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que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; (47) y que se predicase en
su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando
desde Jerusalén.”
Quiero hablar del arrepentimiento. Thomas Watson dijo que el arrepentimiento y la fe son las
dos alas por las que el santo vuela al cielo. Hemos estado hablando mucho de la fe, pero no
quiero que intentes volar con una sola ala. El arrepentimiento y la fe son dos aspectos del
mismo acto de la conversión.
La Confesión de Westminster en el primer párrafo del capítulo 17 dice que “todo ministro del
evangelio ha de predicar esta doctrina así como la de la fe en Cristo.” ¿Por qué los teólogos
que formularon esa Confesión sintieron la necesidad de decir que todo ministro debe predicar
el arrepentimiento? –Porque sabían de la propensión humana de querer agradar a los
hombres y tener la aceptación de la muchedumbre; y sabían que el arrepentimiento no es algo
que agrada al ser humano en enemistad contra Dios. Sabían que la tentación puede ser para
predicar solamente la fe en Cristo a negligencia de la explicación del arrepentimiento. Ellos
entendían que cuando la fe que se exige del pecador es divorciada del concepto del abandono
del pecado, el mensaje que se comunica es uno de “decisionismo fácil” y de gracia barata. La
implicación de la Confesión es que si un ministro no predica el arrepentimiento, no está siendo
fiel a la comisión que recibió del Señor ni honesto a su oficio como una atalaya en la casa de
Dios. Que Dios nos guarde de eso.
No puede ser más claro. Los apóstoles tomaron la comisión de su Señor muy en serio, y
predicaban el arrepentimiento en el nombre de Cristo por todo el mundo. Algunos prefieren
omitir la predicación del arrepentimiento. Lo hacen, no solo a riesgo de las almas de los que los
escuchan, sino también a sus propias almas.
El Evangelio y el Arrepentimiento
Por esto los teólogos distinguen entre la Historia Salutis (la historia de la salvación) y el Ordo
Salutis (el orden de la salvacion). La Historia Salutis es la historia de la salvación y consiste de lo
que Cristo hizo por su vida, muerte y resurrección. El Ordo Salutis es el orden de la aplicación
de la salvación que Cristo logró. El arrepentimiento es una parte de la aplicación de la obra de
Cristo: el Espíritu de Dios nos llama eficazmente y nos une a Cristo, somos otorgados vida
juntamente con Él y Dios nos regenera internamente, transformando los afectos de nuestros
corazones. Y la primera reacción de un corazón renovado que ama la justicia es la provocación
de un santo aborrecimiento hacia el pecado, lo cual se manifiesta por el acto de apartarse del
pecado y por el esfuerzo de abandonarlo por completo.
Aunque el arrepentimiento no es una parte esencial del evangelio propio, es una parte
esencial del mensaje del evangelio. Si el evangelio es predicado y el arrepentimiento es
ignorado, el mensaje está corrompido. El evangelio es poderoso no solo para justificar sino
también para santificar definitivamente; cuando creemos, nos libra de una vez del poder
dominante del pecado. Si predicamos el evangelio sin explicar la necesidad, la naturaleza, y los
frutos del arrepentimiento, damos a entender que es posible ser salvado del infierno sin ser
salvado del pecado—y el mensaje del evangelio mismo se corrompe porque en ese caso sería
un evangelio que no es poderoso para santificar y librar del dominio del pecado. La respuesta
que Dios manda a la verdad del evangelio es una respuesta que concuerda con la naturaleza
del evangelio mismo—así como el evangelio libra del reinado del pecado, nuestra respuesta al
evangelio incluye un abandono radical de la práctica del pecado.
El Arrepentimiento y el Perdón
El evangelio no ofrece ningún beneficio a los que no responden de acuerdo a sus propios
términos. Y podemos ver sus términos en el v.47: “que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados”. El arrepentimiento es la condición, el perdón de
pecados es el beneficio. Sin cumplir con la condición, no hay ningún beneficio. El
arrepentimiento y el perdón están tan vinculados el uno con el otro que es imposible
experimentar uno sin experimentar el otro.
Hay algunos que esperan el perdón de pecados sin arrepentirse. Quieren mirar la gloria del
Señor sin tener “la santidad, sin la cual nadie verá el Señor” (Heb. 12:14). Quieren habitar en
moradas eternas con ángeles santos sin volverse de su inmundicia y convertirse en santos.
Tener la esperanza del cielo sin tener el fruto del arrepentimiento es un engaño. Por esto
cuando muchos acudieron a Juan para ser bautizados, rehusó bautizarlos para que no
estuvieran confiando en una esperanza falsa. Lucas 3:7-8 nos dice que Juan “decía a las
multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó
a huir de la ira venidera? (8) Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a
decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios
puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras”
¿Quieres el perdón sin el arrepentimiento? Te recuerdo de las palabras del Señor en Lucas
13:3, “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” El testimonio de
Juan el Bautista te advierte que, “El hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo
árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mat. 3:10). El Señor advierte del
juicio venidero por la boca del profeta en Ezequiel 18:30, “Por tanto, yo os juzgaré a cada uno
según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas
vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina.” Los evangelios falsos que
prometen el cielo por el ejercicio de una fe superficial sin hacer hincapié en la necesidad y
urgencia del arrepentimiento son lazos del diablo que esclavizan multitudes de cristianos
profesantes en una religión muerta.
Ahora, hemos estado hablando mucho del arrepentimiento, pero, ¿qué es? Creo que los
estándares de Westminster, que fueron formulados por los Puritanos en el siglo XVII,
contienen algunas de las mejores definiciones y explicaciones del arrepentimiento que existe
en la historia de la iglesia.
