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Es así que el hombre no tuvo parte alguna en la creación del plan divino de la
salvación. Le corresponde sí aceptar el don de Dios, Romanos 6:23; Lucas
19:10. Tan pronto como el hombre pecó, Dios anunció el proyecto divino para
salvarlo. Génesis 3:15.
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4. La salvación abarca el espíritu, el alma y el cuerpo del hombre. Isaías
53:10; Romanos 8:19–23. La salvación no significa simplemente el perdón de
nuestros pecados y la justificación ante el tribunal de Dios. Comprende la
purificación y protección, y como lo demuestra la definición citada al
comienzo de este capítulo, abarca asimismo la sanidad del cuerpo. Así lo
enseña con claridad Isaías en los capítulos 35 y 53, y también en otros
versículos. En el capítulo 8 a los Romanos, el apóstol Pablo demuestra que la
redención de Cristo comprende la anulación de la sentencia divina que se
cierne cual sombría nube sobre la creación, tanto animal como inanimada. Por
causa del hombre, cayó la maldición sobre la tierra, Génesis 3:17–19. Tanto el
género humano como los seres irracionales han sufrido indeciblemente a causa
del pecado cometido por el hombre, mas Cristo fue hecho maldición por
nosotros, Gálatas 3:13, y a su tiempo librará a la creación toda de la
condenación que pende sobre ella. Lea Isaías 11:6–9. En Mateo 8:17 se
interpreta correctamente Isaías 53:4, demostrándose que Cristo vino para salvar
no solamente del pecado, sino de la enfermedad también. El mundo ha
comenzado a compenetrarse gradualmente de esta verdad, como ocurrió con
las multitudes que acompañaron a Jesús por la costa del Mar de Galilea.
Romanos 8:19–23
5. La salvación será para la eternidad, Efesios 2:8; Hebreos 5:9. Cierto
escritor sagrado manifestó que la salvación está expresada en tres tiempos
verbales: pasado, presente y futuro. Hemos sido salvados de la culpabilidad y
la pena del pecado, 2 Corintios 2:15; Efesios 2:5–8; 2 Timoteo 1:9; Efesios 1:7.
Somos salvos ahora del hábito del pecado, de su poder y dominio, Romanos
6:14; Filipenses 2:12, 13; 2 Corintios 8:18. Y seremos salvos no solamente de
la pena, contaminación y poder del pecado, sino también de su presencia y
consecuencias.
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“Porque ahora nos está más cerca nuestra salud que cuando creímos.” Romanos
3:11. “Para nosotros que somos guardados en la virtud de Dios por fe, para
alcanzar la salud que está aparejada para ser manifestada en el postrimero
tiempo.” 1 Pedro 1:5. A su retorno, el Señor Jesús transformará nuestros
cuerpos mortales, los cuales serán entonces como el suyo. Filipenses 3:20, 21.
No quedará vestigio alguno de pecado en nuestro cuerpo y “la tierra será llena
del conocimiento de Jehová, como cubren la mar las aguas.” Isaías 11:9. Esta
será salvación completa.
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El arrepentimiento queda evidenciado por la confesión, seguida de la reforma y
obtiene el perdón y la limpieza, 1 Juan 1:7.
LA EVIDENCIA DE LA SALVACION
La evidencia de la salvación es interna o subjetiva y externa u objetiva. El
recién convertido quizá tenga la tendencia de recalcar el hecho de que la
salvación le liberó de la carga del pecado, Salmo 32:3–6; de poner énfasis en el
nuevo gozo que ha inundado su alma al tener conciencia del perdón y limpieza.
“Hazme oír gozo y alegría; y se recrearán los huesos que has abatido.” Salmo
51:8, 12.
Quizá el nuevo creyente se refiera a la historia de su salvación basándose en
sus sentimientos o emociones, mas las emociones deben de tener por base una
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fe sólida, que a su vez descanse en algo firme e imperecedero: las promesas de
Dios en las Sagradas Escrituras. Cuando el pecador se arrepiente, cree y acepta
al Señor Jesús como su Salvador personal, su propio espíritu se constituye en
testigo de la salvación obtenida por intermedio de Cristo. Luego el Espíritu
Santo corrobora el testimonio del espíritu del hombre, en el sentido de que es
hijo de Dios. Puede entonces el creyente decir con toda sinceridad: PADRE
NUESTRO. “Mas habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual
clamamos, Abba, Padre.” Romanos 8:15, 16.
Juan, el apóstol del amor, cita otra evidencia interior. “Cualquiera que ama,
es nacido de Dios, y conoce a Dios.” 1 Juan 4:7. “Nosotros sabemos que hemos
pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su
hermano, está en muerte.” 1 Juan 3:14.
Dios nos da asimismo otra prueba interior: el revestimiento del Espíritu
Santo. “En esto conocemos que estamos en él, y él en nosotros, en que nos ha
dado de su Espíritu.” 1 Juan 4:13.
La evidencia exterior, que se trasunta en una conducta de obediencia a Dios
y sus preceptos, es aparente tanto para el recién convertido como para los que
le conocen. El Señor Jesús reproduce en el creyente su propia vida,
revistiéndolo de poder para trabajar por su causa, capacitándolo para vivir una
vida de santidad, y preparándolo para el cielo futuro. Los pasajes bíblicos a
este respecto son tan numerosos que cualquiera puede encontrar varios de ellos,
de manera que no los citaremos aquí.