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The International Journal of Psychoanalysis (en español)

ISSN: (Print) 2057-410X (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/rips20

Conversaciones contemporáneas Reconsideración


de la pulsión: Dominio y satisfacción

Paul Denis

To cite this article: Paul Denis (2016) Conversaciones contemporáneas Reconsideración de la


pulsión: Dominio y satisfacción, The International Journal of Psychoanalysis (en español), 2:3,
797-828, DOI: 10.1080/2057410X.2016.1351778

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Int J Psychoanal (2016) 3:797-828

Conversaciones contemporáneas
Reconsideración de la pulsión: Dominio y
satisfacción 1

Paul Denis
Paris Psychoanalytic Society, 187 rue Saint Jacques 75005 Paris,
France
E-mail: paul.denis5@wanadoo.fr

(Aceptado para publicación el 27 de septiembre de 2015)

A partir de la teoría de la libido y las nociones de experiencia de satisfacción y la pulsión de


dominio introducida por Freud, el autor reconsidera la noción de pulsión proponiendo el
siguiente modelo: la pulsión toma forma en la combinación de dos corrientes de catexis
libidinal: una que sigue el camino de los ‘aparatos para obtener dominio’ (órganos de los
sentidos, motricidad, etc.) y se esfuerza por apropiarse del objeto, y la otra que catectiza las
zonas erógenas y la experiencia de satisfacción que se experimenta mediante la estimulación
en contacto con el objeto. El resultado de esta combinación de catexis constituye una
‘representación’, cuya evocación posterior hace posible tolerar durante un cierto tiempo la
ausencia de un objeto que produce satisfacción.
Sobre la base de esta concepción, el autor distingue las representaciones propiamente dichas,
vehículos de satisfacción, de las imagos e imágenes traumáticas que causan una excitación
que no se vincula con los caminos que siguen las pulsiones.
Este modelo posibilita conciliar los puntos de vista de los defensores de la ‘búsqueda de
objeto’ y el de quienes priorizan la búsqueda del placer y, además, renovar nuestra
comprensión de las relaciones de objeto, que luego pueden ser abordadas desde el ángulo de
sus vinculaciones con la sexualidad infantil. La destructividad se considera en términos de
“locura de dominio” y no en términos de la última hipótesis freudiana de la pulsión de
muerte.

Palabras clave: dominio, excitación, imago, libido, objeto, perversión, pulsión de muerte,
representación, sadismo, satisfacción.

El poder sobre otras personas, en su verdadero significado, no es sino la


expresión de la máxima dependencia de ellas.

León Tolstoi

1
Traducido del francés al inglés por Paul Denis.

Traducido por Stella Maris Rizzo del original en inglés publicado con el título
Conversaciones contemporáneas. Reconsideración de la pulsión: Dominio y
satisfacción, en Int. J. Psycho-Anal., 97(3), 10:782–813.
Todos los derechos reservados. Traducción autorizada de la edición en idioma inglés
publicada por John Wiley & Sons Limited. La responsabilidad por la exactitud de la
traducción es responsabilidad exclusiva del Instituto de Psicoanálisis y no
responsabilidad de John Wiley & Sons Limited.

Copyright © 2016 Institute of Psychoanalysis


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Paul Denis

Es sorprendente ver hasta qué punto, después de tantos años, la noción de


pulsión continúa siendo cuestionada en distintas escuelas psicoanalíticas, a pesar
del lugar central que el propio Freud le dio en el corazón de la metapsicología.
A su vez se le reprocha su ‘biologismo’ o, por el contrario, su carácter de con-
cepto metapsicológico; esta última crítica se origina, además, en el cuestiona-
miento, por parte de distintas tendencias psicoanalíticas actuales, de la metapsi-
cología en sí misma: Y sin embargo la metapsicología es consustancial con el
propio psicoanálisis: no hay hechos psicoanalíticos puros. Tampoco las pulsio-
nes, el yo, el ideal del yo o el inconsciente pueden ser observados directamente:
escuchamos relatos de modalidades de conducta, de recuerdos o de sueños. La
metapsicología consiste en distintos modelos, inicialmente hipotéticos, que
luego son validados –o invalidados- empíricamente mediante el avance que nos
permiten hacer en la aprehensión de los fenómenos psíquicos. Es a través de la
lente de la metapsicología que podemos obtener una visión psicoanalítica de los
hechos observados; el pensamiento psicoanalítico sólo puede ser ‘meta’, de lo
contrario deja de existir.

Más capciosamente, se le recrimina a la pulsión su referencia a la sexualidad


infantil y el hecho de que sustenta la noción de psicosexualidad, pero no es la
sexualidad corporal la que perturba en psicoanálisis, sino la sexualidad psíquica
que es reafirmada por el concepto de libido y conformada por la noción de
pulsión en las distintas situaciones psíquicas que surgen en el análisis. Si los
instintos ‘biológicos’, programados genéticamente, se pueden observar tanto en
los animales como en el hombre, la ‘libido’ es un modelo, un concepto que
implica energía sexual psíquica. Según Freud: “Hemos definido el concepto de
libido como una fuerza cuantitativamente variable que podría servir como
medida de los procesos y transformaciones que ocurren en el campo de la
excitación sexual” (1905, p. 217 [escrito en 1915]). No podemos ver o medir la
libido más de lo que podemos ver el ‘orgón’ de Wilhem Reich, del cual se dice
que afirmó: “Yo he visto el orgón: es azul”.

El modo en que Freud ubica la pulsión (‘instinto’ en la EE [Edición Estándar


de las obras de Freud]) en 1915, la diferencia claramente de la idea de instinto –
por lo tanto la distingue de su uso en biología- y le da su lugar en la
metapsicología sin ambigüedades:
El concepto de instinto es por lo tanto uno de los que están en la frontera entre
lo mental y lo físico. La hipótesis más simple y más probable en cuanto a la
naturaleza de los instintos parecería ser que un instinto no tiene una cualidad
en sí mismo y, en lo que respecta a la vida mental, sólo debe ser considerado
como una medida de la demanda de trabajo realizada sobre la mente.

(1905, p. 168)

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A mi modo de ver, este trabajo organiza el flujo de la libido y la convierte en


pulsiones.

La formulación de Freud, “la medida de la demanda de trabajo realizada


sobre la mente”, me lleva a considerar a la pulsión no sólo como dependiente del
yo sino como parte constitutiva del yo, no sólo como el eje de la psiquis sino
como lo que constituye la psiquis a partir de la catexis de las experiencias
somáticas.

Comencemos con la “pulsión de dominio”


Clínicamente hablando, es claro que las conductas de dominación de cada
uno de nosotros sobre nuestros objeto de amor -la pareja, los hijos, los/las
amantes- pero también sobre nuestros adversarios, ocupan un lugar considerable
en nuestras vidas. El dominio que buscamos ejercer, deliberadamente o no, sobre
nuestros pacientes no es la forma menos importante de nuestro trabajo como
psicoanalistas o psicoterapeutas. El deseo de dominio, por lo tanto, abarca los
terrenos del poder, de la voluntad y de la posesión. Es una corriente de fuerzas
muy importante pero ocupa un lugar muy limitado en la teoría de la práctica
psicoanalítica.

Sin embargo Freud había tenido en cuenta esta fuerza de dominio


introduciendo, en su primera teoría de las pulsiones, la noción de
Bemächtigungstrieb, 2 de la pulsión (‘instinto’ en la EE) de dominio, que
implicaba la idea de una apropiación, de ejercer poder sobre el objeto.
Podríamos preguntarnos por qué no la desarrolló tanto como merecía, aunque
aparece en varias ocasiones en su trabajo. Es probable que la ruptura con Adler -
cuya disidencia teórica se basaba precisamente en la “voluntad de poder”- lo
llevara a privilegiar la sexualidad propiamente dicha en el desarrollo de las
perspectivas psicoanalíticas. Llevaría demasiado tiempo hacer un inventario de
las vicisitudes de la pulsión de dominio en la obra de Freud; permítanme
simplemente señalar que dejó de otorgarle el valor de una pulsión autónoma o de
una fuerza basada en la pulsión, e incluso después de 1920, cuando se refería a
ella la ponía al servicio de la pulsión de muerte.

Considero importante señalar que le atribuye a la pulsión de dominio la tarea


de conquistar el objeto sexual, de someterlo, de poseerlo físicamente de modo
que pueda llevarse a cabo el acto sexual. Antes de poner la pulsión de dominio

2
Este término, traducido al francés como ‘pulsion d’emprise’, no fue traducido satisfactoriamente
al inglés: Strachey la tradujo como ‘instinct for mastery’, que no distingue entre Bemächtingung y
Bewältingung (emprise y maîtrise) [influencia y maestría]; ‘dominion’ [dominio] habría sido
mejor.

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Paul Denis

al servicio de la pulsión de muerte, le asignó, entonces, un papel en la


sexualidad. Desde este punto de vista vale la pena citar un fragmento de Totem y
Tabú; sin mencionar explícitamente la pulsión de dominio, Freud se refiere a ella
con relación a la voluntad y el uso de la motricidad:
Un hombre adulto primitivo tiene un método alternativo abierto para él. Sus
deseos están acompañados por un impulso motor, la voluntad, que más tarde se
destina a modificar toda la faz de la tierra para satisfacer sus deseos. Este
impulso motor es empleado al principio para dar una representación de la
situación satisfactoria, de tal modo que se vuelva posible experimentar la
satisfacción por medio de lo que podría describirse como alucinaciones
motoras. Esta clase de representación de un deseo satisfecho es bastante
comparable a un juego infantil, que sucede a su anterior técnica de satisfacción
puramente sensorial. Que los niños y los hombres primitivos considerasen
suficientes para ellos el juego y la representación imitativa, no es un signo de
que no tuvieran otras pretensiones, según nuestra lógica, o de que aceptaran
resignadamente su impotencia. Es el resultado fácilmente entendible de la
virtud suprema que le atribuyen a sus deseos, de la voluntad asociada a esos
deseos y de los métodos mediante los cuales esos deseos operan.

