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Carlos Ramírez /
Proyecto México Contemporaneo 1970 - 2020

AMLO y el coronavirus
Estado-empresarios: disputa por la hegemonía
Por Carlos Ramírez

Cuadernos para el debate

CENTRO DE ESTUDIOS ECONÓMICOS, POLÍTICOS Y DE SEGURIDAD | # 57


D.R. © Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad, S.A. de C.V.,
Cerro Tuera 49, Col. Oxtopulco Universidad, Delegación Coyoacán,
Ciudad de México, México.
Tel: 6264-0054
http://indicadorpolitico.mx
Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández.
Presentación
Toda crisis oculta disputas por el poder. La actual, en su doble dimensión
salud-economía, no podía ser la excepción, aunque se trata de algo singular
por la manera en que el presidente impone su estilo particular de ejercer
el poder.

A lo largo de la historia del país, los mexicanos hemos sido testigos de luchas
por el control de la hegemonía del Estado, muchas de las cuales condujeron
a crisis --aunque otras fueron producto de éstas--, que buscaron un
realineamiento de los principales actores para la conducción de la nación.

2020 no es sino otro escenario de otra lucha por el mismo objetivo, aunque
también es una oportunidad para alcanzar un acuerdo para modificar
el modelo de desarrollo, alejado de la confrontación neoliberalismo-
populismo, que encuentre un nuevo rumbo para el crecimiento del país.

De esto trata este texto, de cómo se han dado dichas confrontaciones, el


resultado de las mismas, las crisis por la que ha atravesado México y la
manera en que se han dado los acuerdos para salir adelante, una lección
que se necesita repetir en el presente.
Carlos Ramírez, Lic. en Periodismo, Mtro. en Ciencias Políticas, autor de
la columna Indicador Político en http://indicadorpolitico.mx, director de
la revista Campo de Marte, director de la revista La Crisis y director del
Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad. Sus últimos libros
disponibles en Amazon: La comuna de Oaxaca, La silla endiablada, El regreso
del PRI (y de Carlos Salinas de Gortari), La crisis más allá del 2018, El 68 no
existió y Octavio Paz y el 68: la crisis del sistema político priísta.
I

L a presentación del programa nacional de emergencia económica del


presidente López Obrador el domingo 5 de abril para encarar el desafío
productivo del coronavirus, encontró un ambiente negativo en redes y
medios. Sin embargo, se trata de una lectura de circunstancias que es
válida, pero insuficiente para entender las razones profundas que explican
la confrontación: el programa de emergencia, los mensajes presidenciales
y la crítica en contra exhiben el marco de referencia de una disputa por la
hegemonía del Estado.

Ante la decisión de un parón productivo para romper las rutas de


contagio, el escenario de una baja drástica de la actividad económica llevó al
cierre temporal de empresas y al envío de trabajadores a sus casas y muchos
al desempleo. El dilema presidencial quedó planteado: salvar la república
con un programa de apoyo a empresas y trabajadores o salvar su proyecto
político ajustando la economía para evitar el endeudamiento. El presidente
López Obrador optó por el segundo camino, aunque con decisiones de usar
el poco dinero fiscal en apoyos a sectores vulnerables no productivos y a las
obras emblemáticas de su administración.

Este escenario fijó las coordenadas de una disputa por el programa


económico anticrisis, pero con el trasfondo de una lucha entre empresarios/
trabajadores y gobierno por el dominio de las decisiones.

El modelo hegemonista lo elaboró el académico Miguel Basáñez en su


estudio La lucha por la hegemonía en México 1968-1980 y luego ampliado
a 1968-1990 (Siglo XXI Editores). La tesis central explica que la estructura
priísta-corporativa del Estado y el papel dominante de la ideología del Estado
de la Revolución Mexicana tergiversaron el papel de las ideas y llevaron la
disputa por el control del aparato público a un escenario diferente: “más
que el gobierno del pueblo --‘democracia’--, México parece ser el caso de un
gobierno de la hegemonía ideológica: ‘hegemocracia’”.

