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DOCTRINA Y VIVENCIA DE SA1\TTA TERESA

SOBRE EL MISTERIO
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

No podemos dudar de la sinceridad vital de Santa Teresa. Indiscuti-


blemente se entregó sin reservas desde niña al ideal divino y puso en ello
toda su alma.
Con todo, desde su infancia hasta la última meta, la trayectoria tere-
siana ofrece fuertes oscilaciones, que a veces parecen desvíos y casi un
repliegue de sus primeros fervores.
La última palabra tuvo que pronunciarla Dios mismo. Dios puso la
meta y sólo su impulso la pudo alcanzar. Pero a nuestros ojos ofrece tanto
interés la meta como las oscilaciones del recorrido, cuyas fases huma-
nas nos llenan de luz. El recorrido tiene tres fases, a partir del «yo sen-
timental», pasando por la «razón» antes de dar el salto sobre el vacío del
infinito, hasta ponerse en la-s entrañas vivas de la Santísima Trinidad.
En las tres fases persiste la misma sinceridad, la misma esplendidez
de aquel envidiable temperamento abierto, que nunca tuvo que desdecir-
se, sino sólo rectificar y pulir. Sus afirmaciones primera's son idénticas a
las últimas. Sólo varía el contenido psicológico, que por ley natural está
sujeto a las evoluciones somáticas.
En estas evoluciones van brotando sucesivamente tres vidas, como tres
corolas que se abren desde dentro sobre el mismo botón. Cada vida marca
una silueta distinta, y cada silueta se nos antoj a una distinta oscilación de
vida, que en verdad es la misma y única vida.
E'ste recorrido en la espiritualidad teresiana nos abrirá el camino ra-
diante de su espiritualidad, como si viésemos abrirse uno tras 'Oh'o los
pétalos de aquella flor de Castilla, prez de la Iglesia, esposa de Cristo.
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l. SENTIMENTAL.

El primer deseo de Dios es «egocéntricQ», de tipo sentimental. Preci-


samente por ser sentimental. Los sentimientos son reacciones provocadas
por un motivo exterior. Los motivos gratos producen reacciones de amor;
los ingratos, de repulsa. Lo grato y lo ingrato es el primer «móvil» del
hombre sensible, girando en tomo de su apetencia natural.
Santa Teresa quiere desde niña ser mártir a cuenta barata, como ima-
ginaba a los mártires de su Flos Sanctorum: «Parecíame compravan muy
barato el ir a gozar de Dios, y deseava yo mucho morir ansí; no por amor
que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes
bienes que leía haver en el cielo» (~) (1).
No podemos, con todo, calificarla de egoísta. Es inseparab1e de su alma
el altruísmo más puro. Nunca se resigna a ir sola. Necesita verse rodeada
de lo's demás para participar de lo que ella entiende que es bueno. Sus
deseos de martirio, su dicha de ganar el cielo con un simple tajo de cimi-
tarra, se comparten con su hermanito Rodrigo, a quien convida a la «co-
tona del martirio».
Frustrado el primer conato, sus deseos persisten. No era un resorte
superficial. Tenía más fondo, y pone en juego su ingenio infantil para bus-
car otros estilos equivalentes, aunque más complicados. Ahora organiza
su plan de conquistar el cielo entre varios grupos de niños y niñas, y la
simplicidad del martirio se matiza en una gama múltiple de obras buenas:
rezos, limosnas, soledad, «devociones, que eran hartas» (2). Es casi un
sistema de conducta, que revela una inteligencia, certera debajo de sus
fOl1I\as sentimentales.
, Nadie en justicia puede dudar de la entrega sincera del corazón de la
niña Teresa. No en vano celebra su hazaña la Iglesia con el himno Regís
superní nuntia, etc. (3). Y en su canonización pudo bien decir Grega-
rio XV que «habría logrado la palma del martirio, si su Esposo Soberano,
enamorado de su virginidad, no la hubiese reservado para hacer renacer
los primitivos verdores del Carmelo, sin derramar su roja sangre» (4).
Aquella hambre de martirio no fué, en efecto, una emoción fugaz de
su infancia. Los t,estigos nos asegunin que le duró toda su vida en forma
impresionante. Isabel de Santo Domingo declaró que «deseaba ardiente-
mente padecer martirio por la confesión de la fe ... , y si fuera lícito que las
mujeres pudieran ir a enseñar la fe cristiana, fuera ella a tierra de herejes,
aunque le costara mil vida's ... y lo mostraba con lágrimas y suspiros, que
esta declarante' la vio derramar muchas veces por esta causa» (5). Eran
(*) Citamos por Obras Completas de Santa Teresa, ed. manual. Madrid, BAC,
1962. Usa,ulOs estas siglas: V. = Vida; e. E. = Camino, códice escurialense;
= = =
C. V. Camino, códice' vallisoletano; M Moradas; MC. Meditaciones sobre el
Cantar de los Cantares; ce. =Cuentas de Conciencia. Los dos números indican el
capítulo y el parágrafo.
, (1) V. 1, 5. (2) V. 1, 6.
(3) Himno litúrgico, 15 octubre.
(4) En su canonización, año 1622 (BMC,II; p. 433).
(5) Procesos die Avila, 1610, 75.·
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célebres las representaciones de martirio que solía hacer en las recrea"