(1912-13, p. 84)

La voluntad, capaz de “cambiar la faz de la tierra” claramente se considera


aquí al servicio de la satisfacción de un deseo ligado a la motricidad y la
actividad de las representaciones. Freud no disocia de la búsqueda de
satisfacción del ejercicio de la voluntad –del dominio- sino que por el contrario
los asocia.

En relación con el esquema de la pulsión trazado por Freud – que la


caracteriza por su fuente, su presión, su propósito y su objeto- parece también
interesante tratar de considerar los medios con los cuales consigue su objeto y su
propósito. El placer suficiente, la satisfacción, sólo pueden obtenerse
completamente accionando sobre el sujeto; este es el rol que se atribuye a las
conductas de apropiación, a los esfuerzos para obtener el dominio sobre el
objeto.

En los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (1905), Freud establece


una oposición correspondiente entre las pulsiones sexuales y la “pulsión de
dominio”: se señala claramente que las pulsiones sexuales están vinculadas con
las zonas erógenas, pero también es igualmente claro que Freud ve una
correspondencia entre el dominio y lo que él llama Bemächtigungsapparat, ese
decir, “el aparato para conseguir el dominio”. Se consideramos este aparato
como un conjunto de posibles caminos de catexis de la libido, me parece que
esta noción de aparato de dominio puede ser utilizada como nos la dejó Freud.

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Conversaciones contemporáneas

Los caminos de la catexis


Propongo desglosar o diseccionar esa fuerza psíquica que es la pulsión (un
flujo organizado por la libido), en dos componentes, del mismo modo que
podemos descomponer una fuerza mecánica en dos fuerzas combinadas en
equilibrio una con otra. Todos hemos aprendido en física “la ley del paralelo-
gramo de fuerzas”, en la que dos vectores, la fuerza centrífuga y la fuerza de
gravedad, están equilibradas de tal forma que el ciclista no cae de su bicicleta
cuando da vuelta una esquina; si se altera ese equilibrio, el ciclista se cae.

Siguiendo el modelo que propongo, los dos componentes de toda pulsión, sus
dos vectores, los dos “componentes formativos” de los que es resultado, son, por
un lado, una corriente de catexis en la modalidad de dominio y, por el otro, una
fuerza constituida por el flujo libidinal que catectiza la satisfacción.

Si imaginamos que la pulsión está constituida por la masa de energía libidinal


y por los pseudopodos que emite para catectizarse, podemos considerar dos vías
de atracción que guían esta catexis. Una de ellas toma la dirección de las zonas
erógenas como las conocemos, las zonas erógenas en el sentido más sexual,
estricto del término: la zona oral, el canal mucoso de la zona anal, los órganos
sexuales propiamente dichos. La otra dirección es la de los elementos que
pertenecen al ‘aparato para conseguir el dominio’ y que incluye los órganos de
los sentidos: vista, oído, tacto y, un punto esencial, la motricidad; la profunda
sensibilidad que nos indican los movimientos de nuestro cuerpo, su posición,
también deben incluirse aquí. Desde este punto de vista debe señalarse que hay
dos registros en el aparato de dominio: uno que tiene el poder de ejercer dominio
sobre las personas y objetos del mundo exterior (esencialmente la motricidad) y
otro que constituye un aparato receptivo del dominio ejercido por otros sobre el
sujeto en sí mismo. Puede ser el mismo órgano: el ojo mira y es receptivo ante
las miradas de los otros.

Por lo tanto, en la pulsión tengo en cuenta una corriente erógena y una


corriente de dominio, que son ambas libidinales, mientras que Freud había
introducido inicialmente una “pulsión de dominio” no sexual 3 por oposición a

3
Esto puede explicar el hecho de que Freud dejara de lado esta noción. Podemos suponer que
pensó que era imposible mantener la idea de una pulsión de dominio no sexual. Probablemente
por la misma razón los intentos de reinstalar la noción de pulsión de dominio en la teoría
psicoanalítica hasta el momento han fracasado. Por ejemplo, Ives Hendrick dedicó una serie de
artículos a lo que llama el instinto de dominio. Lo consideraba un elemento no sexual, e incluso
posteriormente trató de hacerlo corresponder con un particular principio de su teorización: el
“principio del trabajo”. Esta completa desexualización asombró incluso a los defensores de la
psicología del yo, que normalmente no debería haber sido tan reticentes acerca de la
proposición de Hendrick (1943), ya que sus formulaciones eran particularmente compatibles
con la teoría del yo autónomo; no le prestaron atención en absoluto, y todas las ideas que
propuso fueron rechazadas sucesivamente por Fenichel, Hartmann, Kris y Loewenstein. Roger
Dorey, en Francia, dejó de lado la “pulsión de dominio” en favor de la “relación de dominio”.

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Paul Denis

las pulsiones sexuales. Lo que constituye la pulsión es la combinación de estas


dos corrientes, en el cumplimiento de la experiencia de satisfacción.

Quiero destacar el hecho de que no hago mía la idea de una “pulsión de


dominio” autónoma, sino que considero una corriente catectizada “en dominio”
que constituye uno de los dos componentes de la pulsión; no una “pulsión de
dominio” sino un “componente formativo libidinal del dominio” que opera en la
propia pulsión. De esto resulta una forma de dualismo intra-pulsión.

La composición de la pulsión
La particularidad de las zonas erógenas es que tienen el poder de brindar un
intenso placer orgásmico si encuentran el objeto adecuado que las estimule y si
se ejerce una actividad de domino sobre éste. Este encuentro, este
descubrimiento, esta actividad culmina en la ‘experiencia de satisfacción’ a la
que se refiere Freud, que en mi opinión, juega un papel esencial. El estado de
excitación de la mente se convierte en placer gracias a una acción específica que
dispara el mecanismo reflejo que conduce a su resolución.

Freud habla de esto por primera vez en el Proyecto (1950a [1895] Edición
Estándar de la obra de S. Freud, 1, p. 317): “El hecho completo entonces
constituye una experiencia de satisfacción, que tiene resultados decisivos en el
desarrollo de las funciones del individuo”. Para Freud, las consecuencias son las
siguientes:
a) se realiza una descarga duradera de la excitación excesiva que ha causado
displacer;
b) se organiza una catexis que corresponde a la percepción de un objeto (la
persona atenta que permitió la acción específica);
c) se produce una imagen, un rastro del movimiento de la descarga.
Freud agrega que “como resultado de la experiencia de satisfacción, tiene lugar
una facilitación entre dos imágenes mnémicas…” (pp. 318-19), y considera esta
facilitación, esta asociación, como el núcleo del yo.

Si transponemos el lenguaje del Proyecto a los términos que Freud usó


posteriormente, se lo puede considerar como descripción de la génesis de la
representación haciéndolo proceder de la combinación de dos elementos: la
constitución de una imagen del objeto mediante la cual se obtuvo la satisfacción
y la huella del movimiento de descarga.

Por lo tanto, tengo la sensación de que mi propuesta de que la pulsión puede


ser descompuesta en dos corrientes libidinales de catexis, en dos “componentes
formativos” (“formants”, ver Denis, 1997) concuerda con la línea de

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pensamiento señalada por Freud. Una corriente libidinal se orienta hacia el


mundo exterior en busca del objeto que es necesario para la “acción específica”
(este es el componente de dominio); y la otra, después de catectizar las zonas
erógenas en cuestión y la satisfacción propiamente dicha, catectizarán la huella
de la satisfacción propiamente dicha (este es el componente de satisfacción).

Para mí –pero en concordancia con Freud- la experiencia de satisfacción es la


cuna de la constitución de la pulsión mediante la creación de una combinación
particular entre estas dos corrientes de catexis complementarias; al mismo
tiempo, esta experiencia constituye un objeto interno, una representación, una
imagen viva que se revive cuando la excitación libidinal vuelve a surgir. La
creación de la pulsión y la de la representación están, por lo tanto, absolutamente
interconectadas; o, para decirlo de otro modo, pulsión y representación resultan
de un mismo fenómeno que lleva al surgimiento del yo y de la vida psíquica
propiamente dicha.

El aspecto automático o reflejo de la experiencia de satisfacción corresponde


a su carácter pasivo, mientras que el medio para lograrla requiere una actividad.
En este sentido, toda pulsión es actividad con un objetivo intrínsecamente
pasivo, es decir la satisfacción.

Como resultado de la complejidad de su aparición, las condiciones de


satisfacción sólo se alcanzan de manera imperfecta, y la satisfacción nunca
puede ser más que relativa. Así, Freud nos dice: “Creo que, por extraño que
suene, debemos contar con que la posibilidad de que algo en la naturaleza del
instinto sexual en sí mismo sea desfavorable para el logro de una completa
satisfacción” (1912b, pp. 188-89).

La introducción por parte de Freud de la noción de placer se corresponde con


el carácter relativo de la satisfacción: el placer conoce grados que la satisfacción
quisiera ignorar. Cualquier disminución del nivel de excitación se experimenta
como placer; toda catexis –que disminuye la cantidad de libido flotante- tiene
por lo tanto un valor hedonista.

El proverbio de que para que algo se vuelva interesante basta con mirarlo por
un tiempo prolongado ilustra este poder de la catexis, cualquiera sea la forma
que tome. Toda catexis “en dominio” puede por consiguiente brindar un cierto
grado de placer, incluso si no culmina en una experiencia de satisfacción
propiamente dicha.

Para Freud, el desarrollo de la pulsión –de las pulsiones- tiene una “historia
larga y difícil”; para él la pulsión no es de ningún modo un fenómeno innato o
biológico: la pulsión nace en la historia.

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Cuando hablamos de las pulsiones como elementos primarios no quiere decir


que sean elementos biológicos pre-instalados o innatos, sino que son elementos
primarios de la mente: estamos tratando con el primer montaje psíquico que da
forma a parte de la libido flotante, y por lo tanto abriéndonos el camino a la
excitación libidinal.

