favor.
— ¿Dos sábados? —dijo Blanche con
incredulidad.
—Sí, dos sábados.
— ¡Dios mío! Déjame sacar la agenda.
¿Dos sábados?
¿De qué clase de favor se trata? ¿Uno de
los del tipo «cuídame el gato toda la
semana»? Ya sabes que Phoebe es
alérgica y no puede estar con un gato más
que unas cuantas horas.
—Nada de eso —le aseguró Elaine—. Lo
único que quiero es que me invites a cenar
esta semana y que también invitéis a
Cheryl.
— ¿Invitaros a cenar a ti y a Cheryl? ¿Eso
es todo?
Blanche ni siquiera intentó ocultar su
sorpresa.
—Eso es todo.
Elaine soltó la respiración que había
estado conteniendo. «Esto apesta a
encerrona, Marcaluso.
¡Qué vergüenza! Le estas pidiendo a tu
madre que te arregle una cita con la ex de
tu hermana.»
—La verdad es que a Cheryl estos días no
le vuelve loca venir por nuestra casa —
dijo Blanche.
Elaine se frotó la nariz e inmediatamente
se arrepintió de haber dicho nada. « ¡Que
idea tan estúpida, Marcaluso! Phoebe va a
hacer que te acuerdes de esto.»
—Aunque, si invito a otras personas,
quizá no se le haga tan difícil —dijo
Blanche—. Además, estábamos pensando
en celebrar algo y puedo llamar a Mickey
para asegurarme de que no se presenta por
casualidad.
«Más gente —pensó Elaine—. ¡Dios!
Ahora mi encerrona se ha convertido en
un evento social.»
—Déjame pensarlo y ya te diré algo —
concluyó Blanche— . Mientras tanto, no
hagas planes para los próximos dos
sábados.
Elaine aparcó frente a la casa de Blanche
y Phoebe, y comprobó su reflejo en el
retrovisor una vez más. El coche de
Cheryl estaba allí, junto con otros tres que
Elaine no reconoció. Se había pasado una
hora vistiéndose y había dejado su
habitación hecha un revoltijo de ropa
limpia y perchas vacías colgadas por
todas partes.
—Mi hija la doctora —dijo Blanche
cuando abrió la puerta.
Todo el mundo en la salita se rió y la
saludaron con un abrazo o con un gesto de
la mano. Elaine saludo a Cheryl con la
cabeza y sintió que su corazón bailaba un
tango. «Mickey debe de haberse vuelto
loca —pensó-.
Completamente loca.»
Cheryl llevaba un ligero vestido de tela
vaquera de manga corta y falda de vuelo
completo que le llegaba a media
pantorrilla. Sus botas marrones, de caña
alta, justo por debajo de la rodilla, hacían
juego con los botones de cobre del
vestido y con la pequeña hebilla del
cinturón. «Sin ninguna duda, Mickey está
completamente loca», se repitió Elaine
para sus adentros, mientras se obligaba a
si misma a dejar de mirarla.
El cabello de Cheryl, de color castaño
claro, le caía por encima de los hombros
en una cautivadora cascada.
Era realmente guapa y Elaine no estaba
segura de poder sobrevivir a la velada sin
convertirse en una imagen patética y
babeante. Mostró un poco de control al no
cruzar corriendo la sala para sumarse a la
conversación que Cheryl mantenía con
Phoebe en aquel instante y se las arregló
para socializar un poco antes de acabar
allí.
—Precisamente estábamos hablando de ti
—dijo Phoebe.
Le pasó un brazo por los hombros y la
atrajo hacia si—. Cheryl me estaba
preguntando por tu trabajo en el hospital
del estado.
Y de aquel modo, Elaine estuvo encantada
de disponer totalmente de la atención de
Cheryl durante la siguiente hora. Se
sentaron en el sofá y se tomaron a sorbos
la limonada que Phoebe les acercó.
Cheryl había oído hablar del hospital
público de Carville, Louisiana, donde
Elaine pasaba por lo menos dos semanas
cada verano cuidando a pacientes con
lepra.
La compasión que sentía Cheryl por
aquellas personas mutiladas, desfiguradas
y rechazadas por la sociedad estaba a la
altura de la que sentía la misma Elaine.
—Carville es el único hogar que algunos
de estos pacientes han conocido nunca —
dijo Elaine—. Sus familias se
avergüenzan de ellos, reniegan de ellos,
los olvidan durante años. El padre de una
mujer la llevó allí cuando tenía catorce
años y la dejó en la escalera de la
entrada. Lleva treinta años en el hospital y
en todo ese tiempo no ha recibido ni una
sola visita.
Cheryl alargó el brazo y apretó la mano
de Elaine.
— ¡Que historia tan triste! —exclamó—.
¿Y tú puedes ayudar a algunas de esas
personas?
Elaine se quedó sin voz por unos
instantes. No hubiera sabido decir si era
porque Cheryl la había tocado o porque
acababa de darse cuenta de que estaba
hablando de gente abandonada y sin hogar
con alguien que se había pasado la mayor
parte de su infancia en casas de acogida.
—Tu madre está muy orgullosa de ti —
dijo Cheryl.
Elaine se ruborizó y carraspeó. ¿Cuándo
le había soltado la mano Cheryl? ¿Cómo
podía no haberse dado cuenta?
—Yo también estoy orgullosa de ella —
repuso Elaine—.
Estoy segura de que no fue fácil: sin
estudios, con dos bebés y casada con un
idiota antes de cumplir los veintiuno.
Cheryl sonrió y estiró el brazo sobre el
respaldo del sofá.
— ¿Cómo es ser criada por dos
lesbianas? Parece un sueño hecho
realidad.
—Pues hubo de todo —dijo Elaine entre
risas—. Hubo una época en la que cada
mes teníamos que hacer frente a cuatro
casos de síndrome premenstrual, pero por
lo demás era básicamente un hogar muy
normal.
— ¿Cuándo supiste que eras lesbiana? —
le preguntó Cheryl.
Sus labios brillantes, turgentes eran tan
apetecibles que, por un momento, Elaine
sintió que se mareaba.
—Todas las sospechas se confirmaron en
mi primer año de universidad —dijo
Elaine—. Una noche, una jugadora de
baloncesto me besó bajo las gradas.
Desde aquel día, las mujeres muy, muy
altas hacen que se me acelere el pulso.
Daba gusto escuchar la suave risa de
Cheryl.
—Formar parte de vuestra familia
siempre ha significado mucho para mí.
—Y debería seguir siendo así —replicó
Elaine—. No puedes divorciarte de tus
sentimientos. Mi madre y Phoebe se
preocupan mucho por ti.
—Es mutuo. Yo también las quiero
mucho.
Durante la cena se entremezclaron las
conversaciones banales sobre comida con
las risas, mientras las ocho mujeres se
abalanzaban sobre una ensalada que era
una verdadera obra maestra, sobre
bandejas de espaguetis y albóndigas, y
sobre un pan de ajo que les hizo la boca
agua. Elaine escuchó mientras Cheryl
respondía a una pregunta acerca del
origen de los espaguetis y le impresionó
ver cómo la atención de todo el mundo
seguía centrada en Cheryl, mientras ella
enumeraba algunos de los efectos
benéficos del ajo descubiertos
recientemente.
— ¿Así que sienta bien aunque te haga
oler mal? — preguntó Phoebe.
Sonó un inconfundible: «¡0h, mierda!»,
seguido inmediatamente de unas
estruendosas carcajadas, mientras Phoebe
se secaba el chorretón de salsa de
espaguetis que se deslizaba por la pechera
de su camisa blanca.
—Agua fría y spray quitamanchas —dijo
Cheryl, arqueando las cejas.
Sonaron más risas mientras Phoebe se
excusaba y se iba a cambiar de camisa.
Elaine y Cheryl se ofrecieron para
recoger la cocina mientras Blanche y
Phoebe distraían a las demás invitadas.
—Yo friego y tú secas —dijo Cheryl—.
Seguro que tú ya sabes dónde va todo.
Elaine estaba en la gloria. No se había
imaginado que la velada iría tan bien. No
había habido ninguna mención a Mickey ni
a la ruptura. «¿Todos estamos negando lo
sucedido o es que, después de todo, esto
ya está definitivamente acabado?», se
preguntaba Elaine.
—He oído que tú y Maxine Weston
organizáis un taller en la conferencia —
dijo Cheryl—. ¿Os ofrecisteis vosotras
como voluntarias o fue tu madre quien os
reclutó?
—Fue idea nuestra —respondió Elaine—.
Es algo a lo que tanto a Maxine como a mí
nos gusta dar apoyo: es estimulante pasar
un fin de semana con quinientas lesbianas
mientras ocupan un hotel.
Cheryl le tendió un plato bien enjabonado
para que lo aclarara.
—¿A cuántas de estas conferencias has
ido? Recuerdo que te vi en la primera que
se hizo aquí, hace unos años.
Elaine se rió mientras aclaraba
cuidadosamente el plato. Después lo secó.
—No me digas que estabas en el taller de
«Madres lesbianas/Hijas lesbianas» que
hicimos.
—Las críticas lo situaron en lo más alto,
empatado en popularidad con el de
«Lesbianas Leather» —apuntó Cheryl.
—Eso sí que es todo un cumplido —dijo
Elaine—. ¿Este año estas en el comité
directivo?
—Me encargo de toda la publicidad y de
las notas de prensa, y voy a vender
camisetas de la conferencia. — Cheryl
sonrió tímidamente mientras le tendía otro
plato—. Ningún trabajo es menos
importante que otro y siguen haciendo
falta voluntarios para todo.
—¿Necesitas ayuda para vender esas
camisetas? — preguntó Elaine. Su voz
sonaba tan tranquila que casi se convenció
a sí misma de que no estaba nerviosa—.
Eso parece fácil.
—Pondré tu nombre en la lista antes de
que cambies de idea.
«¿Cambiar de idea? ¡Ni lo sueñes!»,
pensó Elaine con una risita. Aunque aún
faltaban bastantes semanas para la
conferencia, quería considerar lo de la
venta de camisetas como una cita. «Las
cosas que haces por amor, Marcaluso. La
verdad es que tiene que haberte dado muy
fuerte.»
Cuando finalmente la cocina estuvo
recogida, Elaine consiguió limonada para
las dos y sugirió que podían relajarse
unos minutos en la terraza. El cielo estaba
despejado y plagado de estrellas, y Elaine
le preguntó sobre las constelaciones. La
escuchó atentamente mientras le señalaba
y describía las que se veían en el cielo
aquella noche. Phoebe y Blanche se
reunieron con ellas algo más tarde,
después de que todos los demás se
hubieran ido a casa. Sacaron las sillas de
jardín que hacían juego.
—La cocina tiene mejor aspecto que esta
tarde, antes de que empezáramos a
cocinar —dijo Blanche.
—Todo estaba buenísimo —musitó
Cheryl en tono soñador.
—Y el color de la salsa quedaba tan bien
sobre tu camisa blanca, Phoebe —añadió
Elaine.
Sus risas se desvanecieron para dar lugar
a una agradable pausa en la conversación.
Al final, Cheryl interrumpió el plácido
silencio para informarles de que era hora
de irse y volvió a comentar cuanto había
disfrutado de la velada.
—He encontrado más cosas de Mickey —
dijo. Era la primera vez que se
mencionaba su nombre—. Me he olvidado
de traerlas. Decidme cuando os va bien y
me acerco a dejarlas.
Movida por un impulso, Elaine escucho
como las palabras salían de su boca
prácticamente antes de darse cuenta de
que estaba hablando.
—Mañana por la tarde estaré por tu
barrio. ¿Qué te parece si me paso a
recoger las cosas?
—¿En serio? —dijo Cheryl—. Gracias.
Sería fantástico.
Me va bien a cualquier hora después de
las cinco.
El corazón de Elaine latía con fuerza.
«Dios mío, voy a tener que cancelar la
reunión que tenía prevista para mañana
por la tarde.» Su mente se aceleró al
pensar en todos los malabarismos que
tendría que hacer con sus compromisos.
«Puede que al fin y al cabo no
desaproveche mi primera cita pasándola
frente a una pila de camisetas en una
conferencia con quinientas lesbianas.»

Capitulo cuatro

Elaine aparcó frente a la casa de Cheryl


pocos minutos después de las cinco. No
podía creer que estuviera tan nerviosa.
Llevaba todo el día evitando las llamadas
de Phoebe, ya que no tenía ganas de
enfrentarse tan pronto con el tema, y podía
imaginarse como sonarían los mensajes de
su contestador cuando llegara a casa. No
había ninguna duda de que en un futuro
próximo tendría que escuchar un discurso
mordaz por parte de Phoebe Carson.
Elaine llamó al timbre y saludó con la
mano hacia las cortinas que se movieron:
la puerta se abrió para dejar paso a la
sonrisa radiante de Cheryl.
—La hija doctora de Blanche —dijo, y
lanzó una carcajada.
Al entrar, Elaine se dio cuenta de que
Cheryl iba vendada.
—-¿Que te has hecho en la mano?
Un impresionante vendaje cubría toda la
mano izquierda de Cheryl, dejando a la
vista únicamente las puntas de los dedos.
—A la hora de comer me han tirado el
café por encima.
No es tan terrible como parece, pero,
como me he pasado toda la tarde dándome
golpes en la quemadura, me he puesto más
relleno.
Cheryl la acompañó a través del salón
hasta la cocina. Elaine no se acordaba de
la última vez que estuvo allí. «Puede que
en Nochebuena de hace dos años», pensó.
El recuerdo la deprimió: Cheryl parecía
tan feliz, incluso a pesar de los rumores
que corrían de que Mickey andaba
acostándose con otras.
—¡Me alegra tanto que estés aquí! —dijo
Cheryl—.
Tengo que pedirte dos favores y me temo
que uno de los dos es un poco
embarazoso. —Abrió la nevera y se
asomó al interior—. ¿Quieres algo de
beber? Hay un montón de cosas aquí
dentro.
—Sí. —Elaine abrió su refresco light y
sonrió. Estaba sorprendida y aliviada, al
mismo tiempo, de ver que el nerviosismo
había desaparecido—. ¿Y cuáles son los
favores?
—¡Ah, sí! —dijo Cheryl—. El primer
favor es la cena de Cardigan. Resulta que
no soy capaz de utilizar el abrelatas con
una sola mano. —Tomó una latita de
salmón y señaló uno de los dos abrelatas
eléctricos que había sobre el mármol—.
Se pone de mal humor si no le doy de
comer en cuanto llego a casa. Nunca se lo
come directamente, claro, pero, si por lo
menos no hago el esfuerzo de
complacerlo, tengo problemas.
Elaine recordaba a Cardigan con cariño.
Era un gatito de color chocolate que
encontraron en el parque hacia dos
veranos y que actualmente tenía el tamaño
de un cerdito pequeño y saludable.
—¡Dios mío! ¡No veas! —Elaine se
agachó para rascarle justo detrás de las
orejas y fue premiada con un concierto de
ronroneos—. ¿Qué te parece cenar? —le
preguntó.
Elaine abrió la lata de salmón y localizó
el plato y el bol de agua de Cardigan junto
a la puerta trasera.
Mientras tanto, Cheryl salió de la cocina y
regresó sosteniendo con una mano una
caja de tamaño mediano, que apoyaba
cuidadosamente contra su cuerpo. Con un
ruido sordo la depositó sobre la encimera
y se quedó contemplándola. Instantes
después, se giró e intentó sonreír, aunque
con una expresión algo cansada.
—Estoy segura de que tienes otras cosas
que hacer — dijo Cheryl—. Te lo
agradezco mucho.
—Me alegra serte de ayuda. —Elaine
hizo un gesto con la cabeza hacia la caja
—. ¿Son cosas de Mickey?
—Sí. —Cheryl suspiró profundamente. Le
había cambiado el humor: Elaine vio la
fatiga en sus ojos y percibió el tenso
esfuerzo de su voz por parecer normal—.
Estoy segura de que iré encontrando más
cosas a medida que el tiempo pase.
Se quedaron en silencio, dando sorbos a
sus refrescos. Finalmente, Cheryl alcanzó
uno de los dos abrelatas, lo desenchufó y
lentamente enrolló el cable alrededor.
—Este es el que siempre hemos usado
para la comida de las personas —dijo
Cheryl, señalando el abrelatas—.
La comida de gatos y solo la comida de
gatos debe de abrirse con el otro
abrelatas. —Levantó la vista y se
encontró con la mirada divertida, aunque
perpleja, de Elaine—. ¿Habías oído
alguna vez algo tan necio y tiquismiquis
en toda tú vida? Un abrelatas para la
comida de las personas y otro para la de
los gatos.
¿De pequeña ya era así?
—¿Necia y tiquismiquis? —repitió Elaine
—. Si, de hecho sí que lo era, pero en
casa solo había un abrelatas.
—Pero no había gatos ni perros, ¿verdad?
Nada que necesitara de su propio
abrelatas.
—Había pájaros, peces y tortugas —
confirmó Elaine y vio como Cheryl
agarraba el abrelatas de comida para
seres humanos y lo embutía en la caja, con
el resto de cosas de Mickey.
El contenido de la caja consistía en tres
libros encuadernados en rustica, una
camiseta y varios casetes. Cheryl encontró
un rollo de precinto y le pidió a Elaine
que cerrara la caja.
—¿Vas a llevar esto a casa de tu madre o
vas directamente a casa de Mickey? —le
preguntó Cheryl.
—A casa de mi madre.
Cheryl abrió un cajón y sacó un rotulador
negro de punta gruesa.
—¿Puedes poner la caja de lado, por
favor?
Elaine la giró y la mantuvo inmóvil para
que Cheryl escribiera las palabras
«Juguetes sexuales» en letras grandes y
perfectas en cuatro caras de la caja.
—Bastante infantil, ¿verdad? —dijo
mientras repasaba las últimas letras con el
rotulador—. Tu hermana siempre ha
tenido el don de hacerme sacar lo peor de
mi misma.
— ¿Es tan malo como parece? —le
preguntó Elaine con una sonrisa.
Agarró la caja y siguió a Cheryl fuera de
la cocina.
—La verdad es que estoy intentando con
todas mis fuerzas no odiarla. —Cheryl se
apoyó contra el marco de la puerta
principal—. Lo que ha hecho es
despreciable, pero la manera en que lo ha
hecho es aún peor. Cuando alguien a quien
quiero muestra tan poca consideración
hacia mí, me hace replantear mi valía
como persona y esa es la parte que nunca
podré perdonarle: que me haya hecho
volver a dudar de mí misma.
—Tú eres la única que puede haberle
dado ese poder— dijo Elaine.
Cheryl sonrió con tristeza.
—Tienes razón, claro, pero ahora lo
estamos interpretando con el cerebro. Sin
embargo, los pensamientos racionales aún
no han entrado en escena.
—De repente, le cambió la expresión—.
Hay otra cosa, casi se me olvida—volvió
rápidamente agitando en el aire un
pequeño vale— además de pagarme la
comida — dijo, señalando la mano
vendada—, los del restaurante donde me
han tirado el café por encima también me
han invitado a una cena de desagravio
para dos personas.
Había pensado ir con mi amiga Janet,
pero no puede hablar de nada que no sean
Mickey y Verónica, por lo que estar con
ella me resulta deprimente. De modo que
—dijo Cheryl, mientras volvía a agitar en
el aire el papelito— es posible que tú
logres encontrarle alguna utilidad y, si no,
quizá Blanche y Phoebe puedan.
Elaine miró primero el vale y después a
Cheryl. Antes de que pudiera saber que
estaba sucediendo, su boca volvió a
ponerse en marcha: —Creo que
deberíamos ir tú y yo —dijo Elaine—,
aunque quizá cuando tengas mejor la
mano.
— ¡Oh! —exclamó Cheryl—. Si, supongo
que podemos ir las dos. ¿Por qué no se me
habrá ocurrido? ¿Qué te parece mañana?
¿Estas libre?
—Sí, mañana me va perfecto —respondió
Elaine con el corazón desbocado—. Te
recojo a las seis.
Cheryl abrió la puerta y después volvió a
cerrarla.
—Casi me olvido del segundo favor —
dijo—, el que me da más vergüenza. —
Cheryl se giró hasta quedar de espaldas a
Elaine—. Hacen falta dos manos para
quitarse este vestido y con el vendaje no
consigo alcanzar el botón de arriba del
todo.
Elaine depositó la caja en el suelo y
deseo que sus manos dejaran de temblarle
mientras se peleaba con el botón situado
bajo la nuca de Cheryl. «Estas a punto de
desnudarla antes de tu primera cita,
Marcaluso.
Esto es una buena señal. Una señal buena
de verdad!»
—Gracias —dijo Cheryl—. Me has
salvado de tener que llevar la misma ropa
toda la semana.
—Ha sido un placer. Nos vemos mañana.
*
—Es increíble —dijo Maxine, mientras
remarcaba algunas palabras con un tenedor
de plástico de tres puntas—.
Nunca había estado con una mujer
multiorgasmica.
—Por favor —le dijo Elaine con un
suspiro. Aquello no era lo que más
necesitaba.
—¡Y dice que puede enseñarme!
—Probablemente está fingiendo, Maxine.
—Tonterías.
—Meg Ryan, Cuando Harry encontró a
Sally, el mejor orgasmo que he oído en mi
vida. Créeme: está fingiendo.
—Puedes simular los sonidos, doctora
Marcaluso, pero no puedes simular toda
la respuesta corporal. Te digo que esa
mujer es una...
—Vale, vale —dijo Elaine y echó una
mirada a su alrededor para ver si alguien
en la cafetería estaba lo bastante cerca
como para oírlas—. Lo que tú quieras.
¿Podemos hablar de otra cosa?
—Claro que sí. ¿Cómo te va con la ex
novia de tu hermana?
Elaine dejó el tenedor a un lado, se
recostó en la silla y parpadeó varias
veces, mientras intentaba asimilar el
shock. Maxine debió de ver la expresión
de su rostro, porque inmediatamente
empezó a disculparse.
—Lo siento. No debería haber dicho eso.
El apetito de Elaine, el poco apetito que
había tenido en todo el día, había
desaparecido. La noche anterior había
estado demasiado nerviosa para dormir y
aquel día aún no había podido ingerir
nada.
— ¿Que tiene Cheryl para que te guste tan
poco —le preguntó Elaine—, aparte del
hecho de que sea la ex de mi hermana?
Con un chasquido, Maxine volvió a poner
la tapa de plástico en su ensalada.
Ninguna de las dos parecía tener mucho
apetito.
—Lo único que veo es que te va a hacer
daño, Elaine, y no puedo ver más allá. —
Maxine, distraídamente, hacia girar su
tenedor sobre la mesa—. Eres mi amiga y
me preocupo por ti. —Se encogió de
hombros y dejó el tenedor encima de la
ensalada—. Puede que ya sea hora de que
me meta en mis asuntos: ya eres mayorcita
y no necesitas que te diga cuando la estas
pifiando.
Elaine rió con amargura.
—Tienes razón. Para eso ya tengo a
Phoebe.
Cheryl abrió la puerta con su sonrisa de
siempre y con un vendaje más pequeño en
la mano.
—Mi amiga la doctora —dijo—. Pasa, ya
casi estoy lista.
— ¿Cómo tienes la mano?
—Hoy está mejor, gracias.
En el restaurante, discutieron
amigablemente sobre la conveniencia de
tomar café. Elaine sugirió que, si
tomaban, lo mejor sería ponerse guantes.
Reconocieron a Cheryl al momento y
todos los empleados se dispusieron a
convertir su cena en una velada
placentera. Fueron inmediatamente
acomodadas en la mejor mesa y les
indicaron los vinos y el champan que
tenían a su disposición.
—Esto está bien, pero no vale la pena —
dijo Elaine—.
Las quemaduras son muy dolorosas y
ellos se están librando del castigo con
mucha facilidad.
—Pues aprovechémonos todo lo que
podamos.
Elaine le informó con todo detalle de
cómo habían reaccionado Blanche y
Phoebe ante la caja que les llevó la tarde
anterior.
—Las dos se quedaron sin habla —dijo
Elaine—. Fue fantástico. Phoebe siguió
agitando la caja y levantándola a peso. No
tenía ni idea de que los juguetes sexuales
pesaran tanto.
La risa de Cheryl era encantadora y
estimulante, y Elaine quería seguir
escuchándola.
—Háblame de ellas —dijo Cheryl—. Me
encanta oír historias de tu familia.
— ¿No las has oído ya todas? —le
preguntó Elaine.
— ¿Lo dices por Mickey? No, ella nunca
habla de nada personal. —La luz de las
velas suavizó la sonrisa de Cheryl y sus
ojos se encontraron con los de Elaine al
otro lado de la mesa—. Vosotras dos sois
tan diferentes como el día y la noche.
—Pues pienso tomármelo como un
cumplido.
—Va, cuéntame cosas de ti —dijo Cheryl
—. ¿Eres la única doctora de la familia?
—Tengo un primo en California que es
reumatólogo, pero solo unas cuantas
personas de la familia saben que es lo que
hace en realidad.
— ¿Y Mickey y tu sois las únicas
lesbianas? Aparte de Blanche, claro.
Elaine sonrió.
—La tía Sophia está en un convento y aún
no hemos perdido la esperanza en ella. —
Cuando llegaron las ensaladas, Elaine
aprovechó para condensar su árbol
genealógico y veinticinco años de vida
con Phoebe y Blanche en unas pocas
frases elocuentes—. Mis padres
descienden de buenos católicos italianos.
Mi madre tiene nueve hermanos y mi
padre, siete. Los dos nacieron y crecieron
en Nueva York. Por parte de padre,
tenemos dos abogados, un cura, un
propietario de un restaurante, un vendedor
de coches usados y tres amas de casas.
Por parte de madre —los Benedetti—,
hay una enfermera, un jardinero, un
conservador de museo, tres violinistas, un
técnico de telefonía, dos amas de casa y la
tía Sophia en el convento. ¿Te han dicho
alguna vez cual es el verdadero nombre
de mi madre?
—No —respondió Cheryl.
—Bianca Valente Benedetti —dijo
lentamente Elaine—.
Siempre me ha parecido un nombre muy
bonito, especialmente cuando lo
pronuncia mi abuela, pero mi madre
prefiere que la llamen Blanche. —Elaine
disfrutó con la risa de Cheryl—. Mis
padres nunca se han divorciado —
prosiguió—. Prefieren vivir en pecado y
fingir que nadie se da cuenta. Por parte de
padre tengo treinta primos y otros tantos
por parte de madre, e intento asistir a las
reuniones familiares siempre que puedo.
— ¿Tus padres nunca se divorciaron? —
dijo Cheryl, con la sorpresa claramente
reflejada en su rostro.
—No. Mi madre tiene un pequeño gran
discurso sobre el Papa y el divorcio, y
sobre cómo ser una lesbiana católica, y
siempre recurre a él cuándo ve a mi tía
Sophia. Ya haré que lo recite para ti algún
día: es muy entretenido.
—No tenía ni idea.
— ¿Mickey no te hablaba nunca de los
Marcaluso y los Benedetti? —preguntó
Elaine y después se rió—. Si me sigues
haciendo preguntas puedo pasarme toda la
noche hablando de mi familia. —«Me
encanta mi familia — pensó Elaine—. Me
gusta estar con ellos y hablar de ellos. Y
aquí sentada esta la mujer a la que quiero,
alguien que nunca ha tenido una familia el
tiempo suficiente como para sentir que
pertenecía a algún sitio y, aunque no
pueda hacer que me quiera solo por
compartir con ella las nimiedades de los
Marcaluso, estoy completamente segura
de que puedo enseñarle una parte de mí
que muy poca gente conoce.»
— ¿Y cómo se llevan ahora tus padres?
—preguntó Cheryl —. ¡Aún no me puedo
creer que no llegaran a divorciarse!
—-Al principio no era demasiado
agradable, pero ahora mi madre, Phoebe y
mi padre se llevan la mar de bien.
Cada vez que ellas van a Nueva York se
quedan en su casa. Mi padre está con una
mujer, pero no tiene intenciones de volver
a casarse.
Retiraron las ensaladas y les sirvieron los
segundos.
Cheryl continuó formulando una batería de
preguntas sobre los temas más diversos,
desde cómo fue crecer siendo italiana
hasta los precios astronómicos de la
facultad de medicina, y Elaine contestó a
todas las preguntas lo mejor que pudo.
Después de describir un día típico en la
vida de una dermatóloga, fue Elaine quien
planteó su propia pregunta.
— ¿Que ha pasado entre Mickey y tú?
¿Puedes hablar de ello?
Cheryl se encogió de hombros y frunció
los labios, pensativa.
—Supongo que en gran parte ha sido
culpa mía: esperaba demasiado de ella,
cosas como fidelidad y honestidad.
Cometí el error de dar demasiadas cosas
por supuestas. Yo me tomo los
compromisos muy en serio, mientras que
lo único que Mickey se toma en serio es
su trabajo.
—Estás muy dolida.
—Estoy muy enfadada y avergonzada por
toda esta sucesión de acontecimientos. —
Cheryl alcanzó su vaso de agua y encontró
la mirada de Elaine a la luz de las velas
—. Tengo una pregunta parecida para
hacerte —dijo—. Entre Mickey y tú
también pasó algo. Tu madre decía que
hubo un tiempo en que estabais muy
unidas.
«Fuiste tú —le respondió sin palabras
Elaine—. Las dos nos enamoramos de ti.»
—Solía imaginarme como sería tener una
hermana —dijo Cheryl—. Y tener una
hermana que también sea lesbiana parece
un sueño —sonrió con tristeza—. Espero
que Mickey sea mejor hermana que
amante.
Elaine se rió sin saber muy bien que
decir. La sonrisa de Cheryl se desvaneció
poco después.
—No estoy segura de lo que me está
pasando —repuso Cheryl—. No
comprendo mis emociones.
— ¿Sigues enamorada de ella? —le
preguntó Elaine y aguantó la respiración
mientras esperaba la respuesta: un si hubiera
sido devastador, aunque Elaine, en aquel
momento, no estaba preparada para escuchar
ninguna respuesta, fuera cual fuera.
—No lo sé —respondió Cheryl—. Parece
razonable creer que debería estarlo.
Incluso me preocupa mas no poder decir
claramente que sí que lo estoy. —Cerró
los ojos y se estremeció visiblemente—.
Dios, no quiero estar enamorada.
«Pues parece como si lo estuvieras»,
pensó Elaine.
—Ya empiezo a recuperarme del shock
—dijo Cheryl—y sé que mi rabia es
comprensible. Lo que me cuesta más es
superar la humillación. Que tu madre
encontrara la nota de Mickey fue horrible:
ella y Phoebe no sabían que decir y yo lo
único que quería era que me dejaran sola.
Sentí que Mickey me había utilizado y
había abusado de mi confianza. Y si
después de eso sigo enamorada de ella,
entonces necesito que me vea un médico.
—No podrás evitarla siempre, ¿sabes?
Ahora le tocaba reírse a Cheryl.
—Ya lo creo que puedo.
Antes de que se dieran cuenta eran las
únicas clientes que quedaban en el
restaurante.
— ¿Qué hora es? —preguntó Elaine,
mientras entrecerraba los ojos para mirar su
reloj a la luz de las velas.
—Las diez y media —dijo Cheryl—. ¡No
puede ser!
En el camino de vuelta a casa, Cheryl le
hizo más preguntas a Elaine sobre su
familia y aquellas entretenidas perlas de
sabiduría siguieron saliendo de los labios
de Elaine. No se le escapó que Cheryl
comentó dos veces que se lo había pasado
muy bien.
Las cosas estaban mejorando.
Elaine era cautelosamente optimista.

