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El Espacio Biografico
El Espacio Biografico
Dilemas de la subjetividad
contemporán ea
LEONOR ARFUCH
LEONOR ARFUCH
Fo n d o d e C u l t u r a Ec o n ó m ic a
M é x i c o - A r g e n t in a - Br a s il - C o l o m b ia - C h il e - Es p a ñ a
Es t a d o s U n id o s d e A m é r ic a - G u a t e m a l a - P e r ú - V e n e z u e l a
Ar fiich , Le o n o r
E l e sp acio b io gr á fic a - l a ed. 2a reim p. - Bu e n o s A ir es : Fo n d o de Cu lt u r a E co n ó m ica , 2007
272 p . ; 23x16 cm .
1. E n sa y o Ar gen t in o. I. Tít u lo
C D D A 864
A r m ad o d e t apa: Ju an Balagu er
Im agen d e t apa: M aríela A n t u ñ a y P au la Socolovsk y
Se t er m in ó d e im pr im ir en el m es de ago st o de'XOO?,
en A r t e s G r áficas del Sur, Alte. Solier 2450,
Avellan ed a, Bu e n o s A ir es, Ar gen t in a.
Entre las marcas (posibles) de una biografía están los rituales de la in vestiga
ción: las búsquedas, las vacilacion es, el diálogo con libros y tam bién con ( tros:
encuentros, discusiones, con versaciones, sugerencias, críticas. A esos interlo
cutores, que influyeron decisivam en te en la con creción de este proyecto, a su
generosidad de tiempo y de palabra, quiero responder aquí con mi agradeci
mien to.
A Elvira Am ou x, bajo cuya dirección este libro fue, en su primera versión,
tesis de doctorado, por el estímulo, la orien tación lúcida y valorativa.
A Beatriz Sarlo, cuyo juicio preciso y sugerénte, en una larga “h istoria
con versacion al", resultó iluminador en más de un sentido.
A Ernesto Laclau, quien temprana - y gen erosam en te- abrió perspectivas
in sospech adas para mi trabajo, cultivadas jun to con la amistad.
A mis colegas y amigos, a Teresa Carbó, a quien debo la decisión de reto
mar “sen das perdidas” para llegar a puerto, a Noem í Goldm an , que me alentó
con sabiduría y afecto, a Paola di Cori, que enderezó rumbos con sus com en ta
rios, a Alicia de Alba, que aún a la distan cia supo acompañarme con confianza
y calidez, a Emilio de Ipola, por su mirada lúcida, su recon ocimien to y el don
de su humor.
A mis colegas y amigas del equipo de in vestigación , Leticia Sabsay, Verónica
Devalle, Carolin a Mera y Debra Ferrari, por el con stan te impulso, el aporte de
ideas, el afecto y la generosidad de su tiempo.
A Mabel Goldem berg, por una escuch a sin la cual seguramente la tesis
(este libro) n o hubiera sido.
A Federico Sch uster, en ton ces director del Instituto Gin o Germ an i, por su
apoyo in con dicion al al “tiempo de descuen to’^que supuso esta larga escritura.
A Sim ón Tagtach ian , por su in valorable apoyo técn ico in form ático y a
Tecla Can dia, por la amabilidad de lo cotidiano.
Prefacio
¿Cuál es la relevan cia de este tema? ¿En qué cam po de cuestion es vien e a
in terven ir y a partir de qué huellas? ¿Qué objetivos, qué aportes se plantea? En
primer lugar, su formulación misma constituye un aporte, en tan to involucra
una combin atoria in h abitual de aspectos y saberes.
En efecto, mi perspectiva, que se plan tea como una in dagación sobre la
dim en sión significante en un horizonte cultural determinado, in corpora varia
bles históricas del campo de la sociología y de la filosofía política, de la teoría
y la crítica literarias, de la lingüística, la sem iótica, la pragmática y la n arrati
va. Y esta incorporación, en virtud de definidos intereses y objetivos, n o supo
ne simplemen te un a “sum atoria”, sin o una articulación, es decir, una búsqueda
reflexiva de compatibilidades con ceptuales - e n varios casos, in n ovadora-, que
n o sutura por supuesto las diferencias. Perspectiva de an álisis cultural que se
especializa, por así decir, en el último tramo de este trabajo, como metodología
de análisis discursivo, apta para dar cuenta de los relatos de vida en ciencias
sociales.
En tan to las formas que pueden incluirse en el espacio biográfico ofrecen, según
mi h ipótesis, una posibilidad articulatoria no sólo sin crón ica sin o también
diacrón ica; se impone una búsqueda genealógica que —sin pretensión de “esen
cia” o de verdad—haga in teligible su devenir actual. Tal búsqueda conduce, de
modo inequívoco, al horizonte de la modernidad. En efecto, es en el siglo XVIII,
con el afianzamiento del capitalism o y el orden burgués, cuando comienza a
afirmarse la subjetividad moderna, a través de una con stelación de formas de
escritura autógrafa que son las que establecen precisamente el can on (con fe
siones, autobiografías, diarios íntimos, memorias, correspondencias), y del sur
gim ien to de la n ovela “realista” definida justam en te com ofiction. El retom o a
esas “fuen tes” del yo, a esas retóricas y valores quizá reconocibles, no sólo
in volucró una perspectiva h istórica y sociológica (Ariés/Duby, [1985] 1987;
Elias, [1977-1979] 1987), que recogía también ecos de ancestros más remotos
(San Agustín, 397 [1970] 1991; Bajtín , [1975] 1978; Foucault, [1988] 1990),
sin o que abrió una doble vertiente de an álisis crítico para mi trabajo: 1) las
con ceptualizacion es filosófico políticas clásicas en tom o de las esferas de lo
público y lo privado y 2) las de la crítica literaria, sobre las valen cias particu
lares de aquellos géneros, su distinción posible con los considerados de “fie-
ción ” y su superviven cia en las formas con temporán eas.
En el primer caso, se trataba de ir más allá de la clásica an tin om ia entre
público y privado, donde uno de los términos con lleva una cierta n egatividad
(Aren dt, [1958] 1974; Habermas, [1962] 1990) para postular, por el contrario,
un enfoque no ciisociatifo entre ambos espacios, que permitiera con siderar la
creciente visibilidad de lo íntimo/privado —com plejam en te articulada, por otra
parte, a la invisibilidad de los intereses privados-, no com o un exceso, una
causal desestabilizadora de un equilibrio “dado” sin o com o con sustan cial a
una din ám ica dialógica, e h istóricam en te determinada, donde ambas esferas se
in terpenetran —y m odifican —sin cesar. En esa din ám ica, según mi h ipótesis, lo
biográfico se define justam en te como un espacio intermedio, a veces como
mediación entre público y privado; otras, como indecidibilidad.
En el segundo caso, se trataba también de superar los límites de algunos
estudios clásicos sobre la especificidad de la autobiografía (Starobin ski, [1970]
1974; Lejeun e, 1975), com o eje de un “sistema” de géneros afines, por la con-
fron tación con otros paradigmas de la teoría y crítica literarias, que nos permi
tieran llegar a una defin ición más satisfactoria para nuestros objetivos. Ya alu
dimos en el apartado an terior a la diferencia cualitativa que supone nuestra
con cepción del espacio biográfico, respecto de la de Lejeun e. Vamos a com ple
tar ah ora ese trazado teórico, en lo que constituye la segunda operación con
ceptual de nuestro trabajo.
En et horizonte h istórico del espacio biográfico, marcado por el gesto fun dan te
de Las confesiones de Rousseau, se dibuja tanto la silueta del gran hombre, cuya
vida aparece in extricablemente ligada al mundo y a su época —el ejem plo de
Goeth e, según W etntraub—, como la voz autocen trada que dialoga con sus
con temporán eos (lectores, pares) y/o su posteridad en las autobiografías que
aparecen como “m odelo" del género, pero también la errancia, el desdobla
miento, el desvío, la máscara, las perturbaciones de la identidad. Es esa diver
sidad n arrativa y n o una supuesta homogen eidad genérica la que opera como
trasfondo de nuestro espacio que, en tan to se propon e incursionar en terrenos
poco explorados, requerirá a su vez de nuevas “tecn ologías”.
Así, nuestro enfoque in corpora de manera decisiva la teoría bajtin ian a de
los géneros discursivos com o agrupamientos marcados con stitutivam en te por
la h eterogen eidad y sometidos a con stan te h ibridación en el proceso de la
interdiscurstvidad social, y también la consideración del otro como figura de
termin an te de toda in terlocución. El dkdogismo, como din ám ica natural del
lenguaje, la cultura y la sociedad —que h asta autoriza a ver de esa manera el
trabajo mismo de la razón-, permite justam en te aprehender la com bin atoria
peculiar que cada una de las formas realiza. Por otra parte, la con cepción
bajtin ian a del sujeto h abitado por la otredad del lenguaje, compatible con la
del psicoan álisis, h abilita a leer, en la din ámica fun cion al de lo biográfico, en
su in sisten cia y h asta en su saturación , la impronta de la falta, ese vacío con s
titutivo del sujeto que con voca la necesidad de identificación, y que en cuen
tra, según mi h ipótesis, en el valor biográfico —otro de los con ceptos bajtin ian os—
, en tan to orden narrativo y puesta en sen tido de la (propia) vida, un an claje
siempre renovado.
Esta in terpretación del paradigma bajtin ian o en virtud de mi objeto de
estudio postula además la con fluen cia de dos líneas del pensamiento del teóri
co ruso, h abitualm en te n o consideradas en simultáneo: la del dialogism o y la
de las formas literarias biográficas,3 de córte más filosófico/existencial. Esta
sin ton ía, plenam ente justificada a lo largo de mi trabajo, h a permitido alcan
zar con clusion es más matizadas.
Tam bién el aporte de Paul de Man (1984), en cuan to a la idea de un “mo
m en to” autobiográfico —más que un “gén ero”— como figura especular de la
lectura, susceptible de aparecer en cualquier texto, fue objeto de reelaboración,
sobre todo para la apreh ensión de esa deriva de motivos y momentos, esos
desplazamientos retóricos, metonímicos, que tienden a lo biográfico sin “con sti
tuirlo”, din ámica n ítidam en te perceptible en el horizonte mediático, y que la
en trevista h a transformado en procedimiento habitual.
Mi dom inio de interés integró asimismo otra vertiente de gran productivi
dad, la de la narrativa. En la senda mítica trazada por Barthes ([1966] 1974),
sus ecos estructuralistas y “pose", efectué una lectura de Ricoeur (1983, 1984,
1985, 1991) cen trada en su an alítica de la temporalidad, sobre todo en su
visión del tiempo n arrativo y de la fun ción configurativa de la trama en el
relato - d e una vida—, para confrontar sus postulados en el fun cion am ien to de!
espacio biográfico, propon iendo a mi vez una con fluen cia con el paradigma
bajtin ian o al n ivel de la ética. En la misma dirección, trabajé su con cepto de
identidad narrativa en relación con las diversas formas de asun ción del yo y a las
posicion es identitarias construidas en mi corpus de análisis, lo que supuso un
in teresante cam po de “prueba" y experimen tación. Fue precisamente la apuesta
ética de la n arrativa, llevada a un grado sumo en el registro biográfico, la que
me permitió encontrar un n exo inteligible para dar cuenta de la “positividad"
* Nora Cat elli ( !9 9 1 ), por ejem plo, deja de lado explícitam en te el dialogism o, utilizan do en
su in dagación sobre la autobiografía sólo el segun do aspecto men cion ado.
que asume, en la reflexión con temporán ea, la pluralidad de las n arrativas —en
tanto posibilidad de afirmación de voces otras—, que abren n uevos espacios
para lo social, la búsqueda de valores com partidos y de nuevos sen tidos de
comunidad y de democracia.
Defin ido el espacio, me interesó abordar el fun cion am ien to en particular
de alguno de sus registros. La elección com o objeto de estudio de la en trevista
mediática en tanto devenir biográfico —pese a que no se la considere habitual-
mente bajo tal "especialidad”- , fue inspirada por un trabajo anterior, donde
h abía analizado su configuración en tanto género discursivo. En aquella etapa
se h abía perfilado la cualidad {Ínter)subjetiva del género, su virtualidad biográ
fica, es decir, su peculiar don de inducir, aun en cam in o h acia otros objetivos,
la m ostración de la interioridad, la afectividad, la experien cia. Retom an do
lín eas profundicé ah ora en los temas específicos que aquí se plan tean ,
constituyendo un n uevo corpus, que incluye un agrupamíento particular de
en trevistas a escritores.
Este an claje en una forma mediática de tal relevancia en cuanto a prestigio
institucional, públicos y audiencias, me permitió a la vez desplazar ciertos acen
tos predominantes en algunos análisis sociológicos o mediáticos sobre la expan
sión de lo privado en lo público, en términos de man ipulación o seducción,
hacia una interpretación más matizada, que hace pensar más bien en un complejo
-y contradictorio—proceso de reconfiguración de la subjetividad contemporánea.
Así, el espacio biográfico, tal como lo concebimos, n o solamente alimentará “el
mito del yo” como exaltación narcisística o voyeurismo -ton alidades presentes
sin duda en muchas de sus formas-, sin o que operará, prioritariamente, como
orden narrativo y orientación ética, en esa modelización de hábitos, costum
bres, sentimientos y prácticas que es constitutiva del orden social.
Finalmen te, el cuarto momento de mi in dagación remite a los relatos de
vida en cien cias sociales, que cuenran con una larga tradición de estudios
teóricos y trabajos de campo, en un aban ico disciplinar multifacético, que va
de la an tropología a la sociología, pasando por la h istoria oral y los estudios
culturales. No se trataba en ton ces de construir un "n uevo" objeto sin o más
bien de abordar críticamen te algunos problemas a menudo insuficientemente
con siderados —sobre todo en lo que h ace al tratam ien to de la voz del otro—,
en con son an cia con nuestro propio recorrido con ceptual. Así, h ipotetizamos
ta complementariedad de estos relatos, en el plano del discurso social, con los
que se en tram an en los medios y, por qué no, también en la literatura. Com
plementariedad asimismo en cuanto a los usos de la entrevista, que h abitual
mente son vistos com o extrañ os uno al otro (los mediáticos, los cien tíficos)
pero que, mirados desde esta óptica, revelan una cierta índole común, suscep
tible in cluso de ser aprovechada, en sus múltiples recursos, en la in vestigación
académ ica. Con sideram os relevan te, por otra parte, en esta desacostumbrada
sin ton ía, incorporar en la perspectiva teórica de los llamados “enfoques bio
gráficos” tanto la con cepción baj tiniana del dialogismo y la otredad, como una
teoría del sujeto que con sidere su carácter n o esen cial, su posicion am ien to
con tin gen te y móvil en las diversas tramas donde su voz se h ace significante.
El en foque narrativo que hemos con struido se revela igualmen te apto para
este empeño.
En el último tramo de mi trabajo realizo el an álisis de un corpus de en tre
vistas biográficas, construido en el marco de una in vestigación bajo mi direc
ción, Más allá de lo que en su momento fueran los “resultados” de aquélla, en
términos de sus objetivos específicos (Arfuch, 1992c, 1996), ese corpus fue
retomado aquí en sin ton ía con nuestro recorrido temático, teórico y m etodo
lógico. Tratándose de un corpus homogéneo, en cuanto a la problemática, los
person ajes y el cuestion ario semidirectivo que sostenía la en trevista, me per-
m itió avan zar todavía un paso más h acia el an álisis del discurso, en un a
reelaboración personal a partir de la orien tación marcada por la llamada “es
cuela fran cesa”. Se integraba aquí naturalmente —como en el an álisis de las
en trevistas m ediáticas-, y además de los paradigmas ya explicitados, la tradi
ción an tirr epr esen t acion alist a, de W ittgen stein a Au st in , sin olvidar a
Ben ven iste, que enfatiza el carácter creador, transformador del lenguaje, las
im plican cias de la acción lingüística. Así, en este cruce de perspectivas, la n a
rración de una vida, lejos de venir a “representar” algo ya existen te, impone su
form a (y su sentido) a la vida misma.
Mi lectura in terpretativa de ambos corpus (en trevistas m ediáticas y relatos
de vida en cien cias sociales) plan tea en ton ces un salto cualitativo, “un paso
más allá” de los enfoques con ten idistas tradicionales. Pero lejos de servir sim
plemente de ejemplos a la ceoría, o de “casos” para un a descripción, se trans-
forman a su vez, en mi óptica, en espacios emblemáticos, tramas culturales de
alta den sidad sign ifican te, capaces de iluminar, aun en pequeñ a escala, un
“paisaje de época”.
4. Los capítulos
' Véase Ph ilippe Aries y Georges Duby (com ps.) Historia de la vida privada ([19853 1987), t. v,
siglos xvi al XVII), a cargo de Roger Ch artier, especialmente su artículo “Prácticas de lo escrito” y los
de Orest Ran um , “Los refugios de la intimidad”; Madeletne Foisil, “La escritura del ám bito priva
do”; Jean Marie Goulem ot, “Las prácticas literarias o la publicidad de lo privado”.
nes, autobiografías, memorias, diarios íntimos, correspondencias, trazarían, más
allá de su valor literario in trínseco, un espacio de autorreflexión decisivo para
el afianzamien to del individualismo com o uno de los rasgos típicos de Occi-
den te.1 Se esbozaba allí la sensibilidad propia del mundo burgués, la viven cia
de un “yo” som etido a la escisión dualista -público/privado, sentimiento/ra-
zón, cuerpo/espíritu, hombre/mujer—que n ecesitaba definir los n uevos tonos
de la afectividad, el decoro, los límites de lo permitido y lo proh ibido y las
in cumben cias de los sexos, que en el siglo xix se afianzarían bajo el sign o de la
desigualdad, con la simbolización de lo femenin o com o con sustan cial al reino
doméstico.
Esta construcción narrativa de lo privado como esfera de la intimidad -con -
tracara de un espacio público que se afirmaba a su vez en la doble dim ensión de
lo social y lo político—fue much o más allá de su con figuración primigenia. Si
la n acien te primera persona autobiográfica ven ía a atestiguar la coin ciden cia
feliz con un a “vida real”, su expan sión h acia otros registros y su desdoblam ien
to en múltiples voces e imágenes de valor “testifical” (Geertz, [1987] 1989:
83 y n o h a cesado jam ás: aquellos géneros literarios, instituidos ya com o prác
ticas obligadas de distin ción y autocreación -vidas filosóficas, literarias, polí
ticas, in telectuales, científicas, artísticas...- y, con secuentemen te, com o testi
mon ios in valorables de época, cuyo espectro se ampliaría luego en virtud de la
curiosidad cien tífica por las vidas comunes, se despliegan hoy en can tidad de
varian tes literarias y mediáticas; coexisten con formas autoficcionales, con los
ya clásicos relatos de vida de las cien cias sociales, con una especie de obsesión
generalizada en la escritura, las artes plásticas, el cine, el teatro y el audiovisual,
h acia la expresión más in mediata de lo vivido, lo auténtico, lo testimonial.
El avan ce in con ten ible de la mediatización h a ofrecido sin duda un escen a
rio privilegiado para la afirmación de esta tendencia, aportan do a un a com ple
ja trama de in tersubjetividades, donde la sobreimpresión de lo privado en lo
público, desde el gossip - y más recien temente el reality sh ow - a la política,
excede todo límite de visibilidad.
¿Podría considerarse este fen óm en o com o un a reconfiguración de la subje
tividad con temporán ea, en sin ton ía con aquel momento de inflexión que mar
cara el surgimiento de los géneros autobiográficos? ¿Es plausible postular un
espacio común de in telección de estas narrativas diversas -el espacio biografié
Pero ¿cómo definir esta narrativa? Si bien el término “viven cia" y sus formas
derivadas están in corporados con toda n aturalidad al uso corriente, nos pare
ce pertin ente remitir aquí al an álisis que realizara H an s-Georg Gadamer, en
un a lín ea h ermenéutico-fenomenológica, por cuan to sus distin cion es con cep
tuales aportan en buena medida a nuestro tema. El autor señ ala que el uso
frecuen te del término “viven cia” en el ámbito alemán (Erlebnis) recién se da
en los añ os seten ta del siglo XIX, precisamente como un eco de su empleo en la
literatura biográfica. Su término de base (Erleben) ya era utilizado en tiempos
de Goeth e, con un doble matiz, el de “compren sión in mediata de algo real, en
oposición a aquello de lo que se cree saber algo, pero a lo que le falta Ia garantía
de una vivencia propia” y el de “designar el con ten ido perman ente de lo que ha
sido vivido”. Es justam en te esa doble vertiente la que habría motivado la uti
lización de Erlebnis, en primera in stan cia en la literatura biográfica. Dilthey
retoma esta palabra &n un artículo sobre Goeth e —quien h abía recon ocido que
toda su obra poética tenía el carácter de una confesión—, y en el empleo filosó
fico que h ace de ella no sólo aparecen ambas vertientes - la viven cia y su resul
tado—, sin o que adquiere además un estatuto epistemológico, por cuanto pasa
a designar también la unidad mínima de significado que se hace eviden te a la
con cien cia, en reemplazo de la n oción kan tian a de “sen sación ”. La viven cia,
pen sada en ton ces como unidad de una totalidad de sen tido donde interviene
una dimen sión in tencion al, es algo que se destaca del flujo de lo que desaparece
en la corrien te de la vida. “Lo vivido es siempre vivido por uno mismo, y forma
parte de su sign ificado el que pertenezca a la unidad de este ‘uno m ism o’. [...]
La reflexión autobiográfica o biográfica en la que se determin a su con ten ido
sign ificativo queda fundida en el con jun to del movimiento total al que acom
paña sin in terrupción .” Analizando este doble movimiento, Gadam er distin
gue “algo más que pide ser recon ocido [...]: su referencia in tern a a la vida”.
Pero esa referen cia n o es una relación entre lo general y lo particular, la un i
dad de sen tido que es la viven cia “se encuentra en una relación inmediata con el
todo, con la totalidad de la vida”. Gadam er remite aquí a Sim m el, cuyo uso
frecuente de Erletmis lo h acen en buena medida “responsable de su conversión
en palabra de moda", para enfatizar ese “estar volcada la vida h acia algo que
va más allá de sí misma”. Con cepción trascendente que Gadam er sintetiza
con palabras de Sch leiermacher: “cada viven cia es ‘un momen to de la vida
in fin ita”’. Si la viven cia está “en tresacada” de la con tin uidad de la vida y al
mismo tiempo se refiere al todo de ésta, la viven cia estética, por su impacto
peculiar en esa totalidad, “representa la form a esencial de la vivencia en general".
(Gadamer, [1975] 1977: 96-107; los destacados son míos). Este más allá de sí
misma de cada vida en particular es quizá lo que percute, como in quietud
existen cial, en las narrativas autobiográficas.
1. Genealogías
Si ubicam os en una dim en sión h istórica la con form ación del espacio de fa
in terioridad, quizá debam os retrotraern os, con Norbert Elias ([1939] 1977-
1979), a ese m om en to fun dacion al del “proceso de civilización ” en el cual el
Estado absolu tista com ien za a afirmarse en el in ten to de pacificación del
espacio social, relegan do las expresion es violen tas y pulsion ales a otro ám bi
to, por La im posición de códigos de com portam ien to coercitivos que, a partir
de la corte, serían asumidos por las dem ás capas sociales- Es esa im posición
la que fun da la esfera de lo privado com o “un a man era n ueva de estar en
sociedad, caracterizada por el con trol más severo de las pulsion es, el dom i
n io más firm e de las em ocion es y la exten sión de la fron tera del pudor”
(Ch artier [1985] 1987: 22). En esta n ueva “econ om ía psíquica”, las m u tacio
n es del Estado tran sform arían a su vez radicalm en te las estructuras de la
person alidad.
Desde esta óptica es relevan te el an álisis de prácticas y escrituras, tan to de
esa “literatura de civilidad”, pieza fun dam en tal en el m agn o estudio de Elias
—tratados, códigos, manuales de etiqueta, con sejos y máximas, proverbios, sen
ten cias, fábulas, pero tam bién represen tacion es del rostro, el cuerpo y la
gestualidad—como de la literatura autógrafa, donde se articulaba, con propósi
tos diversos, la relación in cipien te entre lectura, escritura y con ocim ien to de
sí.4 Prácticas que, alentadas por la alfabetización y las n uevas formas de reli
giosidad, diseñ aban no sólo el espacio in terior del pen samiento y la afectivi
’ Sobre ta “in ven ción ” de la privacidad, escribe Aries: “h asta fin ales del siglo XVn n adie
estaba a solas. La den sidad social im pedía el aislam ien to y se h ablaba con en com io de aquellos
que h abían podido encerrarse en un a h abitación calien te o en un a sala de trabajo duran te bastan
te tiem po" (Aries, [1985] 1987; 527, citado en Taylor, [1989] 1996: 309).
6 Ch arles Taylor señ ala la im portan cia de la autn exploración com o parte de la disciplin a
con fesion al tan to católica com o protestan te, que diera origen a la práctica del diario ín tim o. Eí
autor in cluye al respecto un a cita de L. Ston e: ‘“Desde el siglo XVII en adelan te, explotan sobre el
papel un torren te de palabras acerca de los pen sam ien tos y sen tim ien tos ín tim os escritos por un
in gen te n úmero de in gleses sum am en te corrien tes, h ombres y mujeres, la mayoría de ellos de una
acrecen tada orien tación laica’ [...] la cultura protestan te de in trospección se seculariza en forma
de autobiografía con fesion al" (Taylor, [1989] 1996: 200. La cita de St on e es de Family, sex and
marriaga in En¿an d , 1500-Í800, Lon dres, W eidenfeld, 1977: 228).
7 M. Foisil ([1985] 1987: 322) remite al Diccion ario de Furetiére de ¡690 para la defin ición de
estos géneros en su época: las memorias, aluden a los libtos de h istoriadores escritos "por quienes
participaron en los asun tos o fueron sus testigos oculares o que con tien en su vida y sus principales
accion es”; el ¡Jv re de raison es el libro del "buen admin istrador o com ercian te” donde éste an ota
algunos autores, et paradigma de toda historia autobiográfica.8J. Sturrock (1993:
20) señ ala al respecto que las Confesiones “n o sólo registran, con un a extraor-
diñ aría coh eren cia la conversión, [...] sin o que, al h acerlo, tam bién efectúan
un a” (el destacado es mío) ejemplifican do así el giro obligado que toda narra-
tiva, como proceso temporal esencialmente transformador, impone a su m ate
ria: con tar la h istoria de un a vida es dar vida, a esa historia. Es in teresante la
observación de esta cualidad pragmática de la escritura, por cuanto es sobre
esta h uella que se afirmará el diario íntimo como acto privado de con fesión o
autoexam en - y también, podríamos agregar, algunas m odulacion es de la expe
riencia m ística ten dien tes a la “salvación ”.9 A través de estas prácticas se iría
afirmando la espiritualidad de lo que hoy aludimos com o vida in terior .
Del lado de lo profano, el diario de Sam uel Pepys (1660-1690) constituye
asimismo en su género un ejem plo singular. En avan ce considerable para su
“para darse razón a sí mismo de todos sus n egocios”. La autora enfatiza la diferencia en tre estas
memorias (que remiten a empresas políticas, diplomáticas, militares, y por ende, a fa vida pública)
y la autobiografía o las memorias autobiográficas, que se desarrollarán posteriormente.
6 En las Confesiones (c. 397 [1970] 1991), típico relato de con versión , la n airación de ta vida
se orien ta al argum en to y la dem ostración de la verdad divin a frente a la duda, la am bigüedad y
las cam bian tes im presion es de la vida h umana. En este sen tido,,su “h ibn dez”, si pudiera usarse
esta expresión , deriva del én fasis en descubrir aquello com ún a todos, de con stituirse m ás bien en
u n a suerte de “autobiografía de todo cristian o" (E. de Mijolla, 1994). Sin embargo, tan to esta
autora com o J. Sturrock, con sideran que, pese a la distan cia h istórica e h istoriográfica que separa
a las Confesiones de las formas m odern as, es un an teceden te in n egable del gen ero y, con secu en te
m en te, en sus obras respectivas —que presen tan estudios sobre autobiografías—, dedican a San
Agustín un obligado capítulo prim ero. (Su persisten cia retórica es in n egable, por ejem plo, en el
modelo rousseaun ian o.)
9 U n siglo an tes de las fam osas Confessions de Rousseau, un a experien cia mística, tam bién
célebre, expresaría, a partir del m odelo agustin ian o, la paulatin a tran sición h acia u n a percepción
diferen te de lo íntimo, precisam en te en el relato de esa doble violen cia del cuerpo y el espíritu
que es la posesión . La n arración de Sor Ju an a de los Án geles, superiora del Con ven t o de las
Ursulin as de Loudun , datada en 1644, con stituye un ejem plo singular, en tan to la escritura le
h abría sido recom en dada justam en te com o “cura", ejercicio de autocon trol, captura en el discur
so de ese yo extraviado en “fuerzas oscuras”. Véase H erm an a Jean n e des An ges, Autobiographie,
1644, [1886] 1990, que incluye el artículo de Mich el de Certeau ([1966] 1990), “Jean n e des
An ges". El texto, reescrito en parte en el siglo XV111, fue establecido por prim era vez por dos
discípulos de J . M . Ch arcot, quien, en el prólogo a la edición publicada en la colección “Bibliotéque
Diabolique” (1886), lo señ ala com o un in valorable aporte al estudio de la h isteria. En su artículo,
De Certeau, quien lo lee en clave m ístico/psicoan alítica, destaca en él justam en te un a especie de
desdoblam ien to que podríam os llam ar típicam en te “m odern o": “el lugar exorbitado del ‘yo’ (o
del yo m e’) q u e h ace sim ultán eam en te del ‘yo’ (moi) el sujeto y el objeto de la acción (p. 333)
(la traducción es m ía, así com o las sucesivas qu e remiten a textos citados en otros idiom as).
Tam bién Ch .Taylor alude a! fenómeno de la “locura europea por la brujería", qu e va del siglo xv
al xvii, com o un lugar don de se plan tea el ch oque entre dos iden tidades, la del m un do mágico,
regido por un “logos ón tico” y la de un sujeto autodefin ido, con un n uevo sen tido del yo y de la
libertad (Taylor, 1996: 208).
época, este person aje en la trein ten a, empleado muidle class del Alm iran tazgo
de Lon dres, produce un diario íntimo y autobiográfico don de están con tem
plados prácticam en te todos los registros de lo cotidian o: gustos, usos, costum
bres, viajes, in clin acion es amorosas, in timidad con yugal y relato de infidel ida-
des.10 Más allá del deslum bram ien to etn ológico, esas escen as de amor y de
celos de las que nos separan más de tres siglos, escritas n o para ser leídas en
público sin o atesoradas en ese espacio de la privacy que se con sidera casi una
in ven ción in glesa,11 n o dejan de inspirar cierta afección . El tiem po transcurri
do parece dar aquí testim on io de esa espiral in interrumpida y ascen den te de la
“econ om ía psíquica”, que lleva hoy la in tim idad del lech o al ruedo del talle
show o alim en ta escán dalos mediáticos, an te ojos tan en tren ados com o com
placien tes.
El siglo XVII también fue pródigo en la narración de vidas ilustres desde la
óptica cercan a, y a veces obsesiva, de un testigo privilegiado. El Diario de
Héroard (1602-1629), médico de Luis XIII, que acom pañ ara durante 27 años,
día por día, la vida del príncipe, es otro raro ejem plo con servado de este tipo
de n arración. La descripción de la vida de un otro que es a la vez la razón de la
propia vida cobra aquí un a dim en sión particular, inaugurando quizá esa devo
ción que alen tara, desde en tonces, a tantas gen eracion es de biógrafos. Pero
hay aun otra m irada sobre vidas ajen as que parece dejar aquí un a marca
primigenia, las “h istorias secretas”, que pretenden explicar los grandes acon
tecim ien tos (guerras, revolucion es, alianzas) por una cara oculta, y por ende,
más verdadera: pasion es, celos, deseos irrefren ables, decision es de alcoba,
motivacion es que escapan a las causalidades públicas o públicam en te in voca
das. La Historia secreta de M aría de Borgoña (1694) o de Enrique A/ de Castilla
(1695) o El señor d'Aubigny (1698) podrían quizá con siderarse com o an tece
den tes en la trama genealógica de tantas biografías “no autorizadas" que develan
in timidades con tem porán eas ya ni tan secretas n i tan trascendentes.
10 “Cu an do llegué a casa [*..] mi mujer estaba ten dida en su cam a con un n uevo ataque de
pavorosa ira. Me llam ó con los nom bres más ultrajan tes y se puso a in juriarm e de m an era h orri
ble. Por último, n o pudo con ten erse de golpearm e y de tirarme del cabello [...] Se acercó a la
cam a, descorrió mi cortin a y, arm ada de tenazas al rojo vivo, parecía que quería asirm e, me
levan té con espan to y las dejó sin discutir.” {Diary Manuscript de Sam uel Pepys, Madgalen e College,
Cam bridge* citado por M. Foisil, [1985] 1987: 354-355).
11 El diario privado, com o relato de los sucesos de la vida cotidian a, estaba muy generalizado
desde fin es del siglo XV! en In glaterra, y, a diferen cia del fran cés, m uch o m en os frecuen te {en
cien o modo, su lugar fue ocupado por los fcvres de Toisón), es m en os pudoroso en cu an to a la
expresión de los afectos. Tam bién los diarios fem en in os son n um erosos, lo cual perm ite un mayor
con ocim ien to de las actividades de las m ujeres inglesas. U n caso sin gular de este tipo de escritura
en el m edio francés es el Diario de Gilíes de (3oubervÍUe> (1553-1563), detallada descripción de la
vida dom ésrica y com un al de un m edio rural, los trán sitos y peregrin ajes, los h ábiros de h ospita
lidad, ere. (Cf. M. Fo isil [1985] 1987: 344 -350).
Si la diversidad de fuentes y arch ivos y el carácter privado de much os de
estos docum en tos h acen sumamente difícil su estudio y aún, el establecim ien
to de repertorios, las huellas que emergen aquí y allí permiten reconstruir una
trama de in telección para el análisis de la producción literaria del siglo xvm,
que iría afianzando su “efecto de verdad” tan to con la aparición de un sujeto
"real” com o garan te del “yo” que se en un cia, como con la apropiación de la
primera person a en aquellas formas identificadas como fiction, que darían ori
gen a la n ovela moderna. "La realidad como ilusión creada por el n uevo gén e
ro —escribe Habermas en su estudio sobre la opinión pública burguesa ([1962]
[1990] 1994: 87)- , tien e en inglés el nombre de fiction: con ello se la despoja de
su calidad de meramente fingida. Por vez primera consigue crear la n ovela bur
guesa aquel estilo de realismo que autoriza a todo el mundo a penetrar en la
acción literaria com o sustitutivo de la propia acción .”
H aberm as otorga suma im portan cia al despliegue de la subjetividad que
se expresaba en las diversas formas literarias (libros, periódicos, sem an arios
morales, cartas, disertacion es, etc.), don de los lectores en con traban un n ue
vo y apasion an te tema de ilustración : n o ya la fabulación en torno de perso
n ajes m íticos o im agin arios sin o la represen tación de sí mismos en las cos
tumbres cotidian as y el diseñ o de un a m oralidad m en os ligada a lo teologal.
La esfera de lo ín tim o privado comienza así a delin earse en cierta auton om ía
respecto de la fam ilia y de la actividad econ óm ica ligada a ella, dan do lugar
a otro tipo de relacion es en tre las personas. A tal pun to es sign ificativo este
giro, que el siglo XVIII puede ser defin ido, según el autor, com o “un siglo de
in tercam bio epistolar”: “escribien do cartas - la carta com o desah ogo del co
razón, estam pa fiel o ‘visita del alm a’- se robustece el in dividuo en su subje
tividad”. Car t as en tre amigos, para ser publicadas en los periódicos, cartas
de lectores, cartas literarias, el carácter dialogal adquiere un peso determ i
n an te, por cuan to toda autoobservación parecía requerir de un a con exión
"en parte curiosa, en parte em pática, con las con m ocion es an ím icas del otro
Yo. El diario se con vierte en una carta destin ada al rem iten te; la n arración
en primera person a, en m on ólogo destin ado al receptor ajen o...” (H aberm as,
[1962] 1990, 1994: 86).
En la n ovela se despliegan asimismo una serie de procedimientos retóricos
de autentificación que van de los “manuscritos hallados" - e l Robmson ( Irusoe de
Defoe- a las “cartas verdaderas” —La nueva Heloisa, de Rousseau, La campesina
pervertida, de Rét if de la Bretonne, Las relaciones peligrosas, de Ch oderlos de
Lacios-. En el caso de la forma epistolar, es quizá el carácter íntimo de la
correspon den cia y su supuesta “veracidad” —el n o h aber sido escritas para una
n ovela—, pregon ada por los respectivos autores, lo que logra despertar en su
momento el mayor interés. El más temprano an teceden te fue sin duda la Pa
m ela de Rich ardson (1740), un verdadero best-seller que, en la búsqueda de un
m odelo de cartas, terminaría dan do impulso a un n uevo gén ero.12
Esta obra, que an ticipaba la clásica n ovela psicológica en forma autobio-
gráfica, y cuyo éxito hizo de ella, según Habermas, un h iro en la con stitución
de la subjetividad burguesa, florecía en el “humus” que h abía marcado fuerte'
men te los in tercambios de las esferas pública y privada. Lo que se estaba pro
ducien do en este tipo de escritura —que capitalizaba tanto la práctica del dia
rio íntimo com o la forma epistolar—era un cam bio sustan cial en las relaciones
entre autor, obra y público,11 que adquirían así un carácter de "in terrelacion es
ín tim as” entre personas in teresadas en el con ocim ien to de “lo h um an o” y, por
ende, en el autocon ocim ien to.
Com en zaba así a defin irse el círculo cuya paradoja n o h a dejado de ser
in quietante: el esbozo mismo de la esfera de lo privado requería, para con sti
tuirse, de su publicidad, es decir, de la in clusión del otro en el relato, n o ya
como simple espectador sin o como copartícipe, in volucrado en parejas aven tu
ras de la subjetividad y del secreto. Los relatos epistolares en particular, con su
impresión de inmediatez, de transcripción casi sim ultán ea de los sen timien tos
experimen tados, con la frescura de lo cotidian o y el detalle sign ifican te del
carácter, propon ían un lector llevado a mirar por el ojo de la cerradura con la
im pun idad de un a lectura solitaria. Ficción de abolición de la in termediación,
de la posibilidad de un lenguaje desprovisto de ornamentos, asen tado en el
prestigio de lo impreso pero como supliendo la ausen cia de la voz viva, todavía
determ in an te en la época, que en realidad suponía una mayor astucia formal
u Paul Ricoeur alu de a los procedim ien tos de verosim ilitud, que tuvieron en la n ovela ingle
sa del siglo XV lll un in teresan te espacio de experim en tación , señ alan do que m ien tras el RoÉwson
Crusoe recurría a la pseudo-autobiografía por im itación de las inn umerables formas del relato
autorreferen cíal de la época, con in fluen cia de la disciplin a calvin ista del exam en diario de con-*
cien cia, Rich ardson perfeccion aba, en el trayecto de Pamela a Cíaríssa, la m ultiplicación de las
voces para dibujar más fielm en te la experien cia privada: en esta últim a se entrecruzan dos in ter
cam bios de cartas, las de la h eroin a y su con fiden te y las del h éroe y el suyo. Se altern an así la
visión fem en in a y la m asculin a en el m arco de la supuesta veracidad epistolar (Ricoeur, 1984- t.
a, 24).
15 Robert D am t on an aliza este fen óm en o a través de un arch ivo de cartas de un lector de
Rousseau» en con trado en la Biblioteca de Neuch atel: “Algo sucedió en la manera com o los lecto
res reaccion aron an te tos textos a fines del siglo xvui [...) puede afirmarse que la calidad de la
lectura cam bió en un público am plio pero in con m ensurable a fines del An tiguo Régim en . Au n
que m uch os escritores prepararon el cam in o para este cam bio, yo se lo atribuiría básicam en te al
surgim ien to del espíritu rousseaun ian o. Rousseau en señ ó a sus lectotes a ‘digerir’ los libros tan
t otalm en te que la literatura llegó a absorberse en la vida. Los lectores rousseaun ian os se en am o-
raban , se casaban y criaban a sus h ijos im pregn án dose en las letras impresas. Desde luego, n o
fueron tos prim eros en reaccion ar dram áticam en te an te los libros. La misma m an era de leer de
Rousseau m ostró la in fluen cia de la in ten sa religiosidad person al de su h eren cia calvin ista”
(D am t on , [1984] 1987: 253-254).
del relato. La literatura se presentaba así como una violación de lo privado, y
lo privado servía de garan tía precisamente porque se h acía público. “El lector
—afirma Goulem ot—n o es víctim a de un engaño, com o mucho, cómplice. La
violación del espacio privado h ace que el lector sepa siempre más que cada
un o de los protagon istas que se con fían en sus cartas. Esta es la paradoja que
h ace que el secreto del espacio privado sólo resulte eficaz cuando deja de ser
secreto” (Goulem ot, [1985] 1987: 396),14 Esa visibilidad de lo privado, como
requisito obligado de educación sen timental, que inauguraba a un tiempo el
ojo voyeurístico y la m odelización - e l aprender a vivir a través de los relatos
más que por 4a “propia” experiencia—, aparece como un o de los registros prio
ritarios en la escen a con tem porán ea, si bien ya casi no es necesario atisbar por
el ojo de la cerradura: la pan talla global h a ampliado de tal manera nuestro
pun to de observación que es posible en con tram os, en primera fila y en “tiem
po real" an te el desn udamien to de cualquier secreto. Pero además, la retórica
de la auten tificación , de borramien to de las marcas ficcionales, tam bién pare
ce haberse desplegado de manera in cansable a través de los siglos, prom etien
do un a distan cia siempre men or del acon tecim ien to: n o se tratará ya sólo de
vidas “en directo”, sin o tam bién de muertes.
11 El autor con fron ta la doble atestación de Las relaciones peligrosas de Lacios, para dar cuen ta
de esta paradoja: el “prefacio del redactor" que afirma la auten ticidad de las cartas y la “adverten
cia del editor” que subraya su carácter n ovelesco: “N o gar an t íam os la auten ticidad de esta reco
pilación [...] ten em os poderosas raion es para pen sar que es sólo una n ovela” (Gou lem ot, [1985]
1987: 396).
en em igos.”) trazaban con veh em en cia la topografía in icial del espacio au to
biográfico m odern o.15
Rousseau pon ía así en escena, de modo emblemático, aquel en fren tam ien
to del “yo con tra los otros” que para Elias con stituye un a fase peculiar del
proceso civil izatorio: “es la con cien cia de sí de seres que su sociedad h a forzado
a un grado muy alto de reserva, de con trol de las reaccion es afectivas, de in h i
bicion es [...] y que están habituados a relegar una multitud de man ifestaciones
in stin tivas y de deseos en los en claves de la intimidad, al abrigo de las miradas
del ‘mundo exterior’" (Elias, 1997: 65). Proceso que se afirma con un a “trilogía
fun cion al” de con trol --de la naturaleza, de la sociedad, del in dividuo-, donde,
por la vía de la imposición de las costumbres, se acen túa la escisión dualista
en tre individuo y sociedad. Pero este proceso es en sí mismo con tradictorio: el
yo - la con cien cia de sí—que se en un cia desde un a absoluta particularidad,
busca ya, al h acerlo, la réplica y la iden tificación con ios otros, aquellos con
quien es comparte el habitus social16 -etn ia, clan, paren tela, n acion alidad-.
Más allá de sus declam acion es retóricas, de la in vocación a Dios bajo el
m odelo agustin ian o, del énfasis en cuan to a la sinceridad y exactitud de la
n arración de su vida, ese yo profundo del filósofo que se expresaba en el relato
de in fan cia, en su placer por la fam osa fessée de Mme. de W arens y en otros
detalles de su experien cia amorosa —que dieron lugar en nuestro siglo a una
proliferación de in terpretaciones psicoan alíticas—, produciría, en tre sus con
temporán eos, una impresión distin ta de la esperada, que no es irrelevan te para
nuestro tema. En efecto, mientras que Rousseau pretendía despertar la com
plicidad adm irativa de sus lectores u oyentes por el don de su sin ceridad expre
sada en un a n ueva retórica de lo íntimo, éstos reaccion aron , en general, como
an te una obra literaria, cuyos procedimien tos no eran dem asiado diferentes de
lo ya con ocido-17 En esa tensión entre secreto y revelación -revelación que
15 En eí prefacio a Les confessions (1766, t. i, [1959] 1973: 32-33), j. B. Pon talis señ ala la
fuerza perform ativa del texto com o acto (con fesión ) respecto de lo que sería sim plem en te un a
recopilación de m em orias, así com o su diferen cia respecto de la n ovela de apren dizaje: n o se
expresa en él un trayecto cum plido, un relato orden ado de las peripecias que con ducen a un
estado ideal, sin o un a búsqueda de iden tidad que n o se agota en el texto m ism o, un a pugn a
irresuelta con la sociedad de su época que [a escritura m an ifiesta com o rebeldía y n o com o aquie-
tam ien to.
16 Son bien con ocidos los desarrollos posteriores que Pierre Bourdieu h a realizado en t om o de
la n oción de hnbnuí formulada por Elias, com o un “sistem a de disposicion es pat a la práctica”.
Véase sobre todo El sentido práctico ([1980] 1991) y Cosas dichas (I9S8).
17 St u tr ock (1993) señ ala ai respecto que, cuan do Rousseau llevó el m an uscrito a Con dillac,
así com o en algun as lecturas públicas que realizara d e su obra, aun an tes de con cluirla, los com en
tarios rondaron más sobre la m ateria del len guaje literaria que sobre su carácter viven cial. El
filósofo quizá se adelan taba dem asiado al “h orizonte de expectativa” de su época.
h ace aun más oscuro el secreto-, entre el desapego virulen to de la sociedad
—los “en emigos”, las con ductas—y el deseo de su recon ocim ien to se afirmaba la
“doble restricción ” de la cual n un ca h a podido escapar el sujeto moderno.
Pero esta actitud pion era, con toda su importancia, era en verdad casi una
lógica derivación de su contestación radical de los postulados clásicos de la filo-
sofía. Afirm a Goulemot: “En vez de plantear que la verdad se h alla en la razón,
o siquiera que está in spirada en Dios, Rousseau in ten ta definir moralmente el
lugar de la en un ciación [...] La relación con la verdad perten ece a la categoría
de la visión y la revelación [...] proviene de lo íntimo, lo cual garantiza que el
sujeto la reconozca” (Goulem ot, [1985] 1987: 398; el destacado es mío). En la
misma dirección , Taylor con sidera que el gesto de Rousseau, de una radical
auton om ía, en san ch aba in mensamente el alcan ce de la voz interior, propo
n iendo un con tacto más profundo con la naturaleza y afirmando la posibilidad
dich osa de “vivir en conformidad con esa voz", aunque fuera en dison an cia
con el poder de la opinión.
La n ecesidad de la autobiografía adquiere así relevancia filosófica: n o sola-
men te explora los límites de la afectividad abrien do paso a un nuevo género,
entre las ten den cias literarias de su época; n o sólo expresa el sen tim ien to de
acoso y de defen sa fren te a la intrusión de lo íntimo por lo social —en la Ínter-
pretación de Aren dt-, sin o que in troduce la con vicción íntima y la in tuición
del yo com o criterios de validez de la razón.
Es quizá por ello que Las confesiones aparecen como un a especie de canefour,
pun to de en cuen tro —y de fascin ación —tan to para la reflexión filosófico-polí-
tica, com o para la h istoria y la crítica literaria. Respecto de esta últim a, y
en tran do ya en la especificidad de nuestro tema, me in teresa retomar aquí
algunos desarrollos de P. Lejeun e y de J. Starobin ski en sus respectivos análisis
de la obra,18 que constituyen un a referencia obligada en cuan to al estudio de la
autobiografía y, en general, de las formas autobiográficas, para plan tear los
límites teóricos de ambas posicion es, y proponer en tonces una perspectiva de
abordaje diferente.
2. En tomo de la autobiografía
18 Véase Ph. Lejeun e (1975), Le pacte autobíographíque, caps. 1, 2 y 3, y J. Scarobin ski (1974),
La relación cTÍtica, especialm en te el cap. 1.
ren cia cualitativa que eman a de la lectura de Las confesiones, no es tan to el
deven ir de una vida en su temporalidad, apoyada en la garan tía del nombre
propio —aunque esto tenga, como veremos, su im portan cia—, o el desenfado en
la revelación de la propia intimidad, sin o el lugar otorgado al otro, ese lector que
se presume in clem en te y a quien se in ten ta exorcizar desde la interpelación
in icial, a través de la explicitación de un pacto peculiar que lo in cluye, el pacto
autobiográfico. Esta caracterización de la obra por su fun cion am ien to pragmá-
tico, in tersubjetivo, por lo que le solicita y ofrece a su destinatario más que por
una especificidad temática, es uno de los con ceptos que me in teresa retener.
Pero, aun cuando la obra rousseauniana, con su carga simbólica de “origi
n al", h aya in spirado en buena medida su in dagación , ¿por qué comenzar por la
autobiografía, entre los múltiples géneros de una con stelación literaria con sa
grada? En tan to para el autor el despliegue de la escritura autobiográfica en el
siglo XVII] con stituye un "fen óm en o de civilización ”, la elección de esta forma
tien e que ver justam en te con un a h ipótesis sobre su centralidad, su tipicidad,
su posibilidad de ser defin ida en términos propios, para operar luego, por con
traste, en la taxon om ía de un sistema de géneros con “parecidos de fam ilia”.
En un primer m om en to, el in ten to de defin ición de Lejeu n e será más
referencial que pragmático: la autobiografía consistirá en el “relato retrospecti
vo en prosa que una persona real h ace de su propia existencia, poniendo el
acen to en su vida individual, en particular, en la historia de su personalidad"
(1975: 14). Se parte entonces del reconocimiento in mediato (por el lector) de
un “yo de autor” que propone la coin ciden cia “en la vida” entre los dos sujetos,
el del en unciado y el de la enunciación, acortando así la distancia h acia la ver
dad del “sí mismo”. Pero, ¿cómo saber qué “yo” es el que dice “yo”? El problema
no es sen cillo y, si consideramos que toda obra es la expansión de una frase,
podría afirmarse que la de Lejeune transcurre, afanosamente, en tom o de este
interrogante. El estatuto precario de toda identidad, así como de toda referen
cia, lo lleva a proponer diversas alternativas h asta anclar en el nombre, lugar de
articulación de “persona y discurso": nombre, fir m a,au t o r .20 Pero tampoco aquí
se ha llegado a puerto seguro: están los seudónimos, los desdoblamientos, los
cruces pronominales —pasaje a la segunda, tercera persona...
Es an te la manifiesta imposibilidad del an claje factual, "verificable”, del
enunciador, que Lejeun e, con cíente de enfrentar un dilema filosófico que atra-
15 Sobre el problem a de la firma (in scripción performariva del sujeto y prom esa de un “m an
ten im ien to de sí”) y la temporalidad, el juego de la presen cia y la ausen cia (cuestión capital en
relación con ei espacio biográfico), remitim os a! artículo de Jacqu es Derrida, "Firm a, acon t eci
m ien to, con text o” ([1987] 1989: 337-372).
m “U n autor n o es un a persona. Es un a person a que escribe y que publica. A caballo sobre e!
fuera de texto y et texto, es la lín ea de con tacto en tre los dos" (Lejeun e, ob. cit.: 23).
viesa la h istoria de lo autobiográfico, propone la idea del ¡Jacto autobiográfico
en tre autor y lector, desligando así creencia y verdad. “Pacto (con trato) de
iden tidad sellado por el nombre propio.”
H ech o así depositario el lector de la responsabilidad de la creencia, atesti
guada la poco con fiable in scripción del “yo” por ese “nombre propio", pode
mos plan team os aun otras preguntas: ¿cuán “real” será la persona del autobió-
grafo en su texto? ¿Hasta qué punto puede hablarse de “identidad” entre autor,
narrador y personaje? ¿Cuál es la “referencialidad” que comparten, supuesta
men te, tan to la autobiografía com o la biografía? Para Lejeun e, en esta última
n o se trataría ya de iden tidad sin o de semejanza. Pero hablar de identidad y
semejanza plan tea a su vez, más allá de su con n otación filosófica, otro despla-
zamiento, él de la temporalidad: ¿cómo acotar, en un relato “retrospectivo”,
cen trado en la “propia” historia, esa disyunción con stitutiva que supone una
vida? ¿Cuál sería el momento de captura de la “iden tidad”?
Starobin ski ([1970] 1974: 66) —quien afirma que n o estamos en verdad
an te un género literario—percibe con claridad este estatuto problemático: “El
valor autorreferen cial del estilo remite, pues, al momento de la escritura, al ‘yo’
actual. Esta autorreferencia actual puede resultar un obstáculo para la capta
ción fiel y la reproducción exacta de los acon tecimien tos pasados” (el destaca
do es m ío). Este tributo a una h ipotética “fidelidad” con lleva a su vez un in te
rrogante clásico: ¿cuál es el umbral que separa autobiografía y ficción?; “bajo la
forma de autobiografía o de con fesión —dirá Starobin ski—, y pese al deseo de
sinceridad, el ‘con ten ido’ de la n arración puede escaparse, perderse en la fic
ción , sin que n ada sea capaz de deten er esta transición de uno a otro plan o” {p.
67). Así, aun cuando el carácter actual de la autobiografía, anclada en la in s
tan cia de la en unciación , permita la con jun ción de historia y discurso, para
tomar las célebres categorías de Benveniste (1966: 242), h acien do de ella una
en tidad “m ixta”, n o podrá escapar de un a paradoja: n o solamen te el relato
“retrospectivo” será indecidible en términos de su verdad referencial, sin o que
además resultará de un a doble divergen cia, “una divergencia temporal y una
divergencia de identidad” (Starobinski, [1970] 1974:72; los destacados son míos).2!
En efecto, m ás allá del n om bre propio, de la coin ciden cia “em pírica”, el
n arrador es o ít o , diferen te de aqu el que h a protagon izado lo que v a a n arrar:
¿cóm o recon ocerse en esa h istoria, asum ir las faltas, respon sabilizarse de esa
otredad? y, al m ism o tiem po, ¿cóm o sosten er la perm an en cia, el arco viveritial
que va del com ien zo, siem pre idealizado, al presen te “atestiguado”, asum ién dose
zl A l tom ar n ota de esa divergen cia con stitutiva, Starobin ski se adelan ta de algun a m an era al
propio Lejeun e, cuyo libro posterior sobre el tem a estará justam en te in spirado en el adagio de
Rim baud: Je est un autre (1980).
bajo el mismo “yo”? Si n uestros interrogantes plan tean un a distan cia crítica
respecto de la n oción de “iden tidad” utilizada por ambos autores, que más
adelan te profundizaremos, podemos postular, por el momento, un a ven taja
suplementaria de la autobiografía: más allá de la captura del lector en su red
peculiar de veridicción , ella permite al en unciador la con fron tación rem em o
rativa en tre lo que era y lo que ha llegado a ser, es decir, la con strucción im agi
n aria del “sí mismo como otro”.22
Es la posición de Mijaíl Bajtín , ajen a al parecer a ambos autores, la que
permite superar este límite de la teoría por un giro radical de la argumenta-
ción: n o hay identidad posible entre autor y personaje, ni siquiera en la au to
biografía, porque n o existe coin ciden cia entre la experien cia viven cial y ia
“totalidad artística”. Esta postura señ ala, en primer lugar, el extrañamiento del
en unciador respecto de su “propia” historia; en segundo lugar, coloca el pro
blem a de la temporalidad como un diferendo entre en un ciación e h istoria, que
trabaja in clusive en los procedimientos de autorrepresentación. N o se tratará
en ton ces de adecuación, de la “reproducción ” de un pasado, de la captación
“fiel” de sucesos o viven cias, ni de las transformaciones “en la vida” sufridas
por el person aje en cuestión, aun cuando ambos -au tor y personaje—com par
tan el mismo con texto. Se tratará, simplemente, de literatura: esa vuelta de sí,
ese extrañ am ien to del autobiógrafo, n o difiere en gran m edida de la posición
del narrador an te cualquier materia artística, y sobre todo, no difiere radical
m en te de esa otra figura, complementaria, la del biógrafo —un otro o “un otro
yo”, n o hay diferen cia sustan cial- que para con tar la vida de su héroe realiza
un proceso de iden tificación , y por en de, de valoración . “U n valor biográfi
co —afirma Bajtín —n o sólo puede organizar una narración sobre la vida del
otro, sin o que también ordena la vivencia de la vida misma y la narración de la
propia vida de uno, este valor puede ser la form a de comprensión, visión y expresión
de la propia vida'm {el destacado es mío). En mi h ipótesis, es precisamen te este
valor biográfico —h eroico o cotidian o, fun dado en el deseo de trascen den cia o
en el amor de los prójimos—, que impone un orden a la propia vida —la del
narrador, la del lector—, a la viven cia de por sí fragmentaria y caótica de la
identidad, lo que con stituye un a de las mayores apuestas del género y, por
ende, del espacio biográfico.
í Utilizam os aquí la expresión de P. Ricoeur, que aparece com o título de su libro (Soi mime
commfe un autre, 1991) y que alude en particular al con cepto de ipseidad (con trapuesto al de
Trasmutad), com o apertura a lo otro, lo divergen te, am bos articulados al de identidad narrativa.
(Desarrollarem os esta problem ática en el cap. 2.)
21 M ijaíl Bajtín {[1979J 1982: 134). Esta defin ición , que retom arem os más adelan te, plan tea
con claridad la idea de la n arrativa com o “puesta en sen tido” de la experien cia, que es desarrolla
da en !a reflexión con tem porán ea al respecto, de Ricoeur a Hayden W h ite.
Au n sin el aporte de esta formulación bajtiniana, el intento de Lejeun e de
defin ir la especificidad de la autobiografía se revela finalmente infructuoso. La
falla del “modelo” aparece una vez más como inherente a la perspectiva es
tructural: o su in definición es tan grande que se desdibuja la regularidad o, si
de especificidad se trata, hay que agregarle siempre la excepción. En la impo-
sibilidad de llegar a un a fórmula “clara y total”, es decir, de distinguir con
propiedad, más allá del “pacto” explicitado, entre formas “auto” y “heterodie-
géticas”,24 entre, por ejemplo, autobiografía, n ovela y n ovela autobiográfica,
el centro de aten ción se desplazará en ton ces h acia un espacio autobiográfico,
d on d e, un t an t o m ás libr em en t e, el lect or podrá in tegrar las diver sas
fiscalizaciones proven ien tes de uno u otro registro, el “verídico” y el ficcional,
en un sistema com patible de creencias. Espacio en el cual, podemos agregar,
con el en tren am ien to de más de dos siglos, ese lector estará asimismo en con
dicion es de jugar los juegos del equívoco, las trampas, las máscaras, de desci
frar los desdoblamien tos, esas perturbaciones de la identidad que constituyen
topoi ya clásicos de la literatura.25
En este nuevo espacio donde sólo perdura, si bien en términos casi jurídicos,
la idea con tractual que engendra un tipo de lectura variable según las épocas, el
crítico remarca un cierto efecto paradójico, que es a su vez relevante para nues
tro tema: pese a que, a lo largo de su historia, el número de “autobiografías”
publicadas cada año no h a cesado de aumentar, el reconocimiento de una cierta
índole común n o implica que pueda hablarse de la repetición de uno o varios
modelos. Ya Starobin ski h abía percibido ese obstáculo para una posible sistema
tización: “hay que eludir hablar de un estilo, o siquiera de una forma, vinculados
a la autobiografía [...] más que en cualquier otra parte, el estilo será obra del indivi
duo” (Starobinski, [1970] 1974: 66; el destacado es mío). En el límite, y en una
perspectiva disociativa,26 es posible pensar incluso que cada una de ellas propo
n e su propio tipo, una combinatoria peculiar de ciertos problemas comunes,
donde la diversidad interna es ganada sobre una unidad global del campo.
Sin adh erir del todo a esta idea, se produce sin embargo en el recorrido de
Lejeun e un verdadero tuming point, que el título de su siguiente obra al cual
M El relato autodiegético (prim era person a) debía con trastarse con otras formas autobiográ
ficas h eterodiegéticas que n o cum plían con ese requisito (autobiografías en segun da o tercera
person a), y así con otras formas deí “sistem a”» resisten tes aun a un cuadro de m últiple en trada
(Lejeun e, 1975: 18-28)
25 Sobre las perturbaciones de la identidad como tema clásico de la literatura (Jekyll y Hyde,
Frankenstein, Rocambole, etc.) y de otras formas artísticas, en el marco de una reflexión teórica
contemporánea sobre la identidad y la “imposible n arración de sí mismo”, véase Régine Robin, 1996.
w Lejeu n e retoma, en un a suerte de acuerdo crítico, una propuesta teórica de Fran cis Hart en
“N ot es for an An atom y of M odem Autobiograph y”, en Neu/ Literary Hístory, 1, 1970, pp. 485-
511, (citado en p. 325).
hemos aludido (Je est un autre, 1980) permite apreciar, acom pañ ado de una
expan sión de su campo de estudio, más allá de los límites establecidos de la
literatura, para incluir algunas formas mediáticas o testimoniales (la en trevis
ta radiofónica, el filme biográfico) así como las h istorias de vida de gente co
mún. El párrafo que sigue testimonia esta apertura, al tiempo que señ ala el
umbral de mi propia indagación.
