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EL PREJUICIO RACIAL

EN EL NUEVO MUNDO
COLECC ION

AMER ICA
NUEST RA

dirigida por
CLODOMIRO ALMEYDA

Compuesto con Baskerville Linotype 10/12 e impreso en los talleres de


la Editorial Universitaria, S. A., calle Ricardo Sa nta Cruz 747,
en Santiago de Chile. Tipografía de Mauricio Amster.
El prejuicio racial
en el Nuevo Mundo
ARISTOTELES Y LOS INDIOS

DE HISPANOAMERICA

por

Lewis Hanke
l1NIV&RS1DAD DE TEXAI

Traducido por
MAR 1 NA Q _R_E LLANA

E D 1T O R 1A L U N 1 V E R S 1T A R 1 A , S. A.
SANTH.GO DE CHILE, 1958
@ Lewis Hanke. 1958
Inscripción N9 20.190


Cubierta de
NEMESIO ANTÚNU:
A

MANUEL G1MÉNEZ FERNÁNDEZ

DE SEVILLA

CUYAS DILIGENTES INVESTIGACIONES

EN EL ARCHIVO GENERAL DE INDIAS

SOBRE LA VIDA DE BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

AYUDARÁN A ESCLARECER ALGUNAS DE LAS AUTÉNTICAS

REALIZACIONES DE ESPAÑA EN ÁMÉRICA


"Cada cultura, a medida que progresa hacia la madurez,
parece generar su propio y dcci•ivo debate acerca de lao
ideas que la preocupan: salvaci6n, orden natural, dinero,
poder, sexo, técnica, cte. En realidad, puede decirse que
ese debate es la cultura al menos en sus niveles más eleva-
dos; pues una cultura adquiere identidad no tanto por el
ascendiente de determinado conjunto de conviccioncs como
a travfs de la aparición de su diálogo peculiar y diotintivo ...
La historia de la cultura, conducida debidamente, no sólo
expone las ideas más destacadas de un período o de una
naci6n, sino -lo que es más importante- los conflictos
ideol6gicos predominantes. Para decirlo con más rigor, el
historiador busca no 1610 los términos esenciales del discurso,
sino también los principales pares de términos opuestos que,
por su misma oposición, impulsan el discurso. El historiador
indaga, asimismo, el color ideológico, a veces lacerante, que
resulta del contacto de antagonismos.
"Al proceder asl y al examinar la personalidad e inclina-
ciones de los hombres comprometidos en UD debate en cual-
quier momento histórico, cs probable que el historiador des•
cubra que el dcaarrollo de la cultura en cucsti6n se asemeja
a una conversación prolongada y de gran alcance: en el me-
jor de los casos, a UD diálogo que a veces se acerca mucho
al drama".
-R. W. B. Lewis, The Ámerica11 Adam. 1"11oc1mce, Tra1-
1dy and Tradition in the Nineteenth Century (Chicago,
1955). págs. 1-2.
AGRADECIMIENTOS

En la preparación de este ensayo he recibido considerable ayu·


da. Merecen especial reconocimiento aquellos con quienes no
me es dado estar de acuerdo: Angel Losada, Edmundo O'Gorman
y Robert E. Quirk. Cada uno de ellos, a su manera, me ha es-
timulado a reexaminar mi interpretación de la complicada his-
toria de la controversia de Valladolid. Además de mi mujer, tengo
una deuda de gratitud con las siguientes personas: R. Pierce Bea-
ver, Charles ]ulian y Lucretia Bishko, Charles R. Boxer, Vicenta
Cortés, José Cuéllar, James Cummins, Ricardo Donoso, Charles
Eastlack, Alfonso Garcia Gallo, Charles Gibson, Manuel Gimé-
nez Fernández, Otis Green, Peter S. Hanke, R. A. Humphreys,
Javier Malagón, Garrett Mattingly, Gilbert McAllister, ]osé de la
Peña, Francis M. Rogers, ]ohn H . Rowe, Lota M. y ]. R. Spell,
Frank M. Wardlaw, Wilcomb E. Washburn y Schafer Williams.
El Instituto de Investigaciones de la Universidad de Texas pro-
porcionó fondos para gastos de secretaría, y la señora Ona Kay
Stephenson realizó una eficaz labor como mecanógrafa. La se-
il.orita Marina Orellana no sólo hizo una clara traducción del
texto inglés, sino que mejoró el fondo de la obra.
No sería correcto sugerir que todas o cualquiera de esas per-
sonas aprueben completamente el texto de este libro. No es ése
el caso, ni puede esperarse llegar a un acuerdo sobre un aconte-
cimiento histórico tan debatible. A pesar de toda la ayuda que
se me ha brindado, este libro continúa siendo, para bien o para
mal, de mi propia 1·esponsabilidad.

LEWJS HAN~!

Austin, Texas
Octubre de 1957
ABREVIATURAS

IJ1•111óaates. Juan Ginés de Sepúlveda. Demócrates


s<~p;undo o de las justas causas de la guerra contra
los indios. Angel Losada, ed., Madrid, 1951.

Documentos inéditos de América. Colección de do-


cumentos inéditos relativos al descubrimiento, con-
quista, y colonización de las posesiones españolas en
América y Oceanía. 42 vols. Madrid, 1864-1884.

Las Casas. Bi/Jliografía critica. Bartolomé de Las


Casas. Bibliografía crítica y cuerpo de materiales
para el estudio de su vida, escritos, actuación y po·
lémicas que suscitaron durante cuatro siglos. Por
Lewis Hanke y Manuel Giménez Fernández. San-
tiago de Chile, 1954.
INDICE

Agradecimientos 11

I América como fantasía 15

lI .(\ristóteles y América hasta 1550 26

111 Comienza el conflicto entre Las Casas y Se-

púlveda, 1547-1550 . 39

IV El gran debate de Valladolid, 1550-1551:

El escenario . 47

V El gran debate de Valladolid, 1550-1551:

La aplicación al indio americano de la teo-

ria aristotélica de la servidumbre natural . . 53

VI El gran debate de Valladolid, 1550-1551:

La guerra justa contra los indios americanoa . 69

VII Consecuencias del conflicto, 1550.1955:

a} Hasta la ley básica de 157!J 79

b) Con posterioridad a 1573 91

VIII "Todas las naciones del mundo son hombres" . 100

Ap~ndice A. Correspondencia cambiada entre Juan Ginél

de Sepúlveda y Alfonso de Castro • 119


Apr'mliu 11. Materi11l empleado en la preparación del

presente estudio . 121

Notaa . 12i

lrldic:t1 ele nombres propios , . 153


1

AMERICA COMO FANTASIA

A PRIMERA vista parece absurdo, o por lo menos sin sentido, re-


lacionar a Aristóteles con los indios americanos. Pero uno de los
acontecimientos más curiosos en la historia del mundo occidental
ocurrió cuando dos notables españoles -Bartolomé de las Casas
y Juan Ginés de Sepúlveda- se reunieron en Valladolid, en 1550,
para discutir un gran problema nacional que concernía tanto a
los indios americanos como a Aristóteles. Entonces, por primera
y quizás por última vez, un imperio organizó oficialmente una
encuesta sobre la justicia de los métodos empleados para exten-
der su dominio~Y por primera vei en el mundo moderno vemos
un intento de estigmatizar una raza como inferior, como esclavos
naturales, según la teoría que formulara siglos antes el muy vene-
rado Aristóteles. El acerbo conflicto en torno a este problema, la
influencia de tal controversia sobre la política de la corona espa-
Jiola en América, la aplicación ulterior de esa idea a otros pueblos
y la significación de esa lucha para el mundo moderno, constitu-
yen el tema de este ensayo.
Cabe preguntarse por qué los españoles del siglo XVI aplicaron
las ideas de un griego, que vivió cuatro siglos antes ele Cristo, a
Jos problemas de España en 1492. ¿Qué dijo Aristóteles de impor-
tancia acerca de los indios americanos? La explicación es sencilla.
La exploración de un mundo vasto y desconocido, habitado por
gentes extrañas a las que se dio en llamar indios, indujo, -en
realidad obligó-, a los españoles que avanzaban entre ellos por-
tando armas bajo la cruz cristiana, a preguntarse quiénes eran
esas gentes. Y, al hacerlo, surgió ante ellos el problema más am-
plio de saber cuál es la naturaleza del hombre.
Europa había acumulado, por cierto, alguna experiencia en
cuanto a relaciones con no cristianos, durante la lenta expansión
de la época medioeval, que preludia algunos acontecimientos de
la conquista de América. Mientras los alemanes despiadadamente
cristianizaban a los eslavos del Báltico, entre los siglos X y XIII,

15
el clero alababa los "favores" recaídos sobre los eslavos, y los di-
rigentes alemanes señalaban como evidencia de progreso el haber
substituido los métodos eslavos para determinar la justicia por el
proceso alemán basado en la batalla o en el uso de las rejas ar-
dientes de los arados. 1 Durante un largo período, los españoles
y portugueses vivieron en íntimo contacto con los árabes, de más
elevada cultura, quienes ejercieron una influencia decisiva sobre
su forma de vida. Los judíos también desempeñaron una función
importante en ese proceso de ósmosis cultural pacífica que carac-
teriza algunos de los últimos períodos de la historia medioeval
de Iberia. En el siglo XV, los españoles entraron en contacto, en
el curso de su conquista de las Islas Canarias frente a la costa
africana, con gentes de costumbres y religión diferentes. En efec-
to, en esas islas surgieron controversias acerca de la justicia del
trato dado a los aborígenes, que recuerdan uno de los debates
del siglo XVI en América.2
Portugal, que fue ciertamente el gran explorador del Africa,
llevó a Europa algunos conocimientos de pueblos lejanos y extra-
ños. Sin embargo, las primeras campañas de Portugal en el nor-
oeste del Africa estaban dirigidas contra sus enemigos tradiciona-
ies: los moros musulmanes. Aun cuando se enfrentaron con negros
mucho más al sur, estos también eran musulmanes y sólo a lo lar-
go de la lejana costa meridional del Africa había negros paganos.
Los osados navegantes portugueses, que dieron la vuelta al Ca-
bo de Buena Esperanza y avanzaron por la costa oriental, se en-
contraron en su mayoría con musulmanes. Por lo tanto, para los
portugueses la tarea de construir un imperio y divulgar la fe en
el Africa no era en realidad muy diferente a la de reconquistar
Portugal de los moros en siglos anteriores. De tiempo en tiempo,
el trato que los portugueses daban a los negros en el Africa occi-
dental preocupaba a algunos escritores contemporáneos, como el
historiador Gomes Eannes de Azurara, quien junto con deplorar el
sufrimiento de los negros hacía notar que "también ellos perte-
necen a la raza de los hijos de Adán". En documentos portugueses
se mencionan, asimismo, esfuerzos aislados de persuasión pacífica
a lo largo de la costa africana. Diego Gomes, por ejemplo, se pro-
puso cultivar la amistad del Rey Nomi Mansi y ofreció a bordo

16
de su carabela un suntuoso banquete "en el que los vinos de
Portugal dcscmpefiaron parte importante". Más tarde, hubo tam-
bién una fiesta del intelecto cuando Gomes hizo intervenir a un
jeque en un debate sobre temas religiosos, que tanto impresionó
a Nomi Mansi que pidió ser bautizado allí mismo. 3 Pero, por lo
general, los portugueses constantemente hacían esclavos de los na-
tivos africanos que encontraban, y estimaban que cualquier suje-
ción física que padecieran en el proceso era insignificante compa·
rada con los gramles beneficios derivados de la conversión. 4 Con
el tiempo, hubo que distinguir entre aquellos que habían conoci-
do el cristianismo, pero que deliberadamente lo rechazaban -co-
mo los moros- y los paganos ordinarios de que el mundo europeo
tenía conocimiento debido a las graneles exploraciones. Pero du-
rante la primera mitad del siglo XVI, cuando los espafioles pre-
paraban afanosamente las leyes que regirían sus relaciones con
los imlios americanos, los portugueses no se preocuparon gran
cosa de las consecuencias religiosas y filosóficas de sus ocasionales
encuentros con hombres que jam<is habían oído hablar de Cristo,
porque en el Africa sostenían con enemigos geopolíticos y religio-
sos de antaiio guerras que, en su opinión, eran eminentemente
justas y libradas como una cruzada nacional con el apoyo del
Papa.
Todos estos pueblos, al igual que otros, llegaron a ser conocidos
en Europa a través del considerable acopio de literatura sobre via-
jes, tan difundida y popular a fines del siglo XV y a principios
del XVI, cuando la imprenta se transformaba en un poder en el
mundo y se iniciaba la expansión de España en América. Gracias
a la impresión de las obras de Marco Polo, Mandeville y otros
viajeros meclioevales, Europa adquirió abundantes conocimientos
acerca del Oriente, desde Bagdad y Mosul hasta Samarcanda, la
India y el lejano Pequín.~
América tenía mucho menos interés para Europa, o así parece-
ría a juzgar por la relativa escasez de publicaciones, incluso por
autores iberos, sobre las nuevas tierras descubiertas. Los primeros
escritores portugueses no mostraron gran interés por el Brasil, y
en las publicaciones españolas es notoria la indiferencia por los
descubrimientos. La literatura y el arte españoles del siglo

17
XVI reflejaban sólo débilmente los grandes acontecimientos que
ocurrían en el nuevo mundo a través de los mares. 6 A medida
que en impresionantes hazañas de las armas españolas se colocaba
a México y luego al Perú bajo el dominio de España y que los
españoles, de muy diversas clases sociales, marchaban a participar
en la conquista, se fue comprendiendo mejor la verdadera signi-
ficación de las nuevas posesiones, y a mediados del siglo XVI el
historiador Francisco López de Gómara caracteriza el descubri-
miento de América como el más grande acontecimiento desde
la venida de Cristo.7
El material impreso sobre las nuevas tierras de ultramar puede
haber sido exiguo en Europa, pero el interés popular fue vigoro-
samente suscitado. Si hoy o mañana se realizara con éxito un viaje
interplanetario y los exploradores regresaran a asombrarnos con
relatos de nuevas formas de vida y seres literalmente extraños ori-
ginarios de las distantes regiones a las que dificultosamente ha-
bían llegado a través de nuevos océanos estratosféricos, la creduli-
dad del mundo difícilmente podría ser sometida a más dura prue-
ba o la mente popular experimentar mayor sorpresa y luego
agitación que la de los europeos ante los primeros informes acerca
del nuevo mundo reclamado para España. Activáronse en grado
febril la imaginación, la especulación, la fantasía y la teoría, so-
bre todo, como era de suponer, entre los españoles, a quienes ese
mundo nuevo pertenecía en forma gloriosa y peculiar. El caudal
de ideas y leyendas desarrolladas con tanta exuberancia durante
la Edad Media fue transferido de inmediato a América y la per-
sistencia de esa influencia medioeval fue especialmente marcada
durante los primeros años del descubrimiento y la conquista. 8 Un
autor moderno interpreta el hecho de que el descubrimiento de
América se hubiese "inspirado tan radicalmente en la fantasía,
en la insensatez y en una pasión cargada de simbolismos" como
una demostración convincente de la profunda "fe de ese pueblo
en los valores humanos no puramente racionales".º
Colón aseveró, con firmeza, que había descubierto el paraíso
terrestre, mientras otros buscaban la Fuente de la Juventud o tra-
taban de situar -en la región general de Nebraska y las Dakotas-
las siete ciudades encantadas que, según se creía, habían sido fun-

18
dadas por los siete obispos portugueses que huyeron allí al invadir
los árabes la península ibérica. En la mente del Almirante abun-
daban las leyendas y alusiones medioevales, pues se comprueba
también ciue bautizó a las Islas Vírgenes, recordando a Santa Ur-
sula y sus compaiicras, las once mil vírgenes navegantes.lo Colón
también hizo averiguaciones acerca de los monstruos que se en-
contraban en Espafiola cuando por primera vez desembarcó allí
en 1'J!)j 11 y Fernando Cortés envió al emperador Carlos V, en
1522, no sólo un botín considerable y una carta en que relata las
grandes hazafias forjadas en México, sino, además, algunas mues-
tras de huesos <le gigante encontrados en el lugar.12
Los ca pilancs españoles salían a sus conquistas esperando
encontrar muchas variedades de seres míticos y monstruos descri-
Los en la literatura mediocval: gigantes, pigmeos, dragones, grifos,
niiios de pelo blanco, mujeres con barba, seres humanos adorna-
dos con colas, criaturas acéfalas con ojos en el estómago o en el
pecho y otros seres fabulosos. Durante mil años se había desarro-
llaclo en Europa un gran número de curiosas ideas acerca del
hombre y del semihombre, y ahora se aprovechaban libremente
en América. San Agustín en su Ciudad de Dios, dedica un capí-
tulo entero al problema de "Si los descendientes de Adán y de los
hijos de Noé produjeron razas monstruosas de hombres", y hacia
fines del siglo XV un cúmulo de ideas fantásticas estaba a dispo-
sición <le América. Los simios trompeteros, por ejemplo, "forma-
ban parte de un ciclo pictórico vagamente definido que combi-
naba temas del mundo de la fábula con las bestias exóticas de los
bestiarios y las maravillas del oriente". 13 No sorprende, pues,
comprobar que el historiador Gonzalo Femández de Oviedo haya
oído hablar de un mono peruano que "no era menos extraordi-
nario que los grifos", pues tenía una larga cola, la parte superior
del cuerpo cubierta de plumas multicolores y la otra mitad de piel
rojiza y suave. Podía cantar "a voluntad" en tonos tan dulces y
armoniosos como los de un ruiseñor o una calandria. 14
Los hombres salvajes también inspiraban la imaginación popu-
lar durante la Edad Media.15 Se les representaba en las fachadas
de las iglesias, como decoraciones de manuscritos y tapices, como
seres feroces de aspecto silvestre, desgarrando leones sin arma al-

19
guna o rompiéndoles el cráneo con árboles y macizos garrotes.
Dichos hombres servían de figuras de jamba en la fachada del
monasterio de San Gregario, construido en Valladolid en el siglo
XV, en el que Las Casas vivió durante la disputa de 1550 con
Sepúlveda. 16 El motivo del hombre salvaje se empleó mucho en
España, atravesó el Athíntico con los trabajadores españoles y
puede verse en la fachada de la Casa del Montejo en Yucatán,
construida en 1519.17 Son también hombres salvajes los que sos·
tienen las armas de Carlos V en Tlaxcala. 1 s Con esta mezcla me·
dioeval de hombre, bestia y criatura mítica, no es sorprendente
que en una edición de 1498 de la obra de John of Holywood,
Sphaera Mundi, se "describa a los habitantes del Nuevo Mundo
como seres "de color azul y cabeza cuadrada". 19 Uno de los cua·
dros más antiguos de aborígenes americanos apareció en grabado
de madera alrededor de 1505, y revela el mismo espíritu fantásti·
co.20 La leyenda dice como sigue:
"Tanto los hombres como las mujeres van desnudos; son de
cuerpo bien formado y <le color casi rojo; tienen perforadas las
mejillas, labios, nariz y orejas y rellenan esos agujeros con pie·
dras azules, cristales, mármol y alabastro, muy fino y hermoso.
Esta costumbre es exclusiva de los hombres. No existe la propie·
dad privada sino que todas las cosas son del común. Viven todos
juntos sin rey ni gobierno, siendo cada uno su propio amo. To·
man por mujer a la primera que encuentran y en todo esto no se
ciñen a norma alguna. También guerrean entre sí, sin arte ni re·
glamento. Y se comen unos a otros, incluso a aquellos a quienes
matan, pues la carne humana es un alimento común. Se cuelga
la carne humana salada en las casas para secarla. Viven hasta la
edad de 150 años y rara vez enferman".21
Más imaginativas aún son las ideas que algunos capitanes es·
pañoles tenían de los aborígenes. El gobernador Diego Velázquez,
a pesar de sus años de experiencia en Cuba, encargó a Fernando
Cortés que tratase de ver los extraños seres de grandes orejas pla-
nas y otros con cara de perro que habían en los países aztecas.
Francisco de Orellana estaba tan seguro de haber encontrado
mujeres guerreras en su famoso viaje de 1540, que dio el nombre
de Amazonas al río más grande de Sudamérica. Según algunos, el

20
diablo habitaba cierta isla en el mar Caribe; pero para contra·
rrestar esta creencia, encontramos informes de que el Apóstol
Santiago, santo patrono de España, luchó junto a los españoles
en muchas de sus acciones militares en América. 22 En el viaje a
través del océano también era posible avistar extraños animales
marinos y una variedad de monstruos de las profundidades del
mar,23 y en vena más alegre, se decía que cerca de Panamá algu-
nos p<ljaros de gran tamaño formaban juntos armonioso y agra-
dable coro. 24 Pedro Cieza de León, cronista ·del Perú, oyó decir,
e11 1550, <1ue en ese país se habían encontrado huesos de gigantes
y pensaba q uc todavía podían existir gigantes en ese vasto terri-
torio, que aun estaba sólo en parte conquistado y no del todo
explorado. 2 ~ El Dorado, ese mito del oro fácil, tentó a muchos
conquistadores que encontraron la muerte en las junglas y de-
siertos de América. 26 Se creía que Gog y Magog existían en alguna
parte del Nuevo Mundo, 27 y aun en los últimos años del siglo
XVI corri6 la noticia de que se había visto un unicornio en
florid a.28
Los europeos del siglo XV no dudaban de la exactitud del co·
nocimiento que tenían acerca del mundo, de modo que la apari-
ción de un vasto y desconocido continente al otro lado del océa-
no hizo vacilar su confianza en sí mismos. En forma ingeniosa se
trató de demostrar que las Sagradas Escrituras o las autoridades
cristianas predecían ese demoledor acontecimiento, es decir, el
descubrimiento de América. 29 Si las nuevas tierras pudieran rela-
cionarse en cierto modo con el mundo que ellos conocían, se po-
dría construir un puente entre lo conocido y lo desconocido. Los
aborígenes de este maravilloso nuevo mundo eran, por cierto,
el centro de la especulación. Aun antes de transcurridos los pri-
meros diez años, esta gente pintada y adornada con plumas -tan
inevitable y erróneamente denominada indios- pasó a ser el
principal misterio que dejó perplejos a la nación española, a los
conquistadores, eclesiásticos, corona y pueblo de España. ¿Quié-
nes eran ellos? ¿De dónde procedían? ¿Cuál era su naturaleza, su
capacidad para adoptar el cristianismo y la civilización europea?
Y lo que es más importante, ¿cómo habían de relacionarse los
españoles con ellos?30

21
En los primeros meses febriles, la imagen popular de un paraí-
so terrenal fue pronto sustituida por la de un continente hostil
habitado por guerreros armados que irrumpían de las selvas tro-
picales o de óudades extrañas para resistir el avance de los solda-
dos españoles y la labor de los misioneros que acompañaban la
expedición. Las primeras suposiciones, sostenidas por más de un
escritor famoso de la época, en el sentido de que las diez perdidas
tribus de Israel eran los progenitores de los indios, o aun la idea
adoptada mucho después de que en alguna forma misteriosa la
nación gala había enviado esos extraños vástagos, no logró dar
respuesta satisfactoria a las urgentes preguntas básicas: ¿quiénes
y qué son estas criaturas? ¿Cómo tratarlas? ¿Pueden ser cristiani-
zadas e incorporadas a una forma de vida civilizada? ¿Cómo se
intentará esto, mediante la guerra o la persuasión pacífica? Los
conquistadores tendían a preguntarse más bien revcladoramente:
¿cuándo se podd hacer una guerra justa para obligar a los indios
a sen·ir a Dios, al Rey y a nosotros? Y los eclesiásticos se pregun-
taban con vehemencia cómo cambiar a los aborígenes de lo que
son a lo que deberían ser.
Dos circunstancias contribuyeron a la formulación de estas pre-
guntas, que ninguna otra nación colonizadora de Europa se hizo
con tan auténtico y general interés. La primera concierne a la
naturaleza del pueblo español, un pueblo legalista, apasionado,
dado a los extremos, fervientemente católico. Desde hace tiempo
se ha considerado que los acontecimientos del año 1492 reflejan
algunas de las características más fundamentales de los españoles
y de su historia. Granada, el último de los reinos moros, pasó a
manos de los reyes católicos Fernando e Isabel el 2 de enero; en
seguida se expulsó a los judíos y el 3 de agosto Colón se hizo a la
vela. La conquista final de Granada fue la culminación de un
sostenido esfuerzo nacional para establecer la hegemonía cristia-
na en España. Este prolongado trabajo ayudó a preparar a la na-
ción para responsabilidades mayores. Así lo comprendió la propia
Isabel ese mismo año de 1492, cuando preguntó sin ambages al
estudioso Antonio de Nebrija, al presentarle éste su Gramática
española, la primera escrita acerca de un idioma europeo moder-
no: "¿Para qué sirve?" A lo que el obispo de Avila, hablando en

22
nombre del estudioso, respondió: "Majestad, el idioma es el per-
fecto instrumento del Imperio".a1
La segunda circunstancia se refiere a la naturaleza del dominio
ejercido por la corona de España en América, que hizo sentirse a
los espariolcs responsables de la conversión de los indígenas. En
virtud de tlccretos del Papa Alejandro VI, de las famosas bulas
de donacic'm de 1493, empleadas en un principio para justificar
el ejercicio del poder español en las nuevas tierras, se confió ex-
presamente a la corona de Castilla la cristianización de esas tie-
rras. Sin embrollarnos, como sucedió a los españoles, en las con-
secuencias jurídicas y morales de esos pronunciamientos del Papa.•
se puede estar cierto de que los españoles tuvieron que determi-
nar la naturaleza y capacidad de los indios antes de proceder le-
gítimamente a la conquista o a la cristianización.
La mayoría de los españoles, cualquiera que fuese su actitud
respecto a los indios, sentía en general profunda preocupación
por ellos. Los reyes y el Consejo de Indias instituyeron oficial-
mente prolongadas encuestas acerca de su naturaleza, tanto en
Espafía como en América. Pocos fueron los personajes importan-
tes de la conquista que no emitieron su opinión sobre la capaci-
dad de los indios para absorber el cristianismo, su habilidad para
el trabajo y aptitud general para incorporarse a la civilización
europea. Los documentos disponibles contienen no sólo opinio-
nes, sino asimismo numerosas e insólitas propuestas para la pro-
tección y bienestar de los indios. Las Casas, a principios de su
carrera, propuso el envío de esclavos negros a las islas para librar
a los indios de las pesadas faenas que los aniquilaban, pero m<ís
tarde se arrepintió "porque como después vido y averiguó ser tan
injusto el cautiverio de los negros como el de los indios".82 Sin
embargo, los espaiioles nunca lucharon con tanto tesón o persis-
tencia contra la esclavitud de los negros como lo hicieron en fa-
vor de los indios, ni aun Las Casas. A pesar de su rechazo defini-
tivo del cautiverio de los negros, en 1544 poseía varios esclavos
negros, y en el siglo XVI no hay documento que revele alguna
oposición concertada a su esclavitud. ¿Por qué los españoles se
inquietaban más por los indios que por los negros? Tal vez los
pueblos ibéricos se habían acostumbrado a tener negros musul-

23
manes como esclavos, y los indios no sólo eran para ellos una no-
vedad sino que jamás habían tenido oportunidad de conocer la
fe. Los jesuitas Alonso de Sandoval y Pedro Claver trabajarían
por la causa de los negros en el siglo XVII, pero fue la angustiosa
situación del indio americano la que hizo despertar por vez pri-
mera la conciencia moral del mundo moderno.ss
Muchos hombres fueron contratados y numerosos métodos em-
pleados para tratar de ayudar a los indios americanos. En el mis-
mo mes (mayo de 1550) en que se inició el más famoso debate
sobre la naturaleza de los indios, un sevillano -Cristóbal Muñoz-
obtuvo del rey un contrato para llevar 100 camellos al Perú, a
fin de evitar que los indios soportaran cargas pesadas a través de
los Ancles.34 Los archivos de España y América abundan en docu-
mentos absorbentes acerca de lo que los conquistadores pensaban
del pueblo conquistado en este primer y vasto encuentro de razas
de los tiempos modernos. La cantidad y calidad de la informa·
ción disponible no tiene igual en los anales de cualquier otra
nación colonizadora, y no ha sido todavía plenamente utilizada
por los antropólogos.
A medida que los conquistadores y clérigos avanzaban en Amé-
rica, incómodamente asociados, para realizar el doble propósito
impuesto por la corona, cual era el dominio político y la conver-
sión religiosa, los hechos irreductibles y las convicciones teol<Sgi-
cas chocaron con violencia. Individuos y diferentes facciones
-eclesiásticos, soldados, colonos y funcionarios reales en América,
como también hombres de acción y pensamiento en España-
continuamente hicieron oir su voz durante el siglo XVI en un
estridente coro de consejos antagónicos a los reyes de España y al
Consejo de Indias. Cada hombre, cada facción, sostenía una pro-
funda convicción acerca de la naturaleza ele los indios y todos ge·
neralizaban respecto ele ellos como si se tratase de una sola raza.
En sus propias opiniones sobre los indios fundamentaban una
recomendación en favor de alguna política oficial que presiona-
ban ante las autoridades de España como la única solución ver-
dadera que de una vez por todas colocaría las Indias sobre una
base sólida e inexpugnable. La corona consideró todas esas reco-
mendaciones y decidió, por encima de individuos y facciones, ce-

24
losa de sus prerrogativas y resuelta a impedir el desarrollo de una
aristocracia poderosa y turbulenta, como la que acababa de des-
truirse mediante los esfuerzos infatigables de Fernando e Isabel.
Fueron, pues, el emperador Carlos V y sus consejeros quienes de-
cidieron, en último término, la doctrina que se aplicaría a los
indios americanos. En los febriles días de los albores de la con-
quista, cuando hasta los curtidos conquistadores tenían sueños
extraños y el Nuevo Mundo era, para la mayoría de los hombres,
un lugar de maravilla y encantamiento, poblado de gente miste-
riosa y deslumbrante, no sorprende que aun la antigua teoría de
Aristóteles, de que algunos hombres nacen esclavos, se considerase
aplicable a los indios desde las costas de Florida al lejano Chile.

25
11

ARISTOTELES Y AMERICA HASTA 1550

EL PERÍODO del descubrimiento se considera ahora como una de


las épocas de mayor actividad intelectual de la historia. Como ha
hecho notar el filósofo argentino, Francisco Romero: "se inaugu-
ra en ella una nueva filosofía, una nueva visión del cosmos, una
nueva ciencia de la naturaleza". 1 La inmensidad y los fenómenos
naturales de las nuevas tierras ejercieron especial influencia so-
bre la mente de los hombres. Los europeos descubrieron "más te-
rritorio en 75 años que en el milenio anterior". 2 Cuando los por-
tugueses regresaron trayendo negros de Guinea se hizo evidente
que debían revisarse las opiniones de Estrabón y Plinio, quienes
habían declarado que la zona ecuatorial era inhabitable. Copérni-
co declaró que la existencia de las islas descubiertas por los por-
tugueses confirmaba sus especulaciones sobre la esfericidad de la
tierra. 3 El efecto de la conquista de América por España no se
limitó a los círculos eruditos, pues fue también un movimiento
popular que permitió tanto el florecimiento de las ideas fantásti-
cas del pueblo como el preciosismo literario. Algunos de los con-
quistadores eran sencillos, otros sofisticados y muchos procedían
de las esferas bajas de la sociedad. Los voluminosos registros de
los pasajeros oficialmente autorizados para emigrar, demuestran
que hombres de toda suerte y condición llegaban a América, no
sólo acaudalados cortesanos y nobles que, como era de suponer,
poseían los conocimientos y la literatura de la época. 4
De todas las ideas surgidas durante los primeros y tumultuosos
años de la historia de América, ninguna más dramáticamente em-
pleada que la de tratar de aplicar a los aborígenes allí establecidos
la doctrina aristotélica de la esclavitud natural: que la naturaleza
destina una parte de la humanidad para ser esclavos al servicio
de amos nacidos para llevar una vida de virtud exenta de trabajo
manual. Las autoridades letradas, como el jurista español Juan
Ginés de Sepólveda, no sólo sostenían esta teoría con gran perti-
nacia y erudición, sino que también llegaban a la conclusión de

26
que los indios eran, de hecho, seres tan rudos y brutales que la
guerra contra ellos para permitir su cristianización era no sólo
conveniente sino justa. Numerosos eclesiásticos, incluso el famoso
apóstol de los indios, el sacerdote dominico, Bartolomé de las
Casas, se oponían desdcñosamente a esta idea, invocando tanto el
derecho divino y natural como su propia experiencia en América.
La controversia se intensificó en tal forma y la conciencia del rey
estaba tan perturbada por la cuestión de cómo proseguir ia con-
quista de las Indias de manera cristiana, que Carlos V suspendió
todas las expediciones a América mientras una junta de los más
flistinguidos teólogos, juristas y oficiales se reunía en la real ca-
pital de Valladolid para escuchar los argumentos de Las Casas y
Sepúlveda. Todo esto ocurría en 1550, después que Cortés hubo
conquistado México, Pizarra destrozado el imperio inca y que
muchos otros capitanes menos conocidos llevaron los emblemas
españoles a lejanos rincones del nuevo mundo.
La iclca de que alguien en el mundo realizara el trabajo manual
atrajo vigorosamente a los españoles del siglo XVI, a quienes sus
antepasados medioevales, que lucharon por siglos para liberar a
España de los musulmanes, habían transmitido el gusto por las
glorias militares y las conquistas religiosas y una aversión por el
trabajo físico. Y cuando esta doctrina se relacionó con el concepto
de que los seres inferiores también se benefician mediante la labor
que realizan para su superiores, tal teoría difícilmente podía per-
feccionarse desde el punto de vista de la clase gobernante. El
Nuevo Mundo ofrecía un rico campo para los audaces e ingenio-
sos españeles, dispuestos a luchar valerosamente y, en caso nece-
sario, a morir por forjar un pedazo de imperio para ellos y al
mismo tiempo impulsar el cristianismo y servir a su rey. Pero no
estaban dispuestos a establecerse como agricultores para cultivar
el suelo, o como mineros para extraer oro y plata de las entrañas
de la tierra. Ese trabajo correspondía a los indios. Cuando no fue
posible obtener aborígenes, los españoles se quejaron al rey. En
una ocasión, los ediles de Buenos Aires informaron al rey que
la situación era tan mala que Jos españoles tenían que cavar la
tierra y sembrarla para poder comer. Y en otra ocasión, un espa-
ñol con diez años de experiencia en América, dejó constancia de

27
que había visto a hidalgos morirse de hambre en Honduras en
1536, y a otros caballeros españoles echar la simiente "con sus pro-
pias manos", algo que jamás había visto.5 En un principio, algu-
nos de los españoles extraían oro ellos mismos en las islas, pero
después ni aun el campesino más rudo usaba sus manos, según Las
Casas.6 A través de todo el período colonial y en todas las tierras
colonizadas por España prevaleció esa misma actitud. Juan de
Delgado, que a mediados del siglo XVIII escribía acerca de las
islas Filipinas, hace constar idéntica reacción: "¿quiénes son los
que nos sustentan en estas tierras y los que nos dan de comer?
¿Acaso los españoles cavan, cogen y siembran en todas estas islas?
No, por cierto: porque en llegando á Manila, todos son caballe
ros". Se ve en ello la extensión, a todos los españoles de las Indias,
del concepto del "caballero" que sólo unos cuantos privilegiados
ostentaban antes en el país de origen, idea que algún especialista
en sociología histórica podrá desarrollar algún día con abundan-
cia de detalles curiosos y divertidos.
John Major, profesor escocés en París, fue el primero en aplicar
a los indios la doctrina aristotélica ele la esclavitud natural. Tam-
bién aprobó la idea de que el empleo de la fuerza debía ser preli-
minar a la prédica de la fe, y publicó estas convicciones en un
libro aparecido en París en 1510.s Al año siguiente, 1511, un sa-
cerdote dominico llamado Antonio de Montesinos pronunció
un sermón revolucionario en una rústica iglesia situada en la isla
Española en el Caribe. Refiriéndose al texto "Ego vox clamantis
in deserto", Montesinos formuló la primera protesta importante
contra el trato dado a los indios por sus conciudadanos españoles,
preguntando: "Estos ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racio-
nales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos?"
Este sermón pronunciado en América provocó de inmediato una
controversia en Burgos, España, que dio origen a los primeros dos
tratados españoles sobre problemas referentes a los indios y a la
redacción del primer código para el trato de los indios por los
españoles. Merece mencionarse el hecho de que uno de los trata-
dos, por el sacerdote Matías ele Paz, titulado De dominio regum
Hispaniae super Indos, es no sólo el primer estudio de esta mate-
ria por un dominico, sino también la primera declaración cono-

28
cida de que los indios americanos no son esclavos en el sentido
aristotélico.
Las leyes de las Indias suelen citarse para demostrar las inten-
ciones bondadosas de los monarcas españoles respecto a los indios,
y en efecto lo hacen, pero revelan, asimismo, otros asuntos im-
portantes.9 Las leyes de Burgos, promulgadas en 1512, no sólo
incluían disposiciones acerca del trabajo de los indios~ su cristia-
nización y el alimento, ropa y camas que debía proporcionárseles,
sino que también la ley NQ 24 dispone significativamente: "orde-
namos que persona ni personas algunas no sean osados de dar
palo ni azote ni llamen perro ni otro nombre a ningún indio sino
1 cl suyo propio". Un estudio latinoamericano señaló una vez que
en esos días se llamaba "perro" a un indio como el estudiante
universitario americano emplea afectuosamente el apodo de su
compañero para llamarlo. Se sospecha, sin embargo, que la ley
refleja fielmente la actitud despectiva hacia los indios de muchos
españoles durante esos primeros y turbulentos días y que el epí-
teto fue adaptado para América de la frase vituperiosa "perro
moro", comúnmente aplicada a los musulmanes.
En 1513 se planteó otro problema, el de cerciorarse que las
conquistas proseguían con arreg_!9 a principios cristianos y justos;
como resultado de est~ _s~ a,.d9ptó l_a f_aríi()sa d~da,ración jurí-
dica denominada -~~iuerimieri~. que debía s_e r ofjcialmen:te
leida a los indios antes c:¡ue los_conquistadores pudieran legalmen-
te emprender fas hostilidades.10 La lectura -de este manifiesto
asombra hoy día. Empieza con una breve historia dehri~ndq des-
tle su creación y una reseña sobre el establecimiento-del Papado,
que conduce por cierto a una descripción de la donación por Ale-
jandro VI de "estas islas y tierra firme del Mar Océano" a los
reyes de España. Se exige a los indi_~ g_~e reconozcan a su señoría
ia
y permitan que se les pre<lrque fe. Si acceden a ello todo mar-
chará bien. Si no lo hacen, ei Requerimiento menciona las medi-
1las punitivas que los españoles adoptarán sin demora. Invadirán
la tierra llevando el fuego y la espada, subyugarán a los habi-
lantes por la fuerza y, para citar ese documento, que _~ue leído a
1111mcrosos indios asustados~ en un idioma que no compreiidiari: -
y
"Tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, como tales