Capítulo cinco

Días más tarde, Cheryl se puso furiosa


cuando, en el trabajo, contestó al teléfono
y escuchó la voz de Mickey. Tras
quedarse muda durante unos segundos,
incluso a ella misma le impresionó la
furia sin precedentes que retumbó en su
interior.
— ¿Cómo te atreves a llamarme aquí?
Hervía de indignación.
— ¿Qué se supone que he de hacer? —
ladró Mickey—. ¡Te dejo en recepción
mensajes que no contestas, no respondes a
mis cartas y te has cambiado el maldito
número de teléfono! Tenemos cosas que
discutir.
—Yo no tengo nada que decirte —y con
esto, Cheryl colgó de un golpe.
Sin embargo, una hora después Mickey
consiguió que se volviera a poner al
teléfono.
—La finca del lago —dijo Mickey con
prisas frustradas, porque en cuanto oyó su
voz Cheryl volvió a dejar el auricular en
su sitio.
Más tarde, aquel mismo día, Mickey hizo
que otra persona llamara y, en cuanto
Cheryl se puso al teléfono, le arrebató el
auricular y empezó con su discurso:
—Quiero esa finca, Cheryl, estoy
dispuesta a...
—Mickey, si vuelves a llamarme otra vez
aquí, te denunciaré por acoso. —Cheryl
hablaba con una voz tranquila pero tan
poco natural que una compañera de
trabajo que había cerca se detuvo a
mirarla—. Si tienes algo que decirme,
puedes escribirme, hacerme llegar el
mensaje mediante tu madre o ponerte en
contacto con mi abogado, pero nunca, y
quiero decir nunca, me vuelvas a llamar
aquí. ¿Está claro?
Colgó de nuevo, con la certeza de que
Mickey Marcaluso no volvería a llamarla
al trabajo. Cheryl alejó de su mente aquel
sórdido incidente, como si nunca hubiera
sucedido.
El sábado por la tarde, Cheryl cerró la
puerta del dormitorio y dejó dentro a
Cardigan, echando una cabezadita sobre
el edredón, a los pies de la cama.
Si el gato estaba en otra parte de la casa,
Phoebe podría quedarse más rato. Cheryl
había invitado a Blanche, Phoebe, Janet y
Elaine a cenar. Tener invitados y
mantenerse ocupada siempre la hacían
sentirse mejor.
Blanche y Phoebe llegaron las primeras,
seguidas por Janet, cuyo coche se había
estropeado en la misma calle, a una
manzana. Estaba hablando por teléfono,
intentando conseguir una grúa.
— ¿Puedo ayudar en algo? —le preguntó
Blanche a Cheryl en la cocina. Cerró los
ojos e inspiró profundamente al lado de
una cazuela que hervía a fuego lento—. Lo
de aquí dentro huele divinamente.
—Puedes llevar esto a la salita y ayudar a
Phoebe y a Janet, a comérselo. —Cheryl
sacó los aperitivos de la nevera mientras
sonaba el timbre. —Y si puedes ir a abrir
te lo agradecería.
Blanche abrió la puerta delantera y le dio
un abrazo a Elaine.
—Mi hija la doctora. Adelante, pasa.
Cheryl está en la cocina.
Elaine saludó con la mano a Phoebe, que
se encontraba acomodada en un sillón
mullidísimo, junto a la chimenea.
—Hola, doctora —la saludó Phoebe. —
¿Qué tal el negocio de la piel?
—Pasable, aunque a veces resulta
espinoso —respondió Elaine—. ¿Y tú?
Miró con curiosidad a Janet, que estaba al
teléfono dando instrucciones a alguien.
«¿Cuánta gente se supone que va a
venir?», se preguntó. Elaine se había
pasado toda la semana esperando la cena,
aunque sabía que no iba a estar a solas
con Cheryl, ya que confiaba en poder
ocuparse de eso más tarde, cuando todas
las demás se hubieran ido. En aquel
momento el simple hecho de estar allí ya
era todo un logro. En la cocina Elaine
encontró a Cheryl removiendo una salsa
de queso y ajustando la temperatura de un
fogón.
— ¡Ah -exclamó Cheryl, con una sonrisa
de bienvenida- . Estás aquí.
Elaine se rió y no la sorprendió en
absoluto la agitación que volvió a su
estómago. Todas las cosas le sentaban
bien a aquella mujer y los colores que
Cheryl solía utilizar siempre eran
perfectos: tonos otoñales, naranjas suaves
y marrones, siempre acentuando los
reflejos de su cabello. «Se te cae la baba,
Marcaluso. Se te cae la baba».
— ¿Quieres beber algo? —le preguntó
Cheryl—. Tu madre me ha dicho que hoy
has hecho de voluntaria en la clínica.
Elaine estaba encantada de haber sido
objeto de una conversación previa. Era
evidente que por lo menos había estado en
la mente de Cheryl una vez aquel día.
—Mi madre tuvo la amabilidad de
dejarme libres diez minutos para la
comida, pero las tres galletas de higo que
encontré en un cajón del escritorio a las
once y media ya hace horas que se han
esfumado.
Cheryl inclinó la cabeza y repasó a Elaine
con una mirada lenta e interesada. El
pulso de Elaine se disparó cuando sus
miradas se encontraron.
—¿Tres galletas de higo? —dijo Cheryl
—. Entonces tendré que ver si puedo
saciar todo tu apetito.
Elaine podía sentir el calor que le subía a
la cara mientras tosía nerviosamente.
Janet entró en la cocina refunfuñando
sobre las garantías de los coches nuevos.
Cheryl las presentó y prometió que la
cena estaría lista enseguida.
—La otra novia a la que han dejado
plantada —explicó Cheryl cuando Janet
salió de la cocina para poner la mesa—.
Está muy deprimida y de lo único que
habla es de lo sucedido entre Mickey y
Verónica.
—Entonces intentemos que el ambiente de
la cena sea más distendido posible —
sugirió Elaine—. Igual podemos jugar a
algún juego de mesa, como las charadas o
Tabú.
—Por favor —dijo Cheryl—, estoy
convencida de que podemos disfrutar de
la cena sin tener que recurrir a nada de
eso.
Y la velada continúo: una comida
deliciosa fue servida y consumida para el
deleite de todas.
Blanche, Elaine y Phoebe explicaron
anécdotas del hospital. Las historias de
Blanche sobre los turnos dobles en el
pabellón de psiquiatría solo rivalizaban
con la descripción que hizo Elaine de su
primera rotación en una clínica de
enfermedades venéreas: en principio, era
un tema del que no parecía muy apropiado
hablar durante una cena, pero en realidad
era muy divertido.
Cuando gran parte del pastel de queso
había desaparecido y ya estaba preparada
la segunda cafetera de café descafeinado,
todas estaban muy animadas. Sin embargo,
la distribución de asientos en la salita,
más tarde, despertó las sospechas de
Elaine de que algo diferente estaba
sucediendo.
Janet le había parecido muy atenta durante
toda la cena: se aseguraba de que Elaine
tuviera sal, pimienta, la copa siempre
llena y todo lo que pudiera necesitar. Se
reía en los momentos adecuados y le
había formulado toda una serie de
preguntas halagadoras. En un determinado
momento, Elaine se dio cuenta de que
Cheryl las miraba con regocijo mal
disimulado. En aquel instante le pareció
tan agradable contar con su atención que
se le escaparon las razones que Cheryl
tenía para fijarse en ella. No obstante,
cuando pasaron a la salita, Elaine se dio
cuenta de que Janet se abalanzaba hacia el
sofá para poder sentarse a su lado y que
después le acarició la rodilla tras una
banalidad que Elaine había comentado.
— ¿Donde esta Cardigan? —preguntó
Phoebe—. Como no he tenido ningún
problema de respiración me he olvidado
de él.
—Seguramente este en mi cama viendo la
tele —dijo Cheryl.
—Y comiendo bombones, seguro —
añadió Blanche y apretó la mano de su
compañera--. Me alegra ver que estas
aguantando tan bien.
— ¿Te ha explicado alguna vez Cheryl
por que le puso ese nombre a Cardigan?
—le preguntó Janet a Elaine.
Tenía el brazo extendido a lo largo del
respaldo del sofá, cerca del hombro de
Elaine.
—Tiene que ver con que perdía pelo
suficiente como para hacer un suéter —
dijo Elaine y miró a Cheryl, que seguía
con aquella expresión divertida.
Entonces, cambiaron de tema y todas
explicaron anécdotas de animales. La
contribución de Phoebe siempre
finalizaba con la descripción de como se
le bloqueaba la garganta tras haber
pasado unas horas con un gato. Poco
después Blanche empezó a bostezar y a
hablar de irse: ya eran las once.
Elaine miró el reloj y esperó que, por fin,
todo el mundo estuviera dispuesto a
marcharse. Estar a solas con Cheryl no
iba a ser tan fácil como le había parecido
al principio, cuando lo pensó, pero, para
su pesar, Janet tenía otros planes.
— ¿Puedo pedirte que me acerques a
casa? —le preguntó Janet—. Tengo el
coche en el taller Elaine hizo todo lo que
pudo para disimular su disgusto y volvió a
captar aquella expresión divertida en el
rostro de Cheryl cuando sus miradas se
encontraron desde el otro extremo de la
sala.
Todas se prepararon para irse e
intercambiaron abrazos y comentarios
elogiosos sobre la cena. Cheryl soltó una
risita y le dio a Elaine una palmada en la
espalda.
—A ella le pareces bien —le susurró
Cheryl— y tú me dijiste que te gustaban
altas.
— ¿Qué es lo que está pasando? —
tartamudeó Elaine en un susurro
aterrorizado.
— ¿Vosotras dos estáis listas? —preguntó
Phoebe mientras abría la puerta delantera
—. Podemos salir todas juntas.
Elaine se inclinó hacia Cheryl y le
susurró: —Te llamaré en cuanto llegue a
casa.
Si se paraba a pensar, ni siquiera un
momento, en lo que estaba sucediendo,
seguramente se iba a enfadar mucho.
— ¿Cuando? —se burló Cheryl—.
¿Dentro de tres o cuatro horas? Ni se te
ocurra llamarme tan tarde.
—En veinte minutos, como máximo. —
Elaine no sabía dónde vivía Janet, pero
iba a dejarla allí y estar de vuelta en su
casa en un tiempo record. «Esto es
increíble —pensó—. Totalmente
increíble. ¿Tres o cuatro horas? ¿Qué
caramba se supone que quiere decir?»
Elaine dejó a Janet en una bonita casa de
dos pisos con jardín en Castle Hills, un
barrio caro; Maxine y Betina no vivían
muy lejos. La conversación durante el
trayecto consistió en una serie de
preguntas que Janet le formuló a Elaine
sobre su profesión y en las respuestas
esporádicas de Elaine, que a menudo no
eran más que monosílabos. Las dos
estaban un poco distraídas cuando Janet
invitó a Elaine a una copa.
Aun así, la respuesta de Elaine fue menos
torpe de lo que cabía esperar: era tarde,
al fin y al cabo.
Cuatro manzanas después de haber dejado
a Janet, Elaine tomó su teléfono móvil y
llamó a Cheryl, pero comunicaba. Siguió
llamando durante todo el camino a casa,
pero solo obtuvo la señal de que
comunicaba. «
¿Es posible que Cheryl haya descolgado
el teléfono? — se preguntó—. ¡Incluso
después de que yo le haya dicho que iba a
llamarla?» Elaine estaba tan disgustada
que tenía ganas de llorar. Cuarenta y cinco
minutos más tarde, aparcó en el garaje de
su casa y se quedó un rato en el coche.
Detestaba aquellos insanos estallidos de
irascibilidad.
Bajó del coche y entró en la casa por la
cocina. En cuanto abrió la puerta, escuchó
una voz de mujer que hablaba en la salita.
Tardó un momento en darse cuenta de que
Cheryl estaba dejando un mensaje en el
contestador, pero, en el tiempo que tardó
en correr hacia el teléfono, Cheryl ya
había colgado. Elaine se dejó caer en el
sofá y apretó el botón de Play para
escucharlo.
«Por si has intentado llamarme —decía la
voz de Cheryl—, he estado al teléfono
hablando con Janet desde que la dejaste
en su casa. Parece que se siente bastante
atraída por ti. Y si no has estado
intentando llamarme, entonces la pregunta
es: ¿por qué no? Me dijiste que en veinte
minutos, como máximo y ya han pasado
cuarenta y cinco.»
Elaine alcanzó el teléfono y respiró
hondo. No recordaba la última vez que se
había sentido tan feliz. Marcó el número
de Cheryl y escuchó su voz tranquila y
profunda.
—Hola —dijo Elaine—. Acabo de oír tú
mensaje Quería saber exactamente donde
estaba Cheryl en aquel momento: si hecha
un ovillo en el sofá frente al televisor, o
en la cocina recogiendo los restos del
banquete, pero no se atrevía a
preguntárselo.
Prefería imaginársela en la cama, en
medio de un montón de almohadones,
vestida únicamente con un simple
camisón.
—Has obrado un milagro en la autoestima
de Janet — dijo Cheryl—. Ha estado
hablando de ti sin parar durante media
hora.
Elaine no estaba segura de cómo debía
responder a aquello. Lo último que quería
en el mundo era darle a Cheryl un motivo
para que le siguiera tomando el pelo.
— ¿No te interesa lo que me ha dicho? —
le preguntó Cheryl.
Elaine se rió.
—La verdad es que no.
— ¡Oh! ¿He malinterpretado la situación?
Elaine empezó a relajarse un poco y
apoyó la cabeza contra el respaldo del
sofá.
—Según tú, ¿cuál era la situación?
—Esta noche he captado intensas
vibraciones —dijo Cheryl—. Y Janet me
ha dejado bien claro que le interesas.
—Sean cuales sean las vibraciones que te
ha parecido que yo emitía, no tenían nada
que ver con Janet, te lo aseguro.
Hubo un momento de silencio antes de que
Cheryl, de nuevo, pronunciara un simple:
«0h». La ausencia de una respuesta más
entusiasta llamó la atención de Elaine.
Había hablado demasiado pronto. Era
evidente que Cheryl aún no estaba
preparada para oír nada de eso.
—Bueno, dejémoslo por ahora —dijo
Elaine rápidamente-
-. Yo... esto... me preguntaba si querrías
cenar conmigo algún día de esta semana.
Podríamos ir al centro y mezclarnos con
los turistas. Hace siglos que no lo hago.
Hubo otro largo silencio antes de que
Cheryl dijera: —Elaine... No tenía ni
idea...
—Por favor —susurró Elaine—. Olvida
lo que he dicho.
Olvidemos las vibraciones y olvidemos a
Janet. ¿Qué te parece cenar el martes?
Hagamos de turistas: podemos ir al River
Walk(2), al Planet Hollywood o al Hard
Rock Café. 0 a los tres sitios: la ruta
completa.
—¿Te gusta ese tipo de cosas?
—¿Hacer el turista?
—No. El Planet Hollywood, el Hard
Rock, todo esos sitios para yuppies. Por
favor, dime que no has estado nunca en
Hooters(3). Por favor.
Elaine se rió.
—Nunca he estado en Hooters.
—Gracias.
—Me educaron dos feministas. En nuestra
casa ni siquiera se podía pronunciar la
palabra hooters(4).
(2)paseo del río, en inglés: es una
emblemática área de San Antonio situada
a orillas del río del mismo nombre, donde
se concentra gran parte de la oferta
recreativa y turística de la ciudad

(3) nombre de una cadena de bares similar al


Hard Rock Café o al Planet Hollywood,
caracterizada porque las chicas van en
bikini.

