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La 46 División republicana de «El Campesino», en la ofensiva

de Ebro, junto a una imagen de Franco en el mismo frente - ABC


Ebro: la batalla de la Guerra Civil que
no dio abasto para enterrar a sus
muertos
En los campos que rodean a los municipios donde se desarrolló la batalla más grande de
la Guerra Civil, todavía pueden verse sobre el terreno los restos humanos de los
soldados caídos en la contienda. Algunos historiadores hablan de entre 20.000 y 40.000,
otros la aumentan hasta, incluso, los a 80.000. La cifra siempre ha sido confusa

Israel VianaMADRID Actualizado:10/10/2020 05:38hGUARDAR
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Si usted pasea hoy, más de 80 años después, por los campos que
rodean a pueblos como Pinell, Miravet, Ribarroja, Flix, Ascó o
Fatarella, todavía puede ver sobre el terreno los restos humanos de los
soldados caídos en la batalla más devastadora de la Guerra Civil : la
batalla del Ebro. Se los encuentra uno con tanta frecuencia en el suelo,
sin necesidad de cavar ningún agujero, que para los vecinos se ha
convertido en una rutina. Prueba de ello es que, cuando se aprobó
la Ley de Fosas  catalana en junio de 2009, la Generalitat recibió de
estos más de 600 restos óseos de un mínimo de 63 soldados en tan
solo unos meses.
Tan encarnizada fue la batalla

 que los cadáveres no fueron trasladados a ningún cementerio ni


echados a ninguna fosa, simplemente fueron abandonados sobre el
terreno y olvidados entre las bombas y las ráfagas de ametralladora.
Las cifras de muertos, de hecho, aún no están muy claras. Algunos
historiadores hablan de entre 20.000 y 40.000 muertos. Otros han
elevado la cifra hasta, incluso, a 80.000. Varios estudios rondan los
12.000 o 15.000 fallecidos por bando. Y otros afinan hasta los 10.000
republicanos caídos por 6.500 franquistas. Pero en lo que todo el
mundo coincide es en que los enfrentamientos del Ebro, entre el 25
julio y el 26 de noviembre de 1938, fueron los sangrientos y crueles de
toda la guerra.

«En el plano general está todo muy claro: un bando legítimo, la


República, y uno ilegítimo, el sublevado. Pero cuando acercas el foco a
las personas que combatían, nada es tan evidente, todo es más
complejo», recuerda este miércoles Arturo Pérez-Reverte en una
entrevista con ABC , tras la presentación de su última novela, «Línea
de fuego» (Alfaguara). En ella, el antiguo corresponsal de guerra se
sumerge en los diez primeros días de esta batalla. Un combate crucial
en el que se dieron cita legionarios, requetés, comunistas y socialistas,
entre otros. «Esa visión poliédrica es la que más se acerca a lo real.
Quería que el lector estuviera ahí, que viva la Guerra Civil, la huela,
sienta miedo, le disparen, resbale sobre casquillos vacíos, le salpique
la sangre», añade el autor.
Miles de desaparecidos
En los casi cuatro meses que duró la batalla se produjeron, además,
65.000 heridos, 25.000 prisioneros y miles de desaparecidos. La
República quedó herida de muerte y Franco decantó la balanza hacia
su victoria final. El objetivo de la operación diseñada por el general
republicano Vicente Rojo  fue un fracaso. Quería lanzar una gran
ofensiva que produjera un duro golpe a la moral de los nacionales,
aprovechando el factor sorpresa, con el objetivo de ganar tiempo para
reorganizar su Ejército y decantar la tendencia internacional con
respecto a la guerra.
En la medianoche del 25 de julio de 1938, durante la festividad de
Santiago Apóstol, el general Yagüe  se encontraba en el cuartel general
del Cuerpo de Ejército Marroquí, en Caspe, como encargado de
defender el curso del Ebro. Una franja de 70 kilómetros desde
Mequinenza a Amposta, con cuatro divisiones integradas y un total de
50.000 hombres. El general se había acostado tarde. No estaba muy
tranquilo, pues le habían informado de la creciente actividad
republicana en la orilla izquierda de todo el curso del río que debía
defender.
Tal es así, que le había pedido refuerzos a Franco, pero este se los
había denegado, alegando que su inquietud era infundada. Sin
embargo, a las 0.15 salían unos 400 botes de la orilla y cruzaban el río
con tanto sigilo que sorprendieron a muchos centinelas enemigos. Se
iniciaba la penetración en el territorio franquista y, aunque se
escuchaban los primeros disparos, no hubo de momento una alarma.
El general Yagüe estaba ya durmiendo y sus ayudantes no se
atrevieron a despertarlo hasta las 2.30, cuando ya se combatía a lo
largo de todo el sector. «Mi general, los rojos han pasado el Ebro», le
avisaron. Entonces se incorporó de un salto y exclamó: «¡Gracias a
Dios! ¡Todo el mundo a sus puestos!».

