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MOPIRA

¿Sabes que las hojas del árbol de ceiba son toda una ciudadela para los pequeños bichos?
Hay prácticamente de todo, tienen barrios, playas, restaurantes, en fin nadie se imagina lo
que hay en esas hojas.
Empezaba un día más y en una de las hojas más altas, de las que recibía más sol,
escarabajos rojos con pepas verdes, cienpies con sus 200 zapatos, cucarrones con su
ronroneo musical y otra gran variedad de bichos se reunieron a comentar los últimos
acontecimientos del bosque mientras tomaban su baño diario de sol.
Todos estaban muy animados, hablando sobre la última carrera de la liebre y la tortuga y
todos se sorprendían al saber que una vez más ganó la tortuga, cuando de repente,
caminando más despacio que una tortuga apareció un visitante en la hoja. A todos les
llamó la atención porque no sabían quién era. Se parecía a un cienpies pero no era un
cienpies; era como un borrador con patas, pero los borradores no caminan; se movía muy
despacio y con movimientos como chistosos, primero se recogía todo hacia la cabeza y
luego se estiraba, no hacía ruido y parecía que se desplazara en cámara lenta.
El nuevo personaje llamó la atención de todos los bichos en la hoja; aunque él, o mejor
ella, no quería distraer a nadie, pero fue inevitable que todos se acercaran y casi en coro
preguntaran:
- ¿Cómo te llamas?
En el bosque se acostumbra a preguntar el nombre porque según el nombre de cada
quien es posible saber de qué tipo de animal se trata. De la nueva visitante salió una
vocecita que obligó a todos a hacer silencio para poder oirla.
- Mo – pi – ra. Respondió con mucha timidez.
- MO – PI – RA! Repitieron todos en un solo grito que asustó mucho a la visitante.
- ¿Qué dijiste?
- Mopira. Repitió un poco más tranquila.
- Bienvenida Mopira. Esta hoja es como tu casa. Yo soy el viejo cucarrón, conozco a
todos los habitantes de nuestra hoja y estoy aquí para servirte en todo lo que
quieras.
- Gracias
En ese tranquilo diálogo de presentación, apareció Nisca la avispa que revoloteaba como
una loca sobre la hoja.
- ¿Pero tú que eres?
- No lo sé muy bien.
- ¿Por qué?
- Primero, por que mi cuerpo cambia todos los días. Segundo, por que quienes me
ven nunca me dicen cómo soy. Y, tercero, por que nunca me he visto el cuerpo.
Como me muevo tan despacio no he bajado al lago y, cuando me despierto ya las
gotas de rocío se han secado, entonces no me puedo ver. Y además como mi
cuerpo es tan pesado no puedo girarme para mirarlo todo. Tu ¿cómo me ves?
- No le hagas caso – intervino el viejo cucarrón. Es que Nisca la avispa es como la
loca de la hoja. Ella va y viene y molesta a todo el mundo.
- No importa viejo cucarrón. Ella tiene razón, yo no sé quien soy.
El diálogo se volvió tan interesante que no tardaron en llegar más vecinos al lugar. Pronto
se unieron Fidel el cienpies, Natacha la cucaracha, Dilula la libelula, Fontes el saltamontes.
Todos estaban particularmente felices, la mañana era soleada y tranquila. Esto hizo que la
charla fuera más amena y divertida.
Luego de las presentaciones de rigor, todos se dieron cuenta que sus nombres eran
sonoros y rimaban con lo que eran. Entonces volvieron a Mopira y empezaron a hacer
ensayos para ver con qué rimaba su nombre. ¿con qué rima Mopira?
- Yo sé, dijo Nisca, Mopira rima con maíz pira.
- Ooooooh! No seas tonta. Dijeron los demás al tiempo.
- Amigos, no discutamos por eso. –Replicó Mopira.
- Pero es importante saber quién eres. Dijo Fontes el saltamontes, que además tenía
fama de filósofo. Si no sabes quién eres, entonces no sabes lo que debes hacer.
- No te entiendo. –Repuso Mopira.
- Si. Mira, cada uno de nosotros hace algo tan especial que nadie más lo puede
hacer en su lugar. Por eso es importante saber quién eres. Yo por ejemplo....
En ese momento y antes de que Fontes empezara con uno de sus discursos interminables,
apareció Dilula con su aleteo y propuso:
- Oye, déjate de palabras raras. Propongo que le demos la bienvenida a Mopira, con
un juego.
- ¡Sí juguemos! Gritó un batallón de hormigas y empezaron a cantar:
- Talán tilón
Aquí llegó yo
Me toco la barriga
Y soy una hormiga
A este sonsonete le siguieron otros bichos:
Talán, tilón
Aquí llego yo
Me toco la oreja
Soy una abeja