(4) vulgarismo para referirse a los pechos de


las mujeres

¿Así, que? ¿Quedamos el martes? Te


recojo a las siete. Te prometo que va a ser
divertido.
—Seguro que sí —dijo Cheryl—. Me has
dado mucho en lo que pensar. Tengo que
procesar y reconsiderar todo lo de esta
noche.
—Mantente abierta, a la expectativa, es lo
único que te pido de momento.
—Me parece justo —dijo Cheryl—. Así
pues, nos vemos el martes a las siete.
La abogada de Cheryl llamó para
transmitirle la propuesta de Mickey sobre
la finca situada frente al lago, de la cual
eran propietarias. Alpha Cooper era dura
y Cheryl sabía desde el primer momento
lo furiosa que se pondría Mickey cuando
supiera quien la representaba.
—Quiere la finca, pero se negaba a
pagarte por ella ni un solo céntimo —dijo
Alpha en el tono seco y escueto al que
recurría cuando estaba enfadada—.
Cuando deje de reírme y le pedí que no
me hiciera perder más tiempo, de mala
gana me ofreció la mitad del valor que las
dos habíais pagado. Me alegra
comunicarte que ahora está dispuesta a
pagarte la mitad de lo que vale la finca y
puede que si nos mantenemos firmes
consigamos un poco más. La quiere con
toda su alma, pero yo no estaba segura de
cuanto quieres hacerla sufrir.
—Saca todo lo que puedas —le dijo Cheryl
tranquilamente. Odiaba aquel tipo de
cosas: las peleas y los regateos. Solo con
pensar en Mickey, sentía un peso en el
pecho, pero la desolación y el shock
inicial ya se habían visto reemplazados
por la rabia—. Simplemente, asegúrate de
que no tenga que verla.
Al día siguiente, en el trabajo, Cheryl se
pasó la mañana catalogando y
discutiendo, de vez en cuando, con la
oficina de administración municipal sobre
una propuesta de recorte de presupuesto.
Los empleados de todas las bibliotecas
públicas de la ciudad estaban disgustados
por el rumor. Un poco más tarde llamó
Janet. Su voz temblaba de nerviosismo y
excitación.
— ¿A que no adivinas que pasó anoche?
—dijo Janet de un tirón—. Verónica vino
a casa y hemos dormido juntas. Se había
peleado con Mickey. ¡Oh, Dios! Fue muy
excitante. Nunca habíamos disfrutado
tanto del sexo. He quedado con ella en
casa para comer dentro de una hora. ¿No
es fantástico? Para comer. ¡Ja! La verdad
es que hoy no tengo previsto comer.
Cheryl aferraba el teléfono con tanta
fuerza que se le estaban poniendo blancos
los nudillos.
— ¿Por qué me cuentas eso?
— ¿Por qué? ¿No lo ves? Mickey va a
volver a tu lado arrastrándose. Es
perfecto.
Cheryl no podía emitir palabra. No quería
que Mickey volviera y tampoco quería
saber nada de Janet y de Verónica.
—Creía que te alegrarías por mí —repuso
Janet en un tono más apagado.
Cheryl quería decirle: «Eso no te hace
mejor que ellas». Se recostó en el asiento
y se frotó la frente con dedos
—Estoy enamorada de ella, Cheryl. No te
engañes, tú harías lo mismo si Mickey se
plantara en el umbral de tu casa.
Cheryl sintió un tirón en la boca del
estómago ante la idea de que podía ser tan
débil y estar tan necesitada.
« ¿Que hubiera hecho yo? —se preguntó
—. Puede que sea por eso por lo que
ahora evito ver a Mickey, el motivo por el
que ni siquiera quiero entablar una breve
conversación con ella. ¿Tengo miedo de
la influencia que ejerce sobre mí? ¿Sigo
enamorada de ella? ¿No me importa que
me haya dejado por un bomboncito
rubio?» De repente, Cheryl se sintió
agotada. Estaba cansada de pensar y
cansada de enfrentarse a tantas emociones
nuevas.
—Voy a intentarlo, Cheryl —le dijo Janet,
que había recuperado parte de su
entusiasmo original—. Puede que hoy la
convenza para que se quede toda la noche.
—Janet —dijo Cheryl con un suspiro de
cansancio— anoche, después de dejarte,
¿Verónica se fue a casa con Mickey?
—Me dijo que no podía quedarse. No sé
adónde iba.
—Pues piensa en ello.
— ¡Por Dios, Cheryl! ¿Por qué estas
intentando estropeármelo?
— ¿Quieres escuchar lo que estás
diciendo? —le espetó Cheryl—. Se
fugaron juntas a México. Verónica te dejó
por otra mujer. ¿Eso no significa nada
para ti?
—Ahora mismo no me hace ninguna falta
oírlo, ¿vale?
Siento haber llamado. Tengo una cita para
comer y he de arreglarme.
Cheryl escuchó el chasquido, pero
mantuvo el auricular en su sitio unos
segundos más. «Yo tengo más respeto por
mí misma.» Mientras colgaba, inspiró
profundamente y volvió a frotarse sus ojos
cansados, rezando en todo momento por
que fuera cierto que ella tenía más respeto
por sí misma.

Capitulo seis

Elaine Marcaluso estaba preparada para


ir a trabajar y andaba más animada de lo
normal mientras se movía por el
apartamento. Había tenido un sueño muy
vivido, en el que besaba a Cheryl, e
incluso entonces, horas después, mientras
preparaba su maletín, le daba un vuelco el
estómago cada vez que lo recordaba. Se
sorprendió a sí misma cantando tontas
canciones de amor de camino al
restaurante donde tenía que encontrarse
con Maxine para desayunar. Se sentía de
maravilla.
En el sueño, Elaine recogía a Cheryl para
ir a cenar y cuando estaban en el coche
parecía como si Cheryl se hubiera sentado
un poco más cerca de ella en el asiento.
Elaine no podía recordar nada de lo que
hablaban pero sí que Cheryl se reía y
como su pelo castaño enmarcaba su
encantadora cara cada vez que inclinaba
la cabeza. En el sueño, Elaine sugería que
después de la cena podían ir a su casa a
ver a los gatitos.
«De donde caray han salido los gatitos,
Marcaluso?»
se preguntó a sí misma con una risita,
mientras zigzagueaba entre el tráfico.
Noah, el gato persa de Elaine, no tenía ni
una pizca de espíritu maternal en todo el
cuerpo, pero en su sueño había cuatro
gatitos en una cesta junto a la puerta del
lavadero. Eran unas criaturitas preciosas,
que apenas habían abierto los ojos. Elaine
se arrodillaba a un lado de la cesta y
Cheryl al otro, y de pronto sus ojos se
encontraban, dejaban los gatitos al mismo
tiempo y se acercaban la una a la otra
para darse un beso. Cuando terminaban de
besarse, Cheryl se levantaba, daba media
vuelta y salía de la habitación, mientras
Elaine empezaba a soñar con otras cocas.
— ¿Eso es todo? —dijo Maxine por
encima de su taco de patata y huevo—.
¿Soñar con un beso es lo que te ha dejado
en ese estado? Vaya, vaya. Me pregunto
cómo estarías si te hubiera manoseado un
poco.
Elaine le lanzó una servilleta hecha una
bola.
—¿Qué tipo de beso era? —le preguntó
Maxine.
—Bueno, Dios, muy bueno —respondió
Elaine, con un suspiro—. Me estremecí de
tal modo que, si no llega a ser porque
estaba dormida, me hubiera desmayado.
Las risas de Maxine acallaron unas cuantas
conversaciones en las mesas de su
alrededor.
—Háblame de ese beso —dijo, bajando
la voz—. ¿Cheryl estaba tan interesada
como tú? En el sueño, quiero decir.
— ¡Ya lo creo! Ella también me estaba
besando.
— ¿Por qué crees que se levantó y se fue
de esa manera? —preguntó Maxine.
—No lo sé. Puede que fuera hacia mi
dormitorio, esperando a que yo la
siguiera.
—Parece como si todavía continuaras
soñando, doctora Marcaluso.
Elaine le habló de su inminente cita del
martes por la noche.
—Creo que estoy un poco nerviosa —
admitió. Dejó de fingir que comía y, en
vez de eso, dio un sorbo a su café tibio—.
No estoy segura de lo que debo hacer de
ahora en adelante.
—Ataca —dijo Maxine—. No hay
ninguna duda.
Elaine puso los ojos en blanco.
—No puedo creer que te esté pidiendo
consejo a ti. A la que mantiene relaciones
sexuales en la zona de carga y descarga de
pacientes porque a primera hora de la
mañana los ascensores están demasiado
llenos.
Maxine sonrió y apartó el plato vacío.
—Se diría que estas celosa: claro que
deberías estarlo. —Alcanzó el café y
escudriñó a su amiga por encima de la
taza — ¿Y que tiene esa mujer de
especial? —Le preguntó Maxine con
seriedad—. He vista mujeres agolpándose
a tu alrededor para intentar captar tu
atención. Ahí fuera siempre has sido muy
popular. ¿Por qué sigues soñando con
alguien que ni siquiera sabe que existes?
—Porque, en mis sueños, besa de
maravilla.
—Sí, claro —dijo Maxine con una
sonrisita—, en tus sueños.
El martes por la noche Elaine llegó
puntual a la cita, pero más nerviosa de lo
que parecía adecuado.
Cheryl abrió la puerta vestida con una
falda marrón oscuro y un chaleco rojizo
sobre su blusa de seda beige. Por un
momento, Elaine se quedó anonadada
cuando la vio. «Dios, es preciosa».
—Mi amiga la doctora —dijo Cheryl, con
cortesía—.
Pasa, ya casi estoy.
Decidieron olvidarse de las actividades
turísticas y, en lugar de eso, ir a un
restaurante bonito y tranquilo en Monte
Vista. Al contrario de lo que sucedía en el
sueño de Elaine, Cheryl no se acercó a
ella en el coche, pero durante toda la cena
se divirtieron la una a la otra.
— ¿Cómo eras cuando eras niña? —le
preguntó Cheryl, mientras compartían una
porción de pastel de queso con cerezas.
—Curiosa, lista y testaruda —dijo Elaine
y, de repente, se rió—. Una empollona.
¿No es así como dicen los niños? En mis
tiempos éramos sabiondos, creo, pero en
realidad a las niñas no nos llamaban así.
Ya te haces una idea, yo era la única en
clase que siempre sacaba la mejor nota en
los exámenes y fastidiaba la media de los
demás.
Cheryl sonrió.
—Tú eras la niña al lado de la cual todo
el mundo se quería sentar con la
esperanza de echar un vistazo a tu examen.
—Con la punta del tenedor, se tocó su
labio inferior, perfecto—. Háblame de tu
primera amante.
Y a partir de ahí se pasaron el resto de la
noche intercambiando anécdotas sobre
outings y sobre momentos embarazosos de
la adolescencia. Se reían continuamente,
igual que en el sueño de Elaine, y de
nuevo fueron las últimas en abandonar el
restaurante.
—No puedo creer que sea tan tarde —
dijo Cheryl durante el trayecto en coche a
su casa—. ¿Este sábado trabajas en la
clínica, para tu madre?
—Ah, sí. Me ha planeado el día hasta la
milésima de segundo.
—El domingo es la Fiesta Gay y Lésbica
—dijo Cheryl—.
¿Pensabas ir este año?
El corazón de Elaine empezó a palpitar. «
¿Me está pidiendo que salgamos?
¿Estamos a punto de empezar a hacer
planes sobre algo que ha propuesto ella?
El domingo he de estar localizable porque
Morgan está fuera de la ciudad, pero eso
no es ningún problema: pasaré visita a sus
pacientes a primera hora. Es pan
comido.»
—El domingo he de estar localizable —
explicó Elaine, sin alterarse—, pero como
llevo el busca, puedo permitirme alguna
licencia.
—Yo estaré un par de horas trabajando en
la caseta del comité político —dijo
Cheryl—, pero, aparte de eso, estoy libre,
así que seguro que nos vemos allí.
Elaine aparcó frente a la casa de Cheryl.
Quería algo más concreto que un «seguro
que nos vemos allí»
—Phoebe se encarga de organizar las
casetas este año —comento Cheryl—, así
que no llegues demasiado pronto o te
pondrá a trabajar. —Reclinó la cabeza
hasta acomodarla en el reposacabezas y
se giró hacia Elaine—. Me lo he pasado
muy bien esta noche.
—Parece que te sorprende.
—Supongo que un poco sí. Últimamente
lo he pasado muy mal. —La luz del
salpicadero iluminó la sonrisa de Cheryl
mientras volvía a girar el rostro hacia
Elaine—. No te pareces en nada a
Mickey.
—Gracias —dijo Elaine y se vio
recompensada por una sonora risa.
Sus ojos volvieron a encontrarse por un
momento y fue entonces cuando, de haber
estado soñando, Elaine se hubiera
inclinado a besarla. Pero el momento se
desvaneció cuando Cheryl abrió la puerta
y el coche se vio inundado de una luz no
deseada.
—Entonces, hasta el domingo —dijo
Cheryl—. Buenas noches.
Durante todo el camino a casa Elaine se
estuvo preguntando si no estaría siendo
demasiado pasiva.
«Ataca», le había instado Maxine, que no
estaba nunca sin amantes. Elaine negó con
la cabeza y suspiró.
Quizá Maxine tenía razón.
*
El domingo hacia una bonita y soleada
tarde de abril
y se esperaba que la temperatura
alcanzara los veinticinco grados. La
música en La Villita Assembly Hall(5) era
ensordecedora, pero parecía que no le
importaba a nadie. Las conversaciones
podían esperar a los festejos en el patio,
donde se encontraban los vendedores
ambulantes de perritos calientes, fajitas y
muslos de pavo. El único motivo por el
que el Assembly Hall en sí estaba repleto
de gente era porque allí dentro vendían
cerveza y había aire acondicionado.
Elaine vio a Phoebe con su gorra de
«Mala actitud» puesta, abriéndose paso entre
la multitud que entraba.
— ¡Eh! —le dijo Phoebe mientras le daba
un abrazo—.
¿Qué tal el negocio de la piel hoy?
—Con algunas arrugas. —La música
estaba tan fuerte que prácticamente se
estaban gritando la una en la oreja de la
otra—. Un éxito de público.
(5) local de convenciones y congresos

—Tu madre está trabajando en la caseta


de la Coca-Cola, al lado de aquel enorme
altavoz de allí. La música esta tan fuerte
que lleva tapones en los oídos y orejeras.
No puedes perdértela.
Elaine avanzó lentamente hacia la caseta,
pero en el camino se encontró con varias
mujeres a las que conocía. Era imposible
hablar lo bastante alto como para oírse,
de manera que los abrazos y los gestos
con las manos eran prácticamente todo lo
que se podía esperar.
Elaine le compró una cola light a su
madre y se rió de sus orejeras peludas y
negras, que hacían juego con la camiseta
sin mangas gris y con los bermudas
negros. Elaine prometió volver más tarde
para trabajar juntas un turno. Blanche se
inclinó y le gritó al oído:
—No se lo deseo a nadie. Cheryl está en
el stand del comité intentando colocar sus
mercancías. Ve a divertirte. Nos vemos
luego.
Fuera, en el patio, todo parecía mucho
más calmado.
Otro DJ estaba situado en el extremo más
apartado, enviando una ráfaga de música
en aquella dirección, pero al aire libre la
música cumplía la función que se le
suponía. De una mirada, Elaine estudió la
caseta de pescar cervezas; la de Miss
Texas Gay, donde fabricaban
resplandecientes bandas de miss con el
monograma que quisieras; la de parejas
de Álamo, donde vendían bebidas de
frutas muy apropiadas para la ocasión;
una caseta de cucuruchos de hielo(6) y de
palomitas, y una caseta de besos. Al
inspeccionar más detenidamente la caseta
de los besos, vio a Cheryl y a Joey, un
amigo gay de Maxine, que estaban
trabajando allí. «Cheryl está vendiendo
besos», pensó Elaine. La cola que se
había formado frente a la caseta
era impresionante:unas diez personas
componían una bonita mezcla de hombres
y mujeres.
Elaine se puso a la cola y leyó el cartel
que había sobre la caseta: «Besos
sencillos, 1 dólar. Besos con lengua, 5
dólares». Y en letra más pequeña: «Para
el Comité Político de Gays y Lesbianas de
San Antonio».
Era una organización a la que a Elaine le
gustaba hacer donativos. Durante los
últimos años había donado miles de
dólares y ella en persona había
promovido algunas recolectas de fondos,
así como también junto con Maxine.
Ninguna de las dos tenía demasiado
tiempo para ayudar a registrar a los
votantes gays o lesbianas, o para trabajar
en campañas políticas, así que, en lugar
de eso, aportaban dinero, cosa que
siempre se les agradecía.

(6) snow cone hielo de sabores picado,


similar al granizado, servido
generalmente en un cucurucho

Elaine contempló a la gente que hacía cola


delante de ella para ver cómo iban las
cosas. Botecitos de spray para el aliento y
de enjuague bucal se alineaban en la
repisa que había delante de la caseta. Los
hombres de la cola besaban a Joey, un
joven Adonis de larga melena rubia, y las
mujeres besaban a Cheryl. Eran breves
besos platónicos en la mejilla o
exageradas muecas con los labios
fruncidos. No era más que una diversión
inocua por una buena causa y todos
parecían estar pasándoselo bien.
Detrás de Elaine había tres mujeres
cuando, por fin, consiguió llegar hasta la
cabeza de la cola. Metió la mano en el
bolsillo y sacó un billete de cien dólares
nuevecito, que la noche anterior había
decidido donar. Al verlo, los ojos de
Cheryl y de Joey se abrieron de par en
par.
— ¿Que puedo conseguir por esto? —
preguntó Elaine mientras sostenía el
billete entre los dedos.
—¡0h, Dios mío! —exclamó Joey—. Por
esa cantidad, hasta yo te besaría.
—Pues te doy otro igual por no hacerlo —
le informó Elaine.
—Muy bien, Cheryl, nena —la alentó
Joey mientras le propinaba un codazo en
las costillas—. ¿Estas preparada para
esto? ¡Cien pavos!
—No tengo palabras —murmuró Cheryl.
La expresión de su rostro era de asombro,
pero sus ojos chispeaban.
—Veamos —dijo Joey mientras señalaba
el cartel que colgaba sobre sus cabezas—,
esto es o cien besos normales o veinte
besos con lengua. —Señaló una caja de
lenguas de plástico rojo con el logo del
comité.
Al parecer, por cinco dólares el beso con
lengua consistía en un beso en la mejilla
más una lengua de plástico que te
entregaban sobre el mostrador—.
¿Estas segura de que estas preparada para
esto? — preguntó Joey—. ¿Quieres que
pida refuerzos? Seguro que no tendremos
ningún problema en encontrar voluntarias
para besarla.
—No, no —dijo Cheryl mientras empezaba a
centrarse—.Estoy bien.
Elaine estaba nerviosa y no sabía muy
bien que hacer a continuación. No quería
que su primer beso con Cheryl fuera en
aquellas circunstancias, pero ya era un
poco tarde para pensar en eso.
— ¿Para quién es esto? —le preguntó
Elaine a Joey, señalándole el spray bucal,
los Certs(7( y el enjuague que se alineaban
ante el—. ¿Para mí o para vosotros?
—Para ti —dijo Joey—. Nosotros ya
olemos bien.

(7) marca de pastillas mentoladas que


refrescan el aliento

Elaine le lanzó una mirada a Cheryl, que


se estaba riendo y agitaba la cabeza.
—Mi amiga la doctora —dijo Cheryl con
un sensual susurro—. ¿Que deseas? ¿Cien
normales o veinte especiales?
—Pide los especiales —soltó alguien en
la cola, detrás de Elaine.
—Humm...
Antes de que Elaine tuviera ocasión de
responder, su busca empezó a sonar.
«¡Esto no me puede estar sucediendo! —
Tiró de la cintura de sus pantalones para
comprobar el número en la pantallita
digital—.
No, no, no. Ahora no.»
— ¿Es así la vida con una doctora? —
preguntó Cheryl.
—Normalmente, con esta doctora no. —
Nerviosa, Elaine se aclaró la garganta—.
Lo siento. Tengo que irme.
Alrededor de la caseta se agrupaban cerca
de cincuenta personas, que se quejaron,
disgustadas por aquel final tan precipitado.
— ¿Cuánto tardas en dar un beso? —gritó
alguien de la cola--. ¡No te puedes ir con
las manos vacías!
—De verdad —dijo Elaine—, tengo que
irme.
Dos mujeres salieron de la cola e instaron
a Elaine a avanzar, aferrándola con fuerza
por los codos. Allí, por encima del
mostrador, Cheryl la agarró de la camisa
y la atrajo hacia sí.
Cheryl le soltó la camisa y Elaine sintió
cómo situaba las manos a ambos lados de
su cabeza, manteniéndola quieta, justo antes
de besarla profundamente, con una pasión
salvaje.
Luego, entrelazó las manos en su cabello y
movió su lengua, ansiosa, con intensa
urgencia, en la boca de Elaine, mientras la
multitud empezaba a ovacionarlas.
Finalmente, Cheryl se separó lo suficiente
para rozar con sus labios la oreja y el
cuello de Elaine. Las dos estaban
temblando.
—¡Jesús! —suspiró Elaine, sin aliento.
—Gracias por el donativo —le susurró
Cheryl al oído.
—Esto valía al menos quinientos pavos
—dijo Elaine.
Tenía las piernas tan flojas que apenas
podía aguantarse en pie sin ayuda.
—Si quieres, puedes hacernos un cheque
por los otros cuatrocientos —sugirió
Joey.
Los ojos de Cheryl seguían clavados en
ella con una mirada ardiente. Elaine
estaba fascinada y no quería marcharse,
pero tenía que encontrar una cabina de
teléfono y responder al aviso. Esperaba
que su mirada estuviera transmitiendo
aquella información cuando Cheryl la
dejó marchar. Elaine se giró y convenció
a una multitud reticente para que hicieran
cola frente a la caseta de los besos y se
gastaran el dinero. Se alejó deprisa y
llamó al hospital desde un teléfono
público que había cerca de los lavabos,
para confirmar que era cierto que la
necesitaban allí. En su trayecto a través de
la ciudad, el estómago no hacía más que
darle un vuelco tras otro mientras revivía
mentalmente una y otra vez toda la escena.
«Cheryl me ha besado. Me ha besado de
verdad.»
*
Elaine llegó a casa tarde, cansada y
hambrienta.
Hurgó en la nevera y encontró una lata de
cerveza de jengibre y una manzana que
había conocido tiempos mejores. Escuchó
los mensajes del contestador mientras
buscaba el mando a distancia del
televisor.
El primero era de Maxine, confirmándole
que quedaba con ella para desayunar al
día siguiente a la hora y en el lugar de
siempre.
—Hemos tenido en cuenta tu sugerencia
sobre el sexo en el ascensor —dijo
Maxine—. Cuando nos veamos te pasaré
el informe completo.
El siguiente mensaje era de Cheryl. Elaine
dejó de mascar y prestó atención.
—Soy Cheryl. El comité ha conseguido
seiscientos cincuenta y tres dólares, en
gran parte gracias a tus esfuerzos. Llevo
toda la tarde pensando en ti. Me
preguntaba si podríamos volver a ir a
cenar. Llámame cuando puedas.
Elaine se tumbó en el sofá y cerró los
ojos. Era demasiado bueno para ser
verdad. Descolgó el teléfono y marcó el
número de Cheryl. «Te mereces un
descanso, Marcaluso. Aprovéchate de
esto mientras puedas.»
Cheryl respondió al primer timbrazo.
—Hola.
—Hola, soy yo, tu amiga la doctora.
Elaine se relajó un poco cuando escucho
la risa fácil de Cheryl.
—Joey y yo hemos ganado más dinero en
nuestro turno que ningún otro miembro del
comité. Los dos tenemos los labios
agotados —bajó la voz—. Me ha sabido
mal que tuvieras que irte en aquel
momento.
—Sí, claro —dijo Elaine—. Siempre he
tenido una suerte lamentable y
un terrible don de la oportunidad.
— ¿Qué te parece cenar mañana? Creo
que tenemos unas cuantas cosas de que
hablar.
— ¿Qué clase de cosas? —preguntó
Elaine.
—De ti, de mí, de un montón de cosas. Y
sobre todo de ese beso. No puedo dejar
de recordarlo. Así que, ¿qué te parece
mañana a las siete? ¿Me recoges?
—Si —dijo Elaine—, claro. Mañana a las
siete. Te veo entonces.