Las pulsiones son psíquicas, adquiridas, y pueden considerarse como modos


de funcionamiento psíquico, como las primeras unidades diferenciadas de su
funcionamiento. Cada nueva experiencia de satisfacción obtenida en sinergia
con las catexis en dominio constituye una nueva representación o refuerza una
representación existente. De esta manera, debe considerarse que la experiencia
de satisfacción alimenta a la mente. 4

Si quisiéramos rehabilitar la noción de instinto, podríamos describir a los


instintos como biológicos, elementales, corporales e innatos. En consecuencia, la
pulsión sería definida como lo que hace la mente con los instintos.

El objeto y la pulsión
El placer y el objeto son reflejos uno del otro. La pulsión implica el objeto;
sin duda, Freud lo plantea como el elemento más contingente de la pulsión, pero
lo considera necesario para alcanzar su propósito, la descarga, es decir, el placer.
A nivel primario el objeto es un ‘objeto de la pulsión’, un ‘objeto parcial’; su
representación coincide con el ‘representante de la pulsión’. Cuando la
pluralidad de pulsiones se ha organizado alrededor de una figura que une y
orquesta un conjunto de representaciones de pulsiones, el ‘objeto de amor’ se
organiza y entonces deja de ser contingente y su pérdida puede amenazar la
organización del yo.

El objeto, por lo tanto, se constituye por medio del dominio, como un ‘objeto
de dominio’ y por medio de la satisfacción, como un ‘objeto de satisfacción’.

Tomemos el ejemplo del amamantamiento: el bebé llora, su actividad motora


–una forma de dominio sobre el mundo exterior- da como resultado que la madre
lo tome en brazos y él se prenda al pecho; luego la actividad motora de la
alimentación estimula la zona erógena y desencadena la experiencia de

4
Estoy tentado de comparar esta creación de la representación, un objeto psíquico, con las
formulaciones de Winnicott según las cuales el objeto es ‘creado-encontrado’ cuando una
experiencia mental interna se asocia con una experiencia del mundo exterior. Para Winnicott, es
una cuestión de un momento de ilusión que encuentra algo que pertenece al mundo exterior.
Para mí, es el encuentro entre la experiencia psíquica de satisfacción y las catexis mediante el
dominio de elementos del mundo exterior. Pero esta es quizás una posible definición de
ilusión…

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satisfacción oral sobre la que se centra toda la catexis; al mismo tiempo, las
actividades motoras se decatectizan. Lo que constituye el vínculo entre todas
estas experiencias sensoriales motoras y erógenas y completa la constitución
simultánea de la representación del ‘pecho’ y del impulso oral es la experiencia
de satisfacción. La llamada representación del ‘pecho’ de hecho asocia múltiples
elementos: la huella sensorial de ser tomado en brazos de la madre, de la
posición del amamantamiento, del olor de la madre, de la imagen del rostro
materno, las imágenes motoras de tomar el pezón y la acción de succionar,
combinadas con la memoria de la satisfacción erótica oral. La constitución del
objeto interno es entonces heredera de la actividad de la pulsión.

Para resumir: durante la primera etapa de la catexis en la cual el bebé busca


dominar el objeto, se forma una especie de imagen del objeto, se forma una
especie de figura sensorial y motora; cuando se logra la experiencia de
satisfacción estos trazos, este dibujo dejado por la actividad de dominio, esta
imagen en blanco y negro, este soporte que tiene sus raíces en el crisol de la satis
facción fija sus colores y es impregnado por ellos. El resultado constituye la
representación que persistirá después del agotamiento de la experiencia en sí
misma. La representación que ha aparecido testimonia de esta manera el
entrecruzamiento de las pulsiones entre dominio y erogeneidad, entre dominio y
satisfacción; nos enfrentamos a la vez con la representación de un objeto y con
el representante de una pulsión, con un ‘objeto psíquico’ que se agrega al tejido
psíquico existente. Por lo tanto, el registro de la satisfacción, centrado
inicialmente en el funcionamiento de las zonas erógenas, se extiende al mundo
de los objetos internos, de la fantasía, de la actividad de la fantasía, de la
interacción de las representaciones y de todas las gratificaciones obtenidas en el
registro del placer relacional y erótico pero también del placer del
funcionamiento psíquico.

Habitualmente, el registro del dominio y el de la satisfacción, junto con las


representaciones que derivan de esta última, funcionan en sinergia. Una
actividad motora y perceptiva discreta sostiene la interacción de represen-
taciones: los gestos acompañan y corroboran la elocuencia, la percepción de un
dibujo puede constituirse en un sueño, etc. Como escribió Montaigne: “Mis
pensamientos duermen si los dejo sentados”.

Las pulsiones parciales


Tomar el aparato de dominio como un todo nos lleva a considerar un registro
muy amplio cuya conexión con las zonas erógenas da como resultado la
constitución de pulsiones parciales. Cada elemento del aparato de dominio es un
componente parcial de diferentes pulsiones parciales. Es importante destacar que

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es posible que uno y el mismo elemento del aparato de dominio se integre con
distintas pulsiones parciales, ya que esta polivalencia puede contribuir a nuestra
comprensión de la ‘transformación de las pulsiones’.

Las pulsiones parciales asocian más o menos estrechamente a este o aquel


elemento del ‘aparato de dominio’ con esta o aquella zona erógena, o las dejan
más o menos aisladas. La boca y el ano asocian motricidad local y mucosa
erógena en su funcionamiento. Estas dos zonas son los polos de la aparición y
desaparición del objeto ‘en dominio’ y ‘en satisfacción’.

En cuanto a los elementos del aparato para conseguir dominio que no están
tan estrechamente asociados con una zona erógena, su poder consiste en hacer
aparecer o desaparecer el objeto ‘en dominio’, en hacerlo entrar o salir del
campo perceptivo o el campo de la prensión, ya sea mediante el contacto físico
(el tacto, por ejemplo) o a distancia mediante el oído y la vista; el ojo,
especialmente, es el instrumento de una especie de dominio a distancia. Como
dijo una paciente: “Los ojos son las piernas de la cabeza”.

Lo que diferencia los elementos del aparato de dominio de las zonas erógenas
es que dicho aparato no tiene un objeto ‘adecuado’ definido, en el sentido en que
hablamos de un estímulo adecuado. En cuanto a las zonas erógenas, podemos
establecer una correspondencia entre dos de ellas, al menos, y un ‘objeto parcial’
definido: el pecho para la boca, las heces para la mucosa anal, asociados con las
capacidades motoras para el dominio de la boca y el esfínter anal. No hay un
objeto parcial correspondiente para las zonas erógenas genitales que desde el
inicio tenga la consistencia de una realidad; inicialmente, el objeto adecuado
para estas zonas es potencial. Un punto en común al comienzo entre la zona
genital y el aparato de dominio es, entonces, que ninguno de ellos tiene un
objeto parcial definido. En los Tres Ensayos (1905), Freud señala que ciertos
instintos “aparecen en un sentido independientemente de las zonas erógenas…”
(p. 192) y cita los de escopofilia y exhibicionismo. Podemos suponer que las
pulsiones parciales definidas por un elemento aislado del aparato para obtener
dominio no tienen un objeto parcial preciso, pero gozan de cierta movilidad y
pueden desplazar fácilmente sus catexis de un objeto hacia otro; podría
definírselas como pulsiones parciales con un objeto contingente, mientras que
las pulsiones parciales correspondientes a la boca y el ano son pulsiones con un
objeto asignado.

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Conversaciones contemporáneas

La oralidad
En la obra de Freud el “aparato para obtener dominio” aparece en relación
con “apetitos caníbales y hambre”; la conexión entre dominio y oralidad está
establecida, por lo tanto, desde el comienzo. Pero también es esta conexión la
que causó el eclipse de la pulsión de dominio cuando Freud eligió darle
preeminencia a la noción de pulsiones de auto-preservación. Dicha conexión
persistió, sin embargo, en la mente de Freud, ya que en El yo y el ello (1923), se
refirió al “dominio oral del objeto”.

Fairbairn (1944), que invirtió el curso de la teoría de las pulsiones, tal vez
adoptó la noción de dominio e hizo de ella la fuerza motivacional de la
“búsqueda del objeto”, que reemplaza a la búsqueda del placer. Considera que la
libido no busca el placer sino esencialmente el objeto y, con respecto a la acción
de succionar, escribe: “La mera presencia de impulsos orales es en sí misma
bastante insuficiente para explicar una devoción tan pronunciada hacia los
objetos como implican estos fenómenos” (p. 83). Béla Grunberger (1959), en su
estudio de la relación objetal oral, no se refiere al dominio como tal sino que
señala en este registro una forma de dualidad que asocia “la exacerbada
intensidad de la búsqueda del objeto” y “el movimiento hacia la satisfacción de
la pulsión de cualquier tipo…” (p. 183); de ese modo delinea un doble
componente de la pulsión oral.

El funcionamiento de la zona erógena oral asocia estrechamente los esfuerzos


musculares para alimentarse y el placer erótico ligado a la estimulación de la
mucosa bucal. En cualquier caso, el registro de dominio como un todo, ejercido
y recibido, está presente por cierto en el núcleo de las primeras experiencias que
cimentan la oralidad: las manos que aferran el pecho o la mamadera, la
sensibilidad laberíntica a la posición de alimentación, el oído receptivo a la voz
de la madre, los ojos mirando fijamente la cara de la madre, etc.

Considero que el ejercicio constructivo de la oralidad supone un dominio


recíproco, cruzado, que organiza el placer para ambos participantes de la
situación de amamantamiento. Winnicott (1945) lo expresó de la siguiente
manera: si el bebé quiere devorar el pecho, “a la madre le gusta ser atacada por
un bebé hambriento” (p. 152).

Si quisiéramos reformular brevemente la “tríada oral” de Bertram Lewin en


términos de la dualidad dominio-satisfacción, la combinación comer, ser
comido, dormir, se transformaría, aproximadamente en: ejercer dominio, ser el
objeto del dominio, experimentar satisfacción. Comer, entonces, correspondería
al ejercicio del dominio, ser comido a ser el objeto del dominio ejercido por
otros, dormir sería el resultado de la satisfacción.

