Está en la página 1de 2

TRANSITAR EL DESIERTO PARA LLEGAR A GALILEA…

“Los que han descendido al misterio profundo de sus corazones… Empiezan a ver que el hogar que han
encontrado en su ser más íntimo es tan amplio que en él cabe toda la humanidad.” (Henri Nouwen, 1986)

En seguida, el Espíritu lo llevó al desierto… En seguida ¿de qué?... Los versículos anteriores al texto que hoy
rezamos nos relatan que: "En aquellos días Jesús vino de Nazaret… y se hizo bautizar por Juan en el río Jordán. Al
momento de salir del agua, Jesús vio los Cielos abiertos: el Espíritu bajaba sobre él como lo hace la paloma, mientras
se escuchaban estas palabras del Cielo: «Tú eres mi Hijo, el Amado, mi Elegido.»". Jesús es empujado por el Espíritu,
pero antes vive una experiencia profunda en su bautismo. El Espíritu no lo llevará al desierto abruptamente, como si
lo hiciera caer en el vacío; al contrario, no le suelta la mano, lo lanza con una certeza grabada en su corazón: soy
elegido y amado por mi Padre.
Desierto es una expresión que encierra varios significados. Evoca el vacío, la soledad, la esterilidad, la apariencia
de la ausencia de límites, horizonte en los cuatro puntos cardinales, sed y frío, silencio y tormenta, devastación y
desolación, agotamiento y cargas pesadas, piedras que se trituran, lo que enceguece y la oscuridad que envuelve y
paraliza… ¡hasta puede invadirnos y, además de rodearnos, meterse en nuestra alma!... Pero también es un lugar
atravesable, puedo caminarlo como peregrino, es un lugar donde algunas plantas hermosas y resistentes logran
crecer, es posibilidad de oasis y de sorpresiva agua fresca… allí, la tierra y el cielo estrellado se funden… y es una
oportunidad de elegir en qué dirección se desea caminar.
Jesús permanecerá cuarenta días, será tentado… vivirá entre animales y será servido por los ángeles.
Cuarenta días en el desierto… 40 días duró el diluvio, 40 años pasó el pueblo judío en el desierto. 40 días estuvo
Moisés en el Sinaí. 40 días fueron necesarios para que se convirtieran los ninivitas. 40 días caminó Elías… Un tiempo
que nos habla de acontecimientos salvíficos.
Cuarenta días en el desierto para:
ser tentado, debatirse, desmarcarse del mal y alcanzar la plenitud,
vivir la prueba y la lucha, mostrándonos el camino,
lograr comprenderse en Dios y vivenciar que Él está de su parte,
escuchar la voz del Padre que habla amorosamente y sentir cómo se expande en su corazón,
sentirse profundamente amado.
Así, habiendo atravesado esta experiencia, es que Jesús, antes del martirio de Juan, caminará hacia Galilea a
proclamar la Buena Nueva de Dios y la cercanía del Reino.
Fuera de desierto volverá a encontrarse con el mal que se encarna en actitudes concretas. Enfrentará el
individualismo feroz que niega el Amor, la ambición desmedida y egoísta que pervierte instituciones y personas de
carne y hueso, la incapacidad de aceptar e incluir, la corrupción del poder y las riquezas que deforman rostros y
almas, el poder que endurece los corazones, la soberbia que cierra las puertas a la verdad y a Dios y a aquellos que
serán los que lo torturen y lo maten.
El Miécoles de Ceniza comenzamos nosotros a transitar la Cuaresma… nuestros 40 días en el desierto…
La Iglesia siempre nos recuerda que es tiempo de Conversión… ”conviértanse y crean”… Los griegos tienen una
palabra hermosa para referirse a esta posibilidad: METANOIA… su significado nos ayuda a ir más allá de traducciones
vulgares que le quitan profundidad. METANOIA se traduce como “más allá de la mente” es cambiar de propósito,
elegir una nueva dirección, pensar de una manera nueva y actuar consecuentemente… es cambio y transformación,
tiene su motor en nuestra inteligencia y voluntad…
El Papa Francisco (homilía del 17 de febrero) recordaba estas palabras… “Vuélvanse a mí, de todo corazón”.
Tenemos por delante, entonces, 40 días de desierto para, contemplando a Jesús, poder ver hacia donde está
orientado nuestro corazón, hacia dónde andamos rumbeando; para renovar nuestras metas y nuestra manera de
caminar.
Francisco nos plantea algunas preguntas que nos pueden ayudar a andar el desierto…
¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo?
¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, puesto en el primer lugar y así sucesivamente?
¿Tengo un corazón “bailarín”, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco
al mundo, o un corazón firme en Dios?
¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo
encadenan?
Y nos advierte… “el viaje de regreso a Dios se dificulta por nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos
seductores de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del lamento victimista que paraliza.
Para caminar es necesario desenmascarar estas ilusiones”.
¿Vamos al desierto, entonces?
A adentrarnos en el silencio, a escuchar los latidos de nuestro corazón, a buscar deshacernos de ruidos e
imágenes para dar paso a lo que estamos siendo, para que podamos escuchar al Padre decirnos que nos ama.
Vamos al desierto para descubrir que en lo profundo de nuestros corazones es donde habitamos nosotros y en
donde late Jesús… ahí… en ese hogar también hay lugar para amar a los otros, a los que Jesús nos regaló.
Vamos al desierto para poder mirar la brújula de las estrellas y volvernos a Dios.
Vamos al desierto para poder ir hacia Galilea y ser nosotros mismos una bienaventuranza, una buena noticia, un
signo del Amor de Dios que libera, un par de pasos valientes y de manos que se juegan por el Reino.

También podría gustarte