29
los venderé y dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os
tomaré vuestros bienes y os haré todos los daños que pudiere,
como a vasallos que no obedecen".
La primera aplicación concreta e importante de la doctrina
aristotélica de la esclavitud natural se efectuó en 1519, al produ-
cirse, en Barcelona, un debate entre Juan Quevedo, obispo de
Darién, y Las Casas, que fue presenciado por el joven emperador
Carlos V. No se había invocado a Aristóteles para justificar la
esclavitud en la España medioeval, de modo que Las Casas cami-
naba por terreno desconocido. Pero siguió avanzando y denunció
tanto a Quevedo como a Aristóteles, diciendo de este último que
"el Filósofo era gentil y está ardiendo en los infiernos, y por ende
tanto se ha de usar su doctrina, cuanto con nuestra sancta fe y
costumbre de la religión Católica conviniere".11 Cuando Las Ca-
sas se expresó en tal forma contra Aristóteles, era un hombre
maduro de más de 4-5 años de edad, uno de los antiguos residentes
en América, que se había convertido a la causa de los indios cinco
ailos antes. Pero no había estado sometido a la disciplina e ins-
trucción de la orden de Santo Domingo, a la que ingresaría en
1522, en un período de profunda desilusión por el fracaso de su
plan para colonizar tierra firme con trabajadores honrados y te-
merosos de Dios que ayudarían a los indios en lugar de opri-
mirlos.
Aristóteles tenía enemigos en España, pero en 1519 Las Casas
argumentaba más con el corazón que con la cabeza. Acababa de
llegar de las islas del Caribe a protestar contra la aprobación dada
por el rey para traer indios de otras islas a trabajar en las minas
y en las haciendas de Española. Debido al asesoramiento erró-
neo del consejo, el rey había firmado las órdenes, "como si fueran
los hombres racionales alguna madera que se cortara de árboles,
y la hobieran de traer para edificar en esta tierra, ó quizá mana-
das de ovejas ú otros animales cualesquiera, que aunque muchos
murieran en el camino por mar, poco se perderá". Las Casas, en
cambio, insistía en que los indios eran hombres racionales y como
decía en un tratado "no son santochados, ni mentecatos, ni sin
suficiente razón para gobernar sus casas".
En este primer conflicto con las ideas aristotélicas, Las Casas

110
enunció el concepto básico que había de guiar todos sus actos en
beneficio de los indios durante el restante período de casi medio
siglo de su apasionada vida: "Nuestra religión cristiana es igual
y 11c adapta a todas las naciones del mundo y a todas igualmente
rcscibc y a ninguno quita la libertad ni sus señoríos ni mete
debajo de servidumbre, so color ni achaques de que son siervos a
natura o libres como el reverendo obispo parece que significa".
M<is tarde en Valladolid, Las Casas mostrará más respeto por
Aristóteles, quien, después de todo, era el filósofo principal del
Renacimiento y cuyas ideas prepararon el fundamento filosófico
clcl catolicismo. Pero aun en este primer contacto con la doc-
•Jrina de la autoridad constituida, Las Casas demostró la indepen-
dencia de su pensamiento. No dio su apoyo a la esclavitud, aun-
<Jlle San Agustín la había sancionado y en verdad sostenido que
110 sólo no era impedimento para la virtud, sino que ofrecía una
oportunidad única para la práctica de ciertas virtudes como la
humildad, el perdón, la modestia, obediencia y paciencia.12 En
1519, en Barcelona, Las Casas rechazó la opinión predominante
en la Edad Media acerca de la esclavitud, según la cual las des-
igualdades e injusticias debían ser aceptadas como parte del pro-
grama de Dios para la regeneración de la especie humana1s. Nada
aprendió u observó en los años transcurridos entre las controver-
11ias de 1519 y 1550 que lo hicieran modificar su tesis fundamental
ele que el cautiverio de los indios americanos era injusto y que los
más poderosos soportes para su doctrina eran la iglesia católica y
Dios. Pero esta primera polémica suscitada en Barcelona no pare-
ce haber ejercido gran influencia en el rumbo de la lucha sobre el
carácter indio que continuó preocupando a los españoles.
A principios de la conquista, los españoles trataron de distin-
guir entre los feroces caribes, supuestos caníbales, y otros indios.
Si se juzgaba que los aborígenes eran caribes, podían ser comba-
Lhlos sin piedad y lícitamente esclavizados. El material manuscrito
11ohrc este tema que aguarda al historiador antropólogo es am-
plio1• y requiere estudio, pues ahora parece que si bien algunos
rnribcs se alimentaban de carne humana, los traficantes de escla-
vos del siglo XVI tendían a aplicar el término "caribe" en forma
111d11 bien vaga. Grande fue la agitación de los indios de las costas

31
tropicales del Caribe cuando vieron a los españoles acercarse con
un notario público listo para tomar declaraciones de que comían
carne humana, y se cita el caso de indios que mataron a sacerdo-
tes por haber dado a un capitán español un pedaño de papel
que, según ellos, contenía una declaración oficial del canibalismo
indio. Más tarde, Fray Fernando de Carmellones informó al Con-
sejo de Indias, en una carta mordaz sobre la conversión y trato de
los indios, que "si allá dize ven que se comen los frailes, téngalo
Su Alteza por burla". 15 Juan de Castellanos, el poeta del siglo
XVI, declaró que los caribes habían recibido ese nombre, no por
ser caníbales, sino por defender con ahinco sus hogares.
Sin embargo, la mayor parte de las controversias giraba en
torno a indios que no eran caribes. Juan de Zumárraga, fran-
ciscano y obispo de México, tuvo notable actuación en este con-
flicto de ideas por el mero hecho de creer que los indios eran
seres racionales cuyas almas podían salvarse.10 Cada uno de sus
aportes a la cultura mexicana se basa en esa convicción, desde
el establecimiento del famoso colegio para niños en Tlatelolco y
la escuela para niñas indias en Ciudad de México, la introducción
de la primera imprenta en América, el movimiento en favor de la
creación de una Universidad en México, hasta la escritura de
libros para indios. Indicio del acerbo y abierto conflicto que hizo
furor sobre el tema en 1537, un año después de que Zumárraga
estableciera la escuela para indios en Tlatelolco, es el hecho de
que el Papa Paulo III estimó necesario expedir la famosa bula
Sublimis Deus, en que declaró que los indios no debían tratarse
"como brutos creados para vuestro servicio'', sino como "verda-
deros hombres ... capaces de entender la fe católica". Y el Papa
ordenó que "tales indios y todos los que más tarde se descubran
por los cristianos, no pueden ser privados de su libertad por
medio alguno, ni de sus propiedades, aunque no estén en la fe
de Jesucristo... y no ser{m esclavos". 1 7
Las Casas manifestó el mismo espíritu que Zumárraga, su ami-
go de toda la vida, al insistir que se diese a los indios adecuada
instrucción en los rudimentos de la fe antes del bautismo. En
caso de urgencia, como el de niños a quienes soldados españoles
habían sacado las entrañas en Cuba, Las Casas estaba dispuesto a

82
bautizarlos sin instrucción antes de que murieran.1 ª En circuns·
tandas normales, quería que los indios comprendieran la fe antes
de aceptarla. Otros misioneros, en especial los franciscanos, no
conceclJan igual importancia a la educación minuciosa, creían
en el bautismo en masa, rociaban con agua bendita la cabeza de
los indios hasta que sus fuerzas flaqueaban y mantenían impre-
sionantes estadísticas sobre el bautismo, por ejemplo más de 4
millonc11 de almas en México, desde 1524 a 1536.1' La cifra máxi-
ma se nkanzó en Xochimilco, donde dos franciscanos bautizaron
a 15.000 indios en un solo día. Tales personas se impacientaban
con Las Casas, quien deseaba cerciorarse que cada indio recibía
¡clccuada instrucción en la fe antes del bautismo. Por otra parte,
ilgunos sacerdotes se impacientaban con los indios por la lenti-
tud con que aprendían el catecismo. Uno de los primeros mi-
sioneros en México, el franciscano Marún de Valencia, que
golpeaba a los indios para acelerar el proceso de su aprendizaje,
nunca parecía satisfecho con la habilidad de los indios y poco
antes de su muerte, en 1531, proyectaba zarpar del Itsmo de
Tehuántepec hacia tierras al otro lad~ del Pacífico, donde espe-
raba encontrar hombres de "grande capacidad"20, pensando tal
vez en los cuentos relatados por viajeros medioevales de la corte
llel Gran Khan y otros maravillosos lugares del Oriente. En
general, sin embargo, los sacerdotes realizaban sus actividades mi-
sioneras con optimismo y la firme convicción de que las almas
de los indios constituían la verdadera plata que se extraería de las
lndias.21 Vasco de Quiroga estaba convencido de que los indios
continuaban viviendo en la edad de oro, mientras que los eu-
ropeos habían decaído. 22 Aunque en Europa la iglesia estaba en
vlas de ser destruida, o por lo menos, era impugnada por Lutero,
era fuerte en ellos la resolución de ver una nueva y más poderosa
iglesia en América. Un dominico con ideas un tanto exaltadas
llegó a exP.resar la opinión de que la iglesia en Europa había
llegado a su término, que los indios eran los elegidos de Dios y
que la iglesia que establecieran en el Nuevo Mundo duraría un
milenio.2a
Pero los conflictos sobre el bautismo continuaron desarrollán-
dose en suelo americano. Además de los problemas suscitados por
los dominicos y agustinos acerca de los métodos bautismales de los
franciscanos, se planteó también el de si los sacerdotes tenían
derecho a bautizar. Un edicto inédito del Papa Paulo 111, de fe-
cha 21 de febrero de 1539, parecería indicar que algunos francis·
canos tuvieron escrúpulos sobre este punto, pues hicieron que su
protector en Roma, el cardenal Francisco de Quiñones, les pidiera
autorización para practicar la ceremonia del bautismo.24 En 1546,
Las Casas provocó una escena dolorosa en el monasterio francis·
cano de Tlaxcala cuando Fray Toribio de Benavente, conocido
con el nombre de Motolinía, le pidió que bautizara a un indio
ya que los reglamentos vigentes le prohibían hacerlo. El indio de
marras había venido desde muy lejos para ser bautizado, y Las
Casas se atavió debidamente para realizar la ceremonia. Pero al
descubrir que el indio no estaba preparado para ella, rehusó
seguir adelante, con gran disgusto para Motolinía, quien nunca
olvidó ni pcrdonó.25 Las Casas, por su parte, recordó por mucho
tiempo la actitud y doctrina de Motolinía, pues el franciscano
creía que la fe debe predicarse con rapidez, aunque "sea por fuer-
za, que aquí tiene lugar aquel proverbio: Más vale bueno por
fuerza, que malo por grado". 2º Esta idea era anatema para Las
Casas, de quien se dice que hizo sentir su influencia para evitar
que Motolinía obtuviera un obispado, acto que amargó para
siempre al mencionado franciscano.21
Las Casas y Motolinía pensaban igual en muchos aspectos im-
portantes en cuanto a asuntos indígenas. El misionero franciscano
elogiaba entusiastamentc la habilidad de los indios para apren-
der el español, el latín y "todas las ciencias, artes y oficios que les
han enseñado". Su Historia de los indios de la Nueva España
contiene un capítulo acerca "Del buen ingenio y grande habili-
dad que tienen los indios". Eran particularmente aptos para la
música, y un cantante indio de Tlaxcala compuso una misa com-
pleta que fue aprobada por músicos experimentados de Castilla.
En un mes, un joven indio de Tehuacán había enseñado a otros
a desempeñarse en forma aceptable en misas, vespertinas, him-
nos, motetes y el Magnifícat. 2 ª Motolinía también denunció la
crueldad de los espafioles para con los indios de manera acerba
y general, que hace pensar en una de las fulminaciones de Las

34
Casas. Seí\alaba que los aborígenes que morían en el trabajo de
las minas "no se podrían contar", que el servicio en Oaxaca era
tan destructivo que por una legua a la redonda no se podía ca-
minar sino sobre cadáveres o huesos, y que los pájaros que allí
acudían a escarbar eran tan numerosos que oscurecían el cielo.211
Según Motolinfa, sólo aquél que pudiera contar las gotas de agua
en un temporal o los granos de arena en el mar, sería capaz de
contar el número de indios muertos en las tierras devastadas
tle la islas del Caribe.ªº El propio Las Casas no formuló ninguna
declaración más apremiante que ésta. Pero evidentemente había
llegado a convencerse que las opiniones de Motolinia sobre el
\autismo eran erróneas, y estos dos destacados sacerdotes del pe-
ríodo de la Conquista no eran amigos, sino enemigos.
Las controversias sobre el bautismo aumentaron en número e
intensidad. La oposición de Las Casas al bautismo fácil era tan
enérgica que la querella fue llevada de México a España para
ser allí resuelta. Carlos V decidió referir el asunto al dominico
Francisco de Vitoria y a un grupo de otros teólogos notables de
la Universidad de Salamanca, quienes en 1541 apoyaron unáni-
memente la opinión de que los indios debían ser instruidos antes
del bautismo.81 Vitoria, en sus famosas conferencias dictadas en
Salamanca, en las que demostró ser uno de los más grandes pen-
sadores del siglo, defendió también a los indios de la acusación
de insensatez.32 Debe haber habido muchos que aplicaban a los
indios la doctrina aristotélica de la servidumbre natural, porque
Vitoria en De lndis la analiza y refuta mucho antes que Sepúl-
veda la adopte.ªª "Porque en realidad no son amentes, sino que
a su modo tienen el uso de la razón", afirma Vitoria. "Y es ma-
nifesto. Porque tienen establecidas sus cosas con cierto orden,
puesto que tienen determinados matrimonios, magistrados, seño-
res, leyes, artesanos, mercados, todo lo cual requiere uso de
ra7.ón. Adémás tienen también una especie de religión".8•
Difícil es, sin embargo, destruir ideas con pronunciamientos
universitarios o incluso con bulas pontificias. Así pues, el domi-
nico Juan Ferrer se sintió obligado a preparar y presentar al Papa
Paulo III un tratado sobre arqueología mexicana, destinado a
diaipar, de una vez por todas, las persistentes dudas acerca de la

55
racionalidad de los indios describiendo su arquitectura restante,
su idioma y literatura, y la vívida representación jeroglífica de su
historia. 3 ~
En 1549 un sacerdote dominico, Domingo de Betanzos, que
había sido por muchos años misionero en América, ofreció un
ejemplo significativo de la preocupación de los españoles por la
naturaleza de los indios. Bctanzos, hombre ya entrado en años,
vaciló en su primitiva convicción de que los indios eran tan inca-
paces como los niI-:os y que jamás debían prepararse para el
sacerdocio. Les había aplicado el término de "bestias" en un
memorial escrito, presentado afios antes al Consejo de Indias.
Ahora, en su lecho de muerte en Valladolid, Betanzos jura ante
un notario que ha errado en sus observaciones respecto de los
indios "por no haber sabido su lenguaje o por otra ignorancia'', y
oficialmente abjura las declaraciones contenidas en la citada me-
moria.86 Esto sucede precisamente un año antes del altercado
entre Las Casas y Sepúlveda, en esa misma ciudad, acerca de si
los indios eran esclavos naturales. Algunos estudiosos aseveran
hoy día que Betanzos y otros que hablaban severamente de los
indios no deseaban significar que fuesen realmente bestias en el
sentido filosófico, verdadero y lato, del vocablo, y esto puede
ser cierto, aunque es imposible ahora saber exactamente lo que
querían decir.37 No obstante, parece evidente que algunos espa-
ñoles -incluso eclesiásticos- tenían una opinión muy baja del
carácter y capacidad de los indios, por cuya salvación habían
abandonado sus hogares y viajado millares de kilómetros. Y, efec-
tivamente, el problema de la verdadera naturaleza de los indios
preocupa y desconcierta a muchos españoles a través del siglo
XVI, y pasa a ser uno de los principales puntos controvertibles
de la conquista española, que divide y amarga por igual a con-
quistadores, eclesiásticos y administradores.
¡Cuán diferente era la actitud de Zumárraga de la de su confe-
sor Betanzosl En opinión de aquel, los indios eran pobres e
ignorantes, pero no era ésa razón para no servirlos. Un ejemplo
sencillo de tal actitud es el encuentro entre Zumárraga y ciertos
españoles seculares de México, quienes le recomendaron encare-
cidamente no tener tanto trato con los sucios y desarrapados

36
indios. "Mire vuestra señoría, señor reverendísimo, que estos in-
dios, que andan tan desarrapados y sucios, dan de sí mal odor. Y
como vuestra señoría no es mozo ni robusto, sino viejo y enfer-
mo, le podría haver mucho mal el tratar tanto con ellos". A lo
cual el obispo respondió indignado: "Vosotros sois los que oléis
mal y me causáis con vuestro ·mal olor asco y desgusto, pues
busc¡\is tanto la vana curiosidad, y vivís en delicadezas como si no
fuésedes cristianos; que estos pobres indios me huelen á pií al
cielo, y me consuelan y dan salud, pues me enseñan la aspereza
de la vida y la penitencia que tengo de que hacer si me he de
salvar".ªª
' La opinión que los indios tenían de sus conquistadores sólo
puede ser objeto de conjeturas basadas en informaciones frag-
mentarias y dispersas. En 1508 los indios de Puerto Rico decidie-
ron determinar si los ·españoles eran o no mortales, sujetándolos
bajo el agua para ver si se ahogaban.aD El artista holandés Theo-
dore DeBry, describe este notable experimento, así como también
escenas de indios ahorcándose o tomando veneno en actos de
suicidio en masa, causados por la profunda conmoción que les
producía el derrumbe de su cultura. Colonos españoles informan
que el terror inspirado por Nuño de Guzmán fue tan grande en
México alrededor de 1580, que los indios se abstenían de tener
relaciones con sus mujeres, porque sus hijos serían irremediable·
mente esclavos.•º Más tarde, Girolamo Benzoni, dado al chisme
y ya entrado en afíos, relata que en Nicaragua un cacique anciano
llamado Don Gonzalo, le preguntó: "¿Qué es un cristiano, qué
son los cristianos? Piden maíz, miel, algodón, mujeres, oro, plata;
Jos cristianos no quieren trabajar, mienten, juegan; son perversos
y juran".•t En el Perú, Benzoni escribía que los espafioles come-
tían tales crueldades que los indios "no sólo jamás creerían que
somos cristianos e hijos de Dios, de lo que nos jactamos, sino ni
siquiera que hemos natido en esta tierra o que hemos sido gene-
rados por un hombre y nacido de una mujer; animal tan fiero,
concluían, debe ser descendiente del mar".42 Nunca se sabrá cuán
representativas son estas opiniones de los indi~, ya que la his·
toria de la conquista espafiola fue escrita, en su mayor parte,
exclusivamente por los conquistadores.

57
Sin embargo, ya sea que los españoles alabaran o depreciaran
la habilidad y realizaciones de los indios, estaban ciertos de que
los aborígenes serían mejores una vez cristianizados. En América,
no se ha encontrado incidente alguno comparable a la expe-
riencia de ciertos sacerdotes rusos del siglo XIX, quienes descu-
brieron en las islas del mar de Bcring una tribu que vivía casi
en tan completa armonía con el evangelio de Cristo, que los
misioneros confesaron que era mejor dejarlos solos. 4 ª Ningún
español dudaba de la necesidad de que los indios recibieran el
mensaje cristiano, aunque en el fondo pudiera haber franco des-
acuerdo entre ellos acerca del modo de comunicarlo. Había ecle-
siásticos que consideraban que algunos indios eran incapaces de
aprender la doctrina cristiana. Desacuerdos básicos sobre estos y
otros asuntos fundamentales eran comunes en todas partes del
imperio. Domingo de Santo Tomás anuncia, por ejemplo, en el
prólogo de su Gramática, o arte de la lengua general de los indios
del Perú, que su principal intención era demostrar, exponiendo
las bellezas y sutilezas del idioma de los indios, la falsedad de la
idea de que los indios peruanos eran bárbaros. 44 También pro-
testó al Consejo de Indias, en una enérgica denuncia fechada en
l 9 de julio de 1550 en Lima, Perú, que a los indios se les trataba
en forma inhumana, como '"animales brutos y aún peor que al
asno". 45
Exactamente un mes después, Sepúlveda invocaba la autoridad
de Aristóteles en Valladolid para estigmatizar a todos los indios
del Nuevo Mundo como esclavos naturales. No era ésta la des-
cripción casual o jocosa de los indios como '"perros", que fuera
prohibida por las leyes de Burgos en 1512. Se trataba de una
acusación más amplia y que condujo a la última gran controver-
sia sobre asuntos indígenas en España. En el detenido examen
que se hará a continuación acerca de la disputa de 1550 entre Las
Casas y Sepúlveda, en Valladolid, se verá que inevitablemente
esta gran polémica sobre la naturaleza de los indios americanos
se relaciona, efectivamente, con todo el problema del dominio
español en América.

58
I II

COMIENZA EL CONFLICTO ENTRE LAS


CASAS Y SEPULVEDA, 1547-1550

ERA POSIBLE que Las Casas se encontrase en Valladolid en 1550


para enfrentar a Sepúlveda, pues aquél había regresado a España
por última vez en 1547, a la edad de 73 años, después de casi
medio siglo de experiencia en asuntos indígenas; período que
culminó con sus servicios como Obispo de Chiapa en el sur de
México. 1 Ahí había suscitado la ira de aquéllos de sus feligreses
que mantenían indios y disfrutaban de sus servicios y tributos
bajo el sistema de encomienda, al insistir en que los españoles
que tenían indios cautivos sólo podían confesarse conforme a
ciertos reglamentos estrictos que él mismo había redactado. Si
este Confesionario se aplicara rigurosamente, serían pocos los en-
comenderos absueltos. Tomás López, funcionario real enviado a
Chiapa a castigar a quienes habían maltratado a los dominicos
durante el período en que Las Casas sirviera como obispo, com-
probó que algunos espafioles no se habían confesado durante cin-
co o seis años y que otros habían muerto implorando en vano
los últimos ritos de la Iglesia.2 En revancha, los encomenderos
habían ejercido presión sobre los indios, a fin de que no propor-
cionaran alimentos a los sacerdotes ni trabajaran en la construc-
ción de monasterios, y a veces amenazaban a los sacerdotes con
la violencia física. 3
Durante su último año como obispo, Las Casas se enteró con
horror de la revocación de algunas de las famosas nuevas leyes
por las cuales luchara con tanto tesón en 1542. El sistema de en-
comienda, que las nuev~s leyes habrían eventualmente abolido,
continuaría después de todo y los encomenderos estaban ahora
dispuestos a comenzar una vigorosa campaña para perpetuar esas
concesiones, agregando, de ser posible, la jurisdicción civil y cri-
minal sobre los indios. El conflicto sobre la perpetuidad de di-
rho sistema ensombreció muchos otros problemas indígenas.
Cuando Las Casas llegó a España en 1547, empezó a organi-

39
zarse para la lucha. Los indios de Oaxaca, en México, dieron 'a
él y a su constante compañero, el sacerdote Rodrigo de Andrada,
autoridad legal para representarlos ante el Consejo de Indias,4 y
los indios de Chiapa hicieron lo mismo.5 Más tarde, en el Perú,
Domingo de Santo Tomás organizó a los indios de ese territorio a
fin de autorizar a Las Casas para ofrecer a Felipe II una impor-
tante suma de dinero a los efectos de negar la perpetuidad. Fue
en realidad un cheque en blanco, pues Las Casas ofrecería más
dinero que los encomenderos, por muy elevada oferta que hicie•
ran por tal privilegio. Debido a maniobras como ésta, los histo-
riadores destacan las cualidades de Las Casas como político.e
Su poderosa influencia en la corte se reconoció en esos años, ya
que, según se sabe, el Virrey de la Nueva España, Luis de Velasco,
pidió a Las Casas que lo ayudara a obtener un aumento de
sueldo. 7 Las personas que tenían algún nombre que proponer
como posible sucesor del virrey, también escribían a Las Casas,ª y
Baltasar Guerra, de Chiapa, comprobó que la Corona había anu-
lado la concesión de una encomienda a Juan, su hijo natural, por
haber dicho Las Casas que sus indios eran tratados injustamcn-
te.9 En esos años, en las reales órdenes se describe al veterano
sacerdote como "viejo y quebrantado", pero nunca disminuyó el
recio e impetuoso ritmo de su actividad.lo Continuó inalterable
el celo con que contrataba misioneros trabajadores y empeñosos,
y a juzgar por el número de órdenes reales que inspiró y la can-
tidad de proyectos en que tuvo participación durante los cinco
años después de su regreso definitivo a Espafia en 1517, es evi-
dente que fue éste el período más productivo y agitado de su
vida. En esos años también redactó los tratados impresos en Sevi-
lla en 1552 y 1553, que han dado a conocer sus ideas al mundo.
Durante sus últimos meses en América, Las Casas, en fonna
característica, se vio envuelto en un acerbo debate sobre su trata-
do, que lleva por título Del único modo de atraer a todos los
pueblos a la verdadera religión. El método que proponía era la
persuasión pacífica y al trasladarse en 1544, a una edad avanzada,
al pobre y relativamente insignificante obispado de Chiapa, uno
de sus principales objetos fue prestar su influyente apoyo a la
labor que trataban de realizar sus hermanos dominicos para pre-
clicar la fe en la provincia de Vera Paz sin recurrir a la fuerza.
Este intento, la í1ltima gran empresa que cautivó su atención en
América, consigna lo que desde muchos puntos de vista fue su
más importante concepto de la adecuada relación entre españoles
e indios. Insistía en que los indios debían ser cristianizados única·
mente por medios pacíficos, sin soldados ni fuerza, sólo median-
te la persuasión del evangelio predicado por hombres piadosos.
Antes de salir de América por última vez, Las Casas participó en
una turbulenta reunión en Ciudad de l\'léxico, acerca del carácter
del dominio español, en la que condenó como "perversa, injusta
r tiránica", la guerra contra los indios, ya fuese para convertirlos
o para eliminar obstáculos a los misioneros que predicaban la fe.11
Al regresar a España en 1547, Las Casas descubrió que Juan
Ginés de Sepúlveda había preparado un tratado en el que inten-
taba probar que las guerras contra los indios eran justas, e inclu-
so, constituían una medida preliminar necesaria para su cristiani-
zación. El manuscrito había sido hecho bajo los auspicios del
Presidente del Consejo de Indias, quien estimuló a Sepúlveda a
escribir un libro sobre el problema indio, asegurándole "que
haría un servicio a Dios y al rey". Sepúlveda se puso a ila obra de
inmediato y en unos pocos días, una versión manuscrita del trata-
do en defensa de la justicia de las guerras conu·a los indios, se
distribuía en la corte y, según su propio relato, era aprobada por
cuantos la leían. Al ser rechazado el manuscrito por el Consejo
de Indias, Las Casas declaró que Sepúlveda había tratado de in-
fluir a sus amigos en la corte para transferir la audiencia al Con-
sejo de Castilla, "donde de las cosas de las Indias ninguna noticia
se tenía", según decía Las Casas. Fue en este momento cuando
Las Casas llegó de México y, al comprender la gravedad de la
situación, provocó tal alboroto que el Consejo de Castilla se apre-
suró a remitir el delica~lo asunto a las Universidades de Alcalá y
Salamanca, donde fue discutido durante la primavera y a comien-
zos del verano de 1548. Las Casas afirma que, después de "muchas
y exactísimas disputas, determinaron que no se debía imprimir
como doctrina no sana".
Las Casas no estaba solo en su oposición a la doctrina de Sepúl-
vcda.12 Ya en 1546, Melchor Cano había escrito contra ella un

41
erudito comentario, y en 1549, Alonso de Maldonado respaldó a
Las Casas en una petición al rey. 13 Pero fue el anciano obispo
quien se puso a la cabeza de aquellos que condenaban las opinio-
nes de Sepúlveda y actuó como demandante público contra ellas.
Las Casas dio un paso atrevido al comprometer, en una lucha
de erudición, a un estudioso como Sepúlveda, pues este huma-
nista que se adelantó a socorrer a los oficiales y conquistadores
españoles, poseía una de las mentes más cultivadas de su época,
fundamentaba sus opiniones con numerosas referencias doctas y
gozaba de gran prestigio en la Corte. Durante los veinte años que
pasó ·e n Italia, Sepúlveda fue uno de los principales estudiosos
empeñado en conocer al "verdadero" Aristóteles.ª En España se
reconoció su labor cultural, y en vísperas de la batalla con Las
Casas acababa de completar y publicar en París, en 1548, su tra-
ducción al latín de la Política de Aristóteles, que consideraba su
principal contribución al saber. Era la mejor traducción publi-
cada y se consideró durante siglos como una obra indispensable. 15
Por lo tanto, cuando Sepúlveda empezó a escribir sobre América,
estaba completamente empapado con la teoría de "el filósofo",
incluso su tan discutido concepto de que ciertos hombres son
esclavos por naturaleza.
Mientras Sepúlveda presionaba a las autoridades para que
aprobaran su tratado en el que proclamaba la justicia de las gue-
rras contra los indios, Las Casas argüía con vehemencia que, por
el contrario, eran escandalosamente injustas y que debía ponerse
fin a todas las conquistas para no mancillar la conciencia del rey.
Su fórmula era precisamente la que había preconizado por años:
convertir a los indios por medios pacíficos solamente y después pa-
sarán a ser fieles súbditos españoles. Las Casas no sólo predicaba
esa doctrina, sino que se había esforzado afanosamente por lle-
varla a la práctica en Chiapa. Aunque es posible que sus éxitos
en ese campo hayan sido exagerados, los dominicos que predi-
caron la fe en ese lugar realizaron una labor considerable. La
historia del triunfo logrado por la diplomacia y la prudencia
no ha sido todavía narrada en su totalidad y tal vez nunca lo sea.
A principios del siglo XVII, el cronista dominico Antonio de
Remesa] presentó una especie de versión hollywoodense de la
conversión mediante la música y la poesía, el afortunado matri-
monio de un cacique y otros elementos románticos.U! Es curioso
11ue el renombre de Las Casas parece debilitarse ahora a causa de
estos embellecimientos hagiográficos de su admirador, aunque él
nunca reclamó para sí ninguna de las maravillosas realizaciones
descritas por Remesal.t7
La verdad es mucho más prosaica, aunque tiene algo de mara-
villoso. A pesar de la duda y constante acosamiento de españoles
seculares, la labor de persuasión pacífica continuó, vigorosamen-
te respaldada por la corte, sobre la cual Las Casas ejercía cons-
tante influencia, para que apoyara la piadosa empresa con innu-
rlterables órdenes reales. Durante el período del altercado con
Sepúlveda, por ejemplo, Las Casas, además de todas sus otras
actividades, se preocupó de inducir al rey a enviar alentadores
mensajes a los dominicos que se encontraban en el campo de
batalla en Chiapa, en que les daba seguridades de su reconoci-
miento por la notable labor que realizaban para convertir a los
indios; elogiaba su paciencia ante las provocaciones de los espa-
rioles y solicitaba más información sobre sus esfuerzos con miras
a una recompensa adecuada. 18
Sin embargo, en los años inmediatamente anteriores a la con-
troversia de Valladolid, Las Casas se dedicó principalmente a
poner término a lo que cm:isi<leraba ser la opresión de los indios
y las guerras injustas contra ellos. Las condiciones en el Nuevo
Mundo no eran adecuadas. Pedro de la Gasea había sofocado una
grave insurrección en el Perú, pero allí los españoles no estaban
dispuestos a escuchar argumentos a favor de un método pacífico
para enfocar asuntos indígenas. El infortunado primer virrey del
Perú, Blasco Núñez de Vela, que trató de aplicar las nuevas leyes
en favor de los indios en esa tierra de violencia, fue capturado
por los irritados e independientes conquistadores, quienes mos-
traron su falta de respeto a lá autoridad real no sólo matando
d virrey, sino haciendo juego con su cabeza suspendida de una
nicrda. 10 La Gasea, discreto y capaz representante del rey, había
traído la paz y restablecido la autoridad real, aunque sin hacer
rnmplir plenamente la doctrina de Las Casas.
Conocemos el estado de ánimo de Las Casas en ese momento,
gracias al reciente descubrimiento de Marcel Bataillon en el
Archivo de Indias, de una carta escrita por Las Casas a un corres-
ponsal no mencionado, posiblemente Domingo de Soto, el confe-
sor de Carlos V.2 º En un desesperado esfuerzo para convencer a
alguien cercano al emperador de la conveniencia de detener las
conquistas en América e incorporar a todos los indios bajo la
corona, Las Casas daba respuesta a objeciones previas formuladas
por su corresponsal en el sentido de que el Nuevo Mundo estaba
muy distante, e incluso misioneros piadosos ofrecían opiniones
antagónicas sobre la acción que procedía adoptar. Las Casas re-
prochaba amargamente a los franciscanos y mercedarios que ha-
bían apoyado a los conquistadores, y elogiaba la acción dramática
de uno de los más antiguos franciscanos de México, probable-'
mente Francisco de Soto, quien revocó su decisión original y
destruyó, comiéndoselo, el papel en que antes había escrito su
nombre en apoyo de la perpetuidad de las encomiendas. Lamen-
ha
cionada carta difícilmente puede leerse; la tinta se descolorido
y la escritura es detestable, pero con todas sus correcciones y
borrones, y escrita en el respaldo de otra hace más de cuatro si-
glos, todavía comunica la convicción y elocuencia de Las Casas:
"¿En qué lugar de sobre la tierra jamás, padre, tal governación
se vido, que los hombres racionales no sólo de todo un reyno,
pero de diez mil leguas de tierra, poblatfssimas porque felidssi-
mas, después de estragados por las guerras injustíssimas que lla-
man conquistas, los repartiessen entre los mismos crueles mata-
dores y robadores, tyrannos y predones, como despojos de cosas
inanimadas y insensibles o como atajos de ganado, debaxo de
cuya no faraónica sino infernal servidumbre no se a hecho ni oy
haze más caso dellos que de las reses que pesan en la carnicería?
y plugiese a Dios no los estimasen en menos que chinches". 21
Las Casas sostenía enérgicamente que para lograr las reformas
necesarias bastaría que el Consejo de Indias redactara las leyes
requeridas y designara hombres rectos para aplicarlas en Amé-
rica. Recomendó a un obispo que sería excelente para ese traba-
jo y en el caso de otra persona aconsejó que bajo ninguna cir·
cunstancia se le permitiera ir. En esto se ve la labor de Las Casas
como rpolítico y hombre de acción. E invariablemente, este após-
tol práctico y objetivo hada notar que los arreglos por él pro-
puestos no sólo redundarían en beneficio de los indios y la ex-
pansión del cristianismo, sino también en el "incomparable in-
tcresse temporal" del rey. 2 2
En los últimos párrafos de su caTta, Las Casas encarece que no
se postergue la adopción de otras medidas hasta que La Gasea re-
grese del Perú, como su corresponsal evidentemente había suge-
rido. Hada ver que algunas recientes decisiones del Consejo de
J ndias eran buenas y que se requerían otras más. Las Casas pro-
b.a blemente se refiere a la aprobación, por el Consejo, de su sor-
prendente propuesta, que hizo a los conquistadores de las Indias
rechinar los dientes de rabia, de revocar todas las licencias de ex-
pediciones entonces en curso y de no otorgar similares concesio-
nes en el futuro. El Consejo de Indias adoptó una drástica me-
1lida en este sentido, el 3 de julio de 1549, cuando informó al rey
<¡UC los peli8fos de las conquistas, tanto paTa los indios como
para la conciencia del rey, eran de tal magnitud que ninguna
nueva expedición debía ser permitida sin su expresa autorización
y la del Consejo. Además, concluía el Consejo, era necesario ce-
lebrar una reunión de teólogos y juristas para discutir "sobre la
manera como se hiciesen estas conquistas justamente y con segu-
ridad de conciencia". Esta declaración· de la más alta junta en
España sobre asuntos indígenas merece ser citada. El Consejo de-
claraba que, aunque ya se había promulgado legislación para
regular las conquistas, "creemos, sin duda, que no se guardará
ni cumplirá como no han guardado otras ... porque no llevan
consigo los que van a estas conquistas quien los resista en hacer
lo que quieren ni quien los acuse de lo que mal hicieren. Porque
la codicia de los que van a estas conquistas y la gente a quien
van tan humilde y temerosa que de ninguna instrucción que se
les dé tenemos seguridad se guaorde. Convenía, si V. M. fuese ser-
vicio, mandase juntar letrados, teólogos y juristas con las persa·
n:is que fuese servido que tratasen y platicasen sobre la manera
n'>mo se hiciesen estas conquistas, para que justamente y con se-
Rt1ritlad de conciencia se hiciesen, y que se ordenase una instruc-
' ifin para ello, mirando todo lo necesario para esto, y que la tal
i111trurción se tuviese por ley, así en las conquista& <¡Ue se diesen