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La analidad
Al contrario de la oralidad, el dominio se asocia fácilmente con la analidad.
De hecho, Freud lo vinculó explícitamente, en varias ocasiones, con el sadismo y
consideró la ‘liberación’ de las heces o su ‘retención’ como un medio “por el
cual el bebé puede expresar su conformidad activa con su entorno [con la
liberación] y, a través de la retención” su desobediencia (1905, p. 186). En esta
fórmula, la retención aparece como un instrumento de poder. Karl Abraham
(1925) hizo una admirable descripción de las sensaciones de poder unidas a la
defecación, la sensación de ‘poder ilimitado’ que manifiesta el hecho de llamar
al asiento del inodoro ‘el trono’: “Uno de mis pacientes tenía una compulsión a
leer un significado de este tipo en el himno nacional alemán. Poniéndose, en sus
fantasías de grandeza, en el lugar del Kaiser, imaginaba para sí mismo la ‘gran
delicia’ de ‘bañarse en la gloria del trono’, es decir, de tocar sus propios
excrementos” (1921, pág. 375). Y Abraham incluso cita la expresión española
‘regir el vientre’, es decir dominarlo; la idea de dominio está claramente
presente aquí. En Francia, Béla Grunberger (1960), al describir la relación
objetal anal, se refiere a la pulsión de dominio en estos términos:
La pareja anal en su forma ideal es la de amo y esclavo (“tú eres mi objeto,
yo haré contigo lo que quiera y no tendrás manera de oponerte a mí”),
terminología que asume nuevamente su significación literal en la relación
aparentemente invertida, que es el masoquismo (por ej., “yo soy una cosa de tu
propiedad, puedes hacer conmigo lo que quieras”). Se trata de un asunto de
actitud fundamental que no es sólo un medio subordinado a un fin que lo
excede (Freud hablaba de un Bemächtigungstrieb: un instinto de dominio),
sino un fin en sí mismo…

(p. 101)

Aquí Grunberger entiende la pulsión de dominio como un “medio” pero


también señala que este “medio” se puede convertir en un fin en sí mismo, lo
que nos introduce al exceso de dominio.

El dominio pasa así a formar parte de la literatura psicoanalítica bajo la


cobertura de la negra capa de la analidad y el sadismo. La actividad del esfínter
anal es primero y principal la del autodominio sobre una parte del cuerpo del
niño, que, habiéndose convertido en heces cuando deja de ser parte de su cuerpo,
continúa no obstante perteneciéndole hasta que finalmente es confiscada. Estos
episodios abren la posibilidad de combinar dominio sobre un objeto
(Bemächtigung, en alemán; emprise, en francés,) y dominio sobre la satisfacción
(Bewältigung, en alemán; maîtrise, en francés) mediante las posibilidades de
retención, liberación y sumisión voluntaria a la pasividad esencial de la
satisfacción. Dominio sobre la satisfacción - Bewältigung – implica para mí
poner en juego formas de dominio moderado por sus vínculos con el registro de

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809
Conversaciones contemporáneas

representaciones y su contribución al desarrollo del yo. El dominio sobre la


satisfacción no se opone al dominio sobre el objeto; es una medida de la
integración del componente de dominio con el funcionamiento de la pulsión
como un todo. La analidad da una posibilidad de actuar, simbólica y radical-
mente, la relación de dominio en su relación con la excitación y con el placer de
una zona erógena. El poder ilimitado, el dominio ilimitado, puede ser usado
sobre el objeto masa fecal, un objeto parcial, que puede usarse como un medio
para excitar la zona erógena.

El dominio logrado sobre el objeto parcial anal lleva a un dominio


autoerótico de la excitación. En el registro anal la defecación incluso aparece
como un primer asesinato, un acto de destrucción de un objeto, un asesinato
inocente, sin castigo y repetible. No obstante, está ligado a una castración
transitoria pero real: una parte del propio cuerpo, un órgano interno viviente y
una fuente de placer se pierde y se convierte en objeto de desprecio: “Así el
viejo desafío anal entra en la composición del complejo de castración”; escribe
Freud (1917, p. 133). Queda por agregar que el componente formativo del
dominio se ejerce en todos los registros de pulsiones y no sólo en el de la
analidad: “El dominio no tiene olor”. 5

El sadismo, la locura de dominio y la destructividad


En la obra de Freud la conexión entre dominio y sadismo aparece por primera
vez en los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, sin ambigüedades: “…
el impulso de crueldad surge del instinto de dominio” (1905, p. 193). En 1915
Freud agregó esta aclaración con respecto a la organización sádico-anal: “La
actividad es puesta en marcha por el instinto de dominio mediante la estructura
de la musculatura somática” (p. 109-40).

En el esquema presentado en los Tres Ensayos es la ‘compasión’ 6 la que


controla el movimiento de dominio que se ha transformado en crueldad; está
implícito, sin embargo, que una satisfacción ligada a un objeto puede controlar
el movimiento: la satisfacción es, de hecho, el único acontecimiento que puede
controlar el movimiento de dominio; es su único sostén. La capacidad de com-
pasión que es capaz de controlar el sadismo surge de mecanismos de identi-
ficación e introyección que derivan en realidad de la experiencia de satisfacción.

Por lo tanto, esquemáticamente, cuando el aumento de la excitación no


culmina en la experiencia de satisfacción, el dominio se exacerba y provoca una
intensificación de los intentos de dominio porque no tiene la erogeneidad

5
Título de un artículo de J. Schaeffer (1986).
6
De la que Winnicott derivó la noción de ‘preocupación’.

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Paul Denis

necesaria para apaciguarla. El movimiento de dominio no es suficiente y no se


‘descarga’; por el contrario, los comportamientos de dominio se ‘cargan’ con
una catexis cada vez más violenta, que se aplica al objeto que resiste. Las
catexis, hasta aquí dedicadas a los sistemas psíquicos elaborados ‘en satisfac-
ción’ se desplazan hacia comportamientos de dominio, reforzándolos, y al
mismo tiempo vacían al sistema de representaciones y a las estructuras de su
peso económico. En la medida en que permanezca ligada, incluso precariamente,
a las representaciones, esta excitación sigue siendo sadismo; las manifestaciones
dolorosas del objeto involucrado son marcas de presencia, de interés, de placer
extraído del objeto. La ruptura del vínculo con el sistema de representaciones y
de las estructuras transforma al sadismo en destructividad libre, la excitación ya
no puede ser sujetada y la actuación en adelante se transforma en el camino a lo
largo del cual el dominio (que se ha convertido en la ‘locura de dominio’) se
precipita, incluso si el resultado es la destrucción del sujeto mismo y del objeto.
El sujeto entonces se convierto en algo como la mitad mala de El vizconde
demediado de Italo Calvino (1952) cuya locura asesina es incontenible, mientras
que la otra mitad inunda el mundo con su beneficencia.

Agresión e ‘instinto de agresión’


La idea de un instinto agresivo, propuesta por Adler, inicialmente fue
rechazada por Freud:
No me atrevo a suponer la existencia de un instinto agresivo especial junto con
los instintos conocidos de autopreservación y de sexo, y en pie de igualdad con
ellos. Me parece que Adler erróneamente ha presentado como un instinto
especial y con subsistencia propia a lo que en realidad es un atributo universal
e indispensable de todos los instintos: su carácter innato [triebhaft] y
apremiante, lo que puede describirse como su capacidad para iniciar el
movimiento. Entonces, no quedaría nada de los otros instintos, salvo su
relación con un propósito, ya que su relación con el medio para alcanzar ese
propósito le habría sido quitada por el ‘instinto agresivo’. A pesar de toda la
incertidumbre y oscuridad de nuestra teoría de los instintos, preferiría, por el
momento, adherir al punto de vista general, que deja a cada instinto su propia
capacidad de transformarse en agresivo, y me inclinaría a reconocer los dos
instintos que se volvieron reprimidos en Hans como componentes conocidos
de la libido sexual.

(1909, p. 140-41, cursivas mías)

Vale la pena señalar particularmente que Freud incluye en cada instinto


una “relación con el medio para alcanzar [su] propósito” y afirma que “cada
instinto [tiene] su propia capacidad de volverse agresivo”. Concebir, como es
mi caso, un componente de dominio en la pulsión es por lo tanto fiel al
espíritu de las concepciones freudianas de este período.

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Conversaciones contemporáneas

El verdadero escándalo: la libido que mata


Se puede entender la destructividad sin referirse a la pulsión de muerte,
tomando en cuenta el restablecimiento de la noción de dominio en su rol de
componente esencial de la pulsión en todo su potencial para el desencade-
namiento económico y el sadismo excesivo.

Freud vio que muchos fenómenos clínicos no podían explicarse en


términos de la oposición entre el principio del placer y el principio de
realidad. La introducción de Eros como aquello que tiende hacia unidades
aún más grandes y de Tánatos, que tiende hacia la desvinculación y la
disociación fue equivalente a introducir un principio de funcionamiento
psíquico que podría denominarse ‘principio de organización-
desorganización’. Estoy de acuerdo con esta necesidad y con el interés de
postular tal principio. En lo que difiero con Freud es en asimilar los dos
extremos de este principio de funcionamiento con las pulsiones y en referir
estas últimas a ‘vida’ y ‘muerte’.

Creo que la oposición que hizo Empédocles entre Eros y Neikos, entre
amor y lucha o combate, nos invita a considerar a la ‘satisfacción’ bajo el
signo de Eros –amor, sexualidad- y al ‘dominio’ bajo el signo de Neikos –
lucha, motricidad- como dos fuerzas complementarias. Neikos justifica bien
el ejercicio de la motricidad y sus eventuales excesos. Sin embargo, Caos
debe ser mantenido en segundo plano; Caos –la desorganización- es el gran
enemigo de la mente. Neikos y Eros representan los caminos para evitar el
Caos, para salir de la desorganización: la lucha, el ejercicio de la
musculatura, el dominio sobre el objeto, conducen a la satisfacción que
corona sus esfuerzos. En cualquier caso es posible, como lo hizo Freud en
1915, explicar el sadismo y la destrucción sin recurrir a una ‘pulsión de
muerte’.