El catecismo mayor expande la definición más: “El arrepentimiento para vida es una gracia
salvadora, operada en el corazón del pecador por el Espíritu y la Palabra de Dios, mediante la
cual, movido por la visión, no sólo del peligro, sino también de lo inmundo y odioso de sus
pecados, y sobre la base de la aprehensión de la misericordia de Dios en Cristo para aquellos
que son penitentes, el pecador siente tanta tristeza por sus pecados, y los odia tanto, que se
vuelve de todos ellos a Dios, proponiéndose y esforzándose constantemente para andar con el
Señor en todos los caminos de nueva obediencia.”
Hay más sustancia en estas definiciones de lo que podemos explicar ahora, pero solo quiero
destacar tres elementos del verdadero arrepentimiento:
El pecador es “movido por la visión, no sólo del peligro, sino también de lo inmundo y odioso
de sus pecados.”
Uno de los pasajes bíblicos más importantes sobre esto es 2 Corintios 7:10: “Porque la tristeza
que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse;
pero la tristeza del mundo produce muerte.” Este texto contrasta dos tipos de tristeza: una es
“según Dios” y otra es “del mundo”. La tristeza que es según Dios habla de una verdadera
convicción de pecado—de la maldad y lo abominable que es el pecado. Antes de que haya un
arrepentimiento genuino, primero hay un convencimiento del pecado; antes de que haya una
revelación de Cristo, primero hay una revelación de la santidad, justicia y ley de Dios y de la
suma pecaminosidad del pecado.
La tristeza que es del mundo es diferente, y engloba todo tipo de tristeza que no es producida
por la convicción del Espíritu Santo. Los hombres pueden estar aparentemente arrepentidos
por una multitud de diferentes motivos. Cuando el catecismo dice que uno es movido por la
visión no solo del peligro de sus pecados, se refiere al riesgo que uno corre al pecar, o sea, las
consecuencias que uno sufrirá por el pecado (perdida de reputación, alguna enfermedad,
problemas familiares, o incluso el infierno mismo). Esas cosas no son la fuente de la convicción
del Espíritu Santo, que consiste de la iluminación del entendimiento y despertamiento de la
consciencia a la luz de la Ley de Dios.
La contrición mira hacia atrás, a las transgresiones que uno ha cometido; mira hacia adentro, a
la depravación y contaminación que uno tiene por naturaleza; mira hacia arriba, a la santidad y
amor de Dios; y mira hacia adelante con la resolución determinada de ya no fallar al Señor
jamás.
La contrición genuina es vertical, como dice David: Salmo 51, “Contra ti, contra ti solo he
pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos” (51:4). Uno se humilla por su pecado a la luz
del carácter y atributos de Dios. La atrición es horizontal—uno tiene tristeza no tanto por
haber pecado sino por las consecuencias que sufre o sufrirá por el pecado, como Esaú que
perdió la primogenitura: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición,
fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con
lágrimas” (Heb. 12:17). Esaú no estaba quebrantado por haber ofendido a Dios, sino porque
perdió la bendición. Y su arrepentimiento no fue eficaz para salvación.
El pecador tiene una “aprehensión de la misericordia de Dios en Cristo para aquellos que son
penitentes.”
El pecador arrepentido no solo se avergüenza, abominando lo que hizo y es. También espera
en la misericordia del Señor con esperanza y anticipación real. Así era el arrepentimiento de
David en Salmo 51:1: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la
multitud de tus piedades borra mis rebeliones.” La contrición de David no era un terror legal y
nada más, sino una profunda tristeza evangélica. La misericordia, bondad y compasión del
Señor quebrantó su corazón.
“El pecador siente tanta tristeza por sus pecados, y los odia tanto, que se vuelve de todos ellos
a Dios, proponiéndose y esforzándose constantemente para andar con el Señor en todos los
caminos de nueva obediencia.”
Uno se vuelve de sus pecados para no practicarlos jamás. El apóstol Pedro alude a esto en
Hechos 3:19: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.” Y
Pablo dice en 1 Tesaloniscenses 1:9: “porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en
que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero.” Hay un acto de conversión que resulta en abandonar los ídolos, y uno se vuelve al
Señor para servir y obedecerlo.
Te quiero preguntar: ¿Te has arrepentido? Si es así, ¿cuándo? ¿Cómo? Si no, te ruego que seas
reconciliado con Dios. No puedes ser reconciliado hasta que dejes las armas de tu enemistad y
alces la bandera blanca. Déjalo hombre, ¡no vas a ganar la guerra contra Dios!
Y para los que se han arrepentido, te pregunto: ¿Te estás arrepintiendo? El arrepentimiento no
es el inicio de la vida cristiana y nada más, también es el centro y el fin. “¿De qué me tengo que
arrepentir?” Hermano, hay suficiente veneno y contaminación en la mejor de tus buenas obras
como para merecer la condenación eterna; si no fuera santificado por la sangre del Cordero lo
que es muy precioso en tus ojos sería abominable en los ojos de Dios. Cristo murió por tus
buenas obras, así que, arrepiéntete de la contaminación que permanece en ellas. El orgullo,
confianza carnal, egoísmo, impaciencia, afán y frustración—todos son pecados que tienden a
ser ocultos y no deben ser tranquilos sino desarraigados y aniquilados. Una evidencia esencial
de una fe genuina es el arrepentimiento continuo, la confesión continua, y un corazón contrito,
humillado continuamente. El arrepentimiento genuino no se trata de lo externo solamente, es
interno, del corazón, y busca erradicar los pecados del corazón.