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Con este número, iniciamos una nueva temática que puede ayudarnos a la reflexión y,
sobre todo, a afrontar situaciones personales y familiares si contamos con algunas
herramientas que nos faciliten la gestión de diversos estados emocionales.
Las emociones que experimentamos son, en realidad, energía que, según la física, lo único
que podemos hacer es transformarla, sobre todo cuando la emoción es negativa. Veremos
que las emociones negativas son de baja intensidad, mientras que las positivas tienen
mayor energía. Por emociones negativas, entendemos: la vergüenza, la culpa, la apatía, el
sufrimiento, el miedo, el deseo, la ira, el orgullo y otras que giran a su alrededor, mientras
que las positivas definen a la persona valiente, neutra, y con buena voluntad, con flexibilidad
y capacidad de aceptación, razonable, comprensiva, capaz de amor incondicional, alegre,
pacífica y serena.
Los modelos y estructuras que ahogan esta plenitud original con la que Dios nos ha dotado
al crearnos, los adquirimos a medida que nos vemos obligados a amoldarnos a las
expectativas de nuestro entorno, comenzando por el modelo educativo que respiramos en el
seno de la familia y del ámbito social.
El mecanismo es muy sencillo: para recibir la seguridad afectiva sin la cual no sabemos
vivir, aprendemos a “obedecer”, amoldándonos al modelo de los adultos. Si no lo hacemos,
corremos el riesgo de sentirnos emocionalmente chantajeados y castigados. Lo más difícil
es soportar la angustia vital generada frente a la posibilidad de que nos abandonen y no nos
amen
Todos estos procesos tienen lugar en el ámbito de las relaciones. Por eso, la relación es tan
importante para nuestra supervivencia emocional. La relación primera y básica quiere decir
“yo” frente a un tú, a quien he de complacer para que me ame. Ésta es la estructura básica
de la relación, desde que nacemos, incluso con la buena intención de que todo se hace
para nuestro bien.
Un hecho esencial desde las primeras transacciones relacionales son las emociones. Tanto
si son positivas como si son negativas, representan auténticos impactos emocionales de
diversa consideración. Algunas nos condicionan emocionalmente por toda la vida. Así es
cómo aprendemos a valorarnos, en función del modelo. Así, aprendemos a sentir diversas
emociones y a tener sentimientos de todo tipo: gozo y seguridad, miedo y ansiedad, paz y
serenidad, culpa y enojo. Toda la lista de emociones, tanto las negativas como las positivas,
las experimentamos, en uno u otro momento. Nuestro mundo emocional se forma en el
seno de las relaciones. Un hecho trascendental, del que hablaremos, es que generan
creencias.
Esta manera de sentirnos, seguros o de tener miedo, configura como una segunda
identidad, puesto que la verdadera es que somos un SER, hecho de energía, de
inteligencia, de amor-felicidad, pero que se ve desplazada cuando el niño comienza a
hacerse la idea de que vale en la medida en que responde a las expectativas del modelo
familiar. En el caso contrario, el miedo y la angustia tienen un papel fundamental.
Es importante entender bien esto, porque éste es el problema base que condiciona nuestra
salud emocional para el resto de nuestra vida, al perder la consciencia de que nuestra
naturaleza profunda y genuina es SER.
¿Qué puedo hacer con mi modelo educativo? Conocerlo, tener consciencia de él.
¿Para hacer qué? Nunca para condenarlo, ni para hacer de él un arma de culpabilización
contra nadie (padres) ni en contra de uno mismo. Puedo tomar consciencia de: entre el
miedo y la compasión, ¿Qué es lo que predomina?
¿Cómo se hace eso? Date cuenta de las reacciones habituales en momentos de estrés,
tensión, conflicto, ya que ellas ponen a prueba el tipo de energía (positiva o negativa) que
predomina en el inconsciente.
No lo olvides: La vida es una continua evolución, desde un nivel de consciencia bajo a una
energía, más positiva.
Artículo publicado en la revista Ciutat Nova 162 de diciembre 2015 / enero de 2016