En lo que se llama la segunda teoría de la pulsión, en 1920, Freud de


hecho introduce, bajo el nombre de pulsión, algo que ya no tiene nada que
ver con las pulsiones como habían sido definidas hasta entonces. Hace
desaparecer su dimensión psíquica, ya que atribuye las pulsiones sexuales a
la materia viva, aunque elemental. Vale la pena señalar que la noción de
pulsión, como había sido elaborada antes de 1919, desaparece totalmente en
formulaciones como estas: “¿Seguiremos las sugerencias que nos dio el
filósofo-poeta y nos aventuraremos a la hipótesis de que la sustancia viva al
momento de llegar a la vida fue dividida en pequeñas partículas, que desde
entonces se han esforzado por volver a unirse a través de los instintos
sexuales?” (1920, p. 58) o de nuevo: “Nuestras especulaciones han sugerido
que Eros opera desde el comienzo de la vida y aparece como ‘instinto de
vida’ por oposición al ‘instinto de muerte’ que fue creado por la aparición de

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Paul Denis

la sustancia inorgánica” (p. 61). El término ‘pulsión’ (‘instinto’ en la EE) ha


perdido en estos dos fragmentos toda especificidad metapsicológica. Las
‘pulsiones sexuales’ se convierten en una característica básica de la materia
viva, y la sexualidad desaparece como la fuerza que anima y construye la
mente: Freud mutila su propia teoría…

Hoy en día todavía nos encontramos con la idea de que en la pulsión hay
algo de escandaloso que, se afirma, los psicoanalistas prefieren suprimir, por
el deseo de eludir esta ‘realidad’. En realidad la introducción de la pulsión de
muerte provocó un movimiento de retracción en los círculos psicoanalíticos
precisamente debido a que la oposición entre Eros y Tánatos era más
parecida a los caminos que habitualmente toman las religiones y ciertos
sistemas filosóficos que a las concepciones que Freud había desarrollado
hasta el momento, como la sexualidad infantil y el descubrimiento del
complejo de Edipo, innovaciones que conservan su costado escandaloso.
Comparada con estos descubrimientos y con la teoría psicoanalítica como un
todo, la ‘pulsión de muerte’ tiene las características de un ‘cuerpo extraño’.
Debemos reconocer en la obra freudiana después de 1920 el desarrollo
paralelo de dos corrientes de pensamiento, una filosófica y pesimista y otra
que busca el desarrollo de la primera teoría de la pulsión; la primera y en
realidad la única.

Además, ¿fue tan grande el pesimismo de Freud al introducir la segunda


oposición pulsional? Quizás es más escandaloso –y más pesimista- pensar
que los hombres matan, para expresarlo con precisión, por placer. Pienso que
la idea de la libido que mata si nada interviene para controlar el despliegue
del sadismo, concebido como una fuerza libidinal, fue finalmente un motivo
de escándalo para el propio Freud, y fue neutralizada por la hipótesis de una
pulsión de muerte: de allí en adelante la sexualidad sería ‘buena’ y la ‘pulsión
de muerte’ mala. Con dudas y a pesar de sí mismo, Freud por lo tanto
introdujo una forma de maniqueísmo en el pensamiento analítico y cedió a lo
que he denominado una tentación gnóstica (ver Denis, 1997).

Las pulsiones y las relaciones objetales


A menudo se ha establecido una oposición entre los partidarios de las
relaciones objetales y los de las pulsiones, o entre concepciones basadas en la
noción de pulsión y los que consideran el narcisismo como una dimensión
esencial de la personalidad. Creo que estas oposiciones son la culminación de
una suerte de reducción teórica. Por cierto existe una gran tentación,
teóricamente, de “subordinar todos los aspectos del universo a uno de ellos”
(Borges, 1940). Esta fue la tentación a la que cedió Lacan con su

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813
Conversaciones contemporáneas

‘linguisterie’, Bowlby con el ‘apego’, y podemos multiplicar los ejemplos.


Sin embargo, al insistir que deben tenerse siempre en cuenta los tres puntos
de vista -topográfico, dinámico y económico- Freud nos previene contra la
tentación de la reducción antes de ceder a ella él mismo al someter el edificio
del psicoanálisis a la oposición entre las pulsiones de vida y las de muerte,
una oposición que de hecho da como resultado la desaparición de la noción
de pulsión como había sido elaborada hasta ese momento.

En la oposición entre los partidarios de la teoría de las relaciones objetales


- los herederos de Fairbairn que subrayaron la importancia de la ‘búsqueda
del objeto’- y los partidarios de la ‘búsqueda del placer’ -fieles a un aspecto
de las formulaciones de Freud- lo que en definitiva está en el centro del
debate es la pulsión.

Si la consideramos desde el ángulo del doble registro de dominio


(emprise) y satisfacción, la oposición entre la ‘búsqueda del objeto’ y la
‘búsqueda del placer’ parece ser una falacia. De hecho, en el esquema de la
pulsión como lo trazó Freud, si el ‘propósito de la pulsión’ es el placer de la
‘descarga libidinal’, el objeto de la pulsión contribuye a definirla: objeto y
placer están ligados. Pero además, desde mi punto de vista, objeto y placer
están constituidos en el mismo movimiento pulsional. La ‘búsqueda del
objeto’ de Fairbairn se refiere a los esfuerzos de dominio para apropiarse del
objeto, y la búsqueda del placer a la catexis del registro de satisfacción.

El riesgo de los puntos de vista que privilegian la necesidad del objeto es


relegar la sexualidad a un segundo plano, o incluso a hacer desaparecer
prácticamente su rol en la constitución de la personalidad; al mismo tiempo,
la dificultad de privilegiar la búsqueda del placer es que tiende a borrar el rol
del objeto, como persona, y la importancia de la realidad exterior.

La proposición teórica que yo defiendo permite conciliar ambos puntos de


vista. Así como es posible estudiar los fenómenos de la luz desde el ángulo
de la teoría corpuscular o desde el de la teoría ondulatoria, también es posible
concebir a la pulsión dentro del marco de una teoría que toma en cuenta sus
dos componentes, de modo que se toma en cuenta la unidad –el conjunto- de
su funcionamiento.

Estructuras, representaciones e imagos


Para los latinos la palabra imago designaba la máscara de cera que se
moldeaba sobre el rostro de un antepasado y se exponía a la entrada de la
villa. Aunque Freud usó poco el término imago, caracterizó un cierto número

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Paul Denis

de representaciones que estaban vinculadas para él con la figura del Destino y


a las cuales les otorgó un papel privilegiado.

La primera imago individualizada es probablemente la que Freud llama la


“imagen mnémica de la madre”. Por ejemplo, escribe: “Un hombre, especial-
mente, busca alguien que pueda representar la imagen [Errinerungsbild] de
su madre, ya que ésta ha dominado su mente desde su infancia más
temprana” (1905, p. 228). Me gustaría destacar aquí la idea de dominación
que, para mí, está asociada con la propia especificidad de la imago y está
relacionada con la idea de dominio (emprise).

La ‘madre fálica’ aparece en “Leonardo da Vinci y un recuerdo de su


infancia” (1910): “Ahora, esta madre diosa con cabeza de buitre era
representada habitualmente por los egipcios con un falo; su cuerpo era
femenino, como lo indicaban sus pechos, pero también tenía un órgano
masculino en estado de erección” (p. 94). Freud le hace desempeñar un rol
fundamental, tanto que debe ser abandonado al continuar con la evolución de
la psiquis.

Aunque el término imago fue propuesto por Jung, en realidad la noción de


imago era pre-existente a la aparición del término en sí mismo en la obra de
Freud, quien sin embargo adoptó prontamente la palabra. Más aún, cuando
trataba de describir los “prototipos” de las relaciones en la dinámica de la
transferencia, estuvo de acuerdo en hablar de la “imago del padre”, y
reconoció que ese era el “término acertado introducido por Jung”. 7

Vuelve a usar este término cuando describe la formación del superyó, que
empieza con las “imagos” de los padres modificadas por la influencia de
“maestros y autoridades, modelos auto-elegidos y héroes públicamente
reconocidos…” (1924, p. 168). A partir de esta alusión que hace Freud a la
formación del superyó, podemos identificar una oposición entre estructura e
imago. El superyó, como estructura, resulta de una elaboración, de la
adjunción de influencias sucesivas a las imagos parentales que le sirvieron
como punto de partida. En cambio, las imagos retienen su carácter arcaico.
Así la figura del Destino, que a veces puede ser considerada como
“impersonal” –dice Freud- puede integrarse con la estructura que es el
superyó, pero por el contrario muy a menudo permanece directamente ligada
a las imagos parentales: “…todos los que transfieren la dirección del mundo a
la Providencia, a Dios o a Dios y la Naturaleza, despiertan la sospecha de que
todavía consideran a estos poderes últimos y remotos como una pareja

7
“Si la ‘imago del padre’, para usar el término acertado introducido por Jung, es el factor decisivo
para lograr esto, el resultado coincidirá con las relaciones reales del sujeto con su médico” (Freud,
1912a, p. 100).

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Conversaciones contemporáneas

parental, en un sentido mitológico y se creen ligados a ellos por lazos


libidinales” (1924, p. 168).

Por otra parte, en Melanie Klein, en lo referente al superyó, hay una


confusión entre estructura e imago. En sus primeros artículos, reunidos en El
psicoanálisis de niños (1932), lo que ella llama superyó difiere
considerablemente de lo que Freud designó en la misma época con ese
nombre y como el “heredero del complejo de Edipo”. Klein escribe, por
ejemplo, en relación con el caso de Rita, de dos años de edad: “…esta
angustia estaba referida no sólo a los padres reales de la niña sino también, y
más especialmente, a sus padres introyectados, excesivamente severos. Nos
encontramos aquí con lo que llamamos el superyó en los adultos” (pág. 7).
En realidad, alude a las imagos más que a un superyó que es el heredero de
una organización edípica en el sentido freudiano. El superyó temprano, como
lo describe Melanie Klein, es más del orden de una imago que de una
estructura.