Capitulo siete

—Siéntate —dijo Elaine mientras daba un


trago a su café, a la mañana siguiente. La
sonrisa de Maxine delataba que había
empezado el día disfrutando del sexo—.
Y no quiero oír nada sobre lo del
ascensor, ¿vale? Estoy segura de que fue
fantástico, así que no necesito más
detalles.
—El sexo en el ascensor tiene sus
altibajos, amiga mía —dijo Maxine.
Elaine abrió el menú y gimió.
—Esta noche voy a cenar con Cheryl y
esta vez ha sido ella quien me ha llamado
a mí.
—Humm. ¿Conque es eso? Supongo que
aún no has saltado sobre ella, ¿no?
—No, aun no.
— ¿Esta noche, quizá?
—Todavía faltan semanas para eso.
— ¿Semanas? —repitió Maxine,
horrorizada. Su busca empezó a sonar.
Comprobó el número en la pantalla y
buscó en el bolso su teléfono móvil, todo
en el mismo movimiento —- El bebé de
los Gillespie, me juego algo —dijo al
tiempo que estiraba la pequeña antena del
teléfono y marcaba el número. Mientras
esperaba a que alguien contestara, Maxine
echó una ojeada a la carta—. La doctora
Weston respondiendo a un aviso — dijo.
Elaine la contempló con una ceja arqueada,
preguntándose con qué frecuencia la
amante de Maxine se quedaría sola en el
restaurante con dos platos que comerse y
que pagar. «Seguramente es por eso por lo
que se pasan tanto tiempo haciendo el
amor en el coche, porque Maxine nunca
está en otro sitio el tiempo suficiente.»
— ¿Cada cuánto?
Elaine cerró la carta y tomó un trago de
café.
—Dile que voy para allí. Eso hará que se
sienta mejor. —Maxine cerró la carta e
hizo un gesto a la camarera—. Ya
sabemos lo que queremos —indicó,
mientras bajaba la antenita del teléfono
móvil y volvía a comprobar el busca.
Pidieron y después juguetearon con sus
cafés.
—Bueno —dijo Maxine al cabo de un
rato—. ¿Cuándo fue la última vez que
mantuviste relaciones sexuales, doctora
Marcaluso? —Y luego añadió--: Con otra
persona, quiero decir.
—Muy graciosa —refunfuñó Elaine—. Y
eso no es asunto tuyo, por cierto.
— ¿Tanto hace? —Maxine sonrió
ampliamente—. ¿Y a que estas
esperando? Me vuelves loca con tanta
espera.
Elaine suspiró y jugueteó con su
servilletero plateado.
—Ayer la besé. Me costó cien dólares,
pero la besé.
—--¿A Cheryl? ¿Has besado a Cheryl? —
Maxine juntó las manos en la mesa delante
de ella—. Rebobina y vuelve a empezar,
¡ya!
Elaine le explicó lo de la caseta de besos,
el donativo de cien dólares y la llamada
del busca justo en el momento en que se
suponía que iba a recibir cien besos.
—Espera un momento —dijo Maxine—.
¿Te sonó el busca?
¿Un domingo? ¿Para qué diablos te
avisaron: al alcalde le salió un grano en el
culo o algo así? ¿A los dermatólogos
nunca les suena el busca!
—Estaba sustituyendo a Morgan. Tiene un
paciente en el hospital que es alérgico a
todo lo que le damos.
Cuando pasé visita el domingo por la
mañana estaba bien, pero después
empeoró.
—Ya veo. Humm. ¿Y qué tal el beso?
Elaine cerró los ojos mientras su
estómago daba la voltereta habitual cada
vez que pensaba en Cheryl.
—Fue maravilloso —murmuró con una
voz llena de emoción—. Esta noche
vamos a cenar para comentarlo. — Ante
la mirada escéptica de Maxine, añadió—:
Tengo miedo de estropearlo todo si voy
demasiado deprisa. — Volvió a apoyarse
en el asiento y se apartó un mechón de
pelo de los ojos—. Creo que toda esa
discusión sobre Mickey me ha puesto los
nervios de punta.
—¿Que dice Cheryl de Mickey?
—No es lo que dice Cheryl lo que me
preocupa —saltó Elaine, mientras
levantaba los ojos para mirarla—. Al
menos, no de momento, sino lo que dices
tú: «un genio en la cama», «dentro de un
mes volverán a estar juntas». Mickey esto
y Mickey lo otro. Por Dios, Maxine, ¿y si
tienes razón?
—Así que ahora es culpa mía que tu
seguridad en ti misma este por los suelos.
Elaine puso los ojos en blanco y negó con
la cabeza.
—A mi seguridad en mí misma no le pasa
nada —dijo, haciendo un esfuerzo por no
alzar la voz—. Tengo un plan y no
necesito tus consejos, ¿de acuerdo? Deja
que haga las cosas a mi manera.
— ¿Cuál es el plan?
—Unas cuantas semanas saliendo
simplemente a cenar, con flores y
bombones, un poco de romanticismo... Lo
clásico.
— ¿Y después atacarás?
Elaine se encogió de hombros.
—Entonces, por lo menos, estaré
preparada para pensármelo.
Había sido un día de mucho trabajo y, en
circunstancias normales, Elaine hubiera
estado cansada y malhumorada, pero aquellas
circunstancias no eran en absoluto
normales. Tenía una cita con Cheryl
Trinidad y había sido la misma Cheryl en
persona la que la había llamado para
proponerle aquella cita, así que nada más
parecía tener importancia.
Cheryl le abrió la puerta con una mirada
provocativa, parecida a la que tenía
cuando Elaine la dejó en la caseta de los
besos el día anterior. El ambiente estaba
cargado de magia, mientras, lentamente,
se estudiaban la una a la otra.
—Pasa —dijo Cheryl—. Todavía tengo
que ponerle la comida a Cardigan. Sera un
minuto.
Elaine esperó en la sala y curioseó los
libros que había en una estantería al lado
de la chimenea.
Enseguida se dio cuenta de que estaba
contemplando una espléndida colección
de primeras ediciones. Sin embargo, en
mitad del estante había un volumen
delgado que captó su atención. Escogió el
ejemplar de Instrucciones para 101 usos
de un gato muerto, lo abrió y leyó
Felices Navidades, Cardigan. Aquí
puedes echarle un vistazo a tú futuro. Ja,
ja. ¡Es broma! Te quiero, Mickey
Elaine sonrió ante el malsano sentido del
humor de su hermana. A Mickey nunca le
habían gustado los animales y seguramente
Cardigan estaba dando saltos de alegría por
su ruptura. Elaine devolvió el libro al estante
cuando oyó a Cheryl en el vestíbulo.
—¿Tenemos una reserva en algún sitio?
Elaine hundió las manos en los bolsillos.
—No se me ha ocurrido hacer ninguna
reserva. ¿Y a ti?
Cheryl la miró con picardía mientras se
movía lentamente por la habitación.
Elaine volvio a sentirse impresionada por
lo elegante y bella que era. « ¿Por qué iba
alguien a hacer daño conscientemente a
esta mujer?», se preguntó.
—Eres muy puntual —dijo Cheryl—. ¿Te
he comentado que eso me gusta mucho?
Elaine negó con la cabeza. No estaba
segura de donde tenía la voz, pero no era
tan tonta como para intentar hablar en
aquel momento. Cheryl estaba de pie
frente a ella, tan cerca que Elaine podía
aspirar su perfume.
— ¿Tenemos prisa? —le preguntó Cheryl.
—No —dijo Elaine—, en absoluto.
Sus ojos volvieron a encontrarse y Elaine
pudo sentir como su corazón palpitaba
con fuerza.
—Mi amiga la doctora. —Cheryl ladeó la
cabeza para verla mejor. Se acercó y
suavemente deslizó la yema de un dedo
desde la comisura de los labios de Elaine
hasta su mejilla. A continuación, le rozó
el flequillo con la punta de los dedos. Los
ojos penetrantes de Elaine la habían
cautivado—. Será mejor que nos vayamos
antes de que haga algo totalmente
impropio de mí.
— ¿Cómo qué? —susurró Elaine.
El estómago había empezado a darle
vuelcos de nuevo y tenía los cinco
sentidos alerta, listos para entrar en
acción.
—Como lanzarme sobre el sofá y
aprovecharme de ti.
Elaine se acercó un poco más y tocó los
labios de Cheryl con los suyos. Antes de
que pudiera darse cuenta de lo que estaba
sucediendo, Cheryl la atrapó entre sus
brazos y le dio un largo y profundo beso
que las dejó a las dos sin aliento. Elaine
luchaba por mantener la compostura, con
su cuello a merced de la boca de Cheryl.
Segundos después la lengua de Cheryl se
volvió impaciente y exigente, mientras
movía las manos con rapidez sobre el
cuerpo de Elaine.
—El sofá es para las criaturas —susurró
Cheryl—.
Vamos a la cama.
Tomó la mano de Elaine y la guió hacia su
habitación, donde los besos se
convirtieron en el centro del universo:
largos besos que Elaine había estado
esperando toda la vida, besos que la
hacían sentirse débil a causa del deseo.
Se quitaron la ropa apresuradamente
cuando necesitaron sentirse aún más cerca.
Elaine quería tocarla por todas partes y al
mismo tiempo le encantaba el modo en que
las manos de Cheryl acariciaban su cuerpo.
«Estas en el paraíso, Marcaluso. Al fin
has conseguido llegar hasta el cielo.»
El cuerpo de Cheryl se mostraba perfecto,
iluminado por la luz que se filtraba de un
baño cercano: los pechos rotundos, el
vientre plano y las piernas largas y
torneadas, tan perfectas como Elaine las
había imaginado. Cheryl se separó de ella
un momento para apartar la colcha de la
cama y tumbó a Elaine junto a ella. Sus
cuerpos tersos y suaves se fundieron en
uno. A Elaine le daba vueltas la cabeza y
se sentía tan increíblemente afortunada
que estaba a punto de llorar. Aquello era
mucho mejor que cualquier sueño que
pudiera tener. Cheryl estaba encima de
ella, frotándose contra ella, deseando todo
aquello tanto como la misma Elaine. «Es
el paraíso.»
La agresividad de Cheryl fue toda una
sorpresa, igual que descubrir que un
profesor de catequesis tiene una vida
sexual activa. Elaine rondaba el colapso
sensorial mientras las manos de Cheryl se
movían sobre su cuerpo, sin que fuera
posible distinguir entre la pasión y la
lujuria. Llevaba años esperando aquel
momento, había recreado mentalmente
aquella escena cientos de veces y no
quería correrse aún. Era demasiado
pronto. Quería prolongar aquel instante
para siempre, pero sabía que ya estaba
muy cerca del límite. Hizo rodar a Cheryl
sobre la espalda y disfrutó de sus manos,
que la acariciaban de nuevo, antes de
rodearla con los brazos para frotarle la
espalda con firmeza.
Ahora los besos eran salvajes, con
profundos intercambios de lengua y
murmullos inconscientes.
Elaine buscó los pechos de Cheryl, los
lamió ansiosamente y succionó sus
pezones erizados. Alargó el brazo y le
hizo abrir las piernas: sus dedos se
precipitaron entre rizos húmedos y
delicados pliegues hasta el centro mojado
y palpitante de su sexo.
—Creo que me he corrido cuando me has
besado en el salón —dijo Cheryl con un
susurro ronco.
— ¿Crees? —preguntó Elaine con una
sonrisa—. La próxima vez que te corras,
señorita Trinidad, te darás cuenta
perfectamente.
Los dedos de Elaine se deslizaron sobre
el cuerpo de Cheryl mientras descendía
por su estómago y la besaba por todas
partes a lo largo del recorrido. Quería que
su boca volviera loca a aquella mujer,
quería sentir cómo se estremecía de
placer una y otra vez antes de llegar al
final. Elaine se acomodó entre las piernas
de Cheryl, buscó sus manos e hizo que las
colocara sobre su cabeza: aquella
invitación animó a Cheryl a abrir las
piernas más aun y a agarrarse con fuerza
del pelo de Elaine.
Era maravilloso sentir el movimiento de
Cheryl contra ella de aquel modo,
escuchar sus gemidos roncos y profundos.
Elaine estaba sorprendida de lo mucho
que se había excitado en un momento.
Unas caderas ondulantes respondían a su
insistente estimulación.
Cheryl, con el cuerpo abandonado, se
revolvía y se agitaba mientras con las
manos mantenía a Elaine justo donde la
deseaba. Elaine podía sentir como su
propio cuerpo respondía a una necesidad
salvaje y desesperada, mientras disfrutaba
del sabor de Cheryl.
Segundos después Cheryl se corrió con un
gemido grave y ronco, que adornó con una
sonrisa la cara de Elaine. Los dedos
soltaron su cabello y revolotearon
alrededor de su cabeza como hadas
diminutas.
—Acércate —susurró Cheryl sin aliento
—. ¡Por Dios, Elaine, acércate para que
pueda abrazarte!
Elaine besó el interior de los muslos de
Cheryl y se secó la boca con la colcha que
tenía al lado. En un instante estaba entre
los brazos de Cheryl y esta le cubrió la
frente y la cara de besos desesperados.
Cheryl, con los ojos cerrados y la
respiración alterada, tenía el aspecto
somnoliento y cansado que suele tenerse
después de hacer el amor y que a Elaine
tanto le gustaba en una mujer. Cuando
pudo volver a respirar con normalidad,
abrió los ojos y besó los labios de Elaine
con ternura.
—Sabía que contigo tenía que ser así. —
Cheryl volvió a besarla y después se
estiró para encender la lámpara que había
al lado de la cama—. Quiero verte
mientras te hago el amor.
—No hay ninguna prisa: estoy bien.
Tenemos toda la noche.
«¡Dios mío, estoy tan excitada que en
cuanto me toques todo se habrá acabado!»
Cheryl se puso de lado y apoyó la cabeza
en la mano mientras contemplaba el
cuerpo desnudo de Elaine.
Tomó uno de sus pechos en la mano y
deslizó la lengua sobre el pezón.
—Tienes razón, no hay ninguna prisa —
dijo, con una sonrisa—. ¿Que he de hacer
antes, tocarte o chuparte?
¡Qué más da, si pienso hacer las dos
cosas varias veces antes de que
acabemos!
Elaine cerró los ojos y movió la cabeza.
—Lo que más me gusta es que me chupen
—dijo tímidamente—, pero, tal como me
siento ahora mismo, como mucho te
llevara quince segundos.
—Pues entonces empezaremos por ahí —
susurró Cheryl—.
Prepárate para una noche muy larga.
—Es que tú no lo entiendes —dijo Cheryl
con una risa gutural—. Dos veces ha sido
siempre mi record sin vibrador.
—Pues obviamente ya no —replicó
Elaine, mientras le acariciaba la nuca.
Llevaban horas y horas en la cama y
ninguna de las dos estaba dispuesta a
detenerse tan pronto—. Además, ¿no
saqué de aquí todos vuestros juguetes
sexuales y los llevé a casa de mi madre?
Cheryl la estaba besando de nuevo,
mientras le hundía una rodilla entre las
piernas.
—Negativo —dijo Cheryl—. Te llevaste
un abrelatas, pero me quede con los
juguetes. Todos aptos para el lavavajillas:
una gran colección para todas las
ocasiones. —La abrazó y le apartó de la
frente y de los ojos un mechón de pelo
rebelde—. Elaine, me está ocurriendo
algo maravilloso. Esto no es nada habitual
en mí. —Cheryl volvió a abrazarla y la
besó en la coronilla—. Creo que hubiera
cometido una barbaridad si no llego a
poder tocarte cuando llegaste aquí.
Se rió y frotó la mejilla contra el suave
cabello de Elaine. Ella la besó en el
cuello y en los hombros, esperando poder
transmitirle con el cuerpo lo que sentía en
el corazón. Cheryl la hizo rodar hasta
ponerla encima de ella y deslizó una
rodilla entre sus piernas.
—¿Y dónde guardas esos juguetes,
señorita Trinidad? — murmuró Elaine—.
Aún nos quedan tres horas antes de que
suene el despertador.
—Es imposible que tenga otro —dijo,
mientras los labios de Elaine le cubrían
un pezón con suavidad—.
Humm. Pero también puede que me esté
equivocando al considerar la situación —
Cheryl entrelazó los dedos en el pelo
negro y espeso de Elaine y le dijo—: En
el cajón de la mesita de noche. Doña
Sedosa, la varita mágica, es mi favorito.

