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Dicho sistema, de cotizaciones oro fijas, poseía por ello sus automáticos
ajustes que corregía a largo plazo cualquier desequilibrio provocado por
políticas monetarias. Si el Banco de Inglaterra, por ejemplo decidía comprar
activos internos, inyectando de este modo libras en su mercado, el resultado del
exceso de oferta monetaria que provocaba, reducía las tasas que alentaban
rápidamente conversiones de libras por oro, que abandonaba la isla hacia EE.UU.
y/o el continente en busca de mayores rentas. El oro que fluía a estos países se
convertía en dólares, francos, marcos, etc. lo cual llevaba al alza los precios
y provocaba agradables expansiones, hasta que la corriente podía cambiar de
dirección cuando el Banco de Inglaterra creía oportuno tentar a esos capitales
emigrados con el recurso usual de aumentar la tasa de redescuentos. Es decir,
esas oscilaciones y comportamientos correlativos de los Bancos Centrales eran
bastante previsibles lo que permitía una coordinación más o menos armónica de
políticas económicas entre países diferentes.
II
A comienzo de los años 20 ningún país europeo se sentirá seguro con sus
reservas de oro y no permitirán a sus ciudadanos la conversión de sus billetes o
depósitos bancarios, pero sin los temores a los antiguos movimientos de metal y
su efecto disciplinador, adquieren ahora autonomía para decidir políticas
monetarias y fiscales y será precisamente en la diversidad de tales manejos que
se agravarán tensiones, shocks económicos y la inflación será un convidado de
piedra. Como dice Galbraith en “Money” (1975), los franceses seguirán la línea de
menor resistencia con óptimos resultados, los ingleses la línea de resistencia
mayor y serán “heridos por mano propia”, los alemanes cederán a las
circunstancias y soportarán la hiperinflación, mientras que EE.UU. “gracias a una
combinación de dirección equivocada y de falta de dirección, produjeron la
depresión más grande”.
III
Como Francia confió en el cumplimiento de las reparaciones impuestas en
Versailles, comenzó a endeudarse e inflando notoriamente sus gastos para la
reconstrucción lo cual provocará un paulatino deterioro del franco, que se
agrava con la ocupación del Rurh en 1922 y la pérdida de confianza en la
posibilidad alemana de cumplir sus compromisos por la hiperinflación que explota
en ese año. Aunque el franco flotaba y caía su cotización, las exportaciones
francesas se tonificaban en todo el período hasta que en 1926 con el nuevo
ministerio de Consolidación Nacional de Poincaré, ajustando impuestos y créditos
(política restrictiva) se logra su estabilización, fruto mas bien de la confianza
que recibe y el estado general de bienestar de la economía. En 1929 con abundante
oro en el Banco de Francia, este país reingresa al patrón-oro con ciertas
restricciones (convertibilidad por encima de 215 000 francos en lingotes).
Aplicará consecuentemente políticas deflacionarias para enfrentar la tendencia
alcista.
Churchill opinó entonces que la crisis del carbón tenía tanto que ver con
la paridad del nuevo patrón-oro como con el Gulf Stream. En “Essays in
Persuasion”, Keynes (que luego moderó su actitud reticente por la vuelta al
patrón-oro) citará la metáfora como una “gansada” acusando a la city y a los
consejeros del jefe del Exchequer de imponer esa decisión. En toda la década las
exportaciones británicas serán débiles y los créditos de EE.UU. se harán rutina
para sostener invariablemente las siempre precarias reservas británicas.
Bibliografía consultada
Eichengreen, B. Golden Fetter. The Gold Standard and the Great Depression
1919-1939
1995, Oxford. Oxford U.P.