Talán, tilón
Aquí llego yo
Me toco los pies
Soy un cienpies

Talán, tilón
Aquí llego yo
Escucho el corazón
Soy un cucarrón

Luego hubo un breve silencio, todos miraron a Mopira y como no cantaba, entonces una
hormiga cantó:
Talán, tilón
Aquí llegas tu
Con tu lentitud
Mopira la amiga
Como no rimaba la canción, todos se rieron y por un momento Mopira disfrutó de no
saber quién era y se contentó con saber que era la amiga. Pasó la mañana y todos se
retiraron a sus nichos. En la hoja se quedó Mopira acompañada sólo por el viejo cucarrón.
- Querida amiga no te ves muy contenta.
- Ustedes son muy amables y hoy me han hecho sentir muy feliz. Pero ¿no te das
cuenta que mi grave problema es que no sé quién soy?
- Eres nuestra amiga. Replicó el cucarrón.
- Viejo cucarrón, tu sabes que eso no es suficiente. Por ejemplo, tu eres como el
gran patriarca de la hoja, pero además tu sabes que eres un cucarrón, todos saben
que tu eres un cucarrón. Pero en mi caso ni yo, ni tu, ni nadie sabe quién soy.
El sol empezó a despedirse con sus últimos rayos y la tibia noche comenzó a arrullar los
sueños del bosque, entonces Mopira se despidió del viejo cucarrón; ella recogía todo su
cuerpo rechoncho y luego se estiraba toda toda, muy despacio para ver si alcanzaba a
verse completa, pero no podía girarse. Luego de un largo y lento paseo por algunas
ramas, nuestra amiga encontró el sitio adecuado para descansar.
Así pasaron los días y las noches, en medio de la calma de los días soleados y de la
angustia en los ratos de lluvia. Nadie se imagina la actividad que tienen los bichos, su vida
es muy agitada, muchas cosas las hacen rápido, algunos se mueven a gran velocidad,
nadie se queda quieto, unos buscan comida, otros se protegen del clima o de sus
depredadores, otros aletean sin detenerse. Suelen levantarse cuando ya ha salido el sol y
sólo se bañan los pies parándose sobre las gotas de rocío, después se extienden sobre las
hojas y se abren de patas para darse su baño de sol. Luego se retiran a sus rincones
favoritos para desayunar, algunos mordisquean hojas, otros buscan especies más
pequeñitas para cumplir con la ley del más fuerte. Cuando el banquete termina, entonces
se reúnen en sus hojas para charlar, jugar, contar chistes y celebrar cualquier
acontecimiento.
Todo transcurría dentro de la normalidad. Los habitantes de la hoja ya reconocían en
Mopira a la amiga. Y en verdad ese calificativo le iba muy bien, a pesar del poco tiempo
que Mopira llevaba en la hoja, los demás bichos le habían tomado cariño y algunos le
confiaban sus secretos. Comentaban que era muy grato hablar con Mopira porque ella
siempre tenía tiempo, además como se desplazaba tan despacio era placentero pasear con
ella. Otras cualidades que les gustaban a los bichos eran la sencillez y las pocas palabras
de Mopira, ella escuchaba con atención, hacía pocas preguntas y por lo general no
criticaba a quien hablaba con ella.
A pesar de todo esto, Mopira no era del todo feliz. Sus amigos no le decían nada, pero ella
sentía que su cuerpo cambiaba todos los días, a veces se sentía más gorda, otras veces
más blanca, o más lenta. Al parecer todos los cambios se daban dentro de su cuerpo y por
fuera no se notaba nada.
En una de esas tardes de nostalgia, Mopira estaba sola pensando en su cuerpo, cuando
apareció Nisca quien con su loco aleteo y la invitó a divertirse.
- ¿Qué puedo hacer por ti, Mopira, para que sonrías un poco?
- Déjame tranquila, querida Nisca, sólo estoy pensando.
- Vamos, tu siempre estás pensando. Ven a divertirte un rato. Cuéntame algo que
quieras hacer desde hace tiempo y no has podido hacer.
- Bueno, ya que insistes, yo desde hace tiempo quiero ir al lago, para poder ver todo
mi cuerpo.
- Listo, yo te llevo. Ya verás como nos vamos a divertir.
- Pero, ¿cómo vas a hacer eso? Estamos en una hoja muy alta y yo soy toda
rechoncha.
- No te preocupes, espérame unos minutos.
Nisca se despidió y desapareció al instante. Mientras tanto, Mopira pensaba cómo iba a