21 La n oción h erm en éutica de horizonte áe. expectativa, utilizada por H an s Jauss y otros m iem
bros de la llam ada Escuela de Con stan za» alude, de manera prioritaria pero n o exclusiva, a la
ción. Permite la con sideración de las especificidades respectivas sin perder de
vista su dim en sión relacion al, su in teractividad tem ática y pragm ática, sus
usos en las distin tas esferas de la com un icación y de la acción . Si la adopción
de la fórmula de Lejeun e tiene para n osotros un sen tido un tanto metafórico,
ya que n o n os aten emos a su “letra", rescatamos sin embargo el criterio de un
fun cion am ien to pragmático de la lectura —quiza menos con tractual , en sen
tido fuerte, que dialógico-, ligado a ciertos procedimien tos retóricos, como
con stituyen te esen cial del atributo “autobiográfico . En nuestra óptica es po-
sible en ton ces estudiar la circulación n arrativa de las vidas -públicas y priva-
das-, particularizan do en los distintos géneros, en la doble dimensión de una
rntertextualidad y de una interdiscursividad, para retomar la distinción de Marc
An gen ot (1989),28 es decir, en la deriva irrestricta de los “ideologemas” a n ivel
de la doxa —modelos de vida, de éxito, de afectividad, etc.—, pero tam bién en
la in teractividad formal y deon tológica de los discursos in volucrados —proce
dimien tos n arrativos, pun tos de vista, esquemas en un ciativos, giros retóricos,
modalizacion es del ser y del deber-ser, et c.- . Búsqueda que no apun tará por
supuesto a la validación de reglas universales, tam poco a la iden tificación de
un estado dado del discurso social, sin o más bien a la defin ición de ten den cias
y regularidades, cuya primacía las h ace susceptibles de caracterizar un cierto
escen ario cultural.
¿Cóm o se articu lan los gén eros au tobiográficos “can ón icos” que aparecen
en n u estra breve gen ealogía, en sus variadas m etam orfosis, a la proliferación
con tem por án ea de fórm u las de au ten ticid ad , a la voracidad por las vidas aje-
experien cia de los prim eros lectores de un a obra, tal com o éstos pueden percibirla objetivam en
te” en el trasfon do de la tradición estética, moral, social, en la que aparece, com ún al autor y al
receptor de la obra. Jauss sostien e aforu on este prin cipio para las obras que tran sgreden o decep
cion an abiertam en te la expectativa que correspon de a un cierto gén ero literario, o a cierto m o
men to de la h istoria sociocultural. Esta visión din ám ica perm ite la con sideración tan to de la
h uella de recon ocim ien to e iden tificación que produce la aparición de u n a obra en u n a tradición ,
com o su in fracción , su crítica, las m utacion es y n uevos efectos poéticos de los géneros. La apro
piación de la obra es en ton ces activa, su sen tido y valor se m odifican en el curso de las gen eracio
n es h asta el m om en to en el cual n os en fren tam os a ellas desde n uestro propio h orizonte, com o
lectores, críricos o h istoriadores. Horizon te brumoso, impreciso, que se desplaza según la posición
del espectador y la dirección de la m irada, don de con fluyen , sin n ecesidad de en cu en tros
sim bióticos, el "m un do del t exto” y el “m un do del lector”. Véase H an s Jauss, “H istoria de la
literatura com o provocación a la cien cia literaria” y “Experien cia estética y h erm en éutica litera
ria”, en D. Rail (com p.), 1987: 55-58 y 73-88.
28 An gen ot (1989: 17), retom an do la n oción bajtin ian a de un a in teracción gen eralizada de
los discursos, distin gue en ella un a doble dim en sión : UFm teruxtua¡it£ (com m e circu lation et
. tran sform ation d’idéologém es, c'est - a - dire, de petites un ités sign ifian tes dotées d’acceptabilité
difiuse dan s un e doxa don ée) et d ’interífccursitité (com m e in teraction et influence des axiom atiques
de discours)”
ñas, a la obsesión de lo “vivido”, certificado, exacto, al m ito del “personaje
real” que debe atestiguar en todas partes de la existen cia y profundidad del
"yo”? ¿Cómo se com pon e h oy el espacio biográfico?
Un primer relevam ien to n o exh austivo de form as en auge —can ón icas,
in novadoras, n uevas-, podría incluir: biografías, autorizadas o no, autobiogra
fías, memorias, testimonios, historias de vida, diarios íntimos -y, mejor aun,
secretos-, correspondencias, cuadernos de notas, de viajes, borradores, recuerdos
de in fan cia, autoficciones, n ovelas, filmes, video y teatro autobiográficos, el
llam ado reality painting,29 los in números registros biográficos de la entrevista
mediática, con versacion es, retratos, perfiles, an ecdotarios, indiscreciones, con
fesion es propias y ajenas, viejas y n uevas varian tes del show —talk show, reality
show -, la video política, los relatos de vida de las cien cias sociales y las nuevas
acen tuacion es de la in vestigación y la escritura académicas. En efecto, cada
vez in teresa más la (típica) biografía de n otables y famosos o su “viven cia”
atrapada en el in stante; hay un in dudable retom o del autor, que incluye n o
sólo un an sia de detalles de su vida sin o de la “trastien da” de su creación; se
multiplican las en trevistas “cualitativas” que van tras la palabra del actor so
cial; se persigue la con fesión an tropológica o el testimon io del “informante
clave”. Pero no sólo eso: tam bién asistimos a ejercicios de “ego-h istoria”, a un
auge de autobiografías intelectuales, a la n arración autorreferente de la expe
riencia teórica y a la autobiografía como m ateria de la propia in vestigación ,10
sin con tar la pasión por los diarios íntimos de filósofos, poetas, científicos,
in telectuales. Y, hay que decirlo, a veces no h ay much as diferen cias de tono
entre estos ejercicios de in timidad y la in trusión en las vidas célebres o com u
nes que nos depara diariam en te la televisión.
¿Qué pasión desmesurada y dialógica impulsa a tal extremo el develamiento,
la m ostración y el consumo casi adictivo de la vida de los otros? ¿Qué registro
de lo pulsion al y de lo cultural se juega en esa din ám ica sin fin? ¿Cóm o definir
hoy, an te tal diversidad, el valor biográfico? ¿Cóm o pensar, en esta incesante
29 En las artes visuales h ay un a ten den cia muy recon ocible de in corporar objetos, fotografías,
ropas, cartas, diversas m arcas de la vida person al del artista a las obras.
50 Para citar sólo algun os ejem plos, véase la autoín dagación h istórica de Ron ald Frazer (1987),
En busca de ttn pasado; Luisa Passerin i (1988), A utcritraito di grupo; Pierre Mora (com p.) (1987),
con la participación de Pierre Ch aun u, Georges Duby, Jacqu es Le Goff, Mich el le Perrot y otros,
Essíus d'ego-hij torre. La h istoria de las mujeres, así com o orras vertien tes de teoría crítica femin is-
ta y de estudios de gén ero, h a usado de modo privilegiado la in scripción autobiográfica, al pun to
de plan tearse ya esta m odalidad en un ciativa com o un tem a de discusión teórica y epistem ológica:
A su vei, las reflexion es sobre la relación en tre h istoria y mem oria, de particular in terés en el fin
de siglo, recuperan com o an clajes privilegiados los relatos de voz testim on ial. O tro dom in io en el
que se m an ifiesta n ítidam en te esta ten den cia, ya sea en trabajos de cam po com o en diversas
formas de escritura académ ica, es el de los estudios culturales.
m ultiplicación de formas, la cualidad paradójica de la publicidad de lo íntimo/
privado? ¿Hay usos —y gén eros- biográficos "m ejores” que otros? ¿Hay en ver
dad —y son ellos n ecesarios- límites de lo decible y lo mostrable?
Algun os resguardos se imponen, an tes de plan tear nuestras h ipótesis e in i
ciar el cam in o h acia algunas respuestas. En primer lugar, cabría precisar el
trayecto que va de la con sideración de las formas autobiográficas —tal como las
ubicáramos en la gen ealogía de la modernidad, en tan to géneros discursivos
con ciertas similitudes pero también con diferen cias- a su integración en este
espacio mayor, que n o supone sin embargo la neutralización de esas diferen
cias. Trayecto que es a la vez h istórico —en cuan to a su propia evolución formal
y de pú blicos- y dialógico - e n términ os de sus múltiples in tertextualidades-, y
que in volucra a la distin ción misma en tre lo público y lo privado, los umbrales
y su-n otable transformación con tem porán ea por el avan ce de la mediatiza-
ción. Este aspecto, que con stituye el con texto más amplio de nuestra in vesti
gación , será abordado en el próximo capítulo.
En segundo lugar, al hablar de espacio biográfico, pese a que muchas de sus
formas son consensuadamente autobiográficas o por lo menos, autorreferentes,
lo h acemos no simplemente por voluntad de inclusividad sino por una decisión
epistemológica que, como anticipamos, parte de la incoincidencia esencial en
tre autor y narrador, resistente inclusive al efecto de “mismidad” que puede pro
ducir el nombre propio”.'1 Por otro lado, los juegos identitarios de enmascara
mientos múltiples que se h an sucedido a lo largo del siglo XX así como las muta
ciones que h a sufrido el género hacen que, ante una autobiografía, sea ya necesario
acotar si ésta es “clásica”, "can ón ica” o susceptible de algún predicado ficcional
- ya Gertrude Stein , entre otros, había introducido una nota irónica con su Ah-
tobiografia.de Atice Tok.la.s-. Además, la autobiografía “canónica” —sí pudiera usarse
con propiedad esta expresión—n o solamente supondría la coincidencia "empíri
ca” entre autor y narrador -con el estatuto textual que se le otorgue a la misma—,
sin o también una búsqueda de sentido o justificación de la propia vida, con di
ción que tampoco se cumple en todos los casos.
Pero es el espacio en un ciativo mediático, siempre plurivocal, el que aporta
al respecto la mayor eviden cia: de lo que se trata allí en verdad es de la con s
trucción dialógica, triádica o polifón ica de las “autobiografías de todo el mun
do”. Por último, y en lo que h ace a las cien cias sociales, tampoco en su dom i
n io los relatos son verdaderamente autógrafos, en tan to la presencia directa o
mediada del in vestigador es siempre un a con dición interlocutiva esen cial para
31 Bajtín es explícito al respecto: “el autor es un m om en to de la totalidad artística y com o tal
n o puede coincidir, den tro de esta totatidad, con el h éroe que es su otro m om en to, la coin ciden
cia personal ‘en la vida’ en tre el in dividuo de que se h abla y el in dividuo que h abla n o elim in a la
diferen cia en tre estos m om en tos en !a totalidad artística” (Bajtín , 1982: 134).
su producción. Sin embargo, nuestra opción de n om in ación , que tiene más
que n ada un valor h eurístico, no supone que la distin ción entre atribuciones
auto o biográficas, en el in terior o por fuera de este espacio, sea irrelevante.
Volvien do a los in terrogantes en torno de la com posición de nuestro espa
cio biográfico, la en umeración h eteróclita que hemos realizado -que no pre
tende de ningún modo la equivalen cia de géneros y formas disímiles—, señ ala
sin embargo un crescendo de la narrativa viven cial que abarca prácticam ente
todos los registros, en una tram a de in teracciones, hibridaciones, préstamos,
con tam in acion es, de lógicas mediáticas, literarias y académ icas - en defin iti
va, culturales—que en ocasion es no parecen demasiado en con tradicción .12 Es
pacio cuya sign ificancia no está dada solamen te por los múltiples relatos, en
mayor o menor medida autobiográficos, que in tervien en en su configuración,
sin o también por la presen tación “biográfica” de todo tipo de relatos —novelas,
ensayos, in vestigacion es, et c.- .”
Es esa simultaneidad, esa insistencia sincrónica, podríamos hipotetizar, invo
can do a la vez la traza semiológica saussureana y el síntoma, aquello que insiste
aquí y allí, en el lugar más obvio del discurso y en el menos esperado, lo que nos
interesa destacar en este momento de nuestra in dagación. Después podrá venil
la distinción entre tipos de relatos, cánones, valores -biográficos, estéticos, éti
cos, literarios- y usos: la distancia que va del testimonio, las búsquedas identitarias,
eí con ocimien to —y cuidado—de sí, las historias personales y las memorias colec
tivas, a las formas y tonos del sensacionalismo y el escándalo. Distinción no
siempre eviden te ni posible a priori —no hay, lo sabemos, ningún '“resultado”
inherente a una forma, un registro, un género-. Y es precisamente esta simulta
neidad irreverente del espacio, perceptible a partir de un cierto posicionamien-
” ¿Que diferen cia de criterio h abría, por ejem plo, entre las formas corrien tes de intimidad
m ediática y la publicación de Ins Diarios secretos de Ludwig W ittgen stein , a la cual se opusiera él
mismo y luego sus albaceas? La batalla legal, llevada a cabo por el editor W ilh elm Baum con tra
estos últim os (E. An scom be y G. H. von W righ t), y cuyo éxito se plasm a en la publicación del
libro, es un ejem plo em blem ático de este “aire de los tiem pos’’. En la con tratapa, se afirma: “[los
aibaceasj im pidieron la publicación de estos textos, en un in ten to falsam en te piadoso de ocultar
n os el personaje real, con sus m iedos, sus an gustias, su elitism o o su h om osexualidad. W. B. ha
rescatado para todos nosotros estos cuadern os vivos y patéticos en los que W ittgen stein escribía en
clave en las páginas pares sus vivencias íntñnas, mientras que en las impares an otaba en escritura
n orm al sus pensamientos públicos” (W ittgen stein , 1991; el destacado es mío).
51 Este fen óm en o se h iio n o sólo perceptible sin o “cuan ttficabie” en un o de los corpus estu
diados, con struido con suplem en tos culturales de los grandes diarios (La Nación, Clarín , Páguw jl 2)
en un período en tre 1994-1998, con in term iten cias. Allí, el reen vío en tre titulares, n otas, en tre
vistas y reseñ as bibliográficas tejen un a tram a don de las ten den cias que ven im os señ alan do n o
sólo se eviden cian en cu an to a las formas más o m en os can ón icas de n uestro espacio biográfico,
sin o tam bién en otros registros, com o la ficción , el ensayo, la h istoria, que parecen cada vez más
n ecesitados de auten tificarse en la vida del autor.
to teórico, la que alimenta nuestra hipótesis en cuan to a la relevan cia de lo
biográfico'vivencial en los géneros discursivos contemporáneos.
Pese al in ten to de superar los límites restrictivos de cada género en una visión
más íntegradora, la con cepción de Lejeun e no logra articularse a una defin í'
ción de género discursivo en con son an cia, apta para dar cuenta de los despla-
zamientos funcionales y retóricos del campo a estudiar, en la doble dimensión
sin crón ica y diacrónica. El “olvido" de Bajtín es aquí significativo ya que difí
cilm en te podría pensarse un a teoría más adecuada a tal efecto. Es esa ausencia
la que queremos saldar en primer lugar, para postular en ton ces un espacio - y
una manera de abordar el fenómeno biográfico- en términos cualitativam en te
diferentes.
Et con cepto de género discursivo, que guía en buena medida nuestro ¡tiñera-
rio, n os remite en efecto a un paradigma que sign ificó un verdadero salto
epistemológico: de las viejas con cepcion es normativas y clasificatorias de los
géneros, preferentemente literarios, a la posibilidad de pensarlos como configu
raciones de enunciados en las que se entrama el discurso -todos los discursos—
en la sociedad, y por ende, la acción humana. Afirma Baj tín en un artículo n odal:54
objetos vírgen es, aun n o n om brados” (Bajtín , 1982: 284). Esta con cepción de la preceden cia del
len guaje y sus sen tidos com o con figurativo del sujero guarda relación con la susten tada por jacqu es
Lacan , pat a quien el sujeto adviene al len guaje y se con stituye en él.
37Si bien la expresión fue acuñ ada a posíeriori a partir de la lectura estructuralista de Bajtín ,
in troducido en el m edio francés por Ju lia Kristeva a" fines de tos añ os sesen ta, el con cepto está
claram en te delin eado en su obra: “U n a obra es eslabón en la caden a de la com un icación discursiva;
com o la réplica de un diálogo, la obra se relacion a con otras obras-en un ciados: con aquellos a los
que con testa y con aquellos que le con testan a ella; al m ism o tiempo, igual que la réplica de un
diálogo, un a obra está separada de otras por las fronteras absolutas del cam bio de ios sujetos
discursivos" (Bajtín , 1982: Z65).
J6 “El len guaje participa de la vida a través de los en un ciados con cretos que lo realizan, así
com o la vida participa del len guaje a través de los en un ciados" (Bajtín , 1982: 251).
Ya n os referimos en el apartado an terior a su con cepto de valor biográfico,
que con stituye quizá un a de las m ejores explicacion es para en ten der más
allá de describir— la proliferación de n arrativas viven ciales y su im pacto en
la (re)con figuración de la subjetividad con temporán ea. Postulado en el marco
de su an álisis de géneros literarios can ón icos (autobiografía, biografía, con
fesión , h agiografía, et c.),39 don de alcan zaría su mayor realización , el valor
biográfico es exten sivo al con jun to de formas sign ifican tes donde la vida,
com o cronotopo,40 tien e im portan cia —la n ovela, en primer lugar, pero tam-
bién los periódicos, las revistas, los tratados morales, etc— El con cepto tie
n e, en mi opin ión , una doble valen cia: la de in volucrar un orden narrativo
que es, al m ism o tiem po, un a orientación ética. En efecto, h abrá distin tos
tipos de valor biográfico: un valor h eroico, trascen den te, que alien ta deseos
de gloria, de posteridad; otro cotidian o, basado en el amor, la com pren sión ,
la in mediatez, y aun es perceptible un tercero, com o “aceptación positiva
del fabulism o de la vida”, es decir, del carácter abierto, in acabado, cam bian
te, del proceso viven cial, que se resiste a ser fijado, determ in ado, por un
argum en to (Bajtín , 1982: 140).
En ten dido en está doble dimensión (n arrativa y ética), el valor biográfico
se transforma en un in teresan te vector an alítico para n uestro tema, un modo
de lectura tran sversal susceptible de articular n o solam en te géneros discursivos
diferentes sin o también los diversos “modelos”, que emigran de unos a otros,
en los cuales se plasm an las vidas ideales, desde el eco aristotélico de la "vida
buen a” a las diversas peripecias h eroicas cuyas h uellas perviven en nuestro
tiempo, in cluidas por supuesto las más recien tes del “an tih éroe”. Porque no
hay m odo de narrar una biografía en términos meramen te descriptivos, expo
n iendo sim plem en te un a lógica del devenir o un a trama de causalidades, por
fuera de la adh esión a —o la subversión de—alguno de esos modelos, en sus
variadas y quizá utópicas combinatorias.
41 La aven tura es vista, en la tradición de las “filosofías de la vida’’ que Bajtín con ocía muy bien
(Difthey, Sim m el, etc.), com o uno de los m odos de escapar a la racionalización, al decurso habitual
de las cosas, los con dicion am ien tos y h ábitos cotidian os, pero n o simplemente com o un a interrup
ción producida por algo aislado y acciden tal sin o en tron cada con necesidades profundas, que com
prometen a ia vida sen sible en su con jun to: “La aven tura [..,] -dirá Sim m el en un a obra clásica—[es]
una viven cia de tonalidad in com parable que sólo cabe interpretar com o un en volvim ien to peculiar
de lo acciden tal-exterior por lo n ecesario-intetior”. Con un principio y un final n ítidam en te m arca
dos, “en tresacada”, de la experien cia corriente, la aventura, unida a la “subjetividad de la juven
tud”, en globa tan to el h orizonte de lo incierto que conlleva la calificación com ún de “aventurero"
com o la relación erótica y la obra de arte (Geór g Sim m el, 1988: 15). Referencias a DiltWey y
Sim m el en t om o del con cepto de “psicología objetiva", pueden encontrarse en Volosh in ov y Bajtín,
[1929] 1992: 51-70), por lo cual es lícito postular, en el uso bajtin ian o de la “aven tura”, esta filia
ción.
42 En el marco de la sem iótica greim asian a, la n oción de “con trato de lectura” fue explicitada
para aludir, en general, a “un a relación in tersubjetiva que tien e com o efecto m odificar el estatuto
(el ser o el parecer) de cada un o de los sujetos en presen cia". Próximo del con cepto de échange
elaborado por Marcel Mauss, el contrató establece un diferimien to, un a distan cia que separa su
con clusión de su ejecución . Es tam bién un contrato fiduciario, presen tado a m en udo com o un
h acer-persuasivo. La n oción fue desarrollada en articulación con diferentes registros, que ofrecen
una acen tuación particular: “con trato en un ciativo”, “con trato de veridicción ”, etc. (Cf. A. J.
Greim as, J. Courtés, 1979: 69-71).
como en la defin ición de Lejeune, o la equiparación lisa y llana entre vida y
relato), y ese rol, marcado por una peculiar in scripción lingüística (el yo, el
nombre propio, la atestación), los que introducen una diferencia sustancial res
pecto, por ejemplo, de la n ovela, modelo can ón ico de preparación para la vida y
de educación sentimental. Así, la inmediatez de “lo vivido” se traduce en una
voz que testimonia por algo que sólo ella con oce.43 Es esa voz la que cuenta en ¡a
puesta en sentido de la historia personal -aun con acen tos modulados por un
otro yo, como señ ala Bajtín, para el caso de la biografía-; no importa tan to si se
trata de una justificación, de una confesión-rendimiento de cuentas, de la bús
queda de amor o de posteridad, o de la autobiografía como una "necrológica por
sí mismo”, como diría Michel de Certeau (1975), que intenta colon izar—y can o
nizar—el propio espacio adelantándose a voces futuras.
El prestigio de esa posición en un ciativa —que, bajtin ian am en te, tiende hacia
una r e sp u e st aen tanto an claje en una realidad, aun insegura, es el que sigue
h oy—y quizá más que n un ca- vigente, pese a la caducidad del “modelo Rousseau"
—su in flamada retórica, su exceso de subjetivismo—y a la evidencia, ya en nuestro
siglo, de la imposibilidad con stitutiva de toda réplica “fiel” de un cursus vitae.
En efecto, ni el descen tram ien to del sujeto operado por el psicoanálisis, n i las
distin cion es in troducidas por la teoría literaria - la no identificación entre au
tor y narrador, los procedimientos de ficcionalízación compartidos, por ejem
plo, con la n ovela, el triunfo de la verosimilitud por sobre la veracidad, e t c —,
ni la pérdida de ingenuidad del lector/receptor “m odelo”, entrenado ya en la
com plejidad m ediática y el simulacro (Baudrillard, [1978] 1984), h an llevado
sin embargo a un a equivalen cia entre los géneros autobiográficos y los con si
derados de “ficción ”.11 La persistencia acen drada de la creencia, ese algo m ás,
ese suplem en to de sentido que se espera de toda in scripción n arrativa de una
“vida real”, remite a otro régimen de verdad, a otro horizonte de expectativa.
Podría afirmarse en tonces que, efectivamen te, y más allá de todos los jue
gos de sim ulación posibles, esos géneros, cuyas n arrativas son atribuidas a per
sonajes realmente existentes, no son iguales. Que, in clusive, aun cuando esté
en juego una cierta “referencialidad”, en tanto adecuación a los acontecimientos
1i La voz, el “acto de h abía” de la autobiografía, puede ser iden tificada con esa “ in veterada
ten den cia” en la epistem ología occiden tal de privilegiar el decir com o fun dan te del con ocim ien
to de la realidad y de equiparar la palabra dich a a la experien cia del “ser”, que Derrida critica
com o “m etafísica de la presen cia”.
** En el in cierto umbral que plan rea para la crítica literaria la distin ción en tre "ficción " y “n o
ficción ” - m u ch o más clara en las políticas del mercado editorial-, la diferen cia que rrazan ciertas
formas biográficas y autobiográficas reviste a su vez un carácter un tan to paradójico: si bien el
relato de vida (en cualquiera de sus usos) tien e por un lado un a fuerte persisren cia de los gén eros
prim arios, su efecto de credibilidad se juega a través de los mismos procedim ien tos retóricos que
caracterizan a los gén eros de ficción , sobre todo a la novela.
de un a vida, no £5 eso lo que m ás importa. Avanzando una h ipótesis, no es tan to
el “con ten ido” del relato por sí mismo —la colección de sucesos, momentos,
actitu d es- sino, precisamen te, Ias estrategias -ficcion ales- de auto-representa'
ción lo que importa. N o tan to la “verdad” de lo ocurrido sin o su con strucción
n arrativa, los modos de n om brar(se) en el relato, el vaivén de la viven cia o el
recuerdo, el punto de la mirada, lo dejado en la sombra.... en defin itiva, qué
h istoria (cuál de ellas) cuenta alguien de sí mismo o de un otro yo. Y es esa
cualidad autorreflexiva, ese cam in o de la narración, el que será, en defin itiva,
significante. En el caso de las formas testimoniales, se tratará, además, de la
verdad, de la capacidad narrativa del "h acer creer”, de las pruebas que el dis
curso con siga ofrecer, n un ca por fuera de sus estrategias de veridicción , de sus
marcas en un ciativas y retóricas.
*5 U n punco lím ite de este fun cion am ien to narrativo, que evoca el carácter indecible de lo
trágico» es sin duda el relato de los sobrevivien tes del H olocausto. Primo Levi, en Si esto es un
hombre, recuerda esa escen a terrible en la cual> apen as liberado de Ausch witz, se en cuen tra por
primera vez en la situación d<¿ contar, an te alguien bon dadosam en te predispuesto, y descubre que
su relato, salido de algún lugar descon ocido de sí mismo, desprovisto de t oda en ton ación “h um a
n a" —es decir, de las acen tuacion es afectivas que acom pañ an toda puesta en discurso, en adecua
ción a los topoí del r elato- tropieza con un lim ite en el otro, tan to de resisten cia com o de credi
bilidad. La misma viven cia descubre Tzvetan Todorov en relatos de otros sobrevivien tes, en la
in dagación que realizara para su libro Face á l’fixtrihne (1991).
cas. Allí, en ese registro gráfico o audiovisual que intenta dar cuenta empecin ada
—cada vez más “por boca de sus protagon istas”— del “esto ocurrió” , es quizá
-donde se pon e de man ifiesto, con mayor nitidez, la búsqueda de la plenitud de
la presencia —cuerpo, rostro, voz-, como resguardo in equívoco de la existen cia,
de la m ítica sin gularidad del yo.
Es esa búsqueda, ese resguardo en tiempos de incertezas, uno de los factores
que impulsan, según mi hipótesis, el despliegue sin pausa de lo biográfico. A su
dim en sión clásica com o m odo de acceso al con ocim ien to de sí y de los otros
—la vida como totalidad que iluminaría una escritura, un descubrimien to, un a
actuación , un a personalidad—, a ese apasion an te “más allá” de la mesa de tra
bajo del escritor, del despach o del funcionario, del camarín de la estrella, que
explicaría - y haría com partir- un derrotero siempre único, se suman hoy otras
“tecnologías de la presencia”, que la globalización extien de al infinito. En efecto,
la preeminen cia de lo viven cial se articula a la obsesión de certificación , de
testimon io, al vértigo del “directo”, el “tiempo real”, la imagen transcurriendo
bajo (y para) la cámara, el efecto “vida real”, lo “verdaderam en te” ocurrido,
experim en tado, padecido, susceptible de ser atestiguado por protagon istas,
testigos, in formantes, cámaras o micrófonos, grabaciones, entrevistas, paparazzi,
desnudamientos, confesiones...
En su en sayo sobre la autobiografía,46 Paul de Man advertía sobre la cuali-
dad paradójica de ese “no-género” literario, que se presenta en verdad - o es
visto como—el más ajustado a un a referencialidad, al transcurso de una vida
según ha sucedido, cuan do en realidad se trata de un resultado de escritura, de la
puesta en fun cion am ien to de un mecanismo retórico que engendra el modelo
más que lo replica —la vida com o producto de la n arración -. Imposible de ajus
tar a valoracion es estéticas e históricas, atrapada entre la auto-in dulgen cia y
la trivialidad de lo cotidian o, la autobiografía está lejos, para el autor, de la
dign idad de los grandes géneros. Pero este rechazo a la in sisten cia clasificato-
ria —cuyo ejem plo emblemático es el empeño de Lejeune^- lo es tam bién a la
inútil con traposición entre autobiografía y ficción. En desacuerdo igualmente
con la idea jurídica de “pacto” que sostiene este último, que obligaría al lector
a recon ocer un a autoridad trascendente del autor, De Man propone con side
rarla más bien com o una figura del entendimiento o de la lectura, que puede ocu-
rrir, h asta cierto punto, en todos los textos. El “momento autobiográfico” re
sultará en ton ces de “un alineamiento entre ios dos sujetos in volucrados en el
proceso de lectura, en el cual ambos se determin an mutuamente por un a susti
tución reflexiva” (De Man, 1984: 68; el destacado es mío). Estructura especu
17 Nor a Cat elli (1991), en su estudio sobre el artículo de De Man , analiza el doble desplaza
m ien to de la prosopopeya, que n o solam en te va a restituir un rostro, un a voz (en la autobiogra
fía), sin o “dotar de un yo, m edian te et relato, a aquello que previam en te carece de un jo . El yo n o
es así un pun to de partida sin o lo que resulta del relato de la propia vida” y más adelan te “en el
in stan te en el que la n arración empieza (el ‘m om en to autobiográfico autorreflexivo’) aparecen
dos sujetos: un o ocupa el lugar de lo informe, otro el lugar de la m áscara que lo desfigura” (p. 17).
Ah ora bien , ¿h acia dónde se orienta esa búsqueda? ¿cuáles son las vidas
objetos de deseo que se reflejan en la pan talla com pen satoria de la fantasía?
¿Hay modelos (sociales) identificatorios que el espacio biográfico tendería a
desplegar, h acien do de ello, quizá, un a especialidad? Seguramen te sí, pero se-
ría erróneo pensar que esos modelos, bien recon ocibles, quizá poco plurales,48
delin eados con trazo fuerte en el horizonte mediático, in tegran un a especie de
galería de person ajes ilustres —con la carga apreciativa que quiera dársele al
adjetivo-, que son sólo aquellos que en carn an el éxito o el “cumplimiento del
deseo": ricos y famosos, jóven es, felices, brillantes pensadores, héroes o heroí-
ñas, prin cesas o príncipes de tumo. El rasgo básico de nuestra identificación
con alguien —que está, en general, oculto—, n o es de n ingún modo n ecesaria
men te glamoroso, también puede ser cierta falla, debilidad, culpa, del otro.
Recon ocem os aquí, seguramente, una verdad casi inmediata: ¿qué otro
mecan ismo llevaría a esa aten ción casi h ipn ótica sobre la desventura —perso
n al, grupal, colectiva—, o sobre la creciente dificultad del vivir, que la pan talla
global multiplica al mínimo detalle? Y, más allá de tragedias y catástrofes, ¿qué
otro motor impulsaría esa pasión de an ecdotismo, ese hurgar en la minucia
cotidiana, en la reacción m ás primaria y la palabra más privada, que susten ta
las in fin itas variables del taik s / i o u ; o reality show? Podría verse en este desliz
-qu e quizá impropiamen te se dijera “biográfico”—un corrimiento del interés
por las vidas célebres y los grandes escenarios a las vidas comunes, a lo que
podría ser la “propia” peripecia, anclada en el lugar de la ficción o con vivien
do con ella. Ten den cia que expresaría asimismo un n uevo límite de la política:
la imposibilidad de los estados de hacerse cargo de las vidas prometidas según
el precepto de la igualdad, el desvan ecim ien to del mito de la movilidad social,
la aceptación tácita, en defin itiva, de la debilidad, la falta, la caren cia, como
figuras tan n aturales como irreversibles. Más allá de esta h ipótesis, que retomaré
más adelan te, lo que parecería eviden te es la coexisten cia en el imaginario
48 En el un iverso con tem porán eo de “los/las m odelos" bajo el asedio de la publicidad, don de
los valores de juven tud, belleza, delgadez, glamour, sofisticación se impon en , la pluralidad de las
im ágenes (de mujer, de h ombre, de fam ilia, de juven tud, de in fan cia, de hogar, de posición labo
ral, etc.), apen as an alizadas, revierten en singularidad o escasez: h ay casi una “dupla” de mujer
(m adre/m ujer fatal) con diferen tes atavíos, “un ” tipo de fam ilia n uclear y de pareja, “un ” im agi
n ario de relación am orosa “feliz", etc. etc. Por el con trario, en e! cam po cultural, tom ado en su
con jun to, h ay un a proliferación de m odelos, cuyas diferen cias son con siderables, en gran m edida
com o producto de la crecien te afirm ación iden titaria de las m in orías (sexuales, étn icas, de gén e
ro, religiosas, etc.), afian zadas en la teoría, el cin e, el teatro, la fotografía, el diseñ o, la literatura,
las publicacion es específicas, tas artes experim en tales, etc. Sobre la m ultiplicidad de “las m uje
res” y el an h elo im posible de represen tación de la mujer, com o esen cia de lo fem en in o, véase Di
Cori, 1993; sobre la “un icidad” de los m odelos de sexualidad y pareja, véase Intmiacj, dossier de
la revísta Crm caí /jiíjiury, núm. 24, in viern o 1998.
social de ambos “m odelos”, el estelar y el de las vidas comunes, en su invaria-
ble mezcla y superposición —como en la vida: desventuras de los poderosos,49
ascen sos y caídas, golpes de suerte de los humildes, felicidad de las cosas sim
ples, etc.—.
Pero hay todavía otra cuestión a despejar, respecto de la iden tificación
imaginaria. La iden tificación lo es siempre en virtud de cierta mirada en el Otro,
por lo cual, frente a cada imitación de un a imagen modélica, cabría formularse
la pregun ta del para quién se está actuan do ese rol, qué mirada es considerada
cuando el sujeto se iden tifica él mismo con un a imagen. Esa divergencia entre
el modo en que cada un o se ve a sí mismo y el punto desde el cual es mirado/
deseado actuar -qu e evoca toda la complejidad del grafo lacan ian o del sujeto y
la dialéctica del deseo-50 señ ala la doble refracción a tener en cuen ta en todo
análisis cultural sobre estos fenómenos.
Desde esta óptica, podría afirmarse que la abrumadora repetición bio
gráfica, en todos los registros que he enumerado, o más bien, la diferencia en la
repetición, ese desfile in cesan te que muestra y vuelve a mostrar lo mismo en lo
otro, n o h ará sin o (re)pon er en escen a todo lo que falta para ser lo que no es
-producien do paradójicam en te un efecto de com pletitud-, al tiempo que per
mite recortar aquello recon ocible como “propio” -au n cuando no lo sea en
términos del propio deseo—y, esto me parece esencial, mantener siempre abierta
la cadena de identificaciones. En efecto, si la h istoria (de una vida) n o es sin o la
recon figuración n un ca acabada de historias, divergentes, superpuestas, de las
cuales n in gun a podra aspirar a la mayor “represen tatividad” —en los mismos
términos en los que, para el psicoan álisis lacan ian o, ningún significante puede
represen tar totalm en te al sujeto—, n ingun a iden tificación , por intensa que sea,
podrá operar com o eslabón fin al de esa caden a. Es precisam en te sobre ese
vacío con stitutivo, y sobre ese (etern o) deslizamiento metonímico, que se en
traman los h ilos de nuestro espacio biográfico.
Retom an do las líneas de la argumentación, es posible explicitar ahora la
con cepción de sujeto, y correlativamente, de identidad, que guía mi indaga
ción: la de un sujeto n o esencial, con stitutivam en te in completo y por lo tanto,
45 El fen óm en o de la iden tificación con las desdich as de los poderosos, en la doble valen cia de
la piedad colectiva y la com pen sación catártica (tam bién los grandes sufren tragedias, pérdidas,
azares), fuertem en te ligada a sím bolos de belleza, glamour, sen sualidad, etc., tuvo en el últim o
tiempo dos h itos, que tam bién m arcaron el n uevo estado de la globalización (tragedias en “tiem
po real”): las muertes por acciden te de la prin cesa Dian a Spen cer y su n ovio y las de Joh n Kennedy
(h ijo) y su mujer.
Sl' La célebre afirm ación de que el deseo “es el deseo del O tro" com o con stituyen te del sujeto,
im pon e la pregun ta correlativa Che vuoi? Que veux tu? Qué quiere/i .'pregunta susceptible de ser
reform ulada (aun sin saberlo) con la ayuda del an alista: Que m í veut-il? Qué me quiere? j. Lacan ,
“Subversión du sujet et dialectique du désir dan s I'in con scien t freudien ” (1971: 151-191).
abierto a identificacion es múltiples, en ten sión h acia lo otro, lo diferente, a
través de posicion am ien tos con tingentes que es llamado a ocupar —en este "ser
llam ado” opera tan to el deseo com o las determ in acion es de lo social—, sujeto
susceptible sin embargo de autocreación . En esta óptica, la dim en sión simbó
lico/n arrativa aparece a su vez como con stituyente: más que un simple devenir
de los relatos, una necesidad de subjetivación e identificación, un a búsqueda
con secuen te de aquello-otro que permita articular, aun temporariamente, una
imagen de autorrecon ocimien to.
En esta con strucción narrativa de la identidad, los géneros primarios tie
n en gran importancia: a través de ellos se teje en buena medida la experien cia
cotidian a, las múltiples formas en que, dialógicamen te, el sujeto se “crea” en la
con versación . Éste es quizá uno de los registros más determ in antes en la obje
tivación de “la vida” como viven cia y com o totalidad. Registro que a su vez se
replica, se h ace compartido en las in fin itas conversaciones de la com un ica
ción social. De allí la importan cia, para el tema, de con siderar los géneros
mediáticos, como la en trevista, donde tas formas cotidian as se rein scriben con
un fuerte efecto de proximidad. Y son los procedimientos retóricos utilizados,
más allá de los circuitos in tersubjetivos, los que dejan su huella aquí y allí, a
veces en sorprendente semejanza. Procedimientos con ven cion al izados y casi
autom áticos de instauración del sujeto, que ven drán a sobreimponerse a la
fluctuación caótica de la memoria o al “dato” con sagrado en el arch ivo —tom a
do éste en la sugerente acepción derridean a-.51 No h abrá en ton ces algo así
com o “un a vida” - a la manera de una calle de dirección ú n ica- que preexista
al trabajo de la n arración, sin o que ésta, como forma del relato, y por ende,
com o puesta en sentido, será un resultado, podríamos aventurar, con tin gen te.
En ese relato de sí, siempre recomenzado e in concluso —el cotidiano, el lite
rario, el mediático, el de las ciencias sociales-, la viven cia tiene sin duda un
lugar privilegiado. Hay, en su uso corriente, una notable persistencia de las h ue
llas filosófico/literarias de la historia de su significado, tal como puede verse en
el rastreo an alítico de Gadamer que presenté al comienzo del capítulo. Historia
que es, precisamente, la de su aparición, mutación y desplazamiento en los géne
ros biográficos —lugar can ón ico de la pregunta por el ser y la (propia) vida-,
Sl Afirm a Derrida; “el arch ivo, com o impresión, escritura, prótesis o t écn ica h ipom n ém ica en
gen eral, n o solam en te es el lugar de alm acen am ien to y con servación de un con ten ido arch ivable
pasado que existiría de todos m odos sin él, tal y com o aún se cree que fue o que h abrá sido. N o, la
estructura t écn ica de! arch ivo archivante determ in a asim ism o la estructura del con ten ido archivable
en su surgir m ism o y en relación con el porvenir. La archivación produce, tanto como registra, el
acontecimiento" (este últim o destacado es m ío) (Derrida, [1995] 1997: 24). Esta con cepción me
parece particularm en te in teresan te para pen sar el trabajo de acuñ ación de sen tidos de la m em o
ria biográfica.
donde despliega a un tiempo la capacidad de dai cuenta del momento y la tota-
lidad, de la irrupción súbita y la permanencia en el recuerdo. Vuelvo ahora sobre
algunas de esas acepciones, encontrando resonancias con los temas tratados en
este recorrido: “comprensión inmediata de algo real, en oposición a aquello de lo
que se cree saber algo, pero a lo que le falta la garantía de una vivencia propia”,
“...el contenido permanente de lo que h a sido vivido", “algo que se destaca del flujo
de ío que desaparece en la corriente de la vida” (todos los destacados son míos).
Compren sión inmediata, garantía de autenticidad, contenido permanente e ilu
m in ación puntual, vertientes que configuran un campo semántico donde el au
tor distingue todavía algo más, una “referencia interna a la vida”, que n o es,
recordemos, una simple relación entre lo general y lo particular, sin o que “se
encuentra en una relación inmediata con el todo, con la totalidad de la vida”.
Esa cualidad fulgurante de la vivencia de convocar en un in stante la totali
dad, de ser unidad mínima y al mismo tiempo ir “más allá de sí misma” h acia la
vida, en general; de iluminar, rescatar, atesorar, es quizá lo que h ace de ella uno de
los significantes que más insisten en el espacio biográfico, y podría afirmar, uno
de los más valorados en la cultura contemporánea. Impregnada de con n otacio
nes de inmediatez, de libertad, de conexión con el “ser”, con la verdad del “sí
mismo”, vien e también a atestiguar de la profundidad del yo, a dar garantía de lo
“propio”. Y aun cuando esa “totalidad” n o tenga un carácter de completud, de
acabamien to, sino que se la interprete más bien como una totalidad imaginaria,
y pese a que la con exión con 1a vida, en general, remita en mi óptica a una huella,
a un cronotopo, más que a una realización trascendente, hay sin embargo un
cierto an claje, necesario y temporario, que la vivencia propone, como lugar qui
zá menos incierto de (auto)reconocimiento. Es ese anclaje, presente o restaura
do en el recuerdo, el que parece impactar, sin mediación alguna, en esa totalidad
imaginaria de la vida, para cada uno, podríamos agregar, trascendente.
Así, en la con ceptualización del espacio biográfico, en el arco temporal
que he trazado desde su mítico pun to originario, se articulan el “momento” y
la “totalidad”, la búsqueda de identidad e identificación, la paradoja de la pér
dida que con lleva la restauración, la lógica compensatoria de la falta, la inves
tidura del valor biográfico. Rasgos que disuaden de un a interpretación simplis
ta o causal de la proliferación de las n arrativas del yo - y sus innúmeros despla
zamientos—, sólo en términos de voyeurismo o narcisismo, para abrir camino a
lecturas más matizadas y dar paso también a nuevos interrogantes. Desde aquí,
es posible pregun tarse ah ora sobre el trán sito que lleva del “yo” al “n osotros”
- o que permite revelar el nosotros en el yo-, un “n osotros” no com o simple
sumatoria de in dividualidades o como un a galería de meros acciden tes biográ
ficos, sin o en articulacion es capaces de hegemonizar algún valor compartido
respecto del (etern o) imaginario de la vida como plenitud y realización.
2. Entre lo público y lo privado.
Con torn os de la interioridad
El surgimiento del espado biográfico, esencial para la afirmación del sujeto moder
no, también lo fue, como señaláramos, para trazar el umbral incierto entre lo pú-
blico y lo privado, y por ende, la naciente articulación entre lo individual y lo
social. Esa relación, que lleva de lo uno a lo múltiple, del yo al nosotros, impres
cindible en un a indagación sobre la construcción del campo de la subjetividad,
es la que abordaré en el presente capítulo, a partir de la confrontación de tres
perspectivas clásicas sobre el tema: la de Harrnah Arendt, la de Jürgen Habermas
y la de Norbert Elias. En un segundo momento plantearé una hipótesis sobre la
delimitación contemporánea de ambos espacios y el papel que juegan las n arra'
tivas biográficas en tal delimitación, así como su aporte a la afirmación on tológica
de las diferencias identitarias, tal como se manifiestan en el horizonte actual.
1 En la polis, lo público supon ía asimismo un modelo de vida: cada ciudadan o en plen itud de
sus derech os - lo s de propiedad privada y luego los cívico-políticos^ disfrutaba de un a “segun da
vida”, el bios politikos, un orden superior de la existen cia, sign ado por el interés en lo com un al
(Icoinon), defin ido por un a aptitud retórica y regido por et valor para afrontar gran des accion es,
virtud h eroica, capaz de m en osprecia de la propia vida en aras de u n a gloria futura. El verdadero
ser del h ombre {el ideal de la “buen a vida” atistotélica) se desplegaba así solam en te en lo políti
co, com o un desapego de lo propio, lo material, en aras de ideales más elevados que los de asegu
rar la mera subsistencia. A este m odelo trascen den te, Aren dt opon e la cualidad uniformizadora y
m arcadam en te reproductiva de las vidas con tem porán eas.
A su tu m o, lo “privado” va a desligarse paulatin am en te del proceso de
producción , cada vez m ás socializado,2 para afirmarse sobre todo com o una
esfera de in tim idad que, con el auge del individualism o moderno perderá in
cluso su con n otación de privación. En este desdoblam ien to —lo público, en lo
social y lo político, lo privado, en lo doméstico y lo íntimo—, Aren dt destaca un
h ech o sin gular: lo privado, en tan to espacio de con ten ción de lo íntimo, n o se
advertirá ya en con traposición a lo político, sin o a lo social, esfera con la cual
se h alla autén ticam en te emparen tado. Pero hay además otro rasgo paradójico:
esa recien te esfera de la in tim idad sólo logrará materializarse a través de su
despliegue público. Se afirmaba así el carácter “devorador” de lo público mo
derno, el h ech o de subsumir en sí mismo existencia y apariencia:
1 Se con sum aba así, en un a dilatada elipsis, el trán sito desde la producción dom éstica que
h abía caracterizado a la an tigu a Gr ecia - au n sosten ida en el ám bito fam iliar en los albores de¡
capitalism o (con la superviven cia de las formas de asociación de los grem ios m edievales, la figura
del m aestro y sus apren dices)-, a la separación n eta de la producción del ám bito dom éstico al
social, con el afian zam ien to del capitalism o y la aparición de los gran des espacios (sociales) de
producción in dustrial.
3 Aqu í cabría Tematcar un a diferen cia sign ificativa respecto del m odelo griego clásico, que
con ciern e justam en te al estatuto de la intimidad: n ada sem ejan te a un a con cien cia h istórica y
Pero, en tanto es la apariencia el valor que se destaca, la nueva esfera pública
con lleva además otra pérdida, la de realidad. La inclusión de la intimidad en lo
público irá entonces más allá de la modelización, para intentar el reemplazo de
la trascendencia: la intensificación de toda la escala de emociones subjetivas y
sentimientos privados, la inmediatez de la vivencia, la felicidad de las “pequeñas
cosas” cotidianas, características entrañables del mundo burgués, no serán para
la autora sino intentos de compensar el “olvido de la inmortalidad” y entonces, la
antigua grandeza dará paso por todas partes al “encanto”.
tém pora! def yo, tal com o la en ten dem os en la m odern idad, acom pañ aba al ciudadan o a la escen a
pública del ágora; su “ser privado" rem itía solam en te a su carácter de pater fam ilias, jefe de la
esfera dom éstica de producción (esclavista) y reproducción , donde rein aba, señ ala Aren dt, con
mayor poder que un déspota. Es Bajt ín quien h ace aparecer con m uch a claridad esta diferen cia en
su estudio sobre la biografía y autobiografía an tiguas, al analizar uno de sus tipos, el retórico,
basado en el enkomion, un o de los gén eros propios de la in terven ción en el ágora, con sisten te en
el elogio fúnebre cívico político y con m em orativo del ciudadan o: “n o h abía allí, n o podía haber,
n ada de ín tim o, de privado, de person al y secreto, de introvertido. Nin gu n a soledad. Ese h ombre
está abierto por rodas partes. En teram en te al exterior, n o guarda n ada sólo para sí, n ada h ay en él
que n o sea del orden de un con trol o de un a declaración pública y n acion al. Todo aquí era
absolutam en te público" (M . Bajtín , [1975J 1976: 280).
4 La cita es elocuen te en tan to agrupa los atributos n ecesarios para con stituirse en “personas
privadas”: ser hombres y propietarios. En su prólogo a la edición in glesa de 1990 (casi diez años
Pero este equilibrio ideal, donde lo privado —las n arrativas, el raciocin io, las
personas privadas- tenía tal importancia en la configuración de lo público,5 en
tanto coexisten cia ilustrada de individualidades en tom o del interés común, fue
para et autor defin itivam en te alterado con el adven im ien to de la sociedad
masmediática que, con su lógica equivalencial del advertising, causaría la pérdida
de la den sidad crítica y el contralor racional del poder que ejercía la vieja esfera
de la publicidad burguesa. Esta disolu ción de lo político en sus térm in os
argum en tativos, es decir, en la primacía de la con versación , la in teracción
discursiva, está relacionada aquí con el ascenso del ámbito privado y la tendencia
al “en samblamiento” de ambas esferas, con una marcada derivación h acia lo
íntimo, una de cuyas consecuencias mayores es la personalización de la política,
el peso decisivo que adquiere la vida privada, la dimensión subjetiva, el carisma,
en la con strucción de la imagen y la representación pública de los candidatos.
Vemos así que la valoración positiva que ambos autores confieren al surgi
mien to de la esfera íntima burguesa -com o afirmación de la individualidad, en
Aren dt, com o contracara indísociable del raciocinio político, en Haberm as-,
ofrece también un punto de común pesimismo: la desaparición, o la alteración,
de un modelo primigenio, cualitativamente superior. Se trate ya de la pérdida de
la acción h uman a trascendente, ya del debilitamiento del contenido ideológico/
programático de la acción política, en los dos casos la “in volución ” estará signada
por un desequilibrio entre los términos de la dicotomía: un excesivo peso de lo
social, para la primera, que conducirá finalmente, a través de las conductas, a la
entronización de un modelo banal de la vida humana, una exacerbación de la subje-
tividad, para el segundo, que se traducirá en un desbalance de lo privado en lo
público, y por ende, en una difuminación de lo político.
El exceso aparece así com o una figura que vien e a alterar la h ipotética ar
mon ía de un estado previo e ideal. Desde una orilla - Aren dt—lo privado recu
perará su sen tido clásico de privación, desde la otra —Habermas—adquirirá uno
n uevo, el de deprivación. Sin embargo, la postura crítica de este últim o n o lo
lleva a una desvalorización de la esfera íntima/privada m toto, en términos de
n arcisism o —com o en la posición admonitoria, tam bién clásica, de Rich ard
después de su publicación en españ ol), H aberm as retoma algun os pun tos clave de su argum ento,
recogien do críticas de distin to tenor, entre ellas, las feministas. Recon oce en ton ces un a insufi
cien te aten ción prestada a fas prácticas de lectura, escritura y agrupación fem en in as (los salones,
por ejem plo), así com o un a aceptación dócil del carácter m asculin o de ese espacio.
5 “La esfera del público se or igin a en las capas - m ás am plias- de la burguesía [...] com o
aplicación y, al m ism o tiem po, con sum ación de la esfera de la in tim idad pequeñ o fam iliar [...] la
subjetividad del in dividuo privado está in serta desde el com ien zo en la publicidad [...] las perso
n as privadas con vertidas en público razon an tam bién públicam en te sobre lo leído y lo in troducen
al proceso com ún m en te impulsado de la ilustración ” (H aberm as, 1990: 87-88).
Sen n ett—6 sin o más bien a lamentar un a especie de "caída en la con ducta", un
retom o a la sociedad preburguesa de las viejas opinions aseguradas por la tradi
ción , a un sen timentalismo “postliterario y preburgués" que lleva a la exposi
ción m ediática de las vidas públicas como “conservas de literatura psicológica
en decaden cia” (Habermas, 1990: 270-271).7
Lo que aparece en ton ces con n otado n egativam en te en su paradigma es ese
giro por el cual las vidas privadas —las biografías, los “momentos” de nuestro
espacio biográfico—aparecen en el espacio público como razón n ecesaria -y a
veces, suficiente— para sustentar trayectorias políticas o responsabilidades de
estado. M ás allá del com pon en te clásico que podríamos en con trar en ello,
respecto del con ocim ien to sobre la clase de persona de que se trata, como sustrato
de toda otra verificación posible - y sobre todo, de la confianza y la creencia,
valores políticos por an tonom asia—, más allá del mito de la proximidad como
garan tía de ese con ocim ien to - ' “ver” a través del relato de sí, y aun de las
pan tallas, del despliegue del gesto/cuerpo, la in terioridad como profundidad-,
n o h ay duda de que el papel de la privacidad en la política, de la mano de la
mediatización y la “revolución ” tecn ológica, se h a ido tornando in quietante y,
en ocasion es, h asta desestabilizador.
6 H aberm as alude explícitam en te a esta diferen cia en su n uevo prólogo de 1990, señ alan do la
in suficien te distin ción que efectúa este autor en tre los rasgos de la “publicidad burguesa clásica”
—en térm in os de “públicos raciocin an tes”—y los de la “publicidad represen tativa" —autorrepre-
sen tación m ediática en la que toma parte el propio in teresado-, que lo llevan a subestim ar “la
específica dialéctica burguesa de la in tim idad y la publicidad, que en el siglo Xvm con sigue una
valide! in cluso literaria con la privacidad orien tada a lo público, de la esfera ín tim a burguesa”
(H aberm as, 1990: 7). Para Sen n ett , desde un a mirada sociológica y en ese m om en to de in flexión
de fin ales de ¡os añ os seten ta, la preem in en cia de la vida privada de los políticos por sobre sus
bases program áticas o ideológicas, su in tegración en el star ¡y siem y su prom oción publicitaria a la
manera de los productos del mercado form aban parte de un declive gen eralizado del h ombre y ta
cultura públicos, un a caída en e! n arcisism o, un a subjetividad a ultranza que in vadía todo tipo de
discursos: “el yo de cada person a se h a tran sform ado en su carga prin cipal; con ocerse a sí mismo
con stituye un fin, en lugar de ser u n medio para con ocer el mun do” (Sen n ett, [1974] 1978: 12). El
n arcisism o com o obsesión de la autotreferen cia, com o com prom iso exacerbado con las “sin gula
res h istorias vitales y em ocion es particulares”, era para el autor más u n a trampa que un a libera
ción : el fin de la cultura pública -valor es un iversales, sen tido de civilidad, com un idad, solidari
dad—ten ía com o con tracara un a “tiran ía de la in tim idad”, susten tada en un a n ueva creen cia, la
de 1a proxim idad entre las personas com o un “bien moral".
7 Es la in fluen cia crecien te de la m asa “m an ipulada" y un con cepto un tan to rígido de esa
m an ipulación (que él mismo recon sidera en su n uevo prólogo), los que lo llevan a lam en tar
en fáticam en te que “en el lugar tradicion alm en te destin ado a la opin ión pública - r aciocin an t e-
[aparezca] la vaporosa in clin ación sen tim en tal” (H aberm as, 1990: 262).
1.3. La in timidad com o refugio: m odelización y autocon trol
8 La idea de un a sociedad h ostil, y del avasallam ien to de lo singular del in dividuo por el avan ce
de la un lío rm n ación productiva y sim bólica del capitalismo, constituye sin duda un lopoi recurrente
en la crítica filosófica y sociológica. Georg Sím m el (1858-1918), que se inscribe en las llamadas
“filosofías de !a vida”, fue quizá el primero de los teóricos que, ten ien do un a preten sión filosófica,
desarrolla un a sociología de la vida cotidian a. En “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, afirmará
el autor: “Los más profundos problem as de la vida modern a m anan de la preten sión del in dividuo de
con servar la auton om ía y peculiaridad de su existen cia fren te a la prepoten cia de la sociedad, de lo
h istóricam en te heredado, de la cultura extem a y de la técn ica de la vida” (Sim m el, 1986: 247).
9 Pese a que n o h em os en con tr ado referencias textuales que autoricen a pen sar en et con oci
m ien to recíproco de las obras, am bos se in scriben en el tron co de la tradición filosófica alem an a
y recon ocen un a com ún in fluen cia en la filosofía de Martín Buber.
atribuirse sin desmedro la cita precedente—, en tan to ambos parten de un fun
damen to teórico común, que es la in validación de la razón clásica com o pri
mado de un sujeto pen san te a partir de su propia unicidad -sostén de la dico-
tomía sujeto/objeto— y su reemplazo por lo que podríamos llamar una Tazón
dialógica, es decir, un proceso h istórico y compartido de con ocim ien to y reco-
n ocimien to, que genera estructuras comunes de in telección ,10 En esta óptica,
el “yo” verdadero, el más íntimo y personal, aquel que expresa pensamientos,
con viccion es, reaccion es afectivas, rasgos de carácter, se conformará n o ya en
el abismo de un a singularidad que la sociedad vendría a avasallar, sin o ju sta
men te en esa trama de relaciones sociales de la cual emerge y en la que se
inscribe.
¿Qué aporta este enfoque al tema de n uestra in dagación ? En primer térmi
n o, la idea de que el an tagon ism o entre la esfera íntima y la pública/social no
es otra cosa que un efecto de discursos: reglas, con stricciones, dispositivos de
poder y de con trol de reacciones, pulsiones y emociones, que, desde la Edad
Media en adelan te n o h a h ech o sin o incrementarse, y donde la figura moderna
del autocontrol dispen sa de in terven cion es exteriores más directas. En esta cía-
ve pueden leerse in cluso algunos topoi idiosincráticos del espacio biográfico:
“La afirm ación de la irreductible originalidad del yo, la primacía otorgada a los
valores de la in terioridad, la idea según la cual la esencia de la persona se expresa
en los comportamientos privados -d ir á Ch artier en su prólogo al libro de Elías-
son otras tan tas figuras, pensadas y vividas, de la disociación operada entre
individuo y sociedad” (Elias, [1987] 1991: 9; los destacados son míos).
Pero, ¿cómo se expresan con tem porán eam en te esos dispositivos de con s
tricción? ¿No hay actualm en te una crecien te flexibilización de las con ductas,
un a men or rigidez en las con ven cion es, un a mayor osadía de lo decible y lo
mostrable en el espacio público —de la que n o escapa, como vimos, la política-;
en defin itiva, un a sociedad más permisiva, menos hostil? Ya Elias h abía con si
derado la n o-lin ealidad de los procesos, sus décabges, hiatos, regresiones, in
cluso los aflojam ien tos decisivos de la norma, y sobre todo, su con stan te din a
mismo, que propondríamos llamar, con mayor propiedad, dialogismo. Así, es
justam en te a través de la exposición pública de las con ductas que se afianzará
10 En La société des individus, Elias ejem plifica, con la “parábola de las estatuas pen san tes", su
crítica a H um e y al m odelo kan tian o del ju icio a priori: cada un a de las estatuas de mármol está
colocada a distan cia en un prado a orillas de un río o al pie de un a m on tañ a, dotada de raciocin io
y ojos, pero no m ovim ien to; sabe que hay un mun do alrededor y otras estatuas, pero percibe
solam en te lo que el reducido cam po de su visión le muestra e h ipotetiza sobre cóm o será ese
m un do y esas otras estatuas, sin poder in teractuar ni con uno ni con las otras. Es esa in teracción ,
sin em bargo, la que daría a las estatuas (sujetos) la posibilidad de un con ocim ien to m ás verdade
ro (Elias, [1987] 1991: 20 y 160-161).
esa "econ om ía psíquica” del autocon trol - d e signo cambiante según la época-
fen óm en o que a su vez tendrá com o correlato la am pliación y la transforma
ción cualitativa del espacio significante.
Desde esta perspectiva, podríamos pensar en ton ces la acen tuación con
temporán ea de lo íntimo/privado/biográfico, que trasciende cada vez más el
“refugio” para instituirse en obsesiva tematización mediática, no com o un a
perversión del m odelo —del equilibrio—o una desnaturalización de las fun cio
nes y los sen tidos primigenios de una u otra esfera de la modernidad, sin o más
bien com o el producto mismo, h istóricamente determinado, de la in teracción
entre ambas. “Cu an to más densas son las dependencias recíprocas que ligan a
los in dividuos —afirma Elias—más fuerte es la con cien cia que éstos tienen de su
propia auton om ía” ([1987] 1991: 20). Ley paradójica, que quizá permita por
exten sión “cuan tificar”, en ese “desafuero” actual de lo íntim o en lo público,
la crecien te presión ejercida en la trama de lo social, ese doble movimiento
que lleva sim ultán eam en te a la uniformizacíón e individualización 11 y que re
vierte, por un lado, en un mayor privatismo de la vida, mien tras que por el otro
n o deja in demn e n in gun a interioridad.
12 El ‘‘h acer” se inscribe den tro de la categoría de la conversión, transf&nnación de los estados,
que m arcan relacion es de con trariedad y con tradicción en el “cuadrado” sem iótico. Así, podrá
h ablarse de un “h acer” in form ativo o persuasivo, en r elación con las m odalidades alétícas,
deón tícas, etc. (véase Greimas/Courrés> 1986).
productivamente, a un pensamiento de ia diferencia, a una afinada distinción de
registros y variables, a la reivin dicación de nuevos derechos cívicos, en defini
tiva, al ensayo de nuevas tácticas de resisten cia.0
Porque, volviendo a nuestro tema, no podría analizarse el “desbalance” entre
público y privado - en el cual la ampliación del espacio biográfico tendría su
parte—, simplemente como la pérdida de un espacio público de racionalidad o
con tralor a manos de una subjetividad desatada. Esta altern ativa pondría en
escena, entre otras cosas, la vieja dicotomía entre razón y afectividad, repartidas
desigualmente en el modelo clásico, que relegaba por supuesto a esta última al
ámbito doméstico, en dich osa con jun ción con lo femenino -dicotom ía que to
dos los feminismos se h an encargado, a lo largo de su historia, de desarticular—.
Lejos de ello, la política y la filosofía política están hoy más que nunca afectadas
por el papel predominante de la pasión, tanto a nivel de la ejecución como de la
interpretación más ajustada que pueda proporcionar a la teoría. En este sentido,
nuestro recorrido se aparta de la idea del desequilibrio, de una relación cuasi-
causal, en beneficio de una pluralidad de puntos de vista.