Lo que fue el modelo ideológico histórico de la Revolución Mexicana


derivó en un equilibrio de intereses sectoriales y corporativos por el
control del Estado, del gobierno y de sus instituciones políticas. Para
Basáñez, la crisis pasó de sistémica, proyecto histórico popular y de clases
a hegemónica-elitista en 1968, con el efecto del movimiento estudiantil del
68 aprovechado por élites con intereses de dominación. Desde entonces, la
política en México se maneja como bloques de poder y redes de intereses.
La corporativización del PRI y de la élite gobernante y el fortalecimiento
de la oposición antipriísta y del sector empresarial como grupo de poder
generaron crisis como expresión de la lucha por la hegemonía del Estado.

La hegemonía es un concepto centrado por Antonio Gramsci, el


ideólogo del comunismo italiano de principios del siglo XX, como una etapa
más precisa del marxismo, y se refiere al control de la dirección política del
Estado por una élite de intelectuales y funcionarios, una superestructura
cultural encima de la clase obrera. La hegemonía parte de la fragmentación
de las élites políticas hacia el interior de corrientes y de grupos fuera de
sus circunstancias y la finalización del ciclo de los líderes carismáticos:
los liderazgos de partidos y grupos de poder pasaron a ser coaliciones
dominantes oligárquicas, con debilitamiento de ideas, proyectos y jefaturas
máximas. Aunque se ha hado el caso en que esos liderazgos únicos tengan
que construir hegemonías con grupos y corrientes. Es el México de López
Obrador: el tabasqueño es un liderazgo personal y único que hasta ahora
no ha necesitado de una hegemonía funcional sino pragmática, de sótano,
aunque sus adversarios --lo busquen o coincidan en oportunidad-- vayan
consolidando hegemonías opositoras.

La pérdida de valor de los proyectos, la dispersión de la militancia


en masas informes y la fragmentación de las corrientes ideológicas han
consolidado la fase de las hegemonías en dos escenarios: al interior del
grupo dominante o en las oposiciones. López Obrador creó Morena como
instrumento electoral para su victoria, pero ha gobernado como líder
personal a partir del control de todos los recursos del Estado que antes se
repartían entre organizaciones, medios y corrientes. De la hegemonía de
grupos y corrientes ha pasado a la hegemonía de uno sólo: un caudillismo
absolutista.

Las crisis políticas, económicas y sociales desde la ruptura del bloque


obrero revolucionario cardenista en 1958 hasta la actual confrontación
empresarial provocada por el coronavirus en 2020, han tenido orígenes
circunstanciales, pero en su desarrollo han derivado en la disputa por la
hegemonía del Estado: todas ellas han ocurrido al interior del sistema
priísta y sus subsistemas opositores y pelean por el control de la dirección
del Estado. Los presidentes de la república han construido hegemonías
mayoritarias --de López Mateos a Peña Nieto-- y equilibradas incluyendo los
gobiernos panistas de Fox y Calderón con espacios otorgados a la sociedad
civil para evitar confrontaciones rupturistas. La hegemonía es el espacio
de consenso de toma de decisiones, con reparto de poder y recursos entre
una pluralidad de organizaciones, corporaciones y personas que al final de
cuentas constituyen una nueva coalición gobernante de tipo pragmática.

A partir del modelo de Basáñez se pueden enlistar las crisis económicas,


políticas y sociales de México que formaron parte de la disputa por la
hegemonía en el periodo 1958-2020, es decir, la lucha por el control de
la dirección del Estado al margen de los causes sistémicos-institucionales.
Analizado el sistema político en circunstancia de crisis en 1977, antes de
Basáñez en 1981, el entonces politólogo Manuel Camacho Solís escribió en
El Colegio de México una caracterización de las crisis del sistema político
priísta para derivar en “nudos” de intereses muy propios de las hegemonías
complicadas. En su ensayo Los nudos históricos del sistema político mexicano,
Camacho definió dos tipos de crisis:

- Estamos ante un límite del sistema político cuando las instituciones


políticas dejan de funcionar dentro de sus propósitos de dominación
política y administración social o cuando la clase política pierde
su capacidad de hacer uso de las instituciones políticas. Ello puede
ocurrir por la falta de cohesión de la clase política, insuficiencia de
representación de las fuerzas políticas, pérdida de legitimidad y falta
de capacidad administrativa.

