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Fue después de una subasta pública que logré hacerme de está casa, propiedad del
El inmueble de exquisito estilo francés sobresalía por encima del resto de las casas,
todas ellas modernas y con no más de dos décadas de antigüedad. El portón de hierro
desnudo lloró por su dueño cuando entré, incluso yo sentí profanar el suelo que ahora
me pertenecía, junto con los lirios llenos de vida que delimitaban el camino de piedras y
cal.
El acceso al interior de la casa, destinada para vivir mi jubilación, estaba enmarcado por
hiedras silvestres y telarañas, sin embargo no era el abandono lo que sobresalía, por el
existencia de un cuidador.
Una vez adentro se abrió ante mi sorpresa una estancia de reluciente mármol, altos
pilares alternados con vitrales multicolores, rematado todo ello por una bóveda que
devolvía mis pasos tan pronto como sonaban. Incluso los muebles, aterciopelados en
rojo a tono con las cortinas, lucían impecables a pesar de aparentar más de dos siglos
debido a su diseño.
Ingresé al comedor, donde la mesa de caoba maciza al igual que sus diez sillas,
cristalería y platos de evidente finura, me animé a abrir el cajón de los cubiertos y una
advertir un solo rastro de suciedad en los pisos o sobre los muebles, algo por demás
Subí las escaleras con los sentidos agudos ante un posible habitante, a su vez repase los
recovecos en los techos, los jarrones con flores, las ventanas de esquisto diseño
perfectamente irregular e ingresé a cada habitación, aunque fuera solo medio cuerpo a
través de las puertas, sintiendo el peso de la madera libre de polilla; todo impoluto.
Llegué al fondo del pasillo, justo antes de entrar a la habitación principal, misma que
ocupara el médico para su descanso y una extraña sensación me hizo voltear atrás,
dando cuenta de una serie de retratos alineados en la pared con la vista fija en mi.
En ellos aparecía la genealogía de los Bechelani, todos ellos de ojos profundos sobre la
tez más blanca jamás vista, vestidos de acuerdo a la época en que fueron pintados. En el
fondo los jardines de la mansión con ligeras variaciones en la flora los dotaba de
singularidad.
una caricatura terrorífica, sin embargo, al acercarme a ellos note las pinceladas sobre los
óleos y gracias a está curiosidad, me di cuenta de otra cosa: todos los retratados
mostraban las mismas arrugas, lunares, tono de cabello y forma de las cejas, el
semblante frio de los hombres de ciencia y la mirada, en esa mirada viva, el desprecio
Contrario a la lógica, no sentí miedo, más bien afinidad hacia aquel médico que había
muebles despidiéndome de ellos, y el eco de mis pasos parecían decir gracias, abandoné
por siempre aquella mansión a sabiendas que no descansaría tranquilo mi jubilación a