Esta pluralidad supone, en nuestra óptica, un enfoque no disociauvo, tanto de
lo público/privado como de lo individual/social, compatible con la con cepción
bajtin ian a de la interdiscursividad, don de lo que sucede en un registro está
dialógicamen te articulado al otro, sin que pueda definirse, en rigor de verdad, un
“principio”. Así, quizá ta escalada de lo íntimo/privado, que pone en juego una
audiencia global, pueda leerse también como respuesta a los desencantos de la
política, al desamparo de la escena pública, a los fracasos del ideal de igualdad, a
la monotonía de las vidas “reales” ofrecidas a la oportunidad.
Quizá sea ese divorcio entre aspiraciones sociales y posibilidades con cretas
de éxito lo que acen túa la pugna por la singularidad del yo, en una sociedad
que en realidad reniega de la diferencia. Y al mismo tiempo, si la exaltación de
la individualidad tiende a desarticular lazos sociales, a afianzar el imperio del
mercado —del deseo—y la utopía con sumista, por otra parte puede abrir cam i
n o a un a n ueva in tim idad,14 no sólo bajo el primado pedagógico, sin o también
15 Más que la inútil oposición al deven ir de tas tecn ologías, Derrida propon e un com bate por
n uevos con troles, norm as reguladoras y derech os, com o por ejem plo, “el derech o de m irada”, es
decir, el ten er acceso a las imágenes que se con servan -m em orias públicas, aquello que h ace al
recon ocim ien to de un a iden tidad cultu ral-, pero n o solam en te al J t o c t a g e , al arch iva, sin o tam
bién a las operacion es de su producción y selección . Estos nuevos derech os en ta globalización
(derech o de ciudadan ía, derech o sobre los espacios públicos, derech o de defensa de lo privado,
etc.) n o operarían bajo el parámetro de “in adecuación '’ sin o como cuestión de lím ites éticos.
Véase Derrida, 1996.
11 El n úmero 2A (in viern o 1998) de Critical ¡n qu in está dedicado en teram en te a analizar la
n ueva !n timacy, que se presen ta com o un terren o con tradictorio. Por un lado, se afirm an ten den
cias in stitucion ales terapéuticas que apun tan eviden tem en te al autocon trol - en tr e las cuales, y
como terreno de man ifestación de políticas de la diferencia, que rechazan el
modelo ún ico de las vidas felices —el matrimon io heterosexual, la descenden-
cia, los lin ajes...—. Pero juega además en este espacio, com o señaláramos, la
lógica —compen satoria—de la falta, ese vacío con stitutivo del sujeto que llama
a la necesidad con stan te de identificación, su búsqueda, a través de las n arra
tivas, de un a h ipotética completud, la obsesión de la presencia m ultiplicada
por el rein ado de lo virtual.
Así, podríamos h ablar n o solam en te de pérdidas sin o tam bién de chances,
n o solam en te del exceso de in dividualism o sin o tam bién de la búsqueda de
n uevos sen tidos en la con stitución de un nosotros. Porque, y esto es esen cial,
sabemos que n o hay posibilidad de afirm ación de la subjetividad sin ínter-
subjetividad, y por en de, toda biografía, todo relato de la experien cia es, en
un pun to, colectiva/o, expresión de una época, de un grupo, de un a genera-
ción, de una clase, de un a n arrativa com ún de identidad. Es esta cualidad
colectiva, com o h uella impresa en la sin gularidad, lo que h ace relevan tes las
historias de vida, tan to en las formas literarias tradicionales com o en las m e
diáticas y en las de las cien cias sociales. Mecan ism o de in dividuación que es
al mismo tiem po em ergen cia desde el an on im ato de las vidas —de todos—,
despliegue de sofisticadas tecn ologías del yo —los cuidados del cuerpo, de la
men te, de los afectos, el paroxism o del “uso de los placeres”, para retom ar el
eco foucaultian o—y “caída”, una vez más, en el m an dato del “estado tera
péutico”, que sugiere, in forma, uniforma, con trola, prescribe, proh íbe... Es
en esta trama, que n o reh úsa la riqueza borgean a de la am bigüedad n i la
con tradicción , que se h acen quizá in teligibles las. ten den cias m ediáticas —y
biográficas— con tem porán eas.
Desde esta óptica, y asumien do la tensión entre lo que puede ser una cosa y su
contraria, podemos ah ora postular, en lo que h ace al espacio público/biográfi
co, la articulación in disociable entre el yo y el nosotros, los modos en que las
diversas n arrativas pueden abrir, más allá del caso singular y la “pequeña h isto
ria”, cam in os de autocreación , imágenes e identificaciones múltiples, desagre-
aderhás de las in fin itas variables psico/psicoan alíticas, de autoayuda, dietéticas, corporales, etc.,
revistan tam bién las varian tes del talk show -. Por el otro, aparecen con fuerza criterios divergen
tes y h asta dism jptivos sobre las vidas posibles. Al respecto, Lauren t Berlan t, en la in troducción ,
señ ala la superviven cia de la interioridad como verdad, en tan to "ten er un a vida” es equivalen te a
‘‘tener un a vida ín tim a" (281-288).
gadas de los colectivos tradicionales, y afianzar así el juego de las diferencias
com o un a acen tuación cualitativa de la democracia. Nuevas narrativas, iden
tificacion es, identidades -políticas, étnicas, culturales, religiosas, de género,
sexuales, etc.-, nuevos modelos de vidas posibles, cuya man ifestación a la luz
de lo público supone la pugn a y el con flicto, así como un a revalorización de la
idea misma de “min oría”, no necesariamen te en clave de lo “menor” en n úme
ro o importan cia sin o precisamente, en el sen tido de Deleuze, com o diferen
ciación de la norma - o la “n orm alidad”, siempre mayoritaria—, o de la h ege
m on ía,15 que es de ese modo desafiada. En esta pugna —n ingun a “n ueva” posi
ción de en un ciación adviene graciablemente al espacio discursivo social—el
desafío es justam en te el hallazgo de una voz autobiográfica en sus acentos colec
tivos, que pueda dar razón de un mito de origen, una genealogía, un devenir, y
defen der por lo tan to unas con dicion es de existencia.
Este recon ocim ien to de una pluralidad de voces hace que, en rigor de ver
dad, ya no sea posible pensar el bin om io público/privado en sin gular: habrá
varios espacios públicos y privados, coexisten tes, divergentes, quizás an tagón i
cos. Lo cual es también un a man era de dar cuenta de las diferencias —y des
igualdades—que subsisten en la aparente homogeneidad de la globalización,
aun cuan do se haya debilitado la distin ción de “clases sociales” en sus sentidos
tradicion ales, en pro de la complejidad de una combin atoria cultural —étnica,
de género, religiosa, etc.-, que se le agrega aun sin reemplazarla. Pero esta
percepción de la pluralidad puede ser también retrospectiva y poner en cues
tión la partición inicial: el propio Habermas reconoce, en el n uevo prólogo a
la edición inglesa que hemos men cion ado, algunas críticas que le fueran for
muladas aL respecto, y sobre todo, la in fluencia tardía de la obra de Bajtín , que
descubriera con posterioridad a la escritura de su tesis,16 y que le permitió una
ilum in ación “estereoscópica” para en tender otras dinámicas, como las de la
cultura popular, bullendo en el interior del orden dom in an te del mundo bur
gués. La distin ción acen drada entre ia esfera pública y la privada, aun en su
15 Tom am os et con cepto en la defin ición , am pliam en te con ocida, que de él h icieran Laclau y
Mouffe, com o un a articulación con tin gen te por la cual un con ten ido “particular” pasa a investirse
com o “un iversal”, aparecien do así com o eí nombre de un a plen itud ausente, que es en verdad
irreductible a la autorrepresentación. Esta relación h egemónica así entendida, que lleva la marca de
un a h istoricidad, es siem pre an tagón ica, sujeta a pugn a y en fren tam ien to, susceptible de ser desa-
fiada, de surgir (com o con trah egem on ía) a través de un a lógica equivalen cíal de diferen cias que
resign an en algún m om en to su carácter “particular*’ para asumir un a valen cia {u n con ten ido)
común. En este escen ario m óvil, don de es relevan te el eje de la temporalidad, los dos térm in os en
con flicto comprometen (es decir, aceptan el riesgo de verse tran sform ados) recíprocam en te, su
propia "iden tidad”. Véase Laclau, [1995] 1996.
16 Haberm as se refiere a La cultura popular en ¡a Edad Media y el Renacimiento. Eí contexto de
Fran^oü Rafcelais, 19BB.
dialéctica, se difumina así más allá de sus límites originarios: “n o es correcto
hablar del público en singular —dirá Habermas—ni siquiera cuan do se parte de
un a cierta h omogen eidad de un público burgués [...] un a imagen distin ta surge
si desde el comienzo se adm ite la coexisten cia de publicidades en com peten cia”
(Habermas, 1990: 5).
Asum ir tal diversidad de registros nos permite, coexten sivam en te, realizar
una evaluación con trastiva de las tendencias dom in an tes en el espacio biográ-
fico. Ten den cias de exaltación n arcisística, donde prima la afirmación de los
valores del in dividualismo y la com petítividad, otras, de búsqueda de una m a
yor auton om ía, de auto in dagación gen ealógica o de “in ven ción de la tradi
ción ” (Hobsbaw m ), de autocreación o de restauración de las memorias colec
tivas. Trazado n o siempre coin ciden te con la especificidad de los gén eros
in volucrados, sin o que a menudo los excede y atraviesa: n o habrá narcisismo
sólo en la autobiografía o en la en trevista mediática, y obligada verdad de la
memoria en el testim on io o la h istoria de vida -au n qu e haya por supuesto
zonas o m om en tos de con den sación —, n o serán tan relevan tes para el caso las
formas tipológicas, lo que ellas con llevan en términos valorativos, com o los
usos, los cam in os que sugieren a la lectura y la in terpretación.
Entre los usos está por supuesto ese despliegue de lo íntimo/privado —a veces
en desliz h acia lo obsceno^, que no perdona ningún espacio n i especialidad, se
trate del político, la estrella, el científico o el hombre y la mujer comunes. Así,
en la multiplicación al infinito de superficies y audiencias de la globalización, se
impondrá como tematización recurrente el “asomarse” a la interioridad em ocio
nal, y de ese modo, contrariando una vez más el clásico decoro burgués, saldrá a
la luz el mundo de la afectividad y las pasiones, n o ya en virtud de los grandes
asuntos sin o en el detalle más nimio de su domesticidad.
Estos avatares mediáticos h an influido además en la reconfiguración de los
géneros auto-biográficos canónicos. El auge de las biografías suele ofrecer a
menudo umbrales poco recon ocibles en tre ficción , obra docum en tal, novela
histórica, “caso” psicoanalítico o chismografía. El modelo de la entrevista -gr á
fica, radiofón ica o televisiva—h a revitalizado el viejo diálogo socrático, dan do
impulso a los libros de “con versacion es” de tenor literario, político, filosófico,
viven cial, y de recopilacion es —diferentes entrevistas realizadas a un o o a va
rios person ajes—, que en los últimos tiempos se h an con vertido casi en un n ue
vo tipo de “best-seller”. Las autobiografías, aun de personajes relevan tes, pare
cen responder más a la creciente demanda del mercado, o a las ten den cias
auton eferen tes en boga, que al imperativo clásico. Se h an popularizado las
biografías o autobiografías de personajes del jet set, de la política o de las reale
zas —cuya distin ción es a m en udo improcedente—, fun cion ales a coyunturas
políticas o escan dalosas, o ambas a la vez. Los diarios íntimos, com o veíamos
en el caso de W ittgenstein, con frecuen cia se editan más por sus detalles pi-
can tes que por un a cotidian idad supuestamen te iluminadora de teorías o posi
ciones. Las memorias, por su parte, parecen haber perdido su especificidad al
difuminarse en algunos de estos géneros o haber sido absorbidas por el registro
puntilloso de la actualidad mediática. En retom o, la programación televisiva,
local y satelital, con sagra un espacio n ada desdeñ able a rubros tales como
“biografías”, “vidas”, “perfiles”, “h istorias de vida”, “testimon ios”, etcérera.
Por otra parte, ía obsesión biográfica en los medios incluye cada vez más la
peripecia del h ombre y la mujer comunes. N o se tratará en tonces solamen te
de con vocar su voz para satisfacción de la curiosidad an te hech os in sólitos o
acon tecim ien tos de im portan cia —como ejemplos singulares, “casos”, testigos,
víctimas, victim arios-, ni de la h abitual delectación pseudo-antropológica so
bre h istorias de vida del otro, el diferente, sin o de una presencia doblemente
in quietante, ni testimonio ni ficción, o más bien, ambos a la vez. En efecto, el
nuevo gén ero —o quizá, “fuera de género” (Robin, 1996)—el reality show, ofrece
la posibilidad de saltar la valla que va de la n arración de un suceso de la propia
vida a su actuación directa en la pan talla. Al reconstruir la peripecia vivida
por y con sus “propios protagon istas” bajo la cámara, la “tevé real” nos coloca
en el cen tro de lo particular de un modo aun más radical que la cám ara secre
ta, en tan to n o está en juego ya la captura imprevista de una imagen verídica,
sin o la h ipótesis misma de la desaparición de toda mediación en aras del acon te
cim ien to en estado “puro”.17
En su más reciente versión giobalizada —las diversas réplicas y varian tes de
Big Brother—el reality show n os con fron ta al experimento de cámara “perpetua”
sobre la con ducta de un grupo de seres h uman os transformados en con ejos de
In dias, en cerrados en casas o en islas “solitarias”, llevados al límite del tedio
—propio y ajen o—, a la min ucia de la irrelevancia, a la pelea por la “superviven-
18 M odelo que, lejos de estim ular el valor de la aven tura - e n sus acen tos de libertad y crea
ción de sí- n o h ace sin o llevar al lím ite la clausura de la dom esticidad.
allá de la publicación de can tidad de libros de testimonios e in vestigación , la
pan talla televisiva h a sido a menudo, en los últimos años, lugar de rememora
ción , don de lo vivido por alguien en particular va naturalmente más allá de lo
autobiográfico, para involucrar identidades colectivas y sen tidos compartidos.
Pero tam bién tiene lugar, aquí y allí, un a vuelta, a menudo n ostálgica, sobre el
tiempo cotidian o, las costumbres, el trazado de h istorias singulares, grupales,
gen eracion ales, la afirm ación de n uevos mitos fun dacion ales y políticas de
identidad. En este giro h ay una notable revitalización de la h istoria oral, que,
más allá de sus in cumben cias académicas, in terviene de manera creciente en
la producción de relatos de vida en diversos en claves de la comunidad —in sti
tuciones, colectividades, municipios, barrios-.
Así, de un modo elíptico, trasversal y h asta caprichoso, el espacio biográfi
co —la n arración de historias y experien cias, la captación de viven cias y re-
cuerdos—opera, com plem en tariam en te, en ese “rescate” de lo propio, lo local,
que es uno de los aspectos paradójicos de la duplicidad con stitutiva de la glo-
balización .
19 Esta "local ilación ” le perm ite trazar un arco in terpretativo respecto de la búsqueda de la
verdad n o ya en las “cosas” sin o en el sí mismo, que va de San Agustín a Descartes y su “tazón
desvin culada”, incluye la con cepción del “yo puntual” de Locke y lleva, a comienzos del siglo xvill,
al recon ocim ien to de un “yo com o y o", que “aú n a a veces azarosam en te, dos clases de reflexividad
radical, y por en de, de in terioridad [...], formas de au toexploración y formas de autocon trol", que,
jun to cotí u n “in dividualism o del com prom iso person al" con form an un a tríada esen cial para la
identidad m odern a (Taylor, [1989] 1996: 201).
por los ideales de libertad, autorrealización y autoexpresión creativa, como en
deman das por derechos, ben evolen cia y justicia universales" (Taylor, 1996:
525). Pero, se pregunta, ¿cómo h acer compatibles un propósito de vida "in
trín secam en te valioso, que supere el utilitarism o" donde sobrevive el mito
román tico de la realización personal, con las ten den cias crecientes a la racio-
n alidad instrumental, con el “expresivismo subjetivista” que signa nuestra época
- en mi lectura, próximo de la “caída” en ei narcisismo de Sen n ett—, apoyado
en un “régimen terapéutico”? ¿De qué man era compatibilizar valores “univer-
sales”, con la actual disgregación identitaria, las afiliaciones coyunturales, el
desdibuj amien to de la idea de comunidad? En la dificultad de la opción , el filó
sofo —sin recon ocer tam poco primacía al discurso teórico por sobre el de poe
tas o n arradores-, aventura una propuesta, que él mismo realiza, performativa-
mente, en su libro: la exploración de las “fuentes morales” a través de la “reso
n an cia person al”. Vuelta en ton ces sobre el "sí mismo”, que solicita a su vez un
mayor compromiso respecto de La justicia, la ben evolen cia y el altruismo —
para el autor, la forma más importante de la ética, hoy—. Así, n uevamen te, la
ética de la vida personal es vista como in disociable del espacio mayor de una
filosofía política.
Estas ten dencias —que sólo ejemplifican un exten so campo de reflexión que
in volucra a la historia, la teoría política, la sociología, la an tropología, entre
otras—señ alan la imposibilidad de analizar la creciente impronta de la subjeti
vidad de lo privado -qu e se da en cierta simultaneidad con la privam ación /
debilitam ien to del Estado de bienestar—, como lisa y llan am en te “n egativo”
para la política, a excepción quizá de los “buenos usos" literarios o académ i
cos. Tampoco es lícito, com o argumentamos, considerarlo com o el desequili
brio de un orden preexistente, la “caída” en el individualismo más extremo y,
con pocas excepcion es, la banalización a ultranza, aun de grandes obras o au
tores, por la pérdida de los límites del decoro burgués. No son, seguramente,
las posturas apocalípticas las que más ayuden a la compren sión de un fen óme
no que presenta facetas diferentes y h asta con tradictorias, por más que algunas
formas de la “in vasión biográfica” provoquen un rechazo inmediato y sin at e
n uan tes. A sí com o toda visión con spirativa en torno del fun cion am ien to
m ediático qu edaría h oy más que n u n ca a merced de la m u ltiplicidad e
imprevisibilidad de las lógicas com unicacionales, la cuestión, m arcada ya en
su origen por la paradoja, escapa a cualquier ten tación de binarismo o atribu
ción causal, para abrir por el con trario, múltiples cam in os a la interrogación.
Entre éstos, el de la apuesta ética que con lleva la narrativa, en tan to configu-
rativa del espacio privado y comunal, y por ende su papel preponderante en las
lógicas de la diferen cia que proponen nuevas reglas, derech os y legitimidades
en las actuales democracias.
3. La vida como n arración
1 M. An getiat (1989) distin gue dos grandes modalidades del discurso: la narrativa y la argu-
menmtiva, distin ción operativa que supon e obviamente infinidad de cruces, mezclas y combin atorias
entre sí.
aquello que con stituiría primariamente el registro de la acción human a, con
sus lógicas, personajes, tension es y altern ativas, sin o a la form a por excelencia
de estructuración de la vida y por ende, de la identidad, a la hipótesis de que
existe, entre la actividad de con tar una h istoria y el carácter temporal de la
experien cia h umana, una correlación que n o es puramen te acciden tal, sin o
que presen ta una forma de n ecesidad “transcultural”.
Esa cualidad transcultural de los relatos ya h abía sido percibida con agude
za por Rolan d Barthes, en un texto clásico que resta insoslayable para toda
in dagación al respecto: “n o hay ni h a h abido jam ás en parte alguna un pueblo
sin relatos [...] el relato se burla de la buena y de la m ala literatura: in tem acio-
nal, transh istórico, transcultural, el relato está allí, como la vida” (Barth es,
[1966] 1974: 9). Pero si este carácter universal llevaba, en el marco estructura-
lista, a la búsqueda de un modelo semiótico com ún 2 que h iciera posible el an á
lisis de cualquiera de sus formas, no perdía de vista sin embargo los sutiles lazos
entre el len guaje y la vida, la mutua im plicación entre narración y experien
cia. Así, la inquietud de la temporalidad prefigura en el texto de Barthes los
desarrollos ulteriores de Ricoeur: “¿Hay detrás del tiem po del relato un a lógi
ca in tem poral? [...] la tarea con siste en llegar a dar un a descripción estructu
ral de la ilusión cron ológica; correspon de a la lógica n arrativa dar cuen ta del
tiem po n arrativo. Se podría decir, de otra manera, que la temporalidad no es
sino un a clase estructural del relato (del discurso)” (Barth es, 1970: 24; el des
tacado es m ío).
1. Narrativa y temporalidad
2 Este m odelo, presen tado en el n úm ero em blem ático de Communicdrions, Andíisis estrwcttcral
¿el relato —cuya expan sión a la m an era de un a "receta" term in aría en agot am ien to- in ten taba
deslindar, a la manera saussureana, un orden posible en el desorden azaroso del narrar, postular
reglas de fun cion am ien to allí don de sólo parecía desplegarse un caos prim ordial, un a variación al
infinito.
tuituido com o cómputo, con un “punco cero”, axial, simbólico —el n acim ien to
de Cristo, de Buda, de algún soberano—, se articula a su vez a otro tiempo, el
lingüístico, que n o es reductible a n inguno de los otros, sin o que se despliega en
el acto de la en un ciación , n o ya com o un a m an ifestación in dividual sin o
intersubjetiva, en tan to pon e en correlación presente, actual, un yo y un tú: mi
“hoy” es tu “hoy”. Esta comunidad temporal es la posibilidad misma del relato
biográfico.
Pero la r eflexión de Ben ven iste va in clu so más allá de la in st an cia
com un icativa: "Podría creerse que la temporalidad es un marco in n ato del
pen samiento. Es producida en realidad en la enunciación y por ella. De la en un
ciación procede la in stauración de la categoría del presente [...] [que] es pro
piamente la fuente del tiempo. Es esta presencia en el mundo que sólo el acto de
en un ciación h ace posible, pues -pién sese bien - el hombre n o dispon e de n in
gún otro medio de vivir el ‘ah ora’ y de h acerlo actual” (Ben ven iste, 1977: 86;
los destacados son míos).
Siguien do estas huellas, la relación entre discurso y tem poralidad asume,
para Ricoeur, un a m odalidad aún más específica: “La temporalidad n o se deja
decir en el discurso directo de una fenomenología sino que requiere la media
ción del discurso indirecto de la n arración” (Ricoeur, 1985: 435). En efecto,
en tan to “el tiem po” siempre se alude en singular, es irrepresentable; es ju sta
mente la trama del relato la que opera un rol de mediación en el proceso mi-
m ético.3Este tiempo —“tercer tiempo”- , configurado en el relato, en virtud de
la cualidad mediadora de la trama,4 que opera a partir de un a precompren sión
3 Mimesis, en ten dida aqu í en el sen tido en que este autor vuelve sobre el con cepto aristotélico:
“La mimesis aristotélica h a podido ser con fun dida con la im itación en el sen tido de copia por un
grave con trasen tido. Si la mimesis com porta una referen cia inicial a lo real, esta referen cia no
design a otra cosa que el rein ado mismo de la naturaleza sobre toda producción . Pero este m ovi
m ien to de referen cia es in separable de la dim en sión creadora. La mimesis es poiésis, y recíproca
m ente. [...] En nuestro an álisis, el con cepto de mimesis sirve com o ín dice para la situación de!
discurso. Recuerda que nin gún discurso puede abolir nuestra perten en cia a un mundo. [...] La
verdad de lo im agin ario, la poten cia de detección on tológica de la poesía, eso es por mi parte, lo
que veo en la m im esis de Aristóteles. [...] La fun ción referen cial [está ligada] a la revelación de
lo real com o acto.[...| Presentar a los hombres "como h aáen da” y a todas las cosas “como en acto",
tal podría ser bien la fun ción ortológica del discurso m etafórico” (Ricoeur, [1975] 1977: 71).
* En su an alítica de la tem poralidad, que atraviesa autores y perspectivas, el filósofo con fron
ta diversas con cepcion es (aporías), desde la aristotélica del tiempo cósmico, inmutable, a la de
Agustín en las Con/esíones (tiem po psicológico, interior, del alm a); se detien e en la con ceptú a]ila
ción kan tian a y h egeíian a y discute con la fenom enología de Husserl y Heidegger, sobre todo con
la distin ción , plan teada por este último, entre el con cepto auténtico y vulgar de tiempo. En este
tecotrido, que trata de franquear el obstáculo de la “ocultación m utua” entre las perspectivas
cosm ológica y fen om en ológica, Ricoeur incorpora, entre otras, la distin ción de Ben ven isre sobre
el tiempo crónico y la peculiar in scripción del tiem po lin güístico, para llegar a la form ulación de
un tercer tiempo, el que es configurado en el relato (Ricoeur, 1985, vol. 3: 4.35).
del mundo de la vida y de la acción , con fiere a su vez inteligibilidad a ese
mundo, en tablan do una relación dialéctica entre presuposición y transfortna-
ción , en tre la prefiguración de los aspectos temporales en el campo práctico y
ía refiguración de nuestra experien cia por el tiempo con struido en el relato.
Este “tercer tiempo”, producto del en trecruzamiento de la h istoria y la fie-
ción , de esa mutua imbricación de los relatos, en cuen tra en el con cepto ya
aludido de identidad narrativa, asignable tanto a un individuo como a una co
munidad, un punto de articulación . “Identidad” tiene para Ricoeur el sentido
de un a categoría de la práctica, supone la respuesta a la pregunta “¿Quién h a
h ech o tal acción , quién fue el autor?”; respuesta que no puede ser sin o n arra
tiva, en el sencido fuerte que le otorgara H an n ah Aren dt: responder quién
supone “con tar la h istoria de una vida”.5 El filósofo se propone así deslindarse
de la “ilusión sustan cialista” de un sujeto “idéntico a sí mismo”. Ilusión que
aparece justamen te, com o vimos en el capítulo primero, com o un problema de
in scripción de la temporalidad en el espacio autobiográfico: ¿quién h abla en la
in stan cia actual del relato? ¿Qué voces de otros tiempos -¿de la misma voz?-
se inscriben en el decurso de la memoria? ¿quién es el sujeto de esa historia?
Para Ricoeur, el dilema se resuelve, como an ticipamos, con la sustitución de
un "m ism o” (ídem), por un “sí mismo” (ipse); siendo la diferen cia en tre ídem e
ipse la que existe entre un a iden tidad sustan cial o formal y la identidad n arra
tiva, sujeta al juego reflexivo, al deven ir de la peripecia, abierta al cambio, la
mutabilidad, pero sin perder de vista la coh esión de una vida. La temporalidad
mediada por la trama se constituye así, tanto en con dición de posibilidad del
relato como en eje modelizador de la (propia) experien cia.
in dividual y la con stitución de la iden tidad n acion al o region al. Así, la autobiografía es historia
apoyada en la memoria, m ien tras que la biografía se apoya en docum en tos ([1991] 1996: 190).
10 Yendo al texto de esta teórica fem in ista, Alicia y a no, en particular a su capítulo "Sem iótica
y experien cia”, pese a que la “experien cia” es am asada en esta tram a de determ in acion es, que
Volvien do a la n oción de identidad narrativa, ella avanza todavía un paso
más, por cuan to, al permitir analizar ajustadam en te el vaivén entre el tiempo
de la narración, el tiempo de la vida y la (propia) experien cia, postula también
la compatibilidad de una lógica de las accion es con el trazado de un espacio
moral. Reaparecen aquí los acen tos éticos que desde an tiguo acom pañ an el
trabajo de la n arración, sobre todo en el an claje singular de la “vida buen a"
aristotélica —“con y por otro dentro de in stituciones justas”- , 11 ese carácter
valorativo in trín seco que h ace que n ingun a peripecia sea gratuita, es decir,
transcurra en un universo neutral y atemporal, sin relación con la experien cia
h uman a. Es esa orien tación ética, que no n ecesita de n ingun a explicitación
n orm ativa, que va más allá de una intencionalidad, la que insiste, quizá con
mayor énfasis, en las narrativas de nuestro espacio biográfico, in d¡sociable de
la posición en u n ciativa particular, de esa señ alización espacio-tem poral y
afectiva que da sen tido al acon tecim ien to de una historia.
Pero en tanto esa posición involucra siempre un “tú”, la cuestión nos con '
duce fin almen te a la in stan cia de la lectura, a la recepción. Volviendo a Ricoeur,
es la mirada h erm en éutica -reelaborada en el crisol de la formalización sem ió
t ica- 12 la que propondrá la articulación del “mundo del texto” y el “mundo del
lector”, a partir de cierto horizonte de expectativa —con la salvedad de una
mayor ten sión h acia el mundo que h acia el texto—. La modelización que opera
en ton ces en el relato sólo cobrará forma13 en el acto de la lectura, como con
operan com o un a verdadera matriz sem iótica, n o por ello es im posible un “cam bio de h ábito”, un
proceso de au tocon cien cia que logre desarticular la reacción “n atural” por un cam bio sustan cial
de posición . Su apuesta, que visualiza la posibilidad de acción política de la mujer para revertir la
im pron ta “dada” de su desigualdad, es pen sable en gen eral para toda idea de iden tidad com o
“h er en cia” y fijación . En el m arco del paradigm a bajtin ian o, por otra parte, ia experien cia es
em in en tem en te social, diaSógica, y podríam os asociar la posibilidad de su tran sform ación a la
capacidad de autocreación y de cam bio que con llevan siem pre los géneros discursivos, cuyos
diversos estilos pueden aportar elem en tos revulsivos a la cultura de un a época.
11 En su obra ya citada, S¡>¡ m im e comme un autre (1990), Ricoeur con tin úa este recorrido
realizan do un a revisión teórica sobre el tema de la iden tidad, para desplegar luego su con cepto de
iden tidad n arrativa en relación con diversas esferas, culm in an do su trayecto en la con sideración
de !a or ien tación ética y la n orm a moral de la n arrativa, para postular, en el último y “más
t en tativo” capítulo, un a pregun ta exploratoria sobre su posible on tología.
11 La reflexión teórica sobre ¡a narrativa es in disociable, en Ricoeur, de un trayecto semiótico,
desde el m om en to fun dacion al en la obra de Vladimir Propp ([1928} 1977), Morfología del cuento al
mítico núm. 8 de Commimicíidons (1966), Análisis estructural del relato (cuya introducción, a cargo
de Rolan d Barth es h em os citado más arriba) siguiendo con Gérard Genecte, A. J. Greim as y otros.
Este cam po con ceptual, de gran expan sión , incluye asimismo las diversas acen tuacion es que la
problem ática de la n arrativa adquiere en otros escenarios, sobre todo el alem án y el anglófono, y
bajo otras paradigmas: la llam ada “Estética de ta recepción”, de H. JauSs y W. Iser, las posicion es de
los críticos literarios com o F. Kermode, W. Booth , N . Frye, H. Bloom, J. Culler, etcétera.
15 Cabe aquí aclarar que la reiterada m en ción a un a puesta en form a, com o estructuración de
la trama que h ace in teligible lo que de otro m odo sería torbellin o, imagen, sen sación , no supon e
jun ción posible de ambos “m un dos"1,1, pero lo trasciende, h acia otros con tex
tos posibles, entre ellos, el horizonte de la “acción efectiva”. Es que la lectura
con lleva un momento de envío, en el cual devien e “un a provocación a ser y
actuar de otra m an era”. Así, la práctica del relato n o solamen te h ará vivir
ante nosotros las transformaciones de sus personajes, sino que movilizará una ex
perien cia del pen sam ien to por la cual “n os ejercitam os en h abitar mundos
extran jeros a n osotros”.
De esta manera, esta orientación ética se reencuentra finalmente, como en
una parábola, con la dimensión valorativa que con llevan los géneros discursivos
en el paradigma bajtiniano, en particular con su con cepto de “valor biográfico”.
Y digo “reencuentran” haciéndome cargo de tal afirmación, ya que si bien Bajtín
está presente en el trayecto de Ricoeur de modo decisivo, n o es justamen te en
relación con esta problemática. En efecto, el punto de interés de este último es
la con cepción polifónica de la novela, que el teórico ruso desarrollara a partir de
Dostoievski y que dio un giro capital en cuanto a la consideración de las voces
del relato. El impacto que Ricoeur le reconoce a esta “revolución en la con cep
ción del narrador” es tal, que sobre el final del tomo II de su Temps et récit, se
pregunta si ese principio dialógico, así esbozado, n o estará a punto de destruir los
cimientos mismos de su propio edificio, al desplazar el lugar configurativo de la
trama en la temporalidad —que con lleva una cierta homogeneidad—, por esa
multiplicidad de puntos de vista, en suspensión, además, por el contrapunto,
siempre in acabado, de la respuesta. Pero ya al plantearse tal cuestión -qu e no
terminará efectivamente en un “derrumbe”- , el filósofo realizará un corrimiento
de su postura, en beneficio de la heterogeneidad, como rasgo constituyente, sobre
todo, de la n ovela —rasgo que, como vimos, Bajtín atribuye al conjunto de los
géneros discursivos—. Sin embargo, en mi opinión, es la impronta valorativa de
los géneros, de la cual participa, recordemos, el valor biográfico, como ordena
dor de la vida en el relato y de la “propia” vida del narrador (y del lector), la que
señ ala la mayor coincidencia entre los dos paradigmas, ju st am en t/a nivel de la
ética. La “puesta en forma” de la narrativa no se alejará entonces demasiado de
esa otra forma, esa visión configurativa que los géneros imponen a nuestra rela
ción con el mundo y con los otros.
de n in gun a manera el triunfo d e un “orden " necesario. La intriga se despliega sobre la peripecia,
el revés de fortun a, eí oponente com o fuerza im pulsora de la acción n arrativa, la in versión
existen cial, aspectos que, por otra parte, aparecen com o con n aturales a los relatos de vida, en
cualquiera de sus modalidades.
11 Ricoeur alude, en esta posible con fluen cia del “m un do del t exto” y el “mundo del lector” al
con cepto de Gadam er de fusión de horizontes, don de h ay un a presuposición on tológica de la refe
ren cia, com o un otro del len guaje, acen tuan do su car ácter dialógico: “toda referen cia es co
rreferen cia” (Cf. [1975] 1977: 147).
3. La voz narrativa
” ‘,Así se desplom an las viejas an tin om ias del 'yo’ ¥ del 'otro’, del in dividuo y la sociedad.
Dualidad que es ilegítim o y errón eo reducir a un solo térm in o origin al, sea éste el ’yo\ que debie
ra estar in stalado en su propia con cien cia para abrirse en ton ces a la del ‘prójim o’, o bien sea, por
el con trario, la sociedad, que preexistiría com o totalidad a! in dividuo y de don de éste apen as se
desgajaría con form e adquiriese la con cien cia de s í . Es en un a realidad dialéctica, que en globa los
dos térm in os y los defin e por relación m utua donde se descubre el fun dam en to lin güístico de la
subjetividad” (Ben ven iste, 1977: ¡8 1 ). Es n otoria la similitud con la posición de Elias.
Algu n as afirm acion es en particular pueden in terpretarse com o m arcan do un excesivo
“subjetivism o”, cercan o a un a idea de in ten ción o volun tad: “[en el act o de la en un ciación ] el
locutor moviliza ¡a lengua por su cuenta”, “la en un ciación supon e la conversión individual de la
van te para la teoría del discurso, el psicoanálisis y otras disciplinas. Ella apor
taba al desplazamiento de la idea de un sujeto esencial, in vestido de ciertos
atributos, a un a posición relacional en una con figuración lingüística, cuya “re
feren cia” se actualizaba justam en te en la in stan cia de la en unciación . Ubica
ción que n o dejaba de lado sin embargo la dimensión on tológica - “la emer
gen cia en el ser de la propiedad del len guaje’’- , y por lo tan to, iba más allá de
un a mera formalización estructural.
Es seguramente esa percepción afinada de ambos registros lo que h ace que
Benvenist,e con tin úe siendo un referente insoslayable - m ás allá de los obliga-
de s territorios lingüísticos—para la reflexión con tem porán ea en tom o de la
identidad —filosófica, an tropológica, h istórica—, y, en este caso, para la in daga
ción sobre la in scripción n arrativa del yo en las formas biográficas. A este
respecto, cabe señalar la lucidez con que advierte esa unificación imaginaria
de la multiplicidad viven cial que opera el yo, como un momento de deten
ción , un efecto de (auto)recon ocim ien to, de “perman en cia de la con cien cia”,
así como el carácter esencialmente narrativo y h asta testimonial de la identidad,
“visión de sí” que sólo el sujeto puede dar sobre sí mismo —in dependientemen
te, podríamos agregar, de su “verdad” referencial—. Características que defin en
precisamen te la especificidad, aun relativa, de lo autobiográfico, su in sistencia
y h asta su n ecesidad; al asumir el yo como forma de an claje en la realidad, se
con voca y despliega el juego de la responsividad.17
len gua en discurso”, “Et locutor se apropia del aparato formal de !a len gua y en un cia su posición
de locutor m edian te in dicios específicos”, etc. (Cf. “El aparato formal de la en un ciación ", en
1977: 83 y 84; los destacados son m íos). Fue Mich el Péch eux, desde el h orizonte epistém ico del
an álisis del discurso (Escuela Fran cesa), y en la búsqueda de “un a teoría n o subjetiva de lo que
h oy se llam a en un ciación ” quien plan teó la postura más crítica respecto de esa “ilusión form alis
ta” en 1a cual en globaba tan to a Ben ven iste com o a Bally y J afcobson: "Todo ocurre com o si la
len gua aportara ella m isma los elem en tos propios para crear !a ‘ilusión n ecesaria’ con stitutiva del
sujeto”. Ilusión del sujeto de estar “en el origen del sen tido”, a la cual se con trapon ía la idea de
“posición de su jeto” en un a form ación discursiva dada —com partida por Akh usser y Foucauk—
marcada por fuertes determ in acion es sociales que acotan en gran m edida lo que puede y/o debe
ser dich o, y por lo tan to, relegan a la dim en sión de lo no dicho todo un registro de lo sign ifican te.
Cf. Den iseM aldidier, “(Re) lire M ich el Péch eux aujourd-h ui", en Mich el Péch eux (textos) Denise
Maldidier (presen tación y selección ), 1990: 34. El texto de Péch eux citado es “Form ation sociale,
langue, discours” (1975), in cluido en el volum en , pp. 157-173. Al respecto, Teresa Carbó (1995)
señ ala que esta crítica n o in validaba su relación adm irativa con quien fuera sin duda un o de los
grandes maestros del grupo estructuralista.
17 Esta palabra es propia del léxico de Bajtín , para quien el en un ciado se adelanta a las expec
tativas y objecion es del otro, de m odo tal que responde por an ticipado a ese otro. Pero este res
pon der n o es sólo “dar respuesta” en el sen tido de con testar, llen ar un blan co o un vacío, sino
tam bién en el de hacerse cargo, responder por el otro: así, responsividad y responsabilidad (n o en
van o tien en la misma raíz) estaran am bas com pren didas. Ei dialogism o es en ton ces tam bién una
ética (Bajtín , 1982).
Desde la óptica de Ricoeur, la perman encia - e n el tiempo—resulta indis-
pen sable para pen sar la cuestión de la identidad personal, como uno de los
momentos defin itorios en la con strucción de un a teoría narrativa. Perm an en
cia capaz de con jurar la ipseidad, la desestabilización que los con stan tes cam
bios impon en a la propia viven cia, y que se traduciría en dos registros fun da
men tales: el carácter y la palabra dada. Por carácter en tien de aquí el filósofo no
ya la “ciega marca”18, con la que adven imos en nuestro n acim ien to, sin o “el
con jun to de las disposicion es durables por las cuales se recon oce a un a perso
n a”. Estabilidad relativa, pero que permite cierta adh eren cia del “qué” (soy) al
“quién ” (Ricoeur, 1990: 143). En la palabra dada también está presente la idea
de m an ten imien to de una “mismidad” a través del cambio temporal y de la
circun stan cia, y sim ultán eam en te una pre-visión, un a tensión h acia lo que se
llegará a ser. La promesa abre así un in tervalo de sentido que será ocupado por
la n oción de identidad n arrativa, recordemos, no com o “justo m edio”, sin o
com o un a oscilación irreductible, con acen tuación en un sen tido u otro, según
la con tin gen cia, entre los polos de la “mismidad” y el de la “ipseidad”.
¿Podríamos pensar las formas autobiográficas, por lo menos las can ón icas,
como un a especie de “palabra dada”, pero no ya como garan tía de mismidad
sin o de cierta permanencia en un trayecto, que estamos invitados a acompañar,
de un posible reencuentro con ese “yo", después de atravesar la peripecia y el
trabajo de la temporalidad? Esta h ipótesis de un desplazamiento espacial -qu e
reen vía al cron otopo del “cam in o de la vida”—nos parece com plem en tar ade
cuadam en te tanto el “m om en to” de la unificación en un ciativa en Ben ven iste
como el despliegue de la temporalidad en Ricoeur.
Pero además, creemos, introduce un nuevo matiz en el “vaivén” de la identi
dad narrativa, en tanto, más allá de los “polos” en juego -que no dejan de involu
crar una dualidad—, habilita a considerar el devenir de la identidad como un tra
yecto siempre abierto a la diferencia, que resignifica constantemente las insumcias del
autorreconocimknto. La idea de una “palabra dada” ofrece además otra articulación
feliz - e in sospechada- para nuestro tema, entre teoría y lengua cotidiana: (dar)
“mi palabra” constituye, a la vez que una promesa, una afirmación autorial en el
paradigma bajtiniano, es decir, la asunción de la palabra como “propia" - a diferen
cia de la “neutra” o la “ajena”- 19 por las tonalidades, siempre peculiares, de la
afectividad. Esa asunción de la palabra “propia”, como instauración afectiva del yo
y simultáneamente, como don, como promesa de una (relativa) permanencia, me
parece otra hipótesis sugerente para nuestro espacio biográfico.
18 La expresión , que tom a de Ph ilip Larkin , es utilizada por Rich ard Rorty pata atudir al
carácter en cierra m edida azaroso de la con stitución del yo, a partir del cuaí es posible sin embar-
go un m argen de autocreación o redescripción (Rorty» [1989] 1991: 62).
19 Rem itim os a la distin ción entre palabra neutra, ajena y propia plan teada en el capítulo 1.
4. El mito del yo: pluralidad y disyunción
20 An alizan do las paradojas de la iden tidad personal, respecto de in terrogan tes sobre su Joca-
Uzacióti, Ricoeur alude a la obra Reajoru and persans de Derek Parfit, y an aliza diversos puiifcig
cases (duplicación de cerebros, rclctran sportac ion, am n esia, et c.), que pon en en eviden cia una
in quietud teórica y cien tífica, más allá de la larga tradición literaria sobre las “perturbacion es de
la iden tidad” (Ricoeur, 1991: 15).
21 El an álisis de la distin ción en tre factual y ficcionaL, que em pren de Gérard Gen ett e a partir
de los respectivos procedim ien tos utilizados -con sider an do com o “factu ales" los relatos de la
h istoria, la biografía, el diario ín tim o, el telato de prensa, el in forme de policía, la narratio ju di
cial, la jerga cotidian a, et c,- , con cluye fin alm en te en in decidibilidad: n ada hay, según el autor,
que n os perm ita afirmarla con certeza, fuera de ciertos sign os exteriores, paratextuales. Véase
“Récit flccion n el, récit factu el” (Gen ette, 1991).
“ Régin e Robin h ace un trazado con ceptual de la “autoficción ”, a partir de defin icion es de
distin tos autores, com o un relato que alguien decide h acer de sí mismo con plen a con cien cia de su
carácter ficcion al, sin obligación de "fidelidad" referencial n i búsqueda del “sen tido de la vida” o
justificación existen cial: “La autoficción es ficción, ser de 4enguaje, lo que h ace que el sujeto
Este aban ico de posibilidades de inscripción de la voz n arrativa en el espa
cio biográfico, que va de las formas más can ón icas a las men os discernibles, se
despliega así, en 1a óptica que venimos construyendo, sin contradicción con la
polifonía bajtiniana. Lo que está en ju ego entonces n o es un a política de la sospe
ch a sobre la veracidad o la auten ticidad de esa voz, sin o más bien la acepta
ción del descen tram ien to con stitutivo del sujeto enunciador, aun bajo la mar
ca “testigo” del yo, su an claje siempre provisorio, su cualidad de ser hablado y
h ablar, a su vez, en otras voces, ese reparto coral que sobrevien e —con mayor
o men or in ten sidad—en el trabajo dialógico, tan to de la oralidad com o de la
escritura y cuya otra voz protagón ica es por supuesto la del destin atario/
receptor.
Porque, in dudablemen te -volvien do al ‘ego’ de Ben ven iste-, es el carácter
reversible de esa marca del lenguaje, quizá la más “dem ocrática” por cuan to
permite ser asumida por todos sin distin ción - m ás allá de la diferen cia de posi
cion es y jerarquías entre las “primeras person as” verdaderamente existen tes-
el que h a con tribuido a la con strucción del mico del yo, según Lejeun e, “uno de
los m ás fascin an tes de la civilización occiden tal m oderna”. M ito en buena
medida creado y realim en tado sin cesar en el espacio biográfico, e in disociable,
com o vimos, de una aspiración ético/moral.23
Recapitulan do en ton ces n uestro itin erario, aun el “retrato” del yo aparece,
en sus diversas acen tuacion es, como una posición en un ciativa dialógica, en
con stan te despliegue h acia la otredad del sí mismo. N o habría “un a" h istoria
del sujeto, tam poco una posición esencial, originaria o más “verdadera”. Es la
multiplicidad de los relatos, susceptibles de en un ciación diferente, en diversos
registros y coautorías —la con versación , la h istoria de vida, la en trevista, la
relación psicoan alítica- la que va construyendo una urdimbre reconocible como
“propia”, pero defin ible sólo en términos relaciónales: soy tal aquí, respecto de
ciertos otros diferen tes y exteriores a mí. Doble “otredad”, en tonces, más allá
del sí mismo, que compromete la relación con lo social, los ideales a compartir,
en términos de solidaridad, justicia, responsabilidad. Pero ese tránsito, m arca
do fuertemen te por la temporalidad, ¿ofrecería algun a deten ción posible sobre
n arrado sea un sujeto ficticio en tan to n arrado. [...] El problem a es más el de en con trarse un lugar
de sujeto que el lugar del sujeto, el de con stituirse en la escritura un ‘efecto-sujeto’". Véase R.
Robin , “L’autofiction . Le sujet toujours en défaut” {1994: 74).
25 Tam bién Ch ar les Taylor, en su in dagación h istórica sobre la con stitución de la iden tidad
m odern a (las “fu en tes del yo”), r econ oce el rol pr otagón ico qu e asum ieran las n ar rativas
autobiográficas en este proceso, desde la n ovela inglesa en adelan te, señ alan do, adem ás, el gesto
fun dan te de M on taign e, más de un siglo an tes, en lo que h ace a la idea de que cada in dividuo
con lleva “un a diferen cia irrepetible”, un “propio y origin al m odo de ser", que vale la pen a iden
tificar, idea que se h a asim ilado totalm en te a nuestra com pren sión del yo (Taylor, [1989] 1996).
el polo de la mismidad? ¿Habría algo, en ese yo, absolutamente singular, priva
do, irreductible?
Con trariam en te a la idea moderna de la singularidad como lo irrepetible
de cada ser en su diferencia, Emanuel Lévinas, en un a perspectiva on tológica,
coloca él punto de lo irreductible en aquello que es com ún a cada uno de los
seres h um an os, la soledad del existir, lo más privado, lo que n o se puede compar
tir con n adie, pese a estar rodeados de seres y cosas: “Un o puede intercambiar
todo en tre los seres, excepto el existir. En ese sen tido, ser es aislarse por el
existir. Soy món ada en tanto soy. Es por el existir que soy sin puertas ni ventanas,
y n o por un con ten ido cualquiera que sería en mí incomunicable” (Lévinas,
[1979] 1996: 21; el destacado es mío).
En la perspectiva de Lévinas, si bien el tiempo mismo es una apertura sobre
el otro (autrui) y sobre lo Otro (í’Autre), el aislamiento del existir marca el acon
tecimien to mismo del ser —“lo social está más allá de la ontología”—. La cuestión
n o es en ton ces "salir” de la soledad —tema clásico del existencialísmo, con sus
tonos de angustia y de desesperanza—sino de ese aislamiento. Tal el propósito
con fesado por Lévinas para su libro,24 pero a sabien das de que esta salida es
ilusoria, que el sujeto siempre intenta “engañar” su soledad, tan to en la relación
con el mundo a través del con ocimien to como en la experimentación de los
placeres. Salida del sí mismo h acia el/lo otro que encuentra en el erotismo - la
relación con lo femenin o como diferencia total—y en la paternidad —la relación
con una mismidad otra-, dos vías de acceso a un más allá. La existen cia será
en tonces algo que se puede narrar pero no comunicar, comparar.
Nos in teresa aquí esta distin ción en tre comunicar y narrar, en tan to deja
entrever un a diferencia cualitativa: comunicar aparece utilizada en la acepción
latin a de “estar en relación -com u n ión - con ”, “compartir”, como un paso más
allá del narrar - “contar un h ech o”, “dar a conocer”- , que denotaría una cierta
exterioridad. Ese paso, entre lo decible y lo comunicable, señala, por otra parte, la
imposibilidad de “adecuación” de todo acto comunicativo, esa infelicidad con sti
tutiva de todo “m en saje”.25 Pero sí el sujeto sólo puede narrar su existencia,
“en gañ ar” su soledad tendiendo lazos diversos con el mundo, ¿no podría pensar
Yendo a la delim itación del espacio biográfico, com o coexisten cia in tertextual
de diversos géneros discursivos en tom o de posicion es de sujeto auten tificadas
por un a existen cia “real”, podría afirmarse que, más allá de sus diferen cias
formales, sem án ticas y de fun cion am ien to, esos géneros —que h em os en umera
26 Aludim os aquí a ta con feren cia de Jacques Derrida en Buen os Aires en n oviem bre de 1995,
"Parler pour l’étran ger”, donde analizara la figura del testigo a partir de Paul Celan y que se
publicó en Diario de Poesía, núm. 39, Buen os Aires, 1996, pp. 18-19.
do en un a lista siempre provisoria— com parten algun os rasgos —tem áticos,
compositivos y/o estilísticos, según la clásica distinción de Bajtín —, así como
ciertas formas de recepción e in terpretación en términos de sus respectivos
pactos/acuerdos de lectura. El espacio, com o con figuración mayor que el géne
ro, permite en ton ces una lectura an alítica transversal, aten ta a las modulaciones
de un a trama interdiscursiva que tien e un papel cada vez más preponderante
en la con strucción de la subjetividad con tem porán ea. Pero además, esa visión
articuladora h ace posible apreciar no solam en te la eficacia sim bólica de la
producción/reproducción de los cán on es sin o también sus desvíos e infraccio-
nes, la n ovedad, lo “fuera de gén ero”.
Sin embargo, tal con fluen cia n o supone desatender las respectivas especifi
cidades, aun en su relatividad. Por el con trario, la abarcativa defin ición de los
géneros discursivos que adoptamos, que compren de el tipo de interlocución,
su situación , las diversas esferas y fun cion es de la com unicación en juego, el
peso de la tradición y también la in n ovación , permite justam en te un trabajo
afin ado de distin ción . Así, plan team os la pertin en cia de con siderar dialógica-
men te los reenvíos entre el espacio y el género, enfoque que in ten ta asimismo
la superación de otra diferencia, a menudo marcada com o con trapun to, la que
media entre el “texto” y el “con texto”: n o h ay texto posible fuera de un con
texto, es más, es este último el que permite y autoriza la legibilidad, en el sen ti
do que le con fiere Den-ida, pero tam poco hay un con texto posible que sature
el texto y clausure su poten cialidad de deslizamiento h acia otras in stan cias de
sign ificación .27
Pese a que el “mito del yo” se susten ta en buen a medida en el espacio
biográfico, la errática adh esión a esta marca en un ciativa, aun en los géneros
llamados “autobiográficos", h ace dudosa su utilización como parámetro clasi-
ficatorio, según lo advertíamos en los intentos de Lejeun e. Sin embargo, pare
cería que sólo la afirmación - o el recon ocim ien to—de un yo n arrativo h abili
taría en verdad la distinción , a menudo sutil, entre umbrales que n ombran y
n o n ombran lo mismo: íntimo, privado, biográfico. En efecto, si adoptamos la
metáfora del “recin to” de la interioridad, lo íntim o sería quizá lo más recón di
to del yo, aquello que roza lo incomunicable, lo que se avien e con n aturalidad
al secreto. Lo privado, a su vez, parecería con tener a lo íntimo pero ofrecer un
espacio men os restringido, más susceptible de ser compartido, un a especie de
an tesala o reservado poblado por algunos otros. Finalmen te, lo biográfico com
pren dería ambos espacios, modulados en el arco de las estaciones obligadas de
la vida, incluyendo además la vida pública. Pero este viaje con escalas h acia el
corazón de la interioridad es sólo una ilusión: a cada paso, los términos se ínter-
i7 Véase Jacques Derrida ([1987] 1989), “Firma, acon tecim ien to, con text o”.
sectan y trastocan , lo más ín tim o pide ser h ablado o cede a la con fiden cia, lo
privado se transforma en acérrimo secreto, lo público se h ace privado y vice
versa...
Tam poco es certera la atribución de in cumben cias: lo íntimo n o es sola
men te el reducto de la fan tasía, la afectividad o el erotismo —ni en todo equi
valen te a “la in tim idad”—,2Blo privado no se equipara al resguardo de la propie
dad o al reino dom éstico, lo biográfico excede en much o un a h istoria personal.
Pese a las diferen cias —¿de grado?—en tre los términos, la dificultad de definir
estos espacios, más allá de una traza metafórica, es tam bién la de postular
fronteras tajan tes en tre los géneros y las voces que ven drían a re-presentarlos.
Si pen sam os por ejem plo en la autobiografía, pieza clave de la ten tación
taxon ómica, como veíamos en el capítulo primero, ella ofrece tantos índices de
variabilidad que lleva sin esfuerzo a dudar -com o Starobin ski o Paul de Man
de su estatuto com o género literario: las habrá en primera, segunda, tercera
persona, elípticas, encubiertas; se la considerará, por un lado, como repetición
de un modelo ejemplar pero sujeto a la trivialidad doméstica, por el otro, como
autojustificación, búsqueda trascendente del sentido de la vida, ejercicio de in
dividualidad que crea cada vez su propia forma; pero también como un relato
ficticio cuya “autenticidad” estará dada solamente por la promesa que sus signos
paratextuales - “autobiografía”- hacen al hipotético lector.
Quizá sea justam en te esta multiplicidad formal - así com o su empecin ada
perviven cia—lo que h a h ech o de la autobiografía un objeto de an álisis privile
giado desde diversos enfoques epistémicos. El dilatado arco temporal que va
de las Confesiones de San Agustín -que, lejos de toda con cepción moderna de
“su jeto” dejara sin em bargo un sello retórico, teórico y n arrativo in deleble
en cuan to al relato de una vida—a! m om en to in stituyen te del Rom an ticism o
-Rousseau, W ordsworth, De Quin cey-, señala asimismo el tránsito de la conver-
18 N or a Cat elli (1996: 87-98) an aliza el sen tido del términ o en su relación con el verbo
“in tim ar” distin guien do al m en os tres aspectos: 1) "exigir el cum plim ien to de algo, 2) introducirse
un cuerpo por los poros o espacios h uecos de un a cosa, 3) introducirse en el afecto o án im o de uno,
estrech ar un a am istad”. Exigen cia, pen etración e in tim ación aparecen así ligados, trazando un
cam po de sen tidos fértiles para el an álisis, que la autora se propon e, de un a “posición fem en in a
del diario ín tim o” -in depen dien te del gén ero/atribución sexual dei au tor-, que perm ite la articu
lación , tan to con la tradición con fesion al del diario, y su particular peso en la escritura de religio
sas, im puesta m uch as veces desde un a autoridad masculin a, com o en su práctica “profan a”, bajo
otras con dicion es de con fin am ien to —familiar, con yugal, imaginario—, resultan do adem ás, en cierto
m odo, un a forma m argin al de escritura.
sión - e l hacerse aceptable a la mirada divin a—a la autoafirmadón, como acep
tabilidad del propio yo en la tram a comunal de los otros, y en tonces, como
apertura a la libertad de creación individual, gesto que se desplegaría, carto
gráficam en te, en todas las formas ulteriores, de las más can ón icas a las más
in n ovadoras.
Si la autobiografía propon e un espacio figurativo para la apreh ensión de un
yo siempre ambiguo —el h éroe autobiográfico como un “alter ego”—, este espa
cio se con struye tradicion alm ente - y más allá de la diversidad estilística—en la
oscilación en tre mimesis y memoria (De Mijolla, 1994) entre una lógica repre
sen tativa de los h ech os y el flujo de la recordación, aun recon ocidam en te arbi
trario y distorsivo. Esta oscilación —a la cual no escapan in cluso autobiógrafos
fuertemen te imbuidos de los preceptos psicoan alíticos- aparece así com o una
especie de forma con stitutiva del género. Pero este deven ir metafórico de la
vida en la escritura es, más que un rasgo “im itativo”, un proceso con structivo,
en el sen tido en que Ricoeur en tien de la mimesis aristotélica, que crea, pre
sen ta algo que, como tal, n o tien e existen cia previa. Sin embargo, la fluctua
ción in dividual en cuan to a esta creación, la irreductibilidad de cada expe
rien cia —aun en sus acen tos comun ales, com partidos- n o impide un fuerte
efecto con ven cion al, repetitivo, que aleja a la autobiografía de la n ovela en
cuan to a la m ultiplicidad de las formas de narrar. Pese al carácter h istórica
men te situado de la mimesis viven cial, pese a sus transformaciones seculares,
pese a la ten sión entre tradición y transgresión, hay, en la escritura autobio
gráfica, un a n otable persistencia de un modelo figurativo de la vida que emerge
aun cuan do el propósito de tal escritura sea más in quisitivo y cuestion ador que
ten dien te a la autojustificación .29
Dich o modelo narrativo opera también en cuan to a la materia autobiográfica
y más allá de las diferen cias en tre los sujetos: tabúes, umbrales de la interiori
dad que difícilm en te se franquean, rasgos de carácter y de com portam iento en
sin ton ía con los ideales de la época, adecuación, aun relativa, a pautas y cán o
n es establecidos. Com o si la traza on tológica de la emergencia del género —la
trascen den cia de las vidas ilustres, la recuperación del tiempo pasado, el deseo
de crearse a sí mismo, la búsqueda de sentidos, el trazado de una form a perdu
rable que disipe la bruma de la memoria—fuera en cierto modo in deleble —a la
man era en que la marca de agua en el papel no impide sin embargo la lectura
con trastiva y plena de la letra-.
19 Para De Mijolla, es la nostalgia y la pesadilla del tiempo pasado, la belleza y el tenor, lo que
retrotrae a la infancia, como lugar imaginario de un poder siempre irrealizado, y es la pérdida de ese
poder - y esa pasión- lo que está en el origen de la autobiografía. Pérdida que tratará de compensar
la escritura dotando de una forma a lo que es en verdad efímero, incomunicable, y que alienta tanto
en los autobiógrafos como en el culto contemporáneo que el género ha despertado en la crítica.
La puesta en orden que la autobiografía - com o en general, los géneros que
com pon en el espacio biográfico- aporta, según Bajtín , a la con cien cia de la
propia vida de! escritor, del lector- n o supone sin embargo univocidad. Si
hay cierto “revision ismo” de la vida en la escritura, ésta podrá ser retomada
más de una vez: varias version es de La autobiografía, o bien , las actualizaciones
periódicas que los géneros mediáticos, como la en trevista, perm iten desplegar
en una temporalidad azarosa y en la comodidad del diálogo, que dispen sa ge
n erosamen te de la in spiración.
Con temporán eamen te, en la h erencia irreverente de las vanguardias, en la
renuncia a la representación, el gesto autobiográfico - sin perjuicio de la supervi
ven cia de las formas tradicion ales- enfrenta una transformación radical. El ejer
cicio del Roland Barthes por Rtiiarui Barthes - la desarticulación de las cronolo
gías, la mezcla de las voces narrativas, el desplazamiento del yo a la tercera
persona, la deconstrucción del “efecto de realidad”—deja sin duda un preceden
te en cuanto a la mostración de ficcionalidad, de la duplicidad enunciativa, de la
imposibilidad de narración de sí mismo, para retomar la expresión de Régine
Robin. Un texto fragmentario, que se rehúsa a la narración, que se abre con la
advertencia —manuscrita—de que “todo esto debe ser considerado como dicho
por un personaje de novela”, que, mientras juega con las propias fotografías de
in fancia y juven tud, teoriza, polemiza, dialoga con otros libros, pone en escena
en defin itiva más que un recuerdo del tiempo vivido, el mecanismo fascinador
de la escritura, la producción incansable de in tertextualidad.10
Es la con cien cia del carácter paradójico de la autobiografía —sobre todo,
de los escritores—, la asun ción de la divergen cia con stitutiva en tre vida y
escritura, en tre el yo y el “otro yo”, la ren un cia al can ón ico despliegue de
acontecimientos, temporalidades y vivencias, así como la desacralización de la
propia figura del autor, que n o se con sidera ya en el “altar " de las vidas con
sagradas, lo que perm ite traspasar —cada vez con mayor frecuen cia en n ues
tra actualidad—el umbral de la “auten ticidad” h acia las variadas form as de la
autoficción . Autoficción com o relato de sí que tien de tram pas, juega con las
h uellas referen ciales, difum in a los límites —con la n ovela, por ejem plo—, y
que, a diferen cia de la iden tidad n arrativa de Ricoeur, puede in cluir rambién
el trabajo del an álisis, cuya fun ción es justam en te la de perturbar esa iden ti
dad, alterar la h istoria que el sujeto se cuen ta a sí mismo y la seren a con for
midad de ese autorrecon ocitn ien to. A l respecto, afirm a Serge Doubrovsky,
citado por Robin : “La autoficción es la ficción que en tan to escritor decidí
30 El texto de Barth es {[1975] 1995), que elude toda m arca recon ocible de autobiografía
canónica^ trabaja tam bién sobre la idea —susten tada asim ism o por Paul de M an —de que toda
escritura es autobiográfica.
darme de mí mismo, al in corporar a ella, en el sen tido plen o del término, la
experien cia del an álisis, n o sólo en la tem ática sin o en la producción del
t exto” (Robin , 1994: 74)-31
La biografía,32 a su vez, tam bién un género en auge en n uestra época, se
moverá en un terreno in deciso entre el testimonio, la n ovela y el relato h istó
rico, el ajuste a una cron ología y la in ven ción del tiempo n arrativo, la inter
pretación m in uciosa de documen tos y la figuración de espacios reservados a
los que, teóricamente, sólo el yo podría advenir. A menudo, in spirada en la
devoción del personaje, in stituido así naturalmente en h éroe o h eroín a, su
m odelo - y n o el de la n ovela- sería el que, según Lejeun e, prima sobre la
autobiografía. Obligada a respetar la sucesión de las etapas de la vida, a buscar
causalidades y otorgar sen tidos, a justificar n exos esclarecedores entre vida y
obra, su valoración com o género n o deja de ser controvertida. Más allá de la
obvia distin ción entre modalidades -desde las famosas “biografías n o autoriza
das”, más cerca del gossip que de un género literario o cien tífico, h asta aquellas
que son producto de in vestigación -, y pese a innúmeros ejemplos de biógrafos
tan ilustres com o sus biografiados, para algunos la biografía estará amenazada
desde el origen por la tensión entre adm iración y objetividad, entre un a su
puesta “verdad” a restaurar y el h ech o de que toda h istoria es apenas una Kisto-
51 En su obra Fits (1977), Doubrovslcy escribe: “H ace más de cuaren ta añ os que estam os
jun tos. In separables, aglutin ados. El y yo. JUL1EN-SERGE. Mala pareja. Cad a un o por su lado. N o
puede durar- Aguan tar. Vida doble. Frente y con trafren te. Dem asiadas facetas. Juegos de espejo.