45
en este Consejo como en las audiencias." 2S Con esto el rey tomó
la decisión final y el 16 de abril de 1550 ordenó la suspensión de
todas las conquistas en el Nuevo Mundo hasta que un grupo es-
pecial de teólogos y consejeros decidiese un método justo para
llevarlas a cabo.
Las Casas había triunfado; se ordenó que las conquistas y en-
tradas cesasen en América. Sepúlveda y Las Casas convinieron en
que debía celebrarse una reunión y ésta, también por orden del
rey y del Consejo de Indias, se efectuaría en 1550, el mismo año
en que, según Américo Castro, "el español había llegado al cénit
de su gloria".24 Probablemente nunca antes ni después un empe-
rador poderoso -y en 1550 Carlos V, emperador del sacro roma-
no imperio, era el más poderoso gobernante en Europa y ade-
más, poseía un gran imperio en ultramar- ordenó la suspensión
de sus conquistas hasta decidir si eran justas.
Este fue el telón de fondo sobre el que Sepúlveda y Las Casas
iniciaron en Valladolid, su polémica acerca de la justicia de las
guerras libradas contra los indios en el vasto continente de Amé-
rica.
IV

EL GRAN DEBATE DE V AL LADO LID,


1550-1551: EL ESCENARIO

LAS SESIONES empezaron a mediados de agosto de 1550 y conti·


nuaron por un mes aproximadamente ante la "Junta de los Ca-
torce", convocada por Carlos V para que se reuniera en Vallado-
liu.1 Entre los jueces había teólogos tan famosos como Domingo
·~ Soto, Melchor Cano y Bemardino de Arévalo, como asimismo
miembros del Consejo de Castilla y del Consejo de Indias y fun-
cionarios de tanta experiencia como Gregario López, el glosador
de las Siete Partidas. Desgraciadamente, el gran sacerdote domi-
nico Francisco de Vitoria, considerado por muchos el teólogo
más capacitado del siglo, habla fallecido en 1546. De haber vivi-
do, el emperador podría haberlo designado miembro del gru·
po y su pluma tal vez hubiera producido otra obra clásica. Sa-
bríamos también si fue Las Casas o Sepúlveda quien siguió con
más fidelidad 'la doctrina de Vitoria, cuestión sobre la que se han
aducido muchos argumentos en los últimos años.2
Los querellantes debían concentrar su atención en el proble-
ma concreto siguiente: ¿es lícito que el Rey de España haga la
guerra contra los indios antes de predicarles la fe, a fin de some-
terlos a su imperio, de modo que sea más fácil después instruir-
los en la fe?ª Sepúlveda, por cierto, sostenía la opinión de que
eso era a la vez lícito y conveniente, además de una medida in-
dhpensable previa a la prédica de la fe, mientras que según Las
Casas, no era ni conveniente ni licito, sino "inicuo y contrario a
nuestra religión cristiana".
El primer dfa Sepúlveda tomó tres horas para presentar un re-
sumen de su tratado. El segundo día apareció Las Casas, arma-
do con su propia y monumental Apologia que, como él mismo
1lrdaraba, procedió a leer palabra por palabra. Este ataque ver-
hnl continuó durante cinco días hasta completar la lectura o
hnRta que los miembros de la junta no pudieron soportar más,
tumo augiere Sepúlveda. Los dos opositores no comparecieron

47
juntos ante el consejo, pero los jueces parecen haber discutido
los asuntos con cada uno a medida que exponían su posición.
Los jueces también discutían entre ellos.
No es de extrañar que los perplejos jueces solicitaran a uno de
sus miembros, Domingo de Soto, teólogo y jurista de competen-
cia, que condensara los argumentos y les presentara un sumario
objetivo y sucinto, para su mejor comprensión de las teorías in-
volucradas. Esto lo hizo en una exposición magistral que fue
luego presentada a Sepúlveda, quien contestó a cada una de las
dos objeciones formuladas por Las Casas. Con lo cual, los miem-
bros de la junta se dispersaron, llevando consigo una copia del
sumario, pero no sin antes convenir en que volverían a reunirse
el 20 de enero de 1551, para la votación definitiva.
La mayor parte de la información disponible sobre esta segun-
da sesión, que se efectuó en Valladolid desde más o menos me-
diados de abril hasta mediados de mayo de 1551, proviene de la
pluma de Scpúlveda, quien descubrió, con gran disgusto, que Las
Casas había aprovechado el período de receso para preparar una
refutación a la respuesta que él le había dado. Sepúlveda no con-
testó a este último ataque, "porque no había necesidad ... y ha-
lló que estos señores habían hecho tan poco caso de las réplicas
que pocos o ninguno las habían leído", pero compareció de nue-
vo ante la junta a exponer su opinión sobre el significado de las
bulas de Alejandro VI. Fue probablemente en esta época cuan-
do Sepúlveda escribió el documento titulado: Contra los que me
nosprecian o contradicen la bula y decreto del Papa Alejandro
VI en que da f acuitad a los Reyes Católicos y los sucesores y
exhorta que hagan la conquista de las Indias sujetando aquellos
bdrbaros y tras esto reduciéndolos a la ,·eligión cristiana y los so·
mete a Sll imperio y jurisdicción. Sepúlveda ha declarado que
gran parte de las deliberaciones de esta sesión giraron en torno a
la interpretación de las bulas pontificias de donación, que el
juez franciscano Bernardino de Arévalo apoyó vigorosamente su
caso, pero que al expresar el deseo de comparecer de nuevo, los
jueces rehusaron discutir mayormente el asunto.
Por desgracia, las actas que pueden haberse levantado de los
debates de la junta se han perdido o por lo menos no han visto

48
101!.1 l 1 la111 1.. Por lo tanto, los argumentos aducidos por los dos
1p11111·11t c· so11 a Lualmente la única fuente disponible. Sepúlveda
d 11 .1 l 0 11111 •1· su opinión basándose en notas, sin preparar un
11 1111 11•11 · 11 101 ma, pero siguiendo de cerca los argumentos antes
d1 • . 111 oll.1dos ·11 forma de diálogo en su obra Demócrates, que
l1.d1l.1 ido :1111pliamente distribuida en España en los años ante-
1 l 1 ron Lroversia. "El alemán Lcopoldo, algo contagiado
(•11 (m•s lu teranos", hace las veces del hombre que consi-
11 c1~ 1a la conquista, mientras que Sepúlveda, hablando
1 11 1 1 d · D ·m<krates, gentilmente pero con firmeza, rechaza
111 ti •.1 d · .L ·opoldo y lo convence finalmente de la completa
¡11 1lt l,1 d · la guerra contra los indios y la obligación del rey de
lt 11 1•1 l 1s.
l .11 dt•:i fund amental expuesta por Sepúlveda era sencilla y no
•1,1 111 igi11al suya. Santo Tomás de Aquino había declarado, si-
11 111 a11 r · , que las guerras pueden ser libradas con justicia cuan-
d11 ~ 11 1 a u~a s justa y cuando la autoridad empeñada en ellas es
k 1-1 lti11111 y hace la guerra con el espíritu adecuado y en la forma
e 11 11 ·11a. ·púlveda, aplicando esta doctrina al nuevo mundo,
1h 11iir:11Ja 11 ·iLa y necesaria la guerra contra los aborígenes allí
f.ilJI ·l'id -, por cuatro razones:
l. l'or lu gravedad de los pecados cometidos por los indios, es-
pt'<ird111 ·nt · su idolatría y sus pecados contra la naturaleza.
''· :uu ·a de su rudeza natural, que los obligaba a servir a per-
0 11:1 d · naturaleza más refinada, como los españoles.
, . ¡\ J'in de divulgar la fe, que se lograría con más facilidad
111 ·d .1111e 1 previo sometimiento de los indios.
l. J' 1ra l rotcger a los débiles entre los mismos nativos.
D • 1r1 t~ • está reproducir aquí la infinidad de autoridades invo-
• .1<1 1 por los querellantes en relación con las cuatro proposicio-
11 'I dt· S •plilveda. Ambos dedicaron la mayor parte de su tiem-
p 1 .ti asunto sobre el cual el rey deseaba información: "El punto
(¡11<' vn ·stras sefiorías, mercedes y paternidades pretenden aquí
r q11 s uJ1: tl' es, en general, inquirir y constituir la forma y leyes
11 11110 11 11cstra santa fe católica se pueda predicar y promulgar en
1q1tt•I nuevo orbe cual Dios nos ha descubierto ... y examinar
1p1 '• lorma puede haber como quedasen aquellas gentes sujetas
a la majestad del emperador nuestro señor sin lesión de su real
conciencia, conforme a la bula de Alejandro." La controversia
de Valladolid debe considerarse, pues, como la última gran con-
troversia celebrada en Espafla, a fin de determinar los reglamen-
tos para los conquistadores y la manera adecuada de predicar la
fe. Cabe señalar que en 1550 no se habían resuelto aún estos vie-
jos problemas, planteados en 1513 poco después de la promulga-
ción de las leyes de Burgos y a los cuales se debe la adopción del
famoso Requerimiento, del cual Las Casas dijo una vez que no
sabía si reir o llorar al leerlo.
Los argumentos de Las Casas no requieren un examen muy
detenido. Repitió varias veces unos cuantos puntos sencillos, ilus-
trándolos con numerosos ejemplos y referencias de la abundante
literatura que poseía, y no hay duda alguna acerca de lo que en
\·erdad quiso decir.
Los jueces en Valladolid parecen haber compartido la opinión
del filósofo escocés que declaró "Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, pero es más fácil tener hambre y sed
de ella que definir precisamente lo que significa", pues pregun-
taron a Las Casas en qué forma exacta, en su opinión, debía pro-
seguir la conquista. A esto respondió que cuando no había ame-
naza de peligro, procedía enviar sólo sacerdotes. En las regiones
especialmente peligrosas de las Indias, convenía construir forta-
lezás en las fronteras y que poco a poco la gente se convertiría al
cristianismo mediante la paz, el amor y el buen ejemplo. En esto
se ve claramente que Las Casas nunca olvidó ni abandonó sus
planes de colonización y persuasión pacíficas. Esta propuesta tie-
ne mucho en común con la idea, expresada dos siglos antes por
el místico catalán Ramón Lull, de que España debía cristiani-
zar pacíficamente al mundo musulmán, estableciendo una cade-
na de colegios de misioneros en lugares estratégicos desde Anda-
lucía hasta el Bósforo a través del norte de Africa. Es evidente,
también, por la forma en que Las Casas y sus hermanos domini-
cos continuaron su labor de persuasión pacífica en Guatemala,
que el resultado a que aspiraba Las Casas era una fiscalizac;:Vn
estricta de los indios, por eclesiásticos, en un mando paternal
pero supremo, como el que lograran más tarde los jesuitas en sus

50
fumo1a1 misiones paraguayas. El plan propuesto por Las Casas
llene asimismo una marcada similitud con el sistema de misiones
l¡ue E1pafta empleó en añoi¡ posteriores para cristianizar las pro-
vlnda1 del norte de MéXico, incluso California, Nuevo México
y 1'exa1.
1.au Ca1ns nunca se apartó de la opinión que expusiera origi-
n11 hm.·n te en su obra Del único modo de atraer a todos los pue-
IJl01 a /ti verdadera religión. Su pensamiento completo no se co-
ncmml hnsta que se logre obtener la extensa Apología, la mayor
paule de la cual leyó a los jueces de Valladolid, pero es poco pro-
h11 ble que en eIJa se encuentre alguna nueva información.
En cambio, la verdadera doctrina de Sepúlveda ha suscitado
cluchta durante mucho tiempo. El mismo nunca se convenció de
c¡ue era comprendido. En años recientes, ha surgido una vigoro-
111 cMcucla, tanto en países de habla inglesa como española, para
rxplicar y defender su posición. Algunos escritores han tratado
de molltrar que su doctrina no ha sido bien conocida en el mun-
do y que incluso fue suprimida debido a la influencia de Las
Cr1111111. El hecho es, por el contrario, que el resumen preparado
por Domingo de Soto, a solicitud de la Junta e impreso en Se-
vU!a en 1552 por Las Casas, presenta una opinión sucinta de los
principales puntos en discusión, y que el pensamiento básico de
Sr.¡n\lveda sobre la justicia de la guerra consta tanto en una obra
contemporánea publicada en Roma, como en su Opera impresa
a f lncs del siglo XVIII.4 Es cierto que la doctrina de Sepúlveda
no ha sido totalmente comprendida, en parte debido a las nu-
merosas revisiones de su tratado. Por fortuna una nueva edición
1tp11rcció en 1951, preparada por el diligente latinista Angel Lo-
.acl11, y el estudiante que desee conocer la doctrina de Sepúlveda
1obrc la justicia de la guerra contra los indios americanos depen-
derá en adelante de esa edición.11 Aunque algunas de las interpre-
ludones de las ideas de Sepúlveda, por Losada, parecen impug-
n11 blc1, su texto da la impresión de ser la edición definitiva de
r.1t Importante documento. Está mejor organizado y es más com-
pltto que otros anteriores, omite algunas de las expresiones más
clurns sobre la naturaleza de los indios, y rectifica lo que, según
1.cmida, se debía a errores de traducción en ediciones previas. Lo-

51
sada estima que el texto que ha publicado representa el verdade-
ro pensamiento de Sepúlveda, y el lector que siga su minucioso
y exhaustivo cotejo de los cuatro manuscritos que utiliza no po·
drá menos que convenir en ello. Se procederá en seguida a anali-
zar las ideas de Sepúlveda presentadas en el texto de Losada. En
Valladolid Sepúlveda examinó los dos puntos siguientes:
1. ¿Qué justifica la guerra contra los indios?
2. ¿Cómo debe librarse esta guerra justa?
Debido a su complejidad, estos dos puntos se tratarán por se-
parado, aunque hay entre ellos íntima relación.

·'

52
V

EL GRAN DEBATE DE VALLADOLI~


J!S!SO·l551: LA APLICACION AL INDIO
AMERICANO DE LA TEORIA ARISTO·
TELICA DE LA SERVIDUMBRE
NATURAL

Et. ARGVMENTo más sorprendente aducido en Valladolid, y cier·


tHlente el más vigorosamente debatido, tanto entonces como
ahora, fue la segunda justifica~ón presentada por Sepúlveda en
apoyo del sefiorfo de los espafíoles, es decir, la "inferioridad y
rudeza natural" de los indios que, según declaraba inequívoca-
mente, armonizaba con la doctrina de los filósofos de que algu·
nos hombres son por naturaleza esclavos.1 Los indios de Améri·
r.a -sostenía-, por ser sin excepción personas rudas, nacidas oon
una limitada inteligencia, y por lo tanto clasificadas como serví
a natura, deben servir a sus superiores y a sus amos naturales,
101 espaftoles. Pero, ¿cómo puede ser estor, pregunta inocente·
mente Leopoldo en Dem6crates. ¿No nacen todos los hombres li·
brea, según las doctrinas de los juristas? ¿Han estado bromeando
todo el tiempo? No, responde Sepúlveda a través de Dem.ócrates,
101 juristas se refieren a otra clase de esclavitud que tiene su ori-
gen en la fuerza de los hombres, en la ley de las naciones y a ve~.
ce1 en el derecho civil. La servidumbre natural es cosa diferente.
l.01 filósofos -explica.- emplean el término "esclavos natura-
lea" para denotar a personas de rudeza ingénita y de costumbres
Inhumanas y bárbaras. Los que adolecen de esos defectos son
por naturaleza esclavos. Quienquiera les exceda en prudencia y
t1lcmto, aunque sean físicamente inferiores, son sus amos natu-
rafoa. Los hombres rudos y de entendimiento retardado son escla·
vo1 naturales y los filósofos enseñan -agrega Sepúlveda-- que los
hombrea prudentes y sabios tienen primada sobre aquéllos tanto
1x1r au bienestar como por el servicio proporcionado a sus supe•
1lore1. Si 101 seres inferiores rehusan tal señorío, puede obligárse-
les a obedecer por las armas y hacerse la guerra contra ellos con
tanta justicia como si uno cazara animales salvajes.2
Los españoles tienen el derecho evidente a gobernar a los bár-
baros por su superioridad, <le la cual cita numerosos ejemplos.
Por todas partes, legiones españolas han dado muestras de valor:
en Milán, Nápoles, Túnez, Bélgica y Francia, y más recientemen-
te en Alemania, al ser derrotados los heréticos luteranos. Ningún
pueblo en Europa puede compararse con ellos en sobriedad, fm-
galiclad y su falta ele glotonería y lascivia. En cuanto a su verda-
dero espíritu cristiano, después del saqueo de Roma en 1527, los
españoles que murieron de la peste, todos sin excepción, dispu-
sieron en sus testamentos que los bienes que habían robado de-
bían ser devueltos a sus legítimos dueños. Los sentimientos de
humildad y humanidad que los soldados españoles demostraron
en esa ciudad, cuyo primer pensamiento después de la victoria fue
salvar al mayor número posible de vencidos, son bien conocidos.3
El saqueo de Roma era un ejemplo particularmente poco con-
-vincente de la benevolencia y otras virtudes que Sepúlveda recla-
maba para los soldados españoles, quienes hicieron prisionero al
Papa Clemente VII y se unieron a las demás tropas de Carlos V
para expoliar a Roma. Según un historiador moderno, la ciudad
fue víctima " ... de horrores mucho más terribles que en los días
de la barbarie. La lujuria, la embriaguez, la codicia por los des-
pojos y, en algunos casos, el fanatismo religioso se unieron para
producir en forma verdaderamente infernal los peores actos
de salvajismo en los anales de ese período." 4 Aun descontando
la inevitable parcialidad de muchos contemporáneos contra el
poderoso Carlos V, no deja de ser formidable el testimonio de
numerosos testigos oculares. Los monasteri9s e iglesias fueron
incendiados, ]as monjas violadas; con la espa~a se dio muerte a
mujeres encinta y nadie estaba libre de las depredaciones de los
salvajes soldados mercenarios de muchas naciones que constituían
el ejército imperial y no habían recibido sus pagas. Aunque los es-
pañoles respetaban, al parecer, los lugares santos e imágenes sa-
gradas, "en crueldad y perfidia aventajaron a los alemanes", se-
gún el relato de un testigo que presenció las repulsivas acciones
le los soldados.5 Carlos V estaba horrorizado y uno de sus secre-

54
lnJ1os privados, Alfonso de Valdés, se apresuró a preparar una
vigorosa y elocuente defensa de su rey titulada Diálogo de Lac-
lnnt:lo y un Arcediano. Valdés "explicó'', invocando muchos ar-
gumen1oa y ejemplos tomados de la historia, tanto la justicia de
lit polltica del emperador respecto de,l Papa Clemente VII, como
el saqueo de Roma. No trató de negar que se habi~ cometido
crueldades monstruosas, sino que adoptó la actitud de que Ro-
ma había recibido un merecido castigo.6
Es difícil comprender hoy día cómo alguien pudo haber cita-
do el saqueo de Roma para demostrar la clemencia y sobriedad
de los soldados españoles sin ser impugnado por alguien que co-
nociera los hechos, y es aún más difícil comprender cómo Sepúl-
1veda en particular, podía decir tales cosas, ya que había perma-
necido con el ejército en Roma y difícilmente podía ignorar "la
realidad de lo acontecido, aun cuando se refugió en el castillo
de San Angelo." Cualquiera explicación que se dé al respecto, el
hecho es que cita el saqueo de Rollia como prueba culminante
de la superioridad de los españoles sobre los indios.
En seguida procede a ampliar su versión del carácter indígena.
Los indios --escribe Sepúlveda- se entregaban a toda clase de pa-
siones y abominadones y no pocos eran canibales.8 Antes de la
llegada de los españoles guerreaban entre ellos casi constantemen-
te y con tal furor que consideraban fútil una victoria si no po-
dían saciar su prodigiosa hambre con la carne del enemigo. Los
escitas eran caníbales también -recuerda Sepúlveda-, pero al
mismo tiempo fieros luchadores,. mientras que los· indios eran
tan cobardes que apenas podían soportar la presencia de solda-
dos españoles y en muchas ocasiones unos cuantos españoles lo-
graron dispersar a millares de indios "que huyeron como mu-
jeres". Por ejemplo, el bravo e ingenioso Cortés, ¿no sometió a
Montezuma y sus hordas indias en su propia capital con un pu-
fiado de españoles? Sepúlveda también condena a los indios
por "los increíbles sacrificios· de víctimas humanas y las extre-
mas ofensas hechas a pueblos inocentes, los horribles banquetes
de cuerpos humanos y el impío culto a los ídolos". Y pregunta:
"¿cómo hemos de dudar que estas gentes tan incultas, tail bár·
baras, contaminadas con tantas impiedades y torpezas han sido

55
m1ustamente conquistadas por tan excelente, piadoso y jus~ísi­
mo rey como lo fue Fernando el Católico y lo es ahora el César
Carlos, y por una nación humanísima y excelente en todo géne-
ro de virtudes?".
A esa gente inferior "¿Qué mayor beneficio y ventaja pudo
acaecer a esos bárbaros que su sumisión al imperio de quienes
con su prudencia, virtud y religión los han de convertir de bár-
baros y apenas hombres, en humanos y civilizados en cuanto
puedan serlo ... por previsión y disposición de un Príncipe tan
bueno y religioso como Jo es César Carlos?". Los indios son tan
inferiores -declara- "corno los niños a adultos, las mujeres a
los varones, los crueles e inhumanos a los extremadamente
mansos''.
"Compara ahora estas dotes de prudencia, ingenio, magnani-
midad, templam.a, humanidad y religión con las que tienen esos
hombrecillos en los cuales apenas encontrarás vestigios de huma-
nidad, que no sólo no poseen ciencia alguna, sino que ni siquiera
conocen las letras ni conservan ningún momento de su histo-
ria, sino cierta oscura y vaga ·reminiscencia de algunas cosas con-
signadas en ciertas pinturas, y tampoco tienen leyes escritas, sino
instituciones y costumbres bárbaras ... nadie posee individual-
mente cosa alguna."
Con esto Sepúlveda manifiesta un fuerte nacionalismo y es en
realidad el primer gran escritor nacionalista de España, según
Rafael Altamira.0 Y vanagloriándose, Sepúlveda se preguntaba si
las hazañas de Lucano, Séneca, Isidoro, Averroes, y Alfonso el
Sabio, no atestiguan la inteligencia, grandeza y valor de los espa-
ñoles: desde el tiempo de Numancia hasta Carlos V. "El tener
casas y algún modo racional de vivir y alguna especie de comer-
cio, es cosa a que la misma necesidad natural induce, y sólo sirve
para probar que no son osos, ni monos, y que no carecen total-
me'hte de razón."
Este argumento de Sepúlveda evoca Ja observación de Gilbert
Murray en su obra G1·eek Epic: "Las acusaciones de afecto anor-
mal, infanticidio, fratricidio, incesto, abundancia de maldicio-
nes hereditarias, doble fratricidio, y violación del carácter sagra-
do de los cadáveres, cuando se lee tal lista de acusaciones contra

56
cualquier tribu o nación, ya sea en los tiempos antiguos o mo-
dernos, difícilmente se puede llegar a la conclusión de que al-
guien quiera anexar su territorio."to Es también posible que Se-
¡n\lveda, que pasó muchos años en Italia, y a quien se considera-
ha en cierto modo como extranjero en España, tratara mediante
la adulación de sus propios conciudadanos de demostrar el má-
ximo de su gran patriotismo:
Sepúlveda había emitido. este lúgubre juicio del carácter indí-
gena sin jamás haber visitado América y Las Casas no perdió la
oportunidad de señalar que "Dios privó al Doctor Sepúlveda
de la noticia de todo esto". Aunque Sepúlveda pueda haber visto
a un indio en la Corte, nunca menciona el hecho y depende del
conocimiento de otros en su opinión acerca de la capacidad y
adelanto de los indios.
El dogmatismo de las afirmaciones de Sepúlveda es tanto más
sorprendente si se considera la cantidad de información de nu-
merosas fuentes asequible entonces en España. En 1519, cuando
el obispo Quevedo aplicó a los indios el concepto aristotélico,
poco se sabía de ellos, pues la conqu~sta no se había extendido
más allá de las islas. Pero hacia 1550, gran parte de la cultura
azteca, maya e inca, había llegado a conocimiento de los espa-
ñoles, y un acopio de material fue incorporado al archivo del
Consejo de Indias. Es cierto que aún entonces no se compren-
dían plenamente los notables adelantos en ciencias matemáticas
logrados por los mayas o el arte y las maravillosas obras de in-
geniería de los incas, pero había bastante información disponi-
ble.11 Aun Cortés, al que Sepúlveda profesaba tan gran admira-
ción, quedó muy favorablemente impresionado por alguna de
las leyes y progresos de los indios, quienes dieron una gran sor-
presa al conquistador, que "consideraba esta gente ser bárbara
y tan apartada de conocimiento de Dios y de la comunicación
de otras naciones".
Cortés elogió con tal entusiasmo las virtudes de los indios que
uno de los españoles más cultos y de mayor experiencia en Amé-
rica, Alonso de Zorita, se preguntaba por qué Cortés los califica-
ba de "bárbaros·:. Después de la junta de Valladolid, Zorita es-
cribía: "Pues si esto es así, ¿por qué concluye con decir que es

57
gente bárbara y sin razón?" 12 También se refiere a la difundida
Greencia de que los indios eran humanos sólo en apariencia y
declara que este "error tan común" había sido apoyado incluso
en la edición española de las obras de San ] erónimo, aunque los
lectores no estaban seguros si el responsable era el propio San
Jerónimo o su traductor. 1ª Zorita hada notar que muchas perso-
nas capaces y doctas que jamás habían visto a los indios, pero
que aceptaban la autoridad de otros que tampoco los habían
visto, caían también en este error.
Zorita veía rasgos admirables en el carácter indígena, señalaba
que no todos eran iguales y hasta afirmaba que los españoles
también se considerarían bárbaros si se emplearan para juzgar-
los las mismas normas aplicadas a los indios. Por ejemplo, se acu-
saba a los indios de ser pueriles, porque estaban dispuestos a cam-
biar cualquier bagatela por oro y plata. Pero, pregunta Zorita,
¿no hacían lo mismo Jos españoles en sus civilizadas comunida-
des? ¿No comercian diariamente con los extranjeros y obtienen
en cambio insignificantes chucherías del exterior?H En esto, Zo-
rita revela un espíritu inquisitivo completamente extraño a la ac-
titud de Sepúlveda, quien ni conocía a los indios ni fue muy
lejos en la búsqueda de información sobre sus costumbres y ha-
bilidades.
Pocos europeos habían visto un indio en persona. Colón y
otros conquistadores solían traer unos cuantos aborígenes a Es-
paña para ayudarlos a dramatizar sus proezas ante la corte. En
1529, Cortés envió al Papa Clemente VII valiosos presentes y
dos indios diestros en juegos malabares, tal vez para facilitar
el proceso de legitimación de sus cuatro hijos naturales. Berna}
Díaz describe la escena cuando el embajador especial de los con-
quistadores hizo la presentación de las piedras preciosas, joyas
de oro y los malabaristas indios: "Y Su Santidad lo tuvo en mu-
cho y dijo que daba gracias a Dios que en su tiempo tan grandes
tierras se hobiesen descubierto y tantos números de gentes se
hobiesen vuelto a nuestra santa fe." 1G
En 1550 un contingente de 50 aborígenes del Brasil fue lleva-
do a Francia para hacer una representación en Ruan ante Cata-
lina de Médici y sus damas de honor. 1 º Los tupinambas danza-

58
ron solemnemente y realizaron un simulacro de guerra en las
rlbcrus del Sena, pero todo eso constituyó un rito exótico que
no proporcionó a las damas francesas ningún conocimiento real
11cerca de los indios, así como los acróbatas enviados por Cortés
110 lograron dar al Papa una idea del carácter de los indios.
En España habla más indios que en cualquiera otra parte, pero
el número total no puede haber sido muy grande. Los indios
eran muy aficionados al litigio y a veces hasta cruzaban el océa-
no para presentar sus quejas directamente al Consejo de Indias.
En 1544 Las Casas informó al rey que había descubierto algunos
esclavos indios en el sur de España11, y poco después de la con-
troversia de Valladolid argumentaba en la corte a favor de un
representante indio de México, llamado don Francisco de Tena·
maztle, quien necesitaba "una capa y un sayo y calas y un par de
camisas y zapatos y otras cosas" para vestirse con decencia.is El
número total de esos indios debe haber sido relativamente pe-
queño, y en general deben haber hecho una triste impresión a
los españoles. Los pocos indios que los europeos vieron en su
tierra no les ayudaron a comprenderlos mejor ni a valorar
su cultura y potencialidades.
Pero aun si los españoles hubieran visto gran número de in-
dios en España y logrado conocerlos bien, no por ello la conquis-
ta hubiera sido una experiencia menos chocante para las dos
partes. Los españoles, por ejemplo, encontraron por ptimera vez
en América una sociedad matrilineal. Las reinas y princesas
que encontraban les producían placer al mismo tiempo que es-
candalizaban su sentido del decoro. Las costumbres de una socie-
dad en que los hombres no seguían las normas, eran diferentes
de la suya propia y, como ocurre con las personas "civilizadas"
del mundo entero, condenaban sin vacilación el nuevo perfil de
cultura y procedían a desbara tarla.111
Sepúlveda, por cierto, al igual que muchos otros europeos de
su época y otras posteriores, juzgaba a los indios americanos con
sus propias normas. Como señala Pál Kelemen, tardó mucho en
reconocerse el arte de los indios por ser diferente al europeo.20
Y son muy numerosas las opiniones expresadas acerca de lo que
constituye el sello de la civilización. Cortés, en su Tercera Carta,

59
parece considerar a los mendigos de las calles como indicio de
civilización. Observa que en México hay "gente que piden como
hay en España y en otras partes que hay gente de razón". Un sol-
dado de infantería de Cortés, el ingenioso e inteligente Berna)
Díaz clel Castillo, comparando a los indios que encontraba, llegó
a Ja conclusión de que los aborígenes de Yucatán tenían una ci-
vilización superior a los indios de Cuba, porque "andaban con
sus vergüenzas cubiertas", a diferencia de los cubanos. 21 El vete-
rano de más de una feroz batalla contra los indios se escandalizó
de sus prácticas religiosas, pero admiraba sus monumentos, el
coraje de sus guerreros, sus imponentes ciudades e impresionan-
tes ceremonias y la inteligencia de sus caciques.22
Sepúlvecla también justifica la conquista basándose en las bue-
nas obras de los españoles, que, como él dice, contrarrestan con
creces las malas. En una extensa y detallada sección del Demó-
crntes, explica que los gi·andes beneficios a veces entrañan pér-
didas, y a este respecto cita lo dicho por San Agustín en el senti-
do de que es un mal mayor que una sola alma perezca sin el
bautismo que decapitar a hombres inocentes.2s En seguida pro-
cede a relatar en forma encomiástica los beneficios que España
ha hecho recaer sobre América.24 El haber traído hierro sola-
mente compensa todo el oro y la plata sacada de América. Ade-
más del hierro, inmensamente valioso, España ha contribuido
con trigo, cebada, otros cereales y legumbres, caballos, mulas,
asnos, bueyes, ovejas, cabras, cerdos y una infinita variedad de
árboles. Cualquiera •de esos productos excede con creces el pro-
vecho que se ha obtenido del oro y la plata retirada por los espa-
Jioles. A todos estos favores hay que agregar la escritura, libros,
cultura, leyes excelentes y ese supremo beneficio que vale más
que todos los demás juntos: la religión cristiana.
A continuación, Sept'llveda entona un himno de alabanza en
honor de los reyes de España por su generosidad en hacer asequi-
ble todos los innúmeros y útiles beneficios concedidos a los bár-
baros desde hierro y frutas hasta trigo y cabras.21> En esto, tal vez
esté imitando a su héroe Cortés, quien también consideraba la
conquista como un gran traspaso de cultura.26 ¿Cómo, pregunta
Sepúlveda, podrán los indios jamás retribuir adecuadamente a

60
lo• reyes de España, los nobles benefactores a quienes están obli-
1Cild<>1 ·por tantas cosas útiles y necesarias completamente desco-
noddas en América? Los que tratan de impedir que las expedi-
1lones espafioles lleven todas esas ventajas a los indios no los
fov~recen, como creen hacerlo, sino que, con su cobarde e insen-
1atu-Clecisión, privan realmente a los indios de muchos excelentes
productos e instrumentos, sin los cuales su desarrollo se vería
considerablemente retardado.
Los europeos con frecuencia se han mostrado renuentes a creer
que otros pueblos, sobre todo "los aborígenes", hayan jamás des-
c:ubierto algo. El eminente antropólogo sueco, Erland Nordensk-
jlild, dedicó su vida a mostrar a sus reacios colegas que los indios
sudamericanos eran ingeniosos inventores que descubrieron y des-
arrollaron toda especie de cosas, algunas jamás inventadas en el
Viejo Mundo. Antonello Gerbi, estudioso italiano, ha demostra-
do asimismo la existencia de numerosos ejemplos del menospre-
cio de los europeos por los habitantes y realizaciones del Nuevo
Mundo.2 '
En vista de la denuncia general del carácter indígena, formu-
lada por Sepúlveda, Las Casas preparó y presentó a los jueces su
Apología, obra de 550 páginas escrita en latín, su único trabajo
importante todavía inédito.28 Este tratado jurídico, que consta
de 63 capítulos de fina argumentación y abundantes citas, tenía
por objeto destruir la doctrina expuesta por Sepúlveda en De-
mócrates. Las Casáll también parece haber preparado · un resu-
men, tal vez para aquellos que pudieran encontrar fatigoso el
examen de sus detallados argumentos y múltiples pruebas.
En su intento para refutar el argumento de Sepúlveda de que
los indios no poseían verdadera capacidad para la vida política,
Las Casas llevó a la corte su larga experiencia en el Nuevo Mun-
do.29 Presenta un cuadro halagüeño de la habilidad y adelanto
de los indios, utilizando en gran medida su anterior obra antro-
pológica titulada Apologética Historia, que consiste en un abun-
dante acopio de material sobre la cultura indígena; fue inicia-
da en 1527 y tel'lllinada unos 20 afios después, a tiempo para
esgrimirla contra Sepúlveda en la controversia de Valladolid.
Con ella se proponía contestar el argumento de que los indios

61
eran casi animales, cuyos bienes y servicios podían ser dirigidos
por los españoles y contra quienes se podía hacer una guerra
justa. Consta de alrededor de 870 folios con numerosas anotacio-
nes marginales, lo que tal vez explica por que no se lee muy a
menudo.so En ella expuso la idea, que asombró a los españoles
de su época, de que los indios americanos estaban a la altura de
los pueblos de Ja antigüedad, eran seres eminentemente racio-
nales y de hecho satisfacían cada una de las condiciones detalla-
das por Aristóteles como imprescindibles para la vida civilizada.
A través de este conjunto de hechos y fantasías, Las Casas
no sólo intenta demostrar que los indios satisfacen plenamente
los requisitos aristotélicos, sino que también desarrolla la idea
de que los griegos y romanos eran, en varios aspectos, infe-
riores a los indios americanos. Por ejemplo, éstos son más religio-
sos, porque ofrecen a sus dioses mayor número y mejores sacri-
ficios que cualquiera ele los pueblos antiguos. En la ·crianza y
educación de los niños, los indios mexicanos son superiores a los
pueblos de la antigüedad. Sus disposiciones relativas al matrimo-
nio son razonables y compatibles con el derecho natural y la ley
de las naciones. Las mujeres indígenas son trabajadoras, devotas,
que incluso laboran con sus manos en caso necesario para cum-
plir plenamente con la ley divina, rasgo que, según Las Casas, las
mujeres españolas harían bien en adoptar. Las Casas no se siente
intimidado por la autoridad del mundo antiguo, y sostiene que
los templos de Yucatán no son menos dignos de admiración
que las pirámides, anticipando así el juicio de arqueólogos del
siglo X~.
Por úlLimo, Las Casas llega a la conclusión, basándose en in-
numerables pruebas, que los indios no son un ápice menos racio-
nales que los egipcios, romanos o griegos, y no muy inferiores en
relación con los españoles. En algunos aspectos, declara, son in-
cluso superiores a éstos.
Cabe preguntar por qué Las Casas estimó necesario construir
esta historia verdaderamente monumental sobre principios aris-
totélicos y tratar de armonizar la política de los indios america-
nos en la definición dada por el filósofo. ¿Era la influencia de
Aristótetes tan considerable en la corte y círculos eruditos de Es-

62
¡1' 11 q11. tal hazafia era necesaria para hacer valer su punto de
1 1 .1 ~¿O r · urrió a Aristóteles simplemente porque su adversa-
' 1 11 ( lb habla hecho y, como cualquier hábil polemista, trata-
l11 dt• vo l ·r ontra él su argumento? ~O acaso consideraba que
l 1 ol 11d611 del problema indígena residía, no sólo en la protec-
1 ¡'111 fr al sino sobre todo en demostrar a la comunidad espafio-
l 1 q11<· los indios poseían una cultura que se debía respetar?ªl
/\ti 16t ·les gozaba, en verdad, de gran autoridad en la España
tl1•I i¡~l X. VI, aun cuando Hernando de Herrera impugnó sus
11 •.1 y 1 n 151732, y su pensamiento constituye "la primera co-
'1 ¡ 'flf(' importante del pensamiento renacentista".ªª A pesar
111 dKuna "significativas modificaciones, la doctrina aristotélica
tlt•I R1•11a imiento continuó la tradición escolástica medioeval sin
11 11g1111a interrupción visible".ª~ Arraigó firmemente en las cáte-
¡f¡ 1 universitarias de España y del Nuevo Mundo y hasta fue
pi( ·~< 1 ita para los estudiantes indígenas que asistían al colegio
de· San ra ruz en México.so Hacia la segunda mitad del siglo, y
e 111110 res ultado de la experiencia adquirida en América, estudio-
11'1 ·1 mo el jesuita José de Acostase burlaban de algunas de las
idt•:1s d Aristóteles, por ejemplo las relativas al clima. No deja-
li.1 d • tener gracia para Acosta y sus compañeros sentirse fríos
p 111• ausa de la altura en las regiones ecuatoriales que, según
ri. fóteles, debían ser ardientes.88 A fines del siglo XVIII, algu-
110 ·I mentos de Hispanoamérica estaban dispuestos a condenar
.1 Aristóteles como un "servil resumidero de errores".ST Pero en

·I siglo XVI reinaba casi exclusivamente en Europa y América.


osta, j unto con exponer el error de Aristóteles sobre el clima,
i11Gis1i6 en que meditaría detenidamente antes de impugnar
<11:i lquiera de sus otras ideas. Y Las Casas, que ante Carlos V ha-
bla declarado en 1519 que Aristóteles era un fiJósofo gentil ar-
diendo en los infiernos y cuya filosofía debía aceptarse sólo
<u ando se demostrara ser compatible con la doctrina cristiana,
t ·v ló mucho más respeto por Aristóteles en 1550. En Vallado-
lid, us intervenciones se basaban en años de estudio como miem-
bro ele la orden de los dominicos, que siempre hada resaltar la
doctrina de Aristóteles. En el convento dominico de San Grego-
rio, en Valladolid, estuvo rodeado de teólogos idóneos y proba-

65
blemente habría encontrado oposición entre sus hermanos si hu-
biera atacado a Aristóteles directamente. En todo caso, Las Casas
denunció a Sepúlveda por su incomprensión de Aristóteles y por
no admitir la diversidad entre los indios, más bien que al propio
filósofo.
La lucha que libró cada polemista para entrar en materia des-
pierta interés, pues el propio Aristóteles parece haberse formado
varios conceptos del esclavo natural, e incluso un erudito del si-
glo XVI, tan capacitado como Hernán Pérez de Oliva, encontra-
ba difícil comprenderlo.ss En la Etica a Nicomaco expresa que
su idea del esclavo no implica en forma alguna inferioridad o
desigualdad por motivos de raza o condición.3 9 En su obra Eco-
nómico parece distinguir entre el esclavo en teoría y el esclavo
de hecho. 40 Sin embargo, como hace resaltar el estudio contem-
poráneo del concepto de esclavo natural, el esclavo de la Politica
no puede conocer la virtud. "No puede participar en la felici-
dad o libre elección ... Mientras continúe caracterizado por su
función de servicio corporal, esa función exclusivamente puede
hacerlo participar en la vida común del hombre".41
La variedad de las interpretaciones no debe sorprendernos,
pues el concepto aristotélico es amplio y no fue definido con pre-
cisión por su autor. Es posible que Aristóteles no se haya forma-
do una idea definida, o la dificultad tal vez se deba al hecho de
que no existe actualmente un texto definitivo de lo que él escri-
bió, sino al parecer sólo notas de conferencias preparadas por
un estudiante. En todo caso, no cabe duda que cada siglo ha dado
una nueva interpretación de Aristóteles. Aun hoy día, la teoría
tiene sus puntos oscuros y ]as explicaciones y comentarios sobre
Aristóteles aumentan a un ritmo astronómico.42 Un escritor ha
declarado con franqueza: "Aristóteles en ninguna parte explica
claramente cómo un verdadero esclavo puede distinguirse de un
hombre libre".43
No obstante, hasta hace algunos años parecía tenerse por muy
cierto que se conocían los principales puntos de vista de Las
Casas y Sepúlvcda. Ahora han surgido dos teorías completa-
mente nuevas, que incluso ponen en duda esas ideas. Según
la primera teoría, el pensamiento de Las Casas era "funda-

64
1111111.il111t•n t • aristotélico".º Es cierto que Las Casas. en el ar·
111 1111 1•11111 qu e presentara en Valladolid, parece aceptar Ja teo-
1 1, n .d 111 nos admitir la posibilidad de que algunos hombres
1111 p 111 11aturaleza esclavos. Es también cierto que compiló
11 l /111/ogi1tica Hístoria con el objeto de probar que los in-
,¡ 11i• 11111t·1 i anos satisfacían, y en forma muy convincente, todas
l 1 e 011di iones mencionadas por Aristóteles como necesarias
¡lll.1 1:1 vida virtuosa. Pero Las Casas nunca trata de defen-
rlc 1 111 idea ni de ampliar su alcance. En lugar de eso, intenta
1111111.11 ~u aplicación al más reducido sector posible. No sólo
1111 •1•,1 vigor samente que los indios puedan incluirse en la ca·
111:111 l.t d • esclavos naturales, sino que su argumento conduce
1111 'it.chl ·mente a la conclusión de que ninguna nación, o pueblo,
d1 111 < omlcnarse en general a una posición tan inferior. Los es-
' l.1v11 11aturales están en minoría y hay que considerarlos como
1 11111 , . d ' Ja naturaleza, como hombres que han nacido con seis

cl1 il11s <"11 el pie o un solo ojo.


