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Paul Denis
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Conversaciones contemporáneas
Reconsideración de la pulsión: Dominio y
satisfacción 1
Paul Denis
Paris Psychoanalytic Society, 187 rue Saint Jacques 75005 Paris,
France
E-mail: paul.denis5@wanadoo.fr
Palabras clave: dominio, excitación, imago, libido, objeto, perversión, pulsión de muerte,
representación, sadismo, satisfacción.
León Tolstoi
1
Traducido del francés al inglés por Paul Denis.
Traducido por Stella Maris Rizzo del original en inglés publicado con el título
Conversaciones contemporáneas. Reconsideración de la pulsión: Dominio y
satisfacción, en Int. J. Psycho-Anal., 97(3), 10:782–813.
Todos los derechos reservados. Traducción autorizada de la edición en idioma inglés
publicada por John Wiley & Sons Limited. La responsabilidad por la exactitud de la
traducción es responsabilidad exclusiva del Instituto de Psicoanálisis y no
responsabilidad de John Wiley & Sons Limited.
(1905, p. 168)
2
Este término, traducido al francés como ‘pulsion d’emprise’, no fue traducido satisfactoriamente
al inglés: Strachey la tradujo como ‘instinct for mastery’, que no distingue entre Bemächtingung y
Bewältingung (emprise y maîtrise) [influencia y maestría]; ‘dominion’ [dominio] habría sido
mejor.
(1912-13, p. 84)
Siguiendo el modelo que propongo, los dos componentes de toda pulsión, sus
dos vectores, los dos “componentes formativos” de los que es resultado, son, por
un lado, una corriente de catexis en la modalidad de dominio y, por el otro, una
fuerza constituida por el flujo libidinal que catectiza la satisfacción.
3
Esto puede explicar el hecho de que Freud dejara de lado esta noción. Podemos suponer que
pensó que era imposible mantener la idea de una pulsión de dominio no sexual. Probablemente
por la misma razón los intentos de reinstalar la noción de pulsión de dominio en la teoría
psicoanalítica hasta el momento han fracasado. Por ejemplo, Ives Hendrick dedicó una serie de
artículos a lo que llama el instinto de dominio. Lo consideraba un elemento no sexual, e incluso
posteriormente trató de hacerlo corresponder con un particular principio de su teorización: el
“principio del trabajo”. Esta completa desexualización asombró incluso a los defensores de la
psicología del yo, que normalmente no debería haber sido tan reticentes acerca de la
proposición de Hendrick (1943), ya que sus formulaciones eran particularmente compatibles
con la teoría del yo autónomo; no le prestaron atención en absoluto, y todas las ideas que
propuso fueron rechazadas sucesivamente por Fenichel, Hartmann, Kris y Loewenstein. Roger
Dorey, en Francia, dejó de lado la “pulsión de dominio” en favor de la “relación de dominio”.
La composición de la pulsión
La particularidad de las zonas erógenas es que tienen el poder de brindar un
intenso placer orgásmico si encuentran el objeto adecuado que las estimule y si
se ejerce una actividad de domino sobre éste. Este encuentro, este
descubrimiento, esta actividad culmina en la ‘experiencia de satisfacción’ a la
que se refiere Freud, que en mi opinión, juega un papel esencial. El estado de
excitación de la mente se convierte en placer gracias a una acción específica que
dispara el mecanismo reflejo que conduce a su resolución.
Freud habla de esto por primera vez en el Proyecto (1950a [1895] Edición
Estándar de la obra de S. Freud, 1, p. 317): “El hecho completo entonces
constituye una experiencia de satisfacción, que tiene resultados decisivos en el
desarrollo de las funciones del individuo”. Para Freud, las consecuencias son las
siguientes:
a) se realiza una descarga duradera de la excitación excesiva que ha causado
displacer;
b) se organiza una catexis que corresponde a la percepción de un objeto (la
persona atenta que permitió la acción específica);
c) se produce una imagen, un rastro del movimiento de la descarga.
Freud agrega que “como resultado de la experiencia de satisfacción, tiene lugar
una facilitación entre dos imágenes mnémicas…” (pp. 318-19), y considera esta
facilitación, esta asociación, como el núcleo del yo.