Los dos diarios ABC


Hace tres años, la Fundación Juan Negrín  mostraba al público por
primera vez toda la documentación secreta del presidente del
Gobierno en la Segunda República, también cerebro junto a Rojo de la
malograda operación. Desde los croquis de las primeras maniobras
entre las localidades de García, Flix y Ascó en la madrugada del 25 de
julio, hasta el informe original de Juan Modesto, jefe del ejército del
Ebro integrado por las tropas dirigidas por Enrique Líster y Manuel
Tagüeña, con su operación de repliegue en los primeros días de
noviembre. También los planos que describían las operaciones en la
Terra Alta, en el frente entre Mequinenza, Amposta y la estratégica
Gandesa, donde se detuvo la ofensiva republicana, y los mapas en
papel vegetal donde estaban dibujadas las posiciones republicanas y
franquistas.
Cuando los últimos soldados republicanos cruzaron derrotados hacia
el margen izquierdo del río Ebro en noviembre del 38, los partes
oficiales de ambos bandos, publicados en las dos ediciones de
un diario ABC también dividido por la guerra , se atribuían la victoria.
Era la batalla de la información. «En la historia de nuestra guerra, la
batalla del Ebro perdurará como uno de los episodios más gloriosos y
más eficaces en el orden militar», aseguraban la redacción de Sevilla .
«Obedeciendo al plan premeditado del Alto Mando republicano, y
habiendo logrado ampliamente los resultados pretendidos con la
táctica de desgaste aplicada desde el 25 de julio, las tropas españolas,
mediante voluntaria y metódica retirada, han repasado el Ebro y se
han reintegrado a sus antiguas posiciones», afirmaban desde Madrid ,
en un claro intento de no desmoralizar a sus soldados.
Esta retirada hacia Cataluña del coronel Modesto y del general Rojo
dejaba en una situación de clara ventaja a Franco, quien en los
próximos días se refirió en diferentes discursos al «enorme descalabro
republicano», a las «brillantes operaciones del Ejército nacional» y a
«una victoria moral que ha de repercutir en toda la zona roja». «La
operación que los rojos presentaron al mundo mediante su
propaganda como gran éxito militar, ha constituido para ellos una de
sus mayores derrotas», añadía el parte de guerra franquista. Y hacía
después su propio balance: 75.000 bajas –«de las cuales, nuestros
soldados han dado sepultura a 13.275 cadáveres»–, 19.779 prisioneros,
242 aviones derribados y 18 tanques rusos, 24.114 fusiles de repetición
y 213 fusiles incautados.

El último superviviente
Hoy en día, las lomas y los barrancos del Ebro continúan sembradas
con más de cien mil toneladas de metralla. Lo único que consiguió la
República con aquella ofensiva fue retrasar cuatro meses el final de la
Guerra Civil. Franco desgastó al Ejército Republicano hasta el punto
de que ya no pudo recuperarse. «Se había fantaseado tanto, se había
hecho tan intensa la propaganda a base de fotografías y relatos
truculentos, que algunos comenzamos a concebir esperanzas»,
explicaba un prisionero republicano a un periodista del ABC de
Sevilla , en 1938, mientras la edición madrileña insistía en su relato:
«La lección del Ebro es enteramente optimista para las armas
republicanas. La retaguardia facciosa ha acusado el daño infligido de
esta formidable batalla».
El pasado mes de abril, fallecía a los 102 años, en una residencia de
Barcelona, el último superviviente de este episodio: Nicolás López
López. Era natural de Serón, un municipio de la provincia de
Almería, pero la sublevación le había cogido en la Ciudad Condal
recién cumplida la mayoría de edad. Fue movilizado por el Ejército
republicano junto a su hermano Antonio y, según contaban sus hijas
a «La Voz de Almería» , durante toda su vida se mostró muy reservado
en lo que respecta a contar sus vivencias en la Batalla del Ebro. Solo
muy recientemente, poco antes de morir, había aceptado participar en
un proyecto educativo sobre el final de la contienda, repasando las
penurias y adversidades que tuvieron que soportar.

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