¡ l 101· <¡u é, entonces, Las Casas pareGe aceptar la teoría de Aris-
1t'•1t· ks aun en sentido limitado? Hay una interpretación posible:
1 1 Ca ns manifiesta con ello ese espíritu realista y legalista que
1,11.1< 1 •1'izó una parte considerable de sus actividades. Una por-
111'111 d •I argumento de su opositor se basaba en el razonamiento
de· q 11 los indios americanos eran esclavos por naturaleza. La
tlt k11sa <le Las Casas consistió, no en atacar a Aristóteles directa-
1111•111 '. si no en mostrar que tal doctrina era inaplicable a los in-
il 1ns. 1\1 mismo tiempo, al exponer qué clase de personas podrían
1111 l11 it e en esa categoría aristotélica, revela cuán inadecuada

11111~id •raba la teoría para explicar el mundo en general. Por lo


1.1111 o, se puede inferir que Las Casas elogió fingidamente a Aris·
11'11t'I • sólo para refutar la aplicación de su doctrina a los indios.
! ltrt· In todavía por establecer si Las Casas fue fundamentalmente
un p ·nsador aristotélico, y esta nueva interpretación no ha obte-
nido t1poyo.':1
La segunda interpretación concierne a Sepúlveda y requiere
naiila<loso examen. El más reciente escritor sobre el tema sostiene
111 sorprendente opinión de que Sepúlveda no intentó aplicar la
1loctrina aristotélica de la servidumbre natural sino que quiso

65
recomendar una especie de servidumbre feudal, y basa su argu-
mento en una distinción entre dos traducciones de la palabra
servus. 46 Cabe observar de inmediato que la traducción de servus
como "siervo", en vez de "esclavo", se basa en conjeturas más que
en lo escrito por Sepúlveda en su tratado. Sepúlveda había estu-
diado Aristóteles muy a fondo en Italia, bajo la dirección de Pic-
tro Pompanazzi, la eminente autoridad renacentista en la materia,
y afanosamente preparaba una traducción al latín de la Polí-
tica, más o menos en la época en que escribía su tratado Demó-
crates y era, probablemente, el principal discípulo de Aristóteles
en España.47 En repetidas ocasiones tuvo palabras de elogio para
el filosófo, 4 8 sabía de memoria muchos pasajes de sus escritos4º y
recomendó expre~amente la lectura ele la Política al príncipe Fe-
lipe en 1549, mientras trataba de obtener el apoyo del rey para la
publicación del Demócrates. 50 En la época de la controversia ele
Valladolid, era considerado uno de los más destacados estudiosos
de Espafia y sus contempor;ineos solían referirse a él empleando
los términos "culto" y "erudito". Parece pues razonable suponer
que si hubiera querido clasificar a los indios como siervos y no
como esclavos naturales, en el sentido aristotélico, lo habría dicho
así inequívocamente. En lugar de eso, formula con considerable
detalle la proposición de que los indios son, por nacimiento, seres
tan inferiores -tan rudos, idólatras e ignorantes- que es permiti-
do clasificarlos como esclavos naturales, conforme a la teoría de
la Política. 51 De esta proposición fluye una conclusión práctica:
contra estos indios inferiores puede librarse una guerra justa y
pueden ser esclavizados si no reconocen que los españoles son por
naturaleza sus superiores, y esto también en el sentido aristotélico.
Entre los argumentos invocados en apoyo de la interpretación
de que Sepúlveda quiso significar siervos hay uno de orden lin-
güístico, la aseveración de que servus debe traducirse al español
como "siervo" en vez de "esclavo".~2 Pero el diccionario latino-es-
pañol ele Antonio Nebrija, impreso en 1494 y, como es de supo-
ner, todavía autorizado en 1550, definía el término servus emplea-
do por Sepúlveda como "siervo" o "esclavo". El primer Dicciona-
rio de la lengua castellana. publicado por la Real Academia de
la Lengua en 1732, da también esos términos como equivalentes.

66
J, 1 111111wr sos ejemplos de la manera cómo se usaban esas dos
d d11 .1 1•11 Ja literatura española de los siglos XVI y XVII, según
1 •111 1.1 ! '11 el imponente repertorio terminológico de la Real Aca-
!11111 11, 11 •v 'iun que los vocablos "siervo" y "esclavo" se usaban en
• 1111ilo intcrcambiable.63 Por consiguiente, la traducción de ser-
111 11111111 "•sclavo" se conforma a las autoridaJes admitidas.
I ~ 111111s 'Studiosos del siglo XVI trataron de "modernizar" la
""' 11111.1 d · ristóteles5 4 mientras que otros se esforzaron por ar-
111111111.11 l:i · n el pensamiento cristiano mediante una adaptación
l 11111 11 111 i:i l.~\í Pero no así Sepúlveda. Nunca había visto a los in-
'1111 di· 111érica, pero conocía bien a Aristóteles y aplicaba lite-
' tl1111 •111 1· la doctrina de la servidumbre natural. Los ejemplos so-
1111 1 nn plco autorizado de los términos precitados no son en
11 d 1d.11 I necesarios para establecer el hecho de que Sepúlveda
11111 11 d('( i I' esclavo y no siervo. Si cualquier otra interpretación
• l '"' illlt· habrá que ignorar sus propias palabras.
1.. 1 11 po~ i ión de que Sepúlvcda intentó recomendar la scrvi-
d1111il 11<' mü · q ue la esclavitud descansa también en parte en el
1p11vn q u · diera en el sistema de encomienda, en virtud del cual
111 111dif)' servían a los españoles en calidad de siervos.~ª Hacia el
1111.il dl'i JJemócrates, parece aprobar expresamente las cncomien-
d 1 , p111·s favorece la distribución de indios entre "españoles pro-
1111
1 p 1:. 1os y prudentes, sobre todo a aquellos que activamente in·
lt 11•111i ·r n en la dominación, para que se encarguen de instruir-
lt 1·11 ¡>l'obas y civilizadas costumbres y de iniciarles, adentrarles
~ l'd 11 rn rlcs en la Religión Cristiana, que ha de ser predicada no
l"ll 1:1 viol encia ... sino por los ejemplos y persuasión". 57 Lo que
1111•1 '.\:1 omprcndcr aquí es que recomienda este arreglo benévolo
11!11 para aq ueJlos indios que voluntariamente acepten el dominio

' p.11101 y convengan en hacerse cristianos. Del análisis que se hace


dl'I 1 .ad 'lcr indígena en el Libro I del Demócrates5B y de su co-
111• 1w11d ncia con Alfonso de Castro -a la que se hará referencia
111,\ :1d ·lantc- se sabe que Sepúlveda estaba convencido de que
l.1 14 1:11 1 masa <le indios jamás renunciaría voluntariamente a su
I " 11pia religión. Por lo tanto, la guerra era necesaria contra esa
w 111 1·. Su aprobación del sistema de encomienda, su enérgica cen-
111.1 d •! empleo de la fuerza y el trato benévolo que propone se

67
aplican, pues, sólo a ese pequeño número de indios que aceptaran
de buen grado el cristianismo y el señorío español. A menos que
se tenga claramente en cuenta esta esencial distinción entre el re-
ducido número que voluntariamente se somete y la masa contra
la que deberá hacerse la guerra, como medida previa a su conver-
sión, no se captará el verdadero sentido de la doctrina de Sepúl-
veda.
Hay que admitir, sin embargo, que el problema es difícil, sobre
todo debido al método empleado por Sepúlveda para presentar
sus complejos argumentos. Es también cierto que a veces en la
Europa medioeval se pensaba en el siervo "en el sentido aristo-
télico como servus natural",59 y que, por consiguiente, existió cier·
ta confusión aún en siglos anteriores, como lo explicaba San An-
tonino alrededor del año 1400, en su Summa Muralis.6° Pero Se-
púlveda nunca aclaró a ninguno de sus contemporáneos si quiso
significar siervo en lugar de esclavo. Domingo de Soto, el experi-
mentado teólogo y jurista designado para preparar un sumario
de la argumemación de ambas partes, jamás muestra, en su resu-
men, que Sepúlveda se expresara en ese tenor, ni tampoco lo
hacen sus contemporáneos que apoyaban o rechazaban sus doctri-
nas. Por lo tanto, para establecer la autenticidad de esta glosa del
siglo XX, de que Sepúlveda no intentó invocar la doctrina de la
servidumbre natural de Aristóteles, se necesitarán pruebas. Mien-
tras tanto, habrá que continuar creyendo que Sepúlveda no quiso
decir más de lo que dijo, al aplicar a los indios americanos, en
forma meticulosa y convincente, la teoría de Aristóteles de que
algunos hombres nacen esclavos y que habían de permanecer en
esa condición como "bienes animados" de los españoles, sus amos
naturales y por siempre superiores.61

68
VI

I~ l. GRAN D E B A TE DE V AL L A D O L 1 D.
l!S!S0-1551: LA GUERRA JUSTA CONTRA
LOS INDIOS AMERICANOS

fü, SEGUNDO problema de que trata Sepúlveda en el Demócrates,


rs el de cómo librar una guerra justa contra los indíos. Demócra·
1~1 ha convencido a Leopoldo de que las guerras en sí son justas
y ambos personajes deberán decidir la manera de llevarlas a cabo
ron justicia.
Sepúlveda prepara el camino para tal empresa con su afirma-
ción de que, según tiene entendido, se han librado algunas gue-
rras contra los indios con el propósito de apoderarse de los despo-
jos. Esas guerras las condena severamente, y tilda de impíos y cri-
minales a aquellos que hacen la guerra con crueldad. Pero "cier-
tas relaciones" de la conquista de México que ha leído última-
mente, tal vez los informes de Corté&, revelan que en el Nuevo
Mundo no todas las guerras han sido motivadas por la codicia o
cruelmente efectuadas. Y, naturalmente, el hecho de que algunos
indivjduos cometan error no significan que la empresa, en gene·
ral, sea improcedente o el rey de España injusto. Si es dirigida
por hombres que son, no sólo valientes, sino también "justos,
moderados y humanos", la conquista puede fácilmente realizarse
sin cometer crimen alguno y no sólo redundará en bien de los
españoles, sino que traerá incluso mayor provecho para los in-
dios.1
En seguida Sepúlveda explica en detalle cómo debe hacerse la
guerra justa contra los indios. Primero, ha de invitarse a los.bár-
baros a aceptar los grandes beneficios que el conquistador se pro-
pone conceder, a permitir que "se instruyan en sus óptimas leyes
y costumbres, se imbuyan de la verdadera religión" y a reconocer
el dominio del Rey de España. Si se les habla y amonesta de ese
modo, "quizás sin hacer uso de las armas", se someterán y entre-
garán sus posesiones a los espai'ioles. Si solicitaran una oportu-
nidad de deliberar sobre el ofrecimiento hecho, deberá. concedér-

69
seles el tiempo suficiente para organizar un consejo público y to-
mar una decisión. Si rechazaren la propuesta de España, se pro-
cederá a conquistarlos, sus bienes serán confiscados como la
propiedad del príncipe conquistador, y se les castigará mediante
el procedimiento usual empleado con el vencido, es decir, la es-
clavitud. Satisfechas estas condiciones, la guerra contra los bár-
baros será justa, aunque cada soldado o dirigente actúe movido
por la codicia, y el botín que obtengan no necesitará ser restitui-
do como sucedería en otro caso.2
Es curioso que Sepúlveda no mencione expresamente el Re-
querimiento o lo que sucediera cuando los españoles en años an-
teriores utilizaron esta cleclaraciém legal y oficial ele guerra en sus
incursiones contra los indios. Y lo que es aún más importante,
enu·e la composición del Demócrates y su comparencia ante la
Junta de Valladolid, parece haber cambiado de opinión sobre es-
ta crucial disposición de que convenía, primero, invitar a los bár-
baros a aceptar la fe cristiana y el dominio español o advertirlos
de tal medida. Al defender su caso, parece haber insistido mucho
menos en el procedimiento correcto para emprender la guerra
con justicia, recomendado en su tratado Demócrates. Sobre esta
cuestión vital, es todavía más significativa su actitud con poste-
rioridad al debate, pues en correspondencia inédita cambiada con
el franciscano Alfonso de Castro, Sepúlveda pregunta, incluso, por
qué es necesario advertir de antemano a gente tan idólatra como
los indios. 3 Castro, el autor de De justa H ereticorum Punitione,
que dio su apoyo a la doctrina de Sepúlveda en general, declara
en su obra que es imprescindible alguna clase de exhortación o
advertencia preliminar. Sepúlveda puntualizaba que no se había
dado advertencia alguna en los tiempos bíblicos y que el Papa
Alejandro VI no hacía mención <le tal advertencia respecto a los
indios. En su opinión, era muy difícil darla y en todo caso total-
mente inútil, ya que es un hecho "que ninguna gente dejará la
religión que le dejaron sus antepasados sino por fuerza de armas
o de milagros". (En una ocasión anterior había expresado que
esperaba pocos milagros en su época) .
También Castro parece haber cambiado de actitud sobre cues-
tiones indígenas. 4 Conocido principalmente en la historia jurídi-

70
ca por sus aportes en penología, sostuvo doctrinas en cierto mo-
do similares a las de John Major, quien aplicó por primera vez a
Jos indios la doctrina aristotélica de la servidumbre natural.11 Pero
él creía que aun la guerra contra los idólatras sería injusta a me•
nos de estar precedida de una intensa labor apostólica para con-
vertirlos. Una de sus opiniones, comentada favorablemente por
Vitoria, era que los indios podían y debían ser instruidos en todas
las artes liberales y ordenados clérigos y sacerdotes por la Iglesfa.e
En -correspondencia ulterior con Sepúlveda, sin embargo, cambia
completamente de parecer acerca de la necesidad de las exhorta-
ciones y labor misionera antes de hacer la guerra, y acepta que, si
mediante "prudentes conjecturas pudiere aclararse la pertinacia
de ellos", se podría hacer una guerra justa contra ellos, incluso
sin advertirlos. Todo esto sería compatible, escribía Castro, con
lo expresado por los teólogos respecto al coT1'ectio fraterna.
Se suele afirmar que estas cuestiones de justificación jurídica y
teológica no tienen relación eón el mundo real, que las finas teó·
rías elaboradas en las salas de consejos y monasterios de España
no tenían influencia en América. Sin. embargo, los documentos
históricos .disponibles para el estudio de la conquista prueban lo
contrario. Por ejemplo, en el año mismo de la controversia de
Valladolid, a decir verdad el 12 de marzo de 1550, precisamente
cuando Sepúlvedá y Las Casas preparaban sus argumentos, el
conquistador Pedro de Valdivia, en los lejanos confines del impe•
rio español en Chile, demostraba la existencia de un aspecto alta-
mente práctico de los "requerimientos" y los principios aprobados
por Sepúlveda para tratar a "pertinaces" indios. Valdivia J.nun-
ciaba a su rey, Carlos V, que en ese día había encontrado y derro~
tado a los famosos indios araucanos en un sangriento encuentro
con un contingente de sus más valientes soldados, "la gente más
lucida e bien dispuesta de indios que, se ha visto en estas partes".
Valdivia informaba con orgullo: "Matáronse hasta mil e quinien-
tos o dos mil indios y aJ.anceáronse otros muchos, y prendiéronse
algunos, de los cuales mandé cortar hasta doscientos las manos y
narices, en rebeldía de que muchas veces les había enviado men-
sajeros y hécholes los requerimientos qué V. M. manda. Después
de hecha justicia, estando todos juntos, les tomé a hablar, porque

71
había entre ellos algunos caciques e indios principales, y les dixe
e declaré cómo aquello se hada porque los había enviado muchas
veces a llamar y requerir con la paz, diciéndoles a lo que V. M.
me enviaba a esta tierra, y habían rescibido el mensaje y no cum-
plido lo que les mandaba, e lo que más me paresció convenir en
cumplimiento de los mandamientos de V. M. e satisfacción de su
real conciencia; y así los envió".7
No se sabe si ésta es la clase de "corrección fraterna" que Sepúl-
veda tenía en mente. Tampoco se sabe qué pensaban los indios
araucanos de la justicia española cuando se dirigían a sus hogares
sin manos y sin nariz, aunque la historia registra que los arauca-
nos se convirtieron en tenaces enemigos de los españoles y jamás
fueron totalmente conquistados por ellos. En cuanto a Sepúlveda,
si la actitud que ha expresado en la correspondencia con Castro
representa su pensamiento definitivo sobre el tema, parecería que
su doctrina permitió la guerra no declarada contra todos los in-
dios del Nuevo Mundo, pues para los españoles todos eran obsti-
nados idólatras. Un pasaje del Demócrates, contrapuesto a este
incidente de la justicia de Valdivia, tiene irónica fuerza: Pero
¿qué más gran beneficio pueden disfrutar, pregunta Sepúlveda,
que su sometimiento al dominio de los españoles cuya prudencia,
sabiduría y religión incorporará a estos bárbaros, apenas hom-
bres, en la medida de lo posible, a las formas de vida humana y
civilizada transformándolos de criminales en seres virtuosos, de
impíos esclavos, de diablos a adoradores del verdadero Dios?8
Sepúlveda se opone al bautismo por la fuerza, aunque sostiene
que se puede obligar a los indios a escuchar la prédica del evan-
gelio. Este intento de Sepúlveda de equilibrar su posición indujo
a Las Casas a observar que la prédica de la fe después de someter-
los primero por la fuerza equivale a predicar la fe por la fuerza. 9
El razonamiento de Sepúlveda también evoca la descripción que
hace George Orwell del desarrollo del "doble pensamiento" en
el futuro estado, en su moderna novela 1984, cuando el l\1iniste-
rio de la Verdad propaga lemas como "La guerra es la paz", y
"La esclavitud es la libertad". Pero según Sepúveda, el envío de
misioneros a los indios antes de su pacificación es una empresa
difícil y peligrosa de poca o ninguna utilidad. Los "perversos idó.

72
latras" deben ser no sólo invitados sino también obligados a acep-
tar lo que'es para su propio bien. No existe ningún otro método
aeguro para facilitar la prédica de la fe que obligarlos por la fuer-
"ª de las artnas a aceptar el dominio español. Sepúlveda señala
que aun después de haber sido conquistad<:>s y mientras se des-
cuartizaba en la vecindad a soldados españoles, los indios habían
dado m;uerte a algunos dominicos y franciscanos en Pirito, Chiri-
biche y Cubagua. Expresa preocupación por la vida de los misio-
neros enviados entonces a Florida sin protección armada, "proyec-
to debido a ciertas personas que suelen hacer planes valiente-
mente en tales asuntos con el peligro y trabajo de los demás".10
Sin duda es una censura para Las Casas, quien, como se ha visto,
se dedicó muy activamente después de regresar a España en 1547,
a reclutar sacerdotes para América. Se relacionó muy de cerca
con la expedición de su antiguo amigo Luis Cáncer (expresa-
mente mencionado por Sepúlveda) , quien fue realmente matado
por los indios en la Florida poco después de la disputa de Valla-
dolid.11 En otro lugar, Sepúlveda reconoce que puede llegar el
momento en que algunos príncipes indios soliciten voluntaria-
mente la enseñanza cristiana, pero no 'entra en detalles al respec-
to, dedicándose más detenidamente a mostrar que el papado apo-
yaba decididamente a los españoles en la obra que realizaban en
América y el sometimiento de loo indios al cristianismo ''ante la
amenaza o el empleo de la fuerza''. Sepúlveda está convencido de
que los indios recibirán ordinariamente la nueva religión sólo
cuando la prédica de la fe vaya acompañada de amenazas que
inspiren terror. Gracias a esta feliz combinación, ya se ha cristia-
nizado a una mayoría de los bárbaros,12
Domingo de Soto lamentaba, en su resumen de la argumenta·
ción presentada en Valladolid, que ambos contendores discutie-
ran asuntos secundarios y marginales. Por ejemplo, en el segundo
Libro del Demócrates, Sepúlveda considera el problema de lo que
acontecería a los indios después de librada la guerra justa contra
ellos o una vez que se hubieran rendido voluntariamente a los
españoles. Aun cuando Losada publica en su reciente y autoriza-
do texto del tratado gran cantidad de material nuevo omitido en
otras versiones, el segundo Libro comprende sólo .88 páginas del

75
total de 134. Si bien no trata del asunto principal discutido du-
rante la controversia de Valladolid, es decir, la justicia de librar
la guerra contra los indios como paso preliminar a su cristianiza-
ción, contiene importante información acerca del pensamiento de
Sepúlvcda sobre asuntos menores y merece cierta atención. Esta
breve porción del debate entre Leopoldo y Demócrates se efec-
túa, según se nos dice, después de haber recuperado las energías
con una abundante comida y una prolongada siesta.
Sin embargo, el lector moderno tal vez sospeche al leer esta
versión que la mente de los discutidores no sacó gran provecho
de ese refrigerio, ya que los argumentos se desenvuelven en forma
confusa y complicada. A veces Sepúlveda parece contradecir una
doctrina que aprobara en el primer Libro. Quizás esta parte del
tratado haya sido revisada para salvar objeciones a sus ideas, sus-
citadas cuando fueron distribuidas en manuscrito en años ante-
riores a dicha controversia.
La primera cuestión planteada por Leopoldo en el segundo li-
bro se refiere a la justicia de condenar a los bárbaros a perder sus
bienes y libertad.is Si bien han nacido para servir a sus superiores
y son idólatras, ¿deben perder por esas razones su propiedad y
libertad? -pregunta Leopoldo. En un extenso pasaje, publicado
por primera vez en la edición de Losada, Scpúlvecla contesta a
través de Demócrates que, aunque los bárbaros pueden ser los
verdaderos dueños de propiedad adquirida con justicia, y algunos
esclavos pueden ser muy nobles y dueños de graneles propiedades,
el derecho de las naciones y la ley de la naturaleza disponen que
de los vencedores son los despojos.u
En una guerra justa, el conquistador puede matar a su enemi-
go con completa legalidad o salvarle la vida esclavizándolo y con-
fiscando su propiedad. Ciertamente, los conquistadores pueden
templar el castigo en provecho de la paz y el bienestar público, y
Sepúlveda cita la prudencia de algunos de los antiguos romanos
al permitir que algunos de los vencidos quedaran en libertad y
vivieran en conformidad con su propia legislación, mientras otros
eran convertidos en estipendiarios. Julio César trató a los derro-
tados galos en forma muy humana, excepto a los pérfidos adua-
tici, a quienes esclavizó y privó de sus bienes. Esta clemencia se

74
aplicará, naturalmente, sólo después de saldada la victoria y has-
ta entonces los cristianos recurrirán a todos los medios necesarios
para ganarla: "se da muerte al enemiga, se le somete a esclavitud,
ae le despoja de armas y bienes, se asaltan y se destruyen sus cam-
pamentos" .115
Sepúlveda también precisa que los indios, por sus pecados, en
ninguna ·circunstancia pueden librar una guerra justa contra los
españoles, como tampoco podrían ser combatidos con j~sticia los
cristianos por los indios, cuyo exterminio Dios deseaba "por los
crímenes e idolatría de aquellas gentes".18 Además, la ignorancia
de la ley no excusa al pecador, declara Sepúlveda en un intrinca-
do argumento, en que también puntualiza que los soldados no
deben preguntarse si la guerra es o no justa, ya que eso no les
incumbe. Si al atacar de buena fe las órdenes de sus gobernan-
tes, caen en error o cometen algún daño, no se les deberá hacer
personalmente responsables.
En las ocho páginas finales del Demócrates, Sepúlveda establece
una marcada diferencia entre los indios capturados en una guerra
justa y los que se someten a los españoles "por prudencia o te-
mor".17 Para el primer grupo, la esclavitud y la pérdida de todos
los bienes es justa recompensa y es de suponer que la abrumadora
mayoría de indios se encontraba en esa categoría. Para distinguir
la situación de los que se entregaban pacíficamente y aquellos
que no lo hacen, Sepúlveda cita la autoridad de la Biblia en cuan-
to concierne a la orden de dar muerte con la espada a todos los
niños varones de las ciudades que resistieran a los israelitas. Se-
púlveda expresa que los indios americanos merecen también ese
trato: la Biblia se refiere a "aquellas ciudades muy lejanas", tanto
como a las de Tierra Santa en donde aquellos que se resisten de-
ben ser muertos hasta el último hombre.
En seguida, Sepúlveda hace uno de sus abruptos virajes e in-
mediatamente después de este sanguinario consejo parece insinuar
que hay algo de justicia, tanto en los españoles que conquistan
como en los indios que oponen resistencia. Si no fuera por la ido-
latría de los indios y su sacrificio de seres humanos, sería injusto
esclavizarlos o despojarlos de sus bienes simplemente por su resis-
tencia. Pero aI parecer tal cosa es necesaria por su crueldad, per-

?5
tinacia, perfidia y rebeldía, aunque Sepúlveda reconoce que si se
les tratara con bondad se aceleraría la pacificación. Interpolacio-
nes como éstas dan al pensamiento de Sepúlveda la impresión de
un mosaico confuso y pintoresco. Sepúlveda insiste en que los in-
dios que se entregan a la misericordia y voluntad de los conquis-
tadores no deben ser esclavizados o privados de sus bienes, pues
ello significaría una contravención del derecho de las naciones.
Pero pueden ser conservados como estipendiarios y obligados a
pagar tributo "según su naturaleza y condición".
Aun aquellos indios que voluntariamente aceptan el cristianis-
mo y reconocen el dominio de España no pueden, sin embargo,
disfrutar los mismos derechos que los espalioles, pues esto sería
contrario a la doctrina de Aristóteles sobre la justicia distributi-
va, que rechaza la concesión de iguales derechos a personas des-
iguales. A este respecto, hace una exposición de los diversos tipos
de dominio imperial justo.IS Para los "hombres probos, humanos
e inteligentes" -y naturalmente se refiere a los españoles- será
adecuado el imperio regio. Para los bárbaros y los que poseen es-
casa discreción y cultura el dominio heril es más conveniente.
Este último tipo de dominio ha sido aprobado por filósofos y emi-
nentes teólogos para aquellos, en ciertas regiones del mundo, que
son esclavos naturales y para quienes poseen costumbres deprava-
das o que, por otras razones, no pudieran cumplir sus deberes.
Al concluir esta exposición sobre el dominio imperial, Sepúl-
veda ofrece un cuadro algo confuso de la manera en que los espa-
ñoles ejercerán el gobierno. Al parecer, habrá esclavos y servido-
res libres, que sus amos gobernarán "con justicia y afabilidad".
Los bárbaros -y aquí debe referirse a los que voluntariamente
acepten el dominio español, no a los conquistados en la guerra
justa, pues esos serán esclavos- recibirán el trato de personas li-
bres, "con cierto imperio templado, mezcla de heril y paternal, y
tratarlos según su condición y las exigencias de las circunstancias".
Oportunamente, a medida que estos indios sean más civilizados
y se familiaricen mejor con el cristianismo, se les dará mayor li-
bertad. Sepúlveda encuentra en Aristóteles una razón poderosa
para gobernar con prudencia a los indios de esta categoría, y lo
cita en detalle para mostrar que los imperios en que abundan las

76
· personas Dlenesterosas, oprimidas y resentidas, son peligrosamente
inestables.19 El tipo de dominio adecuado consistiría en fiscalizar
11 los indios "en parte por el miedo y la fuerza, en parte por la
benevolencia y equidad", manteniéndolos en condiciones que no
les permita rebelarse ni desearlo.
Hacia el final del tratado, en un breve pasaje al que ya se ha
hecho ieferencia,20 Sepúlveda apoya el sistema de encomienda
porque instruirá a los indios en las formas de vida civilizada y
en la religión cristiana.21 Tal instrucción debe realizarse no por
la violencia, sino mediante el ejemplo y la petsuasión, y, sobre to-
tlo, sin crueldad ni avaricia. Sepúlveda censura expresamente las
intolerables exacciones, la injusta servidumbre y los insoportables
trabajos de que algunos espafioles han sido acusados de infligir a
los indios en ciertas islas. Aquí denuncia la opresión de los indios
casi tan elocuentemente como Las Casas, y al concluir rn tratado
declara que los abusos deben remediarse a fin de que los leales
españoles no queden defraudados de la nierecida recompensa y los
pueblos conquistados sean gobernado~ con justicia, en beneficio
de los conquistadores, como asimismo del suyo propio "dentro de
los límites de su naturaleza y condición",22 Probablemente el
examen de tales pasajes indujo a un estudioso a considerar a Se-
púlveda como un sensato estadista que preconiza un "sano y
prudente imperialismo"2a, e hizo que otro, a pesar de su con-
vicción de que Sepúlveda adolecía de graves defectos como teó-
logo, lo describiera como "un hombre bueno y de sentimientos
cristianos".2' Lo que tales escritores olvidan es que Sepúlveda,
en la parte principal de su tratado,. sostiene que los indios son
todos esclavos con arreglo a la doctrina de Aristóteles, y que
su inferior naturaleza justifica una guerra contra ellos, en que
todos los supervivientes pueden ser esclavizados.
El verdadero asunto discutido en Valladolid no tenía rela-
ción con el sistema. de encomienda y aquellos que explican el
fracaso de Sepúlveda para ganar el gran debate, afirmando que
la monarquía no podía permitir el desarrollo, en el Nuevo
Mundo, de una institución feudal tal poderosa como la enco·
mienda, no captan el punto esencial de que entonces no se
discutía la continuación de dicho sistema. 211 Ese candente pro·

77
blema se había resuelto al revocar Carlos V, en 1545, la virtual
prohibición de encomiendas decretadas en las Nuevas Leyes
de 1542. Cuando Las Casas y Sepúlveda debatían acalorada-
mente ante los jueces en Valladolid, la verdadera cuestión pen-
diente en cuanto a encomiendas, era si debían o no concederse
en perpetuidad con jurisdicción civil y penal. Sepúlveda no
da respuesta sobre el particular y ni siquiera menciona el asun-
to. La historia completa de esta lucha por la perpetuidad de
las encomiendas no ha sido todavía relatada, y un gran acopio
de material manuscrito aguarda al investigador. 2 ª Pero no es
éste lugar para tratar del problema, ya que no estaba en juego
en Valladolid.
La cuestión del título real al imperio español tampoco esta-
ba involucrada en dicha controversia, aunque tanto Sepúlveda
como Las Casas parezcan sugerir lo contrario. Carlos V busca-
ba afanosamente consejos sobre la mejor manera de gobernar
sus dominios americanos, pero no tenía dudas de la justicia y
legalidad de su título. Ni el tribunal en Valladolid tenía in-
terés en oir extensas disquisiciones sobre el tema: durante la
segunda sesión, cuando Sepúlveda trató de discutir el real tí-
tulo a la luz de las bulas pontificias, los jueces lo interrumpie-
ron bruscamente.21
El tema central en Valladolid en 1550 fue la justicia de ha-
cer la guerra contra los indios, y Sepúlveda aclara, a pesar de
su complejo y a menudo confuso argumento, que consideraba
a los indios como esclavos naturales, según el concepto aristo-
télico, y a los españoles ampliamente justificados para hacer la
guerra contra ellos como una medida preliminar, indispensable
para su cristianización.