El proverbio de que para que algo se vuelva interesante basta con mirarlo por
un tiempo prolongado ilustra este poder de la catexis, cualquiera sea la forma
que tome. Toda catexis “en dominio” puede por consiguiente brindar un cierto
grado de placer, incluso si no culmina en una experiencia de satisfacción
propiamente dicha.
Para Freud, el desarrollo de la pulsión –de las pulsiones- tiene una “historia
larga y difícil”; para él la pulsión no es de ningún modo un fenómeno innato o
biológico: la pulsión nace en la historia.
El objeto y la pulsión
El placer y el objeto son reflejos uno del otro. La pulsión implica el objeto;
sin duda, Freud lo plantea como el elemento más contingente de la pulsión, pero
lo considera necesario para alcanzar su propósito, la descarga, es decir, el placer.
A nivel primario el objeto es un ‘objeto de la pulsión’, un ‘objeto parcial’; su
representación coincide con el ‘representante de la pulsión’. Cuando la
pluralidad de pulsiones se ha organizado alrededor de una figura que une y
orquesta un conjunto de representaciones de pulsiones, el ‘objeto de amor’ se
organiza y entonces deja de ser contingente y su pérdida puede amenazar la
organización del yo.
El objeto, por lo tanto, se constituye por medio del dominio, como un ‘objeto
de dominio’ y por medio de la satisfacción, como un ‘objeto de satisfacción’.
4
Estoy tentado de comparar esta creación de la representación, un objeto psíquico, con las
formulaciones de Winnicott según las cuales el objeto es ‘creado-encontrado’ cuando una
experiencia mental interna se asocia con una experiencia del mundo exterior. Para Winnicott, es
una cuestión de un momento de ilusión que encuentra algo que pertenece al mundo exterior.
Para mí, es el encuentro entre la experiencia psíquica de satisfacción y las catexis mediante el
dominio de elementos del mundo exterior. Pero esta es quizás una posible definición de
ilusión…
satisfacción oral sobre la que se centra toda la catexis; al mismo tiempo, las
actividades motoras se decatectizan. Lo que constituye el vínculo entre todas
estas experiencias sensoriales motoras y erógenas y completa la constitución
simultánea de la representación del ‘pecho’ y del impulso oral es la experiencia
de satisfacción. La llamada representación del ‘pecho’ de hecho asocia múltiples
elementos: la huella sensorial de ser tomado en brazos de la madre, de la
posición del amamantamiento, del olor de la madre, de la imagen del rostro
materno, las imágenes motoras de tomar el pezón y la acción de succionar,
combinadas con la memoria de la satisfacción erótica oral. La constitución del
objeto interno es entonces heredera de la actividad de la pulsión.
es posible que uno y el mismo elemento del aparato de dominio se integre con
distintas pulsiones parciales, ya que esta polivalencia puede contribuir a nuestra
comprensión de la ‘transformación de las pulsiones’.
En cuanto a los elementos del aparato para conseguir dominio que no están
tan estrechamente asociados con una zona erógena, su poder consiste en hacer
aparecer o desaparecer el objeto ‘en dominio’, en hacerlo entrar o salir del
campo perceptivo o el campo de la prensión, ya sea mediante el contacto físico
(el tacto, por ejemplo) o a distancia mediante el oído y la vista; el ojo,
especialmente, es el instrumento de una especie de dominio a distancia. Como
dijo una paciente: “Los ojos son las piernas de la cabeza”.
Lo que diferencia los elementos del aparato de dominio de las zonas erógenas
es que dicho aparato no tiene un objeto ‘adecuado’ definido, en el sentido en que
hablamos de un estímulo adecuado. En cuanto a las zonas erógenas, podemos
establecer una correspondencia entre dos de ellas, al menos, y un ‘objeto parcial’
definido: el pecho para la boca, las heces para la mucosa anal, asociados con las
capacidades motoras para el dominio de la boca y el esfínter anal. No hay un
objeto parcial correspondiente para las zonas erógenas genitales que desde el
inicio tenga la consistencia de una realidad; inicialmente, el objeto adecuado
para estas zonas es potencial. Un punto en común al comienzo entre la zona
genital y el aparato de dominio es, entonces, que ninguno de ellos tiene un
objeto parcial definido. En los Tres Ensayos (1905), Freud señala que ciertos
instintos “aparecen en un sentido independientemente de las zonas erógenas…”
(p. 192) y cita los de escopofilia y exhibicionismo. Podemos suponer que las
pulsiones parciales definidas por un elemento aislado del aparato para obtener
dominio no tienen un objeto parcial preciso, pero gozan de cierta movilidad y
pueden desplazar fácilmente sus catexis de un objeto hacia otro; podría
definírselas como pulsiones parciales con un objeto contingente, mientras que
las pulsiones parciales correspondientes a la boca y el ano son pulsiones con un
objeto asignado.