Capitulo Ocho
A Elaine le sorprendió ver que Maxine ya
estaba en el restaurante cuando ella llegó.
Para su consternación, una mirada al reloj
le confirmó que era ella la que llegaba
tarde, no es que Maxine hubiera llegado
pronto. Elaine se ahuecó el pelo, que aún
estaba húmedo. Darse una ducha con
Cheryl aquella mañana hubiera sido una
idea excelente si no se hubieran pasado
tanto rato besándose bajo el chorro de
agua.
Elaine prácticamente podía sentir cómo
resplandecía su cuerpo cada vez que
pensaba en Cheryl y, si hubiera tenido que
hacerlo, hubiera sido capaz de vivir
durante meses solo con el recuerdo de la
noche anterior.
—Creía que me había equivocado de
restaurante —dijo Maxine—. Nunca había
llegado antes que tu —Se me ha hecho
tarde —repuso Elaine.
— ¿Estas bien? Te veo diferente esta
mañana.
—Perfectamente —respondió Elaine—.
He estado...
—Espera a que te cuente lo que me pasó
anoche Maxine.
—El brillo de su mirada alertó a Elaine
de que se avecinaba un relato de
aventuras sexuales, pero la camarera que
se acercó a servirles café y a tomar nota
las interrumpió momentáneamente—.
Betina tiene una amiga que trabaja en el
Sea World —dijo Maxine en cuanto se
hubo ido la camarera—. ¿Has oído las
noticias esta mañana? ¿Has visto los
titulares de los periódicos?
Elaine negó con la cabeza. Cheryl era lo
único que tenía en la mente.
— ¡Estábamos allí anoche cuando nació
Baby Shamu! — exclamó Maxine—. Fue
increíble.
— ¿Baby Shamu? ¿La ballena? Estas de
broma, ¿verdad?
¿Es por eso por lo que estas tan exaltada?
—Fue todo un acontecimiento mediático
—dijo Maxine, un poco molesta por la
falta de entusiasmo de Elaine— . Nos
dieron un distintivo especial y todo.
—Distintivos especiales. ¡Guau! —Elaine
se rio.
«Dios, que bien me siento esta
mañana.»—. Me alegra saber que
vosotras dos, si hace falta, podéis estar en
público sin quitaros la ropa. Es fantástico.
Maxine arqueó una ceja y lanzó una risita
cómplice.
—Todavía no se ha acabado la historia,
doctora Marcaluso. Después, mientras
todos estaban en el baño del bebe, mi
pequeña Betina y yo bautizamos el Shamu
Stadium. Por cierto, la acústica es
fabulosa. Fue una experiencia estimulante,
tal como dicen.
— ¿En el Shamu Stadium? ¿Tú y Betina
en el...?
—...Shamu Stadium —Maxine terminó la
frase por ella—.
Me poseyó justo allí, en la zona mojada,
cariño, en la primera fila del centro. Fue
una experiencia de otra dimensión.
—Se llama zona de salpicaduras, no zona
mojada —le recordó Elaine.
—Créeme, doctora Marcaluso. Para
cuando nosotras acabamos, era la zona
mojada. —Maxine deslizó lentamente la
punta de la lengua por su brillante labio
superior y movió la cabeza—. Voy a
trabajar cada día porque así puedo
descansar un poco, te lo juro. —Alcanzó
su taza de café—. ¿Y bien? ¿Cómo os van
las cosas a vosotras? ¿Ha habido algún
progreso en el frente Cheryl Trinidad, por
decirlo así?
Elaine se apoyó en el respaldo y sonrió.
—Anoche hicimos el amor —dijo
tranquilamente.
— ¿Vosotras que? —gritó Maxine. Volvió
a dejar la taza, vertiendo gran parte del
contenido sobre el plato—. ¿De verdad?
Elaine asintió.
— ¿Y por qué me dejas hablar y hablar
sobre ese estúpido pez? Cuéntamelo todo
sin dejarte ni una palabra.
Se tomaron el café mientras Elaine
respondía a una batería de preguntas
salpicadas de vez en cuando por los
escandalosos aullidos de deleite de
Maxine.
Elaine se negó a comentar los detalles
íntimos de aquella noche de pasión, a
pesar de que Maxine intentó curiosear en
diversas ocasiones.
—Bueno —dijo Maxine con una sonrisita
—, siempre he admirado tu paciencia. —
Hicieron chocar las tazas en un brindis—.
Lo bueno se hace esperar, doctora
Marcaluso. Y tú llevas mucho tiempo
esperando.
—Eso no es lo mismo que decías hace
años —le recordó Elaine—. Tu filosofía
de entonces era que la que espera
desespera.
La cálida sonrisa de Maxine era
contagiosa.
—Ya se sabe que alguna vez puedo
equivocarme.
*
Más tarde, aquel mismo día, Elaine llamó
a la puerta de Cheryl. Su corazón parecía
una cuerda descontrolada que le daba
latigazos en el pecho. No podía recordar ni las
dos terceras partes de lo que había hecho
durante el día salvo pensar en la noche
anterior y fantasear con lo que tenía
intención de hacerle a Cheryl mas tarde.
Elaine saludó con la mano al rostro que se
asomó tras las cortinas y, por el tintineo
de la cerradura, supo que Cheryl estaba
igual de ansiosa por verla. La puerta se
abrió de par en par y Cheryl tomó a
Elaine de la mano para arrastrarla hacia
el interior.
—Me he pasado el día esperando este
momento —dijo, hablando en el suave
hueco de la nuca de Elaine.
La puerta se cerró tras ellas, mientras
Cheryl la rodeaba con sus brazos y la
besaba con fervor. El cuerpo de Elaine
respondió al momento cuando la mano de
Cheryl se deslizó por debajo de su camisa
y le acarició los pechos. Elaine podía
oírse a sí misma emitiendo ruiditos sin
sentido que acompañaban a la serie de
saltos mortales que sacudían su estómago.
La pasión de Cheryl estaba a la altura de
la suya y la necesidad de sentir la piel de
la otra pareció apoderarse de ellas dos al
mismo tiempo. Fundidas en un beso
prolongado, cooperaban con las
cremalleras y los botones, ayudándose
mutuamente a quitarse la ropa.
—Oh, Dios. ¡Cuánto me gusta sentirte! —
musitó Cheryl— . Vamos a la cama. —No
soltó la mano de Elaine mientras se
dirigían a la habitación, pero cuando
estuvieron allí la desnudó a los pies de la
cama—.
Esta vez hagámoslo más despacio —le
susurró, mientras le besaba el cuello y los
hombros desnudos. Las dos temblaban de
emoción. Rozó el lóbulo de Elaine con la
punta de la lengua y, lentamente, empezó a
lamérselo.
Elaine cerró los ojos y apretó su cuerpo
contra el de Cheryl: necesitaba sentirla
tanto como pudiera. «A la mierda con lo
de ir despacio», pensó Elaine y la ayudó a
quitarse lo que le quedaba de ropa.
Cheryl encendió la luz que había al lado
de la cama y la besó de lleno en la boca.
Instantes después, tomó la cara de Elaine
entre sus manos y le susurró: —La de
cosas que quiero hacerte.
Elaine no podía hablar. Se sentía como si
estuviera ardiendo, a causa de la lujuria
que percibía en la voz de Cheryl y en la
mirada de sus ojos. La hizo tumbarse de
espaldas sobre la cama. Las palabras se
mezclaban en su cabeza mientras rodaba
hasta quedar encima de Cheryl y hundir la
cara entre sus pechos.
Era la única persona en el mundo que
podía dejarla sin habla, así que Elaine se
limitaba a emitir frases cortas.
—Podría besarte durante horas —dijo
Elaine. Tomo un pezón en su boca y sintió
como la inundaba el deseo cuando el
cuerpo de Cheryl se arqueó para
acercarse al de ella. Mientras avanzaba
por el estómago de Cheryl, besando su
piel, rodeándole el ombligo con la lengua,
que movía rápidamente, las manos de
Cheryl en su cabello la convencieron de
que descendiera. Cheryl abrió las piernas
y emitió un sonido delicioso al sentir el
contacto con la boca de Elaine.
Elaine estaba en la gloria y Cheryl estaba
justo detrás de ella. Experimentando,
lamiendo, chupando, Elaine le introdujo
dos dedos y permitió que la lengua
buscara y explorara por su cuenta. Los
dedos de Cheryl sujetaban con firmeza el
pelo de Elaine y sus caderas empezaron a
moverse en un desesperado crescendo de
placer. Se corrió rápidamente, con
intensidad. Su cuerpo temblaba por el
esfuerzo.
Cheryl dejó de moverse mucho antes de
que sus dedos se relajaran sobre la cabeza
de Elaine. A Elaine le gustaba estar allí,
entre sus piernas, con la cara empapada y
la lengua que había aprendido de la
experiencia. Besó el sexo dulce y mojado
de Cheryl y el interior de sus muslos
húmedos. Notaba que Cheryl intentaba
tirarle de la oreja para hacerla subir.
—Ven aquí —le dijo—. Ven aquí para
que pueda abrazarte.
Elaine se tomó su tiempo y besó el cuerpo
de Cheryl a lo largo de todo el camino de
vuelta. Le encantaba aquella sensación de
embriaguez y sentir los parpados pesados,
y esperaba poder disfrutar de todo ello en
diversas ocasiones antes de que la noche
se acabara.
—Eres muy buena en esto —dijo Cheryl
con una vocecita somnolienta. Intentó
reírse y después la abrazó con las pocas
fuerzas que le quedaban—. Muy buena. —
Con las puntas de los dedos apartó
algunos rizos sueltos de los ojos de Elaine
—. Mi amante la doctora —susurró y
después estrechó su abrazo.
«Mi amante la doctora —pensó Elaine
mientras se le formaba un nudo en la
garganta—. No eres solo alguien con
quien se acuesta, Marcaluso. Te ha
llamado su amante.»
Cheryl la besó en la frente mientras movía
la mano hacia sus pechos. Volvió a
besarla con un deseo ávido y
sorprendente, que hizo que Elaine se
quedara sin aliento. A continuación, sus
labios se dirigieron al cuello de Elaine.
—Ponte de lado —le dijo.
Elaine podía escuchar su propia
respiración alterada mientras obedecía las
órdenes. Sintió los pechos de Cheryl, que
se apretaban contra su espalda, con los
pezones duros y erizados. Cheryl estiró la
mano y le acarició los pezones, mientras
frotaba los suyos contra el hombro de
Elaine. Le recogió el pelo a un lado de la
cara y le pasó la lengua a lo largo de la
oreja. El aliento cálido de Cheryl y sus
suaves besos añadían más leña al fuego
que ardía entre las piernas de Elaine. La
mano de Cheryl volvió a acariciarle los
pechos y después bajó por su vientre,
suave y plano, para detenerse, por fin, al
borde de su vello púbico.
—Ábrete de piernas —le susurró Cheryl.
Sus labios no habían dejado en ningún
momento de besarle la cara, el cuello, los
hombros, desplazándose en busca de nuevas
vías de placer.
A Elaine le encantaba la manera en que
Cheryl le hablaba cuando estaba excitada.
«Vamos a la cama.»
«Ábrete de piernas.» Nunca preguntaba.
Siempre eran órdenes directas y provocativas.
—Hasta ahora, nunca había sido agresiva
en el sexo — musitó Cheryl. Deslizó los
dedos por entre los rizos húmedos de
Elaine, haciendo que se abriera más de
piernas y que exhibiera su sexo—. Pero
contigo siempre estoy tan ansiosa que
siento que no puedo tocarte lo bastante
rápido ni el rato suficiente. — Aquella
deliciosa lengua seguía mordisqueándola
y moviéndose rápidamente alrededor de
su oreja, haciendo que Elaine se estremeciera
de placer—.
Túmbate de espaldas. Quiero verte.
Elaine, alegremente, hizo lo que le decía y
volvió a sentir en el estómago aquella
sensación tan familiar, como si estuviera
en lo alto de una montaña rusa, mientras
Cheryl se inclinaba sobre ella y lamia un
pezón con su lengua ansiosa.
—El día de la caseta de los besos —le
dijo Cheryl—, me puse muy nerviosa
cuando te vi en la cola. Sabía la clase de
beso que quería darte.
Con la mano libre avanzaba lentamente
por el estómago de Elaine, manteniendo
los dedos de la otra mano dentro de ella.
Bajó hasta su entrepierna e hizo aletear la
lengua a lo largo del interior de sus
muslos, al tiempo que deslizaba el pulgar
arriba y abajo en su húmedo sexo.
—Eres preciosa, Elaine —susurró--.
Sabía que contigo iba a ser de esta
manera.
Elaine estaba fascinada por su voz y se
sentía impresionada por la intensidad del
sentimiento que inundaba su cuerpo. La
boca de Cheryl era cálida y anhelante, y
su lengua se mostraba ansiosa cuando la
exploraba y la acometía. Elaine, devorada
por las sensaciones, no era consciente de
nada que no fuera Cheryl entre sus piernas
dándose un festín con ella, lamiéndola y
chupándola. Elaine se agitaba por toda la
cama, moviendo las manos velozmente
por entre el cabello de Cheryl. Cuando los
fuegos artificiales explotaron bajo sus
parpados y reconoció como suyos
aquellos jadeos y gemidos, se desmoronó
sobre la almohada, intentando recuperar
la respiración. Los orgasmos no eran algo
desconocido para ella, pero aquella
experiencia merecía un lugar aparte en sus
recuerdos.
Ahora Cheryl estaba a su lado, besándola
en las mejillas y apartándole los mechones
rebeldes de los ojos.
—Gírate —le susurró.
Elaine intentó sonreír, pero el esfuerzo
resultaba agotador.
—No creo que pueda moverme —logró
decir—. Me sorprende poder respirar sin
ayuda.
Cheryl se rió y la empujó suavemente.
—Gírate. Voy a hacer que te valga la
pena.
Elaine se tumbó boca abajo, medio
aturdida y aletargada tras el orgasmo,
pero gimió dando su aprobación cuando
Cheryl se sentó a horcajadas sobre ella y
se apoyó cómodamente en la parte más
baja de su espalda. A continuación,
empezó a frotarle los hombros y el cuello
con una loción con aroma de fresas, que
primero calentaba en las palmas de sus
manos.
—Me gusta cómo sabes —le dijo Cheryl
—. ¿Te lo había dicho alguien antes?
—No —respondió Elaine. Tenía los ojos
cerrados y, superada la necesidad de
respiración asistida, volvía a respirar con
normalidad--. ¡Jesús, esto es maravilloso!
Cheryl se inclinó hacia delante y frotó los
pezones contra Elaine.
—Y aún no hemos empezado —susurró,
mientras le aplicaba más loción.
La fricción lenta y profunda en los
hombros y la espalda de Elaine hizo que
esta se relajara completamente. Las yemas
de los dedos y las manos de Cheryl
obraban un efecto mágico sobre su
cuerpo: hubiera podido quedarse allí para
siempre. Lo siguiente de lo que fue
consciente Elaine fue del zumbido de un
vibrador y doña Sedosa, la varita mágica,
le masajeó un hombro e hizo desaparecer
la poca tensión que aún le quedaba
alrededor del cuello.
—Humm —ronroneó.
El sonido en sí resultaba excitante, pero
seguía sin estar en condiciones de hacer
nada al respecto.
Cheryl se iba inclinando de vez en cuando
para susurrarle cosas como: «Bonitos
hombros» o «Podría correrme con
besarte».
Le pasó el vibrador por las costillas y
jugueteó con los lados de sus pechos. La
voz de Cheryl cuando susurraba muy
sensual y aquellos pezones rozándole la
piel no hacían más que provocarle
escalofríos por todo el cuerpo.
Elaine quería verla y se tumbó boca
arriba, haciendo que las dos cambiaran de
posición. Cheryl volvió a acomodarse
encima de ella, a horcajadas sobre su
cintura, apoyándose en las rodillas. Pasó
la punta del vibrador en marcha bajo los
pechos firmes de Elaine y le sonrió, con
el deseo grabado en sus ojos.
Desplazó el vibrador por el pecho
derecho de Elaine y agitó la cabeza para
apartarse el pelo de sus hombros
desnudos.
—Tócate con el vibrador —le dijo Elaine
—. Quiero verte
—Ese no era el plan original —musitó
Cheryl.
Elaine alargó las manos para acariciarle
los pechos y respondió en un susurro: —
Para hacer el amor no hay instrucciones.
—Entonces, tócame tú con el vibrador —
dijo Cheryl Puso la varita mágica en
manos de Elaine y, con sus dedos fríos,
dibujó un zigzag a lo largo del sensible
cuerpo de Elaine.
Elaine movió el vibrador por encima del
vientre de Cheryl y después descendió
hasta la parte interna de sus muslos. Un
gemido resuelto escapó de su garganta
cuando Elaine deslizó el vibrador entre
sus piernas.
La atención de Elaine seguía clavada en la
expresión de Cheryl: tenía los ojos
cerrados, los labios abiertos y la cabeza
echada hacia atrás. «Éxtasis en
movimiento —pensó Elaine mientras la
miraba, la tocaba, la escuchaba—. ¿Sera
este el aspecto que tenemos todas justo un
momento antes de que suceda?
Estamos tan ocupadas haciéndonos cosas
la una a la otra que nunca tenemos ocasión
de ser testigos de este momento.»
Una mano de Cheryl cubrió la de Elaine,
asumiendo el control del vibrador.
—Tócame los pechos —le dijo y, con la
otra mano, la guió para que le acariciara
los pezones.
Los diversos «oh» empezaron en lo más
profundo de la garganta de Cheryl y
fueron creciendo en intensidad hasta
convertirse en un delicioso gemido
primario. Su cuerpo se balanceaba a un
ritmo constante, en el preámbulo del
orgasmo, y Elaine lo presenció todo,
desde el principio hasta su glorioso final.
Después, apagó el vibrador y lo escondió
bajo la almohada.
Cheryl estaba ahora a su lado, agotada y
somnolienta.
—Gracias por haber compartido esto
conmigo —le susurró Elaine. Su voz
estaba cargada de emoción mientras
frotaba una mejilla salpicada de lágrimas
contra la frente de Cheryl—. Gracias.

Capitulo nueve
Elaine siguió el aroma a café recién hecho
hasta llegar a la cocina, donde encontró a
Cheryl en bata y con unas zapatillas
peludas, a juego. Elaine había sido capaz
de localizar toda la ropa que llevaba la
noche anterior, aunque la idea de volver a
ponérsela no le resultaba demasiado
estimulante. Tomó la taza de café que
Cheryl le tendía y la dejó junto a la de
esta, que ya estaba sobre el mármol.
Empezaron a besarse casi
inmediatamente, con dulces besos de
buenos días que hicieron que Elaine
sintiera una oleada de calor en su interior.
— ¿Tienes tiempo de desayunar? —le
preguntó Cheryl.
—La verdad es que no. —Elaine tiró del
cinturón de la bata de Cheryl y deslizó las
manos sobre su cuerpo desnudo--. No
puedo creer que no se me ocurriera
traerme una muda de ropa.
Ahora tenía que irse corriendo a casa,
darse una ducha y volver a meterse de
lleno en el tráfico matutino.
—Pero esta noche sí que te la traerás,
¿verdad?
— ¡Oh sí! Claro que sí. —Elaine la besó
en el cuello y en el suave hueco entre la
nuca y los hombros—.
Este fin de semana tengo que ir a Saint
Louis, a una conferencia. Salgo mañana
por la tarde. ¿Quieres venir conmigo?
—El sábado tengo una reunión con el
administrador municipal —dijo Cheryl
con la decepción reflejada en la voz—.
Estamos discutiendo sobre la financiación
de la biblioteca y no puedo librarme.
Elaine tenía que presentar una
comunicación en la conferencia, lo que
hacía que ella tampoco pudiera librarse.
Cheryl le pasó los brazos alrededor del
cuello y se acercó hasta que sus frentes se
tocaron.
— ¿Cuando vuelves?
—El domingo por la tarde, sobre las
cinco.
Besó a Elaine en la punta de la nariz y, en
broma, frotó su nariz contra la de ella.
—Será mejor que duermas todo lo que
puedas en el avión de vuelta, cariño,
porque la noche del domingo no vas a
dormir nada. Te lo juro.
« ¡Cariño! Te ha llamado cariño,
Marcaluso!»
—Esta noche podríamos disfrutar de una
cena tranquila, aquí en casa —dijo Cheryl
—. No me he comportado como una buena
anfitriona desde que te he llevado a la
cama.
—La comida es algo que puedo conseguir
en cualquier parte —susurró Elaine y
volvió a besarla.
Después de una mañana ocupada tratando
un caso de acné y un caso agudo de sarpullido
en la zona genital, extirpando algunas
verrugas de consideración, Elaine disfrutaba
de la segunda taza de café del día.
Normalmente, no tenía demasiado tiempo
entre pacientes, pero alguien había
cancelado la visita justo antes de la
comida, lo que le daba la oportunidad de
releer su comunicación. Hablar en
público no era uno de sus puntos fuertes.
Era algo que tenía que trabajar, pero
estaba segura de que algunas prácticas de
camino a Saint Louis la ayudarían a no
ponerse nerviosa cuando llegara el
momento.
Comprobó el reloj y se dio cuenta de que
tenía veinte minutos para conseguir algo
de comida, si es que quería comer aquel
día. Abrió la puerta de la consulta y se
encontró con Mickey plantada ahí delante.
— ¡Joder! —gritó Mickey—. Me has
asustado.
— ¿Que estás haciendo aquí?
Por un momento, Elaine se quedó
desconcertada. Se le apareció mentalmente
la imagen de aquellos pasatiempos de
«Encuentre el error en el dibujo».
Hacía tres meses que no veía a Mickey y,
por lo que podía recordar, hasta entonces
Mickey no había visitado nunca su
consulta, ni siquiera para la inauguración,
dos años atrás.
Elaine abrió la puerta del todo e hizo un
gesto hacia la silla que había delante de
su escritorio. «Ya puedes despedirte de la
comida, Marcaluso.»
—Tengo que estar en los juzgados dentro
de tres cuartos de hora —dijo Mickey,
mientras se sentaba y se ponía cómoda.
Llevaba un traje de ejecutiva gris. El
corte de la chaqueta era impecable y el
largo de la falda, perfecto. Mickey sabía
cómo vestirse para tener éxito, llevaba
ropa cara y ofrecía todo el aspecto de una
abogada. Mientras Elaine contemplaba a
su hermana, intentó imaginarse por que las
mujeres la encontraban atractiva. El
cabello de Mickey era del mismo color
que el de Elaine, espeso y negro
azabache, pero Mickey lo llevaba corto,
con un corte moderno. Su seguridad en sí
misma era insoportable y su sentido del
humor lindaba con lo excéntrico. Sin
embargo, Mickey tenía algo más, algo que
Elaine nunca había podido determinar,
algo que hacía que, siendo las dos
lesbianas, habiendo tenido los mismos
padres y habiendo estado en una ocasión
enamoradas de la misma mujer, ellas dos
no tuvieran absolutamente nada en común.
— ¿Cómo es que tu coche ha estado
aparcado en la entrada del garaje de casa
de Cheryl dos noches seguidas? —le
preguntó Mickey, yendo directa al grano.
Por un momento, Elaine se quedó
estupefacta por la pregunta y supuso que
tenía la boca abierta. Se quedaron
mirando la una a la otra, las dos
esperando a que Elaine dijera alguna
cosa.
—Responde a la pregunta —dijo Mickey,
lentamente, con el tono de voz tranquilo
que utilizaba en los juicios.
—Donde está o deja de estar mi coche no
es asunto tuyo.
La mente de Elaine iba a mil por hora
mientras pensaba en lo que podía
significar todo aquello: que Mickey se
presentara allí de aquel modo, que
Mickey vigilara la casa de Cheryl. A
Mickey le importaba un rábano lo que
hiciera Cheryl entonces o con quien lo
hiciera. Mickey estaba celosa. Elaine
podía leerlo en su mirada y aquello no era
una buena noticia.
— ¿Y tú que haces circulando de noche
por delante de la casa de Cheryl? —le
preguntó Elaine a su vez.
A Mickey le sobresaltó la pregunta y se
removió, inquieta, en la silla.
—Bueno, queda de paso...
—No queda de paso a ninguna parte, así
que no me vengas con historias.
—Estoy absolutamente convencida de que
no has tardado ni un momento en...
—Responde a mi pregunta, Mickey. ¿Qué
haces circulando de noche por delante de
la casa de Cheryl?
Mickey se levantó de repente y sacó las
llaves del bolsillo de la chaqueta. Tenía
la mandíbula apretada y las mejillas un
poco coloradas. Desvió la mirada de la
de Elaine y dijo:
—Venir aquí ha sido un error.
Antes de que Elaine pudiera levantarse de
su escritorio, ya había cruzado la habitación y
había abierto la puerta.
Cuando se quedó sola, Elaine se sintió
aliviada, pero mientras continuaba ahí
sentada, mirando a la puerta, dos cosas
seguían destellando en su mente: «Mickey
esta celosa» y «¿Por qué pasa de noche por
delante de casa de Cheryl?».
Después de trabajar, Elaine se fue a su
casa a hacer las maletas y a asegurarse de
que su gato tenía suficiente de todo para
pasar sin problemas los siguientes días.
Su vecina le había prometido echar una
ojeadita al gato el sábado, pero, de todos
modos, tendría que pasar por casa el
domingo en algún momento para
comprobar que todo estaba en orden y
también necesitaría una muda de ropa
para ir a trabajar el lunes por la mañana.
Elaine se preguntó si a Cheryl le gustaría
ir a pasar la noche del domingo a su casa.
«Será mejor que pongas sabanas limpias
por si acaso. Sigues necesitando causar
buena impresión».
Elaine llegó a casa de Cheryl poco
después de las siete para apreciar el
aroma a cebolla y ajo que flotaba en el
ambiente. Su estómago rugió con tanta
fuerza que hasta le resultó embarazoso.
—Estoy muerta de hambre —dijo Elaine
—. Hoy no he tenido tiempo de comer.
Los labios de Cheryl le mordisquearon el
lóbulo de la oreja e hicieron que un
escalofrío le recorriera todo el cuerpo.
— ¿A qué hora te has de ir mañana? —le
preguntó Cheryl.
—A las tres.
Su estómago volvió a rugir, lo que
provocó las risas de las dos. Dejó que
Cheryl la guiara por el vestíbulo hasta la
cocina.
—Mejor te doy de comer antes de que sea
demasiado tarde —dijo Cheryl.
Comieron a la luz de las velas y tomaron
vino. Cheryl había preparado estofado de
pollo, con arroz salvaje y brócoli al
vapor. La ornamentación de la mesa era
impresionante, con mantelitos
individuales amarillos y servilletas a
juego.
—Deja sitio para el postre —le dijo
Cheryl un poco más tarde.
Sacó una tartita de manzana de película,
que olía a canela y que aún estaba
caliente. Elaine era famosa por su sano
apetito. Disfrutaba sinceramente de la
comida y consideraba una bendición
haber sido dotada de un metabolismo que
compensaba sus malos hábitos
alimentarios.
— ¡Que comida tan fantástica —exclamó
Elaine, una vez hubo superado la
urgencia.
Cheryl sonrió.
—Que estuvieras muerta de hambre
también ha ayudado, seguro. —Sus ojos
se fijaron en Elaine con una mirada
penetrante y sutil—. Espero que haya
valido la pena esperar —dijo con voz
ronca.
Elaine volvió a sentir el traqueteo de una
montaña rusa en el estómago. «Si —
quería decir—, ha valido la pena esperarte.»
Podía notar cómo se le desbocaba el corazón y
cómo el calor la invadía cuando Cheryl la tomó
de la mano.
—He pensado algunas cosas para hacerte
más tarde —le susurró Cheryl.
Las dos se levantaron de la mesa al
unísono. Elaine se inclinó y apagó las
velas de un soplido.
—Háblame de esos planes que tienes —le
dijo.
—Son de carácter sexual.
Los labios de Cheryl estaban sobre el
cuello de Elaine, enviando deliciosas
descargas de placer entre sus piernas.
—Mejor que mejor —susurró Elaine.
— ¿Estas segura de que no quieres que te
acompañe al aeropuerto esta tarde? —le
preguntó Cheryl a la mañana siguiente.
Elaine echó la cabeza hacia atrás,
alentando a Cheryl a seguir besándola en
el cuello.
—Esto no lo podemos hacer en el
aeropuerto —dijo Elaine— y, además, me
gusta recordarte cariñosita y adormilada.
—La besó suavemente en los labios—. Te
llamaré esta noche desde el hotel para
asegurarme de que me echas de menos.
Sus miradas se encontraron y Elaine pudo
ver el efecto que causaban sus palabras.
La mirada de Cheryl planteaba en silencio
la pregunta: « ¿Cómo puedes pensar que
no te voy a echar de menos?». Era una
mirada cargada de fuerza y transmitía
tranquilidad.
No habían hablado aun de ello, pero
Elaine sabía que Cheryl se estaba
enamorando de ella. Las cosas entre ellas
iban demasiado bien, aunque Elaine no
sabía que haría si Cheryl no se enamoraba
de ella. Se obligó a sacarse de la cabeza
aquel pensamiento en concreto y evitó
profundizar en esa idea.
Mientras los dedos de Cheryl avanzaban a
través del flequillo de Elaine, pudo ver el
principio de una sonrisa en su rostro.
—Largo de aquí antes de que haga que
tengas que volver a vestirte otra vez —
susurró Cheryl. La abrazó y le arregló el
cuello de la blusa—. Hasta el domingo,
cariño.
Durante el vuelo a Saint Louis, Elaine
revisó su comunicación dos veces. Se la
sabía casi toda de memoria y volvió a
recordarse a sí misma que había sido un
honor que la seleccionaran de aquel
modo. La apreciación de Maxine aquel
mediodía durante la comida, sin embargo,
no había sonado tan estimulante.
—Es el año de la mujer, doctora
Marcaluso —dijo entre bocado y bocado
de su ensalada—. Estas conferencias han
estado recibiendo críticas porque no
reconocían lo suficiente a la mujer y ahora
todas vamos a estar presentando
ponencias. Ya lo veras.
En el vestíbulo del hotel había un cartel
enorme que indicaba donde tenían que
presentarse para la conferencia. El hotel
estaba plagado de dermatólogos y Elaine
reconoció algunas caras que había visto
en acontecimientos parecidos. La mezcla
era interesante.
Algunas inscritas se interesaron por la
ponencia de Elaine, ya que su nombre
aparecía en el folleto de la conferencia
que se había publicado un mes antes.
Cuando subió a su habitación por la tarde,
deshizo las maletas y colgó la ropa en el
armario. Estaba cansada. Se quitó los
zapatos antes de mirar el reloj. Eran las
siete y media, y seguramente, para
entonces, Cheryl ya habría llegado a casa.
El simple hecho de marcar su número la
hizo estremecerse como una tonta.
—Hola —dijo, cuando Cheryl contestó al
teléfono— Soy yo.
— ¿Cómo te va por «La puerta del
Oeste»?(8)
—Muy bien —respondió Elaine, mientras
apilaba los almohadones detrás de su
espalda—. Me he registrado en el hotel,
me he acreditado para la conferencia y he
tornado la suficiente cantidad de vino y
canapés.
Y ahora, la pregunta realmente importante
—dijo con seriedad—, el motivo
principal de mi llamada. —bajó la voz y
le preguntó con su susurro más sensual—:
¿Que llevas puesto?
— ¿Que llevo puesto? —repitió Cheryl,
riéndose--.
¡Vaya, vaya! ¿Es una de esas llamadas?
—Podría ser. —Elaine estaba asombrada
de lo bien que le hacía sentir
sencillamente escuchar la voz de Cheryl.
Te ha dado fuerte, Marcaluso, muy
fuerte»--.
Primero, dime donde estas —le dijo
Elaine—. ¿En la sala, en la cocina?
—En el dormitorio —repuso Cheryl—.
Estoy poniendo un poco de orden.
—En la habitación. Humm, mi lugar
favorito.
(8) apelativo que recibe la ciudad de Saint Louis (Missouri)
Elaine sonrió al escuchar la risa de
Cheryl.
—Cardigan ha encontrado una caja de
Kleenex y se ha dedicado a vaciarla —
dijo Cheryl—. En estos momentos mi
dormitorio está hecho un desastre, con un
montón de pañuelos blancos y esponjosos
esparcidos por ahí.
—Seguía habiendo un toque de malicia en
su voz cuando añadió—: Y yo llevo
pantalones de chándal grises, calcetines
blancos y la camiseta lila de la
Conferencia de Lesbianas de Houston...:
mi uniforme de limpiar la casa. En
realidad, es mucho más chic de lo que
parece cuando lo explico. —Hizo una
pausa momentánea y dijo—: Por cierto,
que limpio la casa cuando me siento sola.
El estómago de Elaine dio un pequeño
vuelco.
— ¿Ahora te sientes sola?
—Ya sé que es tonto. —Cheryl se quedó
callada durante unos segundos y después
le preguntó—: ¿Es demasiado pronto para
esto, Elaine?
— ¿Demasiado pronto para qué?
Cheryl suspiró y volvió a reír.
—Demasiado pronto para que me ponga a
limpiar cuando apenas hace unas horas
que te has ido. Por favor, cambiemos de
tema. Cuéntame cosas de la conferencia.
¿Hay algo interesante? ¿0 solo lo de
siempre: ponentes, talleres, banquetes,
etcétera, etcétera?
—Eso prácticamente lo describe todo.
—Llaman a la puerta —dijo Cheryl—.
Joey ha de venir a traerme folletos para la
reunión del comité.
—Entonces será mejor que te deje ir, ya
que el Chico Fantástico no va a esperar a
ninguna mujer. Te veo el domingo.
Colgó y se tumbó en la cama con el
teléfono a su lado. Parecía que aquel iba a
ser un largo fin de semana
Más tarde, aquella noche en la habitación,
Elaine sintonizó Parque Jurásico en el
televisor, pero enseguida perdió el
interés. Se preparó para irse a la cama,
pero se quedó dormida mientras leía un
artículo sobre tumores de piel benignos.
Decidió irse a dormir oficialmente a las
once y a esa hora se acostó. Horas más
tarde, desde los oscuros recovecos del
sueño más profundo, oyó que sonaba el
teléfono.
Ni siquiera se molestó en abrir los ojos
mientras buscaba a tientas sobre la mesita
de noche. Seguro que se equivocaban.
— ¿Si? —farfulló.
—Hola —dijo Cheryl—, soy yo.
Incluso dormida, Elaine reconoció aquella
voz: sonrió y volvió a sentir un calorcito
interior.
— ¿Mi amante la bibliotecaria? —
preguntó.
—La misma. Estabas durmiendo —le dijo
Cheryl en voz baja—, y más te vale estar
sola.
Elaine soltó una risita y se hundió más aun
en la almohada.
—Y bien —dijo Cheryl—, ¿que llevas
puesto?
«Quiero a esta mujer», pensó Elaine
mientras se volvía a reír y estiraba su
cuerpo cálido y adormecido bajo el
edredón.
—En comparación con lo de anoche, voy
excesivamente tapada.
—Te echo de menos —le susurró Cheryl
—. Solo quería que lo supieras. Buenas
noches. Sigue durmiendo.
Elaine escuchó el chasquido del teléfono
y se interrumpió la conexión. Acababa de
suceder algo maravilloso. Después de
aquello fue fácil dejarse llevar por los
dulces sueños.

