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La Práctica de la

Inteligencia
Emocional
Apartado realizado por el Sistema de Bibliotecas de
la Universidad Andrés Bello con fines académicos.
Autorizado según Ley Nº 20.435 artículo 71K.

Goleman, D. (1998). La Práctica de la


Inteligencia Emocional. (1ª Edición, pp. 37, 38).
Barcelona España. Kairós
Daniel Goleman La práctica de la inteligencia emocional

Conciencia emocional: La capacidad de reconocer el modo en que nuestras emociones afectan a


nuestras acciones y la capacidad de utilizar nuestros valores como guía en el proceso de toma de
decisiones. Valoración adecuada de uno mismo: El reconocimiento sincero de nuestros puntos fuertes y de
nuestras debilidades, la visión clara de los puntos que debemos fortalecer y la capacidad de aprender de la
experiencia. Confianza en uno mismo: El coraje que se deriva de la certeza en nuestras capacidades,
valores y objetivos.

CONCIENCIA EMOCIONAL

Reconocer nuestras emociones y sus efectos

Las personas dotadas de esta competencia

• Saben qué emociones están sintiendo y por qué


• Comprenden los vínculos existentes entre sus sentimientos, sus pensamientos, sus palabras y sus
acciones
• Conocen el modo en que sus sentimientos influyen sobre su rendimiento
• Tienen un conocimiento básico de sus valores y de sus objetivos

El personaje de nuestro siguiente ejemplo era candidato a convertirse en socio de una importante
empresa de inversiones de Wall Street, pero tenía un serio problema porque, según el psiquiatra que la
empresa le había recomendado: «Ha llegado adonde está pasando por encima de todos los que se han
interpuesto en su camino y siendo implacable cuando no había el menor motivo para ello. También es muy
irascible y no repara en que su enojo le lleva a maltratar a quienes le rodean. Nadie quiere trabajar ni con él
ni para él. Sencillamente carece de toda conciencia de los efectos de sus emociones».
La conciencia del modo en que nuestras emociones afectan a todo lo que hacemos constituye una
competencia emocional fundamental. Y, en el caso de carecer de esta capacidad, seremos vulnerables —
como el banquero de nuestro ejemplo— y nos veremos fácilmente desbordados por nuestras emociones.
Esta conciencia constituye, en suma, nuestra guía más segura para sintonizar adecuadamente con el
desempeño de cualquier trabajo, controlar nuestros sentimientos conflictivos, ser capaces de mantenernos
motivados, saber captar adecuadamente los sentimientos de quienes nos rodean y desarrollar habilidades
sociales adecuadas ligadas al mundo laboral, incluyendo las que son esenciales para el liderazgo y el
trabajo en equipo.
Por tanto, no debe sorprendernos que los asesores y los psicoterapeutas más destacados suelan
hacer gala de esta habilidad. Según Richard Boyatzis, que ha estudiado la conciencia de sí mismo en los
asesores: «se trata de la capacidad de permanecer atentos, de reconocer los indicadores y sutiles señales
internas que nos permiten saber lo que estamos sintiendo y de saber utilizarlas como guía que nos informa
de continuo acerca del modo como estamos haciendo las cosas».

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Daniel Goleman La práctica de la inteligencia emocional