78
VII

CONSECUENCIAS DEL CONFLICTO,


l 55 o- 1 9 5 5
A. Hasta la ley básica de 157J

l.os JUECES en Valladolid, probablemente exhaustos y confu-


aos ante el espectáculo de este grandioso conflicto, argumenta·
1·on entre sí sin llegar a ninguna decisión colectiva. Las Casas
declaró más tarde que el veredicto favorecía su punto de vista
"aunque por desgracia de los indios no fuesen bien ejecutadas
las providencias del Consejo", y Sepúlveda escribía a un ami-
go que los jueces "creyeron lo justo y legal que los bárbaros
del Nuevo Mundo fuesen sometidos al dominio de los cristia-
nos, con la sola excepción de un teólogo". El disidente fue tal
vez el sacerdote dominico Melchor Cano, quien antes había
combatido sistemática.mente las ideas de Sepú1veda en una
de sus obras, o Domingo de Soto.1
Los hechos actualmente disponibles no apoyan en forma con-
cluyente las pretensiones a la victoria de uno y otro contendor.
Terminada la reunión final, los jueces se dispersaron y durante
afios después el Consejo de Indias se esforzó por conseguir que
emitieran su opinión por escrito. En 1557 se envió una nota a
Cano, explicándole que todos los demás jueces habían comuni·
cado su decisión y que la suya se precisaba sin demora. Estas
opiniones escritas no han visto todavía la luz, salvo una: la de-
claración del doctor Anaya aprobaba la conquista con miras
a la propagación de la fe y a poner término a los pecados de los
indios contra la naturaleza, siempre que las expediciones las
financiara el rey y las dirigieran capitanes "celosos por servir a
Dios y al Rey", que darían un buen ejemplo a Jos indios y par~
ticiparían en ellas en beneficio de los indios y no para buscar
oro. Los capitanes velarían por que se efectuaran las acostum-
bradas exhortaciones y advertencias pacíficas antes de emplear
la fuerza.2 Otro juez, el jurista Gregorio Lópe¡, apoya, en gran

79
parte, las ideas de Las Casas sobre el tema principal en las no-
tas a su edición de las Siete Partidas publicada en 1555.3
Inmediatamente después de la última reunión, Las Casas y
su compañero Rodrigo de Andrada finiquitaron los preparati-
vos con el monasterio de San Gregorio en Valladolid para pasar
allí el resto de sus vidas. Según el contrato redactado el 21 de
julio de 1551, se les concedería tres nuevas celdas -una de ellas
presumiblemente para la voluminosa colección de libros que Las
Casas había reunido- un sirviente, primer lugar en el coro, li-
bertad para circular como les placiera, y sepultura en la sacris-
tía.4 Sin embargo, cabe duda que Las Casas se entregase a una
vida contemplativa. Es .posible que el fracaso de la controversia
de Valladolid, al no lograr el triunfo de sus ideas en forma pú-
blica y resonante, le haya convencido que sus esfuerzos en fa-
vor de los indios necesitaban documentos más permanentes. Te-
nía a la sazón 78 afios; estaba cansado de lidiar sobre asuntos
indígenas durante medio siglo, y tal vez deseaba usar la impren-
ta para dar a conocer sus proposiciones y proyectos a numerosos
espafioles con quienes no podía comunicarse de otro modo. En
todo caso, abandonó el monasterio de San Gregorio y al año si-
guiente, 1552, se dirigió a Sevilla donde consagró muchos meses
a contratar sacerdotes para América y a preparar la serie de nue-
ve notables tratados, impresos en esa ciudad en 1552 y a prin-
cipios de 1553. Es posible que no tuviera la intención de publi-
car esos osados opúsculos para todo el mundo, salvo una limi-
tada edición destinada al príncipe Felipe y reales consejeros.
Comprendían el provocador escrito titulado Brevísima relación
de la destrucción de las Indias, en que denunciaba la crueldad
de los españoles para con los indios. Cualesquiera que fueren
sus intenciones, lo cierto es que se procedió al rápido embarque
de los tratados a través de los Pirineos, donde pronto se publica-
ron en numerosas traducciones al inglés, francés, alemán, italia-
no, latín y flamenco. Lo que había sido un conflicto acerbo,
pero privado, en los círculos intelectuales y cortesanos de Espa-
ña adquirió amplia difusión en muchos lugares de Europa.11
Los tratados, entre ellos el Confesionario, también fueron em-
barcados sin demora para el Nuevo Mundo, ante la indigna-

80
ción de aquellos españoles que poseían indios y que censura·
han rotunda y acremente el ataque general de Las Casas contra
los conquistadores. Sirvieron asimismo como libros de texto y
guía a los sacerdotes dispersos sobre las vastas extensiones de
América, quienes trataron de poner en práctica sus principios.
El relato completo de esos heroicos y poco conocidos intentos
-algunos de los cuales ven ahora la luz, gracias a la paciente re-
busca del historiador colombiano Juan Friede- agregará con el
tiempo otro valioso capítulo a la historia de la lucha por la jus·
ticia en la conquista de América. 6
La parte relativa a Sepúlveda del tratado que Las Casas hizo
imprimir en Sevilla y que más tarde fue traducido al inglés con
el título Here is contained a Dispute or Controversy between
Bishop Friar Bartolomé de Las Casas and the Doctor Ginés de
Sepúlveda parece haber dado cierta satisfacción al cabildo de
México, la más rica e importante ciudad de todas las Indias; el
8 de febrero de 1554 votó por que "le envíen algunas cosas desta
tierra de joyas y aforras hasta el valor de doscientos pesos", como
un reconocimiento de gratitud por lo que Sepúlveda había he·
cho en su nombre y "para animarle en el porvenir a que lo
prosiga". 7 No se sabe si. recibió esos regalos, pero de ser así los
habrá acogido de muy buen grado, pues Sepúlveda se preocupa-
ba desde un principio en aumentar sus bienes. Angel Losada, su
encomiástico biógrafo, lo describe como "un hombre entrega-
do con alma y vida a los negocios", y agrega que el que consulte
los innumerables documentos relacionados con la vida de Sepúl-
veda en el Archivo de Protocolos, en Córdoba, llegará a la con·
clusión de que "no hizo otra cosa en su vida que comprar, ven-
der, arrendar y acumular sobre sí beneficios eclesiásticos".ª Lo
significativo es que los españoles de América reconocieron la im-
portancia del asunto y quisieron recompensar a Sepúlveda por
lo hábilmente que había defendido sus intereses. Sepúlveda era
tan universalmente considerado como el principal defensor de
la conquista, que el historiador contemporáneo Francisco López
de Gómara no se dio el trabajo de justificarla, sino que reco-
mendó a sus lectores que consultaran a "Sepúlveda, cronista del

81
emperador, que la escribió en latín doctísimamente; y así que.
dará satisfecho del todo".9
Los españoles, sin embargo, no quedaron "satisfechos del to-
do" y el conflicto verbal siguió su curso. El propio Sepúlveda
mantuvo el fuego ardiendo al escribir, poco después e.le la pu-
blicación, en 1552, de la serie de tratados de Las Casas, un vio-
lento ataque titulado Praposiciones temerarias, escandalosas y
heréticas que notó el doctor Sepúlveda en el libro de la conquis-
ta de Indias, que Fray Bartolomé de Las Casas, obispo que fue
de Chiapa, hizo imprimir sin licencia en Sevilla, año de 1552.10
La actitud de ambos hombres era en esa época bien conocida
en la corte y círculos religiosos de España, y según algunos escri-
tores la controversia de Valladolid tuvo resonancia incluso en el
poema popular "Cortes de la Muerte", de 1557.u Sea como fue-
re, y la evidencia no es concluyente, lo cierto es que la polémica
de Valladolid provocó, en los años siguientes, una gran activi-
dad intelectual, expresada en numerosos tratados a favor y en
contra de los indios. Vasco de Quiroga, altamente respetado obis-
po de Michoacán, célebre por sus actividades en beneficio de
los indios mexicanos y por la aplicación, en México, de las ideas
utópicas de Thomas More, escribió De Bellandis Indis, para
apoyar la justicia de las conquistas. Según una carta escrita en
1553, que Las Casas tenia en su poder y que fue encontrada en-
tre sus documentos, Quiroga preparó su declaración después de
haberse enterado del interín en Valladolid. Se le había dicho
que la cuestión se ventilaba ante una "grande concentración de
letrados", de tal manera que se dudaba de la posibilidad de lle-
gar a un acuerdo sobre el intrincado asunt_o. 12 Años antes había
apoyado las ideas de Las Casas sobre prédica pacífica en su no-
table "Información en derecho sobre algunas provisiones del
Real Consejo de Indias", partes de la cual casi pudieran haber
sido escritas por Las Casas. 13 Quiroga creía que los indios eran
por naturaleza dóciles y aptos para todas las artes y censuraba
a aquéllos a quienes "no les conviene que sean tenidos por hom-
bres sino por bestias". 14 Algunos españoles odian y abominan
a los indios, decía: los acusan de cometer muchas prácticas ma-
lignas y no se interesan en convertirlos o enseñarles. Quiroga

82
aseveraba no haber visto corroboradas estas acusaciones contra
los indios y encarecía que no se les robara ni oprimiera. 111 En lu-
gar de ello, recomendaba su conversión pacífica por los españo-
les "yendo á ellos como vino Cristo á nosotros, haciéndoles bie-
nes y no males, piedades y no crueldades, predicándoles, sanán·
doles, y curando los enfermos, y en fin, las otras obras de mise-
ricordia y de la bondad y piedad cristiana". 16 Unos quince años
más tarde en Valladolid, en realidad casi en la épaca de la con-
troversia entre Sepúlveda y Las Casas, Quiroga apoyaba la en-
comienda perpetua para los indios de México.17 Nunca favore·
ció la prédica de la fe por la fuerza; tenía una opinión favora-
ble del carácter indígena y jamás invocó la autoridad de Aristó·
teles para respaldar la idea de que los indios eran seres inferio-
res. Sus opiniones exactas no se conocen, sin embargo, y los úni-
cos conocimientos relativos a su tratado derivan de una refuta-
ción del mismo por Fray Miguel de Arcos. 1 ª Tal vez un estudio
más detenido permitirá situar el pensamiento de Quiroga en
una más clara perspectiva.
Otros entraron también en la contienda. Según Sepúlveda,
uno de los jueces en Valladolid, el franciscano Bernardino de
Arévalo, no sólo le dio su apoyo sino que escribió un erudito
libro sobre el tema, al igual que otro franciscano, Bartolomé de
Albornoz, uno de los más destacados profesores de la Universi·
dad de México cuando abrió sus puertas en 1553.19 Se le consi-
deraba un estudioso "de ingenio eminente y de memoria mons-
truosa". Tenía una baja opinión de Las Casas y su doctrina y,
si bien reconocía que Las Casas había llegado a una edad vene-
rable y obtenido considerable experiencia personal en algunas
regiones de las Indias, recordaba a sus lectores que Las Casas
conocía sólo una parte de América. En todo caso, hacía notar
que "los bancos que están en las escuelas de Salamanca sin me·
nearse de los generales oyen todas las liciones que se leen, y al
fin del año saben tan poco como al principio". Albornoz atri-
buía poco valor a los numerosos escritos contemporáneos sobre
el sistema de encomienda y la justicia de hacer la guerra contra
los indios y observaba que "la materia es muy importante y
aunque disputada de muchos, quizá de ninguno entendida, que

8!
de los escriptores que la han tractado, los que tuvieron letras.
faltóles noticia del hecho; los que supieron el hecho, no tuvieron
letras para disputarla, y otros ni supieron el hecho ni letras".20
Albornoz no era partidario de la esclavitud de los indios y co-
mentaba irónicamente que, a pesar de haber más de 400 defen-
sores por cada indio, continuaban siendo esclavizados, vendidos
y comprados. Sobre una cuestión fundamental, apoyaba la idea
de Las Casas de que no era suficiente salvar el alma; y afirma-
ba: "más no creo que me darán en la ley de Jesucristo que la
libertad de la ánima se haya de pagar con la servidumbre del
cuerpo".21 Según Albornoz, la obra más importante sobre el te-
ma era la del sacerdote dominico, de nacionalidad dálmata, Vi-
cente Palatino de Cursola.22 Lázaro Bejarano escribió un tratado
contra Sepúlveda23, en tanto que Francisco Vargas Mexía lo apo·
yaba24, pero ambos documentos desaparecieron a partir del siglo
XVI. Pedro de la Peña, teólogo dominico, combatió enérgica-
mente a John Major y a Sepúlveda por aplicar a los indios la
teoría de Aristóteles.25 Un tratado anónimo, de 1571, que ha so-
brevivido, respalda la posición de Sepúlveda. 26
En general, la opinión estaba muy dividida en cuanto a Sepúl-
veda se refiere, como ha ocurrido desde entonces. El sabio hele-
nista Juan Pérez de Castro, que llegó a ocupar una situación de
eminencia entre sus colegas del siglo XVI sin publicar un solo
libro, era también admirador de Aristóteles, pero dudaba que
Sepúlveda tuviera una mente bien equilibrada y decía que "ni
en sus cartas, ni en sus diálogos sabe lo que dize por falta de
principios".27 Varios contemporáneos elogiaban a Sepúlveda,
particularmente por su habilidad para escribir el latín con ele-
gancia. En cambio, Fernando Vázquez de Menchaca, que proba-
blemente escribiera su tratado Controversiarum Illustrium en
Valladolid mientras se debatía allí la justicia de las guerras en
el Nuevo Mundo, combatía a Aristóteles y a quienes lo citaban.
En la introducción de su obra, censuraba a aquellos que invocan
la teoría aristotélica de la servidumbre y a "quien con velo y
manta de verdad cubre los vicios". Su propósito, explicaba, era
combatir tales esfuerzos, estudiando las más fundamentales con-
troversias, a fin de poder así remediar "esta relajación del géne-

84
ro humano causada casi siempre por influjo y obra de los adu-
ladores de ilustres príncipes y poderosos". Vázquez de Menchaca
también estaba seguro de que conocía la verdad, a pesar de no
haber tenido oportunidad de estudiar la doctrina de quienes
creían que los indios podían ser lícitamente subyugados. Y esa
verdad era para él evidente:
"L¡¡. doctrina de estos autores es una pura tiranía, introducida
bajo apariencia de amistad y buen consejo para seguro extermi-
nio y ruina del humano linaje, porque, para practicar con ma·
yor libertad la tiranía, el saqueo y la violencia, se esfuerzan en
justificarla con ficticios nombres, llamándola doctrina provecho-
sa a los mismos que fomentan la relajación cuando en realidad
jamás se ha oído o referido cosa más ajena a la verdad y más
digna de irrisión y ludibrio."28
Más o menos en la época en que Vázquez de Menchaca escri-
bía en Valladolid, el latinista Francisco Cervantes de Salazar
aplicaba la doctrina aristotélica a los indios mexicanos, pero en
un espíritu muy diferente al de Sepúlveda. Cervantes de Salazar
se había desempeñado con distinción como profesor en la Uni-
versidad de México desde el comienzo de la instrucción en 1553;
había sido contratado por el cabildo de México para escribir un
tratado contra algunas de las doctrinas de Las Casas y tenía muy
bajo concepto de los indios. 29 Pero su sombría opinión de las
realizaciones y capacidad de los indios no era tan devastadora
ni tan dogmática como la de Sepúlveda, pues admitía que en
todas las naciones hay elementos buenos y malos; algunos que
son dirigentes y otros que sólo tienen capacidad para obedecer,
ilustrando así la doctrina de Aristóteles. Los de este último gru-
po, muy numerosos en México, son "naturalmente, siervos, aun-
que los unos y los otros se pueden llamar bárbaros".ªº Ni siquie·
ra el cabildo de la Ciudad de México respaldó la opinión de que
los indios no tenían cultura o lugar en la estructura del gobier-
no español en México. Por ejemplo, el 3 de octubre de 1561 re-
comendó al rey que 6 de los 24 regidores de la ciudad fuesen
siempre indios, a fin de asegurar la uniformidad de precios en
todas partes de la ciudad y promover en ella la "unión y confor-
midad" de indios y españoles.ª 1

85
Las Casas, por cierto, nunca vaciló en sus convicciones, y en
su testamento de fecha 17 de marzo de 1564, formulaba esta os-
cura profesía: "Creo que por estas impías y celerosas é ignomi-
niosas obras, tan injusta, tiránica y barbáricamente hechas en
ellas y contra ellas, Dios ha de derramar sobre España su furor
é ira."ª 2 En los últimos meses de su vida dirigió un último lla-
mamiento a Roma solicitando apoyo en su campaña. Todavía no
se ha analizado la actitud del papado respecto a la controversia
de Valladolid, aunque es de suponer que en Roma existen docu-
mentos sobre el tema. Después de la bula Sublimis Deus, expedi-
da en 1537 por Paulo III, en que se declara que los indios son
seres racionales, ningún pontífice parece haber hecho otro pro-
nunciamiento parecido, tal vez debido a la muy desfavorable
reacción de Carlos V respecto de esa acción independiente del
Papa que, según consideraba, contravenía su autoridad en las
Indias. Aun Las Casas parece haber vacilado largo tiempo en
apelar directamente al Papa por temor a suscitar la ira del rey.as
Habiendo agotado todos los medios de apoyo en España, o tal
vez encontrándose tan cerca de la muerte que ni siquiera temió
sufrir el desagrado del rey, Las Casas envió en 1565 un represen-
tante al Papa con el encargo de hacerle entrega de una carta.
Este "Chantre de Chiapa" ni alcanzó a cumplir su misión, pues
el Papa falleció el 9 de diciembre. El Chantre remitió una car-
ta a Las Casas desde Roma el día de la elección de Pío V, el 7
de enero de 1566, en que prometía entregar un nuevo llama-
miento tan pronto se la enviara. La segunda carta fue debida-
mente presentada a Pío V, quien era no sólo dominico, sino tam-
bién un pontífice reformador, resuelto a ejercer una importante
influencia en los asuntos de la iglesia americana. Las Casas re-
dactó esa postrera e importante declaración de su vida en los
términos más enérgicos, pidiendo encarecidamente la excomu-
nión de todo aquel que declarase justa la guerra contra infieles
a causa de su idolatría o como medio de predicar la fe. Las Ca-
sas insiste en que aquellos que creen que los infieles no son le-
gítimos propietarios de sus bienes o que son incapaces de
recibir la fe "por más rudos y de tarde ingenio que sean", tam-
bién debían ser anatematizados, e informa al Papa que to-

86
do eso se prueba en un libro que ha de presentar.34 A juzgar
por la descripción de su contenido, el libro era probablemen-
te su primer tratado, El único modo de atraer a todos los pue-
blos a la verdadera religión. Escrito unos 40 años antes, condujo
al experimento de Vera Paz y a la controversia de Valladolid.
Quizá la muerte sorprendió a Las Casas antes de poder des-
pachar ese tratado que proclama la eficacia de la persuasión pa-
cífica, pues todavía no se ha encontrado en los archivos de Ro-
ma. Sin embargo, esta súplica a favor de los indios debe haber
impresionado a Pío V, ya que comenzó a preparar bulas y otros
documentos para mejorar su suerte, e incluso aconsejó al infle-
xible Felipe II, que no gustaba de la intervención del Papa,
"que se aliviase el yugo de Cristo para los indios".
El renovado interés del Papa en los indios no disminuyó las
diferencias de opinión de los españoles respecto del carácter in-
dígena, que continuaron ventilándose mucho después de la
disputa de Valladolid. El sacerdote dominico Reginaldo de Li-
zárraga, uno de los eminentes líderes ·religiosos del Perú duran-
te la última parte del siglo XVI y eventualmente obispo de Li-
ma, consideraba que los indios tenían "un ánimo más vil y bajo
que se ha visto ni hallado en nación alguna; parece realmente
son de su naturaleza para servir".35 Por otra parte, Pedro de Qui-
roga deploraba en esa misma época la actitud de aquellos sa-
cerdotes que consideraban a los indios como niños a quienes el
cristianismo debe enseñarse "a puñadas y coces", según el anti-
guo refrán castellano "la letra con sangre entra".36 Los indios
que no asistían a misa recibían a veces 24 azotes37, aunque, en
teoría por lo menos, se suponía que la cristianización debía ser,
y a menudo era, un proceso pacífico tanto en la América espa-
fiola como la portuguesa.as
En España y América continuaron librándose guerras injustas.
Jerónimo de Loaysa, Arzobispo de Lima, reunió en 1560 un im-
presionante grupo de teólogos y predicadores con el objeto de
redactar instrucciones para los confesores, que les sirvieran de
guía para determinar en qué grado se debía exigir a encomende-
ros y otros, que se beneficiaban de guerras injustas contra los
indios, la restitución de la riqueza adquirida en esas guerras. Se

87
aprobaron severos reglamentos que, en algunos casos, estipula-
ban la restitución total antes de poder absolver a los españoles.
Si éstos habían creído sinceramente que la guerra era justa por
la idolatría de los indios, o porque comían carne humana y sa-
crificaban a seres humanos, o por otras razones similares, se les
debía excusar de restituir el botín de que se hubiera apoderado
antes de la llegada de la instrucción del rey que establecía la
política real. Esa instrucción, que evidentemente daba fonna le-
gal a las principales propuestas de Las Casas, en especial sus ideas
sobre prédica pacífica, parece ser la ley a que se refería al afir-
mar39 que el Consejo de Indias adoptó su posición, y probable-
mente era la orden enviada por el Consejo, el 13 de mayo de
1556, al Virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza. 40
La junta redactó, y el Arzobispo Loaysa prornulgó, detalla-
das disposiciones -que los confesores observarían en adelante en
todo el Perú- acerca de la cantidad de bienes injustamente ga-
nados que se permitiría conservar a los conquistadores o a sus
viudas e hijos. Los comerciantes de armas empleadas en guerras
injustas debían pagar indemnización, a menos que ignorasen ro-
tundamente que las guerras eran injustas. Esas disposiciones se
convirtieron en la política autorizada y como tal fueron inclui-
das en el manual para misioneros preparado por Alonso de la
Peña Montenegro y utilizado en toda América durante los siglos
XVII y XVIll. 41
Pero ni siquiera el reglamento del Arzobispo Loaysa puso coto
a las polémicas. En 1561 se produjo un altercado en el monas-
terio dominico de Atocha en Madrid, que presenciaron Las Ca-
sas y Felipe II, durante el cual el franciscano Juan Salmerón de-
fendió la justicia de las guerras contra los indios a causa de sus
bestiales pecados y sacrificios humanos. 42 En el Perú Juan
de Matienzo, más' tarde famoso consejero del virrey Francisco de
Toledo, recomendó el 12 de octubre 1567 que se convocase a una
junta para considerar su libro Gobierno del Perú, debido a las
grandes polémicas sobre la intervención de España en el Perú
y la muerte de indios en ese país. 43 Idénticos problemas sobre
la justicia de la guerra se suscitaron en las Filipinas, Chile y
otros lugares del imperio, desarrollándose las mismas actitudes

88
contradictorias, pero esa historia ya ha sido relatada en otra
parte y es innecesario repetirla. 44
Está claro que la lucha para cristianizar a los indios por me·
dios pacíficos no terminó con Ja muerte de Las Casas en 1566,
a la edad de 92 años. Y hasta un misionero tan devoto y expe·
rimentado como Bernardino de Sahagún llegó a expresar poca
fe en la posibilidad de cristianizar al nuevo mundo.45 Este fran·
ciscano, el primer europeo en estudiar la cultura y el idioma
indígenas con espíritu verdaderamente profesional, estimaba que
los indios mexicanos eran gente pecadora, se asombraba de su
degradación y creía en el castigo para hacerlos seguir el sendero
de Cristo. En la noche despertaba a los indios para azotarlos, e
ingeniosamente relataba "cómo amorosamente metíalos a pa·
los en el cielo." 46 Sin embargo, Sahagún también respetaba a
los indios y su cultura, que estudió con tal persistencia y habi-
lidad que se le considera hoy día como el precursor del estudio
de la lengua y literatura nahautle.47
A pesar de estas diferencias de opinión y práctica, la corona
siguió un rumbo firme durante los años siguientes a la disputa
de Valladolid, en el sentido de la doctrina formulada por Las
Casas -de persuasión amistosa y no guerra general- para indu-
cir a los indios a oir la fe. Aunque se había permitido a Sepúl-
veda dar a conocer ampliamente sus opiniones en forma manus-
crita, y tuvo oportunidad de presentar sus ideas en detalle en
la reunión de Valladolid, no se aprobó la publicación de su tra-
tado Demócrates, que originalmente hizo estallar la controver-
sia, y la ley de 1573 sobre nuevos descubrimientos probablemen-
te se redactara en términos tan generosos debido a la batalla
librada por Las Casas en Valladolid. Todos los reglamentos para
los conquistadores, con posterioridad al Requerimiento de 1513,
fueron reemplazados por una ordenanza general promulgada por
Felipe II el 13 de julio de 1573, cuyo objeto era regular todas
las conquistas y descubrimientos futuros por tierra o por mar. 4 ª
Como Juan Manzano y Manzano ha señalado, el Presidente
del Consejo de Indias, Juan de Ovando, se enteró de las doctri·
nas de Las Casas y en 1571 hizo traer sus manuscritos de Va-
lladolid a la corte en Madrid para que los usara el Consejo.49

89
Es probable que las ideas de Las Casas ejercieran considerable
influencia en Ovando, uno de los más importantes funciona-
rios de la corona y el menos estudiado. Según Manzano, el pro-
pio Las Casas no podía haber expresado con más vigor el apo-
yo en favor de una acción pacífica respecto de los indios que el
consignado en la ley básica de 1573.5º
Si se examinan detenidamente esas disposiciones se verá cuanto
se había apartado el rey de la primitiva política del Requeri-
miento y de las proposiciones hechas por Sepúlveda en Vallado-
lid.51 Los españoles se proponían explicar la obligación que
recaía sobre la corona de Espafia y los maravillosos favores con-
feridos a los indígenas ya sometidos -una especie de justifica-
ción a base de obras-, de modo que quizás los argumentos adu-
cidos por Sepúlveda en Valladolid también encontraran eco en
las ordenanzas de 1573. Además, los españoles tenían encargo es-
pecial de darles a entender con particularidad "el lugar y poder
en que Dios nos ha puesto, y el cuidado que por servirle habe-
mos tenido de traer a su santa fe católica todos los naturales de
las Indias Occidentales, y las flotas y armadas que a ello habe-
mos inviado e inviamos, y las muchas provincias y naciones que
se han juntado a nuestra obidiencia, y los grandes bienes y
provechos que dello han recebido y reciben, especialmente que
les hemos inviado quien les enseñe la doctrina cristiana y fe en
que se puedan salvar; y habiéndola recebido en todas las pro-
vincias qu'están debaxo de nuestra obidiencia, los mantenemos
en justicia, de manera que ninguno pueda agraviar a otro; y los
tenernos en paz para que no se maten, ni coman ni sacrifiquen,
como en algunas partes se hacía; y pueden andar siguros por to-
dos los caminos, tratar y contratar y comerciar; háseles enseña-
do pulida, visten y calzan, y tienen otros muchos bienes que
antes les eran prohibidos; háseles quitado las cargas y ser-
vidumbres; háseles dado el uso de pan y vino y aceite y otros mu-
chos mantenimientos; paño, seda, lienzo, caballos, ganados, he-
rramientas y armas, y todo lo demás que de Espafia ha habido;
y enseñado los oficios con que viven ricamente; y que de todos
estos bienes gozarán los que vinieren a conocimientos de nues-
tra santa fe católica y nuestra obidiencia".

90
Cabe señalar, entre paréntesis, que la corona había decidido
hacía ya tiempo que los propios indios debían pagar "todos es-
tos bienes".112 Por ejemplo, el tributo exigido de los indios pe-
ruanos en la época de la controversia de Valladolid era onero-
so; debían entregar dinero, alimentos y artículos manufacturados
a sus encomenderos que bien podían vivir a 40 leguas de dis-
tancia.M
La ordenanza de 1573 no menciona ese tributo de los indios
o su obligación de pagar el costo de los beneficios que recibie-
ren. Por el contrario, los tópicos desagradables se evitaban, y la
ley disponía en particular que no se siga empleando la palabra
"conquista" y que en su lugar se adopte el ténnino "pacifica-
ción".54 Los vicios de los indios se tratarían con mucha lenidad
al principio para que "no se escandalicen ni tomen enemistad
con la doctrina cristiana". Si después de todas las explica-
nes, los aborígenes continuaban oponiéndose a una coloniza-
ción española y a la prédica del cristianismo, los españoles po-
drían emplear la fuerza, pero con el menor daño posible, una
medida que Las Casas nunca aprobó. La ordenanza no auto-
rizó el csclavizamiento de los cautivos. Esta orden general -esta
mezcla de las ideas de Sepúlveda y Las Casas con los intereses de
la corona- rigió las conquistas mientras España gobernó a sus
colonias americanas, aunque siempre había españoles para quie-
nes los indios debían ser sometidos por la fuerza de las armas por
no ser cristianos.

B. Con posterioridad a 1573

NI LA CONTROVERSIA de Valladolid en 1550 ni la promulgación


en 1573 de la ley básica sobre descubrimientos lograron poner
coto a los debates respecto de los indios. Ninguna victoria defi-
nitiva para una u otra parte se evidenció después de la promul-
gación, por el Consejo de Indias, de esa disposición fundamen-
tal que incorporó las ideas de Las Casas y, en menor grado, las
de Sepúlveda, en los libr-0s de derecho. A veces los misioneros
cambiaban de opinión sobre el tema de la prédica pacífica des-
pués de haber tenido experiencia con los indios. El jesuita Alon-

91
so López fue un decidido protector de los aborígenes y discípulo
de Las Casas hasta que tuvo que encarar a los bárbaros en la
frontera del Pcr·ú. Entonces López reunió un contingente de sol-
dados, que él mismo dirigió, a fin de castigar a los indios y ahu-
yentarlos.55 Otro jesuita, Alonso Sánchez, trabajó afanosamente
en la década de 1580 para promover una política "a sangre y
fuego" contra los aborígenes en China y las Filipi.nas, pero sin
provecho, a pesar de las numerosas y extensas memorias que re-
dactara.56 Encontró vigorosa resistencia de parte de un herma-
no jesuita, el famoso José de Acosta, cuya obra De Procuranda
Indorum Salute (1588) fue el primer libro en América produ-
cido por la poderosa orden.ll7 Y es significativo que el primer
capítulo de ese tratado, referente a la manera de predicar la fe
a los indios, esté consagrado al tema "Que no hay que desespe-
rar de la salvación de los indios".58 El segundo capítulo explica
la "Razón porque parece a muchos difícil y poco útil la predi-
cación a los indios".59 Acosta explica que no faltan quienes creen
que los indios no tienen suficiente inteligencia para compren-
der la fe6°, y en otro capítulo reprueba a quienes insisten en la
rudeza e incapacidad de los indios. 61 También repudia expre-
samente la idea de que jamás pueda librarse una guerra justa
contra los bárbaros a causa de sus crímenes contra la naturale-
za. 62 En esto, parece referirse a Sepúlveda, sin mencionar su
nombre, pues hace notar que tal doctrina fue condenada por las
Universidades de Alcalá y Salamanca, como asimismo por el
Consejo de Indias, "que prescribe otros modos muy diversos en
las nuevas expediciones o entradas de indios". 63 En esas páginas
Acosta apoya firmemente las doctrinas esenciales de Las Casas
relativas a la prédica pacífica, pero sin emplear su nombre ni ci-
tar sus libros. Esta cautela de parte de Acosta tal vez se deba al
hecho de que uno de sus hermanos jesuitas, Luis López, había
sido entonces acusado por la Inquisición en el Perú de sostener
opiniones semejantes a las de Las Casas sobre el dominio es-
pañol en América.64 Bartolomé Hernández, otro jesuita del Pe-
rú, se sentía igualmente atormentado por ciertas dudas acerca
de la justicia del dominio español, lo que explica porque el vi-
rrey Francisco de Toledo no miraba la orden con muy buenos

92
ojos. Quizá Acosta estimara prudente no intervenir directamen-
te en la disputa entre Las Casas y Sepúlveda, pero su punto de
vista es bastante claro. Creía categóricamente que los indios eran
capaces de comprender .la fe y que era posible cristianizados por
métodos pacíficos. No apoyaba, por cierto, el sistema de enco-
mienda y el vehemente jesuita blasfema una sola vez en De Pro-
curanda lndorum Salute, al describir las iniquidades de ese sis-
tema. 65
Vuelve a tratar el tema en su otra obra principal, la Historia
natural y moral de las Indias (1590), donde expone en varios
capítulos el adelanto cultural de los indios.66 No le ciegan las
imperfecciones de su carácter, ya que describe gráficamente, por
ejemplo, sus orgías de embriaguezG7, y en una ocasión los llama
mezcla de hombre y bestia68, pero los elogia con entusiasmo y
combate vigorosamente "la falsa opinión que comúnmente se tie-
ne de ellos, como de gente bruta y bestial y sin entendimiento, o
tan corto, que apenas merece ese nombre".ªº Afirma, en cambio
-citando a Polo de Ondegardo, el famoso jurista a quien co-
nociera, y a Juan de Tovar, con el que mantuvo corresponden-
cia, como sus autoridades sobre los incas y aztecas, respectiva-
mente-, que los indios "tienen natural capacidad para ser bien
enseñados, y aún en gran parte hacen ventaja a muchas de nues-
tras repúblicas'',70
El sacerdote franciscano Jerónimo de Mendieta, que escribía
en México más o menos en la misma época de las actividades de
Acosta en el Perú, rechazaba definitivamente la doctrina de Se-
púlveda. Hacía notar que por muy oportuna que hubiera sido
tal doctrina en la antigüedad, el ideal cristiano de la igualdad
de todos los hombres la había suplantado. Mendieta no acep-
taba la opinión de Las Casas respecto de la capacidad de los
indios, pero los defendía, insistiendo "que por ser los indios de
menos talento y fuerzas que nosotros, no nos es lícito tenerlos
en poco, antes hay más obligación para tratarlos mejor". 71
A fines del siglo XVI, Juan Ramírez, obispo dominico de
Guatemala, invocó de nuevo las doctrinas de Las Casas sobre
prédica pacífica72, y el problema fue activamente debatido en
Chile durante las primeras décadas del siglo XVII, donde se le

9ll
dio el nombre de política de guerra defensiva. Felipe III comu-
nicó a sus oficiales destacados en el Paraguay en 1608 que quería
que los indios fuesen sometidos allí sólo "con la espada de la
palabra" .73 La idea de que los indios "nacen libres" y no escla-
vos, estaba tan difundida que incluso la Audiencia de Charcas
escribe al rey en ese sentido el 28 de febrero de 1608.74
Juan de Silva, sacerdote franciscano, reprodujo en 1621 las
ideas de Las Casas, sin citarlo expresamente, en un elocuente
opúsculo. 7 ll Silva escribía basándose en una rica experiencia: se
desempeñó como soldado en la heroica defensa de Malta en
1565, había servido en Flandes bajo el temible Duque de Alba
y entrado al servicio de la Gran Armada de 1583, antes de lle-
gar a ser uno de los frailes menores y de trabajar corno misione-
ro durante 30 años en Florida y en México. Al igual que Las
Casas antes de él, sostenía que predicar la fe bajo la protección
de la espada era adoptar los métodos del Islam que condenaba
sinceramente. Tampoco compartía la opinión general de que los
primeros misioneros enviados entre salvajes y caníbales debían
necesariamente disponer de unos cuantos soldados que los pro-
tegieran de ser matados y devorados antes de poder comunicar
el mensaje del evangelio. "Si dixeran que mataran los predica-
dores, sino van acompañados que los guarden, se responde que
maten mucho de norabuena, que nunca hubo ni se predicó
Evangelio sin sangre de predicadores. Y a unos matan, y a otros
no matan, y nuevo modo de predicar el Evangelio a infieles sin
sangre, no hay para qué buscarle." En su memorial de 1621 al
Consejo de Indias, del que se extrae esta cita, ofrece varios
ejemplos del éxito de esas misiones puramente pacíficas en His-
panoamérica. Este mismo problema de la prédica pacífica se sus-
citó en Venezuela en l63F 6 , y parece razonable suponer que
aparecerán muchos otros ejemplos a medida que se conozcan
mejor los manuscritos de los archivos americanos y españoles. 71
Durante todos esos años, los escritos de Las Casas estuvieron
guardados en el monasterio de San Gregorio, excepto por bre-
ves períodos, en que fueron prestados al Consejo de Indias o al
historiador oficial Antonio de Herrera.78 Sacerdotes jóvenes, co-
mo Domingo Fernández de Navarrete, consultaron esos escritos.