- Estamos ante un límite del Estado cuando el “orden” de las clases


y fuerzas sociales prevalecientes pierde su capacidad para crear las
máximas posibilidades para la expansión de grupo o clase en el poder
o cuando una de las clases subalternas --y sus aliados-- adquiere
capacidad política, intelectual y moral para imponer un nuevo
“orden”.

Los modelos de Camacho y Basáñez para teorizar las crisis se


complementan para explicar las desajustes y disputas por espacios de poder
en el sistema en los problemas de liderazgo, control de clases y corrientes.

1.- En 1958 se dio una fuerte ruptura al interior del bloque sindical que
era parte clave del PRI por la toma de espacios de poder por militantes del
Partido Comunista Mexicano. El gobierno revolucionario de Ruiz Cortines,
con el aval del candidato priísta a la presidencia Adolfo López Mateos,
acudió a la represión de obreros y el encarcelamiento de líderes.

2.- De 1958 a 1964 estalló una larga serie de conflictos urbanos,


campesinos, estudiantiles y de clases medias, con la organización de
médicos en 1964. De 1960 a 1964 el núcleo central de la oposición dentro
del sistema/régimen fue la revista Política, en cuyo seno se percibió la
configuración de dos grupos dominantes: los progresistas-cardenistas
impulsores del nacionalismo revolucionario y los institucionales priístas
que apuntalaron la candidatura de Díaz Ordaz a la presidencia en 1963-
1964. Ahí estalló una guerra de posiciones.

3.- La crisis de 1968 fue un estallido al interior del régimen priísta


potenciado por el autoritarismo del presidente Díaz Ordaz. Al no representar
a oposición alguna, la disputa de trasfondo fue por el dominio de un grupo
en la mira de la sucesión presidencial de 1970 que se resolvería en el
segundo semestre de 1969. Los estudiantes fueron liderados por el rector
de la UNAM Javier Barros Sierra, un priísta que compitió con desventaja
en 1963 por la candidatura presidencial del PRI que logró con facilidad el
secretario de Gobernación Díaz Ordaz. En el concepto de Basáñez, el 68 fue
una lucha por la hegemonía de grupos al interior del Estado priísta.
4.- La crisis de 1970 se dio también en la lucha por la hegemonía: el
grupo de Echeverría derrotó al grupo de Díaz Ordaz y la salida fue un nuevo
realineamiento de las políticas del Estado: del desarrollo estabilizador de
la economía mixta empresarios-Estado al populismo de Estado. El nuevo
grupo condujo la economía a una expansión presupuestal y de empresas del
Estado, no tuvo instrumentos para absorber la crisis de precios petroleros
de 1973 y aumentó el gasto público y el déficit en 1973-1976 y llevó al país
a la crisis económica de 1976: inflación de 2.7% promedio anual sexenal
con Díaz Ordaz y de 15% anual sexenal con Echeverría.

La expansión del Estado consolidó una nueva hegemonía dominante


de políticos progresistas, contra los burócratas diazordacistas. La salida de
la hegemonía echeverrista condujo a la candidatura de José López Portillo,
amigo personal de la infancia del presidente saliente, más administrativista
que político y por lo tanto una puerta al Estado para los neoliberales que le
siguieron en su sexenio.

5.- López Portillo encaró la disputa de proyectos al arrancar su gobierno:


el populista-nacionalista de Carlos Tello Macías como secretario de
Programación y Presupuesto y neoliberal del FMI liderado por Julio Rodolfo
Moctezuma en la Secretaría de Hacienda. El presidente cesó a los dos y se
lanzó a la búsqueda de una nueva opción intermedia: el neodesarrollismo
elefantiásico a cargo del petróleo. En 1979 decidió por Miguel de la Madrid
Hurtado como secretario de Programación sin atender al hecho de que se
trataba de una nueva hegemonía en construcción: la tecnocrática-neoliberal
encabezada por Carlos Salinas de Gortari. El espacio de definición ideológica
y política de la nueva hegemonía dentro del PRI fue el Plan Global de
Desarrollo 1980-1982 y la opción del mercado. El nuevo grupo de poder se
alzó con la candidatura presidencial en 1981 para las elecciones de 1982
a partir de la definición de que el viejo modelo de nación de la Revolución
Mexicana había llegado a su fin. La nueva hegemonía de los tecnócratas
duró hasta 2018 con el arribo de López Obrador a la presidencia. López
Portillo fortaleció la hegemonía del Estado con la expropiación de la banca
privada en septiembre de 1982 rompiendo la columna vertebral del poder
empresarial y el sector privado se salió de sus alianzas con el PRI y pasó a
la lucha frontal por la alternancia en la presidencia.