Dem asiados reflejos, me volatilizo. Vals, vértigo. Cfmsié-crois¿. Q uiero atraparme. In asible”. Sin
adecuación en tre autor, n arrador y person aje —pero rem itien do a acon tecim ien tos ocurridos-,
Robin in terpreta esta form a de autoficción com o la in ven ción de un lugar de sujeto, la con struc
ción en la escritura de un “efecto-sujeto” (Robin , 1994: 75). La “au toficción " h a con quistado
asim ism o un lugar en la defin ición editorial, gan an do terren o a la “n ovela autobiográfica”.
12 La biografía, com o exaltación del recorrido de un a vida h um an a n otable, recon oce an tece
den tes en la an tigüedad clásica. Bajtín señ ala com o lejan os h itos auto/biográficos La Apología de
Sócrates y el Fedón, de P latón , así com o la im ploración de Isócrates, bajo el m odelo del enltomíon,
act o público, cívico y político de glorificación y autojustificación . M ás tarde, la autobiografía
rom an a otorgará un valor cen tral a la fam ilia patricia, in d¡sociable de la h istoricidad, lo público
y lo n acion al. Diferen tes m otivos son acen tuados en estas vertien tes clásicas y dejan su sello en la
posteridad: la metamorfosis, que m uestra las tran sform acion es acaecidas en el curso de u n a vida,
la crisis, que señ ala los m om en tos de in flexión y cam bio cualitativo, la energía, que enfatiza en los
rasgos del carácter y su exteriorización (Plu tarco), la mwMáca, fun dada en un esquema de rúbricas
- vid a familiar, social, de guerra, am igos, virtudes, vicios, et c.- , cuyo m odelo es Sueton io, y tam
bién aportan a este cauce com ún los autorretratos irónicos, com o los de H oracio, O v id io, Propercio.
Más tarde, serán las consolaciones (Cicerón , San Agustín , Petrarca), con struidas en form a de
diálogo con la filosofía, las que abrirán el cam in o a la expresión de un >o, - y coexten sivam en te,
a un otro jo , com o a m en udo se plan tea la em presa biográfica moderna—. H acia fin es del siglo
XV lll, aparecerá la idea de felicidad, asociada al talen to, la in tuición , el gen¡o, y la vida n arrada
cobrará un carácter predom in an tem en te personal (Bajtín , [1978] 1988: 261-292).
ría m ás a con tar sobre un personaje. Su jeta al riesgo de tom arse en mon umen
to, en ejercicio de erudición, en obsesión de arch ivo o em palagoso inventario
de mínimos acciden tes “sign ificativos”, tam bién puede transformarse en esti
lete contra su objeto.
A l respecto, en un artículo publicado en The N ew York Review of books,33
Joh n Updike ironizaba, a propósito de las biografías, sobre dos tipologías; la
relación reverencial del biógrafo, cuya manera de rendir tributo al biografiado
se expresa a veces “cuan titativam en te” en pesadas obras de varios volúmenes,
y, con trariam en te, las biografías que ridiculizan o den igran a sus sujetos, pre
sen tán dolos en sus facetas más íntimas y desagradables -Jeffirey Meyers sobre
Sco t t Fitzgerald, Claire Bloom , ex esposa de Ph ilip Roth , sobre éste, Paul
Th eroux sobre V. S. Naipaul, Joyce Maynard sobre su ex am an te j. D. Salinger,
etc. Entre un extremo y otro, el autor recon oce sin embargo la ven taja de “atar
la flotilla de globos del autor -biografiado- a la tierra” para atrapar una “vida
secun daria” capaz de iluminar, diversam en te, los m isterios de la creación .
Retom an do algunos de estos con ceptos, Brenda Maddox, autora de un a bio
grafía de Yeats, publica en The New York Times un artículo34 donde cuestiona
el paradigma amor/odio com o móvil de la biografía, y también su carácter de
“género literario”, para plantear la idea de la biografía com o periodismo, más
cerca de un a “n oticia calien te” que de una-visión sacralizada, y por ende, suje
ta a otras motivacion es posibles: la curiosidad, el descon ocim ien to, el análisis
distan ciado, la posición “m édica” —interés no exen to de com pasión —, etc. Po
sicion es que actualizan la polémica, al tiempo que señ alan la vigen cia y las
transformacion es m ediáticas del viejo género.
En efecto, la abrumadora publicación de biografías en nuestros días mues
tra tan to su resisten cia al tiempo y a los estereotipos del género com o la bús
queda de n uevos posicion am ien tos críticos respecto de su in negable trabajo
ficcion al, pero tam bién el sosten ido favor del público, que busca en ellas ese
aigo más que ilum in e el con texto viral de la figura de algún m odo con ocida
—difícilm en te se lea la biografía de un personaje que se descon oce—. N o es por
azar en ton ces que reiteradamente aparece, en declaracion es, com o el género
preferido en los h ábitos de lectura de intelectuales y escritores.35
Pero hay tam bién ejercicios de escritura que, sin aban don ar el modelo de
narración de la vida de un personaje existen te, se apartan de la fidelidad h istó
rica para dar lugar a nuevos híbridos —en nuestro escen ario actual es n otorio el
15 El artículo fue reproducido en el suplem en to dom in ica! “Cultura y N ación " del diario
Clarín , el 28 de diciem bre de 1999.
M Reproducido en Clorm , suplem en to “Cultura y N ación ", el 23 de mayo de 1999.
51 Esta preferen cia fue en un ciada por varios de los escritores cuyas en trevistas com pon en el
corpus que analizam os en los capítulos 4 y 5.
auge de n arraciones n oveladas en tom o de personajes h istóricos bien con oci
dos,36 sin preten sión de veracidad.
Quizá, de modo unán ime, pueda acordarse que, más allá de sus especialida
des, estas formas genéricas confluyen a delin ear una topografía de la interiori
dad que n o n os es “dada”, que es justam en te a través del proceso n arrativo por
que los seres h uman os se im agin an a sí mismos —también en cuan to lectores/
receptores—com o sujetos de un a biografía, cultivada amorosamen te a través
de ciertas “artes de la memoria”. Pero esta biografía n un ca será “un iperson al”,
aunque pueda adoptar ton os n arcisísticos, sin o que in volucrará n ecesariam en
te la relación del sujeto con su con texto in mediato, aquel que le permite si
tuarse en ei (auto)recon ocim ien to: la familia, el linaje, la cultura, la n acion a
lidad. Nin gú n autorretrato, en tonces, podrá desprenderse del marco de una
época, y en ese sentido, h ablará tam bién de una comunidad.
“Yo n o me separo valorativa mente del mundo de los otros sin o que me
percibo den tro de una colectividad, en la familia, la n ación , la h um an idad
cultural”, afirm a Bajtín , an alizan do los valores que con llevan los géneros
biográficos, más allá del “sí m ism o” del narrador en cuestión (Bajtín , 1982:
135). A tal pun to es con stitutiva esta relación , que todo relato biográfico
sólo logrará establecerse, según el autor, a partir de ese con texto: ¿cómo
acceder a la propia biografía en sus momen tos tempranos - e l n acim ien to, el
origen , la primera in fan cia—, si n o es “por palabras ajen as de mis prójim os”,
por un a tram a de recuerdos de otros que h acen a un a un idad biográfica
vaiorable? A su vez, y en esa m ism a trama de gen ealogías y gen eracion es, la
con tem plación de la vida de u n o será tan sólo “una an ticipación del recuer
do de otros” acerca de esa vida, recuerdo de descen dien tes, parien tes y alle
gados. Am plian do la mira al espacio de la colectividad, los valores en juego
serán in disociables de la peculiar in scripción del sujeto en su con texto so-
cioh istórico y cultural —que in cluso puede asum ir el carácter de un a épica
colectiva—, tan to el actual, del m om en to en un ciativo, com o el que es objeto
de rem em oración .
16 N oé Jit r ik (1995), señ alan do la diferen cia en tre la con strucción del person aje en la n ovela
h istórica eu ropea-W alter Scot t , Víctor H ugo, Mich el d eZ évaco- , don de los h éroes n o tien en un
referen te h istórico preciso y son con stituidos siguien do “m odelos h um an os corrien tes” y la lati
n oam erican a, destaca la “oendencia o t en tación ”, en esta últim a, de preferir com o protagon istas
a “sujetos prin cipales del deven ir h istórico [...] d e acuerdo con la teoría del ‘h ombre represen ta
tivo’, in spirada en el pen sam ien to sain tsim on ian o, que tien e en Facundo, de Sarm ien to, una
form ulación brillan te" (p. 46). En esta clave, se h ace in teligible el auge de la producción actual
de ficción en la Argen tin a, n o siem pre iden tificable con la n ovela h istórica, pero cuyos protago
n istas son sin em bargo proceres o person ajes ligados a ellos. Tal por ejem plo, La revolución es un
sueño eterno, de A. Rivera, Ei general, el pintor y la dam a y La am ante del restaurador, de María
Esth er de Miguel, y much os otros.
Esta cualidad es particularmente n otoria en el ámbito argentino e h ispan o
american o de los siglos XIX y comienzos del XX, don de la escritura autobiográfica
—cuya autoría remite en muchos casos a figuras públicas políticas y/o in telec
tuales protagón icas- presenta una trama a m en udo indiscernible en tre lo in di
vidual y lo colectivo, y la identidad personal se dibuja casi obligadam en te en
et h orizonte de con strucción de la identidad n acion al, sus conflictos, cam bios
de valor es y t r an sfor m acion es, y acu sa fu er t em en te las m ar cas de esa
con flictividad (Prieto, Molloy, Ludmer). 37 K 39
’7 Según Adolfo Prieto, la literatura autobiográfica argen tin a del siglo xix, que rem ite a figu
ras públicas relevan tes en el proceso de afirm ación de un a iden tidad n acion al, políticos, estadis
tas, escritores (Belgran o, Saavedra, Agrelo, Posadas, Alberdi, Sarm ien to, W ilde, Cañ é, M an silla,
etc.), es in separable de la con strucción de esa iden tidad: “M ás que características in dividuales,
rasgos de t em peram en to, experien cias su bjetivas, el con ju n to de los t extos au tobiográficos
con sultados trasun ta los efectos del enorme peso con que lo social agobia tos destin os in dividua
les, y la prepon deran cia que los h ech os de la vida colectiva adquieren sobre la vida interior de los
autores” (Prieto, 1982: 218).
,a Pata Silvia Molloy, es justam en te la defin ición del yo a través del lin aje, la fam ilia, la
relación con la n acien te identidad n acion al, lo que caracteriza a la autobiografía h ispan oam eri
can a de los siglos XIX y com ien zos del XX -especialm en te de escritores-, que sin tom áticam en te
rehuye el recuerdo de la prim era in fan cia y la n ostalgia de los tiem pos idos por temor a la iden ti
ficación con el “an tiguo régim en ” colon ial, y presen ta la peripecia personal en el m arco mayor
del en gran aje h istórico -defrau dan do a menudo la expectativa del lector en cuan to a la in tim i
dad del “verdadero yo”—, o bien , com o miradas-testigo de un m un do a pun to de desaparecer, o ya
desaparecido. Tam bién la autobiografía, com o en el caso de Victoria O cam po, será afirm ación de
un lin aje coin ciden te con el surgim ien to de la n ación misma - com o territorialidad y propiedad- y
al mismo tiem po reacción con tra las n uevas iden tidades em ergen tes, los “arribism os” producto
de la in m igración . Molloy reflexion a así sobre la h istoricidad de las formas de la m em oria, las
posicion es cam bian tes del recordar, y con secuen tem en te, las m óviles estrategias del yo, com o
asi mimo sobre la operación por la cual se asign a retrospectivam en te sen tido al acon tecim ien to
(h istórico, biográfico) y se lo revaloriia desde el m om en to actual de la en un ciación . “Se recrea el
pasado para satisfacer las exigen cias del presen te: las exigen cias de mi propia im agen, de la im a
gen que supon go otros esperan de mí, del grupo al cual perten ezco" (Molloy, [1991] 1996: 199).
w Josefin a Ludm er tam bién se refiere a la escritura autobiográfica argen tin a de 1880 com o el
espacio de dos “fábulas" sim ultán eas de iden tidad, la de la n ación y la personal, ejem plificado en
lo que llam a “cuen tos autobiográficos de educación ”, com o Ju tsm lia, de Cañ é (1882-1884) y L a
gran aldea, de M an silla (1884), don de el espacio del colegio y sus n om bres de autoridad son
determ in an tes en la prefiguración de un destin o - la primera, una “autobiografía real en forma de
“recuerdos”, la segun da, una “autobiografía ficcion al en form a n ovelada”—. El ejem plo lo es asi
mismo, para n osotros, de las formas desplazadas, n o can ón icas, que puede asumir la in scripción
biográfica (Ludm er, 1999: 27 y ss.).
5.2. Diarios ín tim os, correspon den cias
40 Los Duirios fruimos ( 1933-1945) de Víctor Klemperer, profesor de Len guas rom an ces de la
Un iversidad de Dresden , fueron publicados en 1995,. en el m arco de la in ten sa discusión alem an a
sobre el n azismo y el h olocausto. Klemperer, judío, casado con un a mujer “aria pura”» logró sobre
vivir, gracias a esa con dición , en un pequeñ o pueblo, alejado de su h abitual escen ario académ ico
y cotidian o, y su testim on io de ¡ta vida cocic/iana bajo el n azismo es h oy un docum en to in valorable.
no, lo “verdadero”, en defin itiva, el “limo” don de n acen y crecen las obras que
se admiran en otras artes, prácticas o escrituras —lo cual tam poco escapa al
interés del crítico—. El diario cobija sin duda un exceden te, aquello que no
termina de ser dich o en n ingún otro lugar, o que, apen as dich o, solicita una
forma de salvación . De alguna manera, con tien e el sobrepeso de la cualidad
reflexiva del vivir. Pero también realiza, vicariam ente, aquello que no h a ten i
do n i ten drá lugar, ocupa un espacio in tersticial, señ ala la falta. Más que un
género es u n a situación (un encierro) de escritura.41 ¿Es eso lo que impulsa asi'
mismo al escritor corriente de un diario íntimo, aquel o aquella que ejercita su
práctica, más allá de llamarse escritor/a, más allá de tener cierta cercan ía vo-
cacion al o profesional? ¿Es la posibilidad de estar a solas con la fantasía, de
llevar vidas sustitutas, de atrapar tan to el exceso como la pérdida, de n o dejar
el tiempo simplemen te pasar? La pregunta no deja de tener interés, por cuan to
el diario es quizá la única forma autobiográfica de uso común y compartido.12
En cuan to a las correspondencias, desde el auge deí género epistolar en el
siglo XVIII —y su asimilación formal a la estructura de la n ovela—, ese diálogo
en tre voces próximas y distantes, alim en tado por el saber, la afinidad, la pa
sión o los intereses políticos, n un ca h a dejado de atraer la aten ción de lectores
y críticos.43 Sería in numerable la lista de las correspondencias célebres publi
cadas, en un aban ico de tem áticas y tonalidades, que, h abilitan do en buen a
medida el gesto voyeurístico, permiten asomarse a una in timidad a menudo
postuma, pero in vestida de un a casi in mediata actualidad por las marcas del
género. Marcas que tom an la lectura a veces desesperante, según Borges, cita
do por Bioy Casares, “por las in numerables referencias a cosas con ocidas por
41 A l referirse a la “posición fem en in a” que supon e el diario ín tim o, N or a Cat elli rein terpreta
la operación sim bólica a que alude Lacan com o fem en in a —“colocarse del lado del n o-todo”—en
térm in os de sín tom a, de fatalidad y n o de elección . “Quizá quien es se en cierran —h om bres o
m ujeres—a escribir diarios ín tim os", dice la autora, “com o los án geles del h ogar en su em píreo
dom éstico y con sus dem on ios interiorizados, lo h agan desde un a posición fem en in a: la del ‘no-
todo’” (Catelli, 1996: 98).
n La curiosidad por saber si 1a práctica del diario person al era tan com ún en n uestros días
com o en “su época” inspiró a Lejeun e un a in vestigación “em pírica" don de solicitó a estudian tes
secun darios responder a un cuestion ario sobre el tem a - e n tni opin ión , dem asiado in ductivo—,
cuestion ario que luego publicó para tos lectores del M ogoiin? Littéraire. Las respuestas recibidas,
en particular sobre las “fun cion es” del diario, trazan una verdadera cartografía del im agin ario
esperable: fijar el presen te, dejar h uella, guiar la vida, expresarse, clarificarse, leerlo a los h ijos,
soportar la soledad, calmar la an siedad— En cuan to a los tem as prioritarios, el m ítico recin to de
la “vida in terior” se lleva las palm as. Estas respuestas de lectores dieron lugar a un a publicación
en forma de libro (Lejeun e, 1989).
Foucault ([1988] 1990) en cuen tra en las cartas de Sén eca o Marco Aurelio a sus maestros,
casi un a forma de diario ín tim o que registra la vida del espíritu y el deven ir de la m in ucia cotidia
n a, un a an tigua “tecn ología del yo" ten dien te al “cuidado de sí”, que. con el adven im ien to de la
con fesión cristian a, se tom aría cada vez m ás h acia el “con ocim ien to de sí".
los corresponsales, que uno ignora”, pero que de todas maneras puede devenir
en ejercicio apasionante. Bioy Casares (1999) aventura su lista de los escritores
que alcanzan en las cartas su mejor nivel: Madame de Sevign é, W alpole, Voltaire,
Sten dh al, Byron, Balzac, George San d, Musset, Flaubert, Proust, Nabokov...
En un simple ordenamiento cronológico o en com pilacion es más estructu
radas, con n otas y presentacion es que traducen un a cierta remembranza de la
n ovela epistolar o de la autobiografía,14 las cartas van sin duda más allá de la
in formación precisa —biográfica, histórica, cien tífica—que puedan proveer, para
delinear, a través de las modalidades de su en un ciación , un perfil diferente del
recon ocible en otras escrituras y quizá más “autén tico”, en tan to n o respon de
ría in icialm en te a una volun tad de publicación 45 —aunque en much os casos,
ésta sea tan previsible com o la de un diario ín tim o-. Transformadas en pro
ducto editorial su apuesta es fuerte: permitir la in tromisión en un diálogo pri
vado, en la altern an cia de las voces con la textura de la afectividad y del
carácter —a veces, de las dos voces—en el tono menor de la dom esticidad46 o en
el de la polém ica, asistir al desarrollo de una relación amorosa o de un pen sa
miento, acom pañ ar la vibración existen cial de alguien a quien se “con oce” en
lejan ía. Apu esta que quizá quede trunca, según la observación de Borges, an te
un juego en igm ático, un excesivo ajuste a las reglas de la cortesía o el pudor, o
simplemen te, a las fórmulas del género.
11 Véase por ejem plo Jan e Au sten , 1997, Mi querida Cassan dra, (com p. Pen élope Hugh es-
H allet); Virgin ia W oolf, 1994, Dardos de fxipel, (selección Fran cés Spaldin g), esta últim a, in te
gran te de la serie “Car tas ilustradas” de Collin s an d Brown (Lon dres) en traducción españ ola de
O d ín Editora.
15 U n a correspon den cia valorada justam en te por esa ilum in ación sobre la vida de su (prin ci
pal) autor es la de Louis Alth usser con Fran ca Madon ia, publicada después de la muerte de am bos
(Letcres o Fran ca I96Í- 1973, 1998); quin ien tas cartas que trazan ¡a Kisroria de u n amor loco.
Según Elisabeth Roudin esco, el libro, que "aporta un esclarecim ien to origin al sobre la form a en
que trató de ren ovar el m arxism o apoyán dose en todas las disciplin as de las cien cias h um an as...
es tam bién la h istoria de un h ombre que am a locam en te a un a mujer y n o vacila en presen tar, en
cartas floridas, un a suerte de locura del amor loco, más cerca de la pasión m ística que del arrebato
profan o” (Roudin esco, Clarín , suplem en to “Cu ltu ra y N ación ”, 3/1/99, p. 4).
16 Es in teresan te al respecto la correspon den cia que Ch ar les S. Peirce m an tuviera con Lady
Victoria W eiby a lo largo de los añ os, don de fuera desarrollan do buen a parte de sus con ceptos
más con ocidos en t om o de la teoría sem iótica. En la selección de diez cartas de Peirce, escritas
en tre 1904 y 1911, que in tegra su Obra lógico semiótica publicada en españ ol (1987: 109-156),
pasam os de la lectura de los con ceptos filosóficos m ás abstractos, en su típica argum en tación , que
se adelan ta con variados ejem plos a las objecion es, a ciertos detalles sobre la vida dom éstica, el
cam po, las peculiares cualidades del am a de casa —“con servadora”—, tribulacion es en torn o de la
salud, elogios de su esposa y de la decoración de su casa, decepcion es, aprem ios econ óm icos... A
pesar de la brevedad de los párrafos que van trazando esta n arración paralela, las marcas diaiógicas
del género, su din ám ica con versacion al, subsisten aun en el plan team ien to teórico más estricto,
aportan do un a ton alidad peculiar en cu an to a la “voi“ de la persona.
Pero ese diálogo devenido público entre corresponsales, que exhibe -au n de
modo indirecto—la marca de una doble autoría, plantea a menudo una cuestión
rispida sobre los territorios de la intimidad: ¿quién es el “dueño” de esas escritu
ras, el firmante, el destinatario? ¿Puede haber decisión unilateral de publica'
ción? Un a cuestión que el auge contemporáneo de lo biográfico, que encuentra
en las cartas uno de sus más preciados objeto de deseo, pone a veces al borde de
la querella judicial: correspondencia hech a pública en vida del autor, o contra-
riando su expreso deseo, o respondiendo a una especie de “traición”. Esa “trai
ción ” de hacer públicas unilateralmente zonas íntimas de una relación amoro
sa, familiar, profesional—, se trate de cartas, memorias o diarios íntimos, parece
haber adquirido, en la apoteosis del mercado, otro matiz, igualmente in quietan
te: el de la “ven ta” pública de esos retazos de in timidad.’7
Al tiempo que se in crementa el interés por este tipo de huellas del pasado,
el e-Ttuúl h a cam biado radicalmente las relaciones entre las personas y el sen ti
do mismo de las "correspon den cias”, que h an perdido así “la in stancia de la
letra”, y no podrán ya ser atesoradas con el fetichismo del “original” y de la firma.
Nueva temporalidad del directo absoluto, borradura de la distan cia y la locali
zación, secreto en mayor medida resguardado —aunque quizá, como en una
distopía, ojos controladores y desconocidos se posen, a la manera de hackers,
en alguna in stan cia del espacio virtual-, el e-mail alienta la ilusión de la pre
sen cia, de la con versación, de la voz en directo, cancela la espera angustiosa
de la carta —amorosa u oficiosa—, abre la posibilidad de nuevos léxicos, colo
quiales, informales, poéticos, dejando la marca de la in stantan eidad —y h asta
de lo con vivial—aun en los intercambios académ icos o laborales.
Pero n o es solam en te el universo de las correspondencias el que acusa el
impacto de In ternet, sin o la totalidad del espacio biográfico, que se abre a la
existen cia virtual: sites, páginas web personales, diarios íntimos, autobiogra
fías, relatos cotidianos, cámaras perpetuas que miran —y h acen mirar-, vivir,
experien cias on Une en con stan te m ovim ien to, in ven cion es de sí, juegos
identitarios, n ada parece vedado a la im aginación del cuerpo y del espíritu.
Sin embargo, esa libertad sin necesidad de legitimación y sin censura, esa po
sibilidad de desplegar al in fin ito redes inusitadas de interlocución y de sociabi
lidad ~a la vez an ón imas y personalizadas, investidas de afectividad y descor-
poreizadas-, no altera en gran medida lo esperable -y sin duda estereotípico-
de los viejos géneros. Régin e Robin (1997), an alizando can tidad de sitios
47 U n recien te y son ado caso es el de las cartas de j. D. Salin ger, escritas en tos seten ta a su
am an te, much o más joven , Joyce Maynard, que ésta decidió rem atar en Soth eby’s porque n ecesi
taba dinero. Si bien la ley am erican a proh íbe la publicación de una carta sin permiso de su autor
o autora, n o hay obstáculo para su ven ta.
autobiográficos en la red, an otaba que, más allá de una abierta fan tasía de
autocreación , que pone en escen a todas las “perturbacion es” posibles de la
identidad —personajes ficticios, cambios de sexo, máscaras, juegos identitarios,
duplicidades—, los relatos de sí estimulan en verdad, más allá de las tecn olo
gías, una reviviscen cia de lo escrito, un a revalorización de formas can ón icas
quizá un tan to olvidadas -diarios, cartas y relatos personales—y también, y
pese a una participación predom in an tem en te juven il, un reforzamiento de sen-
tidos comunes e ideologemas, más que una radical apertura ética, tem ática o
estilística.
In tern et h a logrado así popularizar nuevas m odalidades de las (viejas) prác
ticas autobiográficas de la gen te común, que, sin necesidad de m ediación pe
riodística o cien tífica puede ah ora expresar libremente —y públicam en te—los
ton os cambian tes de la subjetividad con temporán ea.
4. Deven ires biográficos: la en trevista m ediática
1 Si bien la pregun ta por el origen de un gén ero es siem pre h ipotética, la datación oficial de
su in troducción sistem ática en la prensa diaria en Fran cia, es, según las fuen tes con sultadas por
Ph ilippe Lejeun e, de 1884. Utilizada prim ariam en te en relación con la crón ica policial o política
y luego para amenizar el rubro de n oticias de actualidad, la en trevista {interview) respon dió al
poco tiem po al in terés en ta vida de los grandes escritores que h abía prim ado duran te la prim era
mitad del siglo xix a través de otras formas discursivas, y en este ejercicio se afirmó com o género
altam en te estructurado, con objetivos y regulacion es específicos (Lejeun e, 1980: 104 y ss.).
En los Estados Un idos fue más bien la en trevista a políticos la que dio solidez al gén ero, com o
procedim ien to estan darizado. H ay cierto con sen so en con siderar que el “origen ” del mismo po
dría fech arse en 1859, con la aparición en el Tribune de un a con versación exten sa y organizada
con el dirigen te m orm ón Brigh am Young. Los periodistas n orteam erican os tam bién fueron pion e
ros en cuan to al asedio de la vida privada. En 1886 acam paron en un prado fren te a la casa don de
el-presidente Grover Clevelan d pasaba la n och e de bodas. Según el im aginario de la prensa de la
época, la en trevista servía, prin cipalm en te, para “permitir y tam bién con trolar la visibilidad pú
blica de tos m iembros de la eíite de la sociedad, deí gobiern o y de las organ izacion es privadas"
(Graber, {1984] 1986: 27-28).
la voz- y al mismo tiempo no concluido —como, de alguna manera, el pictórico
o la descripción literaria-, sin o ofrecido a la deriva de la interacción, a la in tui
ción, a la astucia semiótica de la mirada, a lo sugerido en el aspecto, el gesto, la
fisonomía, el ámbito físico, escenográfico, del encuentro.
La posibilidad de fran quear el umbral de lo público h acia et mundo priva
do, quizá en un a travesía in versa a la del surgimiento de los géneros autobio
gráficos —mientras que en estos últimos la interioridad se “creaba” pública
mente, en la en trevista se accedía a quien es ya h abían con quistado por otros
medios un a posición de n otoriedad—h ace que esta forma dialógica pueda ser
con siderada, con pleno derech o, como la más moderna den tro de la constela-
ción autobiográfica consagrada. Moderna en una doble acepción , primero como
la más recien te en una genealogía y también como con temporán ea de la mo-
dern idad/modemización, uno de cuyos motores era justam en te el despliegue
acelerado de la prensa, la am pliación de los públicos lectores y el surgimiento
de n uevos registros y estilos en la com unicación de m asas.2
La en trevista está así indisolublemente ligada al afianzamiento del capita
lismo, la lógica del mercado y la legitimación del espacio público —a través de
sus palabras autorizadas—en su doble vertien te de lo social y lo político. Pieza
clave de la visibilidad democrática, lo es también de la uniformidad, esa ten
den cia con stan te a la modelización de las con ductas que es uno de los fun da
men tos del orden social. Pero este despliegue de lo público, que abarca toda
una gama de posicion es sociales, lo es también, com o n o podría ser de otro
modo, de lo privado, en las múltiples ton alidades que puede ofrecer la interlo
cución . Así, tan to en el retrato de los “gran des n om bres”, com o en otras
incumbencias coextensivas, que fueron ampliándose a través de las décadas —la
con sulta política, la con strucción de la n oticia de actualidad, el h ech o “por
boca de sus protagon istas", el testimonio, los entretelones, las reglas del arte,
las h istorias de vida de gente común, etc.—se expresará siempre, en mayor o
men or medida, la impronta de la subjetividad, esa n otación diferencial de la
persona que h abilita el discurso de la (propia) experien cia.
Com o género biográfico —aun cuan do n o se la con sidere h abitualm en te
en tre los “can ón icos”—que presenta vidas diversamen te ejemplarizadoras, por
excelen cia o por defecto, lo es también de educación, aspecto modélico por an to
nomasia. El “retrato” que brinda la en trevista irá en ton ces más allá de sí m is
mo, de los detalles admirativos e identificatorios, h acia una con clusión sus
ceptible de ser apropiada en términos de apren dúaje. H ablan do de la vida o
2 En la Ar gen tin a fue Crítica, el diario m odern o por excelen cia, el que in trodujo en los añ os
treinta la en trevista com o rubro valorado en la com posición gen eral de la plan a de las n oticias
(Véase Silvia Saítt a, 1999).
mostrándose vivir, el en trevistado, en el juego dialéctico con su entrevistador,
aportará siempre, aun sin proponérselo, al “acervo” común.
Si los in icios del género estuvieron signados por el interés en grandes per
sonalidades políticas, literarias, científicas, d e fe ct o de proximidad se fue trans
formando con el tiempo también en efecto de .celebridad, es decir, en ritual obli
gado de con sagración de todo tipo de figuras. La celebridad, fen óm en o de masas
que surge h acia fines del siglo XIX, es, al decir de Ludmer (1999: 187), una de
las “industrias culturales del periodismo, la industria del deseo”.3 En efecto, su
aparición h ace particularmente man ifiesta la relación mutuamente implicada
entre ley de mercado y modelización, como deseo identificatorio —y consumís-
tico—, donde las personas in vestidas de ese valor pasan a adquirir categoría de
símbolos. Casi no es necesario agregar que, en un a espiral ascen den te, la cele
bridad es hoy un valor predomin ante en la escena m ediática.4
Pese a la diversidad de los personajes ofrecidos a la curiosidad pública, y de
los tipos de in tercambio posibles - h asta ¡os que transcurren en “teleconferen-
ciaM —, la en trevista man tiene sin embargo vigentes los rasgos que quizá fueron
la clave de su éxito in icial: la ilusión de la presencia, la inmediatez del sujeto
en su corporeidad - au n en la distan cia de la palabra gráfica-, la vibración de
una réplica marcada por la afectividad - la sorpresa, la ira, el en tusiasmo—, el
acceso a la viven cia aun cuando no se h able de la vida. “El género teatral de ‘la
en trevista’ —dirá Derrida—sucumbe, al menos ficticiam en te, a esa idolatría de
la presen cia ‘in m ediata’, en directo. Un diario prefiere siempre publicar una
en trevista con un autor fotografiado, an tes que un artículo que asuma la res
ponsabilidad de la lectura, la evaluación , la pedagogía” {Derrida, Stiegler et
al., 1996: 13). Proximidad que supone no solamente el “cara a cara” del en tre
vistador y el en trevistado, sino, sobre todo, la in clusión imaginaria de un terce
ro en el diálogo, el destinatario/receptor, para quien en verdad se construirá la
3 Segú n la autora, los “cuen tos de celebridades” in tern acion ales, aparecen en la cultura ar-
gen tin a con el salto m odem izador de fin del siglo XIX. U n tem pran o an teceden te son las crónicas-
en trevistas a celebridades en Car as y Caretas, que aparecieran seriadas en los añ os 1907 y 1908 e
h icieran a su vez famoso al en trevistador, el periodista escritor Ju an José Soiza Reilty. En 1909
fueran reun idas en un libro con pie editorial de la Casa Maucci, de Barcelon a, bajo el título Cien
hombres célebres (Confesiones literarias) , cuya prim era edición, de 5.000 ejem plares, fue un verda
dero best-seller. Ludmer com en ta que en algun os párrafos el autor se refiere a su estética respecto
de esa “in tim idad de la fam a”, don de n o im portan tan to las palabras sin o lo n o dich o, la escena,
el “alm a" que se pueda in ven tar al person aje. La autora cita uno de ellos: “yo creé ese sistema de la
intimidad con el retrato físico, el am bien te, los gestos, las sonrisas, para saber lo que realm en te
quiere decir ‘el célebre™ (Ludmer, 1994: 187-191).
* Et film e de W oody Alien Celetrrity destaca esa n otación peculiar de la cultura con tem porá
n ea, aten tada por el peso desm edido de la m aquin aria m ediática, don de ta celebridad está cada
vez m en os ligada a los viejos valores de excelen cia o m erecim ien to, para con vertirse en una
com bin ación de audacia, oportun ism o y relacion es públicas.
figura del h éroe o heroína en cuestión, entre las muy diversas opcion es del
escen ario contemporán eo.
En su teoría de los géneros discursivos, Bajtín acen tuaba la potencialidad
transformadora de los mismos en la vida de la sociedad, la influen cia de ciertos
estilos —sobre todo los cotidianos, con versacionales—en el cambio y la flexibi-
lización de costumbres, léxicos, mentalidades, y postulaba la existen cia de gé
neros predominantes según la época, que aportan un “ton o” particular a lá co
m un icación discursiva. Sin preten sión totalizadora, podríamos decir que la
en trevista, por su con stan te expan sión temática, estilística y de audiencias,
por la diversidad de usos y registros y el imaginario de inmediatez y auten tici
dad que con lleva, es hoy uno de esos géneros.
Y es precisamen te esta ubicuidad, el h ech o de presentar un aban ico in ago
table de iden tidades y posicion es de sujeto -y, coexten sivám en te, de vidas
posibles-, y más aún, el h ech o de que estas vidas ofrecidas a la lectura en el
espacio público lo sean en fun ción de su éxito, autoridad, celebridad, virtud, lo
que tom a a la entrevista, según mi opinión, en un terreno de con stan te afir
m ación del valor biográfico. Quizá difícilmente se exprese mejor que en esta
n oción bajtin ian a la ten den cia —y la pasión —que lleva a consumir h asta el
exceso vidas ajen as en el fast-food de la in stantan eidad mediática. Exitos efí
meros, en cuen tros faticos, biografías de un trazo en el vaivén del diálogo, pero
también retratos que se despliegan en la larga duración, que acom pañ an —y
construyen—una trayectoria de vida cuya actualización en reiteradas en trevis
tas a través de los añ os abre sucesivos capítulos en la memoria pública. Noé
Jitrik decía —precisamente en una en trevista- que este género había ocupado
el lugar de las memorias en la sociedad contemporánea, sociedad siempre dis
puesta al olvido y aten aceada por el flujo de la “desaparición ” (Virilio), donde
sólo algunos elegidos logran sobrevivir, a cam bio del don in fin ito de sí mismos.
Pese a su posición h egem ón ica en el con cierto m ediático, que la h a trans
formado en una matriz de acuñ ación de sentidos en cuan to a las “vidas ejem
plares” de la época, la en trevista n o h a merecido, al men os dentro del mapa
bibliográfico con sultado, un estudio pormenorizado que aten diera a tal con di
ción .5 Es esa caren cia la qué quiero colmar en alguna medida, eligiéndola como
objeto particular de an álisis den tro del espacio biográfico. En esta doble figura
- e l exceso de sentido por un lado y la escasez de trabajos de in dagación acadé
5 Lejeun e (1980) incluye la en trevista en tre ios m odos posibles de producción de relatos de
vida, pero acen tuan do sobre todo en el uso de la h istoria oral, y en ta recuperación de las h istorias
de gen te com ún . En un capítulo de su libro Je est un autre an aliza una en trevista autobiográfica de
Sartre, y a partir de allí extrae algun as con clusion es sobre la en trevista radiofón ica. Tam bién
pueden registrarse m en cion es a la presen tación de sí en la en trevista en el m arco de in dagacion es
de tipo lin güístico/pragm ático/com un icacion al.
mica por el otro— también se cifra un interés in vestigativo anterior, que me
llevara al estudio de la en trevista com o género en una perspectiva multidisci-
plin aria (Arfuch , 1992, 1995) y a partir de allí, a la in tuición de algo nrns a
desarrollar, que en con tró su lugar en el presente capítulo.
6 Agradezco a Beatriz Sarlo la observación de que la en trevista, pen sada desde la óptica de
Ben jam ín , tien de a restituir lo aurático - la cercan ía, la presen cia, el “origin al", lo irrepetible-, en
un mun do ya mediatizado.
7 El corpus con el que h em os trabajado que se recorta sobre el trasfondo de otro, muy amplio,
originado en un a investigación anterior—incluye, adem ás de diarios, revistas y audiovisuales, los
siguientes libros, entre otros: Jean de Milleret, Entrevistas con Jorge Luis Borges, 1971; María Esther
Gilio, EmeiGentej, 1986; G . Barry Golson (com p.), Entrevistas de Playboy, [1981] 198Z; Guillerm o
Saavedra, La curiosidad impertinente, 1993; Graciela Speranza, Primera Persona, 1995; Confesiones de
escritores. (Narradores 2) Los reportajes de Th t París Revievi, [í9951 1996; Con/esiones de escritoras.
Los reportajes de Th e París Rc v k u j , [1995] 1997; Sylvia Saítt a y Luis Alberto Rom ero (com ps.),
“segunda vida” editorial, después de su primera publicación —generalmente en
medios de pren sa^, obedece a varias razones. La primera es justam en te la ven
taja de operar con una selección donde pesan ya parámetros valorativos, y por
lo tan to, ofrece cierta tipicidad: la del medio don de fueron publicadas {la re
vista Playboy, The París Review, grandes d ían os...), la de los en trevistados (gran
des personalidades, escritores, pensadores, in telectuales, artistas...), la de los
en trevistadores (periodistas, críticos, académ icos...), la del modelo utilizado,
la del estilo de la época a que pertenecen. La segunda es la “represen tativídad”
de dich o corpus para nuestras h ipótesis, en virtud de las diferencias tem pora
les y al mismo tiempo, de la simultaneidad en la publicación de varios de estos
libros —algunos de ellos, rápidamente agotados- que demuestra tan to un én fa
sis editorial como un interés creciente del público h acia el género y sus perso
n ajes, m ás allá del consumo rápido en la prensa diaria o periódica. Fin almente,
es en este tipo de entrevistas, relativamen te extensas y aten tas a la relación
en tre vida y obra, don de aparecen con mayor nitidez y regularidad los rasgos
que in teresan a nuestro espacio biográfico.
Pero, ¿cómo aprehender la cualidad biográfica de la entrevista en la multipli
cidad de sus ocurrencias? ¿Cómo leer, además, lo que aparece sintomáticamente
aquí y allí, a menudo sin ser convocado? Si bien son precisamente los desplaza
mien tos meton ímicos los que aquí cuentan, un a primera respuesta, en cierta
medida tranquilizadora, nos aproximaría a la idea bajtiniana del cronotopo, como
correlación espacio-temporal y afectiva que h ace posible - y recon ocible- la in
vestidura de sentidos en un género dado: la vida como camino, trayectoria, peri
pecia, encrucijada, destino - y sus correlatos, la “lección ”, el modelo, la expecta
tiva, la “prueba”- . La vida como viaje temporal y sus estaciones obligad as: la
grandes entrevistas de ¡a historia argentina, 1998. Un a somera descripción de las com pilacion es de
entrevistadores múltiples remitiría, por un lado, al estilo mordaz, incisivo, de Playboy para realizar
una inmersión lo más profunda posible en la personalidad del en trevistado -m úsicos, actores, escri
tores, como Miles Davis, Joh n Len n on , Marión Brando, Nabokov, o figuras públicas com o Martin
Lu th erKin g), sin límites preconcebidos—; por el otro, a la m odalidad interrogativa ya clásica de T/i£
Paris Review, sobre la articulación entre vida, obra y estilo de trabajo del escritor/a, agrupadas por
género. El libro de Jean de Milleret cotí Borges reúne a en trevistador y en trevistado en varias
sesiones, en un recorrido biográfico/intelectual casi obsesivo, más próximo de las “Con versacio
n es”. Ei de María Esth er Cilio como única periodista/entrevistadora presenta a diversos personajes,
con prim acía de escritores (Bioy Casares, On etti, Neruda, García Márquez, Puig, Lispector, etc.).
En la misma dirección, las com pilacion es de entrevistas de Guillerm o Saavedra y Graciela Speranza,
ambos críticos especializados, ofrecen un a buena perspectiva del campo de los escritores argentin os
con tem porán eos, tendencias, preocupacion es y estilos (Btoy Casares, Saer, Coh én , Tizón, Ch ejfec,
Aíra, Piglia, Martini, Mercado, Fogwill, etc.). Finalmente, Grandes entrevistas se organiza com o un
pan oram a h istórico que arranca en 1879. He con sultado tam bién asiduam en te los suplementos
culturales de los grandes diarios, especialm en te Clarín, Págm a}12, y La Nación, con stituyen do
muéstreos en distintos períodos entre 1995 y 1998.
infancia, la juven tud, la madurez, la muerte. La vida como “herencia” familiar,
generacional, histórica, que difícilmente escapa a la tentación causal. La vida
como despliegue del personaje que se narra ante ese otro, el entrevistador —cuya
mirada es determ in ante-, poniendo en juego diversos “biografemas” - o motivos
estereotípicos—, en el viejo h ábito de la conversación. Avalares de la experien
cia, demostraciones, reflexiones, conclusiones: la vida como un saber sobre la
vida. Desaciertos, infortunios, tropiezos, desengaños, la vida como un padecer.
Pero tam bién —y casi prioritariamente- los logros, éxitos, virtudes: la vida como
cumplimiento, como realización. Com o sucede con otros registros, lo que parece
inabarcable podrá sintetizarse en ciertas líneas y modulaciones, en ciertos “to
nos” predominantes. Al seguir con asiduidad los derroteros que trazan las pre
guntas en las diversas superficies textuales, se van descubriendo los hilos de una
trama much o más regular de lo esperable. Casi n o importará la relevan cia del
personaje en cuestión ni el estilo de la entrevista y del entrevistador: hay reco
rridos prefijados y modos de andar bien conocidos. Y no es que la remisión a “la
vida” imponga obligadamente estos recorridos, es más bien el género, la peculiar
combin atoria de las voces, su vaivén, la marca conversacional, lo que definirá
las formas del relato, su puesta en sentido.
A l acotar el terreno a lo biográfico, el objeto que me propon go construir
focalizará sobre todo en el valor otorgado a la en trevista en cuan to al con o
cim ien to de la persona, en su papel con figurativo respecto de las iden tidades,
la modelización del mundo privado y de la intimidad, en el énfasis puesto en la
fun ción reguladora de los sen timien tos, en su permeabilidad a diversas n arra
tivas —aun Acciónales--, sin desmedro del imaginario clásico de verdad y au
ten ticidad.8
Si nos atenemos a la distinción entre géneros discursivos primarios y secun
darios efectuada por Bajtín, la entrevista es sin duda un género secundario, com
8 Aun cuan do n uestro objetivo no es aqu í propiam en te lin güístico, es con ven ien te explicitar
la con cepción del len guaje que sostien e nuestra reflexión. En prim er lugar» cabe retomar ta filia'
ción respecto del dialogism o de Bajt ín (Volosh inov, [1929] 1992; Bajtín , 1982 y 1988), uno de los
primeros en m arcar la salida del “m on ologism o” com o form a de abordar el fun cion am ien to em i
n en tem en te social del len guaje y de la com un icación . Tam bién los con ceptos de perform atividad
y acto ¡locutorio de Au stin ([1962] 1982) son capitales para pen sar la acción lin güística en el
h orizonte de la com un icación m ediática y en el marco de un a teoría general de la acción . Estos
referen tes delin ean u n a con cepción n o “represen tacion alista” del len guaje, que acen túa el car ác
ter creador y tran sform ador de éste en la vida social (Récan ati, [1979] 1981).
Respecto de la din ám ica del intercambio que caracteriza a la entrevista, remito al en foque
in reraccion al (Orecch ion i, 1990), que considera que todo discurso es un a consrrucción colectiva;
al trabajo de Goffm an ([1959J 1971), y su definición del actor social como personaje que representa
diversos roles, a los llamados “con versacion alistas" que estudian ta importan cia del género en la
con sritución de la sociedad (Sacks>Sch egloff, jefferson: 1974: 696^735; 1977: 361-382).
piejo, pero cuya dinámica intersubjetiva, en diversos contextos, opera en cierta
semejanza con las formas cotidianas del diálogo, los intercambios familiares, la
conversación, es decir, con los géneros primarios. Esta peculiar condición n o es
ajen a a su funcionalidad, tan to en el plan o de la comunicación mediática como
en otros con textos institucionales (entrevistas de selección, laborales, psicológi
cas, sociológicas, etc.). Pero si bien se trata de un a instancia de competencias
compartidas por los interlocutores, a diferencia de lo que sucede en la conversa
ción cotidiana, aquí la facultad performativa de la interrogación9- con sus dife
rentes acen tuacion es-, sera ejercida prioritariamente por quien está h abilitado
para ello, el entrevistador. Esta no reversibilidad de las posiciones enunciativas en
términos del derecho a preguntar, que supone una diferenciación normativa de
esas posicion es, es quizá, jun to a una estandarización temática y de procedi
mientos, lo que hace de la entrevista un género altamente ritualizado, pese a ser
construida sobre los valores de fluidez y espontaneidad.
En el caso de la en trevista mediática, la in terrogación es, por otra parte,
con stitutiva de la fun ción social de la prensa: no sólo se estará autorizado sin o
h asta obligado a preguntar, tanto en lo que h ace al imaginario político de visi
bilidad y tran sparencia de la democracia, com o en relación con las más diver
sas tem áticas y cuestiones. Precisamente, lo que nos in teresa aquí en particu
lar, es que la vida del personaje, que fuera uno de los rasgos destacados en el
surgimiento del género, se h a tom ado en un a de las principales cuestiones.
Con secuen te con esa heterogeneidad que Bajtín definiera como c o n s t i t U '
tiva de los géneros discursivos, la en trevista n o sólo revelará las huellas de la
con versación sin o también las de otros géneros secundarios: el teatral, la n o
vela, el diálogo socrático, el informe científico, la arenga política y, por su
puesto, todos los que se incluyen, can ón icam en te, entre los autobiográficos,
pero n o solamen te como apuesta específica - lo que con stituiría un tipo parti
cular, la en trevista biográfica o ín tim a- sin o también como un a derivación
* La n oción de “perform ativo” acuñ ada por Austin , em in en te represen tan te de la "filosofía
del len guaje ordin ario” de O xford, alude, en un prim er m om en to, al tipo particular de acción que
cum plen determ in adas expresion es verbales, utilizadas en prim era person a del singular del in di
cativo, tales com o “ju ro”,“prom eto", “bautizo", etc. En un segun do m om en to, la in dagación de
Austin se am plía a otras expresiones, llegando a la con clusión de que tocio enunciado, más allá de “lo
que dice” tien e un grado de perform atividad, esto es, cum ple un act o ilocutorio por el h ech o
mismo de su en un ciación , un hacer inh eren te al len guaje: afirmar, proponer, objetar, opinar, in te
rrogar, negar, acon sejar, etc. En este sen tido, lejos de ser un mero reflejo de lo existen te, produce
m odificacion es en la situación , gen eran do n uevas relacion es (y obligacion es) entre los in terlocuto
res. Desde esta óptica, la en trevista se puede an alizar com o un ejem plo can ón ico de acto ilocurorio:
se con struye a partir del derech o a preguntar y por lo tan to espera respuesta in m ediata, puede
operar com o un simple in tercam bio jático —la actu aliiación del “quién está allí**—pero tam bién
com o un a in stan cia de verificación , de con trol o de den un cia, llegan do in clusive a ejercer una
violencia de La interrogación.
ocasional, que podrá tener lugar en cualquiera de sus incumbencias (informativas,
políticas, de divulgación científica o artística, de entretenimiento, etcétera).
Pero este preguntar sobre la vida n o es aleatorio: la en trevista opera una
selección jerárquica de sus entrevistados, desplegan do, en sus in contables re-
gistros, todas las posicion es de autoridad de la sociedad -en ten didas éstas en
sen tido muy am plio, desde la fun ción político/in stitucion al a b s trayectorias,
vocacion ales o profesionales, el star yystem, las figuras heroicas o arquetípicas,
etc —, con lo cual, n o sólo produce la visibilidad de estas posicion es com o una
operación sem iótica n ecesaria al orden social sin o tam bién su reforzamiento,
en tan to las confirma com o tales, otorgán doles un sello de legitimidad. Y en
tan to esas posicion es están “en cam adas” por sujetos empíricos, que las h an
con quistado por merecimien to o virtud, las h istorias ofrecidas a la lectura se
tom an in m ediatam en te modelizadoras.
El espectro de las vidas narradas en la en trevista es muy amplio. N o sola
mente aparecen com o dimensión con sustancial al con ocim ien to —tal el caso,
por ejem plo, de las típicas en trevistas a cien tíficos, artistas, escritores—, sin o
tam bién —y a veces, sobre todo—com o mera in sisten cia en el an ecdotario,
gossip, repetición estereotípica de los sentidos más comunes, infracción de los
lím ites en tre pú blico y privado, en tre lo decible y el um bral de la in trusión
—movimiento al cual tampoco escapan los personajes más conspicuos—. En tan
to, n o es nuestro objetivo trazar una línea divisoria entre unas y otras manifesta
ciones, ni postular una h ipotética “pureza” del reino biográfico; la desemejanza
de estas formas constituye justamen te en nuestro enfoque un dato esencial.
Es que la posibilidad de derivar en algún tipo de n arrativa personal, aun en
los in tercambios más formales, parecería estar siempre presente, alen tada por
la din ám ica misma de la relación in tersubjetiva, por esa idea de acontecimiento,
algo que se produce aquí y ahora, en el momento de la en un ciación y que,
com o an claje en la temporalidad, guarda relación con la existen cia. Así, el
espacio biográfico en la en trevista se definirá men os com o un territorio esta
ble y acotado que com o un con jun to de “m om entos” autobiográficos —com o lo
advirtiera Paul de M an respecto de la autobiografía—, de variado carácter e
in tensidad, en los que asoman, llevados por la lógica de la personalización o el
interés del entrevistador, destellos de la vida, recuerdos, aseveracion es, expe
riencias. Momen tos que, para ser en ten didos com o tales, requerirán por su
puesto de la complicidad interpretativa del lector.
Sin embargo, la figura de la prosopopeya - qu e De Man identifica, como
vimos, con la autobiografía—, ese “h acer hablar y actuar a una persona que uno
evoca, un ausen te, un muerto, un an im al, un a cosa person ificada” (Petit
Robert), n o “trae" al discurso algo ya definido y existen te, no restituye una
supuesta integridad del yo, sin o que viene justam en te a poner rostro a un va
cío, a nombrar lo que no preexiste como tal. Sobre ese umbral sobre el vacío,
aquello que tiene que adquirir forma aun como respuesta estereotípica, sobre
ese abismo de los yoes - ¿el “actual”, el “pasado”...?- trabaja el “m om en to”
autobiográfico en la en trevista, como proceso especular de sustitución /iden ti
ficación , que habla tan to de la in completud del sujeto como, correlativam en
te, de la imposibilidad de cierre de toda narrativa personal. Más solidaria con
esa lógica que otros géneros que aspiran a una “coron ación ” del relato - d e la
vida—, el “cierre” que propone la entrevista es siempre transitorio, su suspen
sión se aproxim a al suspenso, deja siempre una zona en penumbra, que el ago
tam ien to de la palabra, la tiranía del tiempo —en la interacción, en la pan ta
lla- o del espacio - e n la escritura- transformarán en promesa de futuros en
cuentros y tematizaciones. Ah ora bien, ¿cómo se plasma esa figura especular
de la lectura, en un in tercambio mediado a su vez por el saber —y el poder—del
en trevistador?
Esto n os lleva a una cuestión de im portan cia: en ese trián gulo que for
m an el en trevistador, eí en trevistado y el destin atario fin al de esa in terac
ción -lector, público, audien cia-, ¿quién es el otro de la in terlocución ? Porque
el en trevistador asume una posición in stitucional com pleja, donde de alguna
m an era ya está prefigurado lo que puede y/o debe decirse, aun que esta
prefiguración no agote el juego in tersubjetivo ni alcan ce a determinar su rum
bo. Posición que supone a su vez un desdoblamiento, entre los intereses del
medio o soporte al cual se representa, el interés “propio” y la representación
que el en trevistador asume, casi en términos políticos, de su destinatario: ese
clásico mecan ismo de “preguntar lo que aquél preguntaría, si pudiera”. Un a
lectura aten ta permite descubrir las marcas de esta trama discursiva.
10 Las siglas que utilizaremos para in dicar la proceden cia de las citas, en este ejem plo y los
siguien tes, correspon den a las com pilacion es en libro de n uestro corpus: CI: La curiosidad imper
tinente, PP: Primera Persona, CE: Con/esiones de escritores, CEA : Confesiones de escritoras, EP:
Entrevistos de Playboy, E: EmerGentes, GE: Grandes entrevistos de la historia argentina. Ejem plos de
otra proven ien cia serán in dicados con su pie de imprenta.
alta solía provocarme carcajadas, porque, en cierto modo, es muy ridículo. Y El
día eterno tiene fuertes elementos de un humor oculto de la misma clase. Pero
claro, la existencia misma es una clase de broma muy especial.
11 U n a de las diferencias entre Ben ven iste y Bajtín es precisam en te la idea de sim ultan eidad
fdialógica) versus la idea de sucesión: para Benveniste, los partícipes de la com un icación son alter-
nativainente protagon istas, en tan to asumen, a su tum o, el “yo” de la en un ciación (1977: 82-91).
12 El en foque bajtin ian o perm ite saldar la cuestión de la “presen cia1’ real en térm in os de un
otro im agin ario —carácter destinado del en un ciado-, y por con siguien te, dejar de con siderar a la
audien cia m ediática com o "m uda” o “in terdicta de h ablar” (Ch araudeau, 1984). Por otra parte,
es obvio que en la en trevista el destin atario efectivo» o olocutorio, es el público; de allí la respon
sabilidad del en trevistador respecto de esa palabra, su “literalidad", el uso que se le dará a algun a
expresión sacada de su con texto coloquial, etc. F. Jacques (1979: 162-163) llam a a esre tipo de
in tercam bio “palabra bi-dirigida” (bi~adre$$ée) y la defin e com o "un arte tem ible que supon e un a
duplicidad muy característica’1. La participación “efectiva’' del receptor sigü"e sien do un ideal
dem ocrático que las n uevas tecn ologías in ten tan h acet realidad -televisión in teractiva, teléfon o
abierto, televoto, etc—. Sin em bargo, el efecto de retorn o de algun as de estas técn icas puede
contribuir, en defin itiva, a un estrech am ien to del cam po argum en tativo y discursivo, por cuan to
propon en en general altern ativas bin arias que “en cauzan " esa h ipotética participación .
13 Si en la con versación cotidian a es un a muestra de interés que cada participan te de un
reen cuen tro recuerde n o sólo el n om bre de su in terlocutor sin o ciertos datos de su biografía para
poder pregun tar sobre ellos (Goffm an , 1987)» ese requerimien to se torn a im prescin dible para el
quirit, orientar, sugerir, hurgar, merodear, agredir... en definitiva, emplear todas
las destrezas pragmáticas contenidas en la n oción de formulación (Garfinkel,
Sacks, 1970).11 Destrezas que incluyen además una cierta sintonía con el entre
vistado, más allá del con ocimien to o la admiración-, como posibilidad de jugar,
sin desmedro del objetivo del encuentro, su propio juego discursivo.15 Pero aun,
una vez terminado el intercambio, queda el trabajo de edición o de escritura,
donde el “momento” autobiográfico, que puede haberse producido en el registro
oral, debe ser retranscripto, recuperado en la frescura de su “presente”, en esa
in mediata actualidad que adquiere toda evocación o rememoración frente a un
“testigo”. Si el trabajo de la memoria reconoce también una inspiración dialógica,
éste es sin duda un espacio privilegiado para su manifestación.
¿Qué aporta en ton ces la en trevista a la con strucción , aun fragmentaria y
an ecdótica, de un relato de vida? En primer lugar, escenifica la oralidad de la
narración, esa marca an cestral de las an tiguas h istorias que en cuen tra así una
réplica en la era mediática. En segundo lugar, h ace visible la atribución de la
palabra, generando un efecto, sin duda paradójico, de espon tan eidad y auten
ticidad. Paradójico, por cuan to n o solam en te se trata, en la mayoría de los
casos, de un a in terlocución cuidadosamen te preparada por el entrevistador,
sin o tam bién por el propio en trevistado. Com o observara con h um or Italo
Calvin o: “Podría in ten tar improvisar, pero creo que es necesario preparar una
en trevista por an ticipado para que suene espon tán ea” ( C E : 165). Pero además,
retom an do su vieja valen cia socrática, trabaja en el alumbramiento de esa h is
toria, que n un ca sería la misma bajo otra m odalidad de producción
El valor de la proximidad, sin duda un o de los pilares del género, n o sólo
estará dado, en la escritura, por la reposición de las réplicas en su en caden a
m ien to —aun en el que resulte de la edición —, por la con servación de los “tro
piezos” del diálogo, por la m eticulosa “reconstrucción del h ech o” que precede
much as veces a la “tran scripción ” —el lugar del encuentro, el momento del día,
en trevistador, sobre todo si va a orien tarse en esa dirección . Esta “m em oria com ún ” n o garantiza
sin em bargo la facilidad del in tercam bio: m uch as veces, ciertos in dicadores tem áticos son rech a
zados o eludidos por el en trevistado.
14 Plan tear con claridad las pregun tas, repreguntar, volver sobre un tem a o cuestión que
quedó pen dien te, resumir, glosar o desarrollar lo sustan cial de las afirm acion es del otro, h acer
avanzar el diálogo, anular el silen cio, aprovech ar elem en tos in esperados pero relevan tes, dar un
gito radical si es necesario, abrir un a polém ica, son algun as de las h abilidades pragm áticas que
resume el con cepto de /crninJaímg (form ulación ) propuesto por Garfin kel y Sacks para este tipo
de in tercam bios, que supon en un a practica inusual en la ch arla cotidian a.
15 En el exten so corpus de en trevistas con el cual h em os trabajado, esta cualidad - e l poder
reaccion ar con humor, ironía, agudeza, in gen io, sen sibilidad o erudición , según la propuesta y el
carácter del en trevistado-, m ás allá del con ocim ien to o la cuidadosa preparación del temario,
h ace a un a verdadera diferen cia en cu an to al resultado del inrecambio.
el aspecto del en trevistado—, sin o también por ese segundo texto diegético,
que in ten ta escen ificar los movimientos, los gestos, los silencios, y que n o deja
dudas sobre su carácter em in en temente teatral.
H: — ¿Usted piensa que debía hacer ese pase, que debía abandonar su lengua?
—No, no sé, creo que en el fondo eran pretextos. Creo que la verdadera
razón era una resistencia a juzgar a los personajes colocándome en el lugar de la
autoridad.— Se detuvo prestando atención a unas voces que gritaban su nom
bre desde afuera: "Manoel, Manoel”. Manuel se asomó a la ventana y gritó en
portugués que estaba ocupado y no podía salir. [...] Manuel volvió a sentarse.
Sonreía con una media sonrisa que bañaba todo su rostro de melancolía.