94
Fernández reveló más tarde su conocimiento de la controversia
entre Sepúlveda y Las Casas en la obra misionera que realiza-
ran en la China, a miles de kilómetros de los campos de bata-
lla lascasianos. 79
Durante los primeros años del siglo XVII, Fray Pedro Simón
repitió los argumentos de Sepúlvcda en el prólogo de su obra
Noticias Historialesªº• y posteriormente el historiador de la or-
den jeronimita, el sacerdote José de Sigüenza, llegó a la conclu-
sión de que los indios nadan esclavos, e invocó la profesía de
Noé81. A fines del siglo XVII el historiador eclesiástico Claude
Fleury, de nacionalidad francesa, combatió a Sepúlveda y su doc-
trina en su muy conocida obra, lo que indica cuán generalmente
conocida era todavía en esa época la controversia de Vallado-
Jid.82 La teoría de que los indios eran remanentes de las diez
perdidas tribus de Israel, continuó también floreciendo, pues
después de la sublevación, en 1712, de los indios tzendal del sur
de México, los dominicos predicaban sermones a los rebeldes re-
firiéndose al pecado de desobediencia de sus antepasados hebrai-
cos. sa Los sacerdotes nunca cesaron de insistir en la prédica pa-
cífica. Casimiro Díaz, de la orden de los agustinos, señalaba a
los españoles en las Filipinas que "los paganos rara vez se opo-
nen a nuestra prédica'', y si lo hacen no es a causa de objeciones
religiosas, sino por temor al sometimiento político o económico
de los europeos.84
La declaración más docta y detallada hecha durante los si-
glos XVII o XVIII acerca del complicado problema del derecho
de España sobre América y su método de intervención en ese
continente fue la de Juan de Solórzano Pereira. Su obra Política
Indiana (1647) constituye una abundante y erudita justifica-
ción de la intervención de España en América y defensa de los
criollos, es decir, los españoles nacidos en América.85 Solórzano
reconocía que muchos apoyaban la opinión de Aristóteles de
que los indios eran "siervos y esclavos por naturaleza"; que se
les podía obligar a obedecer a quienes eran más sensatos y que
se justificaba la guerra contra ellos. Pero al igual que Acosta,
dividía a los indios en tres categorías, según el grado de cultura
y capacidad que tuvieran. En su opinión, sólo el último grupo,

95
compuesto de indios desnudos e ignorantes que vagaban por
bosques y montañas, podía incluirse en la categoría aristotélica
de esclavos naturales y ser así tratado. Pero aún aquellos indios
contra los cuales se podía hacer la guerra, a fin de combatir su
idolatría y otros hábitos depravados debían ser primero conve·
niente y reiteradamente amonestados para poner término a sus
malvadas prácticas. 8~ En los últimos años del siglo XVIII el je·
suita Domingo Muriel señaló lo que, a su juicio, constituían
los errores del primer argumento de Las Casas contra la doctrina
aristotélica presentado en Barcelona en 1519.8 7
A fines del siglo XVIII se desarrollaron constantemente en
Europa dos campañas literarias: una para exaltar a los indios
como "salvajes nobles'', y la otra para menospreciar las cualida·
des de todos los habitantes del nuevo mundo. De Pauw sostenía
que los americanos, hombres y mujeres a la vez, eran seres físi·
camente débiles y afirmaba que en algunos países los hombres
tenían leche en el pecho. 88 Los jesuitas desterrados de los domi-
nios españoles meditaban y escribían extensamente en Italia
acerca de las tierras que habían abandonado, y así se desarrolló
una importante literatura en defensa de América y los america·
nos. Las Casas y sus ideas eran bien conocidas de esos escritores.
Las propuestas que Las Casas formulara en el siglo XVI a favor
de la educación de los indios se recordaban también en Améri-
ca. En los archivos de México existe una petición, firmada por
varios dirigentes indios, que recordaban a Las Casas con ve-
neración y pedían el restablecimiento del Colegio de Tlatelolco
para instruir a su juventud en las letras sagradas.se Robert Ri-
card se refería a Tlatelolco, en su obra sobre la conquista reli·
giosa de México, cuando declaraba que si el colegio no hubiera
sido abandonado por los españoles en el siglo XVI y si de él hu·
biese salido por lo menos un obispo indio para la iglesia, toda la
historia de México habría cambiado considerablemente.&0
Al aproximarse la independencia, el abate Gregoire en Fran-
cia atacó la doctrina de Sepúlveda, como lo hiciera el sacerdote
mexicano Fray Servando Teresa de Mier91, pero, en cambio, un
mexicano, partidario de Sepúlveda, se preguntaba qué razón ha·
bía para no dar al sistema que él recomendaba para los indios

96
el calificativo de "jusro y honesto".02 En Chile, Manuel de Sa-
las protestó con vehemencia en 1801 contra la tesis de Sepúlve-
da y De Pauw acerca de la inferioridad de los americanos, y,
como contraargumento desarrolló la idea de que un mundo
nuevo, joven y naciente, no necesitaba de la vieja y desgastada
Europa. 93 En las cortes de Cádiz en 1812, durante el debate so-
bre si los indios debían o no ser representados, Agustín de Ar-
guelles recordó antiguas opiniones en el sentido de que eran
esclavos naturales según la teoría de Aristótcles.94 El estudioso
mexicano José Mariano Beristain y Souza incluyó en su bibliogra-
fía, en 1816, un extenso artículo sobre Las Casas en que caracte-
riza la doctrina de Sepúlveda como "digna solamente de vánda-
los y tigres".º5 En el Perú y la Argentina también se publicaron
ataques contra Sepúlvecla en esos turbulentos años cuando Es-
paña perdía la mayor parte de sus posesiones americanas.
En años recientes, el ataque más influyente contra las ideas
de Sepúlveda arranca de la pluma del eminente erudito español
Marcelino Menéndez y Pelayo, quien, aunque estimaba que el
tratado de Sepúlveda merecía ser publicado en su totalidad con
ocasión del 400 aniversario del descubrimiento de América, ma-
nifestó también lo siguiente: "Sepúlveda, peripatético clásico, de
los llamados en Italia helenistas o alejandristas, trató el proble-
ma con toda la crudeza del aristotelismo puro, tal como en la
Política se expone, inclinándose con más o menos circunloquios
retóricos a la teoría de la esclavitud natural. Su modo de pensar
en esta parte no difiere mucho del de aquellos modernos soció-
logos empíricos y positivistas que proclaman el exterminio de
las razas inferiores como necesaria consecuencia de su venci-
miento en la lucha por la existencia." 9 6 En el mismo año con-
memorativo de 1892, cuando España empezó a examinar seria-
mente su obra en América, Antonio María Fabié dio su decidido
apoyo a Las Casas contra Sepúlveda, indicando que muchos
otros teólogos españoles del siglo XVI respaldaban asimismo los
principios básicos expuestos por Las Casas en Valladolid.9 7 Hoy
día sigue siendo necesario enunciar de nuevo el hecho elemen-
tal de que Las Casas no formuló ideas nuevas y no fue un vi-
sionario en desacuerdo con su tiempo. 98 Pero no hay que ir al

97
otro extremo, como lo hacen algunos actuales oponentes de Las
Casas, de descartarlo simplemente como un español entre mu·
chos que defendieron a los indios.DO
La controversia sobre el debate de Valladolid adquiere carac·
tcres más definidos y sutiles en el siglo XX. Ya se han examina-
do dos de las interpretaciones más radicales. Sepúlveda también
ha llegado a ser considerado en algunos círculos como un pen-
sador incomprendido y en cierto modo difamado, sobre todo
por aquellos que no tienen especial simpatía por Las Casas. Así,
se ha descrito a Sepúlveda como "un humanista, un fino espíri-
tu"100, cuya actitud "tiene algo de sincera y viril" 101; sus severas
apreciaciones sobre el carácter de los indios se califican con in-
dulgencia ele "insensatas generalizacioncs" 1 º2 ; su posición respec-
to a la esclavitud de los indios se considera como "la equilibrada
sanidad de una gran mente" 103, o simplemente se le tilda de
"teólogo conservador". 10t Otros rechazan todo esto y condenan a
Sepúlveda como un apologista profesional que vendió su pluma
a quienes podían pagar bien. Un escritor guatemalteco llega
al extremo de vincular su nombre al de Hitler como proponen-
te de repulsivas doctrinas raciales. 1 05
Para un estudioso, por lo menos, la importancia de la contro-
versia de Valladolid se ha exagerado y si bien "Sepúlveda era
gran humanista . . . en lo teológico jurídico, vivía con dos siglos
de atraso." 1 ºº Ramón Menéndez Pidal, comúnmente considerado
como el más grande de los actuales eruditos de España, rechazó
toda la complicada controversia de Valladolid con la simple fra-
se: "es la contienda entre el humanismo de Sepúlveda y el hu-
manitarismo de Las Casas."101 La misma autoridad, en diferente
ornsión, descartó a ambos polemistas como "inhumanos."1os_
Siempre ha habido controversia en torno a Sepúlveda y su
defensa de la intervención de España en América. En cada siglo
desde el gran debate, la disputa se ha vuelto a estudiar y a ven·
tilar sin que disminuya la convicción o pasión de una y otra
parte. La lucha misma entre los protagonistas del siglo XVI se
ha transformado en controversia cada vez que han surgido de-
fensores de Las Casas o Sepúlveda en diversos lugares del mundo.
¿Cómo puede explicarse este interés actual y largamente sos-

98
tenido en la argumentación de 1550? En parte, porque la con-
troversia sobre la justicia de la guerra contra los indios conduce
inexorablemente a una consideración de la conquista española
en su conjunto. Así, de una vez por todas, la gran caja de Pan-
dora de los sentimientos nacionalistas, dentro y fuera de España,
se abre repentinamente y nos encontramos ante la leyenda ne-
gra, que destaca la crueldad, opresión y oscurantismo de los es-
pañoles en América, y su inevitable reverso, la leyenda blanca
o dorada de los apologistas. El permanente interés en la contro-
versia tiene otra explicación: la de que los asuntos en ella deba-
tidos se aplican admirablemente a problemas contemporáneos,
e.n cualquier siglo que sea. Henry Harrisse, en cuyas eruditas
obras sobre bibliografía no se buscarían comúnmente comenta-
rios sobre los problemas políticos del período de la guerra civil,
ha dicho:
"Las famosas y desacreditadas obras de Sepúlveda relativas al
derecho a hacer la guerra contra los indios, con el privilegio
adicional de exterminarlos -práctica a la sazón nueva e incom-
prendida, pero ahora aceptada, admirada, recompensada, y asun-
to de la vida diaria- han absorbido nuestra atención".100.
La controversia de Valladolid ha cautivado la atención de mu-
chos otros hombres, y el problema allí discutido hace más de
cuatro siglos respecto a las relaciones lícitas entre pueblos de di-
ferente cultura, religión, costumbres y conocimiento técnico, tie-
ne incluso hoy día actualidad y resonancia. Sepúlveda y Las
Casas todavía representan dos respuestas básicas y contradicto-
rias al problema de la existencia en el mundo de gentes diferen-
tes a nosotros.

99
VIII

"TODAS LAS NACIONES DEL MUNDO


SON HOMBRES"

SE IGNORA por qué no se resolvió oficialmente y de manera ta-


jante la ruidosa controversia de Valladolid sobre la aplicación
de las doctrinas aristotélicas a los indios americanos. ¿Es que
Carlos V estaba muy ocupado con las guerras extranjeras como
se ha sugerido en un estudio recicnte?l Esta exposición no pa-
rece satisfactoria si se tiene en cuenta la prolijidad de los re-
glamentos elaborados para los conquistadores antes y después de
la polémica entre Sepúlvcda y Las Casas. Desde que se redacta-
ra, en 1513, el severo Requerimiento teológico, el tenor de esos
reglamentos fue cada vez más benigno. En 1550, un cambio como
el recomendado por Sepúlveda, es decir, el deliberado recurso a
la guerra como medida preliminar para la conversión de los in·
dios, hubiera constituido una revolución inconcebible en la po-
lítica del rey; lo que explica por qué no se aprobó la publicación
de su tratado Demócrates, ni prevalecieron las opiniones sepul-
vedianas al promulgarse, después de 1550, leyes que regirían los
actos y procedimientos de los conquistadores en sus avances por
las vastas tierras del Nuevo Mundo y a través del Pacífico ha-
cia las Filipinas hasta llegar a China. El reglamento básico de
1573, al que ya se ha hecho referencia, rigurosamente prescribía
un acercamiento pacífico y benévolo de los españoles, y no una
actitud sanguinaria y violenta respaldada por el Antiguo Testa-
mento y la autoridad de Aristóteles. 2
Las ideas de Las Casas no tuvieron plena ascendencia. Su po-
sición extremista, en el sentido de que la única justificación para
el dominio español en el Nuevo Mundo era predicar la fe a los
indios, no fue adoptada por la corona. Pero que la presencia de
los españoles allí debía justificarse era cuestión que se recono-
cía, por lo menos indirectamente, en la extensa y detallada ex-
plicación insertada en la ley de 1573 sobre los beneficios confe-
ridos a los indios por el dominio español. En verdad, triunfaba

100
en ello el espíritu de Sepúlveda; y la enumeración de los favores
espirituales, económicos y culturales traídos de España a Amé-
rica, revela todos los argumentos esenciales acerca de la obra de
España en América que han rebotado y reverberado a través
de los siglos.
Cabe preguntarse por qué una controversia del siglo XVI, que
nunca se resolvió oficialmente, sigue apasionando y siendo mo-
tivo de polémica más de cuatro siglos después. Hay que recordar
que trataba del problema, cargado de emoción, del encuentro
de razas dispares, en un momento de la historia en que signifi-
caba una nueva experiencia para los españoles. Nunca sabremos
qué opinaban los catorce jueces -cada uno experimentado en
derecho, teología o asuntos públicos- de las dos teorías antagó·
nicas acerca de los indios. Ni siquiera podemos tener la certeza
de que reconocieron que, en efecto, ante ellos se planteaba uno de
los problemas más solemnes y fundamentales que jamás suscitara
civilización alguna: ¿cuál era la naturaleza de los pobladores de
las tierras invadida por la dinámica cultura de España y cómo
debía tratárseles? Tales eran los problemas prácticos e inmedia-
tos relativos a las guerras de conquista y cristianización y las pre-
guntas suscitadas por ellos eran tan apremiantes e ineludibles,
que ya en 1550-1551 desconcertaron a los eruditos de España;
desde entonces y a través de los años, se han puesto del lado de
Sepúlveda o de Las Casas, frecuentemente según sus propias con-
vicciones acerca de la naturaleza de "extrañas naciones", es de-
cir, los extranjeros. En la indecisión de los jueces en Valladolid
probablemente influyeran la exasperación ante la personalidad
de uno u otro de los protagonistas y la indignación o el hastío
provocado por sus exageraciones. Aun Domingo de Soto, que en
general apoyaba la posición de su hermano dominico, y que go-
zaba de tanto respeto como miembro de la junta que ésta lo
designó para preparar un resumen completamente neutral de
los argumentos de ambas partes, para uso de los jueces al tomar
su decisión, no pudo menos de intervenir en la contienda. En
una ocasi<'m de Soto escribió en su resumen de la controversia,
que Las Casas publicó en 1552, que decía "más de lo que era ne-
cesario para responder al dicho doctor [Sepúlveda]," y entran-

101
do en otra materia, de Soto no pudo abstenerse de observar
que Las Casas estaba equivocado. 3 No ha sido rara esta reacción
hacia uno u otro de los contendores, de parte de casi todos aque-
llos que posteriormente han estudiado los debates. El patriotis-
mo español, que intentó y todavía intenta destruir la "leyenda
negra" de la crueldad española, y el idealismo español, enamo-
rado de la "leyenda dorada" de la sabiduría, realizaciones y sen-
tido de responsabilidad de los españoles en el Nuevo Mundo,
explican también gran parte de la emoción generada por el gran
debate.
Los problemas que tuvieron que encarar Las Casas y Sepúl-
veda no se planteaban por vez primera en el mundo; en reali-
dad, eran más antiguos que Aristóteles. Como ha dicho el cla-
sicista Tarn, en tiempos de los griegos se llamaba comúnmente
"bárbaros" a todos los que no eran griegos, y a menudo se les
consideraba como gente inferior, aunque ocasionalmente Heró-
doto y Xenofonte sugieren que algunos bárbaros poseían cuali-
dades dignas de consideración, como Ja sabiduría de los egipcios
o el coraje ele los persas. El estado modelo de Aristóteles era una
pequeña aristocracia de ciudadanos griegos que gobernaban a
r.ampesinos bárbaros dedicados al. cultivo de la tierra para sus
amos y no participaban en el estado. Aristóteles sostenía, asimis-
mo, una muy halagadora opinión del carácter griego, que pue-
de haber originado la moda en el pensamiento europeo occiden-
tal de juzgar Ja propia nación de uno como la más valiente y la
mejor, pues expresó lo siguiente: "Los pueblos que habitan en
climas fríos, hasta en Europa, son, en general, muy valientes,
pero son en verdad inferiores en inteligencia y en industria; y
si bien conservan su libertad, son, sin embargo, políticamente
indisciplinables, y jamás han podido conquistar a sus vecinos.
En Asia, por el contrario, los pueblos tienen más inteligencia y
aptitud para las artes, pero les falta corazón, y permanecen su-
jetos al yugo de una esclavitud perpetua. La raza griega, que
topográficamente ocupa un lugar intermedio, reúne las cualida-
des de ambas. Posee a la par inteligencia y valor; sabe al mismo
tiempo guardar su independencia y constituir buenos gobiernos,
y sería capaz, si formara un sólo Estado, de conquistar el uní-

102
verso."• Alejandro no siguió los preceptos de su maestro Aristó-
teles, sino que dividió a los hombres en buenos y malos indepen-
dientemente de la raza a que pertenecieran. "Porque Alejandro
creía que la deidad le había confiado la misión de armonizar a
los hombres en general y de reconciliar al mundo, mezclando la
vida y las costumbres de los hombres como en una copa ... para
obtener, entre la humanidad en general, la homoneia y la paz
y la confraternidad y hacer de todos ellos una nación ... Plutar-
co lo hace decir que Dios es el padre común de toda la huma-
nidad."G
Después de Valladolid, y en verdad hasta hoy día, el proble-
ma de la naturaleza fundamental de otros pueblos diferentes en
color, raza, religión o costumbres, ha provocado las más diversas
y a menudo inflamatorias opiniones. Podría decirse que la idea
de la incapacidad de los aborígenes y su inferioridad para los
europeos apareció en cualquier lejano rincón del mundo donde
llegasen los europeos. Los protestantes y los católicos se han vis-
to envueltos en esos problemas y atormentados con idénticas du-
das. Los misioneros franceses enviados por Calvino al Brasil po-
cos años después del ataque de Sepúlveda contra los indios en
1550, encontraron que era difícil trabajar con los aborígenes y
expresaron dudas e.le que jamás pudieran compartir sinceramen-
te su fe. 6
También los ingleses adoptaron lo que podría llamarse el clisé
standard acerca de la naturaleza de los indios. vVilliam Cuning-
ham, en una de las primeras descripciones e.le los indios publi-
cadas en Inglaterra, dijo en 1559: "La gente, tanto los hombres
como las mujeres, anda desnuda; no les crece vello en el cuerpo,
ni en las cejas, excepto en la cabeza ... Ninguna ley ni orden
rige el matrimonio, pues es lícito tener tantas mujeres como les
plazca, y eliminarlas sin peligro. Son inmundos en sus evacua-
ciones y en todos los actos secretos de la naturaleza, comparables
a las bestias salvajes."7 De vez en cuando surgía un defensor de
los indio~ en las colonias inglesas, como el capitán George Thorp,
<le Virginia, pero su recomendación en favor de la educación
y trato equitativo para los aborígenes no obtuvo gran apoyo, y
fue muerto en la matanza de 1622.8 Unos cuantos clérigos puri-

105
tanos en América aseveraban que los indios eran hijos del diablo
que podrían exterminarse con provecho y confiscarse sus tierras.9
Surgió asimismo el concepto de un pueblo escogido; se dice que
una asamblea reunida en Nueva Inglaterra en los años de 1640
aprobó las siguientes resoluciones:
"l. La tierra es del Señor y la plenitud de la misma. Apro-
bada;
"2. El Señor puede regalar la tierra o parte de ella a Su pue-
blo escogido. Aprobada;
"3. Nosotros somos Su pueblo escogido. Aprobada". 1º
Cuando los colonos ingleses conocieron a los aborígenes, su
reacción no fue muy distinta a la de los españoles. John Lawson
declaraba en 1714, refiriéndose a los indios de Carolina: "Los
consideramos con desprecio y desdén y estimamos que son poco
mejor que bestias con forma humana."11 El eminente cuáquero,
John Archclale incluía en su informe sobre la desaparición de
los indios en las Carolinas la afirmación de que la Providencia
había reservado el exterminio de los indios a "la nación espa-
iiola y no a la inglesa, cuya naturaleza no es tan cruel." Además,
"la mano de Dios se ha visto claramente en la reducción de los
indios, a fin de hacer lugar para los ingleses ... en otras ocasio-
nes, le plugo al Dios Todopoderoso enviar extrañas enfermedades
entre ellos, como la viruela, para disminuir su número; de modo
que los ingleses, en comparación con los españoles, tienen que
responder de muy poca sangre indígena." Archdale no excusaba
del todo a los ingleses por el trato dado a los indios, pero en
cuanto a la muerte de los indios, llegaba a la conclusión de que
"place a Dios enviar ... un Angel asirio para que lo haga" y
señalaba un definitivo "Ejemplo de la más inmediata mano de
Dios, al consumir a algunas naciones de indios en Carolina del
Norte."12
El siglo XIX registra numerosas actitudes retractaras respecto
de los aborígenes al .intensificarse, con la expansión europea, los
contactos entre pueblos de muy variado perfil cultural. En la
primera mitad del siglo, en los debates sostenidos en el parla-
mento brit;ínico sobre la abolición de la trata de negros, fre-
cuentemente se intentó probar que el negro americano había

104
"degenerado de una cultura superior o era incapaz de perfeccio-
namiento. Y "los misioneros que trataban de explicar pequeños
ingresos obtenidos de inversiones hechas por congregaciones na-
cionales en el exterior, disertaban sobre la tendencia de los pue-
blos degradados a recaer, después de la conversión, en un ante-
rior estado de paganismo."13
Se escuchaba también el eco de los problemas y actitudes de
los espaiíoles del siglo XVI. Los primeros misioneros enviados a
Hawai se preguntaban si los aborígenes que allí encontraban eran
hombres o "un vínculo de la creación entre hombres y brutos."1 4
Cuando los "black-birdcrs" <le Queensland, o secuestradores, con·
trataban mano de obra por la fuerza en el Pacífico se insistía en
grado considerable en las influencias civilizadoras y humanizan-
tes del empleo regular en la tierra cristiana de Queensland. Se
puntualizaba que, bajo esas influencias enaltecedoras, podía es-
perarse que los cazadores de cabeza y caníbales salvajes de las
Nuevas Hébridas e islas Salomón se convirtieran en ciudadanos
modelos, piadosos, diligentes y humanos. 15 Cuando "el Dr. War-
dcll defendía a un inglés acusado de haber dado muerte a un
negro, argumentaba basándose en Lord Bacon, Puffcndorf y Bar-
beyrac, que los salvajes que se alimentan de carne humana (co-
mo los australianos, según aseguraba), eran proscritos por la ley
de la naturaleza; en consecuencia, no era ofensa matarlos."10
Tales problemas preocuparon también a los círculos científi-
cos. El Dr. Hunt, fundador de la Sociedad Antropológica de
Londres, combatía vigorosamente la doctrina de la igualdad hu-
mana y estimaba que sería tan difícil para un aborigen austra-
liano aceptar la civilización como "para un simio comprender
un problema de Euclides."11 En la Sociedad Antropológica de
París se debatió, en 1856, la relativa perfectibilidad de las razas
blancas y de color. Gratiolet expresó en ella la convicción de
que "el cráneo [del negro] se cierra sobre el cerebro como una
prisión. Ya no es un templo divino ... sino una especie de casco
para resistir fuertes golpes.'' 1ª Este tipo de discusión continuó
entre los sabios franceses por espacio de veinte años.
En los Estados Unidos se formó, antes de la guerra civil, una
escuela de antropólogos empeñados en demostrar que el negro

105
"no era verdaderamente un ser humano, sino un animal domés-
tico."10 Uno de los destacados miembros de ese grupo, que citó
la idea de la servi<lumbre natural de Aristóteles como justifica-
ción, fue George R. Glidden, quien sostenía que "no hay una
naturaleza humana común ... Entre los hombres blancos y rojos,
amarillos y negros, no hay más relación original que entre los
osos polares y los tigres del Africa . . . Los negros no pertenecen
a la misma creación que los blancos ... Su organización los con-
dena a la esclavitud, y les impide su perfeccionamiento."20 Ga-
briel René-Moreno, el eminente historiador y bibliógrafo boli-
viano del siglo XIX, sostenía que el cristianismo era sólo para
Jos pueblos de raza blanca. Para él, los seres inferiores, como los
indios, no podían comprender el cristianismo ni éste podía adap-
tarse a sus necesidades. Era un ferviente discípulo de Darwin y
Spencer, y opinaba que Jos blancos, que eran superiores, a la lar-
ga absorberían o suplantarían a los indios. 21
Tales ideas siguen vivas hoy e influyen, entre otras cosas, en
el curso de la historia. El extinto Ulrich B. Phillips, el historia-
dor de la esclavitud de los negros en los Estados Unidos, que
"sin eluda aportó por sí solo la mayor contribución a nuestra
actual comprensión de la servidumbre del sur", partía ·ele la su-
posición básica de que el negro era inherentemente inferior. 2 2
Jawaharlal Nehru ha expuesto en su Autobiography el efecto,
sobre el pensamiento indio, de las versiones británicas de su evo-
lución. "La historia y la economía y otros temas de estudio en
las escuelas y colegios estaban totalmente escritos desde el punto
de vista imperial británico, y acentuaban nuestros numerosos
fracasos en el pasado y el presente, así como las virtudes y el ele-
vado destino de los británicos."23 En cuanto a la historia de
Hispanoamérica, la actitud del historiador -cualquiera sea su
nacionalidad- respecto del indio y su cultura siempre ha sido
y es todavía un ingrediente principal y a veces determinante en
su trabajo.
Muchos otros puntos de vista podrían adelantarse, pues la li-
teratura sobre el tema es extensa, pero lo expuesto basta para
sugerir las líneas generales de opinión. Hay que señalar, sin
embargo, que la actual resistencia a suprimir la segregación en

106
lo.s Estados Unidos, y la teoría y práctica del "apartheid" en la
Unión Sudafricana demuestran que aun hoy algunos blancos
condenan a toda una raza a la inferioridad. 2 4 Si hay norteameri-
cano que se siente complacido al contemplar la lucha de 1550 en
Espafia, que lea la documentada descripción de la situación eco-
nómica, política y social de los negros en los Estados Unidos
durante el último cuarto del siglo XIX, compilada por Rayford
W. Logan, The Negro in American Life and Thought. The
Nadir 1877-1901 .25 Y si alguien trata de desechar esa monografía
por considerarla meramente de valor histórico, que consulte la
obra de S. G . y M. W. Cole, Minorities and the American Pro-
mise: the Conf lict of P1·inciple and Practice. 26 O que sencilla-
mente lea el diario.
Es relativamente escasa la información acerca de lo que pen-
saban de los europeos los aborígenes de otros continentes. Los
datos conocidos indican que los aborígenes también tenían ideas
denigrantes ele los europeos. Por ejemplo, los diversos grupos de
la tribu bantu en el Sur de Africa consideraban a los blancos
infrahumanos y en un principio ni siquiera se referían a ellos
como "gente" (abantu). Fue necesario inventar nombres especia-
les. Los zulus se referían a los blancos como "aquellos cuyas ore-
jas reflejan la luz del sol" y los sothos los conocían como los
de color de olla amarillenta. "27 Al igual que algunos españo-
les del siglo XVI y puritanos del siglo XVII, los bantus se consi-
deraban los elegidos de la humanidad, aunque ese orgullo racial
se manifiesta en forma diferente en cada grupo tribal. Los zulus
denominaban a las demás tribus "animales" y a sí mismos "la
gente." Los sothos emplean términos denigrantes para expresar
la idea de que las personas que no han nacido en su tribu son
menos que humanas y por Jo tanto pueden ser despreciadas.2s
Estos ejemplos muestran que Aristóteles y Sepúlveda tienen algo
en común con los aborígenes del Africa. Probablemente los fu-
turos historiadores del imperialismo europeo dediquen más aten-
ción a las actitudes de los pueblos aborígenes; Lowell J. Ragatz
ha descubierto que la actual literatura sobre el tema adolece de
graves tergiversaciones. Opina que una de las importantes cau-
sas de esa deformación es el complejo "pucka sahih", es decir,

!Ojl
la "ingenua suposición, de escritores occidentales, de que las for-
mas de vida occidentales son superiores a todas las demás y que
el cristianismo, la fe dominante del Occidente, es la verdadera
salvación. "29
¿Qué importancia puede atribuirse a la polémica de Vallado·
lid, el primer y completo debate de los tiempos modernos sobre
las relaciones entre pueblos de diferentes culturas? ¿Fue ese con-
flicto, a pesar de todas las eruditas referencias al derecho divino
y natural, sólo un ejemplo de lo que Reinhold Niebuhr tiene
en mente cuando afirma que "la mayoría de las justificaciones
racionales y sociales de la desigualdad de privilegios son clara-
mente pensamientos tardíos. El poder desproporcionado que exis-
te en determinado sistema social crea los hechos. Las justifica-
ciones suelen ser dictadas por los poderosos para esconder la des-
nudez de su avaricia, y por la tendencia de la sociedad misma a
ocultarse los hechos brutales de la vida humana?"ªº Juan Friede
expresa algo del mismo pensamiento cuando declara que los dos
grupos diametralmente opuestos de España -los "colonialistas"
y los "indigenistas"- representaban en lo fundamental intereses
económicos y políticos divergentes, a pesar de todas sus referen-
cias a Santo Tomás, San Agustín y Aristóteles.al
Un satírico moderno como George Orwell, cuyo amargo pano-
rama del futuro tal cual lo describe en su novela 1984 ya ha
sido mencionado, probablemente vería en la ley de 1573, que su-
primía la palabra "conquista" sustituyéndola por "pacificación",
para designar la intervención española en América, una esplén-
dida oportunidad para que su Ministerio de la Verdad elaborase
otro lema: "La conquista es la pacificación."32 Y los esfuerzos
de Domingo de Santo Tom;ís y otros dominicos del Perú, que
trataron de que se reconociera el adelanto cultural de los indios,
no fructificaron en su propia orden, pues "según parece, los do-
minicos no recibieron a ningún indio o persona con sangre india
en sus filas."ªª Un abismo se abrió entre los españoles y los
indios a través del período de la colonia, y el Libertador San
Martín estimó necesario emitir su famosa orden, en los revolu·
cionarios días de principios del siglo XIX: "En adelante no se
denominará a los aborígenes indios o naturales, ellos son hijos

108
Y' ciudadanos del Perú, con el nombre de peruanos deben ser
conocidos."34 En los albores del período republicano no mejoró
notablemente la situación del indio, y el filósofo Alejandro O.
Deustua (1819-1945), que intervino en la formulación de la po-
lítica educativa del Perú, declaraba con pesimismo: "El indio
no es, ni puede ser, sino una máquina." 3 5 Para él, los indios eran
biológicamente incapaces de desarrollo.
El abismo continúa existiendo hoy día; un escritor contempo-
ráneo declara que en Lima, la sociedad aristocrática está "tan
lejos de la población indígena como un banquero de Nueva York
de un indio mexicano."36 Y como siempre, también hay proble-
mas fundamentales vinculados a actitudes básicas. Cuando un
educador europeo preguntó una vez al mexicano José Vascon-
celos: "-Bueno, y este problema indio ¿cómo lo van a resolver?
¿Han pensado ya en la técnica con que van a educar a esa raza
distinta?'.' Vasconcelos respondió: "-No. Los vamos a tratar co-
mo seres humanos, con los principios cristianos, sencillamente.''37
En fin de cuentas, ninguna simplificación de la controversia
sostenida en Valladolid en 1550 es completamente satisfactoria.
Los asuntos discutidos siguen siendo complicados, y a través
de los siglos no sólo se ha llegado a diferentes conclusiones,
sino que los hombres cambian de actitud sobre el tema. Enrique
de Gandía, por ejemplo, confiesa tristemente al principio de su
volumen sobre Francisco de Vitoria y el nuevo mundo, que "to-
das las doctrinas filosóficas y los procedimientos evangelizadores
no dieron más que pésimos resultados"; cambió de opinión más
tarde. 38
La conquista tenía una base ideológica y por cierto muy pro-
funda. Tal vez el conflicto de Las Casas y Sepúlveda en Valla-
dolid es, sobre todo, el más dramático incidente en la larga serie
de acontecimientos que constituyen la historia de la lucha espa-
ñola por la justicia en la conquista de América. Es una lucha
compleja en que hombres doctos y dedicados de una misma na-
ción, se alinearon el uno contra el otro en forma acerba, divi-
diéndose de manera irreconciliable. Además de ideas, el afán
de obtener ventajas económicas, el conflicto de personalidades,
y el interés predominante de la corona influyeron en las deci-

109
siones y medidas adoptadas. A veces era decisiva la dedicación
de hombres como Las Casas a la proposición de que la conquis-
ta debía proseguir pacíficamente. Se podía haber tratado a los
indios como a los otros no cristianos conocidos de los españoles;
es significativo que los problemas relacionados con el trato de
los indios se plantearon poco después de la expulsión de los
judíos de España. Para el historiador familiarizado con la deter-
minación de los españoles de asimilar o expulsar a ese pueblo
en la campaña realizada a fines del siglo XV en favor de la uni-
dad ético-religiosa en España, la actitud de este país respecto del
indio americano parecerá extraordinariamente moderada. Es ver-
dad que los indios no habían conocido el cristianismo, aunque
unos pocos españoles creían que el apóstol Santo Tomás había
evangelizado a América siglos antes y que los indios eran após-
tatas que se habían apartado de la fe. Pero prevalecieron opi-
niones más sólidas y nunca se consideró a los indios sujetos a la
competencia de la Inquisición. Fue, en realidad, una suerte para
los indios que Las Casas, junco con Francisco de Vitoria y Do-
mingo de Soto, acentuara la gran diferencia entre las guerras
·contra los indios y contra los moros y turcos. 39 Las despiadadas
doctrinas de los eclesiásticos y las prácticas aun más brutales de
otros españoles respecto de los moros y judíos hacia fines del
siglo XV, cuando acaba de iniciarse la conquista de América,
revelan lo que pudiera haber ocurrido en el Nuevo Mundo. 40
Otro tanto puede decirse de los portugueses; a veces, los judíos
eran arrastrados del pelo hacia la fuente bautismal en el Portu-
gal de la Edad Media.u
Ninguna otra nación colonial se esforzó con tanta constancia
o vehemencia para determinar el trato justo que debía darse a
los pueblos aborígenes bajo su jurisdicción, ni aun los portu-
gueses. Aunque se asemejaban a los españoles más que otros co-
lonizadores del siglo XVI, tenían menos escrúpulos en cuantc
al trato de los pueblos aborígenes en el desarrollo de su vastc
y variado imperio. Pedro Alvares Cabra!, descubridor del Brasil
en 1500, llevaba consigo detalladas instrucciones que disponían
que los eclesiásticos debían explicar la fe a los moros e idóla
tras que encontrasen con "amonestac;óes e requerimentos", enea-

110
reciéndoles a abandonar sus "idolatrias, diabólicos ritos e costu-
mes." Si rehusaban aceptar la fe o permitir el comercio pacífico,
los portugueses librarían "crua guerra" contra ellos. 42 Los por·
tuguescs trataron en 1561 de legalizar la guerra contra el empe·
radar Monomotapa, confiando el examen del problema a un
grupo de teólogos denominado Mesa de Conciencia, pero esto
fue un ejemplo aislado de preocupación por el problema de la
justicia de la guerra contra los aborígenes, como queda eviden·
ciado por la escasa literatura portuguesa sobre el tema en el siglo
XVl. 43 A los indios brasileños se les llamaba "bestias" y algunos
portugueses sostenían que por tal razón era lícito esclavizarlos,
pero no se desarrolló ninguna controversia en gran escala como
en Hispanoamérica y ningún escritor portugués invocó a Aristó-
teles para justificar la esclavitud.
Merecen mención algunos incidentes de interés ocurridos en
tierra de habla portuguesa. El jesuita Leonard Nunes, que pre·
dicaba a los plantadores de Brasil en Bahía en 1549, declaraba:
"Ningún cristiano puede aspirar a la salvación del alma, si re-
tiene los bienes esenciales de otros hombres. Por ley de la natu-
raleza la vida <le esos indios les pertenece. ¿Con qué justo dere·
cho os la habéis apropiado? Me decís que esto no me incumbe.
Pero yo os digo que me concierne tanto que yo y mis colegas
sacerdotes estamos dispuestos a dar nuestra vida por esta justa
causa."H Aun más significativos son los esfuerzos que realizara en
el siglo XVII otro jesuita, Antonio Vieira, para proteger a los
aborígenes del Brasil. Su vida y su obra no han recibido todavía
la atención que se merecen, a lo menos en el mundo de habla
inglesa. 45 Pero el historiador Joao de Barros probablemente re·
presentaba con bastante fidelidad las actitudes de los portugue·
ses al escribir, casi en la época de la controversia de Valladolid,
que la iglesia daba a los portugueses libertad para hacer la gue-
rra sin provocación contra los pueblos no cristianos, a fin de
reducirlos a la esclavitud y apoderarse de sus tierras, ya que eran
"ilícitos poseedores ele ellas."46 El infiel, a juicio de los portu·
gueses, no tiene ni derechos <le propiedad ni derechos personales.
La salvación de su alma justifica la pérdida de su libertad per-
sonal.

lll
La doctrina que recibió el apoyo de Las Casas y de la mayoría
de los numerosos españoles que escribieron o disertaron sobre el
tema nunca fue tan fácilmente concebida. Y esta preocupación
de los españoles por el bienestar de los indios ha llamado espe·
cialmentc la atención de los hispanoamericanoss47; en Cuba, Enri-
que Gay Calbó ha llegado a decir: "Nosotros, americanos des·
cendientes de españoles ... creemos que la verdadera España no
es la de Sepúlveda y Carlos V, sino la de Las Casas y Vitoria."48.
Algunos espafioles han comprendido también que la ordenanza
general de 1573, destinada a regular todas las futuras conquistas,
y las innúmeras otras leyes en favor de los indios, jamás habrían
sido promulgadas si las ideas de Sepúlveda sobre la justicia de
la guerra contra los indios, hubieran triunfado en Valladolid.49
Si la violencia e intolerancia figuran entre las características del
pueblo espafiol, como declara uno de sus más eminentes histo-
riadores, Rafael Altamira:>0, más relieve adquiere la lucha den-
tro de ellos mismos para permitir el triunfo de la suavidad y
pcrsuación cristiana, aunque la victoria nunca fue completa. Sin
embargo, este espíritu estaba tan firmemente arraigado en la
mente de quienes idearon la ley, que a los neófitos chinos de las
islas Filipinas se les excuse> de cortarse la coleta como signo
visible de su adhesión a la nueva fe. Después de reñida contro-
versia sobre el tema en Manila, la corona tomó nota de ese pro-
blema bautismal -como lo hiciera precisamente Carlos V medio
siglo antes cuando Las Casas insistió en la adecuada instrucción
de los indios- y decretó, por real instrucción del 13 de julio de
1587, que no era menester que los chinos se cortaran el pelo, ya
que ello les afligía considerablemente y pudiera ocasionarles
la muerte al regresar al continente. A cambio de eso, el obispo de
Manila y sus misioneros recibieron órdenes de dirigirse a ellos
"con prudencia y muchas letras a ser cristianos con toda suavidad
y blandura, tratándoles como sabéis que es necesario siendo tan
nuevas y tiernas plantas."51 Ese espíritu pasó también a ser parte
integral y permanente de las Leyes de las Indias cuando se de-
claró en ese gran código, impreso en 1680: "Establecemos y man-
damos, que no se pueda hacer, ni haga guerra á los Indios de