6.- La disputa por la hegemonía se salió de los cauces formales y se


profundizó con dos fases de crisis económica en 1983 y 1986 y la fractura
en el PRI en 1987 con la salida del partido de Cuauhtémoc Cárdenas y la
Corriente Democrática y la candidatura presidencial disidente de Cárdenas
en 1988. La hegemonía quedó en manos del delamadridismo-salinismo
y sus reformas para terminar con el Estado social, optar por el modelo
de Robert Nozick de Estado mínimo, entregar la economía al mercado y
subordinar el sistema productivo a las necesidades de los EE. UU. vía el
Tratado de Comercio Libre. Los sectores progresistas pasaron por un
camino tortuoso de fracturas y desacuerdos hasta que el liderazgo personal
de López Obrador ganó la presidencia en julio de 2018 para instaurar una
nueva hegemonía en el Estado.
7.- La crisis financiera de 1995 fue producto de la disputa entre Salinas
y Zedillo por el control de la clase gobernante tecnocrática, es decir, por
el control de la hegemonía neoliberal. En la lucha entre Salinas y Zedillo
se introdujo el grupo populista sobreviviente que quiso reconstruirse al
amparo de Luis Donaldo Colosio, pero sólo pudo cerrar el camino a los
precandidatos tecnócratas de Zedillo --Guillermo Ortiz Martínez y José
Angel Gurría Treviño-- con candados para impedirles ser candidatos a la
presidencia y Zedillo prefirió entregarle el poder al PAN con la garantía
de consolidar a la corriente tecnocrática neoliberal encabezada por
Francisco Gil Díaz, el jefe de los Chicago boys mexicanos desde principios
de los setenta y profesor adjunto de Milton Friedman en la Universidad de
Chicago. El gobierno de Calderón reforzó a esa hegemonía neoliberal con
Agustín Carstens en Hacienda, sacado nada menos que de la subgerencia
general del FMI. Ya sin crisis, la continuidad neoliberal en Hacienda y Banco
de México se reforzó en el gobierno de Enrique Peña Nieto en 2012-2018
con un paquete de reformas estructurales de carácter neoliberal.

Las crisis económicas tuvieron soluciones ortodoxas, ante presiones


populistas:

1.- La de la devaluación de 1954 condujo al modelo de desarrollo


estabilizador: control de la inflación, PIB de 6% promedio anual y políticas
de control salarial y de demanda. Esa devaluación preparó el reinado de
doce años de Antonio Ortiz Mena en Hacienda y su desarrollo estabilizador.

2.- La crisis 1973-1976 fue producto de la lucha por la hegemonía


política por encima de la economía: aumento de gasto público, dominio del
Estado, inflación, déficit presupuestal y PIB alto. La devaluación de agosto
de 1976 terminó con el modelo de desarrollo estabilizador. El país entró
en una lucha por la hegemonía de la política económica; los populistas y
los neoliberales. En 1979 López Portillo entregó la política económica al
grupo De la Madrid-Salinas, con el franco-mexicano Joseph Marie Córdova
Montoya como el ideológico del neoliberalismo del Estado (Diez lecciones de
política económica, febrero de 1991, revista nexos). De 1982 a 1994 Salinas
limpió el PRI de progresistas, entregó la economía a los EE. UU., entronizó
a los Chicago boys mexicanos en el gobierno y amarró las sucesiones
presidenciales de 1994, 2000, 2006 y 2012 a la economía neoliberal. De
1979 al 2018 la hegemonía dominante fue la neoliberal.

