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SOBRE EL MISTERIO
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
l. SENTIMENTAL.
me havÍa dado, que sigún decían eran muchas ... De todas me comencé
a ayudar para ofenderle» (8).
En efecto, en tomo de sus gracias comenzó a perder el equilibrio: «Co-
mencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cui-
dado de manos y cavellos y 'Olores y todas las vanidades que en esto podía
tener, que eran hartas, por ser muy curiosa». Y añade de nuevo insisten-
temente: «No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie
ofendiese a Dios por mí» (9).
Lo creemos; pero la complacencia de sí misma hurgó y despertó sus
inclinaciones naturales de mujer, y 'su trat'O con los MejÍa, sus primos, iba
derivando en proyectos matrimoniales, centrando así su complacencia en
verse querida.
Querer y ser querida, era un juego de pasiones descendentes, del noble
altruísmo al menos noble egooentrismo, y con ello se desmañaba lenta-
mente la deliciosa fi-sonomÍa angelical de sus primeros años. Y todo con
tan buen acuerdo y razón que ella pensaba tenía plenos derechos a pro-
seguir en aquel camino, aun contra el parecer de su padre, y los mismos
confesores y consejeros la confirmaban en ello. En punto a razones, la
niña Teresa no inclinaba nunca su cabeza: «informada de con quien me
confesava y de otras personas, en muchas cosas me decían no iva contra
Dios» (10). Sin embargo, aquello iba mal, y por momentos se le tiznaba
la bella fisonomía de ángel: «de tal manera me mudó esta conversación,
que de natural y alma virtuoso, no me dejó casi ninguna» (11).
2. RACIONAL.
monja no podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo havÍa bien me-
recido el infierno, que no era mucho estar lo que viviese como en pur-
gatorio» (14).
Los poderes tenebrosos agazapados en su corazón van dando la cara
a cada golpe de la joven Teresa; pero ella vuelve a proveerse de razones
más poderosas, profundas y sobrenaturales: «PonÍame el demonio que no
podría sufrir los travajos de la relisión, por ser tan regalada. A esto me
defendía con los travajos que pasó Cristo, potque no era mucho yo pasa-
se algunos por El» (15).
La sensibilidad se le desmorona bajo el sinsabor de la enfermedad
y cargan las tentaciones: «Pasé hartas tentaciones. HavÍanme dado con
unas calenturas unos grandes desmayos» (16). Ella se defiende con los
libtos, que la proveen de ideas eficaces: «Dióme la vida haver quedado ya
amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me
animavan de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era
como a tomar el hábito ... » (17).
Ya pasó la niña sentimental. Ahora es la joven que se abre a la vida
con su poderosa inteligencia. Pero subsisten en ella los valores psico-
lógico's, que en esta época de reacciones se ponen en primer plano, su
altruísmo y su fogosidad.
El altruísmo la compele a compartir sus razones, que aunque duras,
tienen el encanto de su sensatez y convida con ellas a otro de sus herma-
nos: «HavÍa persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile, dicién-
dole la vanidad del mundo» (18).
La generosa fogosidad de su alma la compele a no detenerse en el ca-
mino y a pasar por encima de su padre, ahogando entre los brazos férreos
de su convicción todo sentimiento natural: «Cuando salí de casa de mi
padre, no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me
parece cada hueso se me apartava por sÍ. .. » (19).
Con todo, no se ha desligado todavía del egocentrismo. Su meta es ga-
nar el cielo con aquel purgatorio que se echaba encima: «me iría derecha
al cielo, que este era mi deseo» (20).
Como esponja seca que se abre al agua, como limalla de acero que se
adhiere al imán, la joven Teresa se abrió a los más altos deseo de per-
fección y tomó el hábito del Carmen decidida a vivir hasta el detalle
todas 'sus nOrmas de santidad, con aquel ánimo excepcional, «que dicen
no le tengo pequeño, y se ha visto me le dió Di:os harto más que de mu-
jer» (21).
Aquel pavoroso purgatorio que había imaginado se arrolló como un
papel ante el empuje formidable de su voluntad a secas: «En tomando
el hábito, luego me dió el Señor a entender cómo favorece a los que se
hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de mí, sino gran dí-
s,ima voluntad. A la hora me dió un, tan gran contento de tener aquel esta-
do, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que
tenía mi alma en grandísima ternura» (22).
(14) V. 3, 6.
(15) V. 3, 6. (16) V. 3, 6-7. (17) V. 3, 7. (18) V. 4, 1.
(19) V. 4, 1. (20) V, 3, 6. (21) V. 8, 3. (22) V. 4, 2.