Capitulo diez

Elaine intentaba concentrarse en el taller,


pero su mente no hacía más que desviarse
y volver a Cheryl.
Habían hablado brevemente aquella
mañana, un dialogo somnoliento teñido de
bromas e indirectas sexuales.
Elaine recordaba que, por un momento,
había estado a punto de decirle a Cheryl
que la amaba, pero ahora se alegraba de
no haberlo hecho. Había algo que la
inquietaba y era cómo encajaba Mickey en
todo aquel asunto. Un mes no es
demasiado tiempo cuando se trata de una
separación.
Elaine leyó por encima el programa que
había en el material de la conferencia, que
prácticamente aún no había tocado, y se
familiarizó con lo que iba a tener lugar el
resto del fin de semana. Su presentación
había ido bien y, una vez superada,
esperaba que la parte que quedaba de la
conferencia transcurriera sin nervios.
«Puede que aprendas algo mientras estás
aquí, Marcaluso.»
Miró el reloj y, en silencio, recogió sus
cosas: había prometido encontrarse con
alguien para comer.
Se escabulló del taller y salió al
bullicioso vestíbulo.
Don Garrett y Elaine habían sido
residentes de dermatología en Nueva
York cinco años atrás. Durante su
formación, en los primeros meses, Don
había pasado buena parte del escaso
tiempo libre del que disponían intentando
convencer a Elaine de que él era el
hombre que podía cambiar su vida. Su
belleza clásica y el dinero de su familia
siempre le habían proporcionado todo lo
que quería y la doctora Elaine Marcaluso
se había convertido rápidamente en el
primer objetivo en su lista de deseos de
entonces.
—No puede ser que lo seas.
Elaine recordaba las palabras de Don
cuando ella le explicó por primera vez
que era lesbiana. Su cara reflejaba un
auténtico shock. Elaine tenía por norma
decir la verdad sobre su sexualidad cada
vez que un colega mostraba interés en
ella. No tenía suficiente energía para
aguantar las desenfrenadas hormonas
masculinas y, sinceramente, prefería salir
del armario. Sin embargo, Don Garrett
había tardado un poco más que los demás
en comprenderlo.
Al principio, se negó a creerla, pero en
cuanto comprobó que iba en serio asumió
la responsabilidad de intentar hacerla
cambiar de opinión, de modo que durante
dos meses dejó de salir con nadie más,
cosa que consideraba como un verdadero
sacrificio. La llamaba a cada momento e
incluso una noche se presentó en su
apartamento.
—Mi primo Bruno viene hacia aquí para
explicarte lo que significa «déjame en
paz» —le dijo Elaine cuando lo encontró
frente al apartamento.
Al final, se marchó, después de treinta
segundos de suplicas y de que ella le
cerrara la puerta en las narices.
No obstante, la insistencia de Don era, al
mismo tiempo, admirable y fastidiosa.
Prosiguió con la persecución durante todo
el verano de aquel primer curso y ni
siquiera empezó a captar el mensaje hasta
principios de octubre, cuando Maxine
Weston llegó desde Boston con su amante
para visitar a Elaine.
Maxine, a su sensata manera, fue capaz de
explicárselo con palabras que por fin Don
pudo entender
Elaine, Maxine y su nueva amante habían
ido a cenar a un coquetón restaurante
italiano regentado por Tony, un tío de
Elaine. A lo largo de la noche, Maxine
tomaba a su amante de la mano con
bastante naturalidad y, cada vez que
podía, coqueteaba con Angie, la prima de
Elaine. Todas estaban bebiendo vino y
pasándoselo bien hasta que Don Garrett
apareció de la nada y se unió al grupo.
Las cosas iban bien hasta que Maxine se
dio cuenta de que Don pasaba el brazo
por encima de los hombros de Elaine.
Ella, educadamente, le pidió que apartara
el brazo y él lo hizo, pero, de repente, el
ambiente había cambiado. Maxine miró al
doctor Garrett a los ojos y le dijo, de una
manera muy sencilla y sin molestarse en
bajar la voz:
—Tú tienes polla y a Elaine no le gustan
las pollas.
No importa si es la más grande o la más
bonita, Don: sigue siendo una polla. —Le
apuntó con el tenedor y añadió— Si te
libras de la polla, aumentarás tus
posibilidades. ¿Entiendes a lo que me
refiero?
Él se puso de un bonito color rojo y
asintió en silencio. Sirvieron más vino y
reanudaron la velada jugueteando
incomodos con las servilletas. Al día
siguiente, Don se disculpó y, finalmente,
Elaine y él se convirtieron en grandes
amigos. Ahora estaba felizmente casado y
con Elaine solían comentar los casos
interesantes con los que se tropezaban y
también intentaban coincidir en las mismas
conferencias cada año.
— ¿Cómo esta Maxine? —le preguntó con
una sonrisa. Su pelo oscuro empezaba a
clarear en la coronilla, pero seguía en
forma y con aquella sonrisa de un millón
de dólares—. ¿Sigue llamando a las cosas
por su nombre?
—Hay cosas que nunca cambiarán —dijo
Elaine.
Don volvió a felicitarla por la comunicación y
se tomó un momento para estudiarla con más
detenimiento.
Tomó un trago de café y entrecerró los
ojos, pensativo:
—Se te ve diferente. Puede que más feliz.
¿Qué te pasa últimamente?
—Estoy enamorada —respondió y no
pudo evitar desplegar una estúpida
sonrisa—. Dios, Don, daría lo que fuera
por saltarme lo que queda de conferencia
y pillar el próximo avión a casa.
— ¿Que te lo impide? Tú ya has hecho tu
parte.
Elaine ladeó la cabeza mientras aquella
sugerencia empezaba a tomar forma.
«Tiene razón. ¿Qué me lo impide?
Cambio la reserva, tomo el próximo
vuelo...
Podría estar en casa de Cheryl en cuestión
de horas.»
—Pues voy a hacerlo —dijo,
decidiéndolo al momento—.
Puedes considerar que ya me he ido.
¡Espabila y acábate la comida!
Don se rió, pinchó una patata frita, se la
metió en la boca y dijo:
—Entonces, supongo que sigues yendo
con mujeres.
Elaine arqueó una ceja y le lanzó una
sonrisa de complicidad.
—Y yo supongo que tú sigues teniendo
polla.
Cheryl le dio de comer a Cardigan un
buen pedazo de caballa y repasó
mentalmente la reunión con el
administrador municipal que había tenido
aquel mismo día. Había conseguido que
admitiera que se podían hacer equilibrios
con el dinero del presupuesto si al
público no le gustaban los recortes
propuestos en los horarios de las
bibliotecas, pero no le prometió nada.
Cheryl sabía lo que tenía que hacer para
llamar la atención del público sobre
aquello. Después de salir del despacho
del administrador, se pasó el resto de la
tarde y parte de la noche en una reunión
con los bibliotecarios jefe de todas las
bibliotecas de la ciudad: tenían trabajo
que hacer y peticiones que hacer circular.
Cheryl miró el reloj que había sobre la
repisa de la chimenea: ya eran las ocho y
media. Se preguntó que estaría haciendo
Elaine en aquel preciso momento y
recordó que, cuando hablaron aquella
mañana, había mencionado una cena.
Cheryl se agachó para acariciar a
Cardigan entre las orejas, mientras el
olisqueaba la caballa y movía la cola,
agradecido.
Sonó el timbre de la puerta y fue a abrir.
Encendió la luz del porche y se asomó por
entre las cortinas, para encontrarse con
que era Mickey quien estaba allí. Se puso
furiosa al instante.
—¡Abre la puerta!
«Ha estado bebiendo», pensó Cheryl,
mientras su rabia se calmaba un poco.
—¡Abre la maldita puerta!
Cheryl quitó el pestillo. Mickey abrió de
un empujón y entró dando un traspiés.
—Sí, he estado bebiendo y he conducido
—dijo Mickey en respuesta a una pregunta
no formulada—. Ir de bar en bar en
transporte público no es lo mismo.
Lo siguiente de lo que tuvo noción Cheryl
fue de Mickey apoyada contra la pared,
cubriéndose la cara con las manos y
murmurando: —Esta vez sí que la he
cagado del todo. ¿Esta ella aquí? Su
coche no está aparcado delante. ¡Ah, esa
zorra de Verónica! Me está volviendo
loca. Mierda, tengo que sentarme.
Tropezó hasta el sofá y se tumbó de
espaldas cuan larga era.
— ¿Por qué no llamas a tu asesora de
Alcohólicos Anónimos? —le espetó
Cheryl.
— ¡No empieces ahora! —gritó Mickey
batiendo los brazos e intentando sentarse.
Exhausta, dejó de luchar contra sí misma y
apoyó la cabeza en el fondo del sofá, en
una posición que no parecía muy cómoda
—.
¡Y mi madre! No le vayas a decir a mi
madre nada de esto. Ni tampoco a Phoebe.
Ellas ya creen que soy un fracaso. Me he
tomado unas copas —dijo. Volvió a
intentar levantarse pero se vino abajo con
un ruido sordo—. Me he tornado unas
copas. ¿Qué pasa? —volvía a farfullar,
pero por lo menos empezaba a quedarse
sin cuerda—. No puedo dejar que me
vean de este modo... No puedo dejar...
Oh, mierda. —Segundos después se quedó
dormida.
Cheryl se sentó frente a ella y marcó el
teléfono de su asesora de Alcohólicos
Anónimos. Se sabía el número de
memoria de la última vez que Mickey se
había dado a la bebida. Después de unos
cuantos timbrazos, Cheryl dejó un mensaje
en el contestador, se sentó e intento poner
en orden sus sentimientos.
Se dio cuenta, con alivio, de que la ira que
había alimentado durante semanas finalmente
había desaparecido. Mientras miraba a
Mickey, que dormía con la boca un poco
abierta y un brazo colgándole sobre la cabeza,
Cheryl se sentía triste y vacía.
Compadeció a su ex novia, porque no
lograba dejar el alcohol, pero aparte de
eso Cheryl no sabía que sentir. Su vida en
pareja había sido una farsa. En realidad
Mickey nunca la había querido y ahora
Cheryl lo sabía. «Pero —pensó— yo sí
que estaba enamorada de ella. Así que,
¿qué está pasando? ¿Cómo puedo haber
cambiado tan rápido? Un día todo está
bien y al día siguiente no me preocupa si
no la vuelvo a ver jamás.»
Cheryl era muy consciente de que aquello
tenía mucho que ver con el hecho de que
sus padres biológicos la hubieran
abandonado cuando era una niña. Años de
terapia la habían ayudado a resolver
algunos de aquellos asuntos, pero la niñita
abandonada por sus padres biológicos en
el estado de Texas seguía todavía allí, en
alguna parte, igual de asustada y enfadada
que siempre. Comparar a Mickey con las
dos personas que la habían abandonado
no era justo, pero de todos modos Cheryl
se descubrió a sí misma haciéndolo. En la
mente de Cheryl, abandonar a tu hijo y
engañar a tu pareja eran cosas similares.
Ambos actos estaban envueltos en el
mismo halo de egoísmo y despreocupación
absoluta por cualquier otra persona. Todo
apestaba a yo, yo y yo, y Cheryl odiaba
aquello. Durante un tiempo, la traición de
Mickey la había herido tan profundamente
como cuando una trabajadora social metía sus
escasas pertenencias en una bolsa de papel
antes de llevársela a una casa de acogida.
Cheryl sabía que, si cuando era una niña
de seis años había superado aquello,
ahora podía sobrevivir a cualquier cosa,
incluida la huida de Mickey Marcaluso a
México con su nueva novia.
«Y es por eso por lo que puedes cortar
con tanta facilidad —pensó---. Te
mereces algo mejor que esto, así que deja
de preocuparte.»
Se acomodó en su sillón favorito y, al
final, se permitió pensar en Elaine.
Esperaba recibir una llamada de teléfono
tarde, cuando la cena se hubiera acabado.
Su mirada se paseó sobre la poco digna
pose de Mickey en el sofá, con la boca
abierta y roncando ligeramente. Cheryl
comparó a Elaine con Mickey.
Físicamente eran parecidas: las dos eran
mujeres atractivas, con una espesa
cabellera azabache v extraordinarios ojos
grises, pero ahí se acababa el parecido.
Mientras que Mickey era egoísta y
temperamental, Elaine era cálida y
divertida. La comprensión y la
perspicacia de Elaine suponían un cambio
agradable frente a los constantes quejidos
y el cinismo de Mickey. ¡Había tantas
cosas en Elaine que Cheryl quería
conocer mejor! «¿Pero cómo puede ser
que me esté enamorando de ella tan
pronto? —se preguntó—. Sigo metiendo
en el carro de la compra los aperitivos
favoritos de Mickey y cada mañana busco
en el baño su cepillo de dientes.»
El teléfono sonó y la sacó de su ensueño.
Cheryl reconoció inmediatamente la voz
de Blanche.
—Por favor, disculpa si esta pregunta esta
fuera de lugar —dijo Blanche—, pero he
recibido una extrañísima llamada de teléfono
de Verónica. ¿Por casualidad esta Mickey
ahí contigo?
—Esta inconsciente en el sofá —dijo
Cheryl despacio.
Volvía a estar enfadada. Todo había
sucedido tan rápido que las había pillado
por sorpresa—. ¿Te pasa esto muy a
menudo, Blanche, que las amantes de
Mickey te llamen a media noche
preguntándote dónde está?
—Eeee...
—Estoy tan harta de esto.
—Lo sé —dijo Blanche, con un suspiro
—. Lo siento.
Ahora vamos a recogerla.
—Ha estado conduciendo, Blanche.
Su ira se desvaneció cuando volvió a
mirar a Mickey... Mickey, que no podía
ser tan tonta como para no saber que la
combinación del alcohol con un vehículo
podía ser mortal... Mickey, que siempre
se había burlado de lo mucho que odiaba
Cheryl aquello.
Los Trinidad habían muerto en un choque
frontal contra un conductor borracho y a
Cheryl no le costaba nada trasladar su
indignación por aquel incidente a
cualquiera que eligiera ser así de
irresponsable.
—Llegamos enseguida —oyó que Blanche
le decía en voz baja antes de colgar.
Acababa de dejar el teléfono sobre la
mesa cuando volvió a sonar. Esa vez era
Betty Harris, la asesora de Mickey en
Alcohólicos Anónimos.
—Inconsciente en el sofá —informó
Cheryl en un tono monocorde.
—Esta semana me ha llamado una vez —
dijo Betty—y creía que ya lo habíamos
hablado todo.
—Pues es obvio que no.
—Voy para allí.
—No te preocupes. Su madre viene a
recogerla.
—Pues más razón para que yo esté ahí.
Cheryl colgó el teléfono y volvió a
dejarlo sobre la mesita del café, pero
antes de que pudiera ponerse cómoda en
su sillón llamaron a la puerta. «Si
Verónica se presenta aquí, ¡juro por Dios
que las pongo a las dos de patitas en la
calle!» Apartó las cortinas de un tirón y
vio a Elaine de pie en el porche. La
sorpresa de Cheryl se transformó
rápidamente en alivio y alegría.
Con dedos torpes, descorrió el pestillo y
abrió la puerta. Elaine la miró con sus
electrizantes ojos grises deshechos en
lágrimas. Inspiró profundamente como
para recomponerse y esperó a que Cheryl
la arrastrara al interior.
—¿Que estás haciendo aquí? —le
preguntó Cheryl mientras cerraba la
puerta y la rodeaba con sus brazos—.
¡Qué sorpresa más maravillosa!
Cheryl la abrazó y después dio un paso
atrás, dejando las manos sobre los
hombros de Elaine.
—¿Qué pasa? ¿Estas llorando?
Le tocó la barbilla con la punta de un
dedo y le hizo levantar un poco la cabeza.
Justo entonces volvió a sonar el timbre de
la puerta ambas se sobresaltaron.
Cheryl abrió sin pensar en mirar antes
quien era y se encontró con Verónica en el
porche. Vestía una falda larga negra y una
chaqueta a juego, y su cabellera a lo
Farrah Fawcett estaba perfecta, como de
costumbre.
Cheryl abrió la puerta del todo de un
tirón.
—¿Cuánto rato lleva Mickey aquí? —
preguntó Verónica, ahora ya dentro de la
casa, ignorando a Cheryl pero dándole un
buen repaso a Elaine—. Tú debes de ser
una Marcaluso —dijo con una sonrisa
libidinosa—. Tengo que asegurarme de
que en el futuro Mickey se deja el pelo
largo. —Finalmente apartó los ojos de
Elaine el tiempo suficiente como para
girarse hacia Cheryl—.
¿Dónde está?
—En el salón. Blanche viene a recogerla.
Cheryl vio cómo Elaine y Verónica se
dirigían hacia el sofá. Elaine, bruscamente, se
giró y se quedó mirando la estantería que
había al otro lado de la habitación.
—Solo se ha tomado dos copas —dijo
Verónica—. Yo fui a...
---¿Sabías que estaba bebiendo? —le
preguntó Cheryl.
—Habíamos salido con un grupo de gente
del trabajo y Mickey ya es mayorcita.
Debería saber lo que puede hacer y lo que
no.
El timbre de la puerta volvió a sonar.
Mientras Cheryl iba a abrir vio a Elaine
en el vestíbulo, dirigiéndose a la cocina.
«¿No se acabará nunca esta noche?», se
preguntó Cheryl.
Blanche y Phoebe entraron ataviadas con
pantalones de chándal, bambas y
camisetas anchas. Blanche la abrazó y se
disculpó.
—¿No es el coche de Elaine el que está
ahí delante? — preguntó Phoebe.
Cheryl asintió.
—Está en la cocina.
—No es lo mismo que si la hubiéramos
atado a una silla y la hubiéramos obligado
a beber —dijo Verónica a la defensiva.
Se acercó y agitó un poco a Mickey, pero
lo único que logró fue interrumpir
momentáneamente sus ronquidos—.
Despierta, nena.
Vámonos a casa.
Blanche y Cheryl se miraron la una a la
otra. Las dos sabían que la única manera
de que Mickey fuera a alguna parte era
que alguien la acarreara.
Phoebe se apoyó contra el marco de la
puerta de la cocina y esperó a que Elaine
acabara de preparar una cafetera.
—¿Cómo va el negocio de la piel,
doctora? —le preguntó Phoebe.
—Descabellado, en el mejor de los casos.
—¿Tu no tenías que estar en Saint Louis?
—Estaba —dijo Elaine.
—¿Cómo ha ido tu ponencia?
—Bien. Ha habido respuestas interesantes.
Phoebe entró en la cocina y se quedó al
lado de Elaine, con las manos entrelazadas a
la espalda, mientras ambas miraban cómo la
cafetera se iba llenando lentamente.
—Has estado llorando —le dijo Phoebe
—. ¿Quieres que hablemos?
—La verdad es que no.
—¿Estas segura?
—Sí, no es nada.
—Te marchas de una conferencia antes de
que acabe, de una conferencia a la que
querías ir desde hace tres meses. Te
presentas en casa de la ex pareja de tu
hermana un sábado a las nueve de la
noche y has estado llorando. Esto va a ser
algo más que nada.
Elaine no respondió y las dos siguieron
mirando la cafetera.
—¿Hay algo entre tú y Cheryl? —le
preguntó Phoebe—.
Por favor, dime que no: no soporto
mentirle a tu madre.
El timbre de la puerta sonó de nuevo
mientras Elaine sacaba tres tazas de la
vitrina.
—¿Y ahora quien puede ser? —gruñó
Phoebe.
Preparó una taza de café para Blanche,
otra para ella y alcanzó la tercera que
Elaine había preparado cuidadosamente, y
la puso en la bandeja con las otras dos.
—Esta es para Cheryl —dijo Elaine.
—¿Ya sabes cómo le gusta el café?
Elaine le dedicó una tímida sonrisa.
—También habla en sueños. Me voy a
casa. Ya nos veremos.
Phoebe la siguió fuera de la cocina, cruzó
el vestíbulo hasta llegar al salón, sirvió
las dos tazas de café a Blanche y a Cheryl,
e informó de que había más café en la
cocina, por si alguien quería. Cheryl
sostuvo su taza y tomó un cauteloso sorbo
antes de advertir que Elaine estaba
abriendo la puerta principal. Dejó el café
sobre la mesa y corrió tras ella.
—¡Eh! —le gritó por encima del ruido.
Blanche, Verónica y Betty estaban
discutiendo sobre donde iba a pasar la
noche Mickey, que seguía inconsciente.
Cheryl alcanzó a Elaine antes de que
abandonara el porche y la agarró por el
brazo.
—¿Dónde vas?
La hizo volver a entrar, lanzó una mirada
a la ruidosa escena que se estaba
desarrollando en la salita y llevó a Elaine,
a través del vestíbulo, hasta la cocina.
—¿Dónde ibas? —le preguntó.
Se llevó la mano de Elaine a los labios
para darle un beso.
—A casa, creo.
—¿A casa? —dijo Cheryl, sorprendida—.
¡Has estado llorando!
Avergonzada, Elaine intentó apartar la
mirada, pero Cheryl no iba a permitírselo.
Con la punta del dedo bajo la barbilla de
Elaine, le hizo levantar la cabeza.
—Algo te está haciendo sufrir. Explícame
que ha ocurrido.
Elaine parpadeó, intentando contener las
lágrimas, pero antes de que pudiera
recuperar la voz Cheryl llegó por si sola a
la conclusión.
—Has visto el coche de Mickey aquí
fuera —dijo--. ¿Es por eso?
Elaine miró al frente e hizo una
respiración profunda e irregular.
—Por Dios, Elaine, ¿qué esperabas
encontrarte?
—De hecho, nunca antes hemos hablado
de Mickey —dijo Elaine con un susurro
ronco.
—¿Que has pensado cuando has visto su
coche aquí? — preguntó Cheryl, con un
cierto tono de indignación en la voz—.
¿Qué me había esperado a que te fueras de
la ciudad para volver a verla? ¿Que
estábamos haciendo el amor? ¿Qué?
Cuéntame.
Elaine cerró los ojos y tembló visiblemente
ante todas aquellas sugerencias. Aparcar
frente a la casa y encontrarse con que el
coche de Mickey estaba allí... En lo único en lo
que Elaine había pensado fue en la mirada de
Mickey aquel día en su consulta, la mirada que
le había confirmado lo que Mickey sentía
verdaderamente por Cheryl. Y después, su
coche estaba allí, frente a la casa de Cheryl.
Elaine recordaba haber pensado: «Tendría que
haber llamado antes. ¿Por qué no llamé?». Sin
embargo, las lágrimas se presentaron por
sorpresa, sin previo aviso, después de que
hubo llamado al timbre.
—Cheryl —resonó una voz en la puerta
de la cocina—, ¿puedes decirle a estas
personas que se vayan de aquí?
Cheryl y Elaine se sobresaltaron por la
interrupción.
Cheryl miró a Elaine a los ojos y con
expresión seria le dijo:
—No te muevas. —Y pronunciando cada
palabra lentamente, añadió— Vuelvo en
un momento.
Cheryl salió de la cocina y siguió a una
mujer más mayor, a la que Elaine no había
visto nunca. Podía oír la voz de Cheryl
por encima de las otras voces que
resonaban en la sala.
—No me importa dónde va Mickey ni con
quien se va, pero sacadla de aquí.
Hubo un momento de absoluto silencio
antes de que el escándalo de voces que
discutían volviera a empezar.
Desde la cocina Elaine podía oír
fragmentos de frases entre el griterío:
«Agárrala por los pies, ¿dónde tengo las
llaves?, donde ha de estar es con su
amante, abre la puerta, tiene que quedarse
con su madre, cuidado con la cabeza,
Dios, cuánto pesa!».
Minutos más tarde Elaine oyó cómo se
cerraba la puerta delantera y Cheryl
reapareció en la cocina.
—Ya se han ido —dijo.
Cheryl se acercó lentamente y se detuvo
delante de ella. Sus miradas se encontraron y,
de repente, fueron conscientes la una de la
otra.
—¿Cómo puedes pensar que preferiría
estar con otra persona después de lo bien
que estamos juntas? —le preguntó Cheryl.
Se cruzó de brazos—. Mis recuerdos de
Mickey no son muy agradables, Elaine.
Cuando pienso en ella veo a una persona
que prefiere echar la culpa de sus
problemas a los demás; veo a una persona
que solo puede pensar en sí misma,
independientemente de cual sea la
situación; veo a una persona que se fugó a
México con la primera que pasaba. —
Cheryl se apartó un mechón de cabello de
los ojos y bajó la voz—. Y me sigo
preguntando si esto es normal, si toda esta
rabia y esta energía negativa es algo
bueno. —Alargó la mano para enjugar una
lágrima que rodaba por la mejilla de
Elaine—. Ahora mismo, lo único que se
es que me gusta estar contigo. Me gusta
mucho. Y seguramente me estoy
enamorando de ti, pero aún no estoy
preparada para admitirlo. —Le acaricio
una mejilla con el dorso de la mano—. Tu
perfume seguía anoche en mi almohada —
susurró— y lo que más me hubiera
gustado en el mundo hubiera sido tenerte
allí.
Elaine se inclinó y la besó con un beso
lento, profundo e impresionante, que las
dejó a las dos temblando de deseo. Cheryl
pasó los brazos alrededor del cuello de
Elaine y musitó: —Te he echado de
menos y me alegra que hayas vuelto.
Ahora, por favor, vamos a la cama.