ciones de sus monjas, y recataba tan poco sus anhelo's, que hizo creer que,
en efecto, acabaría siendo mártir (6).
La falla de un acto tan sincero era su calidad de sentimental; y no
podía ser de otra manera, sencillamente porque era una niña. La niña
naturalmente no sobrepasa su zona somática, porque no tiene alas de in-
teligencia fuerte, inmaterial, para volar. Las cosas de Dios se le presentan
en «f'Orma humana».
Entre el fondo de espiritualidad pura y la forma sensible podría dar-
se coincidencia plena. Pero sería una coincidencia accidental. Y no nos
consta de semejante coincidencia hasta que los hechos demuestren, a lo
largo de una tenacidad que refleje «voluntad a secas» su genuina espiri-
tualidad. En lo oculto de los niños acechan los sentimientos aviesos, ya
de herencia, de ambiente o educación, ya del pecado original con que
todos venimos a ,este mundo. Estos sentimientos empiezan a ¿'espertar
con el despertar de la razón y de las pasiones. Es entonces cuando se
dejan ver las grietas antes ocultas y cuando salta la crisis infantil que p'One
en peligro las angélicales inclinaciones primeras.
La niña Teresa, con toda su sinceridad y aun con toda su entereza
nata, dió pronto señales de esta disensión interna. Sólo cuatro o cinco
años después, y la 'sorprendemos en un viraje tan peligroso que amena-
za con dar al traste con aquellos maravillosos asomos de santidad.
El cuarteamiento comenzó por la misma vía que comenzaron sus idea-
les de cielo: su imaginaciów y su altruísmo, instrumentos de bien e ins-
trumentos de mal.
La imaginación se desanilló entre la lectura de novelas, a las que era
aficionada su madre, doña Beatriz, por distraer sus penas. Pero la fogo-
~idad temperamental de la niña Teresa desbordó luego la parsimonia
de su dulce madre: «Era aficionada a libros de cavallerÍas, y no tan mal
tomava este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía su
labor ... Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos ... , y parecÍame no
era malo, con gastar muchas horas de el día y de la noche en tan vano
ejercicio, aunque ascondida de mi padre. Era tan estremo lo que esto. me
embevÍa, que si no tenía libro nuevo no me parece tenía contento» (7).
Tres cabezas asoman en este asalto de la conciencia teresiana: a) le
parecía no era malo; pero lo hacía, b) escondida y c) extremosomente.
Bajo la acción de aquella levadura se producía un fermento en su
alma, tan callado, pero tan profundo, que los divinos ideales del princi-
pio se le trocaban en vulgares fantasías de mujer. Todo de buena fe; aun-
que no tanta, pues se esconde, y se entrega apasionadamente.
Afianzados así los pies de su fantasía en la pendiente de los halagos
sensibles, su corazón se volteó por >el mismo derrotero. EI~ altruísmo de su
natural extravertido se dedicaba ahora a compartir delicias sentimentales,
entre las cuales ocupaban primerÍsimo lugar sus excepcionales dotes de na-
turaleza: «Comencé a entender las gracias de la naturaleza que el Señor
(6) ISABEL BAUTISTA, Procesos de Avila, 1610, 75."
(7) V. 2, 1.
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me havÍa dado, que sigún decían eran muchas ... De todas me comencé
a ayudar para ofenderle» (8).
En efecto, en tomo de sus gracias comenzó a perder el equilibrio: «Co-
mencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cui-
dado de manos y cavellos y 'Olores y todas las vanidades que en esto podía
tener, que eran hartas, por ser muy curiosa». Y añade de nuevo insisten-
temente: «No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie
ofendiese a Dios por mí» (9).
Lo creemos; pero la complacencia de sí misma hurgó y despertó sus
inclinaciones naturales de mujer, y 'su trat'O con los MejÍa, sus primos, iba
derivando en proyectos matrimoniales, centrando así su complacencia en
verse querida.
Querer y ser querida, era un juego de pasiones descendentes, del noble
altruísmo al menos noble egooentrismo, y con ello se desmañaba lenta-
mente la deliciosa fi-sonomÍa angelical de sus primeros años. Y todo con
tan buen acuerdo y razón que ella pensaba tenía plenos derechos a pro-
seguir en aquel camino, aun contra el parecer de su padre, y los mismos
confesores y consejeros la confirmaban en ello. En punto a razones, la
niña Teresa no inclinaba nunca su cabeza: «informada de con quien me
confesava y de otras personas, en muchas cosas me decían no iva contra
Dios» (10). Sin embargo, aquello iba mal, y por momentos se le tiznaba
la bella fisonomía de ángel: «de tal manera me mudó esta conversación,
que de natural y alma virtuoso, no me dejó casi ninguna» (11).

2. RACIONAL.

Al verse entre las monjas de Santa María de Gracia, a sus dieciséis


años, 'sintió el despertar de la conciencia de responsabilidad, y comenzó a
pensar.
Los devaneos pasados se le enfrentaban ahora como un torcedor, al
que ya no podía hacer frente con su imaginación infantil, ahora lacia.
Volvían, sÍ, los sueños de su infancia, pero sin aquella blanca cobertura
del paraíso de su inocencia, sino al desnudo, con escamas punzantes de
razones a secas.
«Comenzó mi alma a tomarse a acostumbrar en el bien de mi primera
edad ... (12), y a tornar a poner ,en mi pensamiento deseos de las cosas
eternas ... Y si vía alguna tener lágrimas cuando rezava u otms virtudes,
havÍala mucha envidia; porque era tan recio mi corazón en este caso, que
si leyera toda la Pasión no llorara una lágrima ... » (13).
En efecto, su sensibilidad ya no tenía jugo. Estaba ahita. No le servía.
Ahora la penetraban más las razones, y con ellas tuvo que abordar el
problema de su «responsabilidad» para desquitar en algo lo que había
quitado de Dios con sus devaneos: «En esta batalla estuve tres meses
forzándome a mí mesma con esta razón: que los travajos y pena de ser
(8) V. 1, 9. (9) V, 2, 2. (10) V. 2, 9. (ID V. 2, 5.
(12) V. 2, 9. (13) V. 3, 1.
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monja no podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo havÍa bien me-
recido el infierno, que no era mucho estar lo que viviese como en pur-
gatorio» (14).
Los poderes tenebrosos agazapados en su corazón van dando la cara
a cada golpe de la joven Teresa; pero ella vuelve a proveerse de razones
más poderosas, profundas y sobrenaturales: «PonÍame el demonio que no
podría sufrir los travajos de la relisión, por ser tan regalada. A esto me
defendía con los travajos que pasó Cristo, potque no era mucho yo pasa-
se algunos por El» (15).
La sensibilidad se le desmorona bajo el sinsabor de la enfermedad
y cargan las tentaciones: «Pasé hartas tentaciones. HavÍanme dado con
unas calenturas unos grandes desmayos» (16). Ella se defiende con los
libtos, que la proveen de ideas eficaces: «Dióme la vida haver quedado ya
amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me
animavan de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era
como a tomar el hábito ... » (17).
Ya pasó la niña sentimental. Ahora es la joven que se abre a la vida
con su poderosa inteligencia. Pero subsisten en ella los valores psico-
lógico's, que en esta época de reacciones se ponen en primer plano, su
altruísmo y su fogosidad.
El altruísmo la compele a compartir sus razones, que aunque duras,
tienen el encanto de su sensatez y convida con ellas a otro de sus herma-
nos: «HavÍa persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile, dicién-
dole la vanidad del mundo» (18).
La generosa fogosidad de su alma la compele a no detenerse en el ca-
mino y a pasar por encima de su padre, ahogando entre los brazos férreos
de su convicción todo sentimiento natural: «Cuando salí de casa de mi
padre, no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me
parece cada hueso se me apartava por sÍ. .. » (19).
Con todo, no se ha desligado todavía del egocentrismo. Su meta es ga-
nar el cielo con aquel purgatorio que se echaba encima: «me iría derecha
al cielo, que este era mi deseo» (20).
Como esponja seca que se abre al agua, como limalla de acero que se
adhiere al imán, la joven Teresa se abrió a los más altos deseo de per-
fección y tomó el hábito del Carmen decidida a vivir hasta el detalle
todas 'sus nOrmas de santidad, con aquel ánimo excepcional, «que dicen
no le tengo pequeño, y se ha visto me le dió Di:os harto más que de mu-
jer» (21).
Aquel pavoroso purgatorio que había imaginado se arrolló como un
papel ante el empuje formidable de su voluntad a secas: «En tomando
el hábito, luego me dió el Señor a entender cómo favorece a los que se
hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de mí, sino gran dí-
s,ima voluntad. A la hora me dió un, tan gran contento de tener aquel esta-
do, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que
tenía mi alma en grandísima ternura» (22).
(14) V. 3, 6.
(15) V. 3, 6. (16) V. 3, 6-7. (17) V. 3, 7. (18) V. 4, 1.
(19) V. 4, 1. (20) V, 3, 6. (21) V. 8, 3. (22) V. 4, 2.
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Atisbando desde nuestra ladera diríam'Os que la j'Oven Teresa alcanzó


