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-Es indudable -proseguí- que no tendrán por verdadera otra cosa que
no sea la sombra de esos objetos artificiales.
II. -y si se le obliga a mirar la luz misma del fuego, ¿no herirá ésta sus
ojos? ¿No habrá de desviarlos para volverlos a las sombras, que puede
contemplar sin dolor? ¿No las juzgará más nítidas que los objetos que
se le muestran?
-Así es -dijo.
-Sin duda.
-Por último, creo yo, podría fijar su vista en el Sol, y sería capaz de
contemplarlo no sólo en las aguas o en otras superficies que lo
reflejaran, sino tal cual es, y allí donde verdaderamente se encuentra.
-Necesariamente-dijo.
-Seguramente.
-Pero lo que estamos diciendo -proseguí- nos hace ver que cada cual
tiene en su alma la facultad de aprender y el instrumento destinado a
ese uso y que, a semejanza del ojo que no podría volverse de las
tinieblas a la luz sino en compañía de todo el cuerpo, del mismo
modo este instrumento debe apartarse en compañía de toda el alma de
las cosas perecederas, es decir de lo que nace, hasta poder soportar la
contemplación del ser y de lo más luminoso del ser, que hemos
llamado el bien. ¿No es así?
-Así es.