2, A vatares de la conversación
17 La autora an aliza en su libra Voces sin nombre, la con strucción del testim on io an ón im o
sobre las vidas com un es en program as tales com o “Sin vueltas” (Am érica 2, 1993-1994) y “Te
escuch o” (ATC, el mismo período), que podrían in cluirse den tro del gén ero tolfc-shotu, com o n u e
vos desafíos de la televisión en pos de un a “teleología filan trópica" (y supuestam en te m ás “dem o
crática") de salvación , a través de un a retórica asisten cialista, de con suelo, com pen satoria de la
falta, la carencia, la soledad, en defin itiva, de las formas actuales de “malestar social".
ta n o solam en te a las n ormas del len guaje sin o también a las de otros sistemas
sign ifican tes,18 a una trama lógica de relaciones y a ciertas reglas propias —e
im plícitas- de fun cion am ien to, que las frecuentes in fracciones n o h acen más
que confirmar.
Entre ellas, los tumos con stituyen verdaderos sistemas con versacion ales,
en tan to regulan los cam bios de locutor, la duración de la emisión, la distribu-
ción de los participan tes, la con tin uidad/discon tin uidad en el uso de la pala
bra y por supuesto, las transgresiones. La din ám ica es variable según, el género
—con versacion es sociales, interrogatorio, con feren cia de prensa, pan el, deba
te, etc.-, y opera en un equilibrio siempre amenazado por la pasión: el calor de
la discusión , las tension es, las disputas por el con trol o por “la última palabra”.
Sí bien el fun cion am ien to de los tum os en la en trevista parecería estar con sti
tutivam en te regulado, ya que se trata en general de posicion es no reversibles,
don de el cam bio de voz está dado por la natural con clusión de la respuesta, no
escapa sin embargo a n in gun a de las tretas de las que tenemos sobrada experien
cia: disputar el espacio del otro, desviar un a pregunta, interrumpir, desautori
zar, agredir, cortar la palabra.
O tro aporte insoslayable al respecto es el de H. Paul Grice, quien postula la
existen cia de un prin cipio básico de cooperación , sin el cual nuestros inter
cam bios cotidian os se reducirían a una serie de frases desh ilvan adas: “[nues
tros intercambios] son el resultado, h asta un cierto pun to al menos, de esfuer
zos de cooperación , y cada participan te recon oce en ellos (siempre h asta un
cierto pun to) un objetivo común, o un con jun to de objetivos, o, al menos, una
dirección aceptada por todos” (Grice, 1979: 60). Tal prin cipio se susten ta a su
vez en un a serie de reglas agrupadas en cuatro categorías a la manera kan tian a:
la de can tidad (“que tu con tribución con ten ga tan ta información com o sea
requerida”) i la de calidad (“que tu con tribución sea verídica”, “no afirmes lo
1S Ya h em os m en cion ado a los "con versacion alistas” (H . Sacks, E. Sch egloff, G . Jefferson ,
en tre otros), que se inscriben en la tradición am erican a de las microsociologCas, de gran expan
sión en los sesen ta y seten ta, orien tadas fun dam en talm en te h acia los com portam ien tos cotidia
n os y ta producción del sen tido com ún , don de se destaca el aporte de la fen om en ología de Sch utz,
el in teraccion ism o de Goffm an , la etn om etodología de Garfin kel (1967), la sociolin güística de
Lavov (1972), etc. Para ellos, los in tercam bios cotidian os son lugares privilegiados de ejecución
de com peten cias sociafm en te adquiridas y relevan tes, don de es posible estudiar la com pleja red de
las relacion es sociales, la distribución del poder, las iden tidades. Para ello, se con cen tran sobre
todo en los procedim ien tos y reglas de la in teracción “cara a car a”, y por en de, en los len gu ajes
gestu ales y corporales (k in ésica) y la u t ilización del espacio (pr oxém ica). Esta lectu ra gestual
-llevad a a su m áxim a expresión por la llam ada “Escuela de Palo A lt o" (Bateson , Birdwhistell,
Gofifman et al., 1981; W atzlawíck, H elm ick, et al., 1985)- se in tegra de m odo sign ificativo a lo
con versado en las en trevistas. U n a evalu ación de con ju n to de estas posicion es puede en con trarse
en W olf, I98Z.
que creas falso ni aquello de lo cual no tengas pruebas”), la de relación (“sé
relevan te”), y la de m odalidad (“h abla con claridad”, “evita ser am biguo”).
Si bien estas reglas, implícitas, parecen con fron tarse a cada paso con su
infracción, es ése justam en te el registro donde es recon ocible su existen cia y
su in cumben cia, en tan to están asimiladas a la din ám ica social que rige las
con ductas y asegura su reproducción. Pero, aun cuan do el n ivel de exigen cia y
de cumplimien to de cada un a de ellas varíe según las esferas de la com un ica
ción in volucradas, en el plano de la recepción mediática, ambas formas - la
adecuación , a veces extremada, o la in adecuación , en tan to rechazos, elusiones,
respuestas laterales, et c.- son inm ediatam en te perceptibles y con stituyen qui-
zá uno de los “in gredientes” más atractivos de un a in teracción.
E: — ¿Q u é r e cu e r d os c o n se r v a d e su p ad r e y d e su m ad r e?
— N o m u ch os. N u n c a m e e n t e n d í n i c o n u n o n i c o n la o t r a. T e n go la im
p r e sió n d e q u e siem p r e m e v ie r o n c o m o u n n iñ o u n p o c o e xt r añ o , y c u an d o
c o m e n c é a d e c ir qu e q u e r ía se r p in r o r les p a r e c ió r id ícu lo . Q u izá t e n ía n r azón .
M e t o m ó m u ch o t ie m p o lle gar a p in t a r r e gu lar m e n t e , y a m is p ad r e s p o d ía p ar e-
ce r le s e xt r a ñ o q u e q u isie r a se r ar t ist a. N o h a b ía ar t ist a s e n la fam ilia, n o er a u n a
t r ad ició n .
E.: —Creo que por fin comenzamos a alcanzar algún acuerdo. Usted tiene plena
razón. En vista de eso, ¿cómo responde a ese pequeño punto sobre Marílyn?
—No sé cómo responder a la pregunta {burlón): “Ah, qué lindo, qué lindo,
vaya, no sabía que le interesaba a Marílyn en ese aspecto... Vaya, sí, una actriz
notable, y les juro que habría estado feliz de...” Mire, no puedo responder a eso.
Me aburre de muerte.
E.: —¿Puede responder a lo que le sucedió a ella?
—-No, decididamente no quiero hablar sobre eso. Es chismorreo, habladu
ría, mezquindad... es como destripar un fantasma. La opinión de Marión Brando
sobre la muerte de Marílyn Monroe. Me horripila.
19 La polém ica - y h asta la peiea- supon en u n a adecuación a ios prin cipios de cooperación . Ei
rech azo de ese prin cipio es justam en te n o (querer) darse por en terado y seguir ju gan do otro
juego.
un a audien cia virtualm ente “global”? El gesto de ofrecerse a la pregunta sobre
la privacidad —y el én fasis del detalle que lo suele acompañar—, apenas uno
más de aquella “devoración ” de lo público/social que inquietara a Aren dt, no
por reiterado resulta men os turbador. Desprovisto del cobijo de la escritura - la
borradura, el espaciamiento, el arrepentimiento—, expuesto n o al riesgo de la “ver
dad” sin o al de la intemperie, es, si se lo pien sa en un ejercicio de extrañ a
mien to, algo poco n atural. Si en la vida cotidian a el h ablar de sí requiere de
cierta protección , si la con fiden cia es selectiva y la revelación singular, la
en trevista h ace suyas estas escen as pragm áticas para expon erlas an te n ues
tros ojos, perm itién don os in gresar así al círculo de los elegidos. Y es esa ope
ración in clusiva la que n os in terpela, más allá de lo que “diga” verdadera
m en te el en trevistado en cuestión . Por ello quizá, an te una de esas escen as, y
sobre todo en la televisión , resulta tan difícil sustraerse, aun que n o esté en
ju ego la creen cia ni la expectativa de una con fesión . Aceptado este lugar,
en tre voyeurs y testigos, todo estará en ton ces por comenzar. Pero en este
espectáculo sin argum en to previo, con un script apen as in icial, n o se tratará
solam en te del qué sin o tam bién del cómo. La lógica biográfica, que es tam
b ién u n a ét ica, d eb er á r e ciclar t em as y m ot ivos e st e r e o t íp ico s - lo s
biografemas—, n o solam en te en cuan to a su sem án tica sin o tam bién en cuan to
a su pragm ática (n arrativa): ¿cuál es el “prin cipio” de un a h istoria - d e una
vida—? ¿Cóm o se “debe” h ablar al h ablar de sí m ism o? ¿Cuál es el “orden ”
obligado de la n arración ?
E.: —Se dice que no hay tragedia o infelicidad que no tenga sus raíces en los
años de la infancia. Cuénteme episodios de su infancia que hagan prever sus
limitaciones de hoy, sus capacidades.
—Muchas cosas. El hecho, por ejemplo, de tener un padre encantador,
médico y muy perezoso, al que no le gustaba la medicina sino la pintura, la
música, la literatura y los caballos.
E.: —Perdóneme por este largo panorama biográfico, pero me parece necesario
para una visión de conjunto, le pido si quiere que pasemos a los detalles, a las
anécdotas de su infancia y adolescencia.
—Con mucho gusto.
E.: —Usted nació el 24 de agosto de 1899 en la calle Tucumán...
— S í , a l a a l t u r a d e l n ú m e r o 840, q u e e r a l a c a s a d e m i a b u e l a m a t e r n a , e r a
u n a c a s a d e l m ism o e s t i l o d e l d e l a sa De , c o n d o s p a t i o s c o n a l ji b e , p e r o m u y
modesta. En el fondo del aljibe había una tortuga para purificar el agua, según
se creía, aunque mí madre y yo bebimos durante años agua de tortuga, sin pen
sar en ello, puesto que esta agua estaba más bien “impurificada" por la tortuga.
Pero se trataba de una costumbre y a nadie le llamaba la atención. Sin embargo,
cuando se alquilaba una casa siempre se preguntaba si había una tortuga en el
aljibe.
E.: — Q u é cosa ext r añ a...
Si bien la en trevista con stituye uno de los registros de "la vida en directo y
por lo tan to, su din ámica misma presupone la in terrupción súbita, el recuerdo,
el chispazo inesperado, las idas y vueltas temporales y espaciales, a menudo - y
sobre todo cuan do se trata de articular “vida y obra”—hay una in sisten cia, tal
vez por cierto didactismo, en respetar la estructura n arrativa tradicion al (em-
pezar por la in fancia, ordenar una cronología, dejar en claro el “an tes” y el
“después”), que en el caso de tas “con versacion es”, h abitualmen te producidas
para su difusión en forma de libro, es un a tendencia muy marcada. Pero ade
más —y éste es otro rasgo diferen cial en cuan to a la con strucción del espacio
biográfico-, permite la corroboración o corrección de ciertas circun stancias
sign ificativas, aclarar, ilustrar, desdecir, en defin itiva, “pasar en limpio la pro
pia h istoria. Posibilidad que n o sólo adquiere im portan cia para los políticos
-su jet os obligados de esa práctica m etalingüística que vuelve siempre sobre
dich os y h ech os- sin o en general, para cualquier personaje, en tan to ofrece
un a vía eficaz de dejar - o alterar- una huella en la memoria pública. Es que el
registro biográfico de los notorios — en la diversidad de sus posicion es- forma
parte de un a especie de “h istoria con versacion al” que alim en tan los medios,
com puesta n o solam en te por “h ech os n oticeables” sin o también —y a veces
prori tari amen te- por las múltiples en trevistas realizadas al mismo personaje a
lo largo del tiempo, especie de diálogo in con cluso que sostien en con sus en tre
vistadores y sus públicos, siempre abierto a lo n uevo pero a partir de un fuerte
an claje en un patrimon io recon ocible. Historia que registra, en la diversidad
de sus momentos, el devenir de las vidas, la peripecia personal, un perfil identi-
ficable, e impone cierto límite a la fabulación: alguien se acordara —y ese alguien
es a menudo el entrevistador—, que en “otra entrevista” quizá se dijo algo en
con trario y h asta podrá pedir explicacion es al respecto.TO
20 Para Ph ilippe Lejeun e (1980: 109) la posición del en trevistado de responder acerca de su
vida se in scribe en u n a de las form as del “pacto autobiográfico" respecto del público. A l respecto,
el autor señ ala la profun da in quietud que suscitara en tre los n otables en trevistados (filósofos,
escritores, etc.) la aparición de la en trevista radiofón ica en Fran cia (1948), por cuan to m ultipli
caba al in fin ito la escuch a en directo de un público n o especializado.
Marión Bran do, en trevistado por Lawren ce Grobel ( e p : 254):
E.: —Si volvemos al tema de usted y de sus energías, en una ocasión dijo que
durante la mayor parte de su carrera estuvo tratando de decidir qué querría
hacer en realidad.
—“Usted dijo en una ocasión”: debería existir un manual para periodistas y
uno de los no en ellos tendría que ser: no decir “Usted dijo en una ocasión”,
porque el noventa y ocho coma cuatro por ciento del tiempo, lo que citan di'
cho por uno en una ocasión no es verdad. El hecho es que dije eso, en realidad.
Durante largo tiempo, no tuve realmente idea de lo que quería hacer.
Por otra parte, este fen óm en o —cuyos alcan ces, en virtud de la repercusión
mediática, son in calculables-,21 n o h ace sin o pon er de m an ifiesto un aspecto
in h eren te a todas las h istorias de vida: el h ech o de que el espacio autobiográfico
es siempre plural, compartido, que comprende la visión que los otros tien en de
n osotros, las h uellas que h em os dejado en múltiples memorias y experien cias.
Y esta cuestión , que aparece com o paso obligado de la in vestigación cuan do se
trata de construir la biografía de algu ien /2 que alim en ta sin duda el gossip de
much as biografías n o autorizadas, que es m aterial precioso para la literatura,23
n o deja de provocar cierta in quietud en la viven cia de la cotidian idad, en
tanto señ ala la radical imposibilidad de definir la “propia” h istoria.
Así, en nuestra perspectiva, ese don m asivo de sí mismo/a, al que obliga el
h ech o de ser figura pública, constituye uno de los pilares in stitucionales de la
en trevista en tan to espacio biográfico: hablar de la (propia) vida n o será en
21 La m ultiplicación de audien cias (e h ipotéticas m em orias) se com pen sa con lo que Viriiio
llam ó “la estética de la desaparición ”, es decir, ese efecto de borram ien to que im pon e fin alm en te
sobre im ágenes, tem as, con ten idos, declaracion es, acon tecim ien tos, el flujo in in terrum pido y la
saturación m ediática (Viriiio, 1989).
22 El biógrafo, o el h istoriador que reconstruye un con text o de época, suele recurrir a esas
otras miradas sobre la vida de alguien , bajo las formas diversas de arch ivo y de escritura, pero
tam bién a través del testim on io directo en en trevistas con algún per son aje próxim o o in volucrado.
En ese rol, don de con fluyen el en trevistador m ediático y el in vestigador, él m ism o adquirirá un a
com pleja iden tidad protagón ica com o testigo-, si n o de los acon tecim ien tos, del relato m odelado
por su participación- Segú n Fh ilippe Lejeun e (1980: 77), el biógrafo n un ca emprende esa tarea por
simple afán de con ocim ien to, sin o por un in terés adm irativo o den igratorio. De todas maneras»
cada em presa biográfica se reclam a com o la versión m ás “fiel” de u n a h istoria —en especial» cu an
do h ay varias—preten sión m arcada a veces lin güísticam en te con el uso del artículo en singular,
“la" biografía.
13 El libro de Sergio Ch ejfec, Los planetas (1999), es ju stam en te un a n ovela con m arca auto-
biográfica —en la m an era elaborada, sutil y desviada en que este autor en rien de este últim o at ri
buto—, don de se en tram a la biografía de un am igo ausen te (desaparecido) sólo a través de los
propios recuerdos, im presiones, sen sacion es: el otro, tal com o vive en la m em oria (y el presen te)
del narrador.
tonces sim plem en te un a deriva azarosa de la con versación, un empeño narci-
sista o el resultado de la predilección del entrevistador, sin o un registro n ece
sario a cubrir dentro de la econ om ía libidin al de los medios de comunicación.
Registro que ofrece, com o es bien con ocido, múltiples variantes, desde la posi
ción reverencial an te la vida —y la experien cia—del otro, a cierta modalidad
tribun alicia don de el en trevistado parece sometido a juicio público, obligado
a dar detalles, fechas, datos, aclaraciones. Curiosam ente, este registro, en cier
to modo in h eren te a la fun ción de con tralor de la pren sa sobre los asuntos
públicos, se h a ido desplazando cada vez más h acia el mundo privado, como
una de las tan tas formas del “estado terapéutico” regulador. Lím ite peligroso
que a veces devien e en sadismo, en agresividad del entrevistador.
Si bien, com o decía Ben ven iste, “n un ca recobramos n uestra in fan cia”, pode
mos, desde un ahora, rem on tam os h acia atrás, h acia el tiempo fraguado en la
h istoria, por más que nuestra vida fluya, com o la metafórica calle de Benjam in ,
en “dirección ún ica”. Quizá sea ése precisamen te el trabajo de la n arración: la
recuperación de algo imposible bajo una form a que íe da sen tido y perman en
cia, forma de estructuración de la vida y por ende, de la identidad.
De esa n ecesidad narrativa, transcultural, de la experien cia humana, y so
bre todo, de esa ilusión del “tiempo recobrado”, se ocupará la entrevista en sus
diversos m omen tos biográficos, ya sea en la con versación demorada que per
mite un despliegue del arco viven cial o en la impresión, la in stan tán ea, el
retrato h ech o de un trazo. La inmediatez de la presen cia, rasgo con stitutivo
del género, se articula así a la actualidad: en tan to se escen ifica la en un ciación
en términ os de sus dos protagon istas - e l “yo” y el “tú”- , la correlación en tre mi
“hoy” y tu “hoy”que señ alara Benveniste, aparece m arcada, y constituye uno
de los ejes articuladores del desem peñ o del entrevistador. La gestión del tiem
po n arrativo —in ven ción de un “prin cipio”, cronologías, focalizacion es, saltos,
flash'backs—, com o diferen cia respecto del tiempo crónico, de los acon teci
mien tos, será en ton ces uno de los registros a disputar en el marco del principio
de cooperación que rige el intercambio, y con stituirá a menudo una verdadera
dem ostración pública de las innúmeras posibilidades de con tar una vida: por
dón de empezar, cómo disponer los sucesos en tan to unidades narrativas, qué
privilegiar, qué zonas relegar al silencio.
Haroldo Con ti, en trevistado por Heber Cardoso y Guillerm o Boido {g e : 347):
E.: —¿Cómo Haroldo Conti vino a resultar un escritor?
—Habría que contar la historia de uno mismo. La cosa empezó de esta ma
nera. Yo era alumno de una escuela de pupilos. En aquel tiempo no había cine,
y reemplazábamos esa diversión dominical con unas funciones de títeres. Yo me
ocupaba de escribir los libretos que, como en todas las seriales, se acababan en
el momento de mayor suspenso y se continuaban en el próximo domingo. Así
nació en mí una parte de esa vocación por ta literatura. La otra parte se la debo
a mi padre. El siempre fue un gran cuentero.
An ton io Bem i, en trevistado por Hugo Monzón y Alberto Szpunberg (GE: 354):
a) que la vida, com o unidad in teligible, no es algo “dado”, existen te por fuera
del relato, sin o que se configura de acuerdo al género discursivo/n arrativo
en cuestión , y en el marco de una situación y una esfera determ in adas de la
com un icación ;
b) que hay varias h istorias (de vida) posibles, n in gun a de las cuales puede aspi
rar a la mayor “representatividad” (las múltiples “vidas” con tadas por un
person aje a lo largo del tiem po, que in tegran el acervo de la “h istoria
con versacion al”, son un a prueba de ello);
c) que hay, según la forma de esos relatos, diversos “sen tidos” de la vida en
juego;
d) coexten sivam en te, que la(s) idcn tidad(es) de los personajes en cuestión se
con struye(n ) en la trama de estos relatos.
E.: —Usted ha dicho en algún cuento: “En la dicha hay algo aterrador”, ¿habrá
algo cultural allí, la idea de que toda felicidad tiene su precio?
—No, no es algo cultural, es la vida. Vivimos bajo la influencia de sus ense
ñanzas. Aunque tal vez también ocurre lo que usted dice. ¿De dónde nos viene
la idea del pecado, y de tantas supersticiones como tenemos? Estamos llenos de
supersticiones.
E.: —Hay algo que siempre me resultó extraño en sus cuentos, algo que
también hace Yukio Mishima: los chicos hablan como adultos.
—Yo era muy adulta cuando chica. Es como si mi infancia no se hubiera
realizado. Me obsesionaba mucho la muerte. Murió una hermana dos años ma
yor que yo, y a partir de ese momento pasaba angustiada esperando la muerte de
las personas que quería.
E.: —¿Qué piensa de la vida? ¿Piensa que ha vivido?
—He vivido —dice, y se queda pensativa.
E.: —¿Sí?
—No, no he vivido —dice riendo—. Escribir roba el tiempo de vivir y da
muchas ventajas.
Así, la "vida a varias voces” que supone toda n arración autobiográfica, se des
pliega en la en trevista explícitamente, como un juego especular de posicion es,
don de se con fron tan los modelos narrativos comunes, se muestra su n aturaleza
dialógica y estereotípica, y se refuerza el mecanismo por el cual seguimos apren
dien do a vivir por el relato de la experien cia ajen a. Por otra parte, hablar sobre
la vida es siempre abrir un tem a de discusión, n un ca una simple en umeración de
sucesos, y en este sen tido la con versación cotidian a, que aporta su ton o a la
en trevista, es ejemplar: el relato de alguien no sólo h abilita sin o espera la act i
va participación del interlocutor, su comen tario, con suelo, sugerencia o ad
mon ición. Aceptar la exposición pública del m omento biográfico, ofrecer ese
don de la privacidad - au n estereotípico—, reduplica esa expectativa al infinito,
aun cuan do sólo se h aga efectiva, y relativamen te, en la palabra del en trevis
tador. Lógica del don que, aunque asumida de modo in con scien te en much os
casos, n o deja de constituir un a apuesta tan estratégica como riesgosa, en esa
búsqueda de aceptación , en esa aspiración a “ser querido”, debilidad del h éroe
o de la h eroín a de toda época.
El segundo aspecto que men cion amos, el de la pluralidad de las historias
posibles de un a vida, está en estrech a correlación. Pese al imaginario de un i
dad que acom pañ a el flujo viven cial —la idea de que los sucesos que afectan a
la persona se en caden an n aturalm ente y no podrían, en rigor de verdad, dar
lugar a version es disímiles—, la experien cia cotidian a de la subjetividad se con s
truye justam en te en la diversidad narrativa, en tan to no relatamos lo mismo
en los diferen tes registros en que nuestra biografía devien e significante a los
ojos de los otros: la ch arla en tre amigos, la h istoria clín ica, ta en trevista labo
ral, el curriculum vitae, la sesión psicoan alítica, etc., sin olvidar que es la for
m a del relato la que va a producir sentido. Esa fluctuación es perceptible aun
en la práctica canonizada del género autobiográfico y h a sido observada, como
señ alamos an teriormente, en los estudios literarios sobre el tema.
Carácter n arrativo de la vida, que introduce una radical in estabilidad: n un ca
podrá ser del todo conclusiva un a historia, o un relato autobiográfico, por más
atestiguado que sea su carácter de verdad. Pero este deslizamiento metonímico,
de un a h istoria a otra, de una posición de en un ciación a otra, n o es sino la
man ifestación de la fluctuación misma de la identidad, de esa tensión entre io
mismo y ¡o otro que atraviesa ia experien cia viven cia!. La aporía de ser recon o
cible com o “el mismo” pese al trabajo de la temporalidad, plan tea la mayor
disyunción teórica en el tema de la identidad, que, en sus acen tos con tem po
ráneos, in ten tará en contrar un a posición articuladora en tre esos dos m om en
tos de fluidez. Esta es justam en te, como vimos, la propuesta de Ricoeur, a tra
vés de la formulación del con cepto de identidad narrativa.
Por esta vía, y yendo al tercer aspecto mencionado más arriba, podemos afir
mar que la fun ción de la entrevista en la configuración de las vidas n otables está
in mediatamen te ligada a la cuestión de la identidad, no sólo por la necesidad de
demostrar “quién es quién” —y, para el entrevistado, de afirmar tanto su “yo”
com o su “otro”- sin o también, y a veces obsesivam en te, de actualizar quién
- y cómo—continua siendo alguien.24 El arco temporal, que es un motivo clásico
de la autobiografía -del “ya en ese en tonces” al “todavía hoy”, como lo sintetiza
ra Starobinski—tiene aquf también su recurrencia, y es justamen te en la alter
n ancia entre lo reconocible y lo otro del “sí mismo”, en esa mostración de la
fluctuación identitaria y existencial, donde la forma dialógica que nos ocupa
h ace su obra, destacando a menudo más la movilidad que la fijación.2'’
Esta cuestión tiene que ver con ta problemática del “m antenim iento de sí", que aparece inclu
sive, más allá de la investidura de¡ “yo” que asume verbalmence la enunciación, en esa forma perfonnati va
peculiar que es la firma, donde se asien ta un a promesa de “mismidad”, “el recuerdo de un haber estado
presente en un ah ora pasado, que sera todavía un ahora futuro” (Derrida, 1989: 370). An claje cuya
inversión existen cial se daría justamente en otro acto ilocutorio, e! de la confesión: aquí, el que rinde
cuentas, reconoce su culpa o su arrepentimiento, si bien se hace cargo de un yo pasado, anuncia,
simultáneamente, que y a no es el mismo. “La confesión-rendimiento de cuentas es precisamente el acto
de no-coincidencia fundamental y actual con uno mismo” (Bajtín , 1982: 127).
25 Es quizá por la propia lógica m ediática de la búsqueda con stan te d e lo nuevo, que es menor
la in ten sidad puesta en la repetición de lo ya con ocido —aunque ese registro esté siem pre presen
te, com o n ecesario an claje para el recon ocim ien to- que en las tran sform acion es (físicas, psíqui
cas, econ óm icas, de estilo, etc.) experim en tadas por el person aje en cuestión . El valor del “cam
bio” - d e im agen , de ¡ook, de pareja, de casa, de h ábitos—, fuertem en te reificado, es asim ism o el
prin cipal sostén d e los in tercam bios fáticos, sobre todo en el ám bito del espectáculo.
Sergio Ch ejfec, en trevistado por Guillerm o Saavedra (C í: 145):
E,: —[...] Ahora, en relación con el factor dramático de Lenta biografía, quería
subrayar el pudor y la austeridad con que aparecen los sentimientos del narra-
dor. ¿Hay una moral en juego en ese ocultamiento?
—Tengo que aclarar dos cosas: en primer lugar, como ya dije, el grado de
deliberación que pueden tener las cosas que escribo me resulta desconocido, en
segundo lugar, siento que escoy muy alejado de un texto como Lenta biografía,
poT el tiempo que hace que lo escribí, y, en relación con eso, la dificultad que
tengo para reconocerme en ese texto.
E.: —¿A qué se debe esa dificultad?
— [...] Al no poder reconocerme, me siento expulsado del texto y me con
vierto en su peor lector, como si sólo pudiera ver lo que el texto tiene de malo.
Lo que vos ves como pudor a mí me resulta, por el contrario, de un dramatismo
notorio.
26 N os referimos aqu í al secreto n o com o ocultam ien to prem editado de la com un icación sin o
com o su con tracara estratégica y n ecesaria, en eí sen tido que le otorga Paolo Fabbri, com o un
juego de len guaje en m ovim ien to, que traza altern ativam en te 2 on as de som bra - qu e son tam bién
de perten en cia y exclusión —, en cierto m odo in h eren tes a la posibilidad misma de Ío social. Véase
“El tem a del secreto”, en Fabbri, [1990] 1995: 15-20. Así con cebido, el secreto en el espacio
biográfico traza espacios de recon ocim ien to (y descon ocim ien to) altam en te sign ificativos.
identidad, o mejor, de las identidades, en su articulación colectiva, como posi
ciones de sujeto, relaciónales, con tin gen tes y transitorias, no susceptibles de
representar un a totalidad esen cial ni de fijarse en una suma de atributos pre
defin idos y diferen ciales.27 Así, por un lado, si las posicion es variables que
puede asumir el mismo en trevistado en diferentes momentos o escenarios pon-
dián en eviden cia los deslizamientos de su identidad personal, por el otro, la
cada vez mayor diversidad de “en trevistables”, in disociables de su representa-
tividad social, h ablará de la fragmen tación iden titaria en nuestro tiem po en
términos más políticos de lo que quizá los propios in volucrados estarían dis
puestos a reconocer.
En efecto, la proliferación de diferen cias —étn icas, culturales, religiosas,
sexuales, de género, etc - que caracteriza el momento actual, su afirmación
on tológíca como diferencias y la autocreación (colectiva) que suponen, tiene
un a expresión n otoria en nuestro género discursivo, y en particular, en sus
momen tos autobiográficos, en tan to articulan siempre lo personal a lo social.
Sin in ten ción de proponer un a adecuación “represen tativa” entre las posicio
nes que despliega la en trevista y las que surgen en los con flictos por el recon o
cim ien to de esas diferen cias, hay sin embargo una relación, en tanto, por de
finición, nuestro género opera justamente en ta visibilidad de esas posiciones.28
Esta diferenciación identitaria que el género alien ta también se vincula con
ese empeño por el conocimiento del otro - al cual n os hemos referido en el capí
tulo 2—que para algunos autores es indisociable de la posibilidad de un progreso
moral y de la aspiración a una mayor equidad de las actuales democracias. El
tema es de interés, por cuanto permite ver, en el crescendo de la circulación
mediática de las vidas “ajen as” y no necesariamente glamorosas, no solamente
un fenómeno de modelización social, de puesta en sentido identificatoria, de
(re)creación de la propia historia, sin o también un punto de articulación entre
lo público y lo privado que involucra la propia idea de comunidad. Reaparece así
la idea de los espacios -públicos y privados—plurales, a cuya construcción la
entrevista contribuye sin duda en un a medida n ada desdeñable.
11 U n n úmero especial de la revista October, bajo el títu lo “Th e iden tity in questlon ", ofrecía
un a puesta a pu n to teórica de la problem ática iden titaria en los n oven ta, don de, a partir de este
presupuesto com ún , se an alizaba su articulación con el m ulticulturalism o, las políticas de género,
las n uevas formas de ciudadan ía, la política, las iden tidades poscolon iales, etc. (Scot t, Mouffe,
Bh abh a, Ran ciere, Laclau, 1992: 12-20, 28-45, 46-57, 58-65, 83-91).
28 En n uestro m edio, la tem átización iden titaria está adquirien do n uevos acen tos en los últi
m os tiem pos, sobre todo en lo que h ace a la represen tación de la diferen cia sexual, registro en el
cual se h a producido un a n otable am pliación del espacio discursivo- Por múltiples razones, que
sería com plejo resumir aquí, esas posicion es de sujeto que expresan diversas formas de autocreación
de las "m in orías” -gays, lesbianas, travestís, n ueva m asculin idad y fem in eidad, etc.-, se h an ido
tran sform an do per se en objeto de en trevistas.
3.2. Accion es y person ajes
Si preguntar por el quién de una acción suponía para Aren dt una respuesta en
términos de “la h istoria de un a vida”, en la en trevista esa correlación adquiere
un carácter dom in an te. Podemos en ten der así n o solam en te el énfasis en la
atribución de la acción o la obra al autor, sin o también la obsesiva min ucia de
la h istoria. En este sentido, y aun cuando su lógica discursiva difiera en tiem '
pos y m odos de la n oticia de actualidad, n o es en menor m edida teatro de los
acon tecim ien tos. Es más, podríam os afirmar que es allí, en la escen a de la
en trevista, don de el acon tecim ien to en cuen tra a m en udo un marco de in teli
gibilidad, en relación con una autoría y con un a n arrativa viven cial.
El din amismo que caracteriza a la identidad narrativa se articula así, casi
n aturalmente, a la dim en sión actan cial, cuyo m otivo em blem ático es la tra
yectoria. En tan to ésta se despliega sobre un plan de la vida, posible o deseable,
siempre sujeto a redescrípción, el relato mismo va con figuran do una coh eren
cia, que muy a menudo apela claram en te a un a justificación. En este sen tido, el
momen to autobiográfico de la en trevista es un lugar de superviven cia de ese
procedimien to retórico clásico, un tan to relegado en las autobiografías con
temporáneas.
El plan o del relato plan tea a su vez el deslizam ien to de la persona al
personaje, es decir, a la con stru cción ficcion al que supon e toda aparición
pública, y por en de, a u n a lógica n arrativa de las accion es. Este registro
pragm ático rem ite, en la term in ología de A.J. Greim as (1983) al actante,
com o un a posición operativa in depen dien te de sus m últiples represen ta
cion es —los actores que puedan “en carn ar la” , que opera en un sin cretism o
doble: varios actores pueden representar a un actante, y un actor a varios actantes,
al tiempo que esos roles se inscriben a su vez en un doble eje de deixis, positivo
y n egativo.29
Si bien n o es nuestro propósito emprender aquí un análisis en términos de
esta semiótica narrativa, ella constituye sin embargo un aporte teórico relevan
“ Com o observara Ricoeur (1987, vol. 2: 23), la “acción " n o remite solam en te a los cam bios
de situación , a los avatares de fortuna, sin o tam bién a las tran sform acion es morales del personaje,
su in iciación a la com plejidad afectiva y aun los n iveles más sutiles de la in trospección . Se am plía
así la n oción de personaje, de nuestros “sem ejan tes” a esos “seres sin n om bre”, de Kafka a Beckett.
31 Tom am os aquí la expresión con que Freud design ara esa im agen prístin a, “m en tirosa” e
idealizada de los padres y del propio lugar respecto de ellos, que actúa com o un a ficción elem en
tal en el n iñ o y se h ace luego in con scien te para el adulto. En un a prim era erapa, los padres son
in vestidos de gran des virtudes y poderes, para luego, al ser con fron tados con La realidad, aparecer
“desposeídos” y gen erar en ton ces en el n iñ o un a idea de extrafieza, de ajen idad, que lo llevará a
con siderarse h ijo de otros padres (esos sí, m agn íficos) y por en de, adoptado por los verdaderos.
Sobre la relación de esta n oción con el gén ero de la n ovela, véase Marth e Roben:, [1972] 1973.
Para un a reflexión en t om o del valor de ciertos relatos fun dan tes y Acción ales, que operan a la
m an era de la n ovela familiar en el plan o socioh istórico, dejan do su h uella en la m em oria colecti
va, véase Régin e Robín , 1989.
Hay u n biografem a recurren te en las pregun tas a las mujeres en trevistadas, que rem ite a la
experien cia de la matern idad y a la t ípica con traposición en tre los h ijos y un a carrera o vocación ,
al detalle del “cóm o” —a qué cost o- h an logrado desarrollar sin em bargo éstas, m otivo que se
repite, casi sin excepción , desde la "estrella" a la mujer política o la escritora.
voz, en resisten cia a toda expropiación futura. Esta ton alidad, advertida, como
vimos, respecto de la autobiografía, adquiere en ocasion es la fuerza de un acon
tecimien to: la publicación póstuma de las en trevistas o aun, de la última entre-
vista. Y aquí cabe señ alar una diferen cia respecto de otras formas, en cuan to a
la voz que el texto restituye, a la modulación del tono que sugiere, a los gestos
del cuerpo que perm ite hipotetizar. Com o género de la presencia, marcará, de
modo n etam en te con trastivo, la ausen cia.
La ubicuidad de los motivos biográficos no pone entre parén tesis los rasgos
peculiares de su con strucción n arrativo/dialógica, tal com o la ven im os an ali
zando. A diferen cia de la autobiografía can ón ica, que supone un propósito, un
proyecto de autocreación a través del lenguaje —y al proponer esta defin ición ,
volvem os a afirmar la imposibilidad de la mimesis en ten dida com o mera re
presen tación de un a realidad exterior al lenguaje—, el m om en to biográfico de
la en trevista escapa, por su propia din ám ica, a toda prefiguración, lo cual no
impide que su resultado con fluya fin alm en te al mismo objetivo. Tam poco es
comparable la form a narrativa, la dispositio de los acon tecim ien tos en un orden
temporal y sign ificante, si bien ambas com parten el in ten to de restauración de
un pasado en el presente de la en un ciación . Si la autobiografía trabaja sobre la
pérdida -pérdida de poder o de pasión—(De Mijolla, 1994), la rem em oración
in ten ta colmar la ausen cia, aun de modo efímero, y en el caso de la en trevista,
ante otra presencia, con juran do a su vez, en el hay que se muestra, tanto la pasivi
dad com o la n ostalgia.
Esa rememoración, que com parten ambos interlocutores y cuyo resultado,
en la edición visual o escrita, llega sin much a demora al receptor - la in m edia
tez es un o de los rasgos del género—, es a su vez cualitativam en te diferente: ya
n o se tratará de “saldar” —o salvar- el pasado, sin o de articularlo, de modo
vivido, a la más in m ediata actualidad, a la experien cia haciéndose bajo los ojos,
a la man era del teatro. En efecto, lo que está siempre en juego en el encuentro,
sobre todo con personajes célebres, n o es tan to “la h istoria” sin o un a puesta al
día de la h istoria, un plus, un a n ueva, última palabra que ven ga a resignificar
lo ya con ocido. O bien, el trazo ajustado, capaz de dibujar la trayectoria del/la
recién llegado/a al ruedo de la notoriedad. Dich o de otro modo, y toman do
esta vez un a an alogía fotográfica, lo biográfico en la en trevista tiene en gen e
ral más que ver con la instantánea que con el retrato.
Asim ism o, el drama de la existen cia, com o acen drado cron otopo n arrati
vo, asom a en el juego de la in teracción. Pero n o solam en te en la acum ulación
de estereotipos que llevarían a una con clusión universal —“es la vida”—, sino
tam bién en tan to deseo -m u tu o—de in dividuación y pérdida in evitable de
singularidad: si toda in scripción autobiográfica preten de dejar una h uella úni
ca - ese “person al registro de cargas” que h ace de cada yo algo diferen te de los
otros--,'13 la en trevista desdibuja esa pretensión en el mismo momento en que la
afirma. Es que, casi obligadamente, la voz del otro tom ará la “unicidad” del
person aje en propiedad común, en experien cia com parable y compatible, en
ilustración de lo ya con ocido. Expuesto al comen tario, la glosa, la repregunta,
la iden tificación lisa y llana - “lo mismo me pasa a m í”, “yo pien so igual”—, el
m om en to autobiográfico de la en trevista se transformará de inmediato en un
eslabón más —entre tantos—de la caden a de la in terdiscursividad social, cum
plien do así la apuesta, un tanto paradójica, del género.31
¿Pero n o es justam en te la pérdida —del tiempo, del (ideal del) sujeto, de lo
que "podría h aber sid o"- lo que está en el origen de toda narrativa vivencial?
Ya Paul de Man h abía descifrado esa n otación paradójica, por la cual la puesta
en acto de la vida que pretende la autobiografía implicará in exorablemente
un a restauración de la mortalidad. Sin embargo, aunque el impulso autobio
gráfico —se trate de la autojustificación , de la declin ación de los días o de una
“poética de la experien cia” (Vam er Gun n , 1982)—, no pueda escapar de esa
impronta de trascendencia, tam poco logrará evitar la captura de lo in trascen
den te, la len ta min ucia de lo cotidian o.
Si, en general, las formas biográficas presentan esa oscilación, que las distin
gue tanto de una épica como de la novela, la distinción que efectuara Bajtín
(1982:137-138) a la que ya aludimos, entre biografías heroicas y cotidianas, aporta
un matiz interesante para el tema. En la primera, es la voluntad de ser héroe, de
“tener importancia en el mundo de los otros”, lo que singulariza un tipo de com
portamiento volcado h acia la heterogeneidad de la vida, la intensidad, las gran
des acciones, el deseo de gloria y el desapego de las rutinas. Por el contrario, “la
biografía social cotidiana” alimenta el imaginario del héroe “honrado y bueno”,
centrado en la vida familiar o personal y en el deseo de felicidad.
N o es difícil reconocer la supervivencia de estos tipos literarios clásicos en el
horizonte de la entrevista mediática. Salvando las distancias de las “grandes accio
n es" épicas, cuya posibilidad está casi descartada en nuestra época, queda sin em
bargo, en el imaginario colectivo, un amplío espectro de vidas posibles donde se
ÍJ En su capítulo “La con tin gen cia del yo", Rorty an aliza un poem a de Ph ilip Laikin don de
aparece el m iedo a ía muerte com o pérdida de esa singularidad a la que alude com o “registro de
cargos", com en tan do (muy a propósito de n uestro gén ero), que “[el propio poeta ] lo h a recon o
cido en en trevistas” (Rorty, 1991: 43).
31 En efecto, si los person ajes de la en trevista lo son por algún rasgo que los singulariza- - la
excelen cia, el in terés general, el éxito, el gen io o el poder -, o por un azar que los t om a “entrevis-
tables” - test igos, víctim as, victim arios, protagon istas de h ech os curiosos, et c.- , aspecto en tom o
del cual suele articularse la n arrativa personal, tal singularidad será fin alm en te “apropiada", a
m en udo a in stan cias del en trevistador, por el énfasis modelízador y el carácter de “ejem plo" que
in evitablem en te adquiere su m ostración pública. Los libros de “con versacion es" suelen ten er
lógicas y objetivos diferentes.
neutraliza la ruan a de la repetición, esa inmensa energía reproductiva que parece
ocupar prácticamente todo el espacio de las vidas “comunes”. La dimensión heroi
ca de lo contemporáneo, bajo la investidura del poder, el éxito, la fama, el dinero,
la nobleza, la excepcionalidad, se encama en multitud de seres cuya trayectoria se
dibuja en las cúspides, en los escenarios, a menudo indisociables, de la decisión
política, la mundanidad, el pensamiento o la creación artística, y que, por la pre
eminencia de sus roles, requieren de una constante visibilidad. En esas posiciones
- d e lo global a lo local—se juega el mecanismo de la identificación, en su doble
lógica, el alejamiento que mensura - y justifica- la diferencia, y la proximidad, que
recuerda la pertenencia a una humanidad común.
4. Biografem as
Tato Bores, ser humano, no consigue ocultar sus aristas, niega su evidente timi
dez, ie da otro calificativo a su exigencia de comunicación con el mundo y sus
habitantes. Son características que agrupa bajo una denominación: “Soy un
tipo común”. Y que disfraza corriéndose a los márgenes de la charla: “Mí depor
te favorito en cazar moscas” o “Soy maniático con la comida. No quiero engor
dar porque sí, quiero engordar con motivo”. [...] Y al momento, de sopetón,
mientras duda en atender el teléfono, una confesión: “Yo esperé muchos años,
hice mucha amansadora, da trabajo llegar, seguir adelante, aunque usted sea
albañil, plomero o actor. A mí las cosas no me cayeron del cíelo. Tres meses me
pasé en un hall de Radio Belgrano”.
E.: —¿Tuvo que ver tu encuentro con Yoko con tu abandono de ¡os Beatles?
—Como te dije, hacía tiempo ya que tenía ganas de alejarme, pero cuando
conocí a Yoko fue como cuando conoces a tu primera mujer. Dejas a los amigos en
el bar. Dejas de jugar al fútbol. Dejas de jugar al billar y hacer carambolas. Puede ser
que algunos sigan haciéndolo los viernes por la noche por ejemplo, pero una vez
que encontré a ifl mujer los muchachos perdieron todo interés para mí, salvo el de
ser viejos compañeros de escuela. “Las campanas de boda separan esa vieja pandilla
mía.’1Nos casamos tres años más tarde, en 1969. Fue el fin de los muchachos. Y dio
la casualidad que los muchachos fuesen gente famosa y no simplemente los chicos
del bar. Todos se afligieron tanto... y nos arrojaron bastantes porquerías.
Puede advertirse aquí otra modulación del modelo biográfico, que se detiene
en los detalles de la “pequeñ a h istoria” para amenizar y “humanizar” el relato
de los acon tecim ien tos. Detalles poco con ocidos, bambalin as, relatos en pri
mera persona vertidos en el tú del in terlocutor (“Dejas a los amigos en el bar”),
el salir a luz de aquello que ambos partícipes de la in teracción pueden hipotetizar
como de interés del receptor. La lógica del don del person aje célebre también
incluye estas viñ etas, que nos transportan “del otro lado” de los sucesos públi
cos, que llevan a mirar desde la óptica del protagon ista, a compartir la escena
y la in flexión lingüística, el giro coloquial, el énfasis y los refranes usuales para
la ocasión . Escen a visual y virtual que, rem itida a la actualidad del ámbito
físico que cobija la en trevista, puede completarse además con la marcación de
lo ínfimo, del detalle incluso escen ográfico -em blem as, baston es, pipas, libros,
fotografías, rin con es...-, que remiten al “efecto de realidad” más can ón ico de
la n ovela, que Barth es nos en señ ara a descifrar.
El mismo m ecan ismo que h ace de la singularidad un bien común, deja su im
pron ta en otros biografemas. La especificidad de cada trayectoria, su com bin a
toria peculiar, serán leídos desde ciertas “grillas” don de la in terrogación se
avendrá, en general, a una imagen establecida del c u t s u s vitae. Así, la in fan cia
será el an claje obligado de todo devenir, lugar sin tom ático cuya fun cion alidad
n o tien e que ver sólo con un a coh erencia narrativa sin o explicativa, en tan to
permite establecer cierta causalidad en tre virtualidad y realización. La evoca
ción idealizada de figuras o situacion es em blem áticas, el an ecdotario del lugar
común —el deseo de los padres, la tradición, los apoyos u oposicion es—en tra
m an h abitualm en te un a “n ovela fam iliar” para uso público que apela a un
fuerte efecto de identificación. Pero tam bién la solicitación al “retorno” in
fan til puede ser rechazada, con ironía o con violen cia, puesta -in ten cion al-
m en te- bajo la caución del estereotipo, albergada, reactivamen te, en la figura
del secreto. El biografema de la in fan cia, alim en tado h asta el can san cio por las
vertientes psicoan alíticas, no sólo busca el detalle peculiar, ilustrativo, sin o
que opera com o una suerte de eterno retom o, la vuelta sobre un tiem po n un ca
in sign ifican te, cuyo con ocim ien to es n ecesariam en te iluminador. Pero ade
más, en el registro pragmático, es para el entrevistador, un a vía privilegiada
para gan ar la con fiden cia, anudar el lazo de la confianza, franquear la distan cia
que puede h abilitar la con fesión .
4 .3 . La vocación
Estos dos extrem os —decisión y destin o—señ alizan con propiedad un recorri
do n arrativo fácilm en te recon ocible en la en trevista: aquello que pudo ser
elegido y lo que sobrevin o, por casualidad o fatalidad. Recorrido que involucra
n uevam en te lo in dividual y lo social y don de a menudo se delinea' otro m o
tivo em blem ático, la vocación. Difícilm en te h aya un gén ero discursivo don
de se in sista tan to en ese don misterioso que imprime sin em bargo un rumbo
a la vida, quizá el más legítim o, por cuan to respondería a un a suerte de im pe
rativo on tológico. Así, en n uestra sociedad de “trabajadores y em pleados”,
don de se h a perdido el alien to de las gran des accion es en aras del con form is
mo, com o lo caracterizara Aren dt, don de h a triun fado el ideal de la “vida
corrien te”,35 la vocación trae un h ato de libertad, la idea de que es posible
elegir, aun en esa relación profun dam en te desigual en tre las vidas que se
ofrecen com o m odelo y las que están realm ente al alcan ce de cada quien.
Resguardo con tra el aburrimien to, con tra la dilapidación de los días en pos
de la mera subsisten cia, carta de triun fo, posibilidad de lograr un a nobleza
por mérito propio, la vocación —algo que cualquiera puede ten er- opera, en
el am plio aban ico de los afortun ados que ofrece la en trevista, com o un fuer
te sím bolo de ascen so social.
r’ Partien do, com o Aren dt, de la distin ción aristotélica entre “la vida” y "la vida buen a",
Taylnr in troduce esta expresión para aludir a los aspectos com pren didos en la prim era expresión ,
que la m odern idad colocó en el lugar de privilegio: “la producción y la reproducción , es decir, el
trabajo y la m an ufactura de las cosas n ecesarias para la vida y nuestra vida com o seres sexuales,
in cluyen do en ello el m atrim on io y la fam ilia” (Taylor, [1989] 1996: 227). Para Aristóteles, estos
aspectos eran ciertam en te im portan tes pero en tan to ellos operaban com o infraestructura para la
prosecución de la “vida buen a", aquélla m arcada por la pasión política, los ideales y la libertad, y
por en de, verdaderam en te “h um an a”.
Y aquí aparece uno de los registros más n etos en cuan to a las in cumben cias
biográficas de la entrevista: la mostración de la existen cia de otras vidas pos i-
bles, quizá men os grises que las del común, donde la vocación h a triunfado y se
traduce en logros, no excluye, sin o todo lo contrario, la enfatización del traba
jo como el verdadero motor del deven ir humano. El trabajo arduo —aun cuan
do sea in vertido en “lo que a uno le gu st a"- será en ton ces la garan tía —y la
con trapartida—del éxito personal. Mito fun dan te de la modernidad, el vector
de la producción, regente de toda econ omía, aun la de la “realización” perso
nal, en cuen tra en nuestro género un estímulo con stan te para su refiguración.36
Si comparam os los atributos del h éroe clásico y los del con temporán eo,
veremos que el plano mítico de la acción en cuen tra -tam bién para Aren dt—su
equivalen te cabal en la idea de producción -crear, esforzarse, trabajar in ten sa
mente, construir, “llegar a algo”- . El hacer es casi indisociable de la modalización
del saber-hacer - y es justam en te esa cualidad la que en general autoriza.la pala
bra pública-, la virtud devien e en virtuosismo, y la excelencia remite siempre a
productos man ifiestos, ya sea un a obra o un modo de ejecución . Finalmen te, la
intrepidez y la valentía parecen reemplazarse cóm odam en te por audacia e in i
ciativa, en relación casi con natural con la eficiencia y el rendimiento.
Pero h ay un sign ifican te que con den sa todos los otros significados: el éxito,
que aparece com o culm in ación in dividual, com o corolario de una acertada
com bin ación de un ser y un hacer don de la volun tad cumple un papel pre
ponderante, sin desmedro del azar. Así, los logros podrán resultar tanto produc
to de excepcion alidad com o de oportunidad, un a disposición que se revela
súbitamente y que quizá esté ahí, in advertidamen te, al alcan ce de la mano.
La casualidad, la oportunidad, la coin ciden cia, viejos motivos literarios que
se articulan en el imaginario colectivo, a esa espera de algo “por venir", algo
que podría producir una inversión de signo, una dislocación radical, el acon
tecimiento que, aunque n un ca llegue, aportará sin embargo, com pen satoria
mente, una dosis de optimismo ante la opacidad o la irrelevancia de lo cotidiano.
Si en política esta figura se identifica con el mesianismo (Laclau, 1998; Badiou,
1995) podríamos postular su vigen cia en el plano de la (in ter) subjetividad:
¿acaso la espera del acon tecimien to, com o transformación súbita del estado de
las cosas —el Mesías de cada qu ién - n o es quizá la ten sión más persisten te de
la vida?
i6 Si el ideai de la “vida corrien te", en tan to ética burguesa profun dam en te n iveladora, ven ía
a con trapon erse a la vida superior del m odelo griego clásico, para Taylor, la valoración m odern a
det trabajo n o es privativa de la burguesía, por e! con trario, “las prin cipales vertien tes del pen sa
m ien to revolucion ario h an en salzado tam bién al h ombre com o productor, el que en cuen tra su
m ás alt a dign idad en el trabajo y la tran sform ación de Sa naturaleza al servicio de la vida. La
teoría m arxísta es la más con ocida pero no la ún ica” (Taylor, [1989] 1996: 231).
4-4* La afectividad
Entre azar y necesidad, entre predestinación y decisión, se dibuja la otra gran zona
de incumbencia de la entrevista: la mostración pública de la afectividad, en sus
más diversas modulaciones, desde esa notación peculiar que supone el asumir una
palabra como “propia” - “mi" palabra, según Rajrín -, a la tematización más especí
fica. Es esa tematización “específica” lo que me interesa destacar, esa condensa
ción significante que hace de la afectividad casi un biografema, en tanto sirve para
“definir” una experiencia y hasta una filosofía personal. El “tener sentimientos”,
que aparece como un juicio positivo en el habla cotidiana, se transformará aquí
casi en necesidad descriptiva: habrá que hacer explícito lo que se “tiene”, ponerle
nombre, dar ejemplos, aventurar un esbozo de (auto)caracterología, y aun, una
h ipótesis ten tativa del “cóm o me ven ”. Pero este ejercicio de autodescripción
—que a veces, h asta se transforma en autoayuda—no se detiene en el umbral del “sí
mismo". Siguiendo la dinámica del género, se tratará una vez más de ampliar, de
generalizar, de tomar el rasgo “propio” de carácter en aserción, sugerencia o admo
nición, en definitiva, de otorgarle una cualidad performativa.
Sería erróneo pensar que esta insistencia —cuyo grado varía según el tipo de
entrevista, los partícipes y el medio en cuestión—remite simplemente a un re
curso estilístico o a una estrategia de captación de audiencias. Más bien, siguien
do a Agn es Heller ([1979] 1982: 199), habría que considerarlo como uno de los
mecanismos en los que se expresa y afirma la fun ción reguladora de los senti
mientos en la sociedad, en tanto lo que está en juego es la relación entre aquello
que consideramos lo más privado, “nuestra” afectividad, y lo que requiere, auto
riza y reproduce el cuerpo social. Según la autora, la gestión social de los senti
mientos apun ta a una doble —y contradictoria—función “h omeostática”: por un
lado, la preservación del sujeto en un con texto acotado, por el otro, el impulso
—regulado- a su expansión, tensión claramente perceptible en las formas que nos
ocupan, en tanto suponen, de modo casi inherente, la catalogación positiva o
n egativa de los sentimientos, su aceptabilidad, su in cidencia en la relación con
los otros y los límites, siempre variables, de infracción. Esa variabilidad de los
límites es la que opera simultáneamente como resguardo de los sentidos más
cristalizados y como apertura a la flexibilización del espacio discursivo, la intro
ducción de nuevas temáticas, registros, posibilidades de lo decible, aspectos en
los cuales, como vimos, la entrevista ocupa un lugar de avanzada.37
37 La oscilación entre la reafirm ación de los valores m ás tradicion ales y la cem atiiación de
un a n ueva subjetividad» iden tificación gen érica, sexualidad, etc, es ya un fun cion am ien to h abi
túa! en ios m edios con tem porán eos, aun en los m ás con servadores.
Pero además, y esto es fun dam en tal, la expresión de los sen tim ien tos, si
bien se en fren ta a la radical in com un icabilidad, en términos reales, de la pro-
pia afectividad, logra sin embargo ofrecer a los demás una informa^m ^
person a-cuestión que concierne de manera peculiar a la comunicación política.
Esta poten cialidad de la expresión com o medio de acceso a un con ocim ien to
del otro,38 permitiría en tender quizá más ajustadam ente esa obsesiva—y “vapo
rosa”—focalización sen tim en tal de la escen a m ediática con tem porán ea, que
tan to preocupara a Habermas.
El cam po de la afectividad es, por otra parte, indisociable de la idea de
valor, pero n o ya en la típica n egatividad saussureana —tan productiva para
pen sar la diferen cia sin desigualdad.— sin o en tan to atribuciones con cretas de
los sujetos que definen la percepción y la acción en una escala ética. Cerca de la
n oción bajtin ian a de valoración, inherente a los géneros discursivos, que con
ciern e a los modos en que éstos imponen una forma al relacion am ien to inter
subjetivo con el mundo, la investidura afectiva define y sostiene, a su vez, el
valor biográfico. H abrá en ton ces una valoración de las pasion es en obra, las
activas, vin culadas con el deseo y sus objetos, pero también las “n o volitivas”,
com o el miedo, el temor, la inseguridad —en n uestro género, por ejem plo, apa
rece frecuen temente el miedo de n o poder sostener en el espacio público la
máscara de la propia represen tación —y es esa valoración la que da sen tido a un
tipo de n arración que de otro modo sería mero an ecdotario.
En el con ocim ien to del otro que se propugna explícitam en te com o uno de
los pilares de la en trevista, el registro de la afectividad es precisam en te el que
da cierto in dicio de "la clase de persona" de que se trata, aportan do un suple
men to de sen tido respecto de sus obras, y es ese lazo de proximidad, tejido en
un a materia común, aquello que puede compartirse más allá de toda esp eciáis
dad, esa pasión que h abita el cuerpo y el “alma” - y que la versión escrita se h a
h abituado a “traducir” en un segundo texto diegético, com o en la obra tea
tral—, lo que es capaz de anudar, a su vez , el afecto y la confianza.
En esa trama de valoracion es afectivas, en esa proliferación de in timidad
que im pregna la cultura con tem porán ea, se destaca, con peculiar nitidez, la
tematización obsesiva de la sexualidad, el amor, la infidelidad, la pareja, la fam i
lia. Un “imperio de los sen tim ien tos” (Sarlo, 1985) que, aun que exten dido
much o más allá de los límites del amor-pasión y el deseo que la autora analiza
ra en la n ovela popular de principios de siglo, n o ha desdibujado del todo sus
“ Heller (1982: 76) cita al respecto a W ittgensrein (1965: 185): "N os in clin am os a decir que
cuan do com un icam os a alguien un sen tim iento, en el otro extremo ocurre algo que n un ca con oce
remos. Todo lo que podem os recibir de él es de n uevo una expresión ”. Pero esa expresión no es para
el filósofo un “acom pañamiento n o esen cial" n i un simple medio de comunicación: “Con sideram os el
ton o de voz, la inflexión, los gestos, como partes esenciales de nuestra experien cia” (p. 182).
con tornos. Espacio donde se en treveran todavía los viejos tonos del amor n >
m án tico y el amor pasión, la felicidad centrada en una “buen a” pareja, la con
traposición entre seguridad - y m on oton ía- matrimon ial y aventura, entre las
n orm ativas del sexo feliz y el desen caden am ien to erótico, y don de, según
Guidden s ([1992] 1995), todavía n o puede definirse con claridad, pese a las
políticas de identidad y a la n otoria apertura h acia una “sexualidad plástica”,
una n ueva "in tim idad dem ocrática”, a la vez signo de auton om ía interior y
expresión pública, irrestricta, de la diversidad.
¿Qué papel le cabe a la entrevista en este despliegue? Un o nada desdeñable,
si analizamos su performance, sobre todo en el espacio televisivo. Terreno fértil
para el estereotipo, lo es tam bién para el atisbo, esa posibilidad de entrever
(in scripta en su etimología) quizá, hasta a contrapelo de lo dicho, una verdad
h ipotética y esquiva. Y ese desliz, a menudo incontrolable, h acia lo íntimo, aquello
que, según la partición clásica entre público y privado, estaría abrigado por el
secreto - y que puede sobrevenir, alentado por el diálogo, en cualquier tipo de
in tercambio- forma parte del estado pan óptico en que vivimos, que involucra
tanto a la ficción, el testimonio, la ley59 y la política, y cuyo alcance no puede ser
otro que el replanteo mismo de los espacios de sociabilidad y esta especie de
oxímoron, tan recon ocible sin embargo en la gestión mediática, podría pen
sarse más bien como un a dislocación radical, que instaura un n uevo régimen
de visibilidad, que como una lejan a herencia de aquel proceso de distin ción
en tre esfera social/esfera íntima que estudiara Habermas. Pensar hoy las n ue
vas formas (públicas) de intimidad, desde lo decible y lo mostrable en el cine,
los medios, la publicidad, el arte, la literatura, h asta su in sospech ado peso po
lítico en tiempos de globalización 10 es sin duda una operación tan compleja
como n ecesaria, que remite a un análisis crítico de las transformaciones en la
sen sibilidad y la fantasía41 con temporán eas, al cual también intenta aportar,
en alguna medida, mi in vestigación.
w Au n cuan do la regulación de la intrusión Je los medios en la vida privada de las personas
n o es n ueva, los cam bios cualitativos producidos en los últimos tiempos, a los cuales contribuyen
en gran m edida las n uevas tecn ologías, n o dejan de suscitar n uevas inquietudes, tan to en lo que
h ace a la legislación propiam en te dich a com o a las in terpretacion es desde la teoría. Entre los
trabajos de este último tipo pueden citarse Me. Adam s (1988), Power, intimacy and the Ufe story:
pcrsotioiogica/ mquiries; Bolin g (1996), Privacy an d che poliócs of intímate tife.
® Si desde siempre, tas figuras públicas de la política estuvieron en vueltas en problemas de
alcoba, sólo recientemente -y sobre todo a través del “affaire” Clin t on - la fidelidad marital ha
adquirido el carácter de talismán salvador de la h egemonía de un a n ación . Sobre la relación entre
libido, ciudadan ía y política, y sobre la figura del adulterio com o dislocación de la norm atividad y
"asun to de Estado”, véase el artículo “Adultery” de Laura Kipnis, en Cntical Inquiry, 1998: 289-327.
41 Para una aproxim ación desde la filosofía y el psicoan álisis lacan ian o a la fan tasía com o
con strucción social, su tram a ideológica y su rol articulador en cuan to al esparcim ien to y las
culturas populares y m ediáticas, véase Zizek, 1989, 1991.
5. Vidas de escritores
Entre los territorios biográficos que h a con quistado la en trevista hay uno sin
duda privilegiado: el de los escritores —teóricos, in telectuales—, aquellos que
trabajan con palabras, que pueden in ven tar vidas —y obras—y a quienes, para
dójicam en te, se les solicita el suplemento de otra voz. Es tal la im portan cia
otorgada a esas voces, que casi podría datarse el surgimiento de la en trevista
en Fran cia com o un gén ero per iodístico muy elabor ad o, a par t ir de la
in stitucion alización de esas con versaciones con peso propio en la prensa dia
ria y especializada. En efecto, según Lejeun e (1980) fue el interés en las vidas
de los grandes escritores del siglo pasado, que se m an ifestara h asta en ton ces a
través de la publicación de comen tarios, cartas, testimonios, etc., lo que im
pulsó a la utilización de la n ueva forma de manera exh austiva y sistemática.