Capitulo once
El lunes por la mañana, cuando Elaine
llegó a la oficina, Mickey estaba esperándola.
«Tiene un aspecto terrible», pensó Elaine
mientras se ponía una bata blanca limpia.
—Concédeme diez minutos de tu tiempo
—le dijo Mickey.
Tenía la cara tensa y parecía como si no
hubiera dormido demasiado la noche
anterior, pero su atuendo era impecable.
Iba vestida para un juicio, con un traje de
chaqueta azul oscuro, una blusa rosa
pálido y zapatos de tacón a juego. Lo que
le faltaba de personalidad lo compensaba
en elegancia.
Elaine abrió la puerta de su pequeña
consulta y señaló la silla que había
delante del escritorio.
—¿Cuándo fuiste a buscar el coche?
—Ayer por la tarde —dijo Mickey—.
Phoebe me acercó.
Elaine se dio cuenta de que Mickey
evitaba mirarla y supuso que probablemente
estaba avergonzada por lo del sábado por la
noche. Optó por no ponerle las cosas peor de
lo que ya estaban. Mickey se aclaró la
garganta y giró el cuello, para hacerlo crujir
en aquel ritual irritante al que recurría
siempre que estaba nerviosa.
—Yo... Ah... —empezó y después
tamborileo con los dedos en el brazo de la
silla—. ¿Puedes decirle a Cheryl algo de
mi parte? —le preguntó y, sin esperar
respuesta, añadió— Dile que estoy yendo
a terapia y que asisto a las reuniones de
Alcohólicos Anónimos cada día. Dile que
lo siento mucho todo: lo de Verónica y
Cancún..., todo. Solo dile esto.
—¿Por qué fuiste a su casa el sábado? —
le preguntó Elaine.
—¿Por qué? —repitió Mickey,
sorprendida por la pregunta—. Creo que
en realidad te buscaba a ti, para ver si
estabas allí. No sé, no lo recuerdo
demasiado.
—Se estiró la falda y se sentó más recta
en la silla— . Mira, sé que ahora no
quiere verme ni hablar conmigo, pero de
algún modo esto transmite un claro
mensaje. ¿A ti no te dice nada?
—Me dice que no quiere verte ni hablar
contigo.
—¿Eso es todo? ¿Eso es lo único que se
te ocurre?
Esta rebotada, Elaine. Está enfadada
conmigo y sabe que teclas pulsar. Solo te
está utilizando, pero no va a estar
enfadada conmigo toda la vida. Esto se le
pasara. ¿Acaso no lo ves?
—Pero, mientras tanto, es mi coche el que
está aparcado en su casa y son mis
zapatillas las que están bajo su cama —se
limitó a añadir Elaine—. ¿De verdad
crees que hemos de mantener esta
conversación?
Mickey le lanzó una mirada cargada de
odio.
—Le daré tu mensaje —dijo Elaine.
—Hazlo. —Mickey se levantó, apoyó las
manos en el borde del escritorio de Elaine
y se inclinó hacia delante—. Me sigue
queriendo y eso no cambiará nunca.
Elaine se encogió de hombros y,
hundiendo las manos en los bolsillos de
su bata blanca, también se puso en pie,
igualando centímetro a centímetro la
altura de Mickey.
—Ya lo veremos.
Elaine pagó la pizza y le dio propina al
repartidor.
Echó un vistazo al salón para comprobar
que Cardigan y Noah se estaban llevando
bien: siguiendo una sugerencia de Cheryl,
Elaine había llevado a Noah a su casa
para hacer una prueba piloto de convivencia.
Hasta el momento, los gatos se mantenían
cada uno fuera del camino del otro, pero
tanto Elaine como Cheryl estaban atentas
por si empezaban los zarpazos.
—Mickey ha venido a verme hoy —dijo
Elaine mientras dejaba la pizza sobre la
mesa. No quería sacar el tema, pero se lo
había prometido a Mickey. Abrió la caja y
vio las anchoas de la pizza—. No puedo
creer que te gusten las anchoas. ¡Es
fantástico! ¿Y qué tal tu tolerancia a las
coles de Bruselas? ¿Y al hígado?
¿Te gusta alguna de estas cosas?
—De hecho, me gustan las dos —dijo
Cheryl.
—Humm. Muy interesante. —«Si —pensó
Elaine—, ninguna de las dos queremos
hablar de Mickey.» Se sentaron a comer y
Elaine saboreó un pedacito de pizza
coronado con una anchoa antes de
proseguir. Al fin y al cabo, había
prometido transmitir el mensaje—.
Mickey ha venido a mi consulta esta
mañana y quería que te dijera que ha
empezado una terapia y que ha vuelto a
Alcohólicos Anónimos. También dice que
siente lo de México. Sólo quería que lo
supieras.
—Y ahora ya lo sé, gracias. —Cheryl
señaló con la cabeza a Noah y a Cardigan,
que estaban entretenidos olisqueando una
hoja de hiedra, sin duda después de haber
percibido el olorcillo a anchoa en el
ambiente— . Parece que se llevan bien.
—Sí, eso parece —asintió Elaine.
—Ahora que Noah esta aquí, ya no tienes
excusa para no traer más cosas tuyas —
dijo Cheryl.
—¿He estado poniendo excusas?
Cheryl se rió y recortó a mordisquitos un
trozo del borde de la pizza.
—No, la verdad es que no. Me gustaría
que pensaras en venirte a vivir conmigo.
De hecho, estas aquí todas las noches. Y
también podríamos hacerlo oficial.
Elaine, con aire despreocupado, dejó su
porción de pizza para que Cheryl no viera
que le temblaban las manos.
—¿Seríamos compañeras de piso que
duermen juntas? —le preguntó. Se acercó
a la caja de la pizza para tomar otra
porción, aunque ya tenía un trozo en el
plato—.
¿O es tu manera de pedirme que me case
contigo?
La suave sonrisa de Cheryl hizo que el
pulso de Elaine se desbocara. Elaine
pellizcó una anchoa y se la metió en la
boca. Se encogió de hombros y dijo: —
Supongo que es un poco absurdo hablar
de casarnos cuando tú ni siquiera estas
segura de quererme. —Tomó la copa de
vino con una mano medio temblorosa y
bebió un largo trago—. Así que me
imagino que seremos compañeras de piso
que duermen juntas. —Volvió a dejar la
copa y pasó un dedo lentamente por el
borde— . Seguiremos durmiendo juntas si
me mudo aquí, ¿verdad?
—¿De qué coño estás hablando? —le
preguntó Cheryl exasperada.
Los ojos de Elaine se abrieron de golpe:
nunca la había oído decir palabrotas.
—No necesito a ninguna compañera de
piso —dijo Cheryl—. ¿Y por qué iba a
hacer el amor contigo ahora y no cuando
te vengas a vivir aquí? —Tomó otro trozo
de pizza de la caja y lo dejó caer en su
plato—. Y sí, respondiendo a tu pregunta
anterior, es mi manera de pedirte si quieres
casarte conmigo.
—¿Te casarías con alguien de quien no
estuvieras enamorada?
La exasperación volvió a reflejarse en el
rostro de Cheryl, mientras buscaba a
Elaine con la mirada, pero, de repente, su
expresión se suavizó y se apoyó en el
respaldo de su asiento.
—¿Lo dices en serio? —le preguntó.
—Olvida todo lo que he dicho —susurró
Elaine. No tenía ni idea de cómo había
perdido la voz y, para su horror, sintió
que se le agolpaban las lágrimas en los
ojos. «La estoy presionando para que me
de respuestas que no tiene. ¿Qué me está
pasando?»—. Por favor, olvídalo.
—Elaine —le dijo Cheryl—, cariño, creo
que estoy enamorada de ti desde que me
diste aquel beso de cien dólares. —
Sonrió y se estiró para cogerle la mano
por encima de la mesa. La voz de Cheryl
era grave y estaba cargada de emoción
cuando le dijo—: Aquel día, en la Fiesta
Gay y Lésbica, me puse nerviosa cuando
vi que te ponías en la cola de la caseta de
los besos. Para entonces, ya sentía algo
muy fuerte por ti. —Levantó la mirada y
se rió suavemente de otro recuerdo—. Y
allí estabas tú, delante de mí, revisando
los enjuagues y charlando con Joey. Vi
que tú también estabas nerviosa y aquello
me hizo desearte incluso más aún. —
Volvió a reírse—. Y entonces, empieza a sonar
tu busca. ¿Te acuerdas? — Sus ojos se
clavaron en los de Elaine con una mirada
perspicaz y penetrante, y el estómago de
Elaine empezó una nueva sucesión de
vuelcos—.
Pero con busca o sin busca, doctora
Marcaluso, aquel día no te ibas a ninguna
parte hasta que no me hubieras dado un
beso.
Elaine asintió y le acarició la mano.
—Ni siquiera recuerdo como conduje
hasta el hospital después de aquello.
Cheryl se rió y apoyó los codos sobre la
mesa.
—¿Y bien? —susurró Elaine, agradecida
por haber recuperado la voz—. ¿Nos
vamos a casar o no? La pizza se está
enfriando.
A la mañana siguiente, Elaine no pudo
desayunar con Maxine, ya que estaba en el
quirófano asistiendo a un parto de
gemelos. Después del trabajo, Elaine
decidió pasarse por la consulta de Maxine
e inmediatamente se alegró de haber
perdido el interés por la obstetricia muy
temprano en la facultad. La sala de espera
estaba rebosante de mujeres en diferentes
fases del embarazo: algunas apoyaban las
revistas sobre sus enormes vientres
redondos y esperaban volver a ser
capaces de verse los pies algún día. Casi
todas estaban abanicándose en aquel
espacio relativamente fresco. Elaine se
detuvo frente al cartel enmarcado de la
sala de espera y negó con la cabeza. En
grandes letras se leía:
Confucio dijo Aquella que espere en la
consulta de un doctor debe ser paciente.
—Siento lo del desayuno —le dijo
Maxine unos minutos más tarde, mientras
le tendía un gráfico a la enfermera—.
Puedo dedicarte tres minutos mientras me
cambio de zapatos: mis pies están
pidiendo a gritos unas zapatillas de
deporte.
—Busca en tu agenda una noche en la que
tú y Betina estéis libres para ir a cenar —
dijo Elaine cuando llegaron a la consulta
de Maxine—. Aunque no será en un sitio
demasiado concurrido: no quiero que os
escapéis en un restaurante repleto para
follar en la cocina o algo así.
—De repente, te estas volviendo una
puritana —dijo Maxine entre risas—.
¿Qué te parece organizar uno de esos
banquetes italianos que te han hecho
famosa? ¿Ya has cocinado algo para
Cheryl?
—Pues ahora que lo dices, no.
—No estas promocionando tus mejores
cualidades, doctora Marcaluso. ¿Cómo
quieres que ella se dé cuenta alguna vez
del buen partido que eres?
Elaine sonrió.
—Ya lo sabe.
Maxine terminó de atarse los zapatos y se
pasó los dedos por entre su desordenado
cabello. Parecía cansada.
—Se te han acabado los tres minutos. Te
llamaré para decirte cuando nos va bien.

Elaine graduó el fuego de un fogón y


después se asomó al horno justo cuando
sonaba el timbre de la puerta.
Fue a abrir y, por un momento, se quedó
sin palabras cuando vio a Cheryl con una
falda larga hasta el tobillo, con un
discreto estampado dorado de flores, una
camisa blanca de manga larga y un
chaleco beige.
«Mi amante la bibliotecaria está
guapísima», pensó Elaine mientras
cerraba la puerta y la besaba. La lengua
de Cheryl exploró su boca con delicadeza,
enviando un torrente de energía que le
recorrió todo el cuerpo. Cheryl pasó los
brazos por el cuello de Elaine y dijo:
—Huele como en casa de tu madre. Y, por
cierto, eso es todo un cumplido.
—Ya me lo parece. Gracias.
—No sabía que cocinaras.
Elaine echó la cabeza hacia atrás mientras
los labios de Cheryl recorrían su cuello.
—Soy italiana y tengo múltiples encantos.
—Humm. Si, ya me había dado cuenta. —
Cheryl deslizó las manos por la parte
delantera del jersey de Elaine—.
¿Necesitas que te ayude a hacer algo?
—Puede que a quitarte la ropa —le
susurró.
Después de la cena, las cuatro se
acomodaron en la salita de Elaine.
Maxine y Betina se sentaron en el sofá,
agarradas de la mano, mientras Cheryl y
Elaine estaban abrazadas en un sillón,
frente ellas. Todas habían comido mucho
y estaban dejando pasar un rato antes de
saborear el pastel italiano de ensueño que
Elaine había preparado de postre.
La comunidad lésbica de San Antonio
había hecho posible que Cheryl, políticamente
muy activa, se cruzara con Maxine y Betina en
diversas ocasiones. A Elaine le sorprendió
descubrir que Cheryl y Betina en realidad
habían estado trabajando juntas en un
proyecto de inscripción en el censo durante la
primera campaña de Clinton.
—Joey, el de la caseta de los besos, es
hermano de Betina —le explicó Cheryl a
Elaine—. Te acuerdas de la caseta de los
besos, ¿verdad?
—Con todo detalle.
Betina dejó su cola light al final de la
mesa y jugueteó con uno de sus largos
pendientes.
—Hablemos de sexo —dijo, de repente.
Tenía una sonrisa contagiosa y un
entusiasmo que daba gusto—.
Hablar de sexo me gusta casi tanto como
practicarlo.
—Dio una palmadita en la mano de
Maxine y le preguntó en voz baja y
seductora—: ¿Cuál es el sitio más extraño
en el que lo hemos hecho, cariño?
—En la ambulancia, con las sirenas en
marcha —dijo Maxine sin titubear—. Eso
sí que fue una urgencia, por decirlo así.
—¡Oh, sí! Fue divertido.
—¿Una ambulancia? —le dijo Cheryl a
Elaine, articulando bien las palabras.
Las dos arquearon las cejas sinceramente
impresionadas.
—Lo del Shamu Stadium también estuvo
bien —dijo Betina—. Y me gustó mucho
la escena en tu cortacéspedes, hace
algunas semanas.
—¡Ah! Pues yo no puedo olvidar lo del
terrario del zoo. —Maxine se dio aire con
un abanico imaginario—. ¡Dios santo!
Elaine resopló.
—No me creo ni una décima parte de las
cosas que cuentas, doctora Weston —
dijo--. Si fuera realmente tan excitante,
entonces no tendrías por que hablar tanto
de ello.
—¡Ohhh! —exclamo Betina con un
gorgorito, mientras se retorcía
convincentemente—. Es que hablar de
ello lo hace mucho más excitante.

Cheryl se había pasado la mayor parte de


la mañana del miércoles al teléfono,
comentando con otras bibliotecarias como
iba la campaña de petición.
Habían previsto encontrarse en la
biblioteca central el jueves por la noche,
para hacer otra puesta en común de ideas.
Un poco más tarde, alguien le dio un
mensaje de parte de Janet Landro: quería
quedar con ella para comer. Cheryl miró
el reloj y vio que tenía cinco minutos para
llegar al restaurante.
Janet estaba en una mesa al fondo y saludó
agitando la carta cuando Cheryl entró.
—Has tenido la línea ocupada toda la
mañana —se quejó—. No estaba segura
de que hubieras recibido mi mensaje.
—El nuevo presupuesto municipal me
lleva de cabeza— dijo Cheryl mientras
abría la carta. Estaba cansada de pensar
en ello. Pidió el menú especial y exprimió
una rodaja de limón en su vaso de agua.
—¿Adivina con quien cené anoche? —le
dijo Janet. Sin esperar respuesta, le soltó
—: Con Mickey. Nos encontramos por
casualidad en una cafetería y nos pasamos
dos horas criticando a Verónica. Por
cierto, Mickey dice que estas saliendo con
alguien. ¿Por qué no me lo habías dicho?
Cheryl se limitó a mirarla sin poder creer
lo que oía.
—Sé que lo de que me volviera a acostar
con Verónica te molestó un poco —siguió
Janet—. Y después oí que Verónica se
estaba viendo con otra persona mientras
se acostaba con Mickey y conmigo. ¡Dios!
¿Qué problema tendrá Verónica? Antes no
era así. —Hizo una pausa mientras la
camarera les servía los platos—.
Mickey te echa de menos, Cheryl. No hace
más que hablar de ti.
—No me lo creo —dijo Cheryl—. Esa
mujer se largó de la ciudad con tu amante,
Janet, con los billetes que te había
comprado para tu cumpleaños, nada
menos.
—No me lo recuerdes. ¡Eh! Todos nos
equivocamos.
Ahora ella lo está pasando mal.
—¿Y qué? ¿A quién le importa?
—Te echa de menos.
—Nunca me echó de menos cuando me
importaba—dijo Cheryl—. Yo he seguido
con mi vida. ¿Y a ti que te pasa? ¿Cómo
puedes juntarte con alguien así? Se
acostaba con tu amante, por Dios. ¿Dónde
está tu orgullo?
—¡Bah! A la mierda con el orgullo. Hace
mucho tiempo que aprendí que el orgullo
no te da calor por las noches.
Cheryl removía su puré de patatas
clavando con saña el tenedor.
—Prefiero morirme de frío.