La oralidad
En la obra de Freud el “aparato para obtener dominio” aparece en relación
con “apetitos caníbales y hambre”; la conexión entre dominio y oralidad está
establecida, por lo tanto, desde el comienzo. Pero también es esta conexión la
que causó el eclipse de la pulsión de dominio cuando Freud eligió darle
preeminencia a la noción de pulsiones de auto-preservación. Dicha conexión
persistió, sin embargo, en la mente de Freud, ya que en El yo y el ello (1923), se
refirió al “dominio oral del objeto”.
Fairbairn (1944), que invirtió el curso de la teoría de las pulsiones, tal vez
adoptó la noción de dominio e hizo de ella la fuerza motivacional de la
“búsqueda del objeto”, que reemplaza a la búsqueda del placer. Considera que la
libido no busca el placer sino esencialmente el objeto y, con respecto a la acción
de succionar, escribe: “La mera presencia de impulsos orales es en sí misma
bastante insuficiente para explicar una devoción tan pronunciada hacia los
objetos como implican estos fenómenos” (p. 83). Béla Grunberger (1959), en su
estudio de la relación objetal oral, no se refiere al dominio como tal sino que
señala en este registro una forma de dualidad que asocia “la exacerbada
intensidad de la búsqueda del objeto” y “el movimiento hacia la satisfacción de
la pulsión de cualquier tipo…” (p. 183); de ese modo delinea un doble
componente de la pulsión oral.
La analidad
Al contrario de la oralidad, el dominio se asocia fácilmente con la analidad.
De hecho, Freud lo vinculó explícitamente, en varias ocasiones, con el sadismo y
consideró la ‘liberación’ de las heces o su ‘retención’ como un medio “por el
cual el bebé puede expresar su conformidad activa con su entorno [con la
liberación] y, a través de la retención” su desobediencia (1905, p. 186). En esta
fórmula, la retención aparece como un instrumento de poder. Karl Abraham
(1925) hizo una admirable descripción de las sensaciones de poder unidas a la
defecación, la sensación de ‘poder ilimitado’ que manifiesta el hecho de llamar
al asiento del inodoro ‘el trono’: “Uno de mis pacientes tenía una compulsión a
leer un significado de este tipo en el himno nacional alemán. Poniéndose, en sus
fantasías de grandeza, en el lugar del Kaiser, imaginaba para sí mismo la ‘gran
delicia’ de ‘bañarse en la gloria del trono’, es decir, de tocar sus propios
excrementos” (1921, pág. 375). Y Abraham incluso cita la expresión española
‘regir el vientre’, es decir dominarlo; la idea de dominio está claramente
presente aquí. En Francia, Béla Grunberger (1960), al describir la relación
objetal anal, se refiere a la pulsión de dominio en estos términos:
La pareja anal en su forma ideal es la de amo y esclavo (“tú eres mi objeto,
yo haré contigo lo que quiera y no tendrás manera de oponerte a mí”),
terminología que asume nuevamente su significación literal en la relación
aparentemente invertida, que es el masoquismo (por ej., “yo soy una cosa de tu
propiedad, puedes hacer conmigo lo que quieras”). Se trata de un asunto de
actitud fundamental que no es sólo un medio subordinado a un fin que lo
excede (Freud hablaba de un Bemächtigungstrieb: un instinto de dominio),
sino un fin en sí mismo…
(p. 101)
5
Título de un artículo de J. Schaeffer (1986).
6
De la que Winnicott derivó la noción de ‘preocupación’.