en su n'Oviciad'O l'Os dinteles de la santidad, c'On testim'Onio de evidentes
virtudes her'Oicas.
Básten'Os CúIl marcar escuetamente l'Os gui'Ones de su camin'O pur l'Os
repech'Os primaverales del M'Onte Carmel'O:

1. Dióse c'On t'Odo ferv'Or a cumplir hasta el detalle t'Od'O 1'0 buen'O:
a) «dávl;lnme deleite t'Odas las cosas de la relisión» (23);
b) «pasé grandes desas'Osieg'Os en c'Osas que en sí tenían p'Oc'O
tom'O» (24);
c) «era afici'Onadaa t'Odas las c'O'sas de relisión ... ; t'Od'O me parecía
virtud» (25).
d) Una testig'O de aquell'Os días declara que «vió cóm'O se c'Omenzó
a ejercitar c'On muchas 'Obras de piedad y humildad y en la c'Ompunción
de sus pecad'Os y con lágrimas y afecto grande espiritual y ejercitándose
en c'Osas pías y haciendo áspera penitencia» (26). .
2. Dábase mucho al recogimient'O y oración:
a) «Como me vÍan procurar soledad y vía n ll'Orar por mis pecados
algunas veces, pensavan era desc'Ontento» (27).
b) Una testigo declara que «vivía con mucha 'Oración y con grande
apacibilidad» (28).
3. Rigurosísitna c'Onsig'O y muy penitente:
a) Una su compañera declara que sufría «grandes maceraci'Ones en su
cuerpo, porque le castigaba con todo rigor y aspereza... y se iba algunas
veces a la huerta ... diciendo se iba a entretener, y era que cogía ortigas y
otras cosas ásperas para ac'Ostarse ... ; se encerraba en su celda ... , adonde
hacía rigurosas penitencias, azotándose y castigand'O su cuerpo c'On gran
rig'Or y crueldad, y andaba muy macilent'O el r'Ostr'O, y ayunaba susten-
tánd'Osec'On muy poco» (29).
b) La propia Santa declaró más tarde a su confidente María de San
J'Osé que «al principi'O de su llamamiento y vocación hacía tan grandes y
extra'Ordinarias penitencias que, según se entendía, fueron parte de di'smi-
nuida la salud» (30).
4. Sus deseos de sufrir rayar'On en 1'0 her'Oico:
a) Ella refiere que «estava una monja entonces enferma de grandí-
sima enfermedad y muy pen'Osa, p'Orque eran unas bocas en el vientre,
que se le havÍan hecho de opilaciones, p'Or donde echava lo que c'Omía.
Murió prest'O de ello. Yo vía a toda's temer aquel mal. A mí hacíaseme
gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela ansÍ a mí, me
diese las enfermedades que fuese servido ... ; estava tan puesta en ganar
bienes eternos; que por cualquier medio me determinava a ganarlos» (31).
(23) V. 4, 2. (24) V. 5, 1. (25) V. 5, 1.
(26) D.n INÉs DE QUESADA, Procesos de Avila, 1610, 4. 0 (27) V. 5, 1.
(28) ANA M.a GUTIÉRREZ, Procesos de Avila, 1610, 4.°
(29) D.' INÉS DE QUESADA, Procesos de Avila, 1610, 62. 0
(30) MARÍA DE S. JOSÉ, Procesos de Lisboa, 1595, 9.° (31) V. 5, 2.
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b) Lo soportó todo con tanta paciencia que -ella misma se dedica