3.- La crisis de 1981-1982 condujo a la disputa por el enfoque económico;


luego de entregarle la economía y la candidatura a los neoliberales, el
presidente López Portillo hizo un intento por regresar a la economía
de Estado con la expropiación de la banca y el control generalizado de
cambios, pero De la Madrid y su operador Salinas de Gortari controlaban
la hegemonía neoliberal que anuló el efecto político de la expropiación
bancaria. La salida de la crisis fue un programa neoliberal de reducción del
Estado, de salvamento de las empresas y de ajuste de precios relativos que
afectaron a la población.
4.- La crisis inflación-devaluación de 1983 (PIB de -3.5%) y 1986
(-3.1%) reforzó y profundizó la estrategia ortodoxa de bajar la inflación
por el lado de la demandad en tres rubros: control salarial, disminución
del déficit presupuestal y baja del PIB. El centro de la estrategia fue el
salvamento de las empresas para permitir la reactivación económica
pasada la emergencia inflacionaria (91% promedio anual de inflación en
el sexenio) y devaluatoria (el peso pasó de 26 pesos por dólar al iniciar la
nueva administración en diciembre de 1982 a 2 mil 300 pesos en diciembre
de 1988).

5.- La estabilización económica con Salinas de Gortari aprovechó


el desplome productivo del sexenio anterior, potencio la recuperación
en la negociación del tratado comercial con los EE. UU. y apostó a la
neoliberalización de la producción controlada por las grandes empresas.
La crisis de 1994 fue política con alto costo en tipo de cambio que quemó
las reservas y la devaluación de diciembre de 1994 condujo al colapso
económico de 1995: crédito de 50 mil millones de dólares de los EE. UU.,
alza del IVA, compra de créditos incobrables de la banca privada y pérdida
de bienestar social; el objetivo fue salvar a las empresas para reiniciar el
crecimiento en 1996.

6.- La crisis de 2009 fue financiera por la quiebra de las empresas


especuladoras en los EE. UU., con un efecto de PIB negativo de -5.3%
en 2009, pero con impulso 2000-2008 y luego 2010-2012 para un PIB
promedio anual de 1.8%.

Los secretarios de Hacienda en las crisis definieron rumbo de


pensamiento económico neoliberal de 1954 a 2018: Antonio Carrillo Flores
en 1954, Antonio Ortiz Mena 1958-1970, Mario Ramón Beteta 1976, David
Ibarra Muñoz-Jesús Silva Herzog 1981-1986, Pedro Aspe Armella-Jaime
Serra-Guillermo Ortiz 1994-1996 y Agustín Carstens en 2009 en Hacienda
y Luis Videgaray de 2012 a 2018.

En la revisión de personajes, los economistas hacendarios de 1976


a 2018 fueron, todos, de la corriente del neoliberalismo de la Escuela de
Chicago. Los jefes de los Chicago boys mexicanos han sido tres: Córdova
Montoya con Salinas, Francisco Gil Díaz con De la Madrid, Salinas, Zedillo y
Fox y Carstens (de subgerente general del FMI pasó a secretario de Hacienda
de Calderón y luego gobernador del Banco de México de 2010 a 2017) con
Calderón. Luis Videgaray en la Hacienda de Peña Nieto se alineó a Gil Díaz
y sobre todo Carstens.

Los economistas neoliberales pasaron de técnicos en las áreas de


decisión de Los Pinos, Hacienda y Programación y Presupuesto a una
hegemonía en el Estado: de 1973 a 2018 las decisiones fueron técnicas,
a favor de la empresa privada y con sacrificio social, promotoras de la
jibarización del Estado en tamaño y objetivos sociales.
II

D e 1988 a 2018, López Obrador fue construyendo un liderazgo


personal que fue anulando a otras figuras de la disidencia priísta a
la que pertenecía: Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, sobre todo.
El formato de hegemonía lopezobradorista comenzó a perfilarse en el 2000
desde la jefatura de gobierno del DF, con márgenes crecientes de autonomía
del neocardenismo y del perredismo. La victoria lopezobradorista en el
2018 fue personal, con Morena como estructura legal y no como inexistente
partido político.

La crisis económica de 2020 con la expectativa de -8% de PIB no fue


provocada por desequilibrios económicos. Inclusive, la desaceleración en
2019 con un PIB anual de -0.1% no tuvo factores internos, sino que se trató
de una decisión política de reasignación del gasto productivo a programas
asistencialistas para sectores vulnerables no productivos y para las tres
obras sexenales --tren maya, refinería en Dos Bocas y aeropuerto en Santa
Lucía--, dejando sin fondos los apoyos a la producción.