Creo que la oposición que hizo Empédocles entre Eros y Neikos, entre
amor y lucha o combate, nos invita a considerar a la ‘satisfacción’ bajo el
signo de Eros –amor, sexualidad- y al ‘dominio’ bajo el signo de Neikos –
lucha, motricidad- como dos fuerzas complementarias. Neikos justifica bien
el ejercicio de la motricidad y sus eventuales excesos. Sin embargo, Caos
debe ser mantenido en segundo plano; Caos –la desorganización- es el gran
enemigo de la mente. Neikos y Eros representan los caminos para evitar el
Caos, para salir de la desorganización: la lucha, el ejercicio de la
musculatura, el dominio sobre el objeto, conducen a la satisfacción que
corona sus esfuerzos. En cualquier caso es posible, como lo hizo Freud en
1915, explicar el sadismo y la destrucción sin recurrir a una ‘pulsión de
muerte’.
Hoy en día todavía nos encontramos con la idea de que en la pulsión hay
algo de escandaloso que, se afirma, los psicoanalistas prefieren suprimir, por
el deseo de eludir esta ‘realidad’. En realidad la introducción de la pulsión de
muerte provocó un movimiento de retracción en los círculos psicoanalíticos
precisamente debido a que la oposición entre Eros y Tánatos era más
parecida a los caminos que habitualmente toman las religiones y ciertos
sistemas filosóficos que a las concepciones que Freud había desarrollado
hasta el momento, como la sexualidad infantil y el descubrimiento del
complejo de Edipo, innovaciones que conservan su costado escandaloso.
Comparada con estos descubrimientos y con la teoría psicoanalítica como un
todo, la ‘pulsión de muerte’ tiene las características de un ‘cuerpo extraño’.
Debemos reconocer en la obra freudiana después de 1920 el desarrollo
paralelo de dos corrientes de pensamiento, una filosófica y pesimista y otra
que busca el desarrollo de la primera teoría de la pulsión; la primera y en
realidad la única.
Vuelve a usar este término cuando describe la formación del superyó, que
empieza con las “imagos” de los padres modificadas por la influencia de
“maestros y autoridades, modelos auto-elegidos y héroes públicamente
reconocidos…” (1924, p. 168). A partir de esta alusión que hace Freud a la
formación del superyó, podemos identificar una oposición entre estructura e
imago. El superyó, como estructura, resulta de una elaboración, de la
adjunción de influencias sucesivas a las imagos parentales que le sirvieron
como punto de partida. En cambio, las imagos retienen su carácter arcaico.
Así la figura del Destino, que a veces puede ser considerada como
“impersonal” –dice Freud- puede integrarse con la estructura que es el
superyó, pero por el contrario muy a menudo permanece directamente ligada
a las imagos parentales: “…todos los que transfieren la dirección del mundo a
la Providencia, a Dios o a Dios y la Naturaleza, despiertan la sospecha de que
todavía consideran a estos poderes últimos y remotos como una pareja
7
“Si la ‘imago del padre’, para usar el término acertado introducido por Jung, es el factor decisivo
para lograr esto, el resultado coincidirá con las relaciones reales del sujeto con su médico” (Freud,
1912a, p. 100).
Odio y amor
No es posible sostener, hablando estrictamente, la idea de Freud con
respecto a la “la inversión de contenido de los instintos”, según la cual
considera la aparición del odio como la reversión del amor en su contrario. El
odio no es más opuesto al amor que el vinagre al vino. El odio bien puede ser
considerado como una forma de amor. 8 En cualquier caso, es una pasión, y
muy frecuentemente una forma de vínculo con el objeto: “Cuídala: mi odio
necesita su vida” (Racine, Bajazet). Puede ser considerado un producto de la
transformación –o la degradación- del amor. En cualquier caso, considero
que la misma fuerza está en el origen de ambos sentimientos: “El nervio y el
principio del odio y de la amistad, del reconocimiento y la venganza, es el
mismo” (Saint-Simon, Memorias).
8
En este sentido, me desvío completamente de las formulaciones kleinianas que ven al amor y
al odio como dos fuerzas opuestas, una emanación de las pulsiones de vida y las pulsiones de
muerte. Permítanme citar a Joan Rivière, por ejemplo: “Debe tenerse presente que, hablando en
general, el odio es una fuerza destructiva, desintegradora, que tiende a la privación y la muerte,
y el amor es una fuerza armonizadora y unificadora, que tiende al amor y al placer” (1937, p.
