Orlando Goicoechea reconocía las maderas por el olor, de qué árboles venían, qué edad tenían, y oliéndolas sabía si habían sido cortadas a tiempo o a destiempo y les adivinaba los posibles contratiempos

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Orlando Goicoechea reconocía las maderas por el olor, de qué árboles venían, qué edad

tenían, y oliéndolas sabía si habían sido cortadas a tiempo o a destiempo y les adivinaba los
posibles contratiempos.
Él era carpintero desde que había hecho sus propios juguetes en la azotea de su casa del
barrio de Cayo Hueso. Nunca había tenido máquinas ni ayudantes. A mano hacía todo lo que
hacía, y de su mano nacían los mejores muebles de La Habana: mesas para comer
celebrando, camas y sillas que te daba pena levantarte, armarios donde a la ropa le gustaba
quedarse.
Orlando trabajaba desde el amanecer. Y cuando el sol se iba de la azotea, se encerraba y
encendía el video. Al cabo de tantos años de trabajo, Orlando se había dado el lujo de
comprarse un video, y veía una película tras otra.

Orlando Goicoechea reconocía las maderas por el olor, de qué árboles venían, qué edad
tenían, y oliéndolas sabía si habían sido cortadas a tiempo o a destiempo y les adivinaba los
posibles contratiempos.
Él era carpintero desde que había hecho sus propios juguetes en la azotea de su casa del
barrio de Cayo Hueso. Nunca había tenido máquinas ni ayudantes. A mano hacía todo lo que
hacía, y de su mano nacían los mejores muebles de La Habana: mesas para comer
celebrando, camas y sillas que te daba pena levantarte, armarios donde a la ropa le gustaba
quedarse.
Orlando trabajaba desde el amanecer. Y cuando el sol se iba de la azotea, se encerraba y
encendía el video. Al cabo de tantos años de trabajo, Orlando se había dado el lujo de
comprarse un video, y veía una película tras otra.

Orlando Goicoechea reconocía las maderas por el olor, de qué árboles venían, qué edad
tenían, y oliéndolas sabía si habían sido cortadas a tiempo o a destiempo y les adivinaba los
posibles contratiempos.
Él era carpintero desde que había hecho sus propios juguetes en la azotea de su casa del
barrio de Cayo Hueso. Nunca había tenido máquinas ni ayudantes. A mano hacía todo lo que
hacía, y de su mano nacían los mejores muebles de La Habana: mesas para comer
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quedarse.
Orlando trabajaba desde el amanecer. Y cuando el sol se iba de la azotea, se encerraba y
encendía el video. Al cabo de tantos años de trabajo, Orlando se había dado el lujo de
comprarse un video, y veía una película tras otra.

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Él era carpintero desde que había hecho sus propios juguetes en la azotea de su casa del
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hacía, y de su mano nacían los mejores muebles de La Habana: mesas para comer
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comprarse un video, y veía una película tras otra.

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tenían, y oliéndolas sabía si habían sido cortadas a tiempo o a destiempo y les adivinaba los
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Él era carpintero desde que había hecho sus propios juguetes en la azotea de su casa del
barrio de Cayo Hueso. Nunca había tenido máquinas ni ayudantes. A mano hacía todo lo que
hacía, y de su mano nacían los mejores muebles de La Habana: mesas para comer
celebrando, camas y sillas que te daba pena levantarte, armarios donde a la ropa le gustaba
quedarse.
Orlando trabajaba desde el amanecer. Y cuando el sol se iba de la azotea, se encerraba y
encendía el video. Al cabo de tantos años de trabajo, Orlando se había dado el lujo de
comprarse un video, y veía una película tras otra.

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