Casi un siglo y medio después, ese interés no h a cesado de in crementarse y la
recopilación en libro de en trevistas a escritores publicadas en su momento en
los medios de pren sa se h a transformado ya en un clásico del rubro editorial.
¿Qué es lo que alien ta esa curiosidad sin pausa? ¿Qué se le pide a “ese h abla
que in útilmen te redobla la escritura”? (Barth es, 1983: 27). Si bien podrían
aplicarse aquí los mismos criterios que rigen en general el “consumo de n oto
riedad”, el con cepto foucaultian o de autoría agrega un a n otación particular:
“se pide que el autor rinda cuen ta de la unidad del texto que se pon e a su
nombre; se le pide que revele, o al men os que manifieste an te él, el sentido
oculto que lo recorre; se le pide que lo articule con su vida personal y con sus
experien cias vividas, con la h istoria real que lo vio nacer” (Foucauk, [1970]
1980: 25-26).
Au n después de la “muerte an un ciada” del autor -qu e el estructuralismo y
su posteridad terminarían de consumar—1 todavía en el in icio de un a década,
la de los seten ta, que recién h acia su fin se in clinaría n uevam en te h acia el
sujeto, Foucault advertía sin embargo que es absurdo negar la existencia del “autor
real”, del “individuo que escribe e in ven ta”, por más que ese individuo ocupe
un a posición in stitucional y esté sometido a las determin acion es de su fun ción
y de su época. Más cerca de Bajtín al respecto, podríamos pensar hoy a este
“autor” en el in tervalo azaroso en tre h eren cia y creación —ni un Adán que
h ablaría bajo in spiración divin a, ni un mero reproductor de lo ya dich o-, en
tre la imposición de los géneros in stituidos y la m arca de su subjetividad, entre
lo que escribe y lo que “deja caer” como declaracion es cotidian as. En tan to la
propia fun ción de autoría con lleva, en la sociedad mediática, esta últim a obli
gación , la lógica de la en trevista ofrece sin duda el modo de man ifestación más
apropiado. Según Barthes, esta lógica podría verse “de un modo algo imperti
n en te, com o un juego social que n o podemos eludir, o para decirlo de manera
m ás seria, com o una solidaridad del trabajo in telectual en tre los escritores por
un a parte y los medios de com un icación por la otra. Si se publica —agrega—hay
que aceptar lo que la sociedad le solicita a los libros y lo que se h able de ellos”
(Barth es, 1983: 27).
1. V idas y obras
Y es en ese h ablar sobre los libros donde las viscisitudes de la autoría se articu
lan, con peculiar énfasis y deten im ien to, a la vida personal. Obedecien do al
célebre adagio de Peirce —“El hombre es signo”- , n o h abrá detalle in-significante
para la mirada den odadam en te sem iótica del entrevistador. Pero si esto ocurre
en general con cualquier en trevistado, cuan do se trata de escritores, ese deta
lle adquiere a su vez un n uevo valor, en tan to puede convertirse de inmediato
en clave a descifrar en el otro universo, el de la ficción. Esa suerte de ubicuí-
'C o n su h abitual lucidez, Barth es advierte en su artículo clásico “La muerte del autor” [1968],
que, pese a los esfuerzos de la cr ítica y de la filosofía del len guaje n o represen tacion ista para
separar el t exto de la “person a”, “el autor rein a aún en los m an uales de h isroria literaria, las
biografías de escritores, las interviews de las revistas, y en la con cien cia misma de los ‘littérateurs’
deseosos de en con trar, gracias a su diario íntimo, su person a y su obra” (Barth es, [1967] 1984:
64). El actual “estado de las cosas” m uestra que esta ten den cia n o h a h ech o sin o afirmarse.
dad entre vida y ficción , la solicitación de tener que distinguir todo el tiempo
esos límites borrosos —que escapan in cluso al propio autor—, parecería un des
tino obligado del m étier de escritor, un escollo a sortear tam bién en otros
géneros autobiográficos, por lo menos los más can ón icos - ya que la autoficción
in staura sus propias “no reglas”—. Este juego de espejos, que refracta de una
textualidad a otra, constituye un dato singular para n uestra in dagación : el
h ech o de que sean los practican tes de la escritura, los que con ocen bien a
fon do su m ateria —h ayan tratado con vidas “reales” o ficticias, sucumbido o no
a la pasión autobiográfica—, los que se aventuren en mayor medida en la en tre
vista a la con strucción com partida de una narrativa personal. Com o lo de
muestran esos diálogos siempre in conclusos, n un ca resultará suficienten. ente
tran sitada la sen da biográfica del escritor, n un ca terminará de dar razones so-
bre los productos de su in ven ción .
Sin embargo, y a pesar de ese empeño in teractivo, no es la referencíalidad
de los h ech os o su adecuación veridictiva lo que más cuen ta —verdad siempre
h ipotética, que n o está en juego en muchas varian tes de en trevista—, sino,
preferentemen te, las estrategias de in stauración del yo, las m odalidades de la
autorreferencia, el sen tido “propio” otorgado a esos “h ech os” en el deven ir de
la n arración . El “momento autobiográfico” de la en trevista —como toda forma
don de el autor se declara a sí mismo com o objeto de con ocim ien to—, apuntará
en ton ces a construir una imagen de sí, al tiempo que h ará explícito el trabajo
on tológico de la autoría, que tiene lugar, subrepticiamente, cada vez que al
guien se h ace cargo con su n ombre de un texto. Esta performatividad de la
primera persona, que asume “en acto” esa atribución an te un “testigo” —con
todas sus con secuencias—, es, sin duda, una de las razones de los usos can ón icos
del género.
Así, el diálogo con el autor en proximidad siempre in ten tará descubrir, más
allá de la trama y de las voces, de los acertijos y trampas del texto, y aun, de las
“explicacion es” preparadas para la ocasión , aquellos m ateriales in dóciles y
misteriosos de la imaginación, de qué manera la vida ron da la literatura o la
literatura moldea la viven cia, “sobre qué suelo de experien cias, de lecturas, de
len guajes surge la ficción, incluso para ocultar ese suelo, para que se desvanez
ca la vida y aparezca la escritura” (Sarlo en Speranza, 1995: 11).
E.: —Juan Carlos Martini es, desde su última novela, Juan Martini. Su nombre,
sus iniciales, ahora coinciden con las de Juan Minelli, protagonista de cuatro de sus
novelas. En la última, El enigma de ¡a realidad, escribe un texto que se llama Ei
enigma de la realidad. ¿Minelli y Martini se acercan deliberadamente?
—Desde el comienzo en las novelas de Minelli he trabajado con la escritura
del nombre, de modo que ahí hay un juego deliberado presente desde Comf>o5í-
don de iugíff. Cm tida Minelli llega fim lm m ce a un pueblao del sur de la Calabria
y va al cementerio familiar, el apellido comienza a variar, hecho que coincide
con mi propia historia, ya que en el caso de mis abuelos paternos —analfabetos
según cuenca el relato familiar—, el nombre aparece escrito en diferences regis
tros civiles de la zona de diferentes maneras: Martino, Martire, Martín, etc. Por
otra parte, Minelli es no sólo viajero y diletante, sino también historiador y
ahora, en El enigma... trabaja concretamente con una escritura. [...] De modo
que no queda más que admitir una cierta intención de subrayar el juego.
Roberto Raschella, entrevistado por Pablo Ingberg (La Nación, suplemento “Cu l
tura”, 14/2/99):
La con versación con escritores devien e así un ejercicio tan clásico como espe
cializado, cuyo resultado n o se agota en la primera publicación, más bien se
integra a las palabras dich as en el universo atribuible al autor, con el mismo
estatus que sus cartas, diarios íntimos, cuadernos de notaSj borradores, suscep
tible de ser citada como testimonio, de ser com pilada en fotma de libro, de
con vertirse en lectura teórica y por supuesto, en material para una biografía.
De algun a manera, y para quien que n o h a sido ten tado/a -todavía—por la
in scripción autobiográfica, que n o h a dejado rastro de las “vidas paralelas" que
transcurren jun to a la práctica de su escritura -diarios, n otas, apun tes-, la
en trevista ofrece un terreno in iciático, un material embrion ario para retomar
y desarrollar, al tiempo que asegura un diálogo suplem entario con su posteri-
dad. In versamente, los que h an realizado un ejercicio autobiográfico podrán
discutir sobre lo h ech o y agregar nuevos capítulos a esa “h istoria con versado-
n al”. Com o en un a puesta en abismo, aparecerá n o sólo la en trevista en la
en trevista —otras palabras dich as bajo el mismo formato—, sin o también la au
tobiografía en la autobiografía.
E.: —Su autobiografía Withaut Stopping, parecía rebosar con los nombres de
artistas, escritores y personas famosas en general que usted conoció.
—Y eliminé muchos. Cuando la terminé vi que sólo había nombres, así que
eliminé cincuenta o sesenta. La razón es que Putnam quería que el libro fuera
prácticamente una nómina, lo acentuaron desde el principio, antes de que yo
firmara el contrato. Si me hubieran dejado en paz, sin tantas estipulaciones, creo
que podría haber hecho algo más personal. [...] Se me estaba terminando el tiem
po y tenía que cumplir con la fecha. [...] No tenía diarios ni cartas para consultar,
así que tuve que revisar toda mi vida, mes por mes, rastreando hasta el meandro
más insignificante de su curso. Y como digo, eso me llevó más de un año.
E.: — ¿En breve cárcel es una autobiografía desviada, imposible? ¿Porqué eligió la
tercera persona?
—Me interesan las tácticas de la autobiografía, por eso he escrito crítica
mente sobre el género, pero me distancio de ella en la práctica de la ficción.
Creo que el aurobíógrafo rescata reliquias y con ellas compone un mosaico que
aspira a la fijeza, en algunos casos, a la monumentalidad. Es la propia figura que
se quiere legar al lector. Yo prefiero detenerme antes: no componer la figura con
la memoria sino descomponerla, refraccionarla, desfigurarla, digamos. Por eso
elegí la tercera persona en En breve cárcel, para distanciarme de un yo abruma
dor que quitaría movimiento. Mi novela juega con el género, recurre mucho a
la anécdota biográfica, imposta la enunciación en primera persona, cuando dice,
literalmente, en dos o tres lugares del texto: “yo”. Además, como en el pasaje
que usted cita, En breve cárcel reflexiona sobre la autobiografía, se refiere sin
nombrarlos a modelos del género (Sor Juana y Sarmiento). Es sin duda, una
autobiografía oblicua; pero toda escritura es una autobiografía oblicua, ¿no?
Nath alie Sarraute, en trevistada por Jason W eiss y Sh ush a Guppy (C E A : 239):
E.: —Pero a veces parece que existe una suerte de desconfianza con respecto a
la autobiografía,
—Cuando no se trata de verdadera autobiografía. Es decir, una quiere reve
lar todo lo que ha sentido, cómo ha sido. Siempre hay una mise en scene, un
deseo de mostrarse bajo cierta luz. Somos tan complejos y tenemos tantas facetas
que lo que me interesa de la autobiografía es lo que el autor quiere que yo vea.
Quiere que yo lo vea de cierto modo. Eso es lo que me divierte. Y siempre es
falso. No me gusta para nada Freud y destesto el psicoanálisis, pero una de las
afirmaciones de Freud que siempre me ha resultado muy interesante y verdade-
ra, es que todas las autobiografías son falsas.
Au n obstin ada, aun cuan do in ten te cubrir las zonas del descon ocim ien to,
ofrecer un a altern ativa al rechazo de la autorreferen cia, común a much os
escritores, la in mersión en el mundo de la vida del autor o en un a “profun di
dad” n o exen ta de voyeurismo, n o asegura n ada sobre la “iden tidad” en cues
tión . Com o en cualquier otro tipo de en trevista, y por más especializada que
sea, h abrá un a con strucción recíproca del person aje, en trevistador y en tre
vistado, un a presen tación muy cuidada de sí —n o en van o se com parte un
saber sobre el poder y la sign ificación del decir y el mostrar—, un a previsible
barrera in terpuesta en tre n arración e in tim idad, aun cuan do se abun de en el
an ecdotario. Asim ism o, la eficacia del en cuen tro y su reelaboración poste
rior en la escritura o el audiovisual, podrá jugarse tan to en la den sidad de lo
en un ciado com o en una atmósfera, un a actitud, un giro inusual. En este sen
tido, si bien el con ocim ien to de la obra por parte del en trevistador —que a
men udo se con fun de con el crítico—parece un requisito in soslayable, tam
bién serán n ecesarias las destrezas de la form ulación : n o es seguro, y sobre
todo en la "cresta de la ola” de una publicación , poder escapar de la repeti
ción o la in trascen den cia.
Poique, aun cuando la entrevista llegue an te el hecho consumado —la obra—,
¿cómo llamarse escritor sin h aber sido legitimado en ese rol por los medios, sin
haberse con struido la “imagen pública”, ofrecida al flash o a la cámara, n o sólo
la “publicada"? (Feiling, 1996: 7-8) Imágenes cuya in coin ciden cia, mayor o
menor —sin duda ilumin adora, com o señ ala este autor—, sólo es posible atisbar
en el vaivén dialógico. De la misma manera que respecto de otras posiciones
de autoridad en la sociedad —incluidas las políticas—, el reportaje funcionará
aquí com o ritual de con sagración, generando sus propios mitos: el escritor “di
fícil”, poco proclive a los encuentros, la celebridad que h abla en todas partes,
el “resignado”, que soporta por enésima vez las mismas preguntas, el rebelde,
que se rehúsa a los recorridos propuestos, el “m ediático”, que m an eja tan bien
su im agen pública que termina h acien do de su vida su obra. Sin embargo, y
aunque la aparición pública esté ya regida por la ley del mercado y forme par
te, im plícita o explícita del con trato editorial —rara mezcla de una “publicidad
represen tativa”, en el sen tido (político) h aberm asian o y miverttsing—la activi
dad del diálogo con el entrevistador, en el aban ico de sus tipologías, n o dejará
de ser, virtualmente, relevan te para ambos: por un lado, ofrecerá siempre la
posibilidad de descubrir algun a arista impen sada de la —propia—creación o
algún “parecido de fam ilia" n o advertido con la obra de otros autores, por el
otro, con stituirá un a muestra, sin duda “represen tativa”, de lo que ocurrirá o
h a ocurrido con la recepción de la obra.
Es que, si bien en muchos casos el periodista o crítico aparece como un ver
dadero “lector modelo”, que es capaz de percibir los matices más sutiles de la
obra del escritor, su carácter de mediador h ace que su cuestionario n o deba refle
jar solamen te su opinión personal, sin o también ciertas hipótesis —más o menos
estan darizadas- de lectura, aportando así información, aun indirecta, sobre el
perfil imaginado del destinatario o sobre la respuesta efectiva de los lectores. En
un mecan ismo de ida y vuelta —que es típico de la modelización—, la entrevista se
h ace eco, recoge lo que está en el ambiente, cierto “murmullo" del discurso
social, a la vez que prefigura y construye modalidades de apropiación.
Tam bién es cierto que h ay circuitos paralelos, altern ativos o minoritarios
en cuanto al tipo de difusión y recepción, autores más con ocidos por la crítica
que por el público, y por ende, diversas formas de “publicidad represen tativa”
en juego, donde el en trevistador quizá cumple más con el propósito de ser
aceptado en un círculo de iniciados que de expresar los deseos del h ipotético
lector. De todas maneras, y entre los extremos que van del lugar común al
aporte crítico -qu e puede darse, por supuesto, también en un medio masivo y
con un a figura en trevistada de gran promoción publicitaria-, y aun cuan do no
se agregue n ada a ló escrito, el producto del intercambio ofrecerá sin embargo
un marco de in terpretación válido más allá de su coyuntura, un docum en to en
cuan to al registro, h istóricam en te determ in ado —y variable—de la recepción
- n o olvidemos que hay varios espacios públicos-, las preguntas a las que los
textos h an sido —o con tin úan siendo—sometidos, y sus relacion es con el campo
in telectual y cultural en que se insertan.
2. La escena de la escritura
E.: —¿Es cierto que usted escribe de pie y que prefiere hacerlo a mano en lugar
de dactilografiar sus obras?
—Sí. Nunca aprendí a escribir a máquina. Generalmente comienzo mi día
frente a un hermoso y antiguo podio que tengo en el estudio. Más tarde, cuando
siento que la fuerza de la gravedad me mordisquea las piernas, me instalo en un
sillón cómodo frente a un escritorio común, y finalmente, cuando la gravedad
comienza a treparme por la columna, me recuesto en un sofá en un rincón de mi
pequeño estudio.
Esta vuelta in sisten te sobre el trabajo de la escritura confirma una vez más la
observación que h abíam os an otado en el capítulo anterior: el éxito, la n oto
riedad, el cum plimiento de la vocación , n o im plica de ningún modo la suspen
sión de la obligación . La libertad del escritor - y de la creación — estará así
con dicion ada por los mismos parámetros que rigen para cualquier oficio: el
horario, el esfuerzo, la angustia, pero también acech ada por un síndrome más
específico, el “bloqueo”, la falta de in spiración...
Justam en te, la obsesión de la rutin a cotidian a n o h ace olvidar ese otro
orden, más en igmático, que rige la inspiración, el impulso, la imagen desen ca
den an te, la revelación, el n acim ien to de una idea. La oscilación entre aquello
recon ocible y explicable y lo gobernado por otras fuerzas se h ace eviden te, a
veces en la misma frase, y es esa oscilación , que al mostrar n o h ace sin o acen
tuar lo que queda en la sombra, lo que estimula quizá en mayor m edida el
deseo de ambos —el crítico, el lector—.
3. La escena de la lectura
E.: — Sin em bargo, u sted h a sid o llam ado "el N ab o k o v in glés”, p r ob ab lem en t e
debid o a la t en d en cia cosm op olit a y al in gen io ver b al de su escritura.
— N in gu n a in flu en cia. El es ru so, yo soy in glés. N o s en con t r am os a m itad
d e cam in o en cier tos r asgos t em peram en tales. El es muy artificial, sin em bargo.
E-: — ¿En qu é sen t id o?
— N ab o k ov es un dan dy n at u r al a gran escala in t er n acion al. Yo t od avía soy
un m u ch ach o p r ovin cian o tem eroso de llevar ropa d em asiad o elegan t e. [...] Su s
diálogos son siem pre n at u r ales y excelen t es (cu an d o él así lo q u ier e). Se dice
qu e Pálido fuego es u n a n o v ela p orqu e n o h ay ot r a m an era de llam arla. Es un
gen ial ar t efact o literario qu e es p oem a, com en t ar io, h ist or ia clín ica, alegoría,
pura estructu ra. [...] D on d e N ab o k o v se equ ivoca, m e parece, es d on d e su en a
an t icu ad o...
E.: — ¿N ab ok ov ocu p a un lugar en la cim a, ju n t o a Joy ce?
— Su n om bre n o qu ed ar á en la h istor ia com o u n o de los gran des. N o es
d ign o de atarle n i los cordon es de ios zapatos a Joyce.
E.: — En ese sistem a, ¿cóm o im agin a el lu gar del lector? En El río sin orillas
afirm a qu e la literatu ra d eb er ía p od er cr ear un ob jet o qu e r eú n a especialist as y
legos.
— Eso lo podem os pon er en relación con eso qu e se dijo d u ran te t an t os
añ os: la cu estión d e “el ot r o”. C r e o qu e el otro pu ede fu n cion ar en et n ología, en
sociología, o en h ist or ia, pero en la literatu ra fu n cion a “lo m ism o”. ¿Cóm o me
pu ede gu star Proust y H om er o si n o m e en con t r ar a a m í m ism o en esa lectu ra?
[..,] U n a bu en a ficción se dirige a cu alqu ier tipo de lector, cu lto o in cu lt o, h om
bre, m ujer, adu lto, adolescen te, n iñ o, au n qu e n o tod os v an a coin cid ir con el
valor de esa ficción . Y n o tod os cr een en la ficción de la m ism a m an era. H ay
lector es com o M ad am e Bovary qu e son d em asiado crédu los y eso los pierde. Eso
está d e algún m od o en Lo im borrable, au n qu e en u n a especie de trasfon do. La
an é cd o t a est á pu esta de form a m uy fragm en taria y n o se sabe b ien qu é pasó
au n qu e tod os p od am os im agin arlo. Tr ato de pon er en evid en cia la in certidu m -
bre, porqu e ésa es m i ideología de la per cepción del mundo-
La indagación en tomo del lector ideal o de la respuesta suscitada por la obra, que
a veces da lugar a una réplica convencional o irónica por parte del entrevistado,
también puede producir pequeñas piezas ensayísticas donde se perfila en cierto
modo la filosofía del autor, aportan do así, de m an era quizá in directa, a la
(re)configuración del público -orientación, explicitación, ajuste de los “pactos” o
acuerdos de lectura-, en definitiva, a una intervención —imaginaria—en el hori
zonte de expectativas. Pero también es clave la pregunta por la crítica, en tanto 1a
entrevista ofrece un espacio casi exclusivo y ya canonizado para la polémica.
4. De los misterios de la creación
E.: —¿En qué medida el personaje de Kit se asemeja a su esposa, Jane Bowles?
—No está relacionado con ninguna experiencia. El relato es absolutamente
imaginario. Kit no es Jane, aunque usé algunas características de Jane para de
terminar las reacciones de Kit ante un viaje así. Obviamente pensaba en Port
como una extensión ficcional de mí mismo. Pero por cierto, Port no es Paul
Bowles, así como Kit no es Jane.
Si la iden tificación an uda lazos invisibles y poderosos, quizá las vidas creadas
en el trabajo de artífice de la escritura —los pen samientos, los sistemas, los
valores-, ten gan a menudo para los lectores una atracción in cluso mayor que
las vidas “reales”. Beneficio doble de la en trevista a escritores, que ofrece la
posibilidad de tratar a las criaturas ficcion ales con la misma familiaridad, de
incluirlas en la tabulación identitaria del autor con el sello “propio” del lector.
Pero h ay además el atisbo de aquella otra materia que aun espera: h istorias
in conclusas, embriones de relatos, retazos, deshechos, resabios, frases cifradas,
pedazos de papel que se acumulan en cajas o carpetas como génesis probable
de relatos futuros.2
Así, la en trevista podrá incluso remedar a la biografía, con su empecin a
miento de in ventario referencia!, topográfico, cronológico y su ilusión de inti
midad.3 Saer, en el diálogo con Speranza, reflexionaba sobre esa cualidad equí
voca que h ace confundir la precisión del detalle con la densidad existencial:
“Un a biografía transcurre en un plano secreto y todos los datos exteriores son
inflexiones anecdóticas, manifestaciones externas de esa vida que es compleja,
oscura, poco legible y difícil de desentrañar” ( p p : 150-151). Ese plano secreto es
2En el repertorio, tam bién típico, de los escritores, éste es un topoi casi in evitable: la caja d e
Pan dora, la acum ulación de retazos, fragmen tos, frases, recortes, an otacion es, cuya articulación
súbita o su efecto disparador se producen un buen día, casi por peso propio, dan do tugar a otra
obra. Tu ón , Calvin o, Clarice Lispector, N abokov y otros, en tre los en trevistados de n uestro cor-
pus, aluden a esta cuestión .
3Joh n U pdike, en el artículo citado en el capítulo 2 (Clarín, suplem en to “Cultura y N ación ”,
28/3/99), reflexion a sobre las biografías literarias y se pregun ta “¿para qué sirven en realidad?”.
Más allá de su variada tipología, aven tura algun as razones, en tre ellas, el deseo de “prolon gar e
in ten sificar n uestra in tim idad con el autor - volver a disfrutar, desde otro ángulo, las delicias que
experim en tam os den tro de la ob r a- ”. Biografías com o la de Pain tet sobre Proust, por ejem plo,
perm iten “ver cóm o los detalles im aginados se t om an n uevam en te reales” y, en gen eral, afirma,
“vet el reverso ín tim o de escritores que leim os es fascin an te”. Esta ilusión de in tim idad, con el
aditam en to del “directo”, es lo que se produce en la entrevista.
quizá lo que se deja apenas entrever en los vericuetos de la trama, los motivos, la
combin ación nunca tan caprichosa de las palabras. Lejos de la ingenua atribu
ción de un n exo causal entre “vidas y obras”, de la búsqueda detectivesca del autor
emboscado en su texto, del trazo, el rasgo, la escena, el matiz autobiográfico, po
dría afirmarse que toda literatura -escritura- es autobiográfica en tanto participa
de ese plano secreto, no por aglutinar convencionalmente un conjunto de tropos,
sino por compartir —aun si confesar—miedos, pasiones, obsesiones, fantasías.
Es más, quizá inversamente, como lo sugiriera Blanchot, las formas autobio
gráficas canónicas sean escapes verdaderos a la alienación del escritor en el tex
to de ficción, a la soledad del sí mismo a la que llega por el camin o de su obra, a
ese extrañ amien to de “un ‘El’ que se sustituye al ‘Yo’ [...] que es yo mismo con
vertido en nadie, otro convertido en el otro, de manera que allí donde estoy no
pueda dirigirme a mí, y que quien a mí se dirija no diga ‘Yo’, no sea él mismo".
Así, el diario, el más elusivo y sin tomático registro de la vida, n o sería esencial
mente confesión, relato de sí mismo, sin o un memorial, un recordatorio de quién
es cuando no escribe, una atadura a los detalles insignificantes de la realidad,
como puntos de referencia para “reconocerse cuando presiente la peligrosa me
tamorfosis a la que está expuesto” (Blan ch ot, [1955] 1992: 22-23). El diario del
escritor tendería así a la preservación del tiempo común, del tiempo que se con
tinúa, fechado, como salvaguarda de una felicidad posible.
Volviendo a nuestro género -tam bién , en alguna de sus facetas, un anclaje
en la “humildad de lo cotidiano”—, podría postularse asimismo que toda escritura
se tom a hoy autobiográfica, aunque esté muy lejos de los confines del canon, en
gran medida por el trabajo de la entrevista, por esa avanzada sobre el tiempo, la
privacidad, la historia, la persona —¿el viejo autor “de carne y hueso” retomado
con nuevos atavíos?-, por cws remembranzas, reales o ficticias, que la máquina
periodística le obligará a contar. Escena arquetípica de la presencia mediática,
que relega al olvido una época sin embargo n o tan lejana, donde podía conocer
se a un autor sólo por el nombre, esa especie de fervor (auto) testimonial se
extien de inclusive a otros registros, como el de la publicidad o el de la difusión
de la obra a través de reseñas y comentarios en los suplementos y revistas cultu
rales. En efecto, un estudio que h e realizado sobre las estrategias discursivas de
posicion amien to de obras y autores, en un corpus representativo de suplementos
de los grandes diarios,4 arroja un resultado bastante sorprendente: no sólo se
hace visible allí la cantidad y variedad de los relatos (auto)biográficos que ron
4 Suplem en tos con sultados: Cultura y N ación , de Clarín; Primer Plan o, de Página/¡ 2) y Cu l
tura, de La N ación . Se tom aron trein ta ejem plares de m an era aleatoria en el período de en era de
1994 a n oviem bre de 1995. Sobre 28 en trevistas publicadas en esos núm eros, 12 presen taban la
forma biográfico/con fesion al. Los artículos “biográficos” (en trevistas, retratos, n otas bajo esa in
vocación , seccion es fijas com o "Cocin a del escritor” en Clarín , etc.) sum an 44- Las mismas ten-
dan el mercado editorial,5 sin o la obsesiva presentación '‘biográfica” de todo tipo de
relatos. En efecto, el reenvío entre anuncios, titulares, notas, entrevistas y rese
ñas, teje un a trama peculiar donde, a las formas más o menos canónicas, se suma
un a oferta de escritura de ficción, ensayística y h asta académica que aparece
como necesitada de autentificarse sobre la vida y/o subjetividad del autor. Esta
insistencia en con ven cem os de la proximidad - y hasta de la iden tidad- entre
vida y obra, en acentuar el carácter (pretendidamente) testimonial, autobiográ-
fico o autorreferencial de textos que n o lo son explícitamente, es una prueba
más de la extensión del espacio biográfico contemporáneo, en tan to an claje
obsesivo —¿y tranquilizador?—en una hipotética unidad del sujeto.
A este autor, al que se le pide dar cuen ta de razones que van más allá de su
propia razón, tam bién se le formula una pregunta de difícil respuesta: más allá
del trabajo esforzado, de las viscisitudes de la in spiración , del (probable) es
cepticismo, más allá del interrogatorio, a veces insidioso, de la en trevista, ¿por
qué escribe?...
Su p on go qu e escribo par a escribir a otros, par a operar sobre el com por t am ien to,
la im agin ación , la revelación , el con ocim ien t o d e los otros (Fogw ill, p p ).
le n cias son perceptibles en un muestreo más recien te (1996-1999), pese a los cam bios de estilo
experim en tados por los suplem en tos de Clarín y de PágrruiJ12,
5A la proliferación de gén eros tradicionales en sus versiones actuales (biografías, autobiogra
fías, memorias, diarios, con fesiones, correspondencias, libros de entrevistas, con versacion es, etc.)
se agregan las variadas formas de “autoficción”, la publicación de cuadern os de n otas y borradores,
recopilaciones de textos in éditos y la n o poco significativa producción de autoayuda, que exh ibe,
en general, un fiierre sesgo au tobiogr áfico, de acuerdo con la lógica de “con ven cer con el ejem plo”.
tico sí. Segu ir ía escribien do par a ten er com pañ ía. Porque estoy crean do un m un do
im agin ar io- siem p r e es im agin ar io- d on d e m e gu staría vivir (W illiam Burrough s,
ce).
Pese a la aparen te redun dan cia de ese h abla sobre la escritura, a esa “vida
artificial" que no deja de armarse como otra ficción, la en trevista a escritores
se despliega sin embargo como un suplemento necesario. Lo dich o allí n o sólo
tiende a alimen tar la lógica in saciable del mercado, la (auto)producción del
autor com o figura pública, su im agen como icon o de ven tas, como soporte
del gesto de la firma —esa voracidad fetich ística que an im a ferias de libros y
presen tacion es—, sin o tam bién la relación, an tigua y fascinadora, entre auto-
res y lectores, por cam in os —pregun tas- que escapan al texto pero que n o por
ello le son del todo ajen os, caminos que llevan quizá, in advertidamen te, a
otros registros del conocer.
La obstin ada labor de la pregunta tiene en las cien cias sociales otro territorio
privilegiado. En las últimas décadas se h a ido produciendo un n otable in cre
m en to de las metodologías cualitativas y en particular de los llamados “m éto
dos biográficos”, que apun tan a la producción de relatos de vida en un aban ico
disciplin ario de múltiples intersecciones (an tropología, lingüística, etnología,
sociología, estudios culturales, historia, h istoria oral, h istoria de las mujeres,
etc.) y cuyas diferen tes técn icas de trabajo de cam po gen eran sin embargo
objeros discursivos o textuales no demasiado alejados entre sí, com o tampoco
de los géneros literarios canónicos: autobiografías, diarios personales, apuntes de
viaje, h istorias y relatos de vida, inscripciones etnográficas, testim on ios, reco
leccion es de h istoria oral. La en trevista, com o vimos, preponderante en los
medios, lo es tam bién en este ámbito: más allá de la modalidad del cuestion a
rio (abierto, semidirectivo, cerrado) y aún, de su in existen cia —algunos en fo
ques con sideran que la in teracción debe darse sin fórmulas previas—, la forma
dialógica es esen cial, tanto para el con tacto y la con figuración misma del “cam
po" - e l trazado temático, las variables y la muestra que orien tarán la posterior
in dagación —, com o para la producción in terlocutiva de esos relatos, según ob
jetivos particulares.
Los usos cien tíficos con siderados en sen tido am plio com o “biográficos”
exceden ya la tradicion al dem arcación de un “m étodo” y aún, de un “en fo
que”,1 para articularse, en el espacio que venimos delin ean do, a otras formas
narrativas en un con stan te proceso de hibridación. Formas que, desde la orilla
más clásica de la in dagación sobre la voz del otro —la de la etnografía, la an tro
pología—fueron definidas com o “para-etn ográficas” (Clifford, 1988) y cuyo
despliegue es bien reconocible en el horizonte con tem porán eo: “géneros de la
historia oral, la n ovela de no-ficción, el ‘nuevo periodism o’, la literatura de
viajes y el film docum en tal” (p. 24).
2 La búsqueda de h uellas en ia gran ciudad daría origen tam bién al gén ero policiaf-detectivesco,
cuyo protagon ista em blem ático es quizá ese person aje triádíco, en tre reportero, filósofo e in ves
tigador, que Edgar Alian Poe in mortalizara com o el caballero C . Auguste Dupin y que fun dara en
cierto m odo ia mirada sem iótica sobre la modernidad. En “Los crím en es de la calle Morgue” y
sobre todo en “El m isterio de Marie Rogét” (1841) aparece con toda claridad el n exo articulador
en tre in vestigación lógica, en cuesta oral y periodismo, a través del rastreo de u n crim en en la
prensa, por un a red sutil de an un cios y pistas dejados en sus págin as, que perm iten al mismo
tiem po leer la tram a sociocultural de la ciudad, eí recorrido de sus pasean tes, sus zonas peligrosas.
Posteriorm ente, Sir Con an Doyle crea su Sh erlock H olm es (1888), cuya in fluen cia se hizo n otar,
aparen tem en te, en la elaboración de la teoría sem iótica de Peirce (véase Sebeok y Umilcer-Sebeok,
[1979] 1987).
J Segú n Joutard ([1983] 1986), la prim era vez que aparece utilizada est^ expresión es en La
hechizada, de Barbey d ’Aurevilly (1852), a propósito de un suceso datado en 1799: “Las h abía
en con trado allí don de, para mí, yace la verdadera h istoria, n o ia de los cartapacios o can cillerías,
sin o la h istoria oral, el discurso, la tradición vivien te que en tró por los ojos y oídos de una
gen eración ..." (D'Aurevilly, citado en Joutard, 1986: 83). El autor señ ala que en la h istoriografía
in glesa, Macauiay tam bién utiliza fuen tes orales en su Historia de Inglaterra desde el reinada de
Jacobo II (1848-1855).
observación participan te y la biografía com o medios privilegiados para el an á
lisis de la realidad. La primera obra de este tipo, cen trada en el fen ómen o de
las migraciones y el desarraigo m asivo de etn ias y culturas, fue El campesino
polaco en Europa y A m érica, de Th om as y Znan iecki (1918), un trabajo sobre
cartas y un a autobiografía, escritas por inmigrantes. Pero también se desperta
ba en los Estados Un idos, a través de la etnolin güística, el interés por los en
claves in dígenas, las diversas tribus y lenguas cuyo estudio ofrecía la compro
bación de que n o sólo las cosas se decían diferente sin o que el mundo tampoco
era percibido de la misma m an era (Sch aff, [1964] 1974)- La pasión por el res
cate de h istorias de vida o de in stituciones, biografías de n otables o trayecto
rias relevan tes llevó, en los añ os del “New Deal”, a un a in ten sa in dagación ,1
de límites imprecisos entre h istoria y periodismo,5que fue afianzando el papel
protagón ico del h ombre y la mujer comunes en la producción de con ocim ien
to cien tífico.
La vieja fórmula an tropológica del “estar allí”, legitim an te de relatos exóti
cos que por otra parte podían leerse com o n ovelas de aventuras (Geertz, [1987]
1989), reson aba sin duda en esa afirmación de la en trevista urbana - o en el
in terior del mismo territorio—com o un modo jerarquizado de acceso al con o
cim ien to de los otros, expresan do, a pesar del “aquí”, la creciente distan cia que
se iba producien do en tre los h abitan tes del mismo lugar. La h eterogeneidad, la
mezcla lingüística, el cruce de culturas, conformaban objetos in trin cados para
la in vestigación social, que sólo podían abordarse a través del trabajo de cam
po. La n ueva técn ica, con cuestion ario abierto, cerrado o semidirectivo, ejer
citada por multitud de especialistas, a menudo en equipo (sociolin güistas,
etn om etodólogos, an tropólogos, sociólogos, psicólogos, h istoriadores, perio
d istas.,.), se sum aba así a los clásicos carn ets de n otas del etn ógrafo o el
an tropólogo, a los relatos y diarios de viajes, a los apun tes autobiográficos de
los exploradores de lo lejano. Pero si el in tento de desciframien to de creen
cias, costumbres e h istorias de. comunidades distan tes estaba marcado por una
subjetividad a veces exaltada y casi siempre por la figura señera del h éroe
4 Señ ala Joutard (1986: 117) que, entre 1935 y 1943, y e n e ! m arco de u n proyecto destin ado
a com batir el desem pleo de tos in telectuales, fueron recogidas, por escritores, periodistas y estu
dian tes, 180 mil págin as de h istorias de vida, en tre ellas, las de 4 mil n egros n acidos en esclavi
tud. Algun os prim eros fragm en tos de este en orm e arch ivo fueron publicados en Carolin a del
Nor te por W. T. Cou ch (1939) con el título Estas son n ucsETas vidas.
5 A lan Nevin , periodista e h istoriador de la Un iversidad de Colum bia, es con siderado com o
el in iciador de la h istoria oral m odern a, a través de la creación , bajo su in iciativa, de un cen tro de
recolección de in form ación sobre el pasado, que no solam en te se cen tró en h istorias de vidas
represen tativas sin o que, a partir de 1948, en caró in vestigacion es de gran alien ro sobre temas
determ in ados. D ich o cen tro publicó en 1960 su prim er catálogo, The O ral History Colleccion, con
30 mil págin as de testim on ios.
viajero/in vestigador (Malin ow ski, Radcliffe Brown, Margaret Mead, Evans-
Pritchard, etc.),6 la encuesta ocal operaba un a especie de “democratización ”,
n o solam en te por el lugar más equitativo conferido a los en trevistados sino
también por el asumido por los entrevistadores, cuyo protagon ismo quedaba a
men udo eclipsado por la técn ica aplicada o por el procesam ien to m asivo de
los datos. Si bien el furor por el registro min ucioso de voces, gestos, viejos
modos de producción, antiguas costumbres y usos cotidian os, que preten día
salvar la memoria de un mundo al borde de la desaparición, fue sucedido luego
por la ola de los métodos cuantitativos, aquel espacio biográfico, entramado
entre los añ os cuarenta y cin cuen ta a través de múltiples prácticas de registro
de la experien cia de los sujetos, volvió a tener primacía en los setenta, afianza-
do en n uevas formas y obsesion es,7 en el eterno in tento de captura de la me-
moria y de lo irrepetible, y desde en tonces no parece decrecer: el fin y prin ci
pio del siglo y milenio constituye sin duda en esta h istoria otro momento de
in flexión .
Si con el primer auge de lo biográfico, vastas zonas de la memoria colectiva
se h abían iluminado con los recuerdos de in fan cia y juven tud de la gente co
mún, dan do lugar a una profusa literatura entre periodística y académ ica, en la
práctica del periodismo también se produciría poco después un giro h acia lo
subjetivo, aunque n o tan to con el objeto de obten er un recuerdo del pasado
como un a radiografía más n ítida del presente. Fue el “n uevo periodismo”, de
mediados de los añ os sesen ta en los Estados Un idos, el que marcó una ten den
cia h egem ón ica en cuan to a la mostración abierta de lo íntimo privado en lo
6 La relación entre etn ografía y autobiografía, de la que el Diario del etnógrafo de Malinowski
es un ejem plo em blem ático, n o solam en te ofrece la posibilidad de retrabajar en otro registro un
m aterial secun dario de la in vestigación , sin o que plan tea un m odelo de com plem en tariedad, en
tan to n arrativas del self y del otro, que ayudaría a ver, en el mismo escen ario, al propio autor,
com o un person aje (literario) más. Segú n M arc Blan ch ard, al focalizar en su propio pasado y
presen te, a través de la operación autobiográfica, “el an tropólogo de sí mismo lim itaría el dañ o
in h eren te al h ech o de viajar h acía partes distan tes sim plem en te para describir a los ‘brutos’”. Así,
Leiris, que podría ser descripto in versam en te com o un “diarista deven ido an tropólogo”, se h abría
tom ado a sí m ism o com o tru K en su diario. Véase “Between autobiograph y an d eth n ograph y: the
journ alist as an th ropologist", 1993: 73-81.
7 U n a verdadera compulsión de registro de las vidas comunes, a través de lo que podríamos
llamar “autobiografías asistidas”, don de el investigador escribe a partir de lo grabado en entrevistas,
produjo en Francia, en los años seten ta, multitud de productos de desigual calidad. Entre los más
logrados, pueden citarse Cheval d'orgueil; Montaillou; Viüage occitain; Mémé Saníerre; Journ al de
Moiuaned, Louis Legrand, mb\eur du Norrd; Gastón Lucas, sem aier. El éxito editorial d e estas publi
cacion es despertaron el interés de in iciativas locales respecto de la recuperación de memorias co
lectivas, gen eracion ales, de oficios, de costumbres, históricas, etc. Véase Lejeun e (1980: 209 y ss.}.
Los seten ta aparecen también, en la perspectiva de otros autores (Paul Th om pson , Fran co Ferrarotti,
Daniel Bertaux), como un m om en to de revalorización de los métodos biográficos.
público, y con ello, de “la vida real en su transcurrir”, a través del reportaje,8
de largas en trevistas biográfico-antropológico-testim oniales -qu e cambiaron
en buena medida la estética del género, flexibilizando léxicos y din ám icas- a
figuras del arte, del espectáculo, del underground o de lá política, de un a
ficcionalización de escen as y personajes y de la con strucción de un lugar ex-
cén trico para el periodista, una especie de “observación participan te” don de
podía in cluso dar rienda suelta a su propia afectividad.
Esta apuesta de escritura, cuyos mayores represen tantes fueron Norm an
Mailer, Truman Capote y Tom W olfe, más que “1iteraturizar” el periodismo o
“auten tificar” la ficción , aportaba a la creación de un n uevo género que sería
defin ido como "n o-ficción ” {Am ar Sánch ez, 1992), donde los personajes o
sucesos “verdaderos” eran construidos en una trama de gran libertad n arrativa
y estilística, que desacralizaba la regla de objetividad y neutralidad.
Aun que este m ovim ien to respondía por una parte a las profundas transfor
macion es que se estaban gestando en relación con valores y costumbres,9 tam
bién sucumbía a esa pasión por el “directo”, la proximidad, el con tacto, la
“palabra viva” de los protagonistas, célebres o comunes, que se m an ifestara en
los ámbitos de la in vestigación social. Con un a volun tad in vestigativa quizá
más próxima del periodista/detective, h abía que estar “donde pasaban las co
sas”, “tom ar con tacto con com pletos desconocidos, meterse en sus vidas de
alguna manera, h acer preguntas a las que no tenías derech o a esperar respues
tas...” (W olfe, [1973] 1984), y dar a todo eso un a estructura literariamente
atrayente pero también verosímil.
Se producía así, con el auge mediático, un a coincidencia funcional, podría
decirse, en torno de la en trevista, como el modo más efectivo de estimular
tan to los relatos del pasado com o los del presente. A su vez, la intersección de
la mirada periodística y el interés, más o menos especializado —y m ilitan te—,
por la realidad social, a través de la experien cia de los sujetos, dio lugar, en el
transcurso del tiempo, a un a variedad de formas mixtas susceptibles de entrar
en múltiples taxon omías: la ya in stitucionalizada no-ficción, ligada estrech a
¿Cóm o postular, con tem porán eam en te, los umbrales y las diferencias entre
estas formas, productos de h ibridación , y los relatos - n o men os diversos—que
se in cluyen can ón icam en te en el ámbito de las cien cias sociales?
La principal distinción sería epistemológica: el trazado de un a investigación
académica se sustenta en hipótesis y objetivos, en una necesaria interacción entre
los presupuestos teórico-metodológicos a validar y los resultados esperados, de
acuerdo con un marco previo de conocimiento, una tradición cuyo peso es en
ocasiones mayor que el tema específico a estudiar. El trabajo de campo - se trate
del territorio exótico y lejano, el emblemático “allí” antropológico que provee la
“buena distan cia”, o el “aquí” del medio afín al investigador—10 se diseña en vir
tud del proyecto y responde a una cierta medición -justificada—del universo. El
corpus construido debe ser, a su vez, y aún de acuerdo con parámetros cualita
tivos, representativo. Otro registro diferencial tiene que ver con el después, el
trabajo de análisis, los criterios de lectura y evaluación del material recogido:
qué se h ace con esas palabras, qué preguntas se formulan y se responden, cuál es
el giro interpretativo, quiénes son los destinatarios efectivo.1; de esa indagación.
Por último, el carácter que asume la difusión de los resultados: publicaciones,
congresos, informes académicos, conferencias, clases...
Pero apen as dich o esto, se advierte que algunos de estos criterios, quizá con
diferente acen tuación, serían aplicables a las formas “n o can ón icas” que h e
10 La con traposición entre ici o ailkurs (Alth abe, 1993) señ ala los n uevos cam in os abiertos a
¡a an tropología y ¡a etn ología en el trabajo de cam po en los lugares cen trales {que pon en en
cuestión la n ecesidad de la “distan cia” respecto de la com un idad a estudiar), su itivolucram ien to
en el an álisis m icro-social, su volun tad de com pren sión e in tegración de fen óm en os y tran sform a
cion es en la propia sociedad de perten en cia del investigador. Para el autor, la en trevista de cam po
es un a h erram ien ta in sustituible en la creación de con ocim ien to, y su din ám ica in teractiva se
incluye prioritariam en te en el an álisis. En la misma orien tación , pero sin recurrir a la en cuesta de
campo, se inscribe el trabajo de M arc Au ge (1985, 1992, 1994).
mos en umerado más arriba. Y que de in mediato surge la necesidad de explicitar
el postulado in icial - y esencial—que todas ellas comparten, en men or o mayor
medida: la idea de que es posible conocer, comprender, explicar, prever y h asta
remediar situacion es, fenómenos, dramas h istóricos, relaciones sociales, a par
tir de las n arrativas viven ciales, autobiográficas, testimoniales, de los sujetos
in volucrados. Valorización existen cial que lo es también, según ios grados, de
la otredad cultural, de la “pequeñ a h istoria”, de las voces marginales, desposeí
das, perseguidas, de las culturas subalternas, de aquellos que n o h an sido escu
ch ados o n o h an logrado expresarse.11 Democratización de la palabra, recupe
ración de memorias del pueblo, in dagación de lo censurado, lo silen ciado, lo
dejado a un costado de la h istoria oficial, o simplemente de lo ban al, de la
sim plicidad, a menudo trágica, de la experien cia cotidian a: he aquí el imagi
n ario m ilitan te del uso de la voz (de los otros) como dato, com o prueba y como
testim on io de verdad, cien tífica y mediática.
Sin duda, el paso del siglo, los desengañ os teóricos y políticos, la crisis del
pensamiento totalizador y la pérdida de ingenuidad sobre la transparencia del len
guaje, n o permiten hoy las mismas ilusiónes que alen taban en el comienzo de
los métodos biográficos: parece claro que no hay un a armon ía a,recuperar, que
la con tradicción y el an tagon ism o son los modos de ser de lo social, que la
otredad va cam biando de signo, que el reparto de las voces y la proliferación
de h istorias de vida no han logrado aten uar la in equidad de los sistemas con
quien es las protagonizan. Sin embargo, las h istorias n o cejan : insisten, por
retazos, tan to bajo la mirada cien tífica como bajo la visibilidad mediática, esa
pan talla rápida y avasalladora que h ace próximos —en su propia distan cia—las
imágenes, gestos, palabras, de los otros. Así, el deven ir del noticiero —para
tomar sólo uno de sus registros-, n os enfrenta a diario con la dramaticidad,
con ven ien tem en te ficcionalizada, de lo social: fuerzas en pugna, m ultiplica
ción iden titaria, protestas callejeras, sín tom as de la exclusión , n ada de la
con flictividad con temporán ea parece quedar oculto, n ingun a voz marginal por
escuchar o “rescatar”.
Sin embargo, es justam en te ese “rescate", in mediato, al alcan ce de cám a
ras y micrófonos, uno de los rasgos que separa la práctica de in dagación perio
dística de la cien tífica. Mientras que en esta última, el investigador debe con s
12 Desde diversos án gulos se h a an alizado esta cuestión , un tan to paradójica, de que, cuan to
mayor es la m an ipuíación que h ace del texto, Sa autoría, la imagen y h asta la fotografía, un
resultado de procedim ien tos tecn ológicos, mayor es la preten sión de un icidad, auten ticidad, ver
dad, “tiem po real”, etc. Véase Baudrillard, 1996; Debray, [1993] 1995, Derrida, 1996,
13 En ese “dar a con ocer” m uch as veces se recurre a !a en trevista a expertos y/o in vestigado
res. A llí se com pleta el círculo del “dar la voz", que va de los actores sociales a quien es tien en la
fun ción de interpretar y propon er sen tidos a esa acción . Y es este recurso de autoridad -que
en cierra tam bién un prin cipio de econ om ía, el que permite, por otra parte, !a in corporación , a
m en udo in directa, de la in vestigación sociai a la escen a m ediática. Y aquí reen con tram os la
cuestión de los Kmites borrosos entre ambos registros y usos: ei etitrevisrador periodístico, que
inquiere sobre la in vestigación , aportará en buen a m edida a la divulgación cien tífica. Es más,
gracias a la en trevista, el autor podrá deven ir su propio vulganzctdor (Lejeun e, 1980: 182). El uso
crecien te de la en trevista com o fuente de in form ación fue analizado en un estudio realizado en
W ash in gton en los añ os och en ta, cuyas con clusion es afirm an que “los periodistas depen den a tal
pun to de tas en trevistas que no utilizan prácticam en te n in gún docum en to en las tres cuartas
partes de las n otas que escriben ” (Sch udson , 1995: 72-93).
14 Esta n ueva función social que la televisión se atribuye, por la cuai parece disputar todo el
riempo el “prim er” poder, ya sea com o catalizador y creador de opin ión o com o in stan cia más
efectiva de resolución de problemas, perm ite en ten der mejor el auge de estos géneros, don de,
m ás im portan te que la an écdota que se lleve al piso televisivo o el testim on io que se busque sobre
el terren o es qué puede aportar la televisión (o el program a en cuestión ) a la solución del mismo,
h acien do de esa solución (don , prem io, ofrenda, “sorpresa", ere.) el eje de¡ espectáculo.
cuestión ciertam en te com pleja, por cuan to el rol de los medios, esen cial en el
apoyo a la protesta popular, la defensa de derech os y reivindicacion es, las de
n un cias de corrupción ,15 la visibilidad de las minorías, etc., con lleva a menudo
la con tracara del sen sacion alism o, el oportun ismo y el aplan am ien to de las
mismas problemáticas que instaura, esa visión “sim plista y un ilateral” que sue
le activar la crítica, justam en te desde las cien cias sociales.16
El dar la voz a los protagon istas es tam bién lo que insiste, en las cien cias socia
les, en ese "retorn o” de (o a) lo biográfico que para algunos comienza en los
añ os seten ta com o una de las man ifestaciones del agotam ien to del estructura-
lismo y su elisión del sujeto y de la historicidad (Ch in eo, 1992), y que, desde
en ton ces —si aceptam os ese pun to h ipotético—, n o h a dejado de intensificarse
ten den cialm en te, casi en paralelo con lo que sucede en el espacio mediático.
Pero este “r etom o" introduce - o debería in troducir- en el horizonte académ i
co un a diferen cia radical. Diferen cia en cuan to a una mayor legitimidad al
canzada, pero también en tan to con cien cia de sus límites. Respecto de lo pri
mero, pese a que en algunos ám bitos todavía se libra la vieja con tien da que
en fren ta un supuesto veredicto in apelable de las estadísticas a frágiles m em o
rias y retazos de subjetividad, la pertin en cia de los métodos cualitativos, y
entre ellos los biográficos, está hoy fuera de discusión, por la amplia esfera de
con ocim ien tos —a veces excluyentes—que pueden proporcionar, por el matiz
distin tivo que son capaces de aportar al análisis cuantitativo, por ese suple
mento de sign ificación que en trañ a toda inmersión en el universo existen cial
15 Es indudable que estas fun ciones son de gran relevan cia, sobre todo cuan do la sociedad en
su con jun to está “m ediatizada”. El h ábito de la “cám ara secreta", que popularizó recien tem en te
entre n osotros et n oticiero “Telen och e", in trodujo un a práctica que, seguram en te objetable en
térm in os éticos, obtuvo sin embargo resultados a nivel de la justicia en casos de corrupción . U n a
larga tradición de diálogo con sus lectores y de asisten cia, en diversos registros, es la del diario
popular Crónica. Ju stam en te, esa in teracción respecto de la pequeñ a crón ica o e! h ech o policial
fue bien expresada en la película docum en tal Tinta Roja (1998).
16 Es ya clásica la posición de Bourdieu y su equipo en cuan to a la in ciden cia de los m edios, y
sobre en lo que h ace a la tem atiiación de los con flictos sociales. La prin cipal crítica es justam en te
el n o poder desligar la n oticia o la in vestigación en torn o de las problem áticas acucian tes de
nuestro tiem po, del efecto raúng, e¡ sen sacion alism o, la polarización de las iden tidades en con
flicto y su reducción a esquem as de “buen os" y “m alos” al estilo del cin e de acción . En un dossier
de su revista, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, dedicado a la crim in alidad juven il, se
in siste en la im portan cia de in troducir el vector de las economías de la mwgnuiluüuí en el mundo
con tem porán eo, su poder organ izacion al e iden titario, com o variable prin cipal y n o depen dien te
(Bourdieu, San ch ei-jan kow ski, 1994; W acquant, 1994).
de los sujetos y que hace del “actor social" algo más que una silueta sin nombre
en el flujo de las corrientes y trayectorias h istóricas.17
Respecto de lo segundo, la diferen cia está dada justam en te por lo que hoy
no debería esperarse de los relatos de vida, perdida la in ocen cia respecto de la
“literalidad”, de 1a cualidad espontánea del decir y de la enunciación, de la vali
dez del “caso” como ejem plo arquetípico para una generalización. Y n o es que
la palabra en “directo”, requerida bajo los protocolos que sean, esté n atural
men te amenazada de in congruencia -tam poco los datos estadísticos son in o
cen tes ni “reflejan” un a realidad exterior a ellos mism os-, pero tam poco es
posible interpretarla, por el contrario, com o fuente in m ediata de verdad. Ya
hemos señ alado, en los capítulos anteriores, esa percepción de la vida y de la
iden tidad —de uno mismo y de los otros— com o un a unidad apreh en sible y
transmisible, un h ilo que va desenrrollán dose en una dirección, la ilusión bio
gráfica. Pero si bien esa ilusión es n ecesaria para la (propia) vida y para la
afirmación del yo, debe tom arse con scien te com o tal para el investigador. Esa
con cien cia de la “imposible n arración de sí mismo”, de “todas las ficcion es que
atraviesan una autobiografía, de las fallas que la m in an ” (Robin , 1996: 63), es
lo que establece, en nuestra perspectiva, una con siderable distan cia teórica"
en tre los usos, cien tíficos y mediáticos.
Sin embargo, aun en las ciencias sociales, esa distancia no siempre es percepti
ble. La inteligibilidad de la biografía, avalada por el peso de la tradición literaria, se
impone de entrada, con un fuerte efecto de transparencia, y parece ofrecer ya un
terreno presto a la interpretación, que sólo requeriría de algunas puntuali ¿aciones
en virtud del interés del investigador. Un a biografía bien elegida, puede pen
sarse, plen a de detalles sign ifican tes, es susceptible de fun cion ar com o caso
em blem ático e ilu m in a r por sí misma un vasto territorio de la trama social.18
17 Sin n ecesidad de opon er la in vestigación “cu an ti" y cualitativa - e s eviden te que hay te
mas, objetos, fenóm enos, que requieren ser estudiados de un a u otra manera—, y aún pen san do
que en algun os casos ló más apropiado es la com bin ación de am bas m odalidades, lo más in tere
san te es que las mismas pregun tas en t om o de la validez de los datos obten idos podrían form ular
se quien es m anipulan el universo, supuestam en te más con fiable, de estadísticas e ín dices n um é
ricos. La con strucción de los datos, e¡ sesgo de las variables, su con ceptualización , los parám etros
de su interpretación, enfrentan igualmente el riesgo de la subjetivización, ¡a intervención de los pro
pios prejuicios y sistem as de creen cias, por más que desde el pun to de vista “técn ico” los m ecan is
mos sean irreprochables.
!0 Para Maurizio Cat an i (1990: 151-164), coautor de Journ al de Mohamed, un aigérien parmi
huít-cent miüe autres (1973) y de Tanle Sudarme, une Kisíoire de vie sockde (1982), am bos productos
de largas en trevistas biográficas deven idos best-sefieTS, la “sobreabun dan cia de in form ación ” que
puede proveer un a biografía es u n a dificultad bien con ocida por los em ógrafos, que a m en udo son
“im presion ados por la person alidad de algún in form an te y se sien ten impulsados a publicar su
palabra", aunque en rigor de verdad, esto con stituirla un “subproducto" de la in vestigación , que
podría in cluso con spirar con tra la objetividad de la misma.
Claude Passeron (1991) advierte sobre el riesgo de ese exceso de coh eren cia y
de sentido que amenaza a ciertos usos biográficos, y que puede llevar incluso de
retom o a un n aturalism o ingenuo o al facilism o de ciertas fórmulas, vagam en
te cien tíficas, de éxito editorial. Sin desmerecer la pertin en cia de los métodos
biográficos in toto se pregunta: ¿cómo en con trar un punto intermedio en tre el
“an tih um an ism o” teórico del en foque estructural y la “carne palpitan te de lo
con creto” que algunos glorifican en el relato de vida? (p. 187). Más allá de esta
altern ativa -qu e n o obligadam ente debe plantearse así—, la cuestión sería qu i
zá la de n o olvidar, por el deslumbramiento an te la singularidad del “caso” ,19 la
represen tatividad global del corpus o el terreno, los aspectos y relacion es a
buscar en distin tas superficies, rasgos que n o tien en relevan cia sem iótica “en
sí” sin o en un a dim en sión comparativa. En defin itiva, más que in ten tar leer, a
la manera de la m ón ada, el mundo en una vida, un destino, un a trayectoria,
parecería más lícito con fron tar las biografías en un con texto de inteligibilidad
lo más amplio y diverso posible.
Es pertin ente aquí el resguardo teórico que plan tea Alth abe (1992: 247-257),
an te el riesgo que con lleva el método etnológico: si la investigación tiende a
subrayar la singularidad etnocultural de un universo social dado, terminará, aun
a su pesar, fijando los términos de la exclusión y participando de ella. La cuestión es
entonces invertir los términos: más que tomar como terreno una categoría de
sujetos ya definidos como integrantes de un universo social singular, “centrar la
in dagación en la producción de esas categorías, la producción de identidades co-
lectivas a las cuales corresponden, y tal como intervienen en los intercambios de
la vida cotidiana” (p. 255; el destacado es m ío). Búsqueda que apuntará en ton
ces a las lógicas comunicacionaks que se establecen entre los diferentes grupos,
posiciones e identidades, y prioritariamente, las que se generan en el curso de la
entrevista, entre el investigador y sus interlocutores.20
Pero el auge de los relatos de vida en cien cias sociales va hoy in cluso más
allá de un a cuestión de método, de ese “plus” que se busca obten er allí donde
las cifras muestran un límite o plan tean un interrogante, para inscribirse en
19 Passeron aborda en Le rauím n an ent sociologique las dificultades que con llevan los distin tos
m étodos de an álisis sociológico. En to que h ace a n uestro t em a, señ ala la in flu en cia de d is
t in t os m odelos a la h ora de trabajar con el m aterial biográfico: el genético, que ubica el caso en
un a lín ea, lin aje, descen den cia, gen ealogía, el esencúrfista, que trabaja sobre un a iden tidad con s
tituida, a la m an era de u n retrato, vid a que realiza un m odelo ejem plar y por en de “típica”.
An aliza tam bién la vigen cia del “efecto de realidad” de Barth es en el universo sociológico, que se
traduciría en un efecto sociográfico (1991: 184-226).
30 U n a in vestigación etn ológica de largo alien to realizada desde esta perspectiva en n uestro
m edio es la de Car olin a Mera sobre la com un idad corean a de Buen os Aires, que an aliza iden tida
des m últiples, fluctuan tes, con struidas en la interacción y n o en un h ipotético “a priori”. Véase
Mera (1998).
varios “retorn os”, el del autor, del actor, del sujeto, y formar parte de esa reva-
lorización de la subjetividad, la memoria, las identidades (individuales, grupales,
colectivas), de esa búsqueda experien cial y testim on ial que h emos ven ido ana-
Íízan do.21 Búsqueda que, de manera más o menos con scien te para sus protago
nistas en el espacio dialógico que les ofrece la en trevista, n o h ace sin o poner
en escen a el carácter n arrativo, construido, de toda experien cia. El con cepto
de Ricoeur de identidad narrativa adquiere tam bién relevan cia en este con tex
to en tan to permite ubicarse frente a esa igualmen te imposible pero necesaria
n arración de los otros, con un a expectativa quizá menos ambiciosa en cuan to
a la “verdad" de los dich os —por otra parte, siempre susceptibles de ser con
frontados con variedad de docum en tos- pero más aten ta a la materialidad mis
m a del decir, a la expresión, las modulaciones, los lapsus, los silencios, las alte
racion es de la voz.... Pero esa aten ción al decir en tanto tal,11 ¿no supone pedir
al sociólogo, al etn ólogo o al historiador, una escucha muy sofisticada, un sa
ber suplementario (lingüístico, discursivo, n arrativo), que va más allá de los
“con ten idos” esperables o de las motivacion es de su propia in dagación?