112
ninguna Provincia para que reciban la Santa Fe Católica, ó nos
dén la obediencia, ni para otro ningún efecto."5 2
Escritores fuera de España suelen describir la conquista espa-
ñola de América como una empresa caracterizada primordial-
mente por el pillaje y la crueldad. No puede negarse que hubo
saqueo e inhumanidad. Pero es también cierto que España, en
el proceso mismo de forjar su imperio, estuvo durante décadas
obsesionada por el afán de gobernar con justicia. Y si España
ha sido el único país colonizador que produjo un claro paladín
de la aplicación de la doctrina aristotélica de la servidumbre
natural a los pueblos aborígenes de su imperio, también produ-
jo su poderoso contradictor. La lucha de España por la justicia
fue profundamente seria y enconada, no un gesto cínico afín al
de la morsa en Alicia en el país de las maravillas, que sostiene
hipócritamente un pañuelo ante sus ojos anegados en llanto,
mientras codiciosamente selecciona a las inocentes ostras buscan-
do las más grandes.
Posiblemente tome mucho tiempo convencer de ello a los no
españoles, como se tardará en persuadir a sus compatriotas de
que Las Casas no fue un espafiol desleai.11a La intensa oposición
suscitada por sus acciones e ideas nunca ha cesado; aun hoy día
lo denuncian algunos españoles. En 1938, por ejemplo, se ori-
ginó un poderoso movimiento para cambiar el nombre de la
calle "Fray Bartolomé de Las Casas" en Sevilla, y sólo debido
a la enérgica resistencia de un ministro del Gabinete se pre-
servó su nombre en una calle de su ciudad natal, donde fue
consagrado obispo de Chiapa y donde publicó sus nueve mara-
villosos tratados que serán leídos y discutidos mientras s~ estudie
la historia de España en América.54 En 1955, la propuesta de
seleccionar a Las Casas -por su contribución a la legislación
de las Indias- como uno de los juristas que debieran honrar,
con su busto, la fachada de la Facultad de Derecho de la Uni-
versidad de Sevilla en su imponente nuevo edificio, se expresó
en enérgica resistencia y sólo después de animado conflicto se
aceptó finalmente la propuesta.56.
¿Cómo puede explicarse esta persistente hostilidad respecto de
Las Casas? Su intemperancia lo indispuso con muchos en su

ms
época, y también después. Su vehemencia, su renuencia a endul-
zar su crítica continua y cáustica, y su incorregible hábito de
expresar su mente con libertad ante rey, cortesano o conquista-
dor suscitaron mucho resentimiento. Para los prácticos conquis-
tadores y administradores, hombres que luchaban por alcanzar
objetivos terrenales inmediatos, y quizá para la corona también
-celosa como era de toda prerrogativa real- parecía peligrosa-
mente insensata su reiterada afirmación de que la única justi-
ficación para la presencia de los españoles en el Nuevo Mundo
era la cristianización de los indios sólo por medios pacíficos pa-
cientemente empleados. No es difícil imaginar lo que deben ha-
ber pensado cuando declaró que para los españoles sería prefe-
rible abandonar el Nuevo Mundo, sin cristianizar a los indios,
en vez de permanecer en él y traerlos al redil por métodos vio-
lentos no cristianos.
El conflicto de Valladolid sigue siendo parte importante de
la controversia que siempre ha rodeado la figura de Las Casas,
y nadie que escriba sobre la intervención de España en América
puede ignorarla. Pero subsiste principalmente debido a la uni-
versalidad de las ideas sobre la naturaleza del hombre enuncia-
das por Las Casas, cuando expresa en forma dramática y apre-
miante su doctrina de que "todas las naciones del mundo son
hombres" y su fe en que Dios no permitirá que existan nacio-
nes "por rudas é incultas, silvestres y bárbaras, groseras, fieras
ó bravas y cuasi brutales que sean, que no puedan ser persua-
didas, traídas y reducidas á toda buena órden y policía y hacerse
domésticas, mansas y tratables si se usare de industria y de arte
y se llevare aquel camino que es propio y natural á los hombres,
mayormente (conviene a saber) por amor y mansedumbre, sua-
vidad y alegría y se pretende sólo aqueste fin."
Uno de los pasajes más bellos del argumento presentado por
Las Casas en Valladolid servirá para ilustrar la sencilla grandeza
de que era capaz en sus mejores momentos:
"Así que todo linaje de los hombres es uno, y todos los hom-
bres cuanto <Í su creación y á las cosas naturales son semejantes,
y ninguno nace enseñado; y así todos tenemos necesidad de á
los principios ser de otros que nacieron primero guiados y ayu-

IH
dados. De manera que cuando algunas gentes tales silvestres en
el mundo se hallan, son como tierra no labrada que produce fá-
cilmente malas yerbas y espinas inútiles, pero tiene dentro de
sí virtud tanta natural que labrándola y cultivándola da fructos
domésticos, sanos y provechosos."56
Las Casas puede haber errado en su osada declaración de que
"todas las naciones del mundo son hombres", si se la interpreta
en el sentido de que significa igualdad en todo orden de cosas.
Recientes investigaciones científicas demuestran, en cambio, que
los hombres varían considerablemente en muchas de sus caracte-
rísticas físicas y fisiológicas.n7 Pero pocos serán hoy día los que
no se inmuten ante su afirmación de que la ley de las naciones
y el derecho natural se aplican por igual a cristianos y gentiles, y
a todas las personas de cualquier secta, ley, condición o color sin
distinción alguna, o por las palabras en que expone la sexta ra-
zón que tuvo para escribir su Historia de las Indias:
"Por librar mi nación espai'íola del error y engaño gravísimo y
perniciosísimo en que vive y siempre hasta hoy ha vivido, esti-
mando destas océanas gentes faltarles el ser de hombres, hacién-
dolas brutales bestias incapaces de virtud y doctrina, depravando
lo bueno que tienen y acrecentándoles lo malo que hay en ellos,
como incultas y olvidadas por tantos siglos, y a ellas, en alguna
manera, darles la mano, para que no siempre, cuanto a la opi-
nión falsísima que dellas se tiene acercadas como se están y has-
ta los abismos permanezcan abatidas." 58
En un momento en que los conquistadores daban a conocer al
mundo europeo todo un nuevo continente habitado por extrañas
razas, Las Casas, rechazando la teoría de Sepúlveda, según la cual
los indios eran un tipo inferior de humanidad condenado a servir
a los españoles, se ofrece a "darles la mano" a los indios america-
nos, con fe en la capacidad de civilización de todos los pueblos.
Esta convicción de Las Casas y otros españoles, y la acción que
de ella fluye, dan especial distinción a la obra de los espai'íoles
en América. Las Casas representa a la vez esa "auténtica furia
española" con que los españoles encaran los asuntos humanos y
divinos,G9 y la típica actitud de la escuela de Salamanca de teólo-
gos del siglo XVI, para quienes el pensamiento y la acción han

115
de estar tan íntimamente fusionados que no puedan separarse, y
las verdades espirituales deben manifestarse en el mundo que nos
rodea.ºº Las Casas estimaba que el fin del mundo no debía estar
lejos; en realidad, escribió su Historia de las Indias para explicar
la acción de Dios en caso de que decidiera destruir a España por
sus fechorías en América, pero entretanto había ciertas tareas que
cumplir en el mundo. En éste habría compartido perfectamente
lo dicho por Matthew Henry, puritano del siglo XVII: "Los hi-
jos e hijas del cielo, mientras están en el mundo, tienen algo que
hacer respecto de esta tierra, que debe participar de su tiempo y
pensamientos".01
La determinación de Las Casas de hacer algo por el cuerpo y
el alma de los indios americanos ha hecho de él uno de los héroes
más populares del Nuevo Mundo. Simón Bolívar simboliza ese
sentimiento al insistir, durante los días del Congreso de Angos-
tura en 1819, que la nueva república revolucionaria que se esta-
blecía debiera llamarse Colombia, y su capital Las Casas. "Así
probarémos al mundo'', exclamó el Libertador en uno de sus
momentos de elocuencia, "que no sólo tenemos derecho á ser li-
bres, sino á ser considerados bastantemente justos para saber
honrar á los amigos y á los bienhechores de la humanidad: Colón
y Las Casas pertenecen a América. Honrémonos perpetuando sus
glorias".62
Evidentemente, no todos los españoles que fueron a América
siguieron el camino de Las Casas, ni todos sus descendientes en
ese continente aceptan hoy día sus ideas. Un escritor mexicano
del siglo XX ha censurado a los indios como flojos, crueles y
ebrios, en el mismo espíritu que sus antepasados del siglo XVI,
que los consideraban "perros inmundos" o "casi bestias".63 Y no
faltan los estudiosos que, aduciendo razones "científicas", susten-
tan la inferioridad básica de ciertas razas con el mismo fervor que
Sepúlveda, pero más numerosos son los que siguen las ideas de
Las Casas y lo veneran, al igual que Bolívar, como un "héroe
humanitario". 64
Hoy, también, las teorías tienen aplicación práctica, precisa-
mente como en la controversia de Valladolid hace 400 años. En
Bolivia, por ejemplo, donde se han instituido reformas agrarias

116
para obtener tierras para los indios, parece surgir un nuevo orden
social. Hace cinco años los indios eran considerados como "ani-
males aradores de la tierra". Hoy día conducen tractores, poseen
empresas comunales organizadas, y han demostrado de muchas
otras y diversas maneras, de importancia grande o pequeña, su
capacidad para desarrollar y dirigir sus propios asuntos econó-
micos, sociales y políticos. No obstante, también en este caso la
historia se repite, pues algunos miembros de Ia: minoría blanca
y ele lengua espafiola en Bolivia, propalan todavía la inferiori-
dad innata, biológica y cultural de los indios andinos, que "mm-
ca podrán ser incorporados a Ja vida de la nación".65 Hostiles
críticos de Espaila continúan citando a Sepúlveda como uno de
los símbolos más chocantes y vocingleros del imperialismo y colo-
nialismo, como puede verse en un reciente ataque publicado en
el órgano oficial de la Universidad Karl Marx en la zona sovié-
tica de Alemania. 66
A pesar de la enorme cantidad de literatura tendenciosa y pro-
paganclista que se ha desarrollado en el Nuevo Mundo desde que
Colón se hizo a la vela, es bien cierto que Portugal y España
fueron los adelantados ele la m;ís grande expansión de la civili-
zación occidental. El historiador sudafricano, Sidney R. Welch,
ha expresaclo esto en los términos siguientes:
"Ampliaron el horizonte y, por ende, el dominio potencial de
nuestra sociedad occidental desde un oscuro rincón del Viejo
Mundo, hasta abarcar todas las tierras habitables y mares nave-
gables sobre la superficie del planeta. Debido a esta energía y
al emprendedor espíritu ibérico, el cristianismo occidental ha
germinado, como la semilla de jenabe de la parábola, hasta con-
vertirse en la gran sociedad".67
Con esta perspectiva, y teniendo en cuenta los irresueltos pro-
blemas raciales de la actualidad, podemos comprender que to-
davía no se ha ganado la batalla librada por Las Casas y todos
aquellos que trataron de proteger y educar a los indios. Pero
vemos, asimismo, que la controversia de Valladolid resumió el
problema para generaciones de hombres; y hoy día adquiere ma-
yor significación que nunca. Ahora empezamos a darnos cuenta,
como tan persuasivamente expresa Walter Lippman, que el Occi-

117
dente "no es primordialmente una alianza de potencias, sino en
lo fundamental una gran sociedad cuya excelencia" -y agrega-
remos, su supervivencia también- "depende del grado de consi-
deración que se conceda a cada uno de sus miembros".88
Pero no sólo el Occidente está hoy día involucrado, sino el
mundo entero. La Declaración Universal de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas, adoptada cuatro siglos después de la
controversia de Valladolid entre Sepúlveda y Las Casas, proclama
que "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad
y derechos y dotados como están de razón y conciencia, deben
comportarse fraternalmente los unos con los otros".60 Si hay en
ello verdad, la decisión de la corona española y el Consejo de
Indias de no estigmatizar a los indios americanos como esclavos
naturales, según los preceptos de Aristóteles, pasa a ser uno de
los hitos en el largo camino -todavía en construcción- que len-
tamente conduce a una civilización basada en la dignidad del
hombre, es decir de todos los hombres.

118
APENDIC!! A

CORRESPONDENCIA CAMBIADA ENTRE JUAN GINES DE


SEPULVEDA Y ALFONSO DE CASTRO'

J. Carta de Juan Ginés de Sepúlveda a Alfonso de Castro

Muy R•0 padre

Mucho holgue quando v. m. de dixo q [h]avia leido y considerado con


diligencia el sumario de lu quatro causas de mi libro por donde yo prueuo
la conquista de las Indias ser justa y sancta haziendose con el tempera·
mento q se deue y los reies n[uest]ros tienen ordenado y mandan y quele
[h]avia contentado y que por ellas yo prueuo bien mi intento. Después
desto vi el s[egun]do libro de la obra q v. m. escriuio de punitione here·
ticorum adonde afirma lo mesmo en el cap. 14 donde v. m. prueua ser
causa sufficiente de justa guerra la idolatria prouandolo por auctoridad
dela sagrada scriptura donde añade estas palabras, et testimonio huius
praecepti diuini fretus ego sentio iustum esse bellum q[uo]d catholici
hispaniar[um] reges contra barbaras gentes idolatras, quae deum igno·
rabant versus occidens et austrum inuentas ante aliquot an [n]os geserunt.
et nunc etiam gerunt. Pero l!'ñade v. m. una condición y es q primero
[h]an de ser amonest-ados q se aparten, dela idolatria, lo qu?-1 me haze
mucha dificultad' porq esta admonición ni ia hizieron los judios a los
amorrheos y a los moradores de la ti[etJra . <le pro10issi.on ni Genna·
dio de q haze mencion Sant Gregorio, en la ep[istol]fa· 73· del p[ri]mer
libro, ni los Reyes catholicos alos indios ni el p apa alexandro en la bulla
del decreto y concession q les hizo manda q se haga. Sup{li]co a v. m.
me suelte esta dubda como esta lo uno con lo otro saluo si se dexeo de hazer
por ventura porq considerandolo prudentemente en todos estos lugares
parccioq la adruonestacion seria muy difficil o no aprouecharia nada porq
esta claro q ninguna gente dexara Ja religion q le dexaron sus passados
sino por fueréa de armas o de milagros. Y q en tal caso se [h]a de
hazer Ja admonición inutil o difficil sino dexarla como sienten todos los
theologos in correctione fraterna. Asi q se entienda q entonces se [h]a
de hazer la tal admonicion quando no fuere difficil o prudentemente se
juzgare q aprouuechara q desta manera parci;e q no [h]aura contradicion
y se satisfara a entrambas partes. Sup[li]co a v. m. q en pocas palabras
me responda a esto a las espaldas dcsta. Vale. non. julii.

Servidor de v[uest]ra m[erce]d


El doctor jo. sepulueda

119
II. Carta de Alfonso de Castro a Juan Ginés de Sepúlveda

Muy R 40 señor

yo he mirado bien lo q escreui ene! libro 2 de iusta baereticorum puni-


tione, cap. 14 y es verdad q alli dixe qantes qse hiziesse guerra alos
Indios era menester q precediesse admonicion por la qua! les admones-
tasen q se apartasen de la idolatria q tienen.• Esto dixe q era necessario
pa[ra] q por esta admonicion constase dela p[er]tinacia q ellos tienen
en su maldad porq contra aquel de quien no consta q sea p[er]tinaz no
me parece q con iusto titulo se pueda hazer guerra. Y por esta causa
para q conste de su p[er]tinacia dixe q es menester q preceda la tal ad-
monicion porq no la recebiendo quedara manifiesta su p[er]tinacia y obsti-
nacion. Pero si por otra via por prudentes coniecturas pudiere aclararse
q
la p[er]tinacia dellos sin preceda la tal admonición, en tal caso digo ius·q
ta mente seles podra hazer guerra sinq sean primero amonestados. Y esto
me parece conforme alo q todos los theologos dizen de correctione fra-
terna• q no obliga quando verisimilmente se cree q no ha de aprovecLar.
Lo qual es conforme ala doctrina de sant pablo q dize: Omnis qui arat,
debet arare in spe fructus p[er]cipiendi. En lo demás qtoca al suma.
río donde pone quatro razones para prouar su intento yo digo q lo vi y
·mire con diligencia, y me pare~io bien y doctamente puecto: et nihil inueni
quod sit mgro carbone notandum. Y porque estoi muy ocupado no digo
mas de q quedo

A seruicio de v[uestr]ra m[erce]d

Fr. Alfonso de Castro

120
ArENDICE B

MATERIAL
PREPARACION
EMPLEADO
DEL
EN LA I
PRESENTE ESTUDIO
l. Manuscritos.

Las principales fuentes relativas a la controversia de Valladolid han sido im-


presas, excepto el voluminoso tratado en latín, la Apologla de Las Casas.
Y aun éste ha de ver pronto la luz. Angel Losada, agregado militar de la
Legación española en Suiza, ha empezado a transcribir el texto y a traducirlo
al espatiol. Cuando se ha)'ª puesto término a esa difícil tarea y publicado la
obra, se conocerá todo el argumento desarrollado en 1550 por Las Casas. No
utilicé ese manuscrito de la Apología, pues para mi propósito la posición de
Sepúlveda requería un mayor examen que la de Las Casas que es bien
conocida.
Se citan unos cuantos manuscritos de la gran colección del Archivo Gene-
ral de Indias, pero son de importancia relativamente escasa. El único material
nuevo, importante, y todavía inédito es el contenido en la correspondencia
cambiada entre Sepúlveda y el franciscano Alfonso de Castro, que se publica
aquí por vez primera. El jesuita peruano Rubén Vargas Ugarte descubrió esas
cartas y otro material relativo a la controversia en la biblioteca del Convento
de San Felipe en Sucre, Bolivia 1 • Mientras trabajaba como estudiante gra-
duado en un estudio acerca de las teorlas políticas de Las Casas•, di con un
informe sobre esos manuscritos que habían sido reunidos en un solo volumen
titulado "Tratado de Indias de Monseñor de Chiapa y el Dr. Sepúlveda." En
el verano de 1935 visité Sucre en virtud de una beca Milton l'und de la
lJniversidad de Harvard y obtuve, gracias a la gentileza del Rev. José Cuellar
del Convento, una copia fotográfica de las cartas como asimismo de una
Relación presentada al Consejo de Indias en 1543 por Las Casas y su cons-
tante compañero Fray Rodrigo de Andrada •. En esta larga y apasionada de-
nuncia de la crueldad de los españoles para con los indios, los autores reco-
mendaban la revocación de todas las licencias concedidas a los conquistadores
y encaredan la promulgación, observancia y cumplimiento de la decisión
adoptada en 1541 por Francisco de Vitoria, que insistla en la adecuada ins-
trucción de los indios antes del bautismo. Existe, pues, un nexo estrecho entre
la Relación y los asuntos examinados en este estudio.
En realidad, la mayoría de los documentos del volumen existente en el
archivo de Sucre se refiere a la controversia de Valladolid. Uno, por ejem-
plo, resume el testimonio obtenido por los sacerdotes jeronimianos en 1517,
mientras se desempeñaban como administradores en la isla de Española,
sobre la capacidad de los indios para vivir como españoles'. Otro contiene
la retractación, por el sacerdote dominico Domingo de Betanzos, de su ante-

121
rior· declaración de que los indios eran "bestias"•. Otros consignan el tan
discutido reglamento para la confesión de encomenderos y observaciones de
Las Casas sobre el tema. En la colección existen también cartas escritas por
Scbasthln Ramírez de Fuenleal y Tomás Casillas, defensores de los indios,
junto con resúmenes de los argumentos presentados en Valladolid y declara-
ciones de Sepúlveda. Gran parte de ese material fue empleado en varias de
mis publicaciones anteriores•.
Las cartas no me sorprendieron al principio como particularmente impor-
tantes o dignas de publicación pues, aunque ilustran la posición de Sepúlve-
da, ésta no era en esa época el tema de controversia. Cuando las nuevas, y
para mí sorprendentes interpretaciones de Losada, O'Gorman y Quirk 7 y la
aparición, en 1951 , de la edición del Demócrates hecha por Losada, me obli-
garon a i·eexaminar toda la controversia, volví a estudiar mis notas y encon-
tré de nuevo el cambio de impresiones entre Sepúlveda y Castro. Comprendí
entonces que las cartas constituían un testimonio pequeño, pero importante
de las opiniones fundamentales y al parecer definitivas de Sepúlveda sobre la
cuestión de hacer la guerra contra los indios. Por consiguiente, las cartas han
adquirido importancia suficiente para publicarlas y examinarlas con de-
tenimiento.

2. Li.fta selecta de material impreso

En· el cnrso del estudio se han citado más de una vez los documentos si-
guientes:
Bataillon, Marce!. Erasmo j' España. D'Olwer, Luis Nicolau. Fray Bernar-
2 vals. México, 1950. dino de Saliagún (1499-1590). Mé-
-"Pour l' 'epistolario' de Las Casas. xico, 1952.
Une lettre et un brouillon," Bul-
letin Hispanique, LVI (Bordeas, Fabié, Antonio M. Vida )' escritos de
1954), NO 4, págs. 366-387. don Fray Bartolomé de Las Casas.
Bejarano, Ignacio (ed.) . Actas de ca- 2 vols. Madrid, 1879.
bildo de la ciudad de México. 12 Friede, Juan. "Las Casas y el movi-
vols. México, 1'889-1900. miento indigenista en España y
Bel!, Aubrey F. G. juan Ginés de Se- América en la primera mitad del
púTtleda. Oxford, 1925. siglo XVI," Revista de Historia de
Bernheimcr, Richard. Wild M en in América (México, 1952), NO 34,
the l\Iiddle Ages. Cambridge, págs. 339-344.
l\fass., 1952.
Carro, Venancio D . La teología y los Gerbi, Antoncllo. Viejas polémicas
teólogos juristas españoles ante la sobre el nuevo mundo. Lima, 1944.
conquista de América. Segunda Giménez Fernández, Manuel, y Le-
edición. Salamanca, 1951. wis Hanke (eds.) . Bartolomé de

122
Las Casas, UU-1566. 1Jibliogrof{11 Hanke (eds.) . Cuerpo de docu-
critica y cuerpo de materiales para mentos del siglo XVI sobre los de-
el estudio de su vida, actuación y rechos de Espaiia en las Indias 'Y
polémicas que suscitaron durante las Filipinas. México, 1943.
cuatro siglos. Santiago de Chile,
1954. Olarte, Teodoro. Alfonso de Castro
(1495-1558). Su 1!Ída, su tiempo y
Hanke, Lewis. The First Social Ex- sus ideas filosófico-jurídicas. San
j>eriments in America. Cambridge, José, Costa Rica, 1946.
Milss., 1935. Hay dos traducciones Olschki, Leonardo. "Ponce de León's
españolas de este libro, en Madrid Fountain of Youth: A History of a
(1946) y en La Habana (1950). Geographical Myth," Hispanic
-La lucha por la justicia en la con- American Histol'Ícal Review, XXI
quista de América. Buenos Aires, (1941). 361-385.
1949.
Phelan, John Le<ldy. The Millennial
-The spanish Struggle /or Justice in
Kingdom o/ the Franciscans in the
the Conqw:st of America. Filadel-
New World. A Study of the
fia, 1949.
Writings of Gerónimo de Mendiela
(1526-1601). Berkeley y Los Ange-
Las Casas, Bartolomé de. Colección
les, 1956. University of California
de tratado.s, 1552-1553. Buenos Ai-
Publications in History, vol. 52.
res, 1924.
-Historia de las Indias. Editada por Quirk, Robert E. "Sorne Notes on a
Agustín Millares Cario, con intro- Controversia! Controversy: Juan
ducción de Lewis Hanke. 3 vols. Ginés de Sepúlveda and Natural
México, 1951.
Servitude," Hispanic American
Losada, Angel. Juan Ginés de Sepúl- Historical Revicw, XXXIV (1954),
veda a través de su "Epistolario" y 357-364.
nuevos documentos. Madrid 1949.
-(ed) . Juan Ginés de Sepúlveda. De- Ricard, Robert . La conquista espiri-
mócrates segundo o de las justas tual de México. México, 1947.
causas de la guerra contra los in- Rodríguez Villa, A. Memorias para
dios. Madrid, 1951. la historia del asalto y saq!leo de
Roma ... Madrid, 1875.
Manzano y Manzano, Juan. La incor-
poración de las Indias a la corona Schlaifer, Robert O. "Greek Theo-
de Castilla. Madrid, 1948. ries of Slavery from Homer to Aris-
Mateos, Francisco, S. J . (ed.) . Obras totle," Harvard Studies in Classical
del P. José de Acosta. Madrid, Philology (Cambridge, Mass.,
19.?4. 1936), NQ 47, págs. 165-204.
Medina, José Toribio, Biblioteca his-
panoamericana. 7 vols. Santiago, Welch, Sidney R. Europe's Discovery
1898-1907. of South A/rica. Ciudad del Cabo
Millares Cario, Agustín, y Lewis y Johannesburg, 1935.

123
NOTAS

CAPITULO

1 James Westfall Thompson, Feudal se encontraron principalment e in·


Germany (Chicago, 1928), págs. <loístas y no musulmanes, y so-
401-402, 488-489. lamente contra éstos había de
• Dominik Josef ·wolfel, "La curia "librar incesante guerra." Así ins-
romana y Ja corona de España en truyó Alfonso de Albuquerque a
Ja defensa de Jos aborígenes cana· Fray Luis para que tratara bien a
rios," Anthropos, XXV (Viena, Jos indoístas. H. Morse Stephens,
1930), 1011-1083. Ramón Lull, Albuquerque (Oxford, 1897), págs.
místico y misionero catalán, puede 65-66.
haber sido responsable del envío de • Una considerable parte de esta li-
eclcsiústicos a las Islas Canarias y teratura se menciona en una rese-
de la aplicación en dichas islas de ria erudita de Francis M. Rogers,
prácticas de conversión pacíficas. Jloletim da Sociedade de Geogra
Esta es la opinión sustentada por fía de Lisboa, LXXIII, Nos. 7-!
Elías Serra Rafols en La Missió de (Lisboa, 1955), págs. 405-410.
R. Lull i els missio11ers mallorquins • La indiferencia de los portuguese!:
del seg/e XIV (Mallorca, 1954), se- ha sido estudiada en detalle por
gún se reser1a en la Revista de His- Fidclino de Figuereido, A epica
toria, XX, Nos. 105.108 (La Lagu- portuguesa 110 seculo XVI: Subsi·
na de Tenerife, 1954), págs. 184- dios documentares parn uma tf1eo·
185. Joac¡uín Xirau señala el para- 1·ia geral da epopéa, Boletins da
lelo entre las ideas de Lull y Las Faculdade de Filosofia, Ciencias e
Casas, "Ramón Lull y la utopia es- Letras. CI, Letras, N9 6 (San Pa-
pafiola," Asoman/e (Puerto Rico, blo, 1950), págs. 61, 69. Sobre la
1945), Ne.> 3, pág. 43; N9 4, pág. 45. moderación de Esparia con respec-
El trabajo m<ls reciente es la obra to a América, véa5e Marcos A. Mo·
de Ramón Sugranyes de French, rínigo, América en el teatro de Lo·
Raymond Lulle: Docteur des Mis- pe de Vega (Buenos Aires, 1946),
sions (Friburgo, 1954). Es intere- págs. 11-54. Hay un resumen útil
sante ver que Lull admitió "la en la obra de Angel Franco, El
possibilité de l'cmploi de la force lema de Amb·ica en los autores es-
contre les infidi:les · non pas pour Jiaiio/e.~ del siglo de oro (Madrid,
les convertir, mais pour rendre 1954). Felipe 11 poseía muy pocos
possible la prédication", (pág. 80). objetos de arte represenlativo s de
• Sidney R. Wclch. Europe's Disco· América en su vasta colección, se-
vcry of South A/rica (Ciudad del gún el Inventario hecho a la muer·
Cabo y Johanncsburg, 1935), págs. te de Felipe Il en el Museo del
112-113, 148. Prado. El Sr. F. J. Cantón, Dircc·
' Refiriéndose a los esclavos negros tor del Musco tuvo a bien mos·
traídos del Africa, Azurara expre- trarme ese importante documento.
sa lo siguiente: " ... posto que os seus Los franceses revelaron también
corpos stevessem cm algua sogei· poco interés en el Nuevo Mundo,
<;mn, esto era pequena cousa em como señala Geoffroy Atkinson en
comparai;om das suas almas, que Les nouveartx horizons de la Re-
eternalmente avyam de possuyr 11aissance (París, 1935). Sobre Tur-
verdadeira soltura," Chronica do quía en el periodo 1480-1609 se
descob1·imenlo de Guint!, cap. imprimió en Francia el doble de
XIV. Cuando los portugueses lle- libros que sobre América del Norte
garon a la India, la situación fue y del Sur en conjunto, y el número
completament e diferente, pues allí de folletos sobre acontecimiento s

124
turcos fue diez veces mayor. Del • Ida Rodríguez Prampolini, Ama-
mismo modo, los libros sobre las dises en América. La hazmia de In-
Indias orientales y Asía excedían dias como empresa caballeresca
en general a los referentes a Amé- (México, 1948), pág. 154.
rica (págs. 10-11) . 'º S. E. Morison, The Second Voyage
' Francisco López de Gómara, His- of Christopher Columbus from Ca-
pania Victrix. Primera y segunda diz to Hispaniola a11d the Discove-
parte de la Historia General de las ry of the Lesser Antilles (Oxford,
llldias (Zaragoza, 1552) . La afir- 1939); las páginas 91-94 consignan
mación aparece en la primera fra- un divertido relato acerca e.le las
se de la dedicatoria al Emperador aventuras marítimas e.le esas vJr-
Carlos V y reza como sigue: "Muy genes.
soberano Señor: La mayor cosa des- 11 Leonardo Olschki, "Ponce de
pués de la creación del mundo, sa- León's Fountain of Youth: A Hís-
cando la encarnación y muerte del tory of a Geographical Myth,"
que lo crió, es el descubrimiento de Hispanic American Historical Re-
Indias; y así, las llaman Mundo- view, XXI (1941), 384.
Nuevo." 10 Luis Nicolau d'Olwer, Fray Ba-

• Luis Weckmann, "The Middle nardino de Sahagú11 (1499-1590)


Ages in the Conquest of America," (México, 1952), pág. 144.
Speculum, XXVI (1951), N9 1, 11 H. W. Janson, Apes and Ape
págs. 130-141. Claudio Sánchez-Al- Lore i11 the Middle Ages and t1ie
bornoz presenta numerosas ideas R enaissance (Londres, el 952) , págs.
sugestivas en su ensayo "La edad 74-75. Véase también Otis 1-l.
media y la empresa de América" en Green, "Lo de tu abuela con el xi-
España y el islam (Buenos Aires, mío (Celestina, Auto 1) ," Hispa-
1943), págs. 181-199. Otros estu- nic Revieiv, XXIV (1956), 1-12.
dios vividos sobre temas afines son " The Golden Land, editada por
los de Irving A. Leonard, "Con- Harriet de Onís (Nueva York,
q uerors and Amazons in Mexico," 1948)' págs. 7-8.
Hispanic American Historical Re- 16 Richard Bernhcímer, Wild Men in

view, XXIV (1944), 561-579; Otis the i\fiddle Ages (Cambridge,


H. Green; "Notes on the Pizarro Mass., 1952), págs. 1-2, 20.
Trilogy of Tirso de Molina," His- 11 Ibid., figura 49.

pa11ic Review, IV (1936), 208-209; 17 !bid., pág. 179.

y Alfonso Arinos de Mello Franco, " Elízabeth \Vilder \Veismann, Me-


O indio brasi/eiro e a reuolufáo xico in Sculpture (Cambridge,
francesa (Río de Janeiro, 1937). Mass., 1950), fig. 19.
Sobre la persistencia del legenda- 10 E. P. Goldschmidt, "Not in Harris-

rio paraíso terrenal del Atlántico, se," en Essays Honoring Lawrence


véase George Boas, Essa)'S on Pri- C. H'roth (Portland, Maine, 1951),
mitivis m and Related Ideas in the pág. 140.
Middle Ages (Baltimore, 1948), "" "\Vilberforce Eamcs, "Description
pág. 172. George P. Hammond ha of a Wood Engravíng, lllustrating
demostrado recientemente que las the South American lndians
ideas fantásticas subsistieron mu- (1505)" Bulletin o/ the New York
cho después del primer siglo de Publ1c Lihrary, XXXVI (septiem-
conquista y que "estas historias fa- bre de 1922) N9 9, págs. 755-760.
bulosas constituían un aspecto ín- .. !bid., pág. 759.
tegra! de la edad del descubrimien- '" Respecto del diablo en México y
to de América y de la conquista de Centroamérica, véase Rafael Helio-
sus pueblos aborJgcnes," "The doro Valle, "El diablo en Mcso-
Scarch for the Fabulous in the américa," Cuadernos Americanos,
Settlement of the Southwest," XII (México, 1955), N9 2, p<ígs.
Utah Historical Quarterly, XXIV l 9<1-208. Véase también Gustavo
(1956) • 19. Correa, El espíritu del mal en Gua-
125
temala (Nut:va Orleans, 1955), cepto del "noble salvaje", en armo.
págs. 48-52. nía con sus ideas morales, políti·
13 José Durand, Ocaso de sirenas ma- cas y sociales, antes del descubri-
natíes en el siglo X1'/. (México, miento de los indios, según Giu-
1950). seppi Cocchiara. Il mito del buon
" Enrique de Gandía, Historia criti· selvaggio (Mesina, 1948), pág. 7.
ca de los mitos de la conquista Mircea Eliade acepta esa explica·
americana (l\fadrid, [1929)), cap. ción en parte y en seguida ofrece
2. Otra contribución sobre los mi- una respuesta psicológica, "El mi-
tos es la de Robert Hale Shields, to del buen salvaje o los prestigios
"The Enchanted City of the Cae- del origen", La Torre, año 111,
sars, Eldorado of Southern South N'> 11 (Universidad de Puerto Ri·
America," Greater America (Ber- co, 1955), págs. 49-66. Ninguna de
keley, 1945) págs. 319-340. Un es- esas opiniones satisface al que ha
tudio reciente y documentado, con trabajado en las fuentes ibéricas,
bastante material bibliográfico, es en particular los voluminosos in-
el de Demetrio Ramos, "Examen formes sobre las relaciones entre
crítico de las noticias sobre el mito españoles e indios.
del Dorado," Cultura Universitaria 11 J . B. Trend, The Civilization of
(Caracas, 1954), N'> 41, págs. 19-58. Spain (Londres, 1944) , pág. 88.
•• Pedro Cieza de León, Pllrte prime· Nebrija declaró en su introduc-
ra de la e/irónica del Perú (1553), ción: "siempre la lengua ha sido
cap. 52. compañera del imperio".
.. Philip A. Means, The Spanish 12 Las Casas y el apoyo que dió en
Main (Nueva York, 1935), cap. 5. un principio al cautiverio de los
"' Olschki, Po11ce de l.eón's Fountain negros han sido tema de perma·
o/ l'outf1, pág. 384. nente interés, especialmente para
38 W. R. Jackson, Early Florida aquellos que no son partidarios de
Tlirough Spa11ish Eyes (Miami, Las Casas. Una defensa bien es-
1954) , Introducción. crita sobre Las Casas es Ja de Fer·
••Juan de Solórzano Pereira reúne nando Ortiz, "La leyenda negra
considerable información acerca de contra Fray Bartolomé de Las Ca-
estas posibilidades, y tiende a cali- sas'', Cuadernos Americanos (Méxi-
ficar historias similares sobre ante· co, 1952), Nll 5, págs. 146-184.
rieres conocimientos de América Marce! Bataillon ofrece una valio·
como intentos, por parte de celo- sa nota en "Le 'clerigo Casas' ci-
sas naciones extranjeras, de dismi· devant colon, reformateur de la
nuir la gloria de España, Politica colonisation'', Rulletin Hispanique,
indiana (Madrid, 1647), Libro 1, LIV (1952), 366-368.
caps. VI-VII. 11 La obra fundamental de Alonso de

"'Se encontrará información adicio- Sandoval es Natvraleza, policia sa·


nal sobre estas cuestiones en las grada i prufaria, costvmbres i ritos,
siguientes obras del autor: The disciplina i catechismo evangelico
First Social Experiments in Ame· de todos etiopes (Sevilla, 1627) , y
rican (Cambridge, Mass., 1935), y de índole popular es la de Maria-
Th e Spanish Struggle for ]ustice no Picón Salas, Pedro Claver. El
in the Conquest of A.merica (Fi- santo de los esclavos (México,
ladelfia, 1949). lln resumen de 1950) . El profesor Manuel Gimé-
opiniones opuestas sobre los indios, nez Femández tiene muy avanza-
sustentadas por dos escritores an- do un estudio sobre la esclavitud
tiguos, es presentado por Alberto de los negros y su fundamenta·
Salas en "Pedro Mártir y Oviedo ción canónica.
ante el hombre y las culturas ame- "Archivo de Indias. Indiferente ge-
ricanas", /mago Mundi, 1 (Bue- neral 424, libro 22. f. 133. Véase
nos Aires, 1953), N'> 2, págs. 16-33. también fs. 134-136; 152 vuelto-
Los europeos inventaron el con· 155; 219 vuelto·224 vuelto; 298

126
vuelto-299 vuelto; 334-335. Carlos 1945). Ricardo Cappa también
A. Romero ha escrito un breve re- ofrece alguna información perti-
lato, "El camello en el Perú", El nente en su obra Estudios críticos
Comercio (Lima, 28 de febrero de acerca de la dominación espmíola
1937), y Revista Histórica, Lima, en América (6 partes; Madrid,
tomo X, 1936, 264 a 372 }' ha tra- 1889·1897), V, pág. 428, pero el
tado asimismo el tema en Los tema es entretenido y merece ser
héroes de la Isla de gallo (Lima, investigado.