Si reunimos ahora las características de la imago, puede ser considerada


como una idea fijada que desempeña en el inconciente un papel particular, el
de un prototipo poderoso y restrictivo, que influye en nuestro destino
psíquico y une las características que surgen de las relaciones tempranas con
ambos padres a la vez.

Estamos, por lo tanto en un registro diferente de aquél en que las ideas


inconcientes organizan el funcionamiento de las pulsiones, representan
objetos que pueden ser sustituidos por otros, o se combinan para formar
‘estructuras’, conjuntos funcionales de ideas inconcientes que están
ciertamente ligadas unas con otras pero no tienen el carácter monolítico de
las imagos. La imago tiene su raíz, para mí, en el dominio inicial ejercido por
los padres sobre el niño en un momento que precede al reconocimiento de la
diferencia entre los dos sexos. Es una imagen heredada de este dominio
sufrido por el niño, cuyo resultado es feliz cuando conduce a la satisfacción,
pero es traumático cuando sumerge al niño en un estado de excitación que no
conduce a la satisfacción.

En la lucha contra el poder de la imago, el yo no negocia, confronta.


Enfrentado con oukase, la dictadura de la imago, la transgresión está
legitimada de antemano: transgredir o perecer. Mientras que se reconoce en
su superyó, el yo repudia a la imago y se enorgullece de engañarla y de
liberarse de ella. La imago, elaborada en base al modelo de padres excitantes,
pero demasiado excitantes para permitir al niño las satisfacciones de ternura
que podría disfrutar, no le permite al niño encontrar un desenlace
constructivo para el exceso de su excitación libidinal. Según Jones (1929), se
encuentra en una situación en la que ya no puede controlar su excitación

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Paul Denis

libidinal: es incapaz de “aliviarla y disfrutar de ese alivio”. Entonces tratará


de “aislar el yo de la excitación”, ya sea escapando de la situación que activó
en él la imago o tratando de “atenuar la excitación”, lo que lleva “al
agotamiento de una afánisis temporaria” (págs. 392-3), puesto que todo deseo
queda frustrado en la lucha contra la imago.

El recurso para luchar contra este exceso de excitación pertenece al


registro de ‘supresión’, que usa el recurso del dominio y no de la represión.
La represión enfrenta ciertas representaciones menos excitantes con otras que
son sobreexcitantes y hace uso de la motricidad (vuelo, actuación, etc.),
sensaciones autoprovocadas, sustancias tóxicas, etc. para calmar la
excitación.

Al objeto transicional, un objeto externo tratado como si perteneciera al


mundo interno, un auxiliar de representación externo, se opone la imago, un
objeto psíquico externo al yo, un objeto psíquico tratado como un objeto
externo. El objeto transicional es totalmente sometido, dúctil, maleable para
la mente; la imago se impone, somete, como una persona del mundo externo;
el sujeto trata de someterse ella o contrarrestarla, de encontrarla nuevamente
o de evitarla, de sacrificarse a ella o de destruirla. La imago es
antitransicional.

Al espacio transicional, un espacio de juego, de placer obtenido del


funcionamiento mental, de la reverie, de la creación, se opone un espacio de
la imago, en el cual se el juego cesa: es un espacio de restricción, de miedo,
de sacrificio, de dolor, de actos, de ritos, de obligación, de sumisión o de
rebelión.

Por lo tanto, pueden contrastarse dos posibles regímenes para el


funcionamiento psíquico. Cada uno de ellos puede prevalecer, pero pueden
aparecer en distintos momentos de la vida de cada uno de nosotros: al sistema
de las ‘estructuras’ -que asocia las pulsiones, las representaciones, la
represión, las estructuras elaboradas (yo, superyó, ideal del yo) y la
transferencia historizada-, se opone el sistema de la imago -que asocia la
excitación, las imagos, la represión, el yo ideal, la transferencia carismática,
etc.

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Conversaciones contemporáneas

Odio y amor
No es posible sostener, hablando estrictamente, la idea de Freud con
respecto a la “la inversión de contenido de los instintos”, según la cual
considera la aparición del odio como la reversión del amor en su contrario. El
odio no es más opuesto al amor que el vinagre al vino. El odio bien puede ser
considerado como una forma de amor. 8 En cualquier caso, es una pasión, y
muy frecuentemente una forma de vínculo con el objeto: “Cuídala: mi odio
necesita su vida” (Racine, Bajazet). Puede ser considerado un producto de la
transformación –o la degradación- del amor. En cualquier caso, considero
que la misma fuerza está en el origen de ambos sentimientos: “El nervio y el
principio del odio y de la amistad, del reconocimiento y la venganza, es el
mismo” (Saint-Simon, Memorias).

En la relación con un objeto externo que rehúsa ser la pareja en una


relación de satisfacción de dominio cruzado, el objeto deja de ser
contingente: la falta de satisfacción establece la omnipotencia del objeto,
omnipotencia que debe ser derrotada por una omnipotencia equivalente. Por
lo tanto “el objeto se conoce con odio”, como dice Freud; en cierta forma se
lo conoce “en dominio”, cuando el odio se pone en marcha.

La homeostasis del yo se basa, entonces, únicamente en la voluntad de


controlar este objeto y no en la satisfacción de la pulsión. Ocurre una
reversión y es la sexualidad la que se pone al servicio del dominio y ya no lo
contrario. “En esos momentos” –dice una paciente- “veo la sexualidad como
un arma”.

El odio, en mi opinión, no es entonces un fenómeno elemental. Por el


contrario, su determinismo es complejo y su organización, contradictoria.
Adopta la forma de un sentimiento compuesto por afectos intensos y
contrarios que se organizan en un estado de tensión amorosa con este objeto,
una especie de lazo con este objeto; el odio implica mantener el sistema de
representaciones durante un largo tiempo. Desde este punto de vista, en lugar
de considerar, como lo hace Robert Stoller (1975), que la “perversión es la
forma erótica del odio”, yo diría que el perverso ha bebido toda la vergüenza
y perdido todo el odio, ya que la degradación de su mundo de pulsiones ha
dado origen a tal desorganización en el registro de sentimientos de él/ella que
la cuestión de odio y amor ya no aparece.

8
En este sentido, me desvío completamente de las formulaciones kleinianas que ven al amor y
al odio como dos fuerzas opuestas, una emanación de las pulsiones de vida y las pulsiones de
muerte. Permítanme citar a Joan Rivière, por ejemplo: “Debe tenerse presente que, hablando en
general, el odio es una fuerza destructiva, desintegradora, que tiende a la privación y la muerte,
y el amor es una fuerza armonizadora y unificadora, que tiende al amor y al placer” (1937, p.
169).

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818
Paul Denis

Aplicaciones psicopatológicas
La escisión de la pulsión

Mi concepción de la actividad pulsional me permite abordar un cierto


número de modalidades de funcionamiento de la psiquis, sean éstas
consideradas deseables o no. Es cierto que la organización de la pulsión
puede descontrolarse, la pulsión puede escindirse y la representación puede
descomponerse en varios elementos. La idea de una escisión de la pulsión
sexual ya estaba presente en Freud.9 Imaginar un funcionamiento psíquico
duradero en el que los dos componentes de la pulsión estuvieran
completamente disociados y perdieran toda sinergia es naturalmente entrar en
el campo de la ficción psicoanalítica. Sin embargo, podemos investigar
aquellas organizaciones psíquicas que podrían aproximarse más a ese estado.

Todo en dominio y nada en satisfacción nos situaría en la vertiente del


“pensamiento operativo” (pensée opératoire) (Marty y de M’Uzan, 1962), un
sadismo desertificado, un vacío objetal separado de cualquier vínculo con las
zonas erógenas y con mínimo valor organizador para la excitación psíquica.
Estos pacientes, en un discurso que es fáctico y sin afecto, vinculan
‘imágenes’ sin placer, rastros de la catexis en dominio de objetos que están
separados de sus vínculos con la experiencia de satisfacción, vínculos que
han creado ‘represen-taciones’ por sí mismos.

Todo en satisfacción y nada en dominio nos situaría en un registro aluci-


natorio extático, por ejemplo el de los sueños.

En cada hecho psicopatológico es interesante considerar las alteraciones


en el funcionamiento de la pulsión, la posible escisión de la pulsión y la
redistribución de las catexis entre el registro de dominio y el de satisfacción.

Los comportamientos psicopáticos, las perversiones, las patologías del


carácter y la actuación patológica tienen lugar bajo el signo de la prevalencia
de los componentes de dominio del sistema pulsional; las toxicomanías
implican una búsqueda de equivalentes de la satisfacción que evitan en la
medida de lo posible el esfuerzo de conquistar un objeto de amor, Charles
Baudelaire escribió:

9
En el caso del Hombre Lobo (1918 [1914]) Freud se refiere a las tres corrientes de sexualidad
orientadas hacia el padre: homosexual, caníbal y masoquista: “Las tres corrientes tenían objetivos
sexuales pasivos; estaba el mismo objeto y el mismo impulso sexual, pero ese impulso se había
dividido en tres niveles diferentes” (p. 64).

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819
Conversaciones contemporáneas

¿Necesito agregar que el hashish, como todos los goces solitarios, hace al
individuo inútil para la humanidad y a la sociedad superflua para el individuo,
empujándolo a admirarse a sí mismo incesantemente y precipitándolo día a día
hacia el luminoso abismo en el que admira su cara de Narciso?

(Paraísos artificiales, 1860, mi traducción)

Perversión
En el registro perverso generalmente notamos una escisión de la pulsión
en sus dos componentes formativos: dominio y satisfacción; en el ejemplo de
placer perverso sádico la satisfacción, en el sentido que le he atribuido, tiende
a desaparecer. El sadismo culmina, en última instancia, en la yuxtaposición
del autoerotismo a través del placer de órgano– desconectado del sistema
representativo- asociado con el triunfo logrado al alcanzar el dominio sobre
el objeto. No hay ‘satisfacción’, sino la concomitancia de dos placeres:
triunfo posesivo por un lado y placer de órgano por el otro. No se forma una
representación conjunta y duradera, capaz de organizar la presencia de un
objeto interno ni hay ningún funcionamiento real a nivel de la fantasía.