bajar del árbol y sobre todo cómo iba a subir de nuevo a su hoja. Un gran ruido la sacó de
sus pensamientos. Nisca llegó con cinco avispas más y traían una especie de red.
- Vamos, Mopira, súbete a la red, así no correrás ningún peligro y te podemos bajar
y subir sin problemas.
- ¿Estás segura que eso resiste mi peso?
- Seguro, ya no pongas más problemas y vamos al lago.
Muy nerviosa, Mopira se colocó sobre la red y las avispas empezaron a volar. Mopira
estaba fascinada mirando el bosque, nunca se imaginó que fuera tan grande, tampoco
que había tantos animales. El lago le pareció un gran océano, era mucho más grande de
lo que le habían contado. Poco a poco fueron descendiendo y en cuestión de minutos
Mopira ya estaba al borde del lago.
- Bueno amiga, aquí está el lago. Te dejaremos tranquila y volveremos por ti más
tarde. Ten cuidado de los animales que viven en el lago, puede ser que tu te
conviertas en su cena. Cuídate.
Una vez Mopira se quedó sola, miró que no hubiera ningún animal grande cerca. Luego
ubicó una rama bajita en donde ella se pudiera subir y después de algunos esfuerzos y
muchos minutos, logró subirse a una ramita que estaba sólo a unos centímetros sobre el
agua. Se deslizó muy despacio, lo cual era su especialidad, y cuando llegó al final de la
rama miró el agua. Allí apareció su reflejo, entonces, por primera vez pudo ver todo su
cuerpo.
Al principio no se reconoció, le parecía que lo que veía no era ella. Pero cuando se movía
veía que el reflejo también lo hacía, entonces empezó a jugar y a hacer movimientos
confirmando que sí era ella. Ya más tranquila, se observó con atención vio su cuerpo todo
redondo, hecho como de anillos de mantequilla, también se dio cuenta que tenía unas
antenitas encima de sus ojos, además sus ojos era dos pepas negras que se notaban muy
bien sobre su cuerpo. Así pasó un rato largo. Mopira estaba conociéndose y eso le hacía
muy feliz.
Ese delicioso solaz terminó abruptamente cuando aparecieron sus amigas con su fuerte
aleteo quienes sin mayores inconvenientes la subieron a su hoja y la dejaron sola. Nisca, a
pesar de lo loca que era, tenía la capacidad de observar el alma de sus amigos y sabía
cuándo querían compañía y cuando no. Mopira se sintió muy agradecida.
Quienes no conocen el bosque ni sus habitantes creen que allí nunca pasa nada. Sin
embargo, en el bosque siempre hay actividad, quienes duermen de noche trabajan en el
día, pero también hay quienes duermen en el día y trabajan en la noche; entonces cuando
el sol se va empiezan los sonidos de grillos, la iluminación de las luciérnagas y la actividad
de cientos de bichos que prefieren trabajar en la noche.
La noche es un buen momento para los cambios. Algunos bichos sufren muchos cambios,
y de la noche a la mañana se transforman, a eso le llaman metamorfosis. Pues bien,
Mopira esa noche estaba cansada y se quedó profundamente dormida muy temprano.
Como de costumbre, buscó su rama preferida y se colgó de ella. Pero esa noche pasarían
cosas maravillosas, que Mopira ignoraba. Un movimiento muy raro dentro de ella la
despertó, primero se asustó porque pensó que algún pájaro grande se la iba a comer, por
eso cuando abrió los ojos se sintió aliviada al ver que estaba sola.
Pero las cosquillas que sentía no terminaban. De pronto, miró hacia abajo y vio cómo su
cuerpo empezaba literalmente a abrirse, tenía mucho miedo, quiso gritar para llamar al
viejo cucarrón, sin embargo no sentía ningún dolor. De adentro de su cuerpo empezaron a
salir unas antenas y otras patas, pero lo más sorprendente llegó a continuación. Algo
parecido a un pequeño arco iris pero en desorden se asomó por encima de su cuerpo, y
lentamente aparecieron dos hermosísimas alas que a la luz de la luna reflejaron los colores
más extraordinarios.
Así ocurrió el gran milagro, Mopira pasó de ser un blancuzco borrador con patas a una
hermosa mariposa. Fue tal la alegría de Mopira al contemplar su nueva apariencia que
celebró volando inmediatamente. Pasó a otras hojas, revoloteaba despacio mientras se
