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«No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20)
En medio de este panorama, de un momento a otro, por obligación, todos nos vimos
encerrados en un mismo lugar, en una escena semejante a la de los apóstoles, cuando
estaban a la espera de pentecostés (Hch 2, pero con la diferencia de que en nuestro caso, no
había tal espera.
De repente, tal como lo dijo el Papa Francisco, en su oración del 27 de marzo de 2020, en la
Plaza de San Pedro vacía, inspirándose en Mc 4, 35: “Nos encontramos asustados y
perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta
inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos
frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados
a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos
todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen:
“perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno
por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.
Y en medio de esta realidad, al final del túnel, comenzamos a ver la luz: La Iglesia
en salida. Todos comenzamos a ser testigos de cómo las redes sociales y las pantallas
empezaron a unirnos en medio de la distancia y la Iglesia no se quedó inactiva ante este
nuevo reto. Fue así que comenzaron a transmitirse, a lo largo y ancho del mundo,
Eucaristías online, Horas santas, Rosarios, evangelizaciones digitales. Era la manera
privilegiada de favorecer el encuentro con Dios, como un modo de hallarlo viviente en
medio de nosotros, dándole sentido a esta nueva realidad, y llamándonos a permanecer
vivos,
Y es allí, en medio del Stop, en donde la vida, a mí personalmente, me lanzo a una nueva
alternativa evangelizadora: la red social de tiktok eligiéndola como uno de los medios más
apropiados para mostrar el rostro amoroso de Dios y romper los paradigmas que hay alrededor de
la Vida consagrada. Pero inicié este camino sin llegar a sospechar la acogida que iba a tener. Fue
así que llegué a convencerme de que es el Espíritu Santo quien hace su actúa y de que Él se las
ingenia para que, en medio de la nada, surja su obra. Por este camino llegué a la convicción de
que «Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de
ilustración de su fe, es un agente evangelizador... La nueva evangelización debe implicar
un nuevo protagonismo»[ CITATION Pap13 \l 9226 ] Esta pandemia nos lanza a abrir otros
caminos, diferentes a los ya conocidos, y a evangelizar en los nuevos areópagos de nuestro
tiempo.
Así que abrimos las puertas de casa por medio de la pantalla del celular y
comenzamos a mostrar un rostro alegre de la vida consagrada, porque «No podemos dejar
de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20). El amor de Dios, incluso en medio de
nuestra realidad actual, nos sigue llamando y enviando como discípulas misioneras, allí
donde el evangelio necesita ser escuchado, lo cual no necesariamente se tiene que realizar
por medio de catequesis magistrales. También podemos acercar la gente a Dios, por otros
medios, incluyendo el mundo digital, a través del cual es posible reflejar la alegría como
un valor cristiano fundamental, fruto del Espíritu Santo.