Capitulo doce

Cheryl metió en el lavavajillas el último


plato sucio y escuchó cómo Elaine
intentaba aleccionar a los gatos para que
no anduvieran por encima del contestador.
Minutos más tarde Elaine se acercó y
apretó su cuerpo contra la espalda de
Cheryl.
—¿Estas segura de que tienes sitio para
mí aquí? — preguntó Elaine—. Tengo
montones de cosas.
—Ya haremos sitio.
Sonó el teléfono y Cheryl contestó.
Blanche estaba al otro lado de la línea y
preguntaba si ella y Phoebe podían
pasarse por allí.
—Acabo de hacer un bizcocho —dijo--.
Todavía está caliente.
Cheryl sonrió.
—El café estará a punto cuando lleguéis
—colgó y pasó las manos por la nuca de
Elaine—. Era tu madre, que viene hacia
aquí. Me gustaría saber que sucede. ¿Les
has comentado algo de nosotras?
—No, no he tenido ocasión.
Elaine estaba algo nerviosa mientras, un
poco más tarde, ponía los platos de postre
y las tazas en la mesa. Phoebe y su madre
acababan de llegar: podía oírlas en la sala
de estar mientras hablaban con Cheryl
sobre la mejor manera de distribuir
algunos muebles.
—Pero si esta aquí mi hija la doctora —
dijo Blanche, sorprendida, cuando vio a
Elaine en el comedor—. No he visto tu
coche aparcado enfrente.
—Estabas demasiado ocupada
derritiéndote por el bizcocho —dijo
Phoebe con un guiño—. ¡Hola, doctora!
¿Qué tal el negocio de la piel?
—Con el habitual sarpullido de pacientes
—respondió Elaine—. ¿Y bien? ¿Qué os
trae por aquí?
—Tu hermana —dijo Blanche—. Mi hija
la abogada se ha ido a confesar hoy. —
Con una floritura dejo el bizcocho en el
centro de la mesa y apartó una silla—.
También ha empezado a ir a las reuniones
de Alcohólicos Anónimos. Creo que esta
vez sí va a conseguirlo.
Está hablando muy seriamente de
enmendarse.
Blanche miró hacia Cheryl, esperando que
dijera algo.
—Voy a buscar un cuchillo —dijo
Phoebe.
—Tráeme uno a mí —añadió secamente
Cheryl.
Phoebe se rió:
—Me refería para el pastel.
Cheryl se frotó la nariz como si intentara
aliviar un dolor de cabeza.
—¿Y bien? —dijo Blanche—. Lo está
intentando en serio. Mickey no se había
confesado en los últimos quince años.
—Pensaba que los abogados tenían que
hacerlo una vez al día —replicó Elaine—.
Creo que es una norma o algo así.
Phoebe regresó con el cuchillo y empezó
a cortar el pastel.
—¿Por qué haces esto, Blanche? —le
preguntó Cheryl—.
¿Quién dice que Mickey y yo tenemos que
ser amigas?
¿Dónde está escrito que tenga que
perdonarla por todo lo que me ha hecho?
No me importa que se pase el día en la
iglesia o que no vuelva a probar el
alcohol en su vida. No quiero saber nada
de ella, no quiero hablar de ella, no
quiero pensar en ella. ¿No podéis
entenderlo?
Lentamente, Blanche fue mirando de una
en una a Phoebe, a Elaine y después a
Cheryl. Finalmente le dirigió la siguiente
frase a su hija la doctora: —Ayúdame a
hacer entrar en razón a esta mujer. Tu
hermana está intentando reorganizar su
vida.
—¿Por qué debería ayudarte? —dijo
Elaine—. Cheryl tiene razón: Mickey tuvo
su oportunidad, varias oportunidades, de
hecho, y las ha desperdiciado todas.
—Estoy de acuerdo —intervino Phoebe
—. Mickey se ha portado como una
desgraciada y no puedes pretender que
Cheryl se limite a olvidarlo. Cariño, no
puedes obligarlas a que sean amigas. Eso
puede tardar años.
Incluso puede que nunca llegue a suceder.
Elaine estudió a su madre durante unos
instantes y vio la decepción reflejada en
su rostro. «No, no, no —pensó Elaine
mientras las cuatro estaban allí sentadas,
simulando comer pastel y tomar café—.
No puede ser. Mi madre no.» Elaine dejó
el tenedor e inspiró profundamente.
—Mamá —dijo—, ¿estas intentando que
Mickey y Cheryl vuelvan a estar juntas?
—Eso solo está en sus manos —repuso
Blanche—. Lo que me parece importante
es que Cheryl sepa con cuanto ahínco lo
está intentando Mickey.
—Pero te gustaría volver a verlas juntas.
—Elaine —dijo Cheryl, y la tomó de la
mano.
Elaine sintió un peso en el pecho al
pensar que su madre estaba defendiendo a
Mickey y poniéndose de su parte de
aquella manera. Por un momento notó un
mareo, pero Cheryl la agarró con fuerza y
la hizo sentir segura.
—Mamá —dijo Elaine—, ¿por qué
siempre es a Mickey a quien quieres ver
feliz? ¿Acaso yo no me lo merezco?
—Claro que sí —respondió Blanche,
sinceramente confusa—. Quiero lo mejor
para mis dos hijas. ¿Qué clase de pregunta
es esa? Sabes perfectamente que Mickey
siempre ha necesitado que la guiaran un
poco, que le dieran un empujoncito en la
dirección adecuada. Si nos quedamos
esperando a que sea ella quien lo
entienda, estropeará las cosas de verdad
—Me parece muy bien —dijo Elaine—,
pero esta vez tendrás que guiarla en otra
dirección, en cualquier dirección que no
sea Cheryl. Ahora es tu hija la doctora la
que está enamorada de Cheryl y pienso
seguir así.
Los ojos de Blanche se abrieron de par en
par por la sorpresa, mientras se la quedaba
mirando.
—¿Tu y Cheryl?
Elaine asintió y se llevó la mano de
Cheryl a los labios para besarla. Blanche
lanzó una mirada a Phoebe, que estaba al
otro lado de la mesa.
—¿Sabías algo de esto? —le espetó.
—Más o menos, pero no del todo —dijo
Phoebe.
—¿Qué clase de respuesta es esa? —
Blanche se apoyó en el respaldo de su
asiento. De repente, parecía agotada—.
Lo siento, cariño, no lo sabía. Pero, ahora
que lo pienso, las dos últimas veces que
he venido estabas aquí. —Las miró y
frunció el entrecejo—. ¿Por qué no habéis
dicho nada? —Y, dirigiéndose a Cheryl,
le preguntó—: ¿Por qué no nos lo dijiste?
—Quizá porque no es asunto nuestro —
sugirió Phoebe con diplomacia.
—¡Oh! —exclamó Blanche—. Bueno,
supongo que tienes razón. No es asunto
nuestro, ¿verdad?
Cheryl empezó a reírse y apretó con
fuerza la mano de Elaine.
—También para nosotras esto es aún algo
nuevo —dijo— Estoy segura de que
finalmente hubiera salido el tema, pero
todavía no hemos llegado a la fase de
hacerlo público.
—¡Ah! —dijo Blanche—. Y aquí nos
tienes a nosotras presentándonos cada dos
por tres en esta casa. —Miró el trozo de
tarta que permanecía intacto en su plato—
. No hacemos más que aguaros la luna de
miel. Quizá tengamos que agarrar el pastel
e irnos, Phoebe, cariño.
—¡Ni se os ocurra! —exclamó Cheryl—.
Puede que esta luna de miel sea para
siempre. —Se encontró con los ojos de
Elaine—. Sinceramente, espero que sea
así.
—¿Mickey sabe algo de esto? —preguntó
Blanche, tras un momento.
—Si —le dijo Elaine.
—Esa capulla —murmuró Blanche.
Aunque Elaine quería contratar a una empresa
de mudanzas, Phoebe la convenció de que,
con las pocas pertenencias que tenía, sería
más complicado contratar a alguien que
hacerlo ellas mismas.
—Será divertido —seguía asegurándole
Phoebe.
El día de la mudanza, Cheryl daba
instrucciones a la cuadrilla compuesta por
Blanche, Phoebe, Maxine y Betina sobre
las cajas que estaban listas para ser
cargadas en la furgoneta de Phoebe. En
medio del salón de Elaine había el montón
de «No tocar», el montón de «Cosas para
tirar» y el montón de «¿De quién es
esto?». Elaine había tenido que irse al
hospital para una urgencia.
—¿Dónde hay una mujer de parto cuando
la necesito? — preguntó Maxine mientras
avanzaba hacia la puerta, cargando con su
extremo de la mesita de café.
—Esperan a cuando estamos disfrutando
del mejor sexo para enviarte un mensaje
al busca, cariño —le recordó Betina.
Cheryl y Blanche habían empaquetado
todo lo que había en la cocina y estaban a
punto de empezar con la habitación de
Elaine. Phoebe entró y le dio a Blanche un
beso en la mejilla.
—La furgoneta está cargada —dijo--. Me
llevo a Maxine y a Betina para que me
ayuden a descargar. —Y dirigiéndose a
Cheryl—: ¿Estas segura de que no quieres
venir para decirnos dónde poner las cosas?
—Todo tiene etiquetas —dijo Cheryl— y,
si algo no está claro, ya lo arreglaremos
después. Espera, te daré la llave de casa.
Después de que las tres se hubieran ido,
el teléfono sonó y hubo un momento de
tensión cuando ni Blanche ni Cheryl
conseguían encontrarlo. Por fin, Cheryl
localizó el cable y sacó el teléfono de
debajo de un montón de toallas limpias
que había al lado de la chimenea.
—Hola —dijo, sin aliento.
—Hola —le dijo Elaine—. Soy yo. —
bajo la voz y preguntó--: ¿Que llevas
puesto?
Cheryl se rio.
—Sudor, mucho sudor. ¿Dónde estás?
—De camino. ¿Necesitáis algo, ahora que
estoy en la calle? Refrescos, hielo, vino,
pizza...
—No, estamos bien —dijo Cheryl—.
Permíteme sugerirte que no te entretengas,
cariño. Maxine cree que te has enviado el
mensaje al busca tú misma para poder
escaquearte de la mudanza.
—Tenía un paciente de verdad con una
urgencia justificada —dijo Elaine—. Esa
es mi versión y pienso atenerme a ella.
—Claro que sí.
—Además —prosiguió Elaine—, el único
motivo por el que Maxine piensa así es
porque ella sí que lo haría si se tratara de
su mudanza. Bueno, será mejor que me
ponga en marcha y os deje trabajar. Estaré
ahí dentro de unos minutos.
Cheryl colgó y dejó el teléfono a la vista.
Blanche estaba en el umbral, apoyada en
una escoba y mirándola.
—Esa tenía que ser mi hija la doctora —
dijo.
—Era ella. Esta de camino.
Blanche asintió y apoyó la escoba contra
la pared.
—Te hace feliz y no estoy segura de haberte
visto realmente feliz anteriormente.
—Puede que tengas razón —admitió
Cheryl—. Elaine y yo nos parecemos
mucho. —Se rio y dijo—: Maxine cree
que somos las dos personas más aburridas
que ha conocido en toda su vida.
—No hay nada malo en ser aburrida —
dijo Blanche—.
Phoebe y yo llevamos veinticinco años
siendo aburridas y sigue gustándonos. —
Agarró una pila de toallas y las metió
dentro de una caja vacía—. Mickey y
Janet se están viendo mucho últimamente.
Mi peor pesadilla con ellas es que las dos
se vayan a vivir con Verónica y que arruinen
sus vidas de verdad.
—No me sorprendería —dijo Cheryl.
Siguió a Blanche hasta la habitación de
Elaine y empezaron a quitar las sábanas
de la cama. Sonó el teléfono que había en
la mesita de noche y Cheryl se estiró para
responder.
—Hola —dijo Elaine—. Soy yo otra vez.
Cheryl sonrió con solo oír su voz.
—Hola. ¿Dónde estás?
—En la entrada del garaje.
—¿Dónde —Cheryl fue hacia la ventana y
abrió las cortinas para poder mirar fuera.
Elaine la saludó con la mano desde el
asiento del conductor y susurró en el
teléfono móvil: —¿Que llevas puesto?
Hacia las seis y media de aquella misma
tarde ya lo habían trasladado todo y
Blanche y Phoebe se quedaron para
ayudarlas a adecentar el viejo
apartamento vacío. A Cheryl le dolían
partes del cuerpo que no sabía que tuviera
y después de una hora de barrer y pasar la
aspiradora se tomó un respiro. Se tumbó
un momentito en el suelo de la sala vacía
y se quedó dormida. Después de lo que a
ella le parecieron unos minutos, alguien la
besó en la frente: la luz del pasillo proyectaba
un leve resplandor en la habitación y, al abrir
los ojos, Cheryl pudo ver que Elaine estaba a
su lado.
—Hola —dijo Cheryl, adormilada.
— ¿Estas lista para ir a casa? —le
preguntó Elaine, pasándole los dedos por
el flequillo para apartárselo de la cara—.
Ya está todo hecho.
—¿Todo? ¿Dónde están Blanche y
Phoebe?
—Hace horas que las envié a casa.
—¿Qué hora es?
—Las once y media —dijo Elaine y se
inclinó más para besarla en los labios. De
repente, Cheryl estaba más despierta de lo
que creía. Un besito se convirtió en un par
y lo siguiente que supo es que su cuerpo
vibraba de excitación.
—Te quiero —susurró Elaine.
Cheryl le pasó la mano por la nuca y la
atrajo hacia sí para darle un beso
profundo y ávido. Quería tocarla por
todas partes y, al mismo tiempo, deseaba
sentir las manos de Elaine por todo su
cuerpo. Como si le hubiera leído el
pensamiento, Elaine empezó a desabrocharle
la camisa mientras Cheryl estiraba de la suya
para sacársela por encima de la cabeza. El
ruido del roce de la tela y los suaves
murmullos acentuaron su excitación mientras
con sus bocas buscaban más de la otra.
Cheryl ayudó a que se quitaran la ropa.
Ansiaba que la piel fresca, suave y sedosa
de Elaine tocara la suya, se frotara contra
ella. Se separaron solo el tiempo suficiente
para que Elaine mirara a Cheryl y viera el
deseo que ardía en sus ojos.
Elaine dejó caer su pelo negro hacia delante y,
con él, acarició los pechos de Cheryl. Después,
echó la cabeza hacia atrás y la cascada de
cabello cayó por detrás de sus hombros.
—Yo también te quiero —dijo Cheryl.
«¡Dios, cuanto te quiero!»
Elaine se quedó a su lado y frotó sus
pezones duros contra los pechos de
Cheryl. Empezaron a besarse de nuevo
con la boca abierta. Sus lenguas ávidas
entraban y salían, y sus cuerpos se
estremecían de deseo. Cheryl notó que la
mano de Elaine avanzaba entre sus
piernas y allí empezó una caricia
extremadamente deliciosa. Cheryl la
esperaba con las piernas abiertas y las
caderas moviéndose a un ritmo constante.
Elaine abandonó el beso y centro su
atención en los pechos de Cheryl. Con la
lengua trazó círculos alrededor de sus
pezones erizados, antes de tomar uno con
la boca. La presión entre las piernas de
Cheryl fue en aumento y se vio invadida
por una sensación cálida y palpitante,
dulce y maravillosa, que lentamente se iba
extendiendo por todo su cuerpo.
—Sí, sí... —susurraba Cheryl con urgencia.
Las palabras y las sílabas quedaron
presas en su garganta a partir de aquel
momento y estrechó su abrazo alrededor
del cuello de Elaine. La sensación era
electrizante y potente, como una descarga
eléctrica que la impulsara hacia delante.
Cheryl se corrió con un gemido largo y
ronco, y hundió la cara en el pelo de
Elaine. Siguió abrazándola de aquel modo
y temblando mientras los dedos se movían
y la tocaban con una precisión controlada.
Cheryl sintió que la boca de Elaine
abandonaba sus pechos y la besaba con
ternura en la mejilla.
Cheryl hizo que Elaine se pusiera encima
de ella y abrió las piernas más aún para
que se acomodara entre ellas. Lentamente,
Elaine empezó a balancearse contra
Cheryl y esta arqueó la espalda,
alcanzando aquella completa conexión
que le resultaba ya familiar.
Cheryl, aun sensible y palpitante por toda
la estimulación, tenía la seguridad de que
aquella vez se iban a correr al mismo
tiempo.
—Me gusta tanto sentirte —dijo, con un
susurro entrecortado—. ¡Dios, Elaine!...
Me gustas tanto.
Acarició el cuello de Elaine y se sumó a
su balanceo moviendo las caderas.
Aumentaron el ritmo y Cheryl la agarró y
la apretó contra sí con más fuerza,
aferrándola con pasión mientras el calor
se iba esparciendo. La primera oleada del
orgasmo le hizo sentir como si un líquido
cálido corriera por su interior y, segundos
después, la desesperada excitación de la
embriaguez hizo enrojecer sus cuerpos en una
continua descarga de placer.
Elaine se estremeció y se desmoronó
sobre Cheryl, hundiendo la cara entre su
cuello y sus hombros. Sin fuerzas para
nada más, empezó a darle besitos
minúsculos en el lóbulo de la oreja.
Temblorosas, intentaban recuperar una
respiración normal. Cheryl enroscó las
piernas alrededor de Elaine y frotó, una
vez más, la humedad de Elaine contra su
propio sexo palpitante. Elaine la besó en
la mejilla con un poco más de fuerza que
antes y, agotada, se tumbó a su lado.
—Ha sido fabuloso —dijo Cheryl. Besó a
Elaine en la coronilla y frotó la mejilla
contra su suave cabello.
Tenía ganas de llorar. En aquel momento
se sentía más feliz de lo que recordaba
haberse sentido nunca—.
¿Dónde has estado toda mi vida? —le
preguntó Cheryl, con una voz tranquila y
adormecida.
Elaine la besó en la mejilla y murmuró:
—Esperándote.

El miércoles por la noche, en el Centro de


Recursos de la Mujer, se había reunido el
comité de planificación de la Conferencia
de Lesbianas de Texas. Cheryl y Phoebe
se hallaban sentadas en uno de los dos
sofás de la sala, que estaba abarrotada de
gente, y discutían sobre cuantas camisetas
de la conferencia tenían que encargar.
Cómo conseguir fondos había sido el
punto clave de la discusión de la tarde,
durante la cual habían repasado una y otra
vez las mismas viejas sugerencias. El
comité de planificación estaba en la fase
de últimos retoques, determinando los
cabos sueltos de los que tendrían que
ocuparse a lo largo de las siguientes
semanas.
Cheryl seguía sorprendida por lo bien que
estaba funcionando el grupo.
Después de la reunión, Phoebe y Cheryl
se ofrecieron para ayudar a recoger, por
lo que fueron las últimas en salir.
Cerraron con llave la puerta lateral del
Centro de Recursos y Phoebe se guardó la
llave en el bolsillo de sus pantalones cortos.
—A Blanche le dan un premio la semana
que viene —le dijo Phoebe—. ¿Te ha
comentado algo Elaine? Abrió la puerta de
atrás de la furgoneta, se sentó en la caja y dio
una palmadita a su lado, indicándole que se
sentara.
—Por su trabajo en la clínica —repuso
Cheryl—. Sí que me lo ha comentado.
—Bien. Pues entonces tengo que pedirte
un favor —le dijo Phoebe.
Las farolas de la calle iluminaban el
pequeño parking vacío mientras Cheryl se
sentaba a su lado. Esperaba que Phoebe
prosiguiera y la miró, mientras Phoebe
echaba la cabeza hacia atrás y dejaba que
su corta melena rubia grisácea le tocara
los hombros. Se la veía seria y cansada.
—Eres una parte importante de nuestra
familia —dijo Phoebe—, una parte muy
importante. Blanche y yo te consideramos
una de las nuestras. —Alcanzó la mano de
Cheryl y le dio un apretón maternal—. El
favor que he de pedirte no es fácil y no me
gusta tener que pedírtelo, pero quiero que
por una noche Mickey y tú dejéis vuestras
diferencias a un lado y que finjáis que no
hay ningún problema entre vosotras.
Quiero que las dos vayáis al banquete de
homenaje. Y Elaine también, claro. Sé que
a Blanche le hará muy feliz que estéis las
tres allí. —Phoebe, nerviosa, tamborileaba con
los dedos sobre el suelo de la furgoneta y
tenía la mirada clavada en el infinito—.
Esta mañana he mantenido una larga
conversación con Mickey y ha accedido a
hacer gala de su mejor comportamiento.
Mañana tengo previsto mantener una
conversación similar con Elaine. Ahora,
dime tú, Cheryl: ¿crees que podemos
conseguirlo?
Cheryl suspiró. Odiaba que la hubieran
puesto en aquella situación. Sabía que no
podía negarse, pero, aun así, no le gustaba.
—Sabes que estaré allí —dijo. Bajó de un
salto de la furgoneta, avanzó hacia su
coche y le gritó por encima del hombro,
desde la oscuridad—: Eso debería darte
una idea de lo mucho que me importa
Blanche.
Blanche estaba rodeada de compañeros
de trabajo y de miembros de la directiva,
y se lo estaba pasando de maravilla.
Cheryl sonrió cuando vio a Elaine al otro
lado de la sala. Una vez más, estaba
siendo presentada a un grupo de
desconocidos bien trajeados.
La sala de celebraciones del hotel era
enorme y, según los últimos cálculos,
habían asistido ciento setenta y ocho
personas. Cheryl se sirvió otro vaso de
ponche y, justo al girarse, tropezó con
Mickey.
—Oh —dijo Cheryl, sobresaltada—. Lo
siento. ¿Te he salpicado?
—No —respondió Mickey, mientras se
frotaba la pechera de la chaqueta—, creo
que no. Quería hablar contigo — dijo--,
para disculparme por presentarme
borracha en tu casa la otra noche. Fue una
estupidez.
—¿El qué? —dijo Cheryl, dando un sorbo
de su ponche—. ¿Emborracharte o presentarte
en mi casa?
—Las dos cosas. —Mickey se encogió de
hombros y movió el cuello para hacerlo
crujir, de aquella manera tan irritante que
siempre había horrorizado a Cheryl—. No
sé qué me pasa últimamente.
Cheryl volvió a mirar al otro lado de la
sala en busca de Elaine, que estaba con su
madre y Phoebe, junto a un grupito de
administradores del hospital.
Elaine levantó la vista y sus ojos se
encontraron y se quedaron clavados antes
de que las dos sonrieran.
Elaine le susurró algo a su madre y
empezó a avanzar hacia Cheryl a través de
la multitud.
Cheryl dejó a Mickey hablando, de pie
junto a la ponchera, sin molestarse en
excusarse. Ya había socializado bastante
y ya le había dado a Blanche suficientes
oportunidades para alardear de su hija la
doctora y presentarla a todas y cada una
de las personas que estaban remotamente
interesadas. Cheryl decidió que Elaine
sería suya durante el resto de la velada.
—Hola —dijo Elaine, cuando por fin se
encontraron en medio de la sala—. Estas
guapísima esta noche.
—Tú también.
Cheryl dio un trago de ponche de frutas y
dejó que su mirada recorriera lentamente
el cuerpo de Elaine. Era una mujer guapa
y Cheryl se sabía afortunada.
—Si no dejas de mirarme así, puede que
cometa una locura totalmente impropia de
mí —dijo Elaine.
—Humm. ¿Cómo qué?
—Como abusar de ti aquí mismo. —
Elaine, de una rápida ojeada, inspeccionó
el entorno inmediato. Después, bajó la
voz y dijo--: Puede que sobre una mesa,
sobre esa de ahí. Tú, con la cabeza
colgando y los pechos subiendo y
bajando, rodeándome con las piernas...
—Una escena que haría que Maxine y
Betina estuvieran orgullosas de nosotras.
—¡Jesús! —exclamó Elaine, abriéndose
el cuello de la camisa—. ¿Por qué de
repente hace tanto calor aquí dentro?
Cheryl se rió y pasó el brazo por la
cintura de Elaine.
—Sí, yo también me pregunto por qué__

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