Esta misma capacidad tiene una importancia decisiva en la mayor parte de los trabajos,
especialmente en aquéllos en los que se debe mantener un contacto con otras personas para tratar alguna
cuestión controvertida. Por ejemplo, para los asesores financieros de American Express Financial Advisor,
la conciencia emocional constituye una competencia esencial y la interacción existente entre un asesor de
ventas y su cliente es un asunto muy especial en el que no sólo intervienen aspectos económicos sino
también —cuando se trata, por ejemplo, de un seguro de vida—cuestiones tan sumamente delicadas como
la muerte.
Cuando American Express fue consciente de que este tipo de entrevistas suscitaba sentimientos de
angustia, inquietud y desconfianza —sentimientos que suelen ser sistemáticamente ignorados en el mundo
de los negocios—, comprendió también que debía ayudar a sus asesores financieros a sintonizar con ellos y
aprender a manejarlos para poder brindar así un mejor servicio a sus clientes.
Como veremos en el capítulo 11, cuando los asesores financieros de American Express recibieron la
formación adecuada que les permitió ser emocionalmente más conscientes de sí mismos y más empáticos
con sus clientes, fueron capaces de establecer relaciones más duraderas y de mayor confianza con sus
clientes, relaciones que, por otra parte, se tradujeron en un mayor número de ventas.
La conciencia emocional comienza estableciendo contacto con el flujo de sentimientos que
continuamente nos acompaña y reconociendo que estas emociones tiñen todas nuestras percepciones,
pensamientos y acciones, un reconocimiento que nos permite comprender el modo en que nuestros
sentimientos afectan también a los demás. En el caso de los asesores financieros, por ejemplo, esto implica
reconocer que sus propias emociones pueden afectar decisivamente —para bien o para mal— las
interacciones que establecen con sus clientes (véase también, en este sentido, el capítulo 7).
Las personas que destacan en este tipo de competencia son conscientes en todo momento de sus
emociones, reconociendo con frecuencia el modo en que les afectan físicamente, y son capaces de
expresar sus sentimientos sin dejar por ello de ser socialmente correctos.
La American Express Financial Advisors reconoció que sus asesores no sólo necesitaban desarrollar
la conciencia de sus sentimientos sino también la capacidad de determinar el grado de equilibrio de su vida
laboral, de su salud o de sus cuestiones familiares, así como la habilidad para ajustar su trabajo a sus
propios valores y objetivos, habilidades, todas ellas que, como veremos, están basadas en la conciencia de
uno mismo.

El flujo de los sentimientos

El trasfondo de nuestra vida emocional discurre de un modo, parejo al flujo de nuestros


pensamientos. En el fondo de nuestra conciencia siempre existe algún estado de ánimo aunque, por lo
general, no nos percatemos de los sutiles estados de ánimo que fluyen y refluyen mientras llevamos a cabo
nuestra rutina cotidiana. Los sentimientos inadvertidos de tristeza o alegría con que, nos despertamos, la
leve irritación que puede provocar el frustrante ir y venir a nuestro trabajo y, en suma, los cientos y hasta
miles de pequeñas y grandes emociones que van y vienen con los altibajos de cada día.
Pero la urgencia y la presión que caracterizan al mundo laboral actual hacen que nuestra mente se
halle mucho más preocupada por la corriente de los pensamientos: planificando la próxima tarea,
sumergiéndonos en la tarea que se estemos llevando a cabo, preocupándonos por los deberes que todavía
no hemos concluido etcétera. Así pues, para poder sensibilizarnos a este ruido subterráneo de estados de
ánimo es necesaria una pausa mental, una pausa que muy rara vez nos permitimos. Nuestros sentimientos
nos acompañan continuamente pero casi nunca nos damos cuenta de ellos sino que, por el contrario, sólo
nos percatamos de nuestras emociones cuando éstas se han desbordado. No obstante, si les prestáramos
la debida atención podríamos llegar a experimentarlas cuando todavía son muy sutiles y no irrumpen
descontroladamente.
El ritmo de la vida moderna nos deja poco tiempo para asimilar, reflexionar y reaccionar. Nuestros
cuerpos funcionan a un ritmo más lento y, en consecuencia, necesitamos tiempo para poder ser
introspectivos, pero o bien no disponemos de él o bien no sabemos buscarlo. Es como si nuestras
emociones dispusieran de su propia agenda pero nuestras agitadas vidas no les dejaran espacio ni tiempo
libre y, en consecuencia, se vieran obligadas a llevar una existencia subterránea. Y toda esta presión mental
acaba sofocando esa voz interna que constituye la más segura brújula para navegar adecuadamente por el
océano de la vida.
Las personas incapaces de reconocer cuáles son sus sentimientos adolecen de una tremenda
desventaja porque, en cierto modo, son unos analfabetos emocionales que ignoran un dominio de la
realidad esencial para el éxito en todas las facetas de la vida, incluyendo, obviamente, el mundo laboral.

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