169).
Aplicaciones psicopatológicas
La escisión de la pulsión
9
En el caso del Hombre Lobo (1918 [1914]) Freud se refiere a las tres corrientes de sexualidad
orientadas hacia el padre: homosexual, caníbal y masoquista: “Las tres corrientes tenían objetivos
sexuales pasivos; estaba el mismo objeto y el mismo impulso sexual, pero ese impulso se había
dividido en tres niveles diferentes” (p. 64).
¿Necesito agregar que el hashish, como todos los goces solitarios, hace al
individuo inútil para la humanidad y a la sociedad superflua para el individuo,
empujándolo a admirarse a sí mismo incesantemente y precipitándolo día a día
hacia el luminoso abismo en el que admira su cara de Narciso?
Perversión
En el registro perverso generalmente notamos una escisión de la pulsión
en sus dos componentes formativos: dominio y satisfacción; en el ejemplo de
placer perverso sádico la satisfacción, en el sentido que le he atribuido, tiende
a desaparecer. El sadismo culmina, en última instancia, en la yuxtaposición
del autoerotismo a través del placer de órgano– desconectado del sistema
representativo- asociado con el triunfo logrado al alcanzar el dominio sobre
el objeto. No hay ‘satisfacción’, sino la concomitancia de dos placeres:
triunfo posesivo por un lado y placer de órgano por el otro. No se forma una
representación conjunta y duradera, capaz de organizar la presencia de un
objeto interno ni hay ningún funcionamiento real a nivel de la fantasía.
La experiencia traumática
La desactivación del funcionamiento de la pulsión también puede
observarse en la práctica clínica en los estados traumáticos. Podemos suponer
que son el resultado de la sobrecarga económica de una u otra de las dos
corrien-tes iniciales de la pulsión: puede ser una sobreestimulación en
dominio –exceso de sensaciones, de estimulación sensorial o motora- o
una sobreestimulación del registro erógeno, por ejemplo en el caso de
un niño que presencia una escena sexual o de un niño o un adulto que ha sido
violado. En las neurosis de guerra, la sobreestimulación producida por las
situaciones de combate, bombardeos, etc., fuerza una catexis de dominio del
mundo externo sin que haya ninguna posibilidad de encontrar en ella un
objeto adecuado, un objeto de satisfacción y, de ese modo, vacía el espacio
de la fantasía de toda catexis: no hay reverie bajo las bombas;
la hipercatexis de la situación externa imposibilita cualquier forma de
experiencia de satisfacción o de placer; el funcionamiento pulsional está
desorganizado.
Empobrecimiento psíquico
Esta perspectiva también puede aplicarse a la cuestión del
empobrecimiento psíquico que se observa en los diferentes estados clínicos
en los que hay una suerte de destrucción de las representaciones. Parece que
deben distinguirse dos posibilidades.
Dominio y depresión
La depresión se organiza en relación con la pérdida de un objeto, una
pérdida que afecta al yo en sí mismo hasta el punto de que no puede tener
lugar el proceso de duelo. La desaparición de un objeto que tiene una función
organi-zadora para el yo, ya sea una persona amada o una estructura
catectizada narcisísticamente (actividad profesional, exilio, como también
dejar de consumir una sustancia tóxica, etc.) conduce a la desorganización.
10
Este es un aspecto del par claustrofilia-claustrofobia y depresión señalado por B. Lewin
(1935). Ser excluido de un claustrum es el equivalente a la pérdida del dominio de un objeto
sobre uno mismo.
El recurso masoquista
La iniciación de un movimiento que lleva a recurrir al dolor como medio
de luchar contra la desorganización plantea la cuestión del masoquismo
cuando falla o está agotado el recurso de acudir al mundo de las
representaciones.
Es importante señalar que casi todas las zonas y órganos del cuerpo tienen
la capacidad de ser el asiento de sensaciones dolorosas, una capacidad
‘algógena’. El registro doloroso, algógeno, ofrece entonces a la catexis una
11
En el sentido que le da Ferenczi.
tercera vía que puede ser concurrente con la del dominio y la de las zonas
erógenas y la satisfacción.
12
Descripto por Freud en Inhibiciones, síntomas y ansiedad (1926).
Conclusión
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