La repetición idéntica del mismo ‘escenario perverso’, para usar el


término empleado por Joyce McDougall, debe reproducirse indefinidamente.
Es importante considerar la diferencia introducida por Joyce McDougall
entre fantasía y escenario perverso: el escenario, y su actuación en la realidad
externa, pertenece principalmente al registro de dominio, mientras que la
fantasía asocia representaciones que no necesitan el apoyo de una percepción
o de una sensación para desarrollarse.

El dominio perverso suprime la actividad de la fantasía y la reemplaza por


el ejercicio del poder solamente, reemplaza la experiencia de satisfacción por
una demostración de fuerza.

En definitiva, lo que define la dimensión perversa de una forma particular


de conducta sexual es la ausencia de identificación con el otro y la ausencia
de preocupación por las necesidades de él/ella. La perversión narcisista,
según Paul-Claude Racamier (1992), permite dar una definición
metapsicológica de perversión que es independiente de las descripciones
fenomenológicas de los comportamientos considerados perversos.

Lo que constituye la perversión sexual es el abuso sexual del otro para el


triunfo del sujeto, no las modalidades del acto sexual. Las perversiones
sexuales clásicas, basadas en el ejercicio de pulsiones parciales, fetichismo,
voyeurismo, exhibicionismo y otros, sólo asumen un carácter patológico si
excluyen cualquier otro tipo de sexualidad y sólo tienen un carácter

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‘perverso’ en el sentido de perversidad, de malignidad perversa, si se


imponen a otra persona sin su participación libre y plena. El hecho de
privilegiar en la relación sexual tal o cual pulsión parcial o la elección de una
pareja del mismo sexo no constituye un fenómeno perverso cuando es parte
de una relación con mutuo consentimiento o en una relación amorosa en todo
el sentido de la palabra.

La perversión en general –y la perversión sexual en particular- es, funda-


mentalmente, ‘perversión narcisista’.

Si seguimos las descripciones de Racamier (1992), es llamativo ver el


lugar que tienen en ellas los fenómenos de dominio: “Todo lo que sirve al
propósito de dominio es necesario para el narcisismo perverso” (p. 288). En
efecto, todo lo que dice Racamier parece describir el registro de dominio:
“¿El objeto? No es amado, es usado […] reducido a la utilidad” (p. 283). O,
de nuevo: “El objeto no es tratado como una persona o un amuleto sino como
un utensilio” […] “la perversión narcisista más lograda es todo acción y muy
poca fantasía” (p. 284).

La experiencia traumática
La desactivación del funcionamiento de la pulsión también puede
observarse en la práctica clínica en los estados traumáticos. Podemos suponer
que son el resultado de la sobrecarga económica de una u otra de las dos
corrien-tes iniciales de la pulsión: puede ser una sobreestimulación en
dominio –exceso de sensaciones, de estimulación sensorial o motora- o
una sobreestimulación del registro erógeno, por ejemplo en el caso de
un niño que presencia una escena sexual o de un niño o un adulto que ha sido
violado. En las neurosis de guerra, la sobreestimulación producida por las
situaciones de combate, bombardeos, etc., fuerza una catexis de dominio del
mundo externo sin que haya ninguna posibilidad de encontrar en ella un
objeto adecuado, un objeto de satisfacción y, de ese modo, vacía el espacio
de la fantasía de toda catexis: no hay reverie bajo las bombas;
la hipercatexis de la situación externa imposibilita cualquier forma de
experiencia de satisfacción o de placer; el funcionamiento pulsional está
desorganizado.

En los casos de experiencias de seducción sexual precoz el sistema


pulsional está desbalanceado en la otra dirección: la actividad de dominio no
ha tenido tiempo de desarrollarse lo suficiente como para permitirle al yo
estar activo en la construcción de la satisfacción. La pulsión no puede

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Conversaciones contemporáneas

funcionar en ninguno de los dos casos. El estado traumático de la mente,


entonces, puede definirse como la saturación del sistema pulsional debido a
una excitación que no puede usar.

Las imágenes y representaciones traumáticas pueden por lo tanto ser


presentadas como opuestas: las primeras, como las imágenes
de una pesadilla, son vehículos de excitación que no encuentran el camino a
la satisfacción o a un equivalente de la satisfacción; las segundas, las
representaciones, como las imágenes de los sueños, son mensajeras de
satisfacción.

Cuando ninguno de los componentes de la pulsión encuentra una sinergia,


aparecen los fenómenos de despersonalización y desorganización psíquica.

Empobrecimiento psíquico
Esta perspectiva también puede aplicarse a la cuestión del
empobrecimiento psíquico que se observa en los diferentes estados clínicos
en los que hay una suerte de destrucción de las representaciones. Parece que
deben distinguirse dos posibilidades.

La primera es una especie de desaparición psíquica mediante la decatexis;


retiramos nuestra catexis de una representación que luego desaparece en
beneficio de otra que luego parece existir por separado. Uno está en un cuarto
a oscuras, mueve el haz de luz de su linterna en distintas direcciones y
parece que sólo existe lo que se ilumina, pero el resto no se destruye, es como
el contenido de un libro cerrado en una biblioteca. Pero si el libro se pierde
en la biblioteca, su contenido es tan inaccesible como si el libro hubiese sido
destruido. Una decatexis indebidamente prolongada puede hacer desaparecer
cualquier vínculo con la representación decatectizada, la cual entonces
permanecerá inaccesible.

Pero es posible destruir un elemento psíquico de otra manera, es decir


mediante una hipercatexis en dominio. Alguien que no sabe leer y quiere
encontrar algo en un libro que le resulta de indispensable valor curativo es
posible que lo hojee tan desesperadamente que termine destruyendo las
páginas. Lo mismo que un sujeto que es incapaz de hallar satisfacción en una
relación con alguien puede descargar la frustración sobre esta persona hasta
el punto de destruir cualquier posibilidad de una relación; de modo que la
hipercatexis en dominio de una representación puede dar como resultado la
fijación sólo de la parte de ésta que es imagen, reducirla a su soporte-imagen,
y cortar sus vínculos con cualquier emoción. El aislamiento y la hipercatexis

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de una representación en relación con el todo al cual pertenece es el


comienzo de su reducción a su propio esqueleto.

Dominio y depresión
La depresión se organiza en relación con la pérdida de un objeto, una
pérdida que afecta al yo en sí mismo hasta el punto de que no puede tener
lugar el proceso de duelo. La desaparición de un objeto que tiene una función
organi-zadora para el yo, ya sea una persona amada o una estructura
catectizada narcisísticamente (actividad profesional, exilio, como también
dejar de consumir una sustancia tóxica, etc.) conduce a la desorganización.

Desde el punto de vista que yo sostengo, cada pérdida afecta a ambos


registros de pulsión. Un objeto se pierde si escapa del dominio que se ejerce
sobre él, si ha desaparecido, si está fuera del alcance y por lo tanto perdido
‘en relación con el dominio’. También debemos considerar que esta pérdida
de dominio se intensifica por el hecho de que este objeto ausente ya no puede
ejercer ningún dominio sobre el propio sujeto, y debe subrayarse que ser
objeto de dominio por parte de otra persona es uno de los elementos
fundamentales de cualquier relación. 10 El objeto entonces se pierde ipso facto
en relación con la satisfacción, puesto que ya no se puede elaborar una
experiencia directa de satisfacción con él. Cuando no está involucrada una
persona, la situación o cosa que se ha perdido, cuya posesión sustenta a un
conjunto de representaciones, priva al sujeto de un medio para recurrir a una
fuente interna de satisfacciones mnémicas.

Pero un objeto que está presente y es perceptible, pero que no responde a


las solicitaciones, no ejerce poder sobre quien apela a éste y que además
rehúsa o es incapaz de brindar la más ligera satisfacción directa, está perdido.

Cuando la desorganización no es demasiado intensa, las representaciones


del objeto permiten que tenga lugar una reorganización alrededor de ellas, así
como una modalidad de funcionamiento psíquico que trae un cierto grado de
placer. Entonces puede ocurrir un proceso de duelo.

A la inversa, si la desorganización es demasiado profunda, el ‘amor por el


objeto’, nos dice Freud, ‘no puede abandonarse’ y hay una ‘configuración del
objeto dentro del yo’ en la forma de una ‘sombra del objeto’, una especie de
ídolo interno al que la mente adora en un intento de reorganizarse a sí misma.

10
Este es un aspecto del par claustrofilia-claustrofobia y depresión señalado por B. Lewin
(1935). Ser excluido de un claustrum es el equivalente a la pérdida del dominio de un objeto
sobre uno mismo.

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Conversaciones contemporáneas

Una gran parte de la catexis en dominio de las pulsiones dirigidas a esa


imagen la sobrecarga. El funcionamiento psíquico evita la despersonalización
pero se encuentra congelado o fijado en la imagen. La actividad de dominio
puede transponerse al soporte material que posibilita mantener, en ausencia
del objeto en sí mismo, una catexis perceptiva: una medalla, un retrato, una
foto, ropas, etc. Cuando la búsqueda de una hiperpercepción es imposible o
está agotada, el dominio puede trasponerse a las sensaciones, incluyendo
fenómenos dolorosos; el dolor, dice Freud, tiende a “vaciar el yo”.

La excitación de la depresión, que olvidamos demasiado a menudo, se


concentra en esta catexis de un ídolo del objeto y los sucesivos materiales y
sensaciones que sirven como sustituto de su presencia; esta concentración de
la catexis priva de toda su energía al resto del funcionamiento psíquico.

La negación de una pérdida necesita una reorganización del


funcionamiento mental como un todo que incluye una alteración de la
relación con la realidad, una ‘pérdida de la realidad’. 11 Es evidente la
analogía con el fetichismo.

El recurso masoquista
La iniciación de un movimiento que lleva a recurrir al dolor como medio
de luchar contra la desorganización plantea la cuestión del masoquismo
cuando falla o está agotado el recurso de acudir al mundo de las
representaciones.