De eso se trataría, justam en te, en el estado actual de las cosas, la dispon ibi
lidad de saberes y tecnologías, la fragilidad de las fronteras disciplin arias y una
perspectiva más integrado ra de los fenómenos sociales y culturales. A llí radica
en verdad la distin ción respecto de la utilización con tem porán ea de los m éto
dos biográficos: no en van o h an transcurrido en el siglo XX los estudios del
lenguaje y el discurso, el psicoanálisis, la crítica literaria, la hermenéutica, la
n arratología, la com un icación . Asum ir hoy el desafío de trabajar con relatos
de vida presupone esa herencia: el lenguaje n o ya com o un a materia inerte,
don de el in vestigador buscaría aquellos “con ten idos”, afines a su hipótesis o a
su propio in terés, para subrayar, en trecom illar, citar, glosar, cuan tificar,
engrillar.,., sin o, por el con trario, com o un acon tecim ien to de palabra que
con voca un a com plejidad dialógica y existen cial. Y si bien cada in vestigación
!l U n a lista apen as ten tativa de las zonas m ás propicias a este tipo de in dagación debería
in cluir h oy et con flicto social, la (n u eva) pobreza, la m argin al ¡dad, la multiculturalidad, [os fenó
m en os migratorios, las problem áticas iden titarias en el fin de siglo (políticas, culturales, étn icas,
sexuales, religiosas, de gén ero, etc.), h istorias grupales, gen eracion ales, in stitucion ales, m em o
rias colectivas. Podrían agregarse, com o acen tuacion es de poco m ás de un a década, los testim o
n ios del h olocausto, im pulsados por la n ueva situación después de la caída del muro y por la
con m em oración del m edio siglo del fin de la guerra.
22 La aten ción sobre el decir a que nos referimos se aproxim a a ese “algo más” que in ten ta fijar
la in scripción etn ográfica, y que Geertz ejem plifica con palabras de Ricoeur: “N o el h ech o de
h ablar, sin o lo ‘dich o’ en el hablar, y en ten dem os por 'lo dich o’ esa exteriorización in ten cion al
con stitutiva de la fin alidad del discurso gracias a la cual el 50gen —el decir tien de a con vertirse en
Aussoge, en en un ciación , en lo en un ciado. [...] Se trata de la sign ificación del even to del h abla,
no del h ech o com o h ech o” (Geertz, 1987: 31).
determin a en cierto modo su propio enfoque an alítico —n o hay “receta” apta
para toda circun stan cia, más bien los camin os se van ajustan do, a posteriori,
en reen víos múltiples—, puede afirmarse que sin un a con cepción sobre el len
guaje —aun “naturalizada”- n o hay trabajo de in terpretación .23
Y es justam en te la con cepción bajtin ian a del lenguaje y de la com un ica
ción, su elaborada percepción del dialogismo com o un m ovimien to con stituti
vo del sujeto, la que permite situarse an te esa materialidad discursiva de la
palabra del otro, en una posición de escuch a compren siva y abierta a la plurali
dad. Pluralidad de lenguas —heteroglosia— (dialectos, jergas, registros) que, lejos
de con stituir compartimien tos estan cos, se in tersectan, creando, en su dife
rencia, un sincretismo in ven tivo de las culturas. Pluralidad de voces —polifonía—
que marca los cruces, las herencias, las valoracion es acuñadas por la h istoria y
la tradición , que n o dejan de h ablar en la propia voz. Carácter m aterial de la
viven cia, de n ecesaria in scripción en el lenguaje, cualidad sígnica de la expe
riencia y de la subjetividad, que tom a cuerpo en el en un ciado y en la narración
para y por un otro, y de este modo, se aven tura ya com o respuesta. La densidad
del pen sam ien to bajtin ian o, que h em os ven ido articulan do en diferentes m o
men tos de nuestro trabajo, adquiere, en relación con este tema, una relevan
cia particular. La idea del discurso ajeno, “discurso en el discurso, enunciado den
21 La aten ción autorreflexiva sobte el len guaje, el discurso y la n artación , cuya pertin en cia
en fatizam os, h a suscitado por otra parte en las últim as décadas un in ten so debate epistem ológico
en el ám bito de la h istoria y las cien cias sociales, que con ciern e tan to a la oralidad com o a la
escritura. El llam ado “giro lin güístico", alim en tado por vertien tes estructural istas y “post", desa
rrollos de la filosofía con tin en tal y an glosajon a, trazó un espacio don de con fluyen sin con fun dir
se, en tre otros, el en foque ptagm ático/n arrativo de Rich ard Rotty, la t econ ceptu aliiación de la
n arrativa h istórica en sus procedim ien tos, a la luz de los estudios literarios y lin güísticos de H ayden
W h ite (1973, [1987] 1992), la in dagación , en diverso grado decon structiva, sobre la voz y la
figura de sí y del otro en la propia escritura del etn ógrafo o el an tropólogo de Clifford Geertz,
[1987] 1989; jam es Clifford (1988) y George Marcus, 1986, y Paul Rabin ow ([1986] 1998). (P ata
un estudio crítico del “giro lin güístico”, véase E. Palti, 1998.) Desde otra perspectiva, la escritura
de la h istoria, en relación con la ficción , la teoría literaria y el psicoan álisis h abía sido abordada
por M ich el d e Certeau (1975, [1986] 1987). Con tem porán eam en te, en el ám bito francés, Jaeques
Ran ciére ([1992], 1993) an aliza críticam en te el m odelo (decim on ón ico) de escritura de la h ist o
ria au tocen trada, propon ien do un a “poética del saber”, que dé cu en ta de la m ultiplicidad de
voces y pu n tos de vista implicados en el relato. Por su parte, las búsquedas in n ovadoras de la
sociología en el trabajo con h istorias de vida y con (el respeto a) la propia lógica argum en tativa
de los en trevistados dieron lugar a diversas obras cuestion adoras del m etadiscurso y de! saber de
autoridad (Bourdieu, 1992; Boltan ski, 1990, 1995; Calh oun , 1992). En cuan to al dom in io de los
estudios culturales, éste se configuró desde su origen en la autorreflexión sobre el len guaje y la
sign ificación , el rescate de voces, n arrativas y culturas subaltern as (St u ar t H all, 1985, 1990,
1992, 1992b, 1996; Paul Gilroy, 1996), ten den cia que se articula a la reflexión sobre len guas y
culturas “m igran tes" en el trabajo de la corrien te poscolon ia! (H om i Bh abh a (com p.), 1990,
1994, 1997, Eduard Said , 1978a y b, 1986).
tro de otro enunciado, pero al m ism o tiem po discurso sobre otro discurso”
(Volosh in ov/Bajtín , [1929] 1992: 155; destacado en el origin al) nos coloca de
lleno an te el desdoblamien to de la palabra que asumimos en tan to enunciadores
—y que dirigimos al ot r o- y sim ultán eam en te, an te la percepción activa de la
palabra del otro: “¿Cómo se percibe el discurso de otra persona? [...] ¿Cómo
vive el en un ciado ajen o en la con creta con cien cia del discurso in tern o del
receptor? (ibídem: 157; el destacado es m ío). Trabajo sobre la diferen cia que
lleva al r econ ocim ien t o del “en u n ciado au t or ial”, y por lo t an t o, a la
autorreflexión sobre los modos de asumir y retomar la palabra del otro (estilo
in directo, directo, cuasidirecto), sea desde un a posición de autoridad centra-
da, mon ológica, o permitien do asomar la m ultiplicidad de lenguas y voces,
dejan do “palpar (en el en un ciado) elcu£rpo del discurso ajeno” (p. 157; el desta
cado es mío).
Esta cuestión - la autoridad, la au toría- es central en toda reflexión cien tí
fica, se trate de la típica in scripción etnográfica24 o de la m ultiplicidad “para-
etn ográfica”, retoman do la expresión de Clifford, de los relatos de vida. Ella
remite a un a pregunta esen cial en toda in vestigación a partir de esos relatos, a
ese después que marca, temporal y teóricamente, un a fuerte distinción con la
in stan tan eidad mediática: ¡qué hacer con la palabra del otro? ¿Cómo transcribir
(si se transcribe) lo registrado, qué signos respetar y reponer, cómo analizarla y
exponerla, a su vez, a la lectura pública (académ ica, editorial, m ediática)?25
Porque, si esos relatos enfrentan la paradoja de un a oralidad escrita, ¿cuál sería
el verdadero corpus, la verdadera palabra? Y en el caso de optar por el trabajo
MBajo la in spiración d e ta teoría de Bajtín , Ctifford realiza una verdadera labor decon stw ctiva
de la posición de autoridad etn ográfica, mostran do, en la escritura de n otables an tropólogos, el
reparto en un ciativo del “yo” y et “otro”, los procedim ien tos (literarios) de otorgam ien to o n ega
ción de la palabra, ia posibilidad polifón ica, a ta m an era del an álisis bajtin ian o de la n ovela de
Dosroiewski o el pun to cenrralizado del narrador, a la m an era de Flaubert. Véase “O n erh n ograph íc
auth ority”, Clifford, 1988.
15 Pese a tos diversos protocolos al respecto, según la escuela o el objetivo específico de la
en trevista, h ay acuerdo en que toda transcripddn es una interpretación, y en fren ta riesgos: la op
ción por la reposición absolutam en te fiel de son idos, cortes, en cabalgam ien tos, puede dar lugar a
un galim atías, irteconocible para el propio en un ciador; la rein terpretación dramatizada se acer
cará (quizá en exceso) a un relato literario, la reducción , a un a especie de in form e oficioso.
An alizan do diversos ejemplos, Lejeun e (1980: 300) disrin guía tres sistem as posibles: “Su pon ga
m os que la palabra sea un a flor. En la Transcripción literal la flor es aplastada: la savia y tos
pigm en tos h an salpicado todo alrededot, es triste com o un acciden te de la ruta. En la tran scrip
ción m ediada (adaptación a las reglas de lo escrito, supresión, orden am ien ro) la palabra es como
un a flor seca en tre las págin as de un libro: h a perdido su relieve y una parte de su color, pero
con serva n íridam en te su forma y su iden tidad. En ta elaboración literaria, es un a flor pintada, que
en cuen tra, en trompC'l’oeil, su relieve y su color, pero n o ciertam en te su olor. Cad a uno debe
decidir cuál de esas "flores" se asem eja más a un a flor viva”.
directo con la grabación, ¿qué h acer con ella, cóm o traducir en ton ces su len
guaje y su sen tido? Régin e Robin (1996) respondía a estos interrogantes con
un dejo de h umor y provocación : habría que darles los cassettes de las h istorias
de vida no a los d en t ist as sin o a los escritores, ellos sabrían bien qué h acer con
su poten cialidad viven cial, con las vacilacion es de la voz, los tropiezos, los
silencios, por dónde comenzar, cómo articular la temporalidad, el suspenso y
el interés del relato, en defin itiva, cómo con struir su tram a narrativa, y por
ende, su sentido-
Pero también se puede devenir escritor en el curso del trabajo con esas h istorias.
Eso fue lo que sucedió, con diversas altern ativas, en tres casos, por diversas
razones emblemáticas, respecto del trabajo con la voz (y la vida) de los otros:
Los hijos de Sánchez, de O scar Lewis (1965), La noche de Tlatelolco, de Elen a
Poníatowska (1971), Blood of Spain, de Ron ald Fraser (1979).26 O bras donde
se con fun den las figuras del historiador, el an tropólogo, el periodista - y que
alim en tan por lo tan to n uestra h ipótesis sobre ciertos límites borrosos de la
in vestigación social—, y cuya cualidad común es, justam en te, el hallazgo de un a
voz, n o sólo a través de la iden tificación con esos otros, sin o sobre todo de un
arduo trabajo de escritura. En efecto, en los tres casos, los autores, com prome
tidos con su objeto de estudio, renun ciaron a la “literalidad” de la tran scrip
ción para realizar un en tramado significante de las voces, in ten tan do rescatar,
en la articulación de fragmentos de distin tos enunciadores, una ton alidad ex
presiva a la vez lejos de los tropiezos de lo oral como de la artificiosidad de lo
“escrito”. Dich o de otro modo: buscaron, en la auten ticidad de las voces, una
form a de m odulación vivida y literaria.17 Ese fue quizá el desafío -seguram en te
M Ei trabajo an tropológico de Lewis fue llevado a cabo en los añ os cin cuen ta, a través de un a
larga observación participan te cuyos resultados derivaron en la con strucción de un relato de
biografías entrecruzadas, producto de en trevistas in dividuales realizadas a cada un o de los m iem
bros de un a fam ilia pobre m exican a. El de Pon iatow ska, en un umbral in decidible en tre n o fic
ción e h istoria oral, recoge los relatos viven ciales de testigos y sobrevivien tes de la m asacre en la
que term in ó un a revuelta estudian til en 1968, tam bién en M éxico, y don de murió un h erm an o de
la aurora. Fraser, a su vez, con struye su volum in osa obra (trad. castellan a, Recuérdalo tú y recuérdalo
a otros. Historia oral de la guerra civil española, 1979) con fragmentos, articulados n arrativam en te,
de retaros orales de protagon istas de todos los bandos en pugn a en dich a guerra.
27 N o remitim os a las obras desde un a óptica ejemplarizadora, sin o sólo com o posibilidades
expresivas que rehuyen el recurso a la “literalidad” o al com en tario, ofrecien do un tejido aparen
tem en te autón om o de las voces. Por supuesto, desde otro pun to de vista, el rrabajo de escritura
realizado en los tres casos - y el con secuen te borramienro de la escen a de la en trevista y de la
n o del todo cumplido—del trabajo an tropológico de Lewis y los de h istoria y
testimon io oral de Poniatowska y Fraser: la fuerza de una palabra independizada
de las pregun tas, que pretende “revelar el ámbito in tangible de los acon teci
mientos, descubrir el punto de vista y las motivacion es de los participan tes”
(Fraser, 1979b, tomo i: 25), o bien, “recuperar el eco del dolor”, pese a que “el
dolor es un acto absolutamente solitario. Hablar de él resulta casi intolerable;
indagar, horadar, tiene sabor de in solen cia” (Poniatowska, 1971: 164))- Y aun,
para Lewis (1965: xxix), “si se acepta lo que dice Henry Jam es de que la vida es
toda in clusión y confusión, en tan to que el arte es todo discrimin ación y selec
ción , en ton ces estas autobiografías tien en a la vez algo de arte y algo de vida.
Creo que esto de n ingun a man era reduce la auten ticidad de los datos o su
utilidad para la cien cia”.
La in quietud por la literatura también está presente, dos décadas más tar
de, en la am biciosa en cuesta sociológica llevada a cabo por Bourdieu y su
equipo, que culmin ara con la publicación de La miseria del mundo (1999), casi
mil págin as dedicadas a la con strucción de un “m on umento” sobre la n ueva
pobreza, m aterial y espiritual, de las sociedades con temporán eas. Allí, los “es
tudios de caso", los testimon ios e historias de vida sobre la dificultad de vivir,
recogidos en entrevistas, se ofrecen, a la man era de “breves nouvelles”, apenas
en marcadas por el relato del entrevistador, y susceptibles de ser leídas - au n
que n o sea ése el cam in o acon sejado—con prescin den cia de los presupuestos
teóricos y m etodológicos que guiaron la in vestigación . Desde el comienzo, el
lector está advertido del gesto, un tan to paradójico, que supone h acer públicas
palabras privadas, in tercambiadas bajo el “con trato de confianza” que une, en
la escen a doméstica, al entrevistador y el entrevistado. Primer resguardo ante
esa in evitable in trusión en la in timidad de las vidas comunes, cuya protección
en este caso n o será solam en te formal (nombres, escen arios) sin o también
epistem ológica: es la magnitud de la empresa y su con cepción ética la que
“salvará” ese desajuste, pero tam bién el h ech o de reconocer, un a vez más, a la
literatura, su papel irreemplazable y protagón ico. Es ella, en efecto, la que
inspirará la apertura del “espacio de los puntos de vista” -t ítu lo elegido para el
prólogo-, el juego de las voces que logre hacer aparecer los lugares “difíciles de
describir y de pensar’’, que ofrezca una visión menos simplista y unilateral que la
de los relatos mediáticos y que, finalmente, permita, “a la manera de n ovelis
tas tales com o Faulkner, Joyce o Virginia W oolf, aban don ar el punto de vista
palabra del in vestigador- puede ser visto com o un a “h eterogen eidad m ostrada" (en el sen tido
que le otorga. ]. Au th ier [1984] en su reelaboración de con ceptos bajtin ian os), a través de la cual,
lo que se presen ta com o discurso “ajen o" ocu lt a tan to la “h eterogen eidad con stitutiva" de todo
discurso com o las operacion es retóricas operadas sobte él, con lo cual term in aría afu m an do igual
m en te un a posición (m itigada) de autoridad.
único, cen tral, dominante, en defin itiva, casi divino, en el cual se sitúa cóm o
damente el observador y tam bién su lector [...] en provech o de la pluralidad de
perspectivas que corresponden a una pluralidad de puntos de vista coexisten tes
y a veces en fran ca com peten cia” (pp, 9-10; él destacado es del origin al).
Deslindán dose de un “relativismo subjetivista”, esta empresa, que se pretende
de un n uevo tipo, se in clin ará en ton ces h acia la narración, com o “el horizonte
vivido de todas las experien cias”.
Si bien esta preocupación literaria es dign a de ser saludada en cien cias
sociales,28 la cuestión n o se salda con la in vocación a los grandes escritores.
Justamen te, los ejem plos citados (Jam es, Faulkner, W oolf, Joyce) lo son por su
con strucción polifón ica, por el descen tram ien to de la voz autorial, om n iscien
te, por la maestría en dejar entrever, en el en unciado, “el cuerpo del discurso
ajen o”, al decir de Bajtín . Pero esta empresa de pluralismo, por fuera de la
n ovela, requiere n o solam en te de un a toma de posición epistemológica en pro
de las n arrativas - a veces bajo la crítica de una pérdida de especificidad “cien
tífica”- sin o, y en especial en el caso de los relatos de vida, de un a con creta
aplicación en cuan to al trabajo an alítico, que va in cluso más allá de un reco
n ocim ien to autorreflexivo sobre el papel protagón ico del lenguaje, para con si
derar además los procedim ien tos narrativos de puesta en sentido, que presen
tan un a cierta índole común. Volveremos sobre esto.
A esta inquietud por la habilitación de una voz-otra se suma, en el caso de la
h istoria de las mujeres, y, en general, de la crítica fem in ista, la búsqueda de
la voz propia, donde la problem ática identitaria, de género y de subalternidad,
se entrecruzan, h acien do de la autorreflexión un ingrediente con stitutivo, y
por en de, un a h erram ien ta in valorable de los relatos biográficos. Pensar la
h istoria desde la diferen cia sexual, desde la categoría de gender, supone un
trabajo de recon figuración de la subjetividad, casi como requisito para proble-
matizar el lugar in stitucion al, desde un a mirada deslin dada de la “historia ofi
cial” o de “una h istoria igual para todos” bajo el modelo masculino (Di Cori,
1996).29 En este trabajo, la autobiografía resultará esencial com o estrategia de
autocreación , con cien cia de una identidad de género no reificada, que no existe
28 En la trayectoria de Bourdieu, que en obras an teriores tom ara partido por [a cien tificidad
“dura”, en desm edro del un iverso y el len guaje de los sujetos, éste es sin duda un giro n otable.
19 Adem ás de la obra citada, esta problem ática es abordada en “Soggetivitá e storía delle
don n e”, 1990, “Edipo e Clio. Q ualque con siderazion e su soggettivita e storia", 1991 e “In fam ia e
autobiografía”, 1992). Entre la profusa bibliografía sobre el tem a, véase S. Sm ith , A poetics of
women's autobiography, 1985; L. An derson , “A t the thresh old of the seif: women an d autobio
graphy", en M . M on teit, Women’s um'tmg. A challenge to cheoty, 1986; C. Steedm an , Landscape for
a good woman, 1986; L. Marcus, “'En ough about you, let’s talk about me. Recen t autobiograph ical
writing”, en New Formations, 1987.
sino como falta, como búsqueda de otra idea de experien cia, la de devenir suje
to de la propia vida. El método biográfico ayudará en ton ces a romper con el
enfoque cen trado sobre el “ciclo de vida”, sobre roles y funciones limitativas
en un a perspectiva n aturalista, a eliminar la idea de una identidad femenin a
abstracta, n orm ativa y mítica, “simple dato demográfico o biológico, per teñe-
cien te al orden de lo sim bólico más que al de la h istoria" (Varikas, [1988]
1996: 350-369), para (re)con siderarla(s) en plural, como conjuntos significan
tes, reponiendo la m ultiplicidad de voces y n arrativas30 que, aun en el desplie
gue de la sin gularidad, sean capaces de aportar a la con stitución de sujetos
colectivos. Este pasaje, verdadero desafío teórico, es a un tiempo con dición de
legitimidad y límite a la mera proliferación de in dividualidades.
Esta vuelta sobre la n arrativa, cuya impronta teórica inspira parte de nuestro
recorrido, exp r esa el ideal, qu e com par t im os, de alcan zar u n a voz n o
m on ológica, no investida de autoridad un ilateral - lo cual n o supone el espejis
mo de un a an ulación com pleta de jerarquías y poderes-, de lograr un a am plia
ción del espacio del decir, en el sen tido del dialogismo bajtiniano, n o n ecesa
riamen te in terpretable com o un democratismo a ultranza o un desdoblam ien
to de lo “mismo”.31La ven taja que ofrece el paradigma de la narrativa en ciencias
sociales es precisam en te la posibilidad de construir tramas de sen tido a través
de la confrontación y la negociación - en t r e person ajes, argum en tacion es,
temporalidades disyuntas, lenguas diferentes, voces protagónicas y secun da
rias—, y articularlas en relatos cuya lógica interna sea susceptible de ser mostra-
da, no impuesta desde un a exterioridad.
30 En su artículo “L'approccio biográfico n ella storia delle don n e”, Varikas an aliza el uso
h istórico de las n arrativas biográficas, y distin gue en tre empatia e identificación, a m en udo presen
tes en La relación entre biógrafo y biografiado (o en trevisador y en trevistado), la prim era com o
un estím ulo cogn oscitivo que n o excluye la distan cia crítica, m en os factible en el caso de la
iden tificación . -
11 Marc An gen ot (1989) critica a Bajtín un a in suficien te con sideración de la cuestión del
poder en el m arco del dialogism o, un a im agen dem asiado idealizada de esa presen cia del otro en
la propia voz, con siderada en el marco de las relacion es sociales con cretas. Por su parte, Francis
Jacqu es (1985: 105), in spirán dose en el paradigm a bajtin ian o, señ ala el peso d e la tradición
existen cialista, que h ace que el “otro” sea un a especie de m ultiplicación de “lo m ism o”. Esta
últim a opin ión , que se apoya en un a cita de la Poética de Dostoievski, don de recién se esbozaba la
cuestión de la polifon ía, n o parece en con son an cia con la form alización mayor que ofrece al
respecto el artículo sobre los gén eros discursivos, don de la cuestión de la otredad n o aparece de
n in gun a m an era com o “desdoblam ien to”.
Si bien nuestros ejem plos precedentes lo son en pro de esta posición d¿aló
gica, sen sible a los m atices, con scien te del fun cion am ien to del len guaje y de la
narración, y dispuesta a recon ocer al otro su protagonismo, no con sideramos
que, aun den tro de estos parám etros,'exista una m etodología de análisis privi
legiada. Com o sucede con otros gén eros y discursos, es el tipo de m aterial
textual, el corpus con struido y el objetivo a alcanzar, los que imponen - o su
gieren - la forma y los cam in os del análisis. Lo que quizá sea posible definir a
priori es aquello que no debería hacerse en el trabajo con relatos de vida produ
cidos en en trevistas: asumir sin recaudos, a la man era de “la mano de Dios”, el
privilegio del aplanar, reducir, elidir, glosar, cortar la palabra. Au n cuan do todo
uso de la cita, el fragmento, el en un ciado hace decir, y toda in terpretación es
arbitraria, h ay sin duda grados de esa manipulación. La otra cuestión, ya aludi
da, es la de con siderar una historia com o em blem ática y autosuficiente para
retratar todo un universo. Ello implicaría el riesgo de estereotipar en el caso
la m ultiplicidad de lo social. El relativo agotam ien to de la h istoria de vida y su
reemplazo por relatos cruzados producidos en en trevistas dan cuen ta de ese
límite. Tam poco parece recom en dable ejercitar un a lectura traslativa, de in
m ediata con clusividad, por la cual los casos se t om en simplemen te pruebas
para una demostración.
La posición que postulamos, en el marco de la perspectiva semiótico/narrati-
va que inspira nuestro trabajo, apun tará entonces: a) a enfatizar el acon teci
miento del decir, la producción dialógica del sentido, y no meramente el “con te
n ido” de los enunciados; b) a hacer consciente la dificultad esencial de construir
un relato de vida, su trama a varias voces, su engañosa “referencialidad”, y por
ende, la necesidad de explicítar los criterios que guiarán la in dagación; c) a una
intervención an alítica n o reduccionista ni desestructurante de las modalidades
en unciativas; d) a la con fron tación de voces y relatos simultáneos, en definitiva,
a un a am pliación y sensibilización de la escucha, como un proceso complejo
donde es importante el momento de la recolección pero también lo es el mo
mento analítico/interpretativo. Escuch a de lo presente en el discurso y también
del silen cio, del olvido, de aquello que fue n egado a la palabra, volun taria o
involuntariamente, que resistió incluso la in citación al recuerdo que suele pro
ducirse en la entrevista, olvido que forma parte de las capas múltiples y fragmen
tarias de la memoria, individual, compartida, colectiva.32
32 La d ialéctica en tre m em oria y olvido, que m arca de Bergson a Proust un fascin an te recorri
do filosófico y literario, con stituye un a dim en sión social y existen cial com pleja, que va más allá
de un a elección volun taria en tre callar o decir, o de un olvido producido por la acum ulación del
tiem po y la experien cia. Dim en sión con sustan cial de aquello que, im precisam en te, den om in a
m os “memoria colectiva” (H albw ach s, 1968), h ay olvidos com partidos, que se gen eran por pres
cripción y proscripción , por deseo de superviven cia, por razones políticas, morales, de estado, por
Tal am pliación de la escuch a nos rem ite a ese acontecimiento de la en un
ciación , en e l sen tido que le otorgara Ben ven iste, que coloca a los sujetos
“fren te a fren te” en un a espacio-tem poralidad in terlocutiva, y que traza la
prin cipal lín ea divisoria con los estudios de con ten ido. A u n cuan do n o sea
posible dar cuen ta de la totalidad de lo sucedido en un en cuen tro y por ende,
n o exista in terpretación “plen a", el an álisis de con ten ido n o con sidera si
quiera la actividad im plicada en un a in teracción . Su s lím ites fueron fran
queados h ace tiem po por el desarrollo de las teorías del discurso,33 fundadas
justam en te en la preocupación por la dim en sión pragm ática, por el tipo de
acción que son capaces de realizar los sujetos in volucrados, que es siempre
un a acción significante, y por las con dicion es de producción de los discursos
(De Ipola, 1983; Verón, Arfuch et al., 1987; Goldm an , 1989).34 La diferen cia
sustan cial parte de la propia im pugn ación de la idea de un “con ten ido” sus
ceptible de ser aislado en un en un ciado, in depen dien tem en te de su en u n cia
ción . Es que todo en un ciado vien e ya modalizado, lleva las m arcas deícticas
fan tasías (ilustres) de origen , en fin , usos del olvido cuya capacidad de dom in ación tam bién puede
serlo de liberación (de la rem in iscen cia, del dolor, de So in tolerable...). Véase Yerush alm i et al.,
Usos del olvido, (1988) 1989. La con fron tación de en trevistas den tro de un mismo un iverso puede
revelar estos “olvidos" —tam bién bajo ta forma de los “recuerdos en cubridores” o los olvidos
m om en tán eos en los que se m an ifiesta el in con scien te, según Freud-, y h asta su suspen sión (e!
olvido del “olvido”), en la din ám ica m ism a del diálogo, al pun to de tom arse los dich os irrecono-
cibles a posteriori por parte de los propios en un ciadores. En tan to el tem a de la m em oria es un o de
los m ás recurren tes en la reflexión act u al, su con st elación bibliogr áfica es pr áct icam en t e
in abarcable.
53 Com partien do ciertas n ocion es foucaultian as, Mich el Péch eux desarrolla un en foque de
aproxim ación al plan o ideológico del discurso desde un a perspectiva próxim a a Alth usser, que
tom a en cuen ta un a con cepción de sujeto n o esen cial ya afirmado en el psicoan álisis lacan ian o,
que, con diferen tes aportes (R. Robin , D. Maldidier, J. Guilh oum ou, etc.) y articulan do distin tas
vertientes pragm ático/lin güísticas, daría lugar a un m ovim ien to recon ocido com o Escuela Fran
cesa de An álisis del Discurso (véase n ota 16 en cap. 3). Si el discurso polírico, h istórico, periodís
tico, publicitario con stituyeron los prin cipales objetos de estas n uevas miradas, dan do lugar a una
profusa producción an alítica en tre fin es de los sesen ta y los seten ta, su articulación con las pers
pectivas de an álisis cualitativo en el in terior de las cien cias sociales, especialm en te en relación
con en trevistas, h istorias de vida, autobiografías, relatos testim on iales, etc., fue posterior y mu
ch o menos frecuente. Pueden citarse dos trabajos en esta últim a dirección : R. Robin , “El discurso
del rumor y de la an écdota: la represen tación de la vida m un icipal de Valleyfield en tre 1960 y
1970, según un a decen a de en trevistas” [1983],e n N . Goldm an , 1989 y j. Guilh aum ou, B. Mesin í,
J. N . Pelen , “Récifs de vie. Dyn am ique et au ton om ie des récits de vie dan s le ch am p de I'
“exclusión ”, en Cahiers de litt érat u T e Orale, núm. 41, 1997.
31 Los textos citados rem iten a los prim eros trabajos de an álisis del discurso realizados en
n uestro m edio, don de la dim en sión de lo ideológico es con siderada prioritariam en te, y que res
pon den en buen a m edida a las perspectivas abiertas por la Escuela Fran cesa. Elíseo Verón ya
h abía in terven ido en el h orizonte francés, con aportes muy sign ificativos para la especialidad
(1978; 1981; 1985).
que perm iten situarlo respecto de sus en un ciadoies de m an era específica y
en relación con cierta actitud del h ablan te. Más que la agregación de un a
forma a un con ten ido preexisten te, de un mocJws a un dictum, “lo que se d ice”
es in dísociable del cómo de su en u n ciación (afirm ación , ruego, orden prom e
sa, recom en dación , etcétera).35
La primera ven taja com parativa de un análisis que tenga en cuenta la prag
mática de la en un ciación —en sus múltiples posibilidades—es que permite aproxi
marse a la in teracción entre los sujetos a través de su in scripción discursiva,
del modo en que sus posicion es,36 sus voces, sus pun tos de vista, su espacio/
t em p or alid ad , se con st ru yen en ios propios en un ciados, m ás allá de su
in ten cion alidad m an ifiesta o h ipotetizada y de sus características reconocibles
en tan to “sujetos em píricos”, in cluso n o solam en te en lo dicho, en la frase
sin tácticam en te articulada, sin o en la in terjección, el desvarío, el silencio, el
corte, el cambio de tema, la omisión. Estar aten to a esas vibracion es -doble
men te aún el en trevistador sobre sí m ism o-, que tam bién son del orden del
cuerpo, acerca en cierto modo al investigador a la escucha psicoan alítica, a
ese estar al pie del “muro del len guaje” - p ar a tom ar la célebre expresión
lacan ian a- en un estado de “aten ción flotan te” que permita apreh ender lo que
acon tece en el discurrir, por fuera del cuestion ario.37 El n ivel en un ciativo in
cluye además las modalizaciones de los enunciados, es decir, su in scripción en
el registro de la certidumbre, la duda, la posibilidad. Diferen cia en tre el “se
dice” y el “yo creo” —este último, según Greim as (1983), com o el modo en el
cual se expresa el “yo afirmo” en n uestra sociedad con tem porán ea-, o entre lo
que otros dicen pero yo n o creo, que traza márgenes posibles para dar cuenta
35 Son útiles al respecto algun os ejem plos típicos de O. Ducrot (1985): si digo “creo que
Pedro va a ven ir” n o tien e sen tido, por fuera de mi creen cia (de las m arcas “yo” “creo” “h oy”
“aquí”), n in gún con ten ido autón om o, por ejem plo “Pedro ven ir”.
54 Den tro de las opcion es teórico-m etodológicas com patibles con la teoría de la en un ciación ,
la iden tificación de posicion es actan ciales, según los desarrollos de Greim as, a los cuales aludié
ram os en el capítulo anterior, posibilita la form ulación de un esquem a n arrativo de base (relacio
n es sujeto/objeto//sujeto/sujeto), con un an claje espacio temporal, susceptible de dar sen tido a
elem en tos que pueden aparecer com o an ecdóticos o dispersos.
y! Si bien n uestra com paración sugiere un umbral de con tacto que n o borra las in cum ben cias
respectivas, la dim en sión biográfica del psicoan álisis, ya sea en la con stitución m ism a del cam po
freudian o —las biografías ilustres o em blem áticas, Moisés, Sch rebet, Dora—, com o en su práctica
clín ica —la h istoria de vida, la h istoria de caso, etc - con stituye un tema con exo de in teresan te
reflexión . Véase De Certeau, [198611987; O rbe (com p.), 1994- Esa larga, in terrumpida y ren ova
da en trevista con el an alista que es el proceso de la cura, en la cual la (propia) h istoria se reh ace
con tin uam en te por el desplazam ien to de los cen tros de aren ción y de fiscalización, se distin guiría
de la identidad narrativa porque el an alista ven dría a ejercer et rol del perturlxuior que ayuda a
desarticular el relato com placien te del sí mismo para aten der a las in sisten cias del in con scien te
(Robin , 1996).
de cóm o opera la creencia, un vector de gran relevan cia para la investigación
en cien cias sociales.38
Pero, ¿qué ocurre con la voz y el lugar de otro en la escen a de la en trevista?
Pregun ta susceptible de con vocar diferentes respuestas según el modelo utili
zado, pero que sin embargo recon oce un a coin ciden cia básica en la reflexión
crítica con temporán ea: lo que ocurra, lo será, de modo indisociable, por la
presencia del entrevistador, a in stan cias de su solicitación bajo el “con trato de
v e r id ic ció n ” (G r e im as, 1983) y de ser ied ad y au t or id ad acad ém icas
(Ch araudeau, 1983). Por supuesto, un a vez iniciado el in tercambio, en el mar
co de las respectivas reglas y con textos in stitucion ales, amíjos partícipes serán
responsables del resultado del encuentro, pero aquello que el investigador va a
buscar n o se encuenrra performado en ningún otro sitio, se produce bajo los
ojos, podría decirse, en el deven ir actual del diálogo, por más que esté en juego
la memoria y el archivo. Un a vez más, “la vida” adquirirá forma y sen tido sólo
en la armadura de la n arración .39 Luego ven drán las m arcas del relato, las
huellas que el an álisis tom ará inteligibles y que hablarán, ellas sí, de reenvíos,
persistencias, cristalizaciones, estereotipos, y tam bién , quizá, de aquello sin gu
lar que siempre alien ta en el imaginario de una in vestigación .
Ese protagon ism o com partido no aten úa la desemejan za in stitucion al de
las respectivas posicion es, que persiste, fuertemente m arcada, aunque en tre
vistador y en trevistado perten ezcan al mismo universo,1,0 como sucede, más
38 “E! creer se presen ta - afir m a M ich el de Certeau (1981: 1 2 )- com o un a com bin atoria d e
dones y deudas, u n circuito de ‘recon ocim ien tos’. Es an te todo un a 'tela de arañ a’ que organiza un
tejido social.” La diferen cia que ia distin gue del ver o del saber (relacion es de in m e d iat a) n o está
dada por el valor de verdad de un a proposición sin o por un a cuestión de tiempo en la relación de
sujeto a sujeto: el que cree “da crédito’’, establece un a diferen cia tem poral, crea un vacío a llenar.
El autor señ alaba adem ás, en el com ien zo de la década de la “m ediatización ”, el h ech o n ecesario
a la creen cia, de que “hay otros que creen ”, y que “la en trevista (mlervicur) h ace proliferar". Esta
proliferación lo sería a expen sas de la calidad: “Los ‘yo creo' de la opin ión oscilan en tre ‘me
patece’ y ‘n o me gu sta’".
59 Esta creación del acon tecim ien to por la en trevista tam bién tien e lugar en el trabajo de
cam po etn ológico, que supon e un a coexisten cia más prolon gada del in vestigador en el terreno,
su participación en el ám bito familiar, del barrio, in stitucion al, etc., al pu n to tal que éste podrá
ser in vestido de diversos roles en el tran scurso de esos in tercam bios {testigo, juez, et c.). Véase
Alt h abe et al., 1993.
10 Luisa Passerm i, un a d e las mayores especialistas italian as en h istoria oral, daba cu en ta de
esa d ist an cia - q u e in clu so pu ede t ran sform arse en d ificu lt ad —, al en fren tar el d esafío de
in volucrarse, autobiográficam en te, en un a in dagación sobre su propia gen eración , la del sesen ta
y och o (cuyos resultados publicara luego bajo u n título sugerente, Auíoritroteo di gruppo [1988]) y
ten er que realizar así en trevistas en tre pares, colegas, coetán eos: “Los que reciben las tran scrip
cion es tien en reaccion es de desilusión , de irritación , de rech azo [...]. Algun os buscan seudón i
mos, otros n iegan la autorización para usar la en trevista, m uch os m e pregun tan qué pien so en
contrar. La con fron tación con la propia m em oria, con et pasaje de lo oral a lo escrito es descora-
frecuen temente, con la en trevista periodística. Y aquí quisiera enfatizar una
zona de posible con fluen cia, n o considerada h abitualm en te en los protocolos
del trabajo de campo: si bien la en cuesta periodística resigna a men udo la
profundidad en aras de la urgencia y el despliegue argum en tativo en fun ción
de la con den sación —temporal o espacial—, hay sin embargo aportes sign ificati
vos que la práctica in teractiva de la en trevista m ediática puede h acer a las
técn icas del cuestion ario en cien cias sociales: 1) el de un a mayor equidad en
las posicion es respectivas, que n o in cline la balanza del “saber” del lado del
investigador; 2) el permitir que la mutua in iciativa, lo in esperado, la im agin a
ción cien tífica, trabajen con cierta libertad, aunque excedan los límites del
cuestion ario; 3 ) el uso de la “form ulación ” para ayudar a descubrir sen de os no
explorados, en con trar mejores preguntas sobre la m arch a, registrar palabras
laterales, que glosan, n un ca de m an era "in ocua” la respuesta “oficial”.
Pero quizá, lo más im portan te sea la con sideración del otro n o ya sim ple
m en te com o un “caso”, por más “arquetípico”''1 que pueda resultar, o com o
un “in form an te”, por m ás que su aporte sea “clave” para la m ateria que se
preten da estudiar, sin o com o un interlocutor, un personaje, cuya n arrativa pueda
aportar, en un universo de voces con fron tadas, a la in teligibilidad de lo so-
cial. U n person aje cuya h istoria, cuya experien cia y cuya m em oria in teresan
por algun a circun stan cia, en el m arco de un corpus o terreno, más allá de un
sim ple subjetivism o psicologista. La óptica del en trevistador periodístico es
en ese sen tido aleccion adora, por cuan to perm ite m an ten er la diferen cia
que lleva a un o de los partícipes de la in teracción a in terrogar al otro, es
decir, a otorgarle el protagonismo de la respuesta, sin in clin arse por ello h acia el
otro extrem o de la balan za, esa suerte de “com plejo de culpa” que suele en
cubrir cierta observación participan te, don de se trata de borrar las diferen
cias, ser como el otro, actitu d que replica, bajo el sign o inverso, la posición de
autoridad. U n juego de posicion es diferen ciales que n o im plique n i dom in a
ción ni patern alismo, h e aquí un ideal, quizá más equitativo, para el ejercicio
de la in teracción .
La an alogía es tan to más pertin en te por cuan to la en trevista aparece alta
m en te priorizada en el trabajo de cam po. En el am plio ab an ico de sus
in cum ben cias y posibilidades, tan to en lo que h ace al proceso de recolección
e in scripción , como al trabajo posterior, con cuestionarios cerrados, abiertos,
lon adora. In tuyo que esta m em oria h abrá que recogerla contra sus m ism os protagon istas" (p. 10).
La situación de rechazo es sin duda un a de las “escen as tem idas” del en trevistador.
41 Pese a qu e, h asta un cier to m om en to, el car áct er ar qu etípico fue con sider ad o com o
con stit u tivo de la m irada an tropológica (M agrassi y Rocca, 1986), el crirerio es h oy ob jet o de.
discusión .
sem idirectivos,42 con presencias marcadas o n o marcadas del en trevistador en
el texto ofrecido como resultado, voces protagón icas de en trevistados, como
vimos en los ejemplos precedentes, y otras que se desvan ecen en la centralidad
de la “voz autorial”, la glosa, el comen tario,43 lo que parece h oy eviden te es
que la en trevista h a gan ado terreno a la h istoria de vida, en tendida ésta como
relato m on olítico y ejemplarizador.
Si para algunos el auge de lo biográfico supone el triunfo de un individua-
lismo creciente, producto de la desilusión de la política y de las ideologías, que
pon dría en eviden cia una suerte de voyeurismo colectivo sustitutivo de la ne
cesidad de ser actores de la propia vida, inversamente, la elección de los en fo
ques biográficos, en tan to volun tad de recolocar al ser h uman o con creto en el
centro de la escen a y valorizar al actor social, no exime sin embargo del res
guardo teórico h acia la adh esión in mediata al dato, el an ecdotísmo, la acepta
ción de lo narrado como lo “verdaderamente ocurrido”, la naturalización de la
in ten cion alidad e in iciativa in dividuales como motores de la h istoria. Por el
con trario, y com o señ aláramos, es hoy casi in eludible la in terrogación sobre la
validez misma de los saberes involucrados, la relativa especificidad de los gé
neros, la depen den cia de los resultados respecto de los niveles de efectuación
del len guaje, el discurso, la narración, es decir, de la ciencificidcui misma como
efecto de lenguaje.
Si la vuelta crítica sobre los propios saberes es quizá el aporte más relevan-
te del pen sam ien to con tem porán eo —in cluidas vertientes posm odem as, post
es tructuralistas y ot r as- esto supone además, en el tem a que nos ocupa, un
replan teo del lugar del actor social en el relato de vida, la superación del uso
ilustrativo o paradigm ático, de la búsqueda de una iden tidad preformada,
apreh ensible a través de algunos rasgos típicos. Ese replanteo, a la luz de las
n uevas con cepcion es sobre identidades y narrativas, que h emos presentado,
in volucra una articulación entre lo objetivo y lo subjetivo, en tre la particula
ridad de la experien cia y la impronta de lo colectivo, en tre marcas de un a
tradición y posicion es cambian tes de sujeto, susceptibles tam bién de ser leí
das, bajo la óptica del psicoanálisis, desde la lógica del deseo y la falta. En una
palabra, es bajo el sign o de la multiplicidad, de la con fron tación entre voces y
perspectivas, de la segura vecin dad literaria, que se delin ea h oy la in scripción
biográfica.
12 Para Joutard (1986), es el cuestion ario sem idirectivo el que establece verdaderam en te el
vín culo dialógico.
43 Un curioso ejem plo de esta últim a modalidad es el libro Cuéntame tu vida, de Jorge Balan
(1991), “biografía” del psicoan álisis en la Argen tin a que, si bien recurrió a testim on ios in valorables
de sus protagon istas, n o con servó prácticam en te h uella de sus voces en el texto, reem plazán dolas
en su mayor parte por un relato de acon tecim ien tos en la voz del narrador.
7. Travesías de la identidad.
U n a lectura de relatos de vida
1. Sobre la lectura
Escuch ar, leer, poner el cuerpo. La célebre tríada barth esian a inspira el cam i
n o “de este lado” de la in vestigación , al abordar, con los resguardos que m arca
la teoría, un coipus con struido - en este caso, el de en trevistas biográficas en
tom o de la emigración , ya m en cion ado-. ¿Será posible rescatar algo de lo dicho
allí, en el acon tecim ien to de su en un ciación ? ¿Podrá dibujarse algun a forma
en el ir y venir de las preguntas, en el en cabalgam ien to de las frases, en el
desorden de las asociacion es? Y si eso ocurre, ¿se tratará de una forma germina
o de un producto de la propia in vención? Porque, sabemos, sobre la historia
que se despliega, sobre el universo que se delinea, plan ea la forma que el relato
impon e a la propia vida: la biografía como auto biografía. El momento an alítico
que precede a la in terpretación n o difiere dem asiado del comienzo de un a
n ovela de la cual con ocem os poco el argumento y el estilo del autor, por más
que nuestras propias huellas de in terlocución atraviesen el texto transcripto o
ej registro m agnetofón ico. Es que, con el correr del tiempo, acalladas las vo
ces, los relatos se h an in dependizado, h an adquirido otra tonalidad^ y, quiza' la
más importan te, h an comenzado a dialogar en tre sí, en una in tertextualidad
que (aún ) se n os escapa.
Empezar a leer las h istorias como una novela, he aquí un primer gesto esen
cial. Suspen der por un momen to el “aparato” metódico, la búsqueda obsesiva,
el “detector” de pruebas. Reen con trar —provisoriamente, al menos—, la can di
dez del lector ocioso, su deseo —su placer—de la n arración, aun cuando ésta no
alcan ce la talla de la escritura literaria. Libertad in icial que es al mismo tiem
po un recon ocim ien to a la cualidad in trín seca de esa “totalidad” comprendida
entre los dos extremos del relato.
N o renun ciar al don de la lectura es crucial como actitud an te un corpus.
Actitu d literaria por naturaleza, pero que a veces se olvida en las cien cias
sociales bajo la presión de la grilla, el marcador, el dato, la urgencia clasifica-
toria. Primer umbral que no impedirá los reencuentros sucesivos con la trama
y sus person ajes, la aten ción a las viscisitudes del lenguaje, a las recurrencias
que dibujan “figuras en el tapiz” (sociológicas, an tropológicas) n i los descubri
mien tos tardíos que siempre aporta la repetición , ese h ábito, que sobreven drá
luego, de “fatigar” los textos h aciéndoles decir siempre más cosas (Carbó, 1995:
122-123).
El trayecto que in iciamos en este capítulo, si bien con serva la huella de esa
lectura in icial, es en verdad un retom o, un suplemento, un a decan tación . N o
se tratará tan to de presentar los “resultados” de la in vestigación realizada, en
términos del cum plim ien to de sus objetivos primigenios, como de aproximar
n os a ciertos m om en tos de su devenir, de en fatizar aspectos (sem ióticos,
lingüísticos, n arrativos) que hemos ven ido postulan do com o esen ciales para
n uestra perspectiva de an álisis. Dich o de otro modo, la relectura del corpus de
en trevistas biográficas que presen tarem os aten derá menos a las pregun tas
inspiradoras de la in vestigación que a las propias preguntas del análisis. La elec
ción de este corpus se ubica en ton ces en un plan o de “represen tatividad” an a
lítica y n o temática, donde la recuperación de voces y escenas a la vez sin gula
res y emblem áticas apun tará a poner de relieve “lo dich o” pero en la din ám ica
misma del decir, en la temporalidad con vocada en el diálogo, en el trazado de
la posición identitaria, en el carácter con figurativo de la narración.
2. La investigación
La in vestigación que dio origen a nuestro corpus, desarrollada entre los años
1991 y 1993, se cen tró en un fenómeno para en tonces relativamente reciente,
el de la emigración de argentinos, en su mayoría con doble nacion alidad, a
Italia, bajo los efectos recesivos que se manifestaron en la segunda mitad de la
década del och en ta y que alcanzaron su punto crítico con la h iperin flación .1
1 La in vestigación “Mem oria biográfica e iden tidad: la recien te em igración argen tin a a Ita
lia”, con sede en el In stituto G in o Germ an i de la Facultad de Cien cias Sociales y con subsidio de
la Un iversidad de Buen os Aires, se realizó bajo mi dirección duran te el trienio 1991-1993. Fue a
Pese a que n o se trató de un movimiento de gran número - a l menos, en térmi
nos migratorios—,2 dio lugar a una serie de n uevas situacion es en el ám bito
familiar-social e inclusive en el espacio urbano: gestion es de padres, h ijos o
abuelos en tom o de la docum en tación probatoria para obtener la n acion ali
dad italian a, proyectos de retom o con diversos objetivos, largas colas an te el
con sulado, que adquirieron con el tiempo un carácter emblemático, a la m a
nera de “postales” de la época.3
La cuestión plan teaba aristas in teresantes, por cuan to se trataba de un trán
sito que no se ajustaba a las pautas migratorias más can ón icas4 y que tampoco
parecía explicable solamen te en términos de m otivacion es econ óm icas o de
una “m ovilidad descen den te” -para utilizar una expresión cara a los sociólo
gos-, agravada por la h iperinflación. En efecto, su particular clivaje socioeco
n óm ico y cultural —preferentemen te capas medias y medias bajas, pero tam
bién profesionales de fam ilias de nivel más alto—, las diferentes expectativas
en juego -desde el m ejoram ien to de n iveles retributivos o el logro de una
jubilación , a la am pliación del horizonte existen cial en el caso de artistas o
profesion ales-, así com o el im pacto que produjo en el país receptor, h ablan de
un fen óm en o don de la saga in m igratoria fam iliar y el im agin ario de la
“italian idad” tuvieron un peso determinante. Así, en un muestreo h eterogé
n eo, a n ivel etario y de género, con apreciables diferencias de capital escolar,
hay un a n otable semejanza en cuan to a memorias, h istorias y represen tacio
nes. Acervo común donde la “italian idad” aparece com o una con strucción
discursiva y ficcional, com o una trama sutil de identificaciones, que alien ta
sin embargo la poten cialidad de una creación de sí confórme a h uellas y mar
cas de un pasado. Familiaridad de lenguas y costumbres, comidas y rituales,
im agen idealizada del “p aís” - e l pueblo, el terruñ o— dejado atrás por los
an cestros, que.operó un a suerte de proximidad en gañ osa entre ambos mundos,
su vez in cluida en el Program a de Cooperación Cien tífica en tre los gobiern os argen tin o e italian o
(1992).
2 Sin dar lugar a un a gran "ola” migratoria, y aunque n un ca h ubo cifras ciertas, por las propias
m odalidades de esa emigración, fue ¡o suficientemente importante com o para dejar h uella en la
comunidad de origen italiano, al pun to que cada familia ten ía algún pariente, am igo o vecin o en esa
situación , y tam bién para in quietar al propio gobierno italian o, por la envergadura que podría
alcaraai, si la situación en la Argen tin a se empeoraba. En un momento, y según un cálculo de
probabilidades, se con tó con un a cifra aproxim ativa de 700 mi! personas en con dicion es de emigrar.
5 El paisaje de las colas de virtuales emigrantes tam bién se registró en la Em bajada españ ola
y en men or medida en las de otros países.
‘' N o era asim ilable al m odelo desigual de relación en tre “n orte” y "sur”, m arcado por grandes
diferen cias a n ivel cultural, étn ico o religioso, tam poco al de las m igracion es in tern as en los
países desarrollados (que tam bién suelen ten er su "n orte” y “sur"), n i realiiaban el t rán sito de lo
rural a lo urban o, sin o m ás bien , a veces el recorrido inverso, de la gran urbe al pequ eñ o pueblo de
origen de los ancestros.
al punto que, entre estudiosos del fenómeno en Italia, surgió un a curiosa den o
minación, la “inmigración transparente”.
Al abordar esta problemática, con tan do con la posibilidad de un a contra-
parte en el país receptor, no nos in teresaba tan to h acer un diagn óstico de las
tazones de la partida o un muestreo com parativo de los diferentes destinos, ni
un an álisis del empobrecimiento paulatino de las capas medias,5 sin restar im
portan cia a estas cuestiones. La idea era otra: tomar la escen a de la emigración
como un a puesta en crisis de la identidad y aproxim am os a través de la in s
cripción n arrativa de los sujetos —donde la impronta cultural de los an cestros y
el sesgo de un a perten encia fan taseada con stituían un dato no menor—, a cier
tos aspectos de la experien cia biográfica con tem porán ea, a la dificultad de
adecuación entre expectativas y posibilidades, a las viscisitudes de la “vida
buen a” al uso y, coexten sivamen te, a los fracasos del “mito argen tin o” como
tierra de promisión.
Hablar de crisis no suponía desde luego la idea de una unidad y continuidad
identitarias que se hubieran visto súbitamente amenazadas. Nuestra posición al
respecto, según la hemos venido afirmando, es la de una constante re-creación,
un "reciclado” sometido a las variaciones de la temporalidad, a la mutación de
identificaciones y pertenencias. Pero es el pensamiento de la identidad el que se
moviliza en circunstancias de radical transformación: se piensa en la identidad,
sugiere Bauman {1997: 18-35), toda vez que n o se está seguro de adonde uno
pertenece o cómo ubicarse ante la evidente diversidad de estilos y pautas de
comportamiento, y, podríamos agregar, toda vez que el vacío constitutivo del
sujeto se tom a particuhrvuente amenazador. Es ese replanteo el que asume el
carácter de una crisis, d o n d e la “identidad" aparece a la vez como escape de la
inceríidumbre y comc afirmación on tológica en términos de “proyecto o postu
lado” más que como definición y acabamiento. El viaje, el desplazamiento, la
búsqueda de otras tierras y por ende, de otras vidas, es sin duda un m otivo mítico
de esa afirmación.6 En el caso objeto de nuestro análisis -com o en cierta medida,
en toda migración—, la apertura de nuevos horizontes suponía además para mu
chos, la salida del “encierro” natal como fatalidad.
Pero ese tránsito en el umbral de la anomia —esa disgregación de los límites
recon ocibles de la vida cotidiana, de las aspiraciones del sujeto, de su capaci-
' En una aproxim ación sociológica al pan oram a de esa “m ovilidad descen den te”, efectuada a
través de eiureviscas y relatos de vida, se señ ala al m ovim ien to em igratorio de ¡os och en ta com o
una de las estrategias de superviven cia de las capas medias. Véase Min ujin y Kessler, 1995.
0En el artículo que ciramos, “From Pilgrim to tourist - or a Sh ort History o f íden títy", Baum an
postula la idea de la vida modern a com o peregrinaje, en la h eren cia de la cultura judeo-cristian a,
y la superviven cia del peregrino en las figuras del paseante (ben jam ín ian o), el vagabundo, el turista
y el jugador. La iden tidad será en ton ces, por defin ición , un a con stan te luch a en tre la n ecesidad de
an claje en algún lugar y el escape, la dislocación de los límites.
dad proyectual- como efecto, quizá menos in m ediato y perceptible, de la h i
p ean ilación, se dibujaba en el trasfondo cercano de otros desarraigos y
temporalidades: los exilios bajo fa dictadura (1976-1983j, las búsquedas de
nuevas “Am éricas”, las “fugas de cerebros”. Decisión ni obligada n i “lógica”,
que quizá n o h acía más que reconfirmar, en ese an odin o trámite en el aero-
puerto ya n o a riesgo de vida, la con dición de la Argen tin a com o país expulsor.
En la orilla de la democracia, aún no afianzado un n uevo im aginario de país,
las colas en las embajadas figuraban casi un mapa virtual de asilo “econ óm ico”
don de todavía repercutía el político. Y h abía in clusive el recuerdo de otra
reciente figura migratoria, esta vez a límite de tiempo, sujeta al ven cim ien to
del pasaje, que se dibujara en un cruel con trapun to con la del exilio: la del
turista de la “plata dulce” de los primeros och enta, capaz de saturar los sitios
emblemáticos del plan eta, que h abía inaugurado sin saberlo el tiempo de la
globalización.
En ese con texto, los relatos de vida adquirían sin gular relevancia. Ellos
podían dar cuen ta a un tiempo del pasado reciente y de los cam in os insospe-
ch ados que adoptaba la recomposición del tejido social, entre ellos, esa coin
ciden cia quizá tam poco azarosa, la de una “in flación ” iden titaria, la “doble”
n acion alidad (argen tin o/italian a), esencial a la decisión entre el permanecer
o el partir. De ah í que también se llamara a esta emigración “de retorn o”,
aunque jam ás se hubiera pisado la tierra de los an tecesores, aunque no se h a
blara la lengua, aunque sólo se hubiesen atesorado viejas an écdotas y fotogra
fías, ju n to a las con sabidas tradicion es de la mesa del domingo.
Desde esta óptica, la idea de un a “memoria biográfica”, operando en algún
n ivel de la decisión de partida, se impuso como un norte a nuestra in dagación,
señ alan do la n ecesidad de tomar con tacto con la estructura familiar del em i
grante, que es la que atesora un a experien cia común, en torno de ciertos tópi
cos, y por ende, la pertin en cia de utilizar la en trevista exten sa a partir de un
cuestion ario semidirecrivo. El cam in o elegido fue en cierto modo indirecto:
armar la h istoria no “por boca de sus protagon istas”, según el célebre adagio
mediático, dado que el éxodo ya se h abía producido,7sin o por los relatos de los
familiares, relatos que, en la primera persona del narrador, h ablaban del o la
ausente, desde un a distan cia tan to física como discursiva, trazando su perfil a
la man era del h éroe o la heroína míticos o los personajes de ficción, y sim ultá
n eam en te, el propio papel en la trama. Modestos h éroes con temporán eos: pro-
7 Los testim on ios de em igran tes fueron recogidos en ias in vestigacion es realizadas en Italia,
Si bien n o se logró fin alm en te la sin ton ía en cuan to a la localización de los mismos casos (en tre
la fam ilia residen te en la Argen tin a y el o la em igrado/a) como h abía sido h ipotetuado en el
proyecto de cooperación , la con fron tación entre algun os relatos obten idos en en trevistas, en uno
y otro escen ario, m ostró sugerentes coin ciden cias.
fesion ales o estudiantes avanzados, cuentrapropístas o empleados, artistas o ar
tesanos, obreros con especialización o sin ella, inmigrantes de retom o en busca
de jubilación, desempleados ocasionales o crónicos, buscadores de aventuras o
experimentadores de horizontes y-también, madres, padres, hijos, hermanos...
Com o resultado de una serie de entrevistas de prueba, se afinó un cuestiona
rio donde, a partir de ciertos tópicos generales -ubicación del/la emigrante y de
sí mismo/a en una genealogía, datos y relatos del asentamiento de los ancestros
en la Argen tina, circunstancias y motivaciones manifiestas (o supuestos) de la
emigración “de retomo”, situación actual del emigrante, grado de cumplimiento
de sus objetivos, expectativas, e t c - , se daba lugar a una red asociativa de re
cuerdos e imágenes desplegadas en diversas temporalidades. Durante el encuen
tro, el acento, desde el entrevistador, estaba puesto en ciertos anclajes temáticos
arquetípicos, en la forma que adoptaban los relatos, los índices valorativos, el
modo de involucramiento del narrador en su discurso, las figuras que se delin ea
ban como protagonices, reiteraciones, estereotipos, silencios, marcas em ocion a
les, la evocación de diálogos o su reproducción a través del discurso directo. Sin
dejar de lado el cuestionario, se trataba de estar aten to —a la manera de la “aten
ción flotan te” que supone la escucha psicoanalítica—a la mención de temas o
sucesos que, por fuera del relato principal, pudieran sin embargo aportar a la
historia. En la variedad de entrevistados y situaciones,8 el con jun to de los relatos
recogidos permitió trazar un campo de regularidades, donde la particularidad
discursivo/narrativa era indisociable a su vez de un con texto cultural común.
2.1. El corpus
8 Las en trevistas se desarrollaron en su mayoría en la vivien da del familiar, a veces con asis
ten cia y participación de otros miembros, adem ás del prin cipa! en trevistado, que era en general
el m ás próxim o o el m ás dispuesto al in tercambio. Algu n as tuvieron lugar en la sede de la colec
tividad a través de la cual se hizo el con tacto. El tiem po de en trevista fue en gen eral de en tre un a
y dos h oras, con registro m agn etofón ico.
s El trabajo de cam po fue abordado en el marco del equipo y de un sem in ario de grado de
in vestigación a m i cargo en la Facultad de Cien cias Sociales. Es ésta un a buen a ocasión para
agradecer el en tusiasm o de los estudian tes y su aporte a la con stitución del corpus.
10 Se tom ó la década com pleta, pese a que la mayor em igración fue en la segun da mitad de los
och en ta.
sorpren den tem en te ajustada, tan to de las region es de proven ien cia de tos
an cestros (n orte, cen tro y sur), com o de las tres grandes oleadas in migratorias
(fin de siglo XIX, primera y segunda posguerra). Asim ism o, h ubo una armónica
distribución etaria, de n ivel sociocultural y de género, entre familiares de jó '
venes descen dien tes emigrados, de m edian a edad y mayores retom an tes. El
proyecro, el trabajo de campo y el an álisis posterior estuvieron inspirados a la
vez en n uestra in dagación sobre la con figuración del espacio biográfico y sobre
los usos de la en trevista en cien cias sociales, que guardaba relación con el
estudio del gén ero de la en trevista mediática. La problem ática y los objetivos
de la in vestigación con stituyeron así un terreno apropiado para el desarrollo y
puesta en práctica de nuestra perspectiva teórico/m etodológica, que articula
en foques semiótico/n arrativos, etnológicos, del an álisis cultural y del discurso.