CAPITULO 11

1 Francisco Romero, Sobre la filoso- sefiala la renuencia de los españo-


fía en América (Buenos Aires, les a trabajar con las manos en
1952), pág. 125. Marcel Bataillon The Structure of Spanish History
ha estado trabajando intensamente (Princeton, 1954), págs. 631-632,
en este campo durante los últimos pero el tema no ha sido todavía
años y ofrece un resumen de sus suficientemente estudiado. Otro
conferencias de 1951-1952 sobre estudio de Castrn es 'Algunas ob-
"La decouverte spirituelle du Nou- servaciones acerca del concepto del
veau Monde" en el Annuaire du honor en los siglos XVI, XVII",
College de France (1952), págs. Semblanuis y estudios españoles.
276 y siguientes. Homenaje ofrecido a don Américo
9 Marce) Bataillon, "Novo mundo e Castro por sus ex-alumnos de Prin-
fim do mundo", Revista de His- ccton University (Princeton, 1956),
tória, N9 18 (San Pablo, 1954), págs. 319-382.
pág. 350. Alfonso Carda Valdecasas em-
• W'elch, Europe's Discovery o/ pieza a tratarlo en El hidalgo y el
South Africa, pág. 249. honor (Madrid, 1948). Al reseiíar
' C11tdlogo de pasajeros a Indias, esta obra, José Durand ha reunido
editado por Cristóbal Bermt'1dez algunas valiosas ideas y bibliogra-
Plata (3 vols.; Sevilla, 1940-1946) . fía en la Nueva Revista de Filolo-
Lln artículo anal!tico valioso es el gía Hispánica! IV (1950), 71-75.
de V. Aubrey Neasham, "Spain's Una obra básica sobre el carácter
Emigrants to the New World, español es la de María Rosa Lida
1492-1592", Hispanic American ele Malkiel, La idea de la fama en
Historical Review, XIX (1939), la edad media castellana (México,
147-160_ 1952) • y un estudio conexo es el
• Colección de Juan Bautista Mufioz, artículo de José Luis Romero, "So-
Academia de la Historia (Madrid), bre la biografía espaiíola rlel siglo
LXXX, 270. ]osé Durand ha em- XV y los ideales de vida", Cua-
pezado a expforar este tema en su dernos de historia de E5pa1ia, 1-11
útil obra sobre La transformaci611 (Buenos Aires, 1914), 114-148.
social del conquistador (2 vols.; • Delgado, Historia general sacro-
México, 1953). Se encontrarán al- profana, política y natural de las
gunas referencias valiosas en C. J. islas del j>o11ie11te llamadas Filipi-
Bishko, "The lberian Background nas, tomo único (Manila, 1892) ,
of Latin American History: Recent pág. 301.
Progress and Continuing Problems", • Pedro Leturia, "Maior y Vitoria
Hispanic American Historical Re- ante la conquista de América", Es-
view, XXXVI (1956), 67, nota 31. tudios Eclesidsticos, 11 (Madrid,
• Bartolomé de Las Casas, Historia 1932), 44-82. Un estudio más re-
de las Indias, editada por Agustín ciente es el ele Silvio Zavala que
Millares Cario, con introducción sirve de introducción al volumen
de Lewis Hanke (3 vols., México, titulado De las islas del mar océa-
1951), 1, 472-473. Américo Castro no, por Juan López Palacios Ru-
127
bios. Del dominio de los Reyes de 175 de su edición de Fray Juan de
España sobre los indios, por Fray Zumárraga. Regla cristiana breve.
JHatlas de Paz (México, 1954). (México, 1951).
Traducción, notas y bibliografía de 18 Herschel Baker, The Dignity o/
Agustín Millares Carlo. Man (Cambridge, Mass., 1947),
• Rafael Alt.amira, "El texto de las pág. 178.
leyes de Burgos de 1512", Revista " La literatura sobre los caribes es
de Historia de América (México, abundante, confusa y contradicto-
1938), NQ 4, págs. 5-79. ria. En el tercer legajo de la resi·
'ºEl autor ha pul>licado dos artícu- dencia de Rodrigo de Figueroa en
los sobre este tema: "The Require- el Archivo de Indias, Justicia 47,
ment and its Jnterprcters", Re· existe una valiosa colección de ma-
vista de Historia de América (Mé- terial manuscrito acerca del trato
xico, 1938), NQ l, págs. 28-34; y dado a los caribes por los españo-
"A aplicac;áo do requerimento na les hasta alrededor de 1520. Este
America Espanhola", Revista do primer documento etnográfico des-
Brasil (Río de Janeiro, Sept., 1938), cribe los intentos hechos para de-
p:lgs. 231-248. Como observa Juan terminar cuáles indios capturados
l\fanzano y Manzano, las ideas del por capitanes españoles que nave-
requerimiento fueron oficiosamen- gaban a lo largo de Tierra :Firme
te puestas en práctica antes de y de las islas eran realmente cari-
1512, La incorporación de las In- bes.
dias a la Corona de Castilla (Ma- Colón fue en un principio res-
drid, 1948), pág. 33. Debe de ad- ponsable de la idea de que los ca·
vertirse que todavía hay discusión ribes eran caníbales, según Gandía,
acerca del sentido verdadero del Mitos de la conquista, pág. 47.
requerimiento. Véase Alfonso Gar- Julio C. Salas, en Los inaios cari-
cía Gallo, "El derecho común ante bes (Madrid, 1920), expresa que
el Nuevo Mundo", Revista de Estu- los caribes eran una raza valiente,
dios Políticos, LIII, NQ 80 (1955), inteligente y no caníbales, como
133-152. pretenden aquellos deseosos de es-
11 La única descripción existente so- clavizarlos. Domínguez hace recaer
bre esta controversia procede de la culpa sobre la traducción al la-
Las Casas, Historia de las llldias, tín de la carta de Colón 3 Luis de
Libro III, caps. 149-151. Jamás se Santangel, donde Ja frase "comer
recurrió a Aristóteles para justi- carne viva" fue traducida por
ficar la esclavitud en la España o "carne humana vescuntur", y llega
Portugal medioevales, ya que no a la conclusión siguiente: "Que los
había verdadera necesidad de ex- bárbaros indios son seres malva-
plicar el cautiverio de los musul- dos que cuando matan a sus ene·
manes. Para un análisis detenido, migos los hacen pedazos y los que-
véase Charles Verlinden, L'Escla· man, es algo que nadie negará. Pe·
vage dans l'Europe médiévale. To· ro dedr que se comerán la carne
me premier. Pe11insule Ibérique- es una calumnia y una mentira
france (Brujas, 1955). despreciable, fundada en motivos
"'Sister Margaret Mary, C. l. M., interesados. Todavía no he encon-
"Slavery in the Writings of St. Au· trado al hombre que me diga de
gustine", The Classical ]ournal, buena fe que ha visto a los indios
XLIX (1954), 367. No obstante, comer carne humana'', The Con·
José Almoina ha recopilado mu- quest of the River Plate, 1535-
chos ejemplos para demostrar que 1555, L. L. Domínguez, cd. (Lon-
se hizo un intento definitivo, a dres, 1891), págs. xxxvii·xxviii.
fin de establecer una "conexión Domínguez estaba preparando una
de Ja idea de libertad espiritual reseña histórica de este tema, que
de las Sagradas Escrituras con el al parecer no se ha publicado.
orden 11ocial". Véanse laa pá¡a. 170· William Dampier también revela
128
escept1C1smo acerca de los cuentos 111 and the American lndians",
sobre el canibalismo en las indias HanJllrd Theological Review,
occidentales, en su obra A New XXX (1937), 65-102.
Voyage Jfound the World ... (ter- 18 Antonio M. Fabié, Vida j' escritos
cera edición corregida, Londres, de don Fraj' Bartolomé de Las Ca-
1698), págs. 485-486. Según Ale- sas (2 vols.; Madrid, 18i9), I, 30.
xander von Humboldt y Aimé 1• Claudio Ceccherelli, O. F. M .. "El

Bonpland, se exageraba mucho el bautismo v los franciscanos en Mé-


canibalismo de los habitantes de xico", l\Jissionalia His/ianica, afio
las Indias occidentales, Personal XII, n9 35 (Madrid, 1955), pág.
Narrative of Travels to the Equi- 213. El mejor análisis general del
noclial Regions of America During tema es el de Roben Ricard, "En-
the, l'ears, 1799·1804, editado por sefianza prebautismal y adminis-
Thomasina Ross (3 vols.; Londres, tración del bautismo", en La con-
189'!), Ill, 86. Ewald Volhard ofre- quista espiritual de México (Mé-
ce una opinión general sobre el te- xico, 194 7) , p{1gs. 185-204.
ma en Kannibalism1ts (Stuttgart, "" Bataillon, Novo mundo e fim do
1939)' págs. 324-361. mundo, pág. 348.
Woodbury Lowery, Spanish Set- 21 John L. Phelan, The Millennial
tlements witliin the Present Limits Ki11gdom of the Franciscans in the
of the United States (Nueva York, New World (Berkeley y Los Ange-
1901), ret'.me parte de la primitiva les, 195i), p;íg. 121, nota 23.
legislación española sobre los cari- .. Silvio Zavala, Ideario de Vasco de
bes en las págs. 110-11 l. Como un Quiroga (1\féxico, 1941).
curioso dato incidental, Pedro :. Las innumerables y curiosas ideas
Aguado relata que algunos indios sustentadas por el sacerdote Fran-
de Nueva Granada creían que los cisco de Ja Cruz, por las cuales fue
espafiolcs eran caníbales y por eso quemado en la hoguera por Ja In-
combatieron desesperadamente, ya quisición, en Lima, en 15i8, han
que estaban seguros que los inva- sido presentadas por Bataillon en
sores buscaban alimentos, Historia su obra Novo mundo e fim clo
de Santa Marta y Nuevo Reino de m1111do.
Granada, editada por Jerónimo 'l! El sefior Bruno Pagliai, radicado
Bécker (2 vols.; Madrid, 1916- en la Ciudad de México, posee es-
1917) • 11, 38-39. te documento y generosamente ha
El ¡;>rofesor John H. Rowe, de permitido su empico por el autor.
la Umversidad de California, Ber- Hoy día los franciscanos todavía se
keley, escribe: "No cabe duda que inquietan por la controversia bau-
los españoles atribuían el caniba- tismal suscitada en México en el
lismo a muchos indios que no lo siglo XVI, como puede verse por
practicaban, con el fin de esclavi- el tono un tanto apologético y de-
zarlos, pero, no obstante, parece fensivo del Padre Ceccherelli en su
haber buen fundamento en reali- erudita exposición, El bautismo y
dad para atribuir el canibalismo a los fra11ciscanos en ~féxico.
algunos caribes". "" Manuel María Martínez, "El obis-
,. La carta es del 10 de diciembre de po Marroquín y el franciscano :\>fo-
1555, y está en el Archivo de In- tolinía, enemigos de Las Casas,
dias, Lima 313. "Bolet{n ele la Real Academia de
" El autor ofrece una descripción la Historia, CXXXII (Madrid,
más completa en "The Contribu- 1953), Cuaderno 11, pág. 192. La
tion of Blshop Juan de Zumárraga famosa carta de 1555, de Motolinía
to l\.fexican Culture", The A meri- a Carlos V, en que se describe esta
cas, V (Wáshington, D. C., 1949), controversia, puede verse en Co-
275-282. lección de documentos inéditos, re-
17 Para un relato más detallado, véa- lativos al desc11bri111iento, conquis-
se el artículo del autor, "Pope Paul ta y organización de las antig1tas

129
posesiones españolas de América y 1941), NQ J, págs. 141-158; NQ 2,
Ocean{a, sacados de los archivos págs. 305-315; y Alfonso García
del reino, y muy especialmente del Gallo, Revista de Estudios Políti-
de Indias (42 vols.; Madrid, 1864- cos XXXIV (Madrid, 1950), 212-
1884), VII, 262-263. En adelante 220. García Gallo considera que
citado como Documentos inéditos Betanzos empleaba Ja palabra
de Amt!rica. "bestia" en un sentido sofamente
Para una opinión equilibrada despectivo y que Ja decla rnción d::
acerca de Ja controversia entre Mo- Pablo III de que eran "verdadera-
tolinía y Las Casas, véase Luis mente hombres", demuestra que se
Nicolau D'Olwcr, introducción a les había considerado como hom-
su Fray Toribio de Benavente bres, aunque "incapaces··. U razo-
(Motolinía). Relaciones de la Nue- namiento es bastante sutil sobre
va España (México, 1956), págs. este punto.
xlix-lv. Biblioteca del Estudiante Un nuevo estudio, desde el pun-
Universitario, NQ 72. to de vista jurldico, es de Alberto
20 Documentos inéditos de América, de Ja Hera, "El derecho de los in-
VII, 268. dios a Ja libertad y a la fe. La bu-
"' Martínez, El obispo Marroquin y la 'Sublimis Deus' y los problemas
el franciscano Motolinía, págs. indianos que Ja motivaron", Anua-
195-196. rio de Historin del Derecho E1p11-
.. Luis Nicolau D'Olwer, Fray Tori- ñol, XXVI, (1956).
bio de Benavente, págs. 185-193. .. Jerónimo de Mendieta, Historia
.. /bid., pág. 65. eclesidstica indiana, editada por
00 Ibid., pág. 195. Joaquín García Icazbalceta (Méxi-
'" Respecto de información básica y co, 1870) . págs. 631-632.
referencias a la documentación .. Del autor, véase First Social Expe-
pertinente sobre esta cuestión, véa- riments in America, págs. 68-69.
se el volumen preparado por el '° Silvio Zavala, "Nuño de Guzmán y
aútor, y Manuel Giménez Femán- la esclavitud de los indios, "Histo-
dez, Bartolomé de Las Casas, 1474- ria Mexicana (1952), NQ 3, pág.
1566. Bibliografía crítica y cuerpo 413.
de materiales parn el estudio de su u History of the New World by Gi-
vida, escritos, actuación y polémi- ro/amo Benzoni of Milan, editada
cas que suscitaron durnnte cuat.,.o por W. H . Smyth (Londres, 1857) ,
siglos (Santiago de Chile, 1954), pág. 146.
págs. 64-65. Citado en adelante co-
mo Las Casas. Bibliografía critic.1. " /bid., pág. 253.
"' De Indis, l, xxiii. El texto usado es " Carl Lumholtz, Unknown Mexico
el volumen editado por Ernest Nys, (2 vols.; Nueva York, 1902), II,
De lndis et de furi Belli Relectio- 470.
ncs (Washington, 1917). " Valladolid, 1560. Luis Jaime Cisne-
as /bid., págs. 120 y siguientes. ros ha hecho recientemente un
.. /bid ., p•lg. 127. análisis detallado y una descrip-
.. Víctor O'Daniel, Dom inican.s in ción de esta obra en "La primera
Early Florida (Nueva York, 1930) , gramá tica de la lengua general del
págs. 100-IOL Perú", Boletín del ln.stituto R iva-
.. Del autor, véase Spanish Struggle Agüero, 1951-1952, 1 (Lima,
for fustice, pág. 12. [1953]). 197-264.
ª' Edmundo O'Gorman, "Sobre Ja •• José María Vargas, Fr. Domingo
naturaleza bestial del indio ameri- de Santo Tomás. Escritos (Quito,
cano", Filosofía )' Letras (México, 1937). pág. 6.
CAPITULO 111
1 Referencias al material sobre esta Casas se encontrará en Las Casas,
fase turbulenta de la vida de Las Bibliografia critica, págs. 101-120.
130
• Carta de Tomás López Medel, di- 1537-1538 para mostrar que ejerció
rigida al rey con fecha 18 de mar- influencia sobre uno de los protec-
zo de 1551. Este valioso e intere- tores de los indios, "Un documen-
sante informe ha sido publicado to desconocido del licenciado Cris-
por Manuel Serrano y Sanz, "Algu- tóbal de Pedraza, protector de los
nos escritos acerca de las Indias, indios y obispo de Honduras",
de Tomás López Medel", Erudi- Anales de la Sociedad de geografia
ción Ibero-Ultramarina, 1 (Madrid, e historia de Guatemala, XX (1945),
1930), págs. 487-497. 34-38.
• Sobre el maltrato de los sacerdo· 12 Luciano Percña Vicente, "La so-
tes hay_ abundante información en beranía de Espaiia en América",
"Autos e informaciones, por Diego Revista Espaiiola de Derecho In·
Ramírez". Archivo de Indias, Jus- ternaciona{, V (Madrid, 1952),
ticia 331. 893-924.
• El documento tiene fecha 7 de oc- •• Ya en 1546, Cano antagonizó a Se-
tubre de 1548. Ibid., México, 1841. púlveda en conferencias dictadas
• El cabildo de Santiago al rey, de en Ja Universidad de Alcalá. La
fecha 12 de marzo de 1552. Ibid., petición de Maldonado est<i en la
Guatemala, 41. Dos legajos de ma- Bibliothcquc Nationale (París).
terial sobre perpetuidad, en su ma- Ms. Esp. NI' 325, fol. 315 vuelto.
yoría inexplorados, se conservan en u Otis H. Green, "A note on Spanish
el Archivo de Indias, Indiferente 1-Iumanism. Sept'tlveda and his
General, 1530 y 1624. Translation of Aristotle's Politics",
• Juan Friede, "Las Casas y el movi- Hispanic Review, VIII (1940), 339.
miento indigenista en Es.Paña y 1• Ibid., pág. 340.
América, en la primera mitad del ,. Historia de la provincia de S. Vi-
siglo XVI", Revista de Historia de cente de Chya,'Ja y Guatemala de
América (México, 1952), NI' 34, la orden del /'adre Santo Domingo
págs. 339-344. (Madrid, 1619).
• Carta de don Luis de Velasco a 17 Marce! Bataillon combate con en·
1:r. Bartolomé de Las Casas, fecha- tusiasmo y habilidad la h1storh de
da en Cholula, el 24 de agosto de Remesa) en su brillante y absor-
1550. Academia de la Historia bente artículo "La Vera Paz. Ro·
(.Madrid) . Colección Mufioz, tomo man et histoire", Bulletin Hi.;/1a·
85, fol. 330 vuelto. nique, LIII (Bordeaux, 1951),
• Fr. Domingo de Santa María a Las 235-300. Se obtiene la impresión de
Casas, fechada en Coyoacán, 7 de que Bataillon está tan empeíiado
julio de 1549, Documentos inéditos en demoler el relato de Remesal,
de América, VIII, 204-206. que tal vez no hace plena justicia
0 Archivo de Indias, Indiferente Ge- a las verdaderas realizaciones de
neral 424, Libro 21, fol. 324. los dominicos de Vera Paz. Y, por
'º lbid., México, 1089, Libro 4, fol. cierto, no se ha encomrado todavía
271. Real cédula, fechada en Valla- documentación adecuada que des·
dolid, el 4 de agosto de 1550. La criba lo que realmente ocurrió. La
frase empleada es "viejo y que- carta enviada por el dominico Pe-
brantado". dro de Angulo, el 19 de febrero
11 Lo poco que se sabe sobre la junta de 1542, y no mencionada por Ba-
de 1546 ha sido reunido por Joa- taillon, parece referirse a anterio·
quín García Icazbalceta, Don Frny res progresos en materia de prédi-
juan de Zumárraga (México, ca pacifica que tienden a debilitar
1881), págs. 184 y siguientes. La en cieno modo el relato tal cual lo
doctrina de Las Casas sobre prédi· presenta. La carta se conserva en
ca pacifica era, evidentemente, bas- el Archivo de Indias, Guatemala
tante bien conocida de sus contem- 168. Angulo escribió a Carlos V
poráneos. Robert S. Chamberlain desde Guatemala:
ha publicado un memorial de " ... los tiempos passados nos-

131
otros los frayles ... de la orden sa- a quince o veinte días. V. M. pue1Je
grada de Santo Domingo procura- tener por cierto ser facifüsima e.osa
mos a traer P'ff vía de pac1ficado11 traer de paz no solo estos pero aun
y amor 'as provincias .Je Te~ulu­ todo lo que esta por descubrir, que
tlan y otras a ellas comaracana5 y, verdaderamente todas estas JZemes
como supies~emos la furia de J.,s no quieren sino paz y amor y"desta
españoles que nos desbaratarían manera V. M. podra ser conocido
quanto hiziessemos, :i.cl)rdamos de por sefior lo qua! no es as5i en lo
dexallo hasta agora que V. M. por que esta por guerras y robos des-
su ccdula real nos lo mando y cubiertos ...
mando dar sus reales provisiones Suplicamos a V.M. nos conceda
para la seguridad de lo que nos- que dentro de quinze años no en-
otros apaziguassemos. Lo qua! vis- tren alla españoles en aquellas tie-
to luego nos pusimos en camino rras hasta que los indios puedan
desde la ciudad de !\-léxico y veni- estar informados en las cosas de
rnos a poner por obra lo que V. M. nuestra santa fe católica y sepan
nos manda y llegados a esta gover- usar de su libertad y andando el
nación de Guatemala vinieron a tiempo nosotros los induziremos a
nosotros los señores de aquella que ellos mesmos llamen a los es-
tierra de guerra diziendo que que- patioles y hagan en medio de aque-
rian saber las cosas de nuestra san- llas tierras una gran ciudad para
ta fe y ser vasallos de V. M. con que tomen la policia de los buenos
tal condición que no e11trassen los cristianos y si antes nos pareciere
españoles en sus tierras a hazer los aca antes los llamaremos que esto
clalios y robos y desafueros y insul- no es mas de para que los españo-
tos que avian hecho en esta otra les no puedan perturbar su con-
tierra que agora esta de paz, lo versión . . . y mandando que nos
qua! nosotros les prometimos y favorezca tenga V. M. por cierto
prometeremos a todas los demás de que en las Indias no aya otra cosa
pane de V. M .... con esta condi- semejante".
ción vinieron a la dicha ciudad de Sin embargo, Remesa! debe em-
Guatemala y presentarnos sus rea- plearse con cautela. El Padre Ma-
les provisiones y fueron obedecidas nuel Maria Martlnez, O. P., de Ma-
del señor obispo y don Francisco drid, en carta (de 9 de enero de
de la Cueva que agora son gover- 1956) dirigida al autor, señala que
nadores. El se1ior obispo hizo aque- la suposición comúnmente acepta-
llo que la persona de V. 1\[. en tal da de que Las Casas estudió en
caso hiziera. pero don Francisco no Salamanca es "una afirmación gra-
le pareció bien por que dize que tuita de Remesa!". Manuel Gimé-
no se an de traer por paz sino por nez Fernández ha dado un minu-
guerra no teniendo consideracion a cioso e importante trabajo rel.icio-
la carga que por aquella via se le nado con este P.roblema en "La ju-
pone a la real conciencia, pero ventud en Sevilla de Bartolomé de
aunque a el le parecio mal ello se Las Casas (1474-1502) ", Miscelá-
hizo como V. M. manda aunque nea de estudios dedicados a Fer-
con alboroto de la gente popular nando Ortiz, Il (La Habana,
que dezian o dizen lo mismo que 1956)' 671-717.
don :Francisco. esto es porque se Como ejemplo de la complejidad
muestre mas cla1·amente que donde y dificultad del tema, puede citar-
ay mas contradiccion de alli ha de se el maduro ensayo inédito prepa-
salir mayor bien, nosotros teniendo rado en la Universidad de Prince-
por cierto ser esta la voluntad de ton en 1953 por Oliver Grant Bru-
V. M. no curamos [?) de los de- ton, "The Debate Between Barto-
más. Los indios y señores fueron lomé de Las Casas and Juan Ginés
contentos y perdido todo el miedo de SepúlYcda Over thc Justice of
que quedaron que vendran de aqui the Spanish Conquest in America;
132
Spain, 1550". Bruton cree que Ba- gráfica de Bataillon y a su profun·
taillon ha probado que todo el do conocimiento del período, ha si-
asunto de Vera Paz "fue nada más do posible obtener un texto legible
que un hábil ardid de propaganda de fa carta y una explicación de su
empleado por Las Casas en la corte significado.
para establecer su idea de la con- "' Ibid., pág. 385.
versión pacifica". (pág. 91).
18 Las Casas. Bibliografía crítica, .. /bid., pág. 387.
págs. 100-107. •• Roberto Levillier, Organiuzción de
11 William H. Prescott, The Con- la iglesia )' las ó1'denes religiosas
quest of Peru, Libro IV, cap. 9. en el virrei1111to del Perú en el siglo
"" "Pour. '!'epistolario' de Las Casas. XVI (2 vols.; Madrid, 1919), Il,
l'ne lctlre et un brouillon", Bulle- 68-69.
tin HisJ>a11iq11e, LVI (1954), !166- " The Slructure of Spanish History
387. Gracias a la habilidad paleo- (Princeton, 1954), pág. 190.
CAPITULO IV

1 El relato presentado se basa en la ' Se distribuyeron ampliamente en


obra del autor Spanish Struggle for las Indias ejemplares del resumen
]ustice, cap. 8. de 1552, e incluso se. encontraban
• Una idea de la gran variedad de en las bibliotecas de Manila, Jesús
opiniones existentes sobre Vitoria Garo. O. P., "Rarezas bibliográfi-
puede obtenerse de Teodoro An- cas en la Biblioteca de la Universi-
drés Marcos, Vitoria y Carlos V en dad de Santo Tomás", Unitas,
la so/Jerania his/Janoamericana, se- XXVIII (Manila, 1955), 184-192.
gunda edición (Salamanca, 1946). • Hay una lista de las numerosas
3 Venancio de Carro, La teología j' ediciones· y traducciones en Las
los teólogos juristas españoles ante Casas. Bibliografia Crítica, págs.
la conquista de América, segunda 146-147. La l'!dición básica de Se-
edición (Salamanca, 1951), págs. púlveda se titula Demócrales se-
561-673. Esta obra fundamental grmcln o de las j11Stas causas de la
contiene un examen detallado y guerra contra los in.dios. Edición
penetrante· <le los aspectos teoló~i­ critica bilingüe, traducción caste-
cos de la lucha en Valladolid. llana, introducción, notas e índices
Otras obras generales valiosa~. son: por Angel Losada. Madrid, 1951.
Silvio Zavala, Servidumbre natura! Instituto Francisco de Vitoria. (En
y libertad cristiana, según los trn· adelante citado como Demócrates).
tadistas ele los siglos XVI )1 XVII Para un análisis exhaustivo de los
(Buenos Aires, 1944) y La filosofía textos de tratados escritos por Se-
polltica en la conquista de Améríca púlveda sobre la guerra. contra los
(México-Buenos Aires, 1947); y mdios, véase la introducción a esa
.Joseph Hoffner, Christentum und obra y otra de Losada, juan Ginés
Menschenwürde. Das Anliegen der Septílveda a través de su "Epistola-
spaniuhen Kolonialethik im gol. rio" y nuevos clocumenlos (Ma-
dene11 Zeila/ter (Trier, 1947) . Una drid, 1949), págs. 651-656. Marceli-
traducción espa1iola del trabal·º de no Menéndez Pclayo publicó por
Hoffner se hizo en 1957 por e Ins- primera vez el tratado, con una
tituto de Cultura Hispánica de traducción al espaliol y una breve
Madrid. De especial valor para la introducción, en el Boletín de la
controversia de Valladolid es el ar- Real Acaclemia de la Historia, XXI
tículo de Zavala, "Las Casas ante (l\ladrid, 1892), 251-369. Esta edi-
la doctrina de la servidumbre na- ción fue reimpresa en México bajo
tural", Revista de la Universidad el título Trntaclo sobre las justas
de Buenos Aires, año 11 (1944), causas de la guerra contra los in-
45-58. dios (1941), con una extensa intro-
133
tlucción, !.'ºr Manuel Garcfa-Pelayo His Pilgrimes, edición MacLehose
titulada Juan Ginés de Sepúlveda (Glasgow, 1906), XVIII, 176-180.
y los problemas jurídicos de la con- Hoy, gracias a la actividad del se-
quista de América" (págs. 1-42). fior Richard Morse, existen extrac-
En inglés se ha dispuesto de in- tos, nuevamente traducidos de las
formación acerca de la controver- opiniones de ambos contrincantes,
sia de Valladolid desde 1603, cuan- que pueden consultarse en folra-
do Samuel Purchas publicó "The duction to Contemporary Civziiw-
summe of the disputation between tion in the West, segunda edición
Fryer Bartolomew de las Casas or (Columbia University Press, Nueva
Casaus, and Doctor Sepúlveda", York, 1954) , l, 489-511.
Hakluytus Posthumus or Purchase

CAPITULO V

1 Demócrates, págs. 19-25. Jame; T . Adaras, The Founding o/


• lbid., pág. 22 . New England (Boston, 1927), págs.
• lbicl., págs. 34-35. 14-15.
1 Roger B. Merriman, The Rise of 11 J. Eric S. Thornpson, The Rise and

the Spanish Empire in the Old Fati o/ the Maj'ª Civilization (Nor·
World and tl1e :\'ew (4 vols.; Nue- man, Oklahoma, 1954), ofrece una
va York, 1918-1934), 111, 346. exposición actualizada acerca de lo
• A. Rodríguez Villa, Memorias pa- que él describe como un notable
"ª la historia del asalto y saqueo genio en matemá ticas. Sobre las
de Roma ... (Madrid, 1875) , págs. realizaciones artlsticas de los in·
121-122. Hay una extensa biblio- dios, véase Pál Kclemen, M edieval
grafía sobre este acontecimiento en American art. (2 vols.; Nueva York
Benito Sánchez Alonso, Fuentes de 1943) . Víctor Wolfgang von Hagen
· la historia espa1iola e hispanoame- ha estado investigando los caminos
ricana (tercera edición, 3 vols.; incas y recientemente ha publicado
Madrid, 1952), Il, Nos. 5502-5522. una versión popular, H1ghway o/
• Rodríguez Villa, Memorias para el the Sun (Nueva York, 1955). Para
saqueo de Roma, pág. 203. Véase una comparación de la futura espa-
también la traducción con notas ñola e india en la época de la con·
de John E. Longhurst, Alfonso de quista, Bailey W. Diffie en Latin
Valdés a11d the Sack of !lome (Al- American Civilization (Harrisburg,
buqucrque, 1952) . Penn., 1945) proporciona un útil
7 Marce! Bataillon, Erasmo en Espa- antldoto a algunas de las evaluacio-
tia, (2 vols.; México, 1950), l, 477. nes excesivamente entusiastas de la
• Demócrates, págs. 35-43. cultura indígena. Sin embargo, es
• Psicología del pueblo español, se- probable que no haya dicho la úl-
gunda edición (Barcelona, [ 1917]), tima palabra.
p;\g. 89. Procede sefialar que la "Zorita, "Breve }' sumaria relación
creencia de que los bárbaros esta· de los señores y maneras y diferen-
ban por na turaleza capacitados só- cias que había de ellos en Ja nue-
lo para la esclavitud, surgió en el va España", en Documentos inédi-
siglo V A. C., como resultado de tos de América, 11. págs. 78 y si-
la intensificación del nacionalismo guientes. Joaquín Ramírez Cañas
desarrollado después de las guerras señala, en su edición de la Rela-
persas, Robert O. Schlaifer, "Greek ción (México, 1942), págs. vii-ix,
Theories of Slavery from Homer en qué medida Zorita apoyaba a
to Aristotle", Haroard Studies in Las Casas en su manera básica de
Classical Philology (Cambridge, enfocar los problemas de los in-
Mass., 1936), págs. 167-169, 201-202. dios. Algunos de los primeros fran-
'º Esta cita ha sido tomada de ciscanos también preguntaban por
134
qué se llamaba a los indios "in- bre el nuevo mundo y nota 88 del
capaces", en vista de sus suntuo- capítulo VII, infra.
sos edificios, el gran número de .. El manuscrito se encuentra en la
artesanos calificados, su habilidad Bibliotheque Nationa~e . (París) y
de expresión, sus modales corte· se prepara su transcripción y lra-
ses, etc., Salvador Escalante Plan- ducción al espafiol por Angel Lo-
earle, Fray Martín de Valencia sada.
(México, 1945~, ªJ?éndice, pág. xvi. 29 Esta sección se basa en la obra del
u Documentos inéditos de América, autor, Bartolomé de Las Casas. An
VII, 81. lnterpretation o/ His Life and
"La petición CXXV de las Cortes de Writmgs (La Haya, 1951), págs.
1548 .con tiene información útil res- 61-89. Otro análisis reciente de la
pectó a la acusación de Zorita en Apologética historia, desde un pun-
el sentido de que los españoles re- to de vista particular, es el reali-
velaban asimismo ignorancia de los zado por Enrique Alvarez López,
valores verdaderos: "Iten es noto· "El saber de la naturaleza en el
rio el gran daño que estos reynos padre Las Casas", Boletín de la
resciben por las buxerias, y vidrios, Real Academia de la Historia,
y muñecas y cuchillos, y naypes, y CXXXII (1953), 201-229.
dados y otras cosas semejantes que 30 Una nueva edición de esta obra es
vienen a estos reynos y se traen hoy día muy necesaria. Convendría
de fuera de ellos, como si fuese- que un antropólogo competente
mos Indios, y por esta via sacan preparase un índice detallado, a fin
los que los traen gran negocio de de poder utilizar sin dificultad el
dineros, sin dexar cosa provechosa acopio de información sobre cultu-
para la vida humana, y que no ra de los indios. Se entiende que la
sirve sino de niñerías y efectos". Universidad de Puerto Rico está
Cortes de los antiguos reinos de emprendiendo el proyecto de pro·
León )' de Castilla (5 vols.; Ma· porcionar una edición adecuada.
drid, 1861-1903), V, 426. n Frank Tannenbaum formula algu-
1• Del autor, véase Pope Paul lll and nas convincentes observaciones so-
the American lmlians, pág. 79. bre el problema, en cuanto afecta
1• Ferdinand Denis, Une fete bresi- a los negros, en "The Destiny of
lienne célébrée a Rouen en 1550, the Negro in Lhe Western Hemis-
(París, 1850) .
17 Las Casas. Bi!J/iograf(a critica, pág.
f, here"', Political Scíence Quarter-
y, XLI (marzo de 1946), NQ 1,
xix. pág. 41.
18 I/Jid., págs. 171·172. "Audrey F. G. Bell, "Spain's Attitu-
1 • Car! O. Sauer, Agricultura! Origins de Loward the Renaissance", Revis-
and Dispersals (Nueva York, 1952), ta de História, XV, (Lisboa, 1926),
págs. 42-43. 124-126.
.. 1\Jedieval American Art, I, 3. as Paul Oskar Kristeller, "Renaissance
21 Citado. por Alexander. von Hum- Philosophies", en A History o/
boldt, Political füsay on New Philosophical Systems, editada por
Spain, (2 vols.; Nueva York, 1811), Vergilius Ferro (Nueva York, 1950),
11, 127, 161. p;lg. 227.
22 Héctor Ortiz D., "Berna! Dfaz ante "'Paul Oskar Kristeller, "Humanfsm
el indígena", Historia Mexicana, and Scholasticism in the ltalian
V (1955), NQ 2, págs. 233-239. Renaissance", Byzantion, XVII,
.. Demócrates, pág. 79. (1944-1945). 369-370. Véase tam-
.. l/Jid., págs. 78-79. bién el más reciente estudio de
20 Ibid., pág. 79. Kristeller, The Classics and Re·
"Luis Villoro, Los grandes momen· 11aissance Thought (Cambridge,
tos del indigenismo en México Mass., 1955), cap. II sobre "The
(México, 1950) , pág. 25. Aristotclian Tradition". Como in-
rr Véase Gerbi, Viejas polémicas so· dicación de la popularidad de Aris-

135
tóteles durante el periodo de ac- "Una idea de la literatura disponi-
tividad de Sepúlveda y Las Casas, ble puede obtenerse de la reseña
se ha expresado que "Durante el de Manuel Jiménez de Parga, "Los
período de 1526 a 1550, encontra- estudios de historia de la teoría
mos II6 ediciones de las obras de política en los últimos cuatro años
Arist6tclcs, de las cuales 64 fue- (1950-1954) ", Revista de Estudios
ron publicadas en Parls". Linton Políticos (l\fadrid, 1954), NO 75,
C. Stevens, "The Critical Apprecia- págs. 213-258. Las referencias a
tion of Greck Literature m the Aristóteles figuran especialmente
Frcnch Renaissance", págs. 147-161, en las págs. 249-258. Una nueva
en South Alla11tic Studies for Stur- edición del texto original con la
gis E. Lerwill, editada por Thomas traducción al español de la Politi-
B. Stroup y Sterling A. Stoudemire ca fué publicada recientemente por
(Wáshington, D. C., 1953), págs. el Instlluto de Estudios Políticos,
148-1'19. Aristóteles. Política, Julián Marías
•Luis Nicolau D'Olwer, Fray Ber- y María Araujo, eds. (Madrid,
narrlino de Sahagún, pág. 85. 1951) -
30 Obras del P. ]osé de Acosta, Fran- u Schlaifer, Greek Tfleories of Sla-
cisco Mateos, ed. (Madrid, 1954), very from Homer to Aristot/e, págs.
pág. 47. La importancia del espíri- 188-189.
tu independiente y científico de " La declaración de O'Gorman y la
Acosta ha sido descrita por Theo- discusión sobre la misma constan
dore Hornberger, "Acosta's Histo- en el articulo del autor, "Bartolo-
ria Nat11rnl y /lforal de las Indias: mé de Las Casas: An Essay in
A Cuide to the Source and Growth Historiography and Hagiografhy",
of the American Scíentific Tradi- Hispanic American Historica Re-
tion", Strulies in English, 1939 t1iew, XXXIII, (1953), 136-151.
(Universidad de Tejas, 1939), págs. •• Oswaldo Robles, Filósofos mexica-
139-162. Edmundo O'Gorman se nos del siglo XVI (México, 1950),
r,efiere a Ja veneración de Acosta p:\gs. 124-130, rechaza la opinión
por Aristóteles en la introducción de O'Gorman acerca de los elemen-
a su edición de la Historia natural tos cartesianos en el pensamiento
y moral de las Indias, (México, de Las Casas. Véase también Phe-
1940), págs. xxxvi-xl. lan, The Millennial Kingdom o/
17 John Tate Lanning, "The Recep- thc Francisca11s in the New World,
tion of the Enlightenment in La- p:\~. 62-53, 134.
tin America", en Latin America "Rol>ert E . Quirk, "Sorne notes on
and the Enlightenment, editada a Controversia! Controversy: Juan
por Arthur P. Whitaker (Nueva Ginés de Sepúlveda and Natural
York, 1942), pág. 78. Servitude", Hispanic American
18 Joaquín García Icazbalceta, Biblio- Historical Ret1iew, XXXIV (1954),
grafía mexicana del siglo XVI 1157-364. Quirk no utilizó el texto
editada por Agustín Millares Car- de 1951 de Losada sino la versión
io (!\léxico, 1954), pág. 117. antigua y menos completa, lo que
•• Lester H. Rifkin, "Aristotle on puede explicar algunas de sus in-
Equality: A Criticism of A. J. Car- terpretaciones.
Iyfc's Theory", ]ournal of tlíe His- "Aubrey F. G. Bell, juan Ginés de
tory of Ideas, XIV, (1953), 276-283. Sepúlveda (Oxford, 1925), propor-
'° John S. Marshall, "Aristotle and ciona los datos biográficos esen-
the Agrarians", The Review o/ ciales. Un análisis más reciente y
Politics, IX (1947), 332-354. mucho m:\s minucioso, resultado
"Charles J. O'Neil, "Aristotle's Na- de un intenso trabajo en archivos
tural Slave Reexamined", The y bibliotecas, es el de Angel Lo-
New Scholasticism, XXVI, (1953), sada, juan Ginés de Sepúlveda a
247-279. La cita consta en la pág. través de su "Epistolario" y nuevos
279. documentos, (Madrid, 1949).
136
.. Demócrates. Véase el índice para bras juridicas y técnicas tomadas
las numerosas referencias a Aris- de la legislación indiana (México,
tóteles. En general, todas reflejan 1951), pág. 