DOCTRINA DE S. TERESA SOBRE LA SSMA. TRINIDAD 761
1. Dióse c'On t'Odo ferv'Or a cumplir hasta el detalle t'Od'O 1'0 buen'O:
a) «dávl;lnme deleite t'Odas las cosas de la relisión» (23);
b) «pasé grandes desas'Osieg'Os en c'Osas que en sí tenían p'Oc'O
tom'O» (24);
c) «era afici'Onadaa t'Odas las c'O'sas de relisión ... ; t'Od'O me parecía
virtud» (25).
d) Una testig'O de aquell'Os días declara que «vió cóm'O se c'Omenzó
a ejercitar c'On muchas 'Obras de piedad y humildad y en la c'Ompunción
de sus pecad'Os y con lágrimas y afecto grande espiritual y ejercitándose
en c'Osas pías y haciendo áspera penitencia» (26). .
2. Dábase mucho al recogimient'O y oración:
a) «Como me vÍan procurar soledad y vía n ll'Orar por mis pecados
algunas veces, pensavan era desc'Ontento» (27).
b) Una testigo declara que «vivía con mucha 'Oración y con grande
apacibilidad» (28).
3. Rigurosísitna c'Onsig'O y muy penitente:
a) Una su compañera declara que sufría «grandes maceraci'Ones en su
cuerpo, porque le castigaba con todo rigor y aspereza... y se iba algunas
veces a la huerta ... diciendo se iba a entretener, y era que cogía ortigas y
otras cosas ásperas para ac'Ostarse ... ; se encerraba en su celda ... , adonde
hacía rigurosas penitencias, azotándose y castigand'O su cuerpo c'On gran
rig'Or y crueldad, y andaba muy macilent'O el r'Ostr'O, y ayunaba susten-
tánd'Osec'On muy poco» (29).
b) La propia Santa declaró más tarde a su confidente María de San
J'Osé que «al principi'O de su llamamiento y vocación hacía tan grandes y
extra'Ordinarias penitencias que, según se entendía, fueron parte de di'smi-
nuida la salud» (30).
4. Sus deseos de sufrir rayar'On en 1'0 her'Oico:
a) Ella refiere que «estava una monja entonces enferma de grandí-
sima enfermedad y muy pen'Osa, p'Orque eran unas bocas en el vientre,
que se le havÍan hecho de opilaciones, p'Or donde echava lo que c'Omía.
Murió prest'O de ello. Yo vía a toda's temer aquel mal. A mí hacíaseme
gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela ansÍ a mí, me
diese las enfermedades que fuese servido ... ; estava tan puesta en ganar
bienes eternos; que por cualquier medio me determinava a ganarlos» (31).
(23) V. 4, 2. (24) V. 5, 1. (25) V. 5, 1.
(26) D.n INÉs DE QUESADA, Procesos de Avila, 1610, 4. 0 (27) V. 5, 1.
(28) ANA M.a GUTIÉRREZ, Procesos de Avila, 1610, 4.°
(29) D.' INÉS DE QUESADA, Procesos de Avila, 1610, 62. 0
(30) MARÍA DE S. JOSÉ, Procesos de Lisboa, 1595, 9.° (31) V. 5, 2.
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3. SANTIDAD.
4. SANTISIMA TRINIDAD.
vida no puede ser obra de una potencia del alma que está hecha para ver
lo que está fuera del alma: Para ver lo de dentro eS menester una vivencia
pasiva, movida por otro principio más profundo que la actividad poten-
cial del alma. Ver a Dios, «alma del alma», no es, pues, ver con las poten-
cias, sino cobrar conciencia de su vida íntima que recorre la nuestra. Y la
vida íntima de Dios no es otra que la Santísima Trinidad. Y cuando el alma
descubre en sí la vida de Dios, se halla cara a cara con el misterio de la
Santísima Trinidad como brotando de sus propias entrañas: .
«Las Personas veo claro ser distintas ... ; salvo que no veo nada ni
ayo ... ; ma's es con una certidumbre estraña, aunque no vean los ojos del
alma, y en faltando aquella presencia se ve que falta» (85).
La fórmula que prefiere Santa Teresa para significar esa «visión que
no es visión» 'es la pasiva de «representación de la verdad». He aquí su
experiencia del 29 de mayo de 1571:
«Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que claramente enten-
día tener presente a toda la Santísima Trinidad en visión intelectual, adon-
de entendió mi alma por cierta manera de representación, como figura de
la verdad ... , cómo es Dios Trino y Uno; y ansí me parecía hablarme todas
tres personas y que se representavan dentro en mi alma distintamente,
diciéndome que desde este día vería mejoría en mí en tres cosas, que
cada una destas Personas me hacía merced ... Entendía aquellas palabras
que dice el Señor, que estarán con el alma que está en gracia las tres divi-
nas Personas, porque las vía dentro de mí por la manera dicha» (86).