El año de 2020 abrió con los mismos enfoques asistencialistas por


encima de los productivos. La crisis de la pandemia por el virus COVID-19
llevó a la decisión extrema de un parón productivo por el cierre de empresas
y negocios para confinar a las personas en sus casas como forma de romper
la cadena de transmisión de la enfermedad. El efecto económico fue la
clausura de actividad productivas generalizadas, el cierre de negocios y la
concentración de trabajadores en sus casas. Y el desmoronamiento del PIB.

El presidente López Obrador enfrentó, en consecuencia, un dilema


brutal: salvar a las empresas y subsidiar el sistema productivo por los meses
de parón productivo a costa de un sacrificio adicional en el nivel de vida de
las mayorías por las decisiones neoliberales de recorte de salarios, baja de
PIB y alza de bienes y servicios o apoyar a los sectores vulnerables como
ancianos, mujeres solas, niñas y niños y becas de jóvenes abandonando
la producción. Los costos sociales de la primera opción son de sobra
conocidos: el deterioro de nivel de vida por las crisis de 1954, 1976, 1981-
1986, 1995 y 2009; los del segundo, de manera lamentable, son los mismos:
deterioro social de la mayoría de los mexicanos no propietarios, sólo con
atención a determinados sectores muy identificados. Los destinatarios de
los beneficios sociales directos no se localizaron en las indagaciones del
CONEVAL --Consejo Nacional de Evaluación de Políticas Sociales--, sino por
razones políticas: ancianos, mujeres vulnerables, niños y niñas y jóvenes
estudiantes.
Se trató, otra vez, de optar entre el programa de choque neoliberal o el
programa de choque populista. Los dos, por desgracia, tienen altos costos
productivos y sociales, sin importar que el modelo populista beneficie a
sectores vulnerables porque su efecto será una baja en el papel estimulante
del Estado en la economía. En todas las crisis anteriores se aplicaron
programas económicos de emergencia de tipo neoliberal.

La decisión del presidente López Obrador ante la crisis del 2020


parte del desconocimiento político del papel del PIB como indicador
de la producción y dedica los fondos presupuestales disponibles a sus
programas asistencialistas a sectores vulnerables no productivos y a las
obras insignia de su administración y niega programas de apoyo a empresas
y a trabajadores afectados por el padrón productivo. En sus discursos
oficiales y en sus conferencias de prensa ha sido bastante explícito en
negar un programa de rescate de empresas y trabajadores con cargo a costo
sociales. Las recomendaciones empresariales, de organizaciones sociales y
de economistas para un programa de rescate con enfoques de reactivación
productiva hacia el segundo semestre han sido rechazadas por el presidente
de la república.

En el fondo, lo que está en disputa no es sólo la resistencia a la crisis


por el frenón productivo y a la caída del PIB de -8% en este año, sino que la
crisis ha sido colocada por el presidente López Obrador en la lucha por la
hegemonía dentro del Estado y del Estado sobre la sociedad. La aplicación de
un modelo de ajuste neoliberal podría, en efecto, reducir el efecto recesivo a
un año, pero con mayores costos sociales y de dominación política. Por ello
sus críticas severas a los empresarios de todos los niveles.

Lo malo, en todo caso, radica en el hecho de que el programa presidencial


atiende a las necesidades de sectores vulnerables no productivos, a costa
de abandonar a empresas y trabajadores a una especie de darwinismo
de crisis porque solo sobrevivirán los más fuertes y se romperán cadenas
productivas. Y los sectores vulnerables tendrán ingresos que no funcionarán
como factores multiplicadores de la demanda efectiva que ayude a una
reactivación más fuerte. Por sí solo el Estado y el gasto gubernamental no
alcanza para reactivar la economía porque necesita del 85% de la inversión
privada total.

