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Taller de Lecturas de Ciencia Política

Maestría en Historia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República

Reseña de capítulo 5 de El orden político en las sociedades en cambio, Samuel P.


Huntington1
Marcia González

Samuel P. Huntington (1927-2008) fue un politólogo y profesor de Ciencia Política


estadunidense doctorado por la Universidad de Harvard, y entre sus obras más destacadas
se encontrarían El soldado y el Estado: teoría de la política de las relaciones cívico-
militares (1957), El orden político en las sociedades en cambio (1968) y El choque de
civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1996). Es de destacar su actuación
como asesor del Departamento de Estado de los Estados Unidos en el área de Seguridad
Nacional entre las décadas de 1960 y 1970. En esta entrega será reseñado el capitulo 5
“Revolución y orden político” de El orden político en las sociedades en cambio.

El autor comienza explicando que entiende una Revolución como un cambio rápido y
violento que implica transformaciones profundas en los valores y mitos dominantes en una
sociedad, y particularmente en las instituciones políticas, por lo cual debería ser un
fenómeno no equiparable a una insurrección, rebelión, golpes de Estado o guerra de
independencia. La revolución no sería una categoría universal, sino un fenómeno
históricamente limitado vinculado al proceso de modernización, no dándose en sociedades
muy tradicionales con bajos niveles de complejidad social y económica. Por lo tanto,
tendría más probabilidades de ocurrir en una sociedad que ha experimentado cierto
desarrollo social y económico, pero con estructuras políticas retrasadas respecto a esos
cambios.

Se podrían identificar pautas generales entre la revolución “occidental” y la “oriental”:


en la primera la movilización política sería consecuencia del derrumbe de las instituciones
del antiguo régimen y en la segunda la causa de su destrucción, dándose en esta última la
simultaneidad y gradualidad de la expansión de la participación política y la creación de las

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Edición reseñada: Huntington, S. P. (1991). El orden político en las sociedades en cambio. Buenos Aires:
Ediciones Paidós.
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nuevas instituciones. Existirían otras diferencias a destacar, en la revolución “occidental” se
puede señalar que: sería fácil de identificar el comienzo, es decir, la caída de las
instituciones del antiguo régimen, pero no su final; comenzaría en el medio urbano y luego
se extendería al rural; la revolución se dirigía contra un régimen muy tradicional debilitado,
gobernado por un monarca absoluto y la violencia estallaría en las últimas fases del
proceso, generalmente de la mano de los radicales en la lucha contra los moderados. Entre
las características de la revolución “oriental” estarían: el derrumbe de las instituciones del
antiguo régimen sería el final de la revolución; el comienzo no sería fácil de identificar, no
así su final -una fecha real o simbólica que implicaría la conquista del poder-; comenzaría
en el campo y luego llegaría a la ciudad; la revolución se produciría en contra de un
régimen parcialmente modernizado pero estrecho para dar lugar a demandas diversas; el
terror sería parte de la primera fase y su intensidad dependería de la importancia y fortaleza
del movimiento revolucionario.

Dentro de las circunstancias institucionales y sociales de la revolución se destacarían


dos: por un lado, la incapacidad de las instituciones políticas existentes de dar cabida a la
participación de nuevas fuerzas sociales y, por otro, el deseo de estas de participar en la
vida política. Por lo cual las revoluciones serían improbables en sistemas políticos capaces
de ampliar su poder y ensanchar la participación.

A continuación, Huntington plantea que, en las sociedades en proceso de modernización,


la clase media urbana sería la verdadera clase revolucionaria, siendo la fuente principal de
oposición al gobierno- especialmente los intelectuales y entre ellos los estudiantes-. Para
que la revolución finalmente se produzca es necesario que tanto las clases medias urbanas y
el campesinado se encuentran alienados respecto del orden existente y tengan estímulos
para la acción conjunta contra él, lo cual es poco probable dadas las diferentes
características socioeconómicas y culturales de estos dos grandes sectores. Por lo tanto, a
pesar de que la ciudad sería la fuente permanente de oposición, el campo, que es variable,
sería la verdadera clave para la estabilidad como para la revolución. La ciudad puede
derrocar un gobierno, pero solo en alianza con el campesino puede crear una revolución.
Además, el autor agrega que muchas veces la causa común transcendente que ha

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promovido la alianza mencionada es el nacionalismo, fortalecido por la acción de un
enemigo extranjero.

Más que las consecuencias económicas de una revolución lo que el autor señala como
importante destacar son los resultados políticos, es decir, el éxito de una revolución se
encontraría en el rápido cambio en materia de valores y aptitudes políticas, en donde los
grupos sociales antes excluidos se identifican con el nuevo orden político y desarrollan
sentimientos de comunidad y unidad políticas, siendo excluidas las antiguas élites.

Hacia el final del capítulo Huntington compara las revoluciones del siglo XX con las
francesa e inglesa, planteado que estas dos últimas se produjeron “demasiado” temprano,
antes que los hombres tuvieran conciencia de los partidos políticos, ampliando la
participación política pero no logrando la creación de estructuras que institucionalizaran la
misma. En cambio, las revoluciones del siglo XX, la mexicana, rusa, yugoslava, vietnamita
y turca, lograron crear nuevos órdenes políticos institucionalizando la participación
ampliada en la vida política al centralizar el poder en un sistema unipartidista.

Finalmente, compara el caso de la Revolución mexicana de 1910 y el de la boliviana de


1952, utilizando las variables desplegadas con anterioridad para explicar los resultados tan
disímiles. Por otro, analiza la teoría leninista en función del desarrollo de las revoluciones
orientales y la instalación de los regímenes comunistas, haciendo hincapié de la
importancia de las dimensiones políticas de la misma.

De la lectura del capítulo aquí reseñado, como de la obra en su conjunto, centrada como
lo señala su título en el orden político en las sociedades en cambio, parecería desprenderse
el supuesto de que, a pesar de la importancia de la interacción de los fenómenos políticos
con los económicos y sociales, lo que finalmente condicionaría la estabilidad de las nuevas
estructuras políticas, surgidos tras las revoluciones, estaría determinada por la capacidad de
institucionalizar la participación ampliada de la población. En cuanto a la historia, puede
señalarse que el autor se interesa en este capítulo por los fenómenos revolucionarios del
siglo XX, como los de México, Bolivia, Vietnam, China y Rusia y la comparación de cómo
en estos casos interactuaron algunas de las variables que ponen en juego para explicar los
cambios en los órdenes políticos y su futura estabilidad.

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