En las M oradas adopta la misma fórmula, precisando antes que el alma
se ha llegado a la morada de Dios y va a celebrar en ella su «matrimonio
eSpiritual» :
«Metida en aquella morada por visión intelectual, por cierta manera
de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, lodas
tres Personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a
manera de una nube de grandísima claridad y estas tres Personas distin-
tas, y por una noticia admirable que se da a el alma, entiende con gran-
dísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un
saber y un 'solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo en-
tiende el alma, podemos decir, por vista ... » (87).
Valiéndonos de analogías, diríamos que esas formas de visión SOn de
tipo introspectivo. Así como la Santa, reflexionando sobre sí misma, echa
de ver que «hay diferencia en alguna manera y muy conócida del alma
a el espíritu, aunque más 'sea todo uno», y también «que el alma es dife-
rente cosa de las potencias» (88), de manera semejante descubre también
los matices que irisan la corriente de vida trinitaria que corre por el
alma. Sólo que, así como sus propias condiciones de vida puede discer-
nirlas arbitrariamente, con sólo querer y reflexionar, estas otras no las
puede captar, si ellas por sí mismas no se irisan y se mueven y menean
con sus movimientos al alma, despertándola pasivamente para que abra
los ojos y advierta que se le mete en 'su ser aquella inefable grandeza;
(85) CC. 54, 18. (86) CC. 14, 1. (87) M7, 1, 7. (88) M7, 1, 12.
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todo como un rumor indefinido, como una vaharada que sube impensa-
damente de las especies aromáticas movidas por mano invisible en el hon-
dón del alma, y de allí se derraman por todo su ser y lo embriagan en pro-
digiosa suavidad:
«Esto se entiende mejor, cuando anda el tiempo, por los defectos; por-
que se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da
vida a nuestra alma, muy muchas veces tan vivas, que en ninguna mane-
ra se puede dudar, porque las siente muy bien el alma, aunque no se
saben decir, mas que es tanto este sentimiento, que producen algunas
veces unas palabras regaladas, que parece no se pueden escusar de decir:
oh vida de mi vida y sustento que me sustenta, y cosas de esta mane-
ra ... » (89).
Este modo de conocer 'en puro espíritu no se realiza de improviso,
ni 'se lleva a cabo con perfección desde el primer momento, sino tras
cierto adiestramiento, progresivamente. Es un entrar mar adentro desde
la playa, poco a poco, hasta que nos falta la tierra y nos echamos en bra-
zos del agua.
A los principios el alma va a tientas, de manos de su imaginación sobre
la Humanidad de Cristo. Santa Teresa nos describe a'sí sus primeros asom-
bros en 1571:
«Como yo estava mostrada a traer sólo a Jesucristo, siempre parece
me hacía algún impedimento ver tres Personas, aunque entiendo que es
solo Dios, y díjome hoy el Señor, pensando yo en esto, que errava en ima-
ginar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo ... Pare-
cióme se me representó como cuando en una esponja se incorpora y embe-
ve el agua, ansí me parecía mi alma, que se hin chía de aquella divinidad,
y por cierta manera gozava en sí y tenía las tres Personas. También enten-
dí: No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en tí, sino de encerrarte tú
en Mí. Parecíame que de dentro de mi alma, que estavan y vía yo estas
tres Personas, que 'se comunicavan a todo lo criado, no haciendo falta ni
faltando de estar conmigo» (90).
Sus primeros acercamientos son por medio de la Humanidad de Cristo,
que parece diluirse allá dentro en su Divinidad: «Ví a la Humanidad
saclatísima con más excesiva gloria que jamás la havía visto. Repr'esentó-
seme por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos de el
Padre ... » (91). Y aclara cuidadosamente que lo que hay en nosotros no
es derechamente su Humanidad, sino su Divinidad, aunque nosotros la cap-
tamos a través de su forma humana:
«Acabando de comulgar se me dió a entender cómo este sacratísimo
cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro de nuestra alma ... y cuán
agradable le es esta ofrenda de su Hijo; porque se deleita y goza en El,
digamos, acá en la tierra, porque su Humanidad no está con nosotros
en el alma, sino la Divinidad, y ansí le es tan acetü y agradable ... » (92).
En el espejo de la Trinidad entiende las verdades de la Humanidad
de Cristo, y cuando el Hijo la habla es siempre en su Humanidad: «No me
(89) M7, 2, 7. (90) CC. 15. (91) V. 38, 17. (92) CC. 43.
DOCTRINA DE S. TERESA SOBRE LA SSMA. TRINIDAD 771
(93) CC. 54, 22. (94) CC. 10; 13, 5-10, etc. (95) CC. 36, 2; 42; 60, 3-5.
(96) CC. 13, 11. (97) CC. 60, 1. (98) CC. 60, 2-4; cfr. 36, 2; 54, 21.
(99) CC. 54, 19. (100) V. 38, 9-12; CC. 14, 6. (101) M. 5, 6.
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