Asimismo, la fase de conflicto de la crisis ha llevado a una lucha por


la hegemonía en el Estado: López Obrador aparece como el representante
del modelo populista, aunque carece de apoyo de corrientes y se centra en
su figura y liderazgo personal. En cambio, la crítica está avanzando hacia
un bloque opositor plural, disperso y dominado por el círculo rojo de la
crítica personal al presidente caracterizándolo como populista. La tensión
dinámica populismo-neoliberalismo está impidiendo la construcción de un
programa plural de sectores diversos para neutralizar la crisis económica
por la pandemia cuando menos a este año y reactivar la economía hacia el
último trimestre de 2020.
López Obrador y sus críticos están desarrollando una lucha por la
hegemonía del Estado y de la sociedad y no están pensando en la dimensión
de la crisis, en la oportunidad para un gran acuerdo nacional a favor de
un nuevo modelo de desarrollo con políticas económicas que se salgan de
la dinámica neoliberalismo-populismo y para catapultar la crisis hacia la
construcción de una economía con reformas estructurales que permitan
una nueva fase del desarrollo. El neoliberalismo y el populismo, cada uno
por su cuenta, no garantizan que la economía regrese a tasas de PIB de 6%
anual sin inflación ni devaluaciones. Los dos están apostando a regresar a la
normalidad anterior a la pandemia, sin entender que no era una normalidad
productiva ni de crecimiento con distribución de la riqueza; y la normalidad
se puede resumir en 2019: PIB de -0.1%.

La crisis puede servir para construir un nuevo consenso nacional tipo


las crisis de 1954, 1976, 1983 y 1995, aunque ahora con la posibilidad de
concertar un nuevo modelo de desarrollo con distribución de la riqueza.
En términos históricos, el proyecto de la Revolución Mexicana 1917-1982,
de la Constitución a la expropiación de la banca que deshizo el acuerdo de
economía mixta, fue posible por el funcionamiento de una gran hegemonía
nacional, con una minoría opositora --10% o menos-- sin capacidad de ofrecer
una alternativa al modelo de desarrollo revolucionario-posrevolucionario.
Esa hegemonía permitió el acuerdo político, el alejamiento de la violencia
de las relaciones en las élites y una tasa promedio de PIB de 6% promedio
anual.

Ese acuerdo de hegemonía posrevolucionaria --en el enfoque de


Basáñez-- se dio en 1968, estalló en crisis por la sucesión presidencial y
el programa económico en 1976, 1982, 1988, 1994 y 2000, no generó una
nueva hegemonía de bloques de poder institucionales y tuvo como invitado
externo a Cárdenas en 1994 y 2000 y a López Obrador en 2006, 2012 y 2018.
La disidencia cardenista y lopezobradorista construyó una base social de
apoyo no sólo de sus seguidores tradicionales, sino de disidentes de la vieja
hegemonía priísta-panista que creyeron en el discurso de López Obrador;
de los 30 millones de votos del 2018, López Obrador tuvo 15 millones de
seguidores y de 15 millones de flotantes del viejo régimen. Cárdenas y
López Obrador construyeron cada uno un pequeño boque de poder, pero
no consiguieron la dimensión de hegemonía dominante mayoritaria.

En el gobierno, López Obrador ha estado trabajando para convertir su


bloque de poder en una hegemonía, pero para ello ha necesitado de los
grupos del viejo régimen, como Manuel Bartlett como el símbolo de esta
opción. En lugar de convencer y sumar a los grupos de la vieja hegemonía
PRI-PAN, los ha estado hostigando hasta la confrontación. Los sectores de
la hegemonía son, por así decirlo, los sectores invisibles del viejo sistema/
régimen/Estado priísta: los empresarios, los medios de comunicación, los
EE. UU., los grupos sociales callejeros, los intelectuales, la oposición leal, los
beneficiarios de programas sociales, la iglesia católica, los poderes fácticos
legales e ilegales y la burocracia del poder, es decir: los beneficiarios del
gasto gubernamental. Sin un PRI o PAN que los organice y con un López
Obrador que los quiere mediatizar hasta la anulación, estos sectores
invisibles operan como opositores a la construcción de la hegemonía
lopezobradorista.