acostumbraba a su nuevo estado. Mopira estaba feliz.
Un poco más tranquila y reconociéndose ahora hermosa, pensó en sus amigos de la hoja y
entonces esperó ansiosamente que amaneciera para verlos y mostrarles sus hermosas
alas. El resto de la noche se hizo larga. Mopira aprovechó el tiempo para pensar cuál sería
la mejor manera de presentarse a sus amigos, y decidió que lo mejor era esperar que
todos desayunaran y estuvieran en el momento de la charla para hacer su aparición.
- Buenooooos díaaaaaas amiiiiiiiiiiigos.
Hasta la voz de Mopira había cambiado, ahora era más dulce, más sonora, más alegre. Por
lo que sus amigos no la reconocieron. Nadie respondió su efusivo saludo. Mopira volvió a
saludar y tampoco encontró respuesta. La tercera vez preguntó,
- ¿Es que no me reconocen? Soy Mopira, la amiga
- Cómo se te ocurre decir que eres Mopira. Ella es muy diferente a ti, empezando
porque ella no tiene alas. – Dijo una hormiga.
- Por favor respeta a Mopira, que es nuestra amiga y aquí todos la estimamos
mucho. Ella es la amiga de esta hoja, pero habla distinto a ti, no tiene alas ni
colores y además se mueve muy despacio.
- Pero todo cambió anoche, he cambiado. Mírenme ahora entiendo que mi cuerpo se
estaba transformando, en verdad soy una hermosa Mariposa, ¿no les parezco
hermosa?
En verdad, los bichos de la hoja sentían cierto enojo con la nueva visitante. Pues la nueva
visitante no manifestaba la misma sencillez y amistad características de la verdadera
Mopira. Nadie podía negar la belleza exterior de la mariposa, pero por eso mismo no tenía
nada que ver con su querida amiga y ellos no permitirían que se burlaran de su amiga.
La mariposa no tuvo más remedio que retirarse a su rincón. Un poco desconcertada y muy
triste por el rechazo de sus amigos. Al caer la tarde, Mopira decidió dar un paseo,
entonces fue al lago y pudo contemplarse, al ver su reflejo en el agua casi no se reconoce,
entonces no culpó a sus amigos. Ahora Mopira se preguntaba ¿cómo voy a hacer para que
mis amigos me reconozcan?
Si no me aceptaban por mi apariencia física, se dijo Mopira, me tienen que reconocer por
lo tengo en mi interior, por lo que llevo en mi corazón, eso no ha cambiado. Sigo siendo
su amiga y ellos deben reconocer a Mopira la amiga.
Más tranquila, la mariposa volvió a su hoja y se durmió pensando en la mañana siguiente.
Esta vez no esperó tanto, llegó al desayuno.
- Oh no! otra vez tú. Dijo Dilula. Oye por qué no nos dices dónde está Mopira, desde
ayer no la vemos.
- Amigos tienen razón en no reconocerme. Ayer no me parecía para nada a Mopira.
Me comporté de manera egoísta y petulante. Pensé que con mi belleza los iba a
deslumbrar. Pero ustedes conocen mi corazón y saben que la verdadera Mopira es
un bicho sencillo y servicial. Les ofrezco mis disculpas.
El viejo cucarrón fue el primero en reconocer a Mopira detrás de esas palabras. Sólo una
buena amiga se podría expresar así. Además el viejo cucarrón había aprendido a mirar el
corazón de los bichos y ahora tenía la certeza de que esa hermosa mariposa era Mopira.
Pero fue un grillo cantador quien lo dijo efusivamente:
- Claro que es Mopira, la mariposa. Eso si tiene sentido. Bienvenida amiga.
Los demás bichos se fueron acercando a medida que reconocían alguna palabra o un
gesto de su amiga. Todos admiraban sus hermosas alas, pero ella se sentía mucho más
feliz por que a pesar de que su exterior había cambiado tanto, en su interior sentía una
paz inmensa y la seguridad de seguir siendo la amiga de esos bichos que la habían
recibido cuando era un blancuzco borrador con patas.
En adelante Mopira les alegraba las tardes danzando en el aire y poniéndose delante del
sol para que la luz que atravesaba sus alas reflejara hermosos colores sobre las hojas,
convirtiéndose así en una obra de arte que danzaba al ritmo de los ocasos.

Gabriel Benavides Rincón


(Desde agosto 31 de 2000 a la fecha)

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