Primero, la corriente de catexis que era la fuerza motora que impulsaba al


dominio deja el registro de motricidad: en lugar de estar orientado hacia la
búsqueda de estimulaciones que se obtienen mediante el contacto con las
personas en el mundo exterior, el flujo de catexis primero se vuelve hacia las
sensaciones emanadas espontáneamente del propio cuerpo del sujeto, que
funcionan como sustituto de las sensaciones producidas por el dominio
ejercido por otros y por el contacto con el cuerpo de otros, incluso si esas
sensaciones fueran dolorosas; la búsqueda de intensidad lleva al dolor y a la
búsqueda del dolor.

Es importante señalar que casi todas las zonas y órganos del cuerpo tienen
la capacidad de ser el asiento de sensaciones dolorosas, una capacidad
‘algógena’. El registro doloroso, algógeno, ofrece entonces a la catexis una

11
En el sentido que le da Ferenczi.

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tercera vía que puede ser concurrente con la del dominio y la de las zonas
erógenas y la satisfacción.

Así como el sadismo destructivo resulta de un incremento en las catexis


en dominio orientadas al mundo exterior, el peligro del masoquismo, en el
que Freud insistió, resulta de la acumulación de esas catexis: sensaciones de
hambre, mareo, fatiga, dolores, todo lo que ocupa la mente del héroe de
Hambre (1890) de Knut Hamsun y contribuye a aislarlo aún más. La mente
se vacía tanto en la explosión de la locura de dominio como en la implosión
que manifiesta la implosión mortal del masoquismo. La muerte corporal, por
agotamiento o por suicido, pueden provenir de la catectización de los
productos de la desorganización de la mente. El suicidio puede aparecer
como resultado de un movimiento de auto-dominio, un intento de recobrar el
poder absoluto sobre la desorganización y sobre todo lo que el sujeto sufre.

También debe tenerse en cuenta el hecho de que toda hipercatexis fijada


es en última instancia experimentada por la mente como dolor. El dolor
psíquico de los estados melancólicos resulta de este fenómeno. 12

El dominio y la situación analítica


Todas –o casi todas- las prescripciones del encuadre psicoanalítico –del
“marco” (cadre), un término que en y por sí mismo designa una forma de
dominio- son medidas que están diseñadas para establecer pero también para
limitar en la medida de lo posible la activación del componente formativo de
dominio que funciona en la pulsión, en ambos protagonistas de la situación
psicoanalítica. En su descripción de la situación analítica, Stone (1961)
señala que es necesario que el analista “mantenga sus cualidades personales o
sus reacciones fuera del alcance del paciente” (citado por Hoffmann, 1983, p.
397), pero lo contrario es igualmente cierto; es necesario alejar a la persona
del paciente de la influencia o el dominio del analista, que deben estar
limitados a los elementos del encuadre.

Todos los componentes del mecanismo de dominio están subordinados


por la situación analítica a un uso restringido. Se impide la visión de la cara y
postura del analista; el ejercicio de la motricidad está ampliamente limitado
por la postura de yacer sobre el diván, está prohibido todo contacto corporal,
incluso la nariz está girada hacia el lado opuesto al analista. Los límites
comunicados con respecto a la duración y frecuencia de las sesiones sirven
para encauzar el poder del analista, pero también para limitar eventuales

12
Descripto por Freud en Inhibiciones, síntomas y ansiedad (1926).

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Conversaciones contemporáneas

demandas adicionales por parte del paciente. Los acuerdos de pago se


diseñan para regular el poder de retención del analisando y las exigencias
financieras de ambos protagonistas.

Mediante la fijación del encuadre el analista indudablemente ejerce una


forma actuada de dominio sobre el paciente: las condiciones del analista son
‘tómalas o déjalas’; hay un ‘contrato’, un ‘contrato unilateral’, que impone el
pago de las sesiones a las que el paciente no asistió y los períodos de
vacaciones son fijados por el analista; el propio plazo del contrato implica,
además, restricción, dominio. Pero lo que se ejerce definitivamente es
dominio; la designación del comienzo y finalización de la sesión queda fuera
de los caprichos de las fluctuaciones del dominio, por el factor arbitrario del
acuerdo del tiempo, puesto que se supone que el analista limita sus acciones a
aquel acuerdo; el dominio del analista está reducido al encuadre, de modo
que todo lo que le queda es el discurso.

El objetivo de la ‘fijación del encuadre’ es, por lo tanto, obtener una


situación en la que juega una actividad puramente representativa, exenta lo
más posible de la escoria proveniente del mundo exterior y que suspende las
actividades del yo dirigidas a este último. Es por cierto una cuestión de
excluir el dominio, pero, al fijar las reglas del encuadre, el analista pone un
cerco, por así decirlo, a la actividad representativa para sacarla de sus
posiciones atrincheradas, para obligarla a abandonar sus defensas, soltarse de
los amarres del sistema Pcpt.-Cs., es decir, soltarse de las catexis de dominio
que sirven para enmascarar el mundo de representaciones del paciente. El
modelo de sueño, del que depende la manifestación de los sueños, ha
sucedido al modelo de hipnosis. Desde esta perspectiva, la regla fundamental
aparece como la significación dada por el analista a este comportamiento
extraño. Sin embargo, la regla fundamental no tiene otro poder que el de una
invitación y designa un espacio.

El psicoanalista, como guardián del encuadre, mantiene en él las


condiciones más favorables para la actividad representativa, pero también es
importante recordar que el encuadre, que incluye la regla de la abstinencia,
también protege la libertad de la actividad psíquica del analista en la
contratransferencia, una libertad que es necesaria para asegurar que sus
intervenciones son suficientemente neutrales. El analista también debe
aceptar los límites del encuadre.

La contundencia del método, no obstante, tenía un inconveniente: como


enemigo del dominio (Bemächtigung, emprise), el psicoanálisis eliminó de la
teoría este concepto problemático. A este respecto, el psicoanálisis es similar
a la histeria en la medida en que esta última trata de evitar el dominio.

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Paul Denis

El analista simultáneamente elude dos roles relacionados que le serían


asignados por una relación de objeto ordinaria, es decir, objeto de dominio y
objeto de satisfacción; en lugar de eso, adopta un estatus que es difícil de
definir, el de la falsa liebre, para usar la metáfora de Freud. He propuesto el
término anti-objeto para destacar el hecho de que el analista constantemente
se retira al interpretar la transferencia y evita permitir que se organice en
torno a él una relación de objeto estable basada en satisfacciones mutuas. La
regla de la abstinencia es parte de esta política de ser un anti-objeto que que
rechaza en el registro de dominio y el de satisfacción por igual, y se limita a
la función de catalizador de la actividad representativa.

En el encuadre clásico de la situación analítica, la frustración del registro


de dominio tiene el propósito de facilitar la evocación de representaciones
que son independientes de la persona del analista en sí mismo. Pero en
sujetos para los que el registro de representaciones es más vulnerable, dicho
registro puede, por el contrario, ser inhibido en su funcionamiento por la
restricción de contacto sensorial con el analista; casos como estos nos llevan
a proponer sesiones cara a cara. Existen por cierto pacientes que necesitan
tener frente a sí la cara de su analista y organizar una forma de catexis en
dominio de su persona como apoyo para su actividad representativa. Estos
pacientes necesitan emplear una mínima actividad de dominio para sostener
el terreno de las representaciones. Muy a menudo la ausencia de toda
actividad de dominio impide el funcionamiento del sistema representativo
aun cuando su constitución sea bastante estable. Una mínima actividad de
dominio, por ejemplo la percepción del analista, puede jugar un papel similar
al de los residuos de la vigilia en la elaboración de los sueños o
especialmente al de las huellas de los recuerdos como soporte de las
representaciones. Encontramos aquí un modo de funcionamiento que es
análogo al que me referí en relación con el objeto transicional, cuyo uso
sostiene la actividad representativa.

Podemos considerar que el dominio es aquello contra lo cual se fundó la


identidad del psicoanálisis; reintroducirlo en la teoría y tener en cuenta su
omnipresencia en el funcionamiento psíquico puede ayudarnos a teorizar la
paradoja, cuya ubicación es el encuadre, y especialmente a abrir la
posibilidad de reducir las escisiones intrínsecas en lo que se desenvuelve
dentro del movimiento del análisis.

Conclusión

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Conversaciones contemporáneas

Desde mi punto de vista, la noción de pulsión, entonces, sigue siendo


absolutamente fundamental para el psicoanálisis. Podríamos incluso decir de
la teoría de las pulsiones lo que Freud dijo de la teoría de las etapas: es una
cuestión de vida o muerte para el psicoanálisis. Pero ¿qué es lo que describe
la teoría de las etapas sino la aparición de las pulsiones en la actividad de las
zonas erógenas?

Finalmente, lo que yo he hecho es explicitar la posición freudiana


agregando a la actividad de las zonas erógenas lo que Freud sólo había
descripto en forma alusiva cuando reconoció que “cada instinto [tiene] su
propio poder de transformarse en agresivo” (cursivas mías). Freud fue quien
primero notó algo que no era solamente erógeno en la pulsión; yo he
desarrollado este camino que él pudo haber tomado para explicar lo que había
notado, usando la noción de dominio que él mismo había introducido.

Con respecto a la ‘segunda topografía’ –yo, ello, superyó – creo que he


señalado, si no demostrado, que puede perfectamente ser concebida en
términos de la libido sin recurrir a la noción de pulsión de muerte. En cuanto
a la oposición entre Eros, que tiende hacia unidades mayores, y Tánatos, que
desvincula y desorganiza, señalo que Freud consideró necesario introducir un
principio de funcionamiento complementario del principio de placer-
displacer; se basó quizás en la oposición entre Eros y Caos, en la que la
desorganización es la muerte de la psiquis. Con relación a la oposición entre
‘pulsión de vida’ y ‘pulsión de muerte’ la única idea indispensable, en última
instancia, es la de un principio de organización-desorganización, que no es de
ninguna manera necesario asociar con las ideas de ‘vida’ y ‘muerte’, en el
sentido biológico, que no tiene nada que ver con la metapsicología.

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