frases de alabanza, con ver tan ruin todo lo suyo, yeso que se trataba de
dolores intolerables, «en un ser desde los pies hasta la cabeza» (32). He
aquí algunas frases que revelan su heroísmo:
«Todos los pasé con gran conformidad ... ; estava muy conforme con
la voluntad de Dios, aunque me deja'se ansÍ siempre» (33).
«Tratava mucho de Dios, de manera que edificava a todas y se espan-
tavan de la paciencia que el Señor me dava ... ; parecía imposible sufrir
tanto mal con tanto contento» (34).
«Ahora me espanto ... la paciencia que Su Majestad me dió ... , para
que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad» (35).
5. Llegó a tener oración muy elevada:
a) Llegó a ratos a tener quietud y unión, y si hubiese hallado guía
habrÍase consolidado en ellas. «Comenzó el Señor a regalarme tanto por
este camino, que me hacía merced de darme oración de quietud y alguna
vez llegava a unión ... ; quedava con unos efecto's tan grandes que ... me
parece traía el mundo debajo de los pies» (36).
b) «Gran cosa fué haverme hecho la merced en la oración que me
havía hecho, que ésta me hacía entender qué cosa era amarle» (37).
e) En los largos años de sequedad mostró no menos su entereza para
no dejar la oración: «Era tan incorportable la fuerza que el demonio me
hacía, u mi ruin costumbre, que no fuese a la oración, y la tristeza que
me dava entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi
ánimo, que dicen no le tengo' pequeño ... , para forzarme» (38).
6. Mostró tener grandes virtudes:
a) Teniendo en cuenta que vivía en un convento de unas 180 monjas
poco recogidas, las virtudes que en ella brillaron tienen fibra de heroismo :
«No tratar mal a nadie, por poco que fuese ... ; lo ordinario era escusar
toda murmuración ... Tomava esto en harto estremo para las ocasiones
que havÍa» (39).
b) «En esto de hiproquesÍa y vanagloria, gloria a Dios, jamás me
acuerdo haverle ofendido» (40).
e) «Tan moza y en tantas ocasiones y apartarme muchas veces a
soledad a rezar y leer mucho, hablar de Dios ... no decir mal» (41).
d) «Tomar yo libertad ni hacer cosa sin licencia ... , nunca me parece
lo pudiera acabar conmigo ... » (42).
7. Al tiempo de su profesión se halla tan dispuesta que no cabe
más: «la gran determinación y contento con que la hice y el desposorio
que hice con Vos» (43).
Basta este escueto recorrido para comprobar que humanamente la
joven Teresa no podía hacer más, ni era posible hacer más, pues lo que
ella no pudiera hacer con su recia voluntad, no creemos haya otro que
(32) V. 5, 8. (33) V. 6, 2. (34) V. 6, 2. (35) V. 5, 8.
(36) V. 4, 7. (37) V. 6, 3. (38) V. 8, 7. (39) V. 6, 3.
(40) V. 7, 1. (41) V. 7, 2. (42) V. 7, 2. (43) V. 4 ,3.
DOCTRINA DE S. TERESA SOBRE LA SSMA. TRINIDAD 763

pudiera más. Hemos topado con el problema de lo sobrenatural, que la


virtud cristiana sin la savia 'sobrenatural nunca será virtud ni podrá ser
humanamente perfecta. Con razón confiesa la Santa, al final de sus es-
fuerzos sobrehumanos, como quien se quita una venda de los ojos: «Me
devÍa faltar ... de no poner en todo la confianza en Su Majestad, y perder-
la de todo punto en mí. Buscava remedio, hacía diligencias; mas no devía
entender que todo aprovecha poco si quitada de todo punto la confianza
de no'sotros no la ponemos en Di'Os» (44).
En efecto, podemos descubrir, debajo de aquellos titánicos esfuerzos,
las grietas profundas que cuarteaban su alma y que ella jamás habría
superado:

1. Siente vivo el amor propio, y la desasosiega:


«Culpávanme sin tener culpa hartas veces; yo lo llevaba con harta
pena y imperfección» (45).
«Era aficionada a todas las cosas de relisión, mas no a sufrir ninguna
que pareciese menosprecio. Holgávame de ser estimada» (46).

2. Se detiene en la apariencia de las buenas 'Obras:


«De vana me sabía estimar en la·s cosas que en el mundo me suelen
tener por estima» (47).
«Era curiosa en cuanto hacía» (48).
«Procurava me tuviesen en buena opinión, aunque no de advertencia
fingiendo cristiandad» (49).
«Acaecíame no preguntar, porque no entendiesen yo sabía poco» (50).

3. Falta de perspicacia espiritual:


«A decirme (los confesores) en el peligro que andava ... , sin duda creo
se remediara» (51).
«Si yo tuviera con quien tratar esto ... , me ayudara a no tornar a
caer» (52).
«Si el demonio me acometiera entonces descubiertamente, parecíame
en ninguna manera tomara gravemente a pecar; mas fue tan sutil y yo
tan ruin que todas mis determinaciones me apm·vecharon poco» (53).
«Este fue el más terrible engaño ... , que comencé a temer oración, de
verme tan perdida, y parecíame era mijor andar como los muchos» (54).

4. Exterioridad de espíritu y distracción natural:


«No me podía encerrar dentro de mÍ..., sin encerrar conmigo mil va-
nidades» (55).
«Ni bastavan determinaciones ni fatiga en que me vía, para no tor-
nar a caer en puniéndome en la ocasión» (56).
«Me hizo harto daño no estar en monesterio encerrado» (57).
«Lo que en mí fué peligro, en otras no lo sería tanto» (58).
(44) V. 8, 13. (45) V. 5, 1. (46) V. 5, 1. (47) V. 7, 2.
(48) V. 5, 1. (49) V. 7, 1. (50) V. 31, 23. (51) V. 6, 4.
(52) V. 7, 20. (53) V. 4, 10. (54) V. 7, 1. (55) V. 7, 17.
t56) V. 6, 4. (57) V. 7, 3. (58) V. 7, 6.
T

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5. Afecto sensible y desordenado.


