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Evangelio según San Lucas 6,6-11.

Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano
derecha paralizada.
Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque
querían encontrar algo de qué acusarlo.
Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: "Levántate y
quédate de pie delante de todos". El se levantó y permaneció de pie.
Luego les dijo: "Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida
o perderla?".
Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano
quedó curada.
Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.
Palabra de Dios.

SOLO EL AMOR…
Vamos a ese espacio interior en el que podemos encontrarnos con Jesús para mirarlo y dejar que
Él nos mire. El Espíritu Santo, que es Amor, viene en nuestra ayuda para que abramos nuestro corazón
y escuchemos.
Es sábado y estamos en la sinagoga. Jesús entra y comienza a enseñar. Entre los que lo
escuchamos hay un hombre que tiene la mano derecha paralizada. También están los escribas y
fariseos, escudriñando atentos, esperando que Jesús diga o haga algo para acusarlo. Jesús sabe cuáles
son sus intenciones, por eso le pide al hombre que tiene la mano paralizada que se quede de pie
frente a todos.
Cada acción nos habla.
Jesús nos mira a todos, puede percibirnos y sabernos, nos conoce y nos reconoce, puede
describirnos y sentirnos. Mientras va enseñando nota que hay un hombre que tiene su mano
paralizada, un hombre que no puede mover naturalmente una de las partes de su cuerpo, un hombre
que tiene una necesidad. Así nos mira Jesús, detenida… atentamente y se detiene en nuestras
necesidades. No está haciendo una disección de nosotros para buscar errores, anormalidades o
pecados. Está junto a nosotros y sabe de aquellas cosas que nos faltan, que nos duelen, que nos
paralizan. Podemos extender nuestra mano, mostrarle con confianza y esperanza, nuestras propias
parálisis y dejar que Él las contemple.
La mirada de Jesús se origina desde lo que Él es, no desde lo que Él piensa o supone. Su manera de
mirar y de conocer surge de su Amor. Por eso es que le pide a este hombre que se ponga de pie. No
quiere diagnosticarlo, juzgarlo, simpatizar o interrogarlo; solo desea comunicarle al hombre y a
nosotros que ese hombre tiene una necesidad… estaba sentado, sin poder hacer como hacen todos,
sin posibilidad de movimiento, probablemente apartado y olvidado… Jesús lo invita a ponerse de pie,
a formar parte de la Asamblea. Lo acerca al centro y lo hace visible. Seguramente cada uno de
nosotros, nuestras parroquias, capillas y comunidades ansiemos amar como Jesús ama para tener
esta misma manera de mirar, para poder ver las necesidades de los más próximos, para ir hacia ellos y
llamarlos a ubicarse en el centro de la Asamblea, reconociendo que los que menos pueden y los que
más sufren deben ser el centro de nuestra oración y de nuestras acciones.
Los escribas y fariseos no miran como Jesús y Él lo sabe, conoce sus intenciones. Pareciera que
están en un plano frío y oscuro. Ellos están esperando que haga algo contrario a la ley para acusarlo.
Miran y observan, pensando que en Jesús hay algo malvado o erróneo; quieren exponerlo, criticarlo,
juzgarlo, mostrar que es culpable. Esta mirada es la “trágica expresión de sus necesidades y valores”,
es la mirada que niega la libertad, es la mirada violenta que solo busca culpa y vergüenza.
Jesús, vivió y padeció esta forma de mirar, Él nos llama a suavizar nuestra mirada, a desterrar la
opresión en nuestros vínculos, a quitar la rigidez de nuestra manera de vincularnos con nosotros
mismos y con las personas.
Luego, viene la pregunta… “¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o
perderla?".
Jesús no pregunta con malicia. La pregunta es una de sus maneras de enseñar. Nos muestra dos
caminos y dos opciones: curar o no curar… dar vida o condenar a muerte.; y además: la ley que deja
de lado la Misericordia y la Justicia o el mandamiento del Amor.
La respuesta fue el silencio. Ese silencio habló de sus vidas. Vidas paralizadas y poco hondas, sin
movimiento ni profundidad. Vidas sin encuentro verdadero. Vidas que huyen de la experiencia de la
propia fragilidad, rígidas y duras. Se creen pocos, puros y justos. Se sienten poderosos porque
imponen y controlan el cumplimiento de preceptos, cargas y deberes. Valoran lo externo, la
apariencia piadosa, la observancia obsesiva del culto. Ponen la ley por encima de las personas.
Cerrados y resistentes al Espíritu, escapan del cambio y el asombro.
Frente a este silencio, es Jesús quien responde. Le pide al hombre que extienda su mano…
Jesús que siempre pone la defensa de la vida y la misericordia por encima de las normas
sostenidas por la fuerza y alejadas de Dios y del hombre. El gesto es una afirmación contundente… “si
no tengo amor, no soy nada”… “¿salvar una vida o perderla?”… “si no tengo amor no soy nada”.
La mano derecha paralizada quedó curada. Los fariseos y escribas eligen seguir odiando.
La pregunta seguirá cuestionándonos. Pidámosle a Jesús que el Amor gane en nuestras opciones,
en las de la Iglesia y en las de nuestra Patria, que el Amor humanice nuestras normas y protocolos,
que sea nuestro impulso y purifique nuestras motivaciones, que bajo su acción reflexionemos y
tomemos decisiones.

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