Las conferencias de prensa diarias del presidente López Obrador se


han convertido en la arena de lucha de López Obrador y adversarios en la
disputa por construir una nueva hegemonía. La idea central del presidente,
a partir de su experiencia en el régimen priísta de 1975 a 1988, se basa en
la urgencia de ese espacio de poder pactado entre los grupos dominantes y
los bloques de poder. El saldo de 2019 podría ser leído como la dimensión
de los resultados negativos para López Obrador y para los opositores. La
crisis sanitaria por la llegada masiva del COVID-19 tuvo efectos colaterales
severos en todos los grupos de poder y sirvió para polarizar las posiciones;
López Obrador centró en el gobierno-Estado el programa de resistencia
con defensa de sectores vulnerables identificados y se negó a un programa
de rescate de la economía y la economía funcional ha ido que ir cerrando
empresas y despidiendo trabajadores ante la negativa del Estado a un
programa anticrisis. Como López Obrador controla el presupuesto --quien
tiene el dinero, tiene el poder, dice una máxima funcionalista de la ciencia
política--, entonces está fortaleciendo a sus sectores sociales y debilitando
a sus opositores.

En este sentido, la crisis del coronavirus está construyendo un


nuevo orden económico interno y, por lo tanto, una nueva hegemonía.
Paulatinamente el presidente López Obrador irá soltando ayuda a empresas,
pero a condición de sumarse a su proyecto, Esa el sentido de su declaración
el martes 7 de que los grandes empresarios --Calos Slim, Alberto Bailleres,
Ricardo Salinas Pliego y Germán Larrea-- habrían abandonado el cubículo
de la “mafia del poder” y “minoría rapaz” para acceder al paraíso del Estado
benefactor lopezobradorista. La estrategia de López Obrador es que los
empresarios pierdan sus asientos en el sistema de toma de decisiones
políticas, económicas y sociales, se dediquen a invertir y ganar dinero y
apoyen al gobierno. El Estado, sería el mensaje, ya no es ni será otra vez el
consejo de administración del sector empresarial.

El nuevo orden económico interno está siendo conducido, de modo


natural, a una nueva hegemonía de poder tipo Cárdenas y Echeverría, con un
presidente fuerte y empresarios, sindicatos y grupos menores subordinados
al presidencialismo y el Estado como el instrumento de dominación política
que había destruido el neoliberalismo, como lo señalo con claridad Carlos
Salinas de Gortari en 1986 como secretario de Programación y Presupuesto,
al explicar las reformas de Estado del presidente Miguel de la Madrid en
1983 como una forma de regreso al Estado dominante por arriba de las
relaciones de producción: “El Estado no es la arena política donde se dirimen
los conflictos sociales. Hay una autonomía relativa del Estado respecto de los
diversos grupos que actúan y compiten en una sociedad plural. Por ello debe
rechazarse la posición reduccionista que considera que las formas del Estado
varían simplemente en correspondencia con los modos de producción”.
López Obrador quiere sacar al Estado de la lucha por la hegemonía,
regresar a los empresarios a producir, dejar a partidos debilitados e
incapaces de alcanza el poder y movilizar a las fuerzas sociales como las
bases del nuevo Estado. La nueva estructura de poder tendrá sus universos
separados: el Estado conductor, el sistema productivo y las relaciones
sociales de producción.

Sin embargo, en el camino que tiene cuando menos tres años de


posibilidades --dos perdidos, el primero por la desaceleración y el segundo
por el COVID-19--, una crisis como la del coronavirus está sirviendo como
arena de lucha por la hegemonía entre neoliberales y populistas. Y como
no se ven acuerdos para pactar la reconstrucción del modelo de desarrollo,
entonces los escenarios para después de la pandemia son tristes: un
populismo que mantenga al país en tasa de PIB de 1% máximo y un
neoliberalismo improductivo y con alto costo social que nunca recuperará
el 6% de PIB anual.

En este sentido, la crisis por el COVID-19 tiene tres pistas: la pandemia


sanitaria que causará muchos daños sociales, la lucha por la hegemonía entre
grupos de poder y la construcción de un bloque de poder lopezobradorista.
Cuidado de la edición: Armando Reyes Vigueras
Diseño: Alejandra Pineda.
Edición del Centro de Estudios Económicos, Políticos y Seguridad, S.A. de C.V.
D.R. México, 2020.
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