AquÍ ,estaba la guarida de todos sus defectos. Era la' raíz del egocen~
t1'ismo. Mientras no se rompan sus cadenas el alma no 'podrá volar con
libertad ni decir que la lleva Dios.
El resorte del afecto es lo que place o desplace. Aunque sea un cara"
zón tan altruÍsta como el de la Santa, todo movimiento natural es una
especie de esclavitud impuesta por las impresiones. Ella tenía conciencia
de ser esta la raíz de todos sus males; pero no estaba en su mano arrancar-
la, porque era parte de sí misma. El espíritu, y la gracia con él, estaban
como sofocados, sin poder entrar en acción autónoma mientras no se rom-
piesen aquellas cadenas.
Es uno de los momentos más dramáticos de la vida de Santa Teresa.
Particularmente sensible a la's atenciones sociales, por temperamento y
luego por educación, la gratitud había crecido con ella como una virtud.
y lo era. Mas por ser sentimental ya no lo era; porque la virtud es cuali-
dad espiritual:
«En esto de dar contento a otros he tenido estremo» (59).
«Me parecía virtud ser agradecida y tener ley a quien me quería» (60).
Pero sentía ahogo' cuando perdía el dominio de su corazón y gran desaso-
siego cuando se ponía delante de Dios: «Por algunas afeciones que te-
nía a cosas que, aunque de suyo no eran muy malas, bastavan para es-
tragarlo todo» (61). «Cuando estava con Dios, las afedones del mundo
me desasosegavan» (62):
y a estaba muy madura su alma cuando echó de ver la trascendencia
de aquella falla, que hasta entonces cr'eÍa ser virtud, si bien nunca se
sintió segura:
«Tenía una grandísima falta, de donde me vinieron grandes daños, y
era ésta, que comenzava a entender que una persona me tenía voluntad
y si me caía en gracia, me aficionava tanto que me atava en gran manera
la memoria a pensar en él, aunque no era con intención de ofender a
Dios ... ; era cosa tan dañosa que me traía el alma harto perdida» (63).'
Este era el verdadero planteamiento del problema. Eh veinte años no
'se había desligado de aquellas cadenas. Y según razón nO debía ser ingra~
tao ¿Cómo se conjugaban estos dos extremos? ¿Cómo ser agradecida y
libre a la vez? Así 10 planteó a su confesor, y éste no pudo sino darle toda
la razón a ella; pero apeló al Espíritu Santo, el único capaz de resolver
aquella insoluble paradoja:
«No estava aun mi alma fuerte, sino muy tierna, en especial en dejar
algunas amistades que tenía; aunque no 'Ofendía a Dios con ellas era
mucha afeción, y parecíame a mí era ingratitud dejarlas; y an:sÍ le decía
que, pues no ofendía a Dios, que por qué havÍa de ser desagradecida. El
me dijo que lo encomendase a Dios unos días y rezase el himno Veni
C1'eato1', porque me diese luz de cuál era lo mijor ... Comencé el himno, y
estándole diciendo, vÍnome un arrebatamiento tan súpito que casi me sacó
de mÍ... Entendí estas palabras: Ya no quie1'o que tenlgas conversación
(59) V. 3, 4. (60) V. 5, 4. (61) V. '23, 5. (62) V. 8, 2.
(63) V. 37, 4.
DOCTRINA' DE S. TERESA SOBRE LA SSMA. TRINIDAD 765
cónhombres, sino con ángeles ... Ello se ha cumplido bien, que nunca
más yo he podido asentar en amistad ... Ya aquí me dio el Señor libertad
y fuerza para ponerlo en obra» (64).
En adelante la. Madre Teresa daría lecciones maravillosas sobre· él
Amor perfecto, que es una gracia que da Dios a las alma's que se dispo-
nen: «a quien el Señor se le huviere dado, alábele mucho, porquedeve
ser de grandísima perfeción» (65).

3. SANTIDAD.

Fué una sorpresa para la Santa comprobar que dentro de sí misma


hablaba una voz tan viva y poderosa que hacía polvo en un instante las
ásperas murallas que durante veinte años ella había pretendido inútil-
mente escalar. .
Su oración, «tratar de amistad» en conversación 'solitaria con Dios,
hubo de cambiar de rumbo, aunque conservando sus líneas generales.
Desde mucho tiempo, por una instintiva atracción, hacía su oración men-
tal dirigiéndose hacia dentro de sí misma:
a) «Procuravalo más que podía traer a Jesucristo nuestro bien y
Señor dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración; 'si pensava
en algún paso le representava en lo interior» (66).
«Puede representarse delante de· Cristo y acostumhrarse a enamorarse
mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con
El. .. » (67).
b) «Me era gran deleite considerar ser mi alma un huerto y a el
Señor que se paseava en él; suplicávale aumenta-se el olor de las flore-
citas de virtudes que comenzavan ... » (68).
Aunque en todo este estilo de oración se imaginaba a Dios dentro de
sí misma, en realidad lo miraba como fuera de ella. Porque la imagina-
ción no está en el alma, sino en la «ronda del castillo», en los confines que
se unen y 'separan a la vez al alma del cuerpo. Y aquella oración, precisa-
mente por estar «fuera de su alma», no había logrado extirpar las raíces
de sus males, agazapados en la subconciencia.
Mas ahora era distinto. Aquella voz poderosa la había hablado desde
dentro de sí misma, y a la presencia ardiente de aquella voz se habían
derretido, como anillos de cera, los eslabones de acero que la habían te-
nido veinte años aprisionada.
No fué, con todo, un golpe brusco, como si hubiesen trocado de raíz
su ser. Su persona era la misma, con su temple y con su fisonomía incon-
fundible. El traslado de ideología se llevó a cabo echando un puente desde
la Humanidad de Cristo, tema peculiar de su corazón, al infinito de la
Divinidad. Aquel Cristo, que le era tan familiar, 'se le trueca poco a poco
en una nube de divinidad que corona las cumbres inaccesibles de la «Mís-
tica Teología»:
(64) V. 24, 6-9. (65) C. V. 6, 1. (66) V. 4, 8.
(67) V. 12, 2; cfr. V. 7, 17. (68) V. 14, 10.
766 EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OCD