12 La situación m ás típica al respecto es la ten sión entre la perm an en cia, a pérdida de h uellas
an cestrales, o el regreso, ya diferentes, a un lugar que tam poco es el m ism o, cüestión que resulta a
men udo in decidibie y opera un a especie de distorsión exísten cial, agravada en todo sen tido con
el n acim ien to de h ijos en el país receptor.
° En los relatos recogidos en Italia, aparecen ten den cias reactivas de Sos em igran tes, tales
com o en fatizar públicam en te los rasgos de la “argen tin idad” (el uso del pon ch o, el m ate, expíe-
sion es coloquiales, gestuales, etcétera).
de un a memoria común. La típica pregunta bajtin ian a, ¿quién habla (en el enun-
d ad o)!, se tom a especialmente relevante, ya que es en ia ten sión en tre los
pares deícticos {el “ayer” y el “hoy”, el “yo” y el “él” o “ella”, el “aquí” y el
“allí”), que va configurándose (el sen tido de) la narración.
En efecto, la interrogación oblicua que planteaba el cuestionario (preguntar
sobre el/la que se fue, desde un espacio común de reconocimiento) se reveló de
un a alta productividad, por cuan to permitía, en el camin o h acia esa tercera
persona, la expresión de la propia subjetividad sin el compromiso explícito del
“yo”. Así, entre embrayage y débrayage,1* entre la asunción marcada o n o marca
da de la propia voz, se iba desplegando un aban ico de historias paralelas, de
in tersecciones y divergencias, que aportaba mayor profundidad al relato princi
pal. Pero aún, este juego de espejos también podía terminar en un a inversión de
roles, donde el verdadero “héroe” pasaba a ser el antepasado inmigrante o el
propio enunciador. Densidad de los planos del relato y de las posiciones (e in
venciones) identitarias, que se aproximaba aun más a la estructura novelesca,
sus trayectorias cruzadas, sus voces principales y secundarias.
Cóm o n o podía ser de otra manera, y sobre todo por la coyuntura sociopo-
lírica, cada h istoria en tretejida en estos plan os múltiples ilumin aba a su vez el
pasado recien te —y n o tan reciente—de la Argen tin a con diferente in tensidad.
Explicacion es retrospectivas, causalidades simples, estereotipos, lam en tacio
nes, adm on iciones, pan fletos, xenofobias, todo un espectro de inscripciones
del discurso social aparecía aquí como correlato necesario a la inteligibilidad del
destin o in dividual. Los dos escen arios geográficos e imaginarios, fun dan tes de
la divergen cia del origen, volvían ah ora a enfrentarse en un a comprobación
descorazonadora: ya no hay “Ain éricas” por descubrir —perdida ésta casi sin
remedio—y tam poco “Europas”, n egadas en verdad, más allá de su esplendor
lejan o, a quien es, pese a las aparien cias, con tin uarían sien do in equívocam en
te extran jeros.
La figura del extran jero, que la modernidad instituye con todo su peso sim
bólico, aparece así con n otada en el relato com o una posición conflictiva- Des
iguales experien cias de los ancestros al llegar, con servadas en an écdotas, imá
genes, dich os, acen tuadas discursivamen te com o formando parte de la propia
iden tidad -quizá, uno de los registros estereotípicos de lo “esperable”, según
los en trevistados, para el tema en cuestión —, pen osas experien cias de retom os,
previos a los actuales, don de ya “n o se es el mismo”, otros extran jeros poblan
do el con texto de situación , “aqu f’ y “allf’, com o rivales amenazadores, y tam-
11 El débmyage, com o procedim ien to en un ciativo d e rem isión a la tercera person a (cuyos
efectos de sen tido pueden ser tan to de d istan ciam ien to, on m iscien cia, objetividad, et c.), se opo
n e al embrayage, m volucram ien to del yo en el discurso (Greím as/Courtés, 1986).
bien, el “ser extran jero en el propio país”, que aparece com o un a síntesis glo-
bal de las m otivacion es que fuerzan la partida.
Los desajustes identitarios, esa fisura que la emigración instaura en la vi
ven cia de la identidad, el “n i" que sobreviene com o ún ica posibilidad lingüís
tica al m om en to de un a defin ición (volver, quedarse), el recon ocim ien to de
una posickm alidadcontingente, de un destino abierto, que solicita todo el tiempo
recomposición , de un futuro suspendido, que escapa a la predictibilidad —m o
tivos que podríamos recon ocer como típicos de n uestro tiempo^, aparecen en
las en trevistas un a y otra vez, con diverso an claje an ecdótico peto similar fir
meza. En ese sen tido, el corpus construido parece confirmar pun to por punto
los rasgos que h ace suyos la teoría. Entre uno y otro extremo, real e im agin a
rio, las voces n arrativas (directas, indirectas, cuasidírectas) que expresan pen
samientos, sen timien tos y deseos, tan to de los que se quedaron como de los
que se fueron, n o h acen sin o tejer una misma paradoja: un universo h ipotéti
co, una tierra utópica, in'bevween, que con tendría, en perfecta armon ía, lo
mejor del “aq u í’ y el “allí”.
\Pami!
N u n ca volveré.
N u n ca volveré porque n u n ca se vuelve.
Siem pre el lugar al que se vuelve es otro.
La gare a la que se vuelve es otra.
N o h ay ya la misma gen te, n i la m ism a luí, ni la
m ism a filosofía.
Fem an do Pessoa, M ás aHá de otro océano
¿Cóm o se cuen ta una h istoria? ¿Cóm o se teje lo que de otro modo sería una
mera en umeración de even tos o de an écdotas? Si la práctica de la literatura
responde a cada paso a estas preguntas, las respuestas que Hayden W h ite (1992)
imagin ó para la Historia, con mayúscula, se en cam inan , desde la teoría, en la
misma dirección : a través de una trama, es decir, la in ven ción de un origen, un
devenir, causalidades y azares, personajes, accion es, escenarios principales y
secundarios, ilumin aciones, olvidos, y por supuesto, el an claje de una voz, la
del narrador. Más aun, si la trama h ace posible la n arración “es la elección del
tipo de relato y su imposición a los acon tecim ien tos lo que dota de significado a
éstos” (el destacado es mío).
El relato de vida con struido en en trevistas no escapa a estas determ in acio
nes. Au n con vocado con razones precisas, remitido a un acon tecim ien to pe
culiar, n ada hay, en el umbral del discurso, ya performado, listo para una “tran s
misión”. Nada, del orden de la realidad, impone un comienzo n i prefigura un
rumbo, ni siquiera las preguntas del cuestionario. El principio de la h istoria es
una elección n arrativa, actual, que desencadenará, a su vez, un devenir. Pero
ese prin cipio, y sobre todo en el caso de los relatos familiares, suele ser produc
to de un a n egociación : hay siempre una mejor manera de dar cuen ta de esa
totalidad h ipotética que es tanto la propia vida com o la vida del otro. Y es esa
forma que se busca, que se intuye esen cial para el sentido y para la escuch a del
investigador, la que revela a su vez su paradoja: para el n arrador/testigo habrá
siempre un a historia ya configurada en algún lugar, y también, por supuesto, un
origen de esa historia.
N at alia: Bu en o, vam os a em pezar cóm o se fu e H éct or a Italia. Resu lta que H éct or
h ab ía em pezado a proyectar la obra que u sted v io ah í. [...]
En trevistad or: A h , él es arqu itecto...
N at alia: Sí, él es ar qu it ect o, y al ver qu e eso n o iba par a ad elan t e, qu e tod as
eran trabas, y los m ater iales cad a día m ás altos, el dólar se iba p ar a arriba, en
ton ces él n o term in ó la obra, lo p oco que term in ó lo term in ó el pad re, ah í
ab ajo. Bu en o, él se fue con u n a b eca de los tren tin o par a ver lo que era allá, la
tierra de su s abuelos, sus nos y sus primos, y le gustó, tal es así qu e llegó al país
cu m plien d o esa beca, el 28 de ju lio, el 4 de agost o se casó, el 9 de agost o se fue
y llegan d o a It alia el 11 de agosto...
E.: ¿De qu é añ o?
N at alia: ‘89, tres añ os.
A n gel: Pero avan zaste m u ch o, N at alia...
N at alia: N o , yo n o avan zo, digo la llegada de él. Bu en o, cu an d o él llegó ten ía
varios trabajos en vista, pero n in gu n o era segu ro. [...]
E: ¿A qué ed ad se fu e él...?
N at alia: Y... tien e 30 ah or a... a los 27...
A n gel: ¿Me d ejas a m í, N at alia...?
N at alia: Bu en o...
A n gel: ¿Puedo yo...?
E.: Sí, sí...
Á n gel: N o, mi hijo, con él hicim os, ya desd e el vam os, desde el secu n d ario,
casi un con t r at o, siem pre le gu stó estu d iar y yo d ije siem pre, “por su erte, la
con str u cción ”, porqu e, yo la llevo aden tro, es decir, viene de raíces, m i padre fue
albañil y si bien yo siempre t r ab ajé en u n a em pr esa, en En tel, n ada tiene que ver la
IS Retom o aquí, para mi an álisis, un aspecto del trabajo que Debra Ferrari realizara en e¡
marco del equipo (“Italian People", mimeo, 1993) sobre el orden n arrativo del relato, y agradez
co sus sugeren tes reflexiones.
p ar te de con str u cción , p er o h e sido, digam os, tr ab ajé cu ar en t a añ o s en m an t e
n im ien t o de ed ificios, es decir, algo tiene que ver con la con str u cción . Mis hijos...
yo siempre soñé ten er u n a p equ eñ a em pr esa de con str u cción y qu e m is h ijos se
dedicaran a eso. Cu an d o me dijeron , por ejem plo, qu e qu erían estudiar de m aestro
m ayor de ob r a de la con str u cción , yo dije, bu en o, van por buen camino. Vivo en
un país don de todo est á por h acer, es lo ideal. Resu lta qu e bu en o, se recibe de
m aestro m ayor de obra, como me recibí yo ya de grande [...] y m e d icen , m e gu st a
r ía estudiar ar qu itectu ra, caramba, pero sí, voy a hacer un sacr ificio au n qu e sea
gran de pero te voy a ban car *
[1]1ÉAn gel y Natalia, los padres de Héctor, son h ijos de inmigrantes de Trento
y Piamon te llegados en la primera posguerra. El h ijo se fue con una especie de
beca de viaje otorgada por la provin cia de Trento para descen dien tes de em i
grados.
Bajtín defin e la actitud del autor literario h acia el héroe como extraposición,
un a colocación “desde afuera, espacial y temporalmente h ablan do, de los va
lores y del sen tido”, que le permite el armado de la totalidad, del person aje, la
articulación de sus fragmentos, la mirada sobre sus intersticios {1982: 21). En
el ejemplo, an te ese person aje "real” que se escapa, que, literalmente, se ha ido,
nuestros en trevistados/n arradores aven turan , quizá sin saberlo, un a mirada
“desde afuera”, que sin embargo se inmiscuye en los rincones de la subjetivi
dad del otro, la decisión, la motivación . Para Natalia, la madre, el “prin cipio”
está dado por una relación causal: un a obra in conclusa, la dificultad econ óm i
ca, la beca, la búsqueda en la tierra de los antepasados. La mirada registra, en
débrayage y con econ om ía de medios, un en caden am ien to lógico de sucesos,
gen ealogías y cronologías, un detalle minucioso de lo ocurtido en la “reali
dad”. Para el padre, por el contrario, el verdadero comienzo es otro (N o I mi
hijo / con élf hicimos), se en trama precisamen te en el embrayage en tre el yo y el
nosotros f “mi hijo/mis hijos"), remite a un an claje imaginario, a un a marca (de
género) en la estirpe familiar, en defin itiva, a su propia historia. Este reparto
en un ciativo prefigura un a n arración diferencial: apenas comenzado el diálo
go, el viaje asumirá el carácter de un cumplimiento de sentido, enfatizado por
las marcas deícticas, pero, mientras que para Natalia este cumplimiento está
ligado a la tradición familiar (“para ver lo que era allá, la tierra de sus abuelos,
sus tíos, sus prim os"), para Án gel se trata de un man dato más privado, “la con s
* Los destacados de este fragm en to y los que siguen son nuestros, responden a m arcas del
análisis» n o a én fasis de los en trevistados “recuperados” en la tran scripción .
16 Utilizarem os este tipo de n otacion n o para numerar los ejem plos sin o para iden tificar los
diálogos, que podrán ser cirados en más de un a ocasión .
trucción ", que con cierne al lin aje de los varon es en estricta sucesión (“yo la
llevo adentro, es decir, viene de raíces, mi padre fue albañil", "como me recibí yo
ya de grande’’, "van por buen cam ino").
Com ien zo que, com o todo despegue del relato puede leerse, además, en
clave de la responsividad b ajt in ian a: en el en cu en tro, los en tr evist ados
h ipotetizan lo que se espera de ellos (¿objetividad cien tífica de los hech os?
¿expresión de la sinceridad? ¿cierto efecto “típico” de “italian idad”?) y orien
tan el discurso en esa dirección . Esta “adecuación ” a los requerimientos del
in vestigador, apenas formulada la con signa general y las primeras preguntas,
con stituye un gesto n atural, que debe ser tenido en cuen ta tanto en el m o
men to de elaborar el cuestion ario com o en el análisis posterior. Pero tal recau
do n o supone solamen te el tratar de evitar la respuesta inducida, sino, sobre
todo, el con siderarla como registro significante de lo que se busca. En efecto, lo
“esperable” según el en trevistado suele desatar un a red asociativa estereotípica,
que pon e de manifiesto un zócalo discursivo común -qu e de esta manera se
h ace visible para el en trevistador—, pero que tam bién opera com o fon do
con trastivo de lo singular, aquello que se distinguirá com o acen to propio de
una trayectoria.
Si el “prin cipio” de una h istoria es, como vimos, negociable, in depen dien
te de la solicitación de la pregunta, lo que con stituirá la verdadera estructura
articuladora común del corpus de las en trevistas es justam en te la con trapo
sición ritmada entre esos dos espacios imaginarios, casi míticos, expresada una
y otra vez por los sign os deícticos, “aqufY“allí”, “acá”/“allá”: la Argen tin a e
Italia, dos universos sim bólicos, itinerarios y tiempos cíclicos de partidas y
retom os, de expectativas y cumplimientos.
A n gel: Resu lta qu e en el Ín terin , mi p r ovin cia, a los h ijos de sus in m igr an tes les
d a la posibilidad, digam os, de con ocer la tierra de su s or ígen es. En t on ces, b u e
n o, le toca el camino y se w l Clar o, llega y ve qu e es com o el d ía y la n och e. Tu vo
la su erte [...] le t ocó ju st am en t e allá en el norte en el sen t id o qu e todo es p r oliji
dad , todos los palos se ponen derechos, es decir, hay orden, hay orden. N o m e pre
gu n t en porqu é, porqu e n o son m ás in teligen tes qu en osotros. [...]
E.: ¿Cu án t o tiem p o él estu vo aiiál
Á n gel: D os m eses
E.: ¿Dos m eses visit an d o o...?
Á n gel: Visitan d o t od a la p r ovin cia y dice “esto es otra cosa”. A ilá tien e la
su erte d e ten er u n a tía, un t ío, prim os, me entendés, ya n o es lo mismo que vayas
vos y n o con ozcas n ad ie. Se to dijo, y dice, “m ira, a m í m e gu staría radicarm e
acá, porque me parece que le veo más futuro que oílá por el momento” y enton
ces dijeron “hace lo que querés”. Tenía 26, 27 años, es una edad suficiente para
poder volar solo. Vino y se quedó 15 días acá, se casó y se fue. Si bien allá no
consiguió de la especialidad de él, porque en un principio, digamos, casi hasta pagó
un derecho de piso. [...] {1]
***
[2] Juan h abía emigrado a la Argen tin a desde Cerdeñ a, en la segunda posgue
rra. Su h ijo fue a Italia en 1987, en un viaje turístico organizado por el Asesorato
del Laboro de Cetdeñ a para h ijos de sardos emigrados, preferentemente estu
dian tes, y decidió quedarse.
E.: Su papá quería volver a vivir a Italia. ¿Y qué es lo que más extrañaba de
Italia?
Ana: Las costumbres, porque acá se vive diferente. Por ejemplo, allá el hom
bre trabaja sus ocho horas, después se va a la plaza donde se reúnen rodos, char
la, van a a romar un café, es decir, comparten la vida. En vez, acá, después de
ocho horas de trabajo, venía a casa, y era con mi mamá y mis hermanos, no
tenía otra cosa. Entonces, ese tipo de vida, él que vino grande, la extrañaba
muchísimo, Al volver, se vuelve a encontrar con lo mismo y para él es el paraí
so, cosa que no ha pasado ahora conmigo. Porque yo, sin darme cuenta, vine
arrancada de los pelos, me costó muchísimo adaptarme a la Argentina. [...] Aho
ra [...], que volví el año pasado, realmente me di cuenta, que yo sin darme cuenta
soy americana, es decir, no queriéndolo, pero los años me fueron marcando, for
m an do, eso que yo n o fui al colegio acá [...] A h o r a yo, por ejem p lo, am an do Italia
com o la am o, en m i pueblo n o vivir ía sola, yo creo, n i u n m es, porque ¡a s co st u m
b r es tío me gustan, es decir, acá, si bien es tu país t en em os u n a mentalidad
americana, casi t e diría, p ar ecid a al n orte. [...]
En los ejemplos seleccion ados -com o, por otra parte, en el resto de las en tre
vist as- la h istoria se desarrolla, de m an era pendular, en tre los dos puntos
deícticos que el discurso enfatiza recurrentemente, “aqu f’/“allí”. Lejos de ex
presar, por prin cipio de economía, una localización geográfica diversa, según
se la mire desde una orilla u otra del océan o, el par tiene, como puede verse,
tal con den sación sign ifican te que su uso devien e casi metafórico:
• “allá en el norte en el sentido que todo es prolijidad, todos los palos se ponen
derech os [...] hay orden”
• “acá él estudiaba, trabajaba y veía que n o h abía futuro"
• “En vez, acá, después de ocho horas de trabajo, venía a casa [...] n o ten ía otra
cosa”
• “ n o es com o acá, Argen tin a es viva la Pepa, allá n o se puede viva la Pepa”
Por razones quizá h ipotetizables, el “acá” se transforma en sin ón im o de im po
sibilidad, de frustración, de caos, de todo aquello negado o n egativo que con
sign o in verso se busca - y se ofr ece- com pen satoriam en te '‘allá". Reparto
en un ciativo que traza, en la altern an cia léxica casi obligada de dos términos,
todo un universo de sen tidos y valoracion es: ¿es necesario “dar pruebas” de la
justeza de la emigración? ¿Toda comparación lo es en desmedro? ¿O bligada'
men te el punto de llegada con lleva el imaginario de una restitución ? Varias
explicacion es podrían postularse; entre ellas, que tan to para los que se van
como para los que se quedan parece h aber un a n ecesidad de justificación , que
opera a su vez, en la frágil econ om ía afectiva que instaura la distan cia, como
pieza de autocon vicción .17 Pero también hay aquí un imaginario un tan to ana-
crónico, que une, arbitrariamente, dos extremos de la historia: las bon dades de
la tierra dejada al partir, a las que se agregarían, en un a simple inversión cua
litativa, las ven tajas actuales de la h iperm odem ización .18 Sin embargo, es en
el deven ir mismo del discurso - y sin que medie la “autocorrección ”- que se
atemperan las aristas, se relativiza, se desdice:
La distan cia en tre ambos puntos también está franqueada por lo que podría
mos llamar un a "deriva iden titaria”, de sugestiva recurrencia, que aporta a las
teorías que vin imos presentando, a la con ceptualización en tom o de la iden ti
17 La búsqueda de argum en tos "con tun den tes” y las excusas múltiples pata el n o retorn o al
lugar de partida, que en el caso de trán sitos más con ven cion ales desde sociedades de b aja m oder
n ización h acia los países cen trales devien e con el tiem po en un a in salvable diferen cia cultural,
son estrategias recurren tes en el fen óm en o migratorio-Véase Dom in ique Sch n apper, “M odern i
dad y aculturacion es en el caso de los trabajadores em igran tes", en Todorov, 1988.
18 Esta visión doble, que un e el recuerdo de un p asad oxon fuertes lazos de socialidad y solida
ridad (fam iliar, grupal, dialectal, region al, etc.), con los avan ces tecn ológicos y la prosperidad
presen te, com o coexisten tes sin m ella en el mismo escen ario, tam bién aparece en los relatos
recogidos en Italia. Véase L. H uberm an , “Alcun e con sideraiion i sul processi psico-sociali della
recen te in m igrazion e argen tin a in Italia (P iem on t e- Lan gh e)”, en Blen gin o, Fran zin a, Pepe
(com ps.), 1992: 607-632.
dad (n arrativa) como fluctuación e intervalo más que como fijación . En el
primer ejemplo, An gel, que es h ijo de inmigrantes, habla de “mi provin cia”, al
referirse a Trento, pero luego, en débrayage, se deslin da de “ellos” (tren tin os)
para recon ocerse en un “n osotros” inclusivo (argen tin os): "porque n o son más
in teligen tes que n osotros”. Por el con trario, Juan , que es sardo y n un ca se
n acionalizó argen tino, aparece en el tramo an clado firmemente en un n oso
tros, acá. El caso de An a es particularmente interesante, por cuan to casi todo
su relato enfatiza su con dición de emigrada “a la fuerza”, y aun cuan do no
renun cia a su con dición de italian a (“mi pueblo”), termin a m arcan do ju sta
mente el transito, la fluctuación : “Porque yo, sin darme cuenta, vin e arran ca
da de los pelos, me costó muchísimo adaptarme a la Argen tin a. [...] Ah ora [...],
que volví el añ o pasado, realmente me di cuen ta, que yo sin darme cuen ta soy
americana, es decir, n o queriéndolo, pero los añ os me fueron marcando, for
man do, eso que yo no fui al colegio acá [...] Ah ora yo, por ejem plo, amando
Italia com o la amo, en mi pueblo no viviría sola, yo creo, n i un mes, porque las
costumbres n o me gustan, es decir, acá, si bien es tu país... tenemos una m en
talidad am erican a...”. Finalmente, María, después de su alegato, un tan to xe
n ófobo, en con tra del “viva la Pepa”, term in a m arcan do su propio lugar
iden titario en un “pobres gringuitos”, que, curiosamente, invierte los términos
valorativos del "aquí” y el “allí”.
Resulta in teresante analizar, en el con jun to de las entrevistas, el uso reite
rado del discurso directo —en com bin ación con algunos giros próximos del
“indirecto libre” o cuas ¡directo- en los tramos del relato orientados a dar cuen ta
del estado de las cosas en su actualidad, en el presente o pasado in mediato del/
la emigrado/a en cuestión (que suele expresarse en presente h istórico): “h asta
me dijo 'papá yo me quedo, yo quiero probar, aunque me quede de peón de
albañ il’ y y ole digo ‘no, por qué, tenes una buena casa, n o te falta de n ada, por
qué no te quedás acá’”. Este tipo de en unciado, que in troduce la palabra ajen a,
aportan do a la multiplicidad de puntos de vista, “al conservar al mismo tiempo
su con ten ido temático y al menos algunos elementos de su completud lingüís
tica y de su in icial in depen den cia estructural, se transfiere desde aquella exis
ten cia autón om a h acia el con texto autorial” (Volosh inov/Bajtín , 1992: 156).
Esa transferencia, por la cual se in viste de un valor peculiar la voz del otro,
asume, en n uestro corpus, una fun ción suplementaria: la de reforzar la cerca
n ía del propio narrador respecto de esos en unciados, su carácter de in terlocu
tor privilegiado, testigo que guardará, para su oportun a restauración, la espa
cio/temporalidad de los dich os. Sea por el orgullo fam iliar an te la decisión del
em igran te —raram en te cen surada en las en trevistas- o porque se las con side
re piezas de con vicción para el in vestigador, las expresion es h ipotéticas del
ausen te, con sus ton alidades expresivas y teatrales, son restituidas a menudo
en “literalidad” en la din ám ica del diálogo. Cabe aquí in sistir sobre la relé-
van cia de con siderar, en el an álisis, esos m arcadores de verdad, esas “viñ etas”
que in troducen en la con versación retazos de otras con versacion es, y cuya
práctica, h abitual asim ism o en la ch arla cotidian a, dista much o de ser in sig
n ifican te.
O tro m ecan ismo en un ciativo que aparece reiteradam en te es el de la in clu
sión del en trevistador o entrevistadora en la respuesta, a través de la segunda
persona (vos, usted, ustedes: “ya no es lo mismo que vayas vos y no conozcas
n adie”, “tres añ os y te rajan ”, “si te querés quedar m ás es porque vas h acien do
plan es”), a menudo com o desdoblam ien to del impersonal (“uno/a’7/cualquie-
ra) o de la primera persona. Giro h abitual de la con versación, adquiere rele
van cia en la en trevista por lo que supone com o expresión “m arcada" de la
comun idad de los h ablan tes, com o in corporación virtual del que escuch a al
universo “in tern o” del relato, y por ende, com o in ten to coloquial de acerca
m ien to a la confianza del entrevistador.
Asim ism o, es siempre sign ificativo el uso de la repetición, ya sea como
enfatizador del in volucramiento afectivo (“pero no, no llenó la parte afectiva,
no, no”) o de la veracidad de los dichos (“es decir, hay orden, hay orden”). En el
caso de Juan , la doble negación, que queda como en suspenso, se completa en los
enunciados siguientes, y no deja dudas sobre “quién habla allí , aun cuando los sen
timientos se atribuyan al otro (el h ijo): “Él vive con el pensamiento acá, entre
nosotros’’, afirmación que, an te la pregunta de an claje sobre una posible n ovia
“allí” -qu e vendría a complicar peligrosamente el balan ce de los términos [“ob
tener resultados"-*- “llenar la parte afectiva”]- es mitigada por un distanciamien-
to: “No, según ¡o que nos dice a nosotros, no”. Este breve extracto de la entrevista
a Ju an con den sa dos escen as sin tom áticas de la em igración : una, la de la
“completud” posible de alcanzar en algún lugar, que supone en este caso “llenar”
tan to lo material com o lo afectivo, la otra, temida para el "nosotros, acá", la del
involucramiento afectivo que pueda derivar en formar familia en el país recep
tor, y por ende, obturar defin itivamente la posibilidad del regreso.
En mayor o menor medida, los ejemplos h ablan también de temporalidades
disyuntas, de cruces múltiples entre los dos puntos simbólicos de la localiza
ción . La figura de un cam in o que va de padres a h ijos parece marcar fuerte
men te el imagin ario de los en trevistados: “Entonces, bueno, le toca el cam in o
y se va”, “Y sí, pero se ve que como lo h ice yo, mi idea se la trasmití a el ,
“Entonces, ese tipo de vida, él que vin o grande, la extrañaba, m uchísim o. Ai vol
ver, se vuelve a encontrar con lo mismo y para él es el paraíso, cosa que n o h a
p asad o ah or a con m igo”. El r elat o de la p ar t id a r ecien t e con vo ca asi
obligadamente la travesía de los ancestros, y con ella, la divergencia de desti
n os entre aquella Am érica por hacer y esta Europa replegada sobre sí misma.
3.3. Los an cestros
Descubrí n o h ace much o las dos novelas de Roberto Rasch ella, Diálogos en los
patios rojos (1994) y Si hubiéram os vivido aquí (1996), primeras de una trilogía
an un ciada, que despliegan la experien cia autobiográfica del autor, h ijo de ita
lian os del sur, de Calabria. El padre, perseguido por el fascismo, se radicó aquí
en 1925, la madre llegó en 1929. Com o suele suceder con los epígrafes, que
sólo coron an con propiedad un texto después que éste fue escrito, la lectura de
Rasch ella ilumin ó, a posteriori, el trabajo de mi in vestigación . Digo iluminó
de un modo más que metafórico: a través de su relato, en una lengua que se
busca —y se rein ven ta- en an tiguas modulaciones familiares, en contré un a jus
tificación tan firme para mis h ipótesis como las ofrecidas por la teoría.
En primer lugar, sobre el rol con figurativo y la persistencia de la narración
—de los an cestros-, esa impronta peculiar de la memoria biográfica en el traba
jo de la identidad —y la “italianidad”—. En segundo lugar, sobre los límites bo
rrosos entre testimon io y ficción, esa posibilidad de leer, en con trapun to, h u e
llas recon ocibles tanto en los relatos de vida com o en la escritura literaria. Ese
doble hallazgo inesperado y feliz orientó a su vez el camino de este texto. Pero
h ubo además otro aporte, un suplemento, proven ien te —como quizá n o podía
ser de otra m an era- de un a en trevista publicada en el suplemento cultural del
diario La N oción, el 14 de febrero de 1999. Allí, el autor afirma haberse in spi
rado en “la h istoria de una familia, en parte la mía propia, abierta a otra h isto
ria, la de todo un pueblo, en el sur de Italia, y seguramente abierta tam bién a
una con dición , la de los hombres que se ven obligados a em igrar por razones no
sólo sociológicas o económ icas, es decir, movidos por una inquietud de desengaño
continuo. Yo soy h ijo de uno de esos h ombres” {el destacado es m ío). Esa acti
tud de desen gañ o, sin duda aggiornada, plan eaba igualmen te, com o un a in tui
ción, en ciertos relatos de las en trevistas que com pon en mi corpus. También
mi h ipótesis del viaje como ten sión irresoluble de la cultura y de la identidad
en contró en la voz de Rasch ella una con firmación precisa y sugerente. En la
misma en trevista, dirá, respecto de su viaje al pueblo de los an tepasados, que
da origen a su segunda n ovela: “Hay algo de autobiográfico y otro tan to de
in ven ción . El narrador, que en parte soy yo, se pregunta en un momento cuál es
su verdadera tierra. Ése es el n úcleo central, que queda sin respuesta clara, por-
que las búsquedas, en todos ios aspectos de la vida, suelen ser un a m ezcla de deseo,
destrucción, claridad y tam bién inconsciencia. Dentro de esa indeterm inación, el
hallazgo de un a lengua puede ser fundamental, porque puede ser el hallazgo de
un origen cierto. Ésa es la esen cia del viaje, tanto en la n arración com o en mi
propia vida” (el destacado es mío).
Estos diálogos con su obra es lo que de algún modo expresan los fragmentos
que h e elegido com o epígrafes, cuyo acen to poético h a creado un trasfondo
in valorable para mi propia escritura. Ellos acom pañ an , com o se verá, en una
in esperada sin ton ía, las voces que h ablan en el texto de mi in vestigación .
Renzo: Yo pienso que en el ánimo de la gente (la guerra) pesaba más que lo
económico. Porque los pueblos de allá son pueblos sufridos, y por cuestiones eco-
nómicas no emigran con la facilidad como emigraron en esa época por el tema
de la guerra. [...] la gente quedó traumatizada, entonces buscaban lugar que le
pudiera dar paz. A c á había paz y trabajo.
Ruggiero Rom an o traza un pan oram a somero de esta m ovilidad! de raíces Históricas que
rem on tan a la Edad Media» pero el con jun to de las grandes causas deja siem pre un resto, un
"algo más”, que quizá sólo sea posible expresar en términ os poéticos, m etafóricos. Véase Blen gin o
et al. 1992:7-11.
^ En efecto, la Italia que aparece en el relato de las en trevistas n o es sin o un equivalen te
im agin ario de la región de los an cestros, con sus dialectos, costum bres y h ábitos alim en tarios
propios, que opera un a especie de un ificación retrospectiva, a la m an era de la in ven ción de la
tradición ”, según Hobsbawn.
cía person al de padres, tíos o abuelos sin o también en tre los en trevistados más
jóven es: la vida en el ám bito rural o en la pequeñ a ciudad provin ciana, los
ritos cotidian os, la con viven cia en grandes casas donde “cada tío que se casaba
iba a vivir”, las reuniones dominicales o festivas con el despliegue del famoso
culto a la comida. El ám bito originario aparece así com o un mito identitario
cuya recuperación, como visita nostálgica o en trañ able —y a veces, como lugar
de “retom o” del emigrante actual—marca un norte obligado de los viajes. El
pueblo se con vierte en ton ces en un an claje vivido en el presente, capaz de
resignificar la historia.
Alberto: [...] Cuando llegué al pueblo de mi abuelo fue muy emocionante por-
que vi el paisaje siciliano, que es muy parecido al cordobés, o sea grandes fincas
limitadas por pircas, con muchos cultivos de cítricos, de naranjas, de limones...
{...] Me impactó el paisaje, me impactó el mar, yo nunca había visto un mar
tan... este... turquesa como ahí...
[...] me di cuenta de eso, que había una idea muy fuerte de familia, por el
hecho de que íbamos en tren desde Catania hasta Grammichelle [un pueblito
que “ni figuraba en el mapa”], que era un tren de tres vagones, y nos escucharon
hablar en español, porque yo fui con mi mamá y dos tías. [...] Entonces hablá
bamos en castellano y como son muy curiosos, este... los que estaban sentados
delante nuestro nos preguntaron si éramos españoles, les dijimos que no, que
éramos de la Argentina, y a qué vienen a Grammichelle, venimos a buscar fami
liares, y cómo se llaman, entonces les dimos los apellidos...[...]
Cuan do a la mañ an a siguien te nos tomamos el tren para llegar a
Grammichelle, o sea para volver para atrás [habían pasado la noche en una
ciudad vecina, donde había hoteles] cuando bajamos de la estación... había una
multitud esperándonos a nosotros que éramos los que veníamos de América... y me
impactó ver una gran cantidad de familia, los hombres todos con traje y corbata
y sombreros negros tal cual como uno ve en las películas de la mafia, lo cual no te
quiero decir que me asusté, porque me asusté [risas] y nos recibieron como si
fuéramos familiares de años, conocidos... y todos vinieron a visitamos y a casi
todas las casas tuwmos que ir a comer. Empezamos desde las diez de la mañana
hasta las ocho de la noche comiendo en casi todas las casas, que ya no podíamos
comer más.
}...] el pueblito me pareció muy típico, de casitas bajas, muy lindo, lindo, no
para vivir porque creo que me amargaría, este..., después eso lo noté, hay una
ausencia de juventud en los pueblos de Sicilia... todos se van a trabajar oí norte,
a Europa, ¿entendés? [7]
***
***
Lía: ...cómo se acuerdan de las calles y... doblando el puente o cruzando el canal
se ubican [...] Así que estaba la casa original, y yo que tenía esas fotos antiguas
que mi papá trajo de Italia [...] pero en ese momento era muy lujosa y actual-
m en ee est ab a m ás deterior ada. [...] Clar o , él extrañ aba la casa, la gran fam ilia de
m i papá, parque vivían todos en ¡a m ism a casa, esas ollas en orm es don d e co cin ab a
la ab u ela...
[•• ]
E.: ¿Su p ap á fu e a su casa en el pu eblo?
Lía: Sí, sí, adem ás se pu sieron de acu erdo co n un h erm an o qu e vivía en los
Estados U n id os y fueron a festejar sus b od as de oro en It alia. Fu e u n b an qu et e
com o en las pelícu las... ¡Y... h ab ía en la celeb r ación fácil seten ta person as todas
del m ism o apellido...! [5]
!1 Al respecto, hay un rasgo a tena- en cuenta, en lo que hace a la gran inmigración en la Argén-
tina y que comprende a todas las colectividades, y es la identificación con el país receptor, que sólo en
una generación logró el tránsito de una designación dual, como hubiera podido ser, en este caso, la de
"íralo-argentino” (fenómeno corriente, aun hoy, en los Estados Unidos), a una plena. Este ser “urgen(i-
7 1 0 " a la primera descendencia, el haber logrado -en líneas generales- los objetivos materiales desea
dos, el hecho de formar familias afectivamente integradas al tejido social no sólo se expresa natural
mente en las posiciones enunciativas—la asunción de un nosotros “acá", como en el caso de Ana, Juan,
María- sino que da lugar a una trama de reconocimientos muy frecuente en las entrevistas, tanro
colectivos (el "pueblo”, 'los argentinos”, “la gente de este país”, etc.) como personales (vecinos, com
pañeros de trabajo, patrones). Así, la situación económica que incide sobre La emigración “de retomo”
es vista como una “caída”, como la agravación de tendencias que “amiinan” la potencialidad teal de
una tierra, ya asumida como “propia”, que “lo tiene todo".
11 En efecto, hay casos en que se ha renunciado al italiano como lengua primera, aún en el
interior de La familia, y de su transmisión a los hijos nacidos en la Argentina, con el argumento de
favorecer la integración al nuevo país. En orros, se ha tratado de borrar el acento, marca reveladora
de la “extranjeridad” como último requisito para la igualación laboral. Sí la lengua materna (con la
relatividad de esta acepción para el caso, por cuanto en realidad se traraba siempre de uno o varios
dialectos -según la proveniencia de los padres o abuelos- que convivían con el italiano, en general,
en desmedro de este último) no constituyó un aspecto especialmente preservado, La ciudadanía
italiana fue conservada en cambio en la mayoría de los casos, como un modo de mantener el laio
identitario (“la patria es la patria”, “n o se puede dejar así nomás La ciudadanía”, “se sentían muy
integrados pero nunca quisieron hacerse ciudadanos argentinos”, “eran italianos en el origen”, etc.).
23 Esta pregnancia cultural de los hábitos alimentarios y su fuerte carácter identificatorio es
consignada igualmente por D. Sch napper (1988), respecto de los trabajadores italianos emigra
dos a Francia.
14 ¿Cómo no evocar aquí el mítico análisis de los fideos Pan^aru de Barth es en su “Retórica de
la imagen", que inauguraba a un tiempo el análisis semiológico de la imagen (y de la publicidad
en particular) y el estatuto simbólico de ese verdadero arquetipo de la “italianidad” ? Véase Barthes,
[19641, 1972: 127-141.
rein o de la prosaica15 -qu e se distingue, sin con traponerse, del registro h eroico
an otado más arriba—, en tan to sensibilidad estética capaz de articular el relato,
otorgarle un a acen tuación y un a afección particulares. Si esta sen sibilidad es
fuen te indudable de in spiración artística,26 también lo es, en su modesta medi
da, en la producción de relatos de vida, en el vaivén in decidible entre autobio
grafía, testimon io, confesión, creación de sí y repetición estereotípica.
E.: Y vos Favio, ¿este tema de los fideos lo trajiste por algo en especial?
Favio: No, porque me acordaba que en casa de mamá era jueves y domingo,
¿no? Una vezlru>-contaron no sé si era el papá de mi mamá o... tu papá, ¿no? [a
una prima presente en la entrevista] que no hubo fideos una vez el jueves al
mediodía y hubo otra cosa y entonces cuando llegó el dueño de casa, agarró el
mantel, pero agarró el mantel y como no había fideos, tiró todo (Bisnieto de
inmigrantes de Roma y Calabria de 1890).
Más allá de la visita simbólica al pueblo y del probable asilo, más o menos
temporario, que éste pueda brindar al recien te emigrado, la peripecia narrada
en la en trevista tiene otro locus privilegiado: el “vivir allí”, en Italia, hoy, cuyo
detalle va de la in serción laboral a la vida cotidian a, de la minucia subjetiva a
los grandes plan os de la política, las costumbres, los sistemas de valoración.
Tam poco en este punto es posible disociar el “aquí” de ese “allí11, y cada plan
teo se dibuja por semejanza o con traposición, com o si se tratara todo el tiempo
de las dos caras de una misma moneda. En esa ten sión -que los deícticos puntúan
sin descan so—el discurso se em peñ a en la com paración de ambas escen as del
desarraigo: la “ida” primigenia en un sen tido del Atlán tico y el “retom o” ac
tual, partidas y llegadas, deambulacion es, vicisitudes de un n uevo comienzo.
Aquello que ya perten ece al tiempo de la h istoria, lo dejado atrás en un a leja
n ía que los añ os in visten de tonos míticos es recurrente en la saga familiar que
los en trevistados —h ijos, n ietos, bisnietos—construyen en las en trevistas, como
con trapun to del relato actual. Sobre aquel trasfondo de tempranos aban don os
-h ijos que dejan a sus padres a los 1 1 , 16 años, herman os que se despiden casi
***
28 Reeditan do las escenas paradigmáticas ocurridas en tre el íin del siglo y la última posgue
rra, donde en general alguien había llegado antes a Am érica y “llamaba" al otro, el emigrante
toma con tacto previo a la llegada con la red de los parientes, que, en el pequeño pueblo de los
antepasados o en las ciudades, dan el primer apoyo y alojamien to. Es significativo el lugar que
ocupa en el relato el detalle de la sociabilidad, la dimensión afectiva de los en cuentros, los
ritos celebratorios de la reunión después de varias décadas o de con tactos directos por primera
vez entre descendientes.
[8] Clara es italian a, de un pueblito vén eto. Emigró en la segunda posguerra, al
igual que su marido (“No, no, n osotros somos italian os, pero somos de acá. Todo
lo nuestro está acá"). Su ún ica h ija se fue en 1982.
Pese a la distan cia que in ten ta imponer la pregunta, que solicita una aprecia
ción global de la situación en el país receptor an tes de h ablar específicamen te
de la situación del emigrante, el m ecan ismo de la con fron tación , in stalado en
el diálogo, se sobreimpone volvien do a remitir obsesivam ente a un “n osotros”:
An gel enfatiza el “tra-ba-jar”, con la ambigüedad que sugiere, en la coyuntura,
en tan to n o sabemos si el én fasis remite al “n o poder” o al “n o querer” de los
argentinos, e in siste m ach acon am en te sobre ese significante, que adquiere así
una especie de completud por saturación. Pero inmediatamente, y después de una
expresión tan estereotípica com o con n otativa, "A tiempo perdido,,.'', la pre
gun ta siguien te dispara un a dim en sión salvadora, la de una falta (posible) que
com pen sa el “n osotros”: “Espera, es una buena pregunta ésa...”, "el italiano es
medio cerrado”, “Son menos afectivos que nosotros” . Lo que “ellos” no tienen
en ton ces es “nuestra afectividad”. Pero este súbito descubrimiento in quieta a
Án gel, que quiere dejar bien claro que no se trata de desmerecimiento o xen o
fobia (“son muy buenos, eh, vos pedíle una gau ch ad a...", “Dios m ío...”). La
misma relación com parativa aparece en el relato de Clara, con otra ton alidad
(la “cerrazón” es provin cian ismo). En Francisco, curiosamen te, la compara-
ción , in m ediata, lleva tan to a poner en pie de igualdad la “destrucción total”
de la guerra con la situación (de destrucción) “acá” en la Argen tin a —más allá de
la obvia diferen cia de grado- como a postular una cierta'correlación “balan
ceada” en tre ambos mundos (ellos suben, n osotros bajam os). Alberto, por su
parte, dramatiza una escen a, por demás emblemática, para marcar la diferen
cia sustan cial entre “ellos” y “n osotros”, entre (el pen sar) el consumo como
sostén de la econ om ía y la econ om ía como impedimento del consumo. Dife
ren cia marcada, a n ivel en un ciativo, por la utilización de un dich o “local” de
alta aceptabilidad (“discúlpeme, pero yo n o estoy al servicio del coche, el co
ch e está a mi servicio”) que h asta es “rechazado" como tal (“acá nosotros no
pen samos así"), h acién dose eviden te por añ adidura en el relato que tampoco
los estereotipos son comunes.
En este tram o de la en trevista, y pese a la en umeración de los logros (ten er
trabajo, tener auto, poder alquilar, viajar) algunos giros dejan entrever sin
embargo un a cierta reserva del enunciador, un a colocación a distan cia de su
propia afectividad, haciendo decir, no asumiendo la autoría de lo dich o: “Bue
no, digamos que está perfecta”, dice Clara, usando una expresión concesiva, “Y
bueno, ella dice que trabaja much o”, “Ella dice que está muy con ten ta”, respon
de Fran cisco, en estilo in directo. An gel y Alberto, por su parte, que se
in volucran afectivam en te en su visión , pon en distan cia sobre todo a través del
uso de un a lengua “de acá”, marcada por modismos, para hablar de y por los “de
allá”: “vos pedíle una gauchada”, ”le pidió que sacara esa porquería”, “si n o la
empresa de automóvil se va al tacho”.
El texto que componen estos fragmentos de en trevista resulta así de una
alta con den sación significante. El trabajo, que aparece en las cuatro in terven
ciones com o el eje de la respuesta —aunque n o se haya preguntado por él—,
adquiere un a dimensión vital casi excluyen te -qu e es quizá aquella que, según
Aren dt, h abría desnaturalizado el verdadero ser (libre) del hombre y el objeti
vo elevado de la “vida buena”- , traducida admirablemente por la expresión
azarosa de An gel: “A tiempo perdido. E l viejo estereotipo de la “frialdad” de
las sociedades no latin as se transfiere ah ora in cluso a la “madre patria” de la
latin idad, como un signo in h eren te a la hipermodernización. El único valor
rescatable frente a ese inesperado igualitarismo es en ton ces “n uestra afectivi
dad’’, que nos pondría justam en te del lado “débil” de con ocidas an tinomias:
sentimiento/razón, orden/caos, desarrollo/subdesarrollo, etcétera.
Aú n basada en la exaltación del valor del trabajo, la positividad que im-
pregna en general el relato n o excluye, com o vimos, la vacilación , las contra-
diccion es en la narración, ese doble registro de las cosas que nunca termina de
compensarse, y que el discurso expresa elocuentemente en la recurrencia de las
adversativas (“pero no tien en ese afecto que Leñemos nosotros”, “que extraña,
¿no?, pero que está bien”, “vien e cuando quiere y visita todo... pero sabe que
allá...”). Pero esa distan cia que a veces adopta el enunciador, respecto de “di
ch os” o “h ech os” de “allá” -com o en el caso de Clara y Fran cisco-, tiene su
opuesto en un curioso desdoblam ien to en unciativo: los familiares del emigra
do se apropian de palabras y valoracion es ajen os e in ten tan m irar con los ojos
del otro, ejercitan do así un a lectura fuertemente crítica sobre lo que con tinúa
sien do su (n uestra) propia realidad.
M e en can taría que la A rgen tin a, que es t an gran de, tan h erm osa, estuviéram os
así, com o se vive en It alia, vos gan as, la m itad la ah or ras, la otra m itad p agás
alqu iler, lu í, gas, ropa [...] ten es par a viajar. [...] En M ilán es im pr esion an te la
lim pieza, me hace acordar a M en doza, com o lim pio, Bu en os A ir es m e h ace acor
d ar a G e n o v a, a N áp o les por lo m u grien to. Bu en os A ir es, qu é pen a, tan h er m o
sa qu e es... (M ar ía). [4]
A llá la gente tiene metido en ¡a cabeza qu e la ún ica form a de vivir b ien es trabajar,
y si u n o t r ab aja m u ch o v ive mejor. Eso sí, no se pueden toler ar las esp ecu la
cion es, t od a la otra m an ía qu e son tan com u n es acá. [...] A cá el que trabaja es un
gil, y allá n o, n o h ay ot r a form a de vivir en t on ces. [...] Si uno ve u n a ciu dad
gran de com o M ilán a las n u eve d e la n och e, n o h ay n ad ie en la calle, aparte del
cen t r o... A cá tenem os el defecto de los españ oles, qu e est án toda la n och e de
jo d a (Ju lio, in m igr an te del n orte, de 1950).
Cuando se quedó sin trabajo del codo, él estaba en una multinacional, ¿no? En
tonces un tío le pagó el pasaje para que fuera y bueno así que te digo a los
quince días empezó a trabajar y al poco tiempo con la ayuda de toda la familia
que tienen allá le ayudaron a amueblar la casa, él se pudo comprar todas las
cosas de la casa a crédito, se compró el auto, la heladera, la cocina, todos los
artículos domésticos y otra vez la historia se volvió a repetir... cuando viajó mi cuña
da se encontró con la casa puesta. [...]
Y tuvieron mucha ayuda de los familiares, ¿no? Estaban esperando que lle
garan ellos para sacarse todas las cosas de encima, porque uno le regaló las ca
mas, otro le regaló el sillón, otro el juego de tving que es una belleza, otro las
arañas, todo porque ya no lo querían más...” {Lucía, inmigrante del Veneto en
1948, hermana del emigrado)
***
Cuando fui a visitar a mi hermano, el mismo día que llegué, mi cuñada me dice
“acompañá a Ricardo a llevar la basura”, le digo “dejáme de embromar Amelia,
estoy cansado”, “Ricardo, llévalo a tirar la basura". Ellos tiran la basura en las
esquinas, hay tachos grandes como los de Manliba acá, esos grandes y todo el
mundo levanta la tapa y tira la bolsita adentro [...] o sea que no ves ese espectá
culo de las bolsitas. Y cuando vas a la basura, que están en las esquinas los
grandes toneles esos de.... vos ves grabadores, bicicletas, o una silla, nuevos, por
que se le rompió por ahí un poco el tapizado... lo tiran [...]
Eso trae un despilfarro que a los argentinos molesta [7] (Alberto).
Esta fuerte valoración simbólica de los objetos, que impregna el acceso al “pri
mer mundo”, parece aportar nuevas claves para la comprensión de un fenómeno
que, tomado en su “literalidad” (ir en busca de trabajo o de estabilidad aprove
ch an do la doble ciudadanía), n o se explicaría totalmente .29 Inclusive en lugares
hogar de esa con stelación in acabable de los “artefactos” o para realizar el sueñ o de “la casa pro
pia”, verdadero m ito argentino. Tal es la fuerza de este último, que m uch as veces, los fam iliares de
em igran tes ren un ciaron a segu ir el mismo cam in o que ellos an te la eviden cia de que “allí” este
sueño era irrealizable.
i0 Pese a la doble ciudadan ía, la percepción de un estatus diferencial respecto de los n acidos en
Italia es reiterada. Hay dificultades para alquilar casas a los argentin os, e! “sudaca" es asim ilado a
veces a cualquier inmigrante africano o asiático, o al [erroni ("terroni es el equivalen te de negros de
acá, de groncfio, ¡viste nuestro término 'ej un gronc/io’? Bueno, para un italian o se dice terroni, del
color de la tierra...”) . La distin ción entre n orte y sur al interior del propio país europeo es vivida en
el relato de la experien cia de los emigrantes, al pun to de trazar también para elfos fronteras y
acentuar ciertos estereotipos (“n o tiene ningún amigo milanés, es más, los odia... pero se entiende
con los del sur”, “los del norte n o parecen italianos, son fríos como los suizos o los alem an es1’).
dos, sin o de esa sen sación de “estar sacán dole el lugar” al “tañ o”, com o expre
sa, con su sen tido histriónico, Alberto: "le sacas el espacio para estacion ar a
otro taño, y esto te digo que es muy importante, porque en Italia n o hay dón de
estacion ar autos. [...] Y aparte cuan do el taño cuida su país y ve que se llena de
in migrantes, de gen te que tien e otra m entalidad, otra tdiosin cracia, que viene a
robarle lo que es de ellos [...] en ton ces el trato es diferente, vos pasas a ser un'
inmigrante para ellos aunque seas hijo de italianos, aunque tengas un apellido de
italian o”. Ese “venir a robar” —que será resistido, en la con versación , por la
in terven ción de otro familiar que recuerda “el hambre que [los ancestros] vi-
nieron a matar acá”—, como escen a temida y fantaseada, se h ace paten te, lite
ral, en un a an écdota, esta vez, de An gel:
Todos ios sáb ad os bu scábam os [...] ir a tos su perm ercados a ver y resu lta qu e
h ab ía... afu er a h acía u n calor bárbaro, y aden tro h ab ía air e acon d icion ad o, y
uno se in struía, veía cosas, y u n día digo “qu é lin d o par de zapat os", digo, “m e los
com pr o" d ad o qu e te servís vos ah í n ad ie te... m e lo pu se y y a el pensam iento
nuestro, si rae p on go los zapatos n u evos así y los saco com o los zapatos viejos,
¿quién se v a a dar cu en ta? [...] U n su perm ercado gran de com o t od a esa m an za
n a y llen o así de gen t e... [...] Despu és me dice H éct or [el h ijo]: “¡men os m al que
no lo h iciste!, porqu e n o sé, porqu e p or las r ayitas...” [1]
***
31 De los Apeninos a ¡os Andes, el célebre libro de Edmundo D’Amicis, trazaba una crayectoria
emblemática de la emigración italiana a tierras de América.
—Estuve 45 días. Y bueno ya, eso, porque ya me lo soñaba, me lo soñaba dos
veces por semana, ya 5 años que se había ido y yo no aguantaba más, no aguan-
taba más, era una cosa que incluso me lo veía por todos lados, porque los chicos
¿viste? se visten todos parecidos, tenían el pelo todos parecidos, usaban la gorra
todos corno él y yo me lo veta por todos lados y entonces yo decía “no puede ser, esto
no puede ser, tengo que juntar la plata para ir a verlo porque estoy obsesionada”,
soñaba que me golpeaba la puerta y meló veía con una mochila en el hombro, soñaba
que me golpeaba la ventana de la cocina que da a la calle, ¿ves?
—Sí.
—Y “¿quién es?” “Dale vieja, soy yo, abrime”. Así, ya obsesionada, y enton
ces hice cualquier sacrificio, no sabés, cualquier sacrificio para poder juntar esa
plata para sacar aunque sea el pasaje y ahorré, es la única maneta, ¿no? (Madre,
descendiente de sicilianos emigrados en 1905).
***
Y... nos sentimos muy vacíos. Que una hija, la única, se vaya, no es fácil. Uno
siente que el corazón se te hace pedazos. Se extraña mucho. Y no sabíamos si
estuvimos bien en ayudarla a irse, y cómo iba a estar... Era dejarla un poco en
manos del destino. [...]
Si ella escribía que estaba mejor, que Italia era linda, que estaba impactada
con lo que veía, que tenía ganas de quedarse, una como madre, se siente mejor.
Se empieza a dar cuenta que fue para mejor, y una madre siempre quiere que el hijo
sea feliz.
Y ahora, la herida ya se cerró. Nos acostumbramos a las cartas y el teléfono
[...] pero el sentimiento de separación siempre queda... Ella es nuestra familia...
[...] la luz de nuestros ojos. {...] Pero al final, los hijos hacen su vida y eso está
bien, uno lo tiene que ver así [8] (Clara).
Elegimos tres relatos m atem os, acon tecidos casi al fin al de las respectivas en
trevistas, para ir tam bién “cerrando” nuestra relectura del corpus. La visión de
las madres parece trazar un arco viven cial pleno de sen tido, que se despliega
en un a tem poralidad disyun ta pero que culm in a, o bien con un a im agen
fan taseada de retom o y cumplimiento o bien con la aceptación estereotípica
de que “los hijos hacen su vida y eso está bien [o por lo menos, puede deducirse],
uno ¡o tiene que ver as?. Por en cim a de la propia afección está ese valor difuso
de h acerse un destino, den oteros de búsquedas que h acen de los h ijos seres
“m ejores” pero in esperadamente extraños. Tres imágenes, la del h ijo de fam i
lia acom odada que está h acien do un a experien cia profesion al y de vida carac
terizada com o una opción de desarrollo personal a todas luces positiva, la del
h ijo de clase media baja que fue a probar suerte, que in ten tó estudiar tan to en
la Argen tin a com o en Italia y no consiguió finalizar n i “aquí” n i “allí”, la de
un a h ija ún ica de clase media que está "perfecta”. En los tres casos, la emigra
ción es aceptada com o un progreso, la apertura a un mundo más fascin an te y
variado, plen o de altern ativas —aunque n o siempre de realizaciones—. Sin em
bargo, pese a la coh eren cia que ofrece la n arración —en los tres casos, se trata
del deven ir típico del h éroe/h eroína y su viaje de in iciación , del cumplimiento
de pruebas y el logro de metas que producen un cambio cualitativo en la situa
ción, etc.—aparece ese momen to de suspensión, donde el discurso resignifica,
se quiebra en el silen cio, el lapsus o la con tradicción (“Pero no tiene intención
de v olv ef’/"él dice, '¿A lgún día, podré volver?’”) o se distan cia en débrayage (“Se
extraña m ucho"¡“un a com o m adre, se siente mejor”) dejan do entrever otra esce
n a, la de la pérdida o la ruptura de esa un idad, tan cara pero en defin itiva
imaginaria, de la “estructura” familiar. En el segundo fragmento, la escen a es la
de la obsesión , cuando los medios econ óm icos no alcanzan para los encuentros
frecuentes, y la distan cia de los cuerpos se tom a angustiosa, in soportable. Ella
marca un a frontera n ítida entre los diversos tipos de emigrantes.
En distin to registro, los dos primeros relatos revelan n otablem en te la mar
ca de los géneros mediáticos, esa form a que se sobreimpone in advertidamen te
a n uestra experien cia para h acem os ver lo cotidian o com o escen as cin em ato
gráficas o televisivas (ya lo decía Virilio, viajar -¿ver?—es ya film ar), pobladas
de gestos (“como si m añana se fuera a sen tar", “soñaba que me golpeaba la puer
ta”), frases hech as y diálogos imaginarios, aunque seguramente reales (“hay
un cuarto vacío con ropa que n adie más va a usar...”, ‘“¿Y quién es?’ ‘Dale,
vieja, soy yo, abrime’”)-
Borran do los límites entre testimon io y ficción —aquellos que diversas disci
plinas, h ace ya tiempo, nos h an mostrado como inestables y dudosos—ambas
n arrativas dejan al descubierto sin embargo esa travesía continua, ese desajus
te irresoluble que la emigración aporta a la viven cia, ya por sí fragmentaria, de
la identidad, y que se acen túa justam en te en el momento fan taseado de un
cierre hipotético, de un a resolución entre el “ir” y el “volver”.
En t on ces él vive co n el pen sam ien t o acá, entre n osotros... A par t e, él tien e 27
añ os y tiene que sistem arse [sic] acá o allá, y com o le gu st a sistem arse acá, en t on
ces está en esa lucha [2] (Ju an ).
3 .8 . Lo indecidible
Las prim eras cartas eran , cómo te puedo decir, de loas a It alia ¿no?, lo m agn ífico,
lo in com p ar ab le... La A r gen t in a, la basura.
Los añ os fu eron p asan d o y las cartas fu eron cam b ian d o. “Y la A r gen t in a
algú n d ía v a a ser mejor qu e este país, tien e m u ch as posibilidad es, estas taños n o
t ien en n i la m itad de las tierras que tenemos nosotros” [...]
O sea, qu e se fu eron olvid an d o las razon es por las cu ales se fu eron y em pie
zan a idealizar otra vez el país. Pero el d etalle cu rioso es qu e cu an d o vu elven d e
visit a, n o h ab lan bien de la Ar gen t in a, h ab lan de qu e “esto es u n a porqu ería, el
trán sito es un desastre, las calles todas rotas, la gen te se caga de h am bre, visten
m al...”
En t on ces vos decís, p er o ¿qué pasa? Lo que p asa es qu e h ay u n a autodefensa,
h ay u n a form a de ju st ificar porqu é yo me quedo allá [...] [7] (A lb er t o)
Alguno cuando va, en el caso de Héctor debe ser, cuando lo escribió en las
cartas, que dice que uno extraña, ¿no? de la forma de vida de acá y la forma de
vida de allá, si la forma de vida de allá sería igual que acá a lo mejor ayudaría a que
uno estando allí, evitar de extrañar tanto acá, a pesar de que uno tiene la familia,
pero si uno encontraría un grupo que se daría de otra forma, más parecido con lo
de acá, a lo mejor ayudaría a que el extraño no sea tanto, ¿no?... [1] (Miguel,
hermano de emigrado).
Por últim o, el person aje de Rasch ella, que acom pañ a desde los epígrafes n ues
tro itin erario, que n o se propon ía emigrar sin o “buscar la h istoria de su pa
dre”, desen trañ ar raíces suspen didas en la memoria, recobrar len guas de in
fan cia in ven tadas y perdidas, en defin itiva, responder al enigm a de la identi
dad, se dispon e, él sí, a volver, desen can tado de lo que fin alm en te descubrió
“allí”, en el pueblo calabrés de los an cestros, la tierra del origen. Nin gun a
realidad bucólica adorm ecida en el paisaje, n in gun a sabiduría guardada como
secreto salvador, sólo un a h istoria trágica que con tien e ciertos prin cipios
elem en tales, “la vida, el placer, la traición y la muerte, fuerzas presen tes
en todas partes” {Sar lo, 1998: 33-36). En su an álisis de la (segun da) n ovela,
Si hubiéram os vivido aquí, Sarlo se detien e ju stam en te en la con dición h ipo
tética del título - q u e tam bién ron da, com o hemos visto, en los dich os de
n uestros en trevistados-: “El título es un a proposición que n o se h a term in a
do, a la que le falta un miembro. Ese miembro faltan te, la n ovela lo presen ta
en el m ovim ien to del n arrador que llega a la aldea. Así, la n ovela se juega en
el espacio faltan te de la h istoria familiar; y la frase se com pleta. Pero el sub
jun tivo pasado in forma que ese com pletam ien to es verdaderam en te im agi
nario: [...] h ubo un m om en to del tiem po don de alguien pudo elegir si viviría
aquí o allá. Y que después de esa elección , el ‘aquí’ de la aldea quedaría para
siempre com o espacio subjun tivo y su tiem po sería para siempre el tiempo
subjun tivo” (p. 36).
N o hay solución, y éste parece ser un corolario común de los relatos. N o
hay completitud posible ni pun to de fijación , y aquí es don de la puesta en
crisis de la identidad, bajo la figura del desarraigo que con lleva toda em igra
ción, n o h ace sin o ejemplificar ese carácter m igrante que es constitwtiuo, que nos
lleva de un lugar a otro de an clajes fanrasmáticos, temporalidades disyuntas,
aconteceres, cuerpos y fisonomías en las que nos reconocemos y desconocemos
aunque nunca hubiéramos dejado de vivir aquí o allí. ¿Pero n o es justamente ese
carácter de indecidibilidad, de intervalo (Ricoeur), n o es quizá el tiempo sub
jun tivo - e in completo-, lo que caracteriza la experiencia misma de la identidad?
4. Epilogo
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