«AcaecÍame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cris-


to ... venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en
ninguna manera podía dudar que estava dentro de mí, u yo toda engolfada
en El. Esto no era manera de visión; creo lo llaman mística teoloxÍa» (69).
Muy oportuna la observación: «no era manera de visión». La vÍ'sión
tiende hacia fuera. Mas ahora se trata de un toque vital, asentado en el
interior del alma. La nueva presencia de Dios en la oración teresiana es
algo que invade los tuétanos del espíritu, como si Dios fuese el eje del mis-
mo. Su aparición desde entonces es de tipo vivencial, como 'si la figura
de Dios fuese captada en la misma estructura del alma. Es así como Santa
Teresa entra en un nuevo conocimiento sustancial de Dios.
«De presto se recogió mi alma y parecióme ser como un espejo claro
toda, sin haver espalda's ni lados ni alto ni bajo que no estuviese toda cla-
ra, y en el Gentro de ella se me representó Cristo nuestro Señor como le
suelo ver ... Es muy diferente el cómo se ve a decirse, porque se puede
mal dar a entender ... » (70).
«Paréceme provechosa esta visión para personas de recogimiento para
enseñarse a considerar a el Señor en lo muy interior de 'su alma ... ; en
especial lo dice el glorioso san Agustín, que ni en las plazas ni en los
contentos ni por ninguna parte que le buscava le hallava como denh'o
de sÍ» (71).
Este nuevo modo de oración es el que expone luego extensa y deli-
beradamente en el Camino de Perfección: «No hablar hacia fuera, sino
hacia dentro de sí» (72).
Repite la mención de San Agustín, que 'sin duda había recogido cuando
lo leyó a raíz de su «conversión», que así suele llamarse el nuevo rumbo
que tomó desde que oyó la. voz de Dios dentro de sí: «Mirad que dice
San Agustín (73) que le buscava en muchas partes y que le vino a
hallar dentro de sÍ... Las que de esta manera se pudieren encerrar en
este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo y ~a
tierra ... , camina mucho en poco tiempo ... , como el que va en una
nao ... » (74).
Lo más asombroso de la presencia de Dios es el reflejo vivencial
que como una radiación envuelve en sus rayos divinos al alma, como si
fuese una prolongación viva de Dios. Entre Dios y su morada Santa Tere-
sa descubre un nexo esencial. Un alma, morada de Dios, es algo divino:
«¡Qué cosa de tanta admiración, quien hinchiera mil mundos y muy mu-
chos más con su grandeza, encerrarse en una cosa tan pequeña!» (75).
y en la primera redacción perfila su concepto con la mención de la San-
tísima Virgen: «AnsÍ quiso caber en el vientre de su sacratísima Ma-
dre» (76).
Dios, en efecto, tiene la propiedad de adaptar con su propia gracia la
morada donde habita y dilatar su capacidad potencial hasta el infinito,
si el alma no le pone trabas: «Cuando un alma comienza, por no la

(69) V. 10, 1. (70) V. 40, 10. (71) V. 40, 6. (72) C. V. 28, 2.


(73) Confessiones, X, c. 27.
(74) C. V. 28, 2-5. (75) C. V. 28, 11. (76) C. E. 48, 3.
DOCTRINA DE S. TERESA SOBRE LA SSMA. TRINIDAD 767

alborotar de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande, no se da


a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco» (77).
El conocimiento que el alma recibe de Dios es, pues, algo inhaeren-
te a la propia alma; conoce a Dios por lo que ella ve de Dios en sí misma.
y cuando la corriente divina, libre de obstáculos, mora a gusto en ella,
el alma se convierte en un palacio fabuloso, cuya riqueza no sabe la
Santa cómo encarecer: «Hagamo's cuenta que dentro de nosotras está un
palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras precio-
sas ... , que no hay edificio de tanta hermosura como un alma limpia y
llena de virtudes, y mientras mayores más resplandecen las piedras ... » (78).
Estas consideraciones eran el tema fijo de Santa Teresa a sus cuaren-
ta y ocho años, cada vez más luminoso, absorbente y exclusivo. En 1577, a
sus sesenta y dos años, la mandaron escribir otro libro sobre la oración.
Eran la-s Moradas del Castillo Interior.
La idea del «palacio de oro y piedras preciosas», pergeñada en el
Camino de Perfección, se ha trocado ahora en el tema de todo el libro:
«Considerar nuestra alma como un castillo, todo de un diamante u muy
claro cristal, adonde hay muchos aposentos ... No es otra cosa el justo,
sino un paraíso adonde El tiene sus deleites» (79).
Pero no era el castillo pétreo, que mojonaba las üerras de Castilla en
sus cerros, motas y oteros. Era Un castillo vivo, «como un palmito» (80~,
que mana de las entrañas de Dios, que es su centro.
Ella recuerda que una vez en el castillo de los Duques de Alba fué
invitada a contemplar su camarín', la pieza principal de los castillos, don-
de los castellanos exhibían en un golpe de vista toda su riqueza, arte e
ingenio: «adonde tienen, dice la Santa, infinitos géneros de vidrios y ba-
rros y muchas cosas, puestas por tal orden que casi todo se ve en en-
trando» (81).
¿Cómo será el camarín del Señor de los señores, y cuál su castillo,
que es el alma del justo, donde dice El que tiene sus deleites? (82). Por
la pluma de Santa Teresa desfilan palabras que significan luz, claridad,
transparencia; todo son perlas orientales, ríos cristalinos, diamantes, cris-
tal, etc .... , como si balbucease al querer explicar la peregrina calidad de
las j ayas del camarín divino, que no 'son piedras muertas, sino luz viva
y eterna. Y para resaltar más sus palabras nos habla de lo que es capaz
un alma y cómo queda cuando está privada de tanta riqueza de Dios:
«¡Qué será ver este castillo tan resplandeciente, esta perla oriental,
este árbol de vida, que está plantado en la·s mesmas aguas vivas de la vida,
cuando cae en un pecado mortal! N o hay tinieblas más tenebrosas ni cosa
tan oscura y negra, que no lo esté mucho más. No queráis más saber de
que con estarse el mesillO sol qUe le dava tanto resplandor y hermo'sura
todavía en el centro del alma, es como si allí no estuviese para participar
de El, con ser tan capaz de gozar de Su Majestad como e~ cristal para res-
plandeceren él el sol» (83).
¿Quién le inspiró este lenguaje a Santa Teresa? No dudamos que ella

(77) C. V. 28, 11; C. E. 48, 3. (78) C. V. 28, 9; C. E. 48, 1. (79) M1, 1, 1.


(80) MI, 2, 8. (81) M6, 4, 8. (82) M1, 1, 1. (83) M1, 2, 1.
768 EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OCD

habla por intuición, escrutando en sí misma y en sus experiencias, es un


hablar y hablar sin rebusca para describir una cosa que no cabe en pa-
labras.
Pero lo más admirable es que el lenguaje teresiano es un calco del
lenguaje bíblico, sin depender de él y sin tenerlo, por lo menos, presente.
En el Apocalipsis de San Juan hallamos una descripción de la mística
ciudad de Dios que coincide plenamente, no sólo en las palabras, sino
más aún en los conceptos qué baraja Santa Teresa, con su Castillo in-
terior:
«Me móstró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, del
lado de Dios ... Su astro es parecidO' a una piedra preciosísima, como una
piedra de jaspe cristalino ... La ciudad descansa sobre una base cuadran-
gular, su longitud igual a su· anchura [12.000 estadios por lado, unos
600 kms., como de Madrid a Barcelona, y alta 'Otro tanto en forma de
pirámide que se pierde en el cielo] ... ».
«Las muralla·s eran jaspe y h ciudad oro puro como vidrio transpa-
rente; Los fundamentos del muro de la ciudad adornados de toda suerte
de piedras preciosas: el primero jaspe, el segundo zafiro, el tercero tur-
quesa, el cuarto esmeralda, el quinto ónix, el sexto cornalina, el séptimo
crisólitho, el octavo berilo, el noveno topacio, el décimo ágata, el undé-
cimo jacinto y el duodécimo amatista».
«y las doce puertas eran doce perla,s, cada una de una sola perla, y las
calles de la ciudad, oro puro, como vidrio transparente ... y la ciudad no
tiene sol' ni luna, porque la gloria de Dios la ilumina».
«Un río de agua viva, lúcido como cristal, que salía deL trono de
Dibs ... En medio de sus calles, a una y otra mano del río, árboles de vida,
que dan fruto doce veces al año» (84).

4. SANTISIMA TRINIDAD.

Estas aguas vivas, árboles de vida, sol inextinguible, piedras preciosas,


frutos de eternidad, que componen el castillo teresiano, n'O son otra cosa
que la vida de Dios que recorre todo el ser del alma cristiana, partiendo
del hondón, manantial, don increado, la Santísima Trinidad que sustan-
cialmente mora en el alma. La unión del alma con ese manantial será
cuando las corrientes del mismo recorran sin obstáculos todos sus linderos
y el alma deliberadamente los acepte como «alma de su alma». Confor-
me se allega más a ese principio, mayores son las maravillas. Al comienzo
es sólo una luz yagarosa, imprecisa, que se escapa de dentro; y cuando
el alma se da a buscarla entrando dentro de 'sí, puede, por merced de
ese sol, verse cara a cara con El y gozar en parte ya en esta vida los
sabores de vida eterna que sólo podrá gozar el alma beatífica.
Al descubrir 'estos raudales Santa Teresa nos hablará de otro género
de visiones que no 'son visiones. Porque ver su propia vida con su propia

(84) Apocalipsis; 21, 10-23, Y 22, 1-2.


DOCTRINA DE S. TERESA SOBRE LA SSMA. TRINIDAD 769

vida no puede ser obra de una potencia del alma que está hecha para ver
lo que está fuera del alma: Para ver lo de dentro eS menester una vivencia
pasiva, movida por otro principio más profundo que la actividad poten-
cial del alma. Ver a Dios, «alma del alma», no es, pues, ver con las poten-
cias, sino cobrar conciencia de su vida íntima que recorre la nuestra. Y la
vida íntima de Dios no es otra que la Santísima Trinidad. Y cuando el alma
descubre en sí la vida de Dios, se halla cara a cara con el misterio de la
Santísima Trinidad como brotando de sus propias entrañas: .
«Las Personas veo claro ser distintas ... ; salvo que no veo nada ni
ayo ... ; ma's es con una certidumbre estraña, aunque no vean los ojos del
alma, y en faltando aquella presencia se ve que falta» (85).
La fórmula que prefiere Santa Teresa para significar esa «visión que
no es visión» 'es la pasiva de «representación de la verdad». He aquí su
experiencia del 29 de mayo de 1571:
«Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que claramente enten-
día tener presente a toda la Santísima Trinidad en visión intelectual, adon-
de entendió mi alma por cierta manera de representación, como figura de
la verdad ... , cómo es Dios Trino y Uno; y ansí me parecía hablarme todas
tres personas y que se representavan dentro en mi alma distintamente,
diciéndome que desde este día vería mejoría en mí en tres cosas, que
cada una destas Personas me hacía merced ... Entendía aquellas palabras
que dice el Señor, que estarán con el alma que está en gracia las tres divi-
nas Personas, porque las vía dentro de mí por la manera dicha» (86).
En las M oradas adopta la misma fórmula, precisando antes que el alma
se ha llegado a la morada de Dios y va a celebrar en ella su «matrimonio
eSpiritual» :
«Metida en aquella morada por visión intelectual, por cierta manera
de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, lodas
tres Personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a
manera de una nube de grandísima claridad y estas tres Personas distin-
tas, y por una noticia admirable que se da a el alma, entiende con gran-
dísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un
saber y un 'solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo en-
tiende el alma, podemos decir, por vista ... » (87).
Valiéndonos de analogías, diríamos que esas formas de visión SOn de
tipo introspectivo. Así como la Santa, reflexionando sobre sí misma, echa
de ver que «hay diferencia en alguna manera y muy conócida del alma
a el espíritu, aunque más 'sea todo uno», y también «que el alma es dife-
rente cosa de las potencias» (88), de manera semejante descubre también
los matices que irisan la corriente de vida trinitaria que corre por el
alma. Sólo que, así como sus propias condiciones de vida puede discer-
nirlas arbitrariamente, con sólo querer y reflexionar, estas otras no las
puede captar, si ellas por sí mismas no se irisan y se mueven y menean
con sus movimientos al alma, despertándola pasivamente para que abra
los ojos y advierta que se le mete en 'su ser aquella inefable grandeza;

(85) CC. 54, 18. (86) CC. 14, 1. (87) M7, 1, 7. (88) M7, 1, 12.
770 EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, oeD

todo como un rumor indefinido, como una vaharada que sube impensa-
damente de las especies aromáticas movidas por mano invisible en el hon-
dón del alma, y de allí se derraman por todo su ser y lo embriagan en pro-
digiosa suavidad:
«Esto se entiende mejor, cuando anda el tiempo, por los defectos; por-
que se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da
vida a nuestra alma, muy muchas veces tan vivas, que en ninguna mane-
ra se puede dudar, porque las siente muy bien el alma, aunque no se
saben decir, mas que es tanto este sentimiento, que producen algunas
veces unas palabras regaladas, que parece no se pueden escusar de decir:
oh vida de mi vida y sustento que me sustenta, y cosas de esta mane-
ra ... » (89).
Este modo de conocer 'en puro espíritu no se realiza de improviso,
ni 'se lleva a cabo con perfección desde el primer momento, sino tras
cierto adiestramiento, progresivamente. Es un entrar mar adentro desde
la playa, poco a poco, hasta que nos falta la tierra y nos echamos en bra-
zos del agua.
A los principios el alma va a tientas, de manos de su imaginación sobre
la Humanidad de Cristo. Santa Teresa nos describe a'sí sus primeros asom-
bros en 1571:
«Como yo estava mostrada a traer sólo a Jesucristo, siempre parece
me hacía algún impedimento ver tres Personas, aunque entiendo que es
solo Dios, y díjome hoy el Señor, pensando yo en esto, que errava en ima-
ginar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo ... Pare-
cióme se me representó como cuando en una esponja se incorpora y embe-
ve el agua, ansí me parecía mi alma, que se hin chía de aquella divinidad,
y por cierta manera gozava en sí y tenía las tres Personas. También enten-
dí: No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en tí, sino de encerrarte tú
en Mí. Parecíame que de dentro de mi alma, que estavan y vía yo estas
tres Personas, que 'se comunicavan a todo lo criado, no haciendo falta ni
faltando de estar conmigo» (90).
Sus primeros acercamientos son por medio de la Humanidad de Cristo,
que parece diluirse allá dentro en su Divinidad: «Ví a la Humanidad
saclatísima con más excesiva gloria que jamás la havía visto. Repr'esentó-
seme por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos de el
Padre ... » (91). Y aclara cuidadosamente que lo que hay en nosotros no
es derechamente su Humanidad, sino su Divinidad, aunque nosotros la cap-
tamos a través de su forma humana:
«Acabando de comulgar se me dió a entender cómo este sacratísimo
cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro de nuestra alma ... y cuán
agradable le es esta ofrenda de su Hijo; porque se deleita y goza en El,
digamos, acá en la tierra, porque su Humanidad no está con nosotros
en el alma, sino la Divinidad, y ansí le es tan acetü y agradable ... » (92).
En el espejo de la Trinidad entiende las verdades de la Humanidad
de Cristo, y cuando el Hijo la habla es siempre en su Humanidad: «No me

(89) M7, 2, 7. (90) CC. 15. (91) V. 38, 17. (92) CC. 43.
DOCTRINA DE S. TERESA SOBRE LA SSMA. TRINIDAD 771

acuerdo haverme parecido que habla Nuestro Señor si no es en la Huma-


nidad; esto puedo afirmar que no es antojo» (93). Unas veces la dirige la
palabra (94), otras veces entiende ella lo relacionado con la Encarna-
ción (95) o cosas especiales, como ésta: «entendí que después que subió
a los cielos nunca bajó a la tierra, si no es en el Santísimo Sacramento, a
comunicarse con nadie» (96).
Lo más interesante es lo que aprende en el mismo misterio de la Tri-
nidad sobre las relaciones de las tres divinas Personas. Algunas noticias
son todavía de visión imaginaria (97); pero las más reflejan deliciosas face-
tas de la intimidad trinitaria, que la Santa ausculta en sí misma como si
percibiese en sí misma los latidos de Dios:
Sobre la distinción de personas y unidad de sustancia: «A las perso-
nas ignorantes parécenos que las Personas de la Santísima Trinidad todas
tres están, como lo vemos pintado, en una Persona, a manera de cuando
se pinta en un cuerpo tres rostros ... Lo que a mí se me representó 'son
tres Personas distintas, que cada una se puede mirar y hablar por sí...
En todas tres Personas no hay más de un querer y un poder y un 'señorío,
de manera que ninguna cosa puede una sin otra, sino que de cuantas cria-
turas hay es sólo un Criador. ¿Podría el Hijo criar una hormiga sin él
Padre? No, que es todo un poder, y lo mismo el Espíritu Santo ... ¿Podría
uno amar al Padre sin querer al Hijo y al Espíritu Santo? No, 'sino quien
contentare a la una de estas tres Personas divinas contenta a todas tres,
y quien le ofendiere lo mesmo. ¿Podrá el Padre estar sin el Hijo, y sin el
Espíritu Santo? No, porque es una esencia, y adonde está el uno están
todas tres, que no se pueden dividir ... » (98).
Conoce qué persona de las tres le habla; pero advierte que una no
la hab"'a nunca: «La una bien sé que nunca ha sido. La causa jamás lo
he entendido, ni yo me ocupo más en pedir de lo que Dios quiere ... » (99).
Era el Espíritu Santo. Su presencia produce inflamación, mociones, amor,
y se anuncia bajo la forma de una paloma (100). De El dice: «Paréceme
a mí que el Espíritu Santo deve ser medianero entre el alma y Dios y el
que la mueve con tan ardientes deseos que la hace encender en fuego
soberano» (101).
Pero más que estos conocimientos, la gran riqueza que la Santísima
Trinidad da al alma, es la conciencia de su presencia en el alma limpia,
con que 'se embebe en su delo interior, sin que cosa de la tierra pueda tur-
barla. Es la mejor conclusión de la Santa:
«(Nada la puede quitar) esta presencia tan sin poderse dudar de las
Tres Personas, que parece claro se esperimenta lo que dice San Juan,
que haría morada con el alma; esto no sólo por gracia, sino porque quiere
dar a sentir esta presencia y traí tanto's bienes que no se pueden decir, en
especial, que no es menester andar a buscar consideraciones para conocer
que está allí Dios ... La muerte ni la vida se quiere ... ; se le representa con
tanta fuerza estar presentes estas Tres Personas, que con esto se ha reme-

(93) CC. 54, 22. (94) CC. 10; 13, 5-10, etc. (95) CC. 36, 2; 42; 60, 3-5.
(96) CC. 13, 11. (97) CC. 60, 1. (98) CC. 60, 2-4; cfr. 36, 2; 54, 21.
(99) CC. 54, 19. (100) V. 38, 9-12; CC. 14, 6. (101) M. 5, 6.
772 EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, oeD

diado la pena de esta ausencia y queda el deseo de vivir, si El quieJ;e.•. ; le


parece importa más que estar en la gloria» (102).
La vivencia trinitaria por. fe 'O por «teología mística»; es, pues, la co-
rona de la gracia en un alma que ha dado de sí su buena voluntad, y en
ella prende la «semilla de vida eterna» que se nos ha dado en el B:au-
ttsmo, para que tengamos vida, «ut vitam habeant, et abundantius ha-
beant» (103).

EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OCD


Madrid.

~ ..

(102) CC. 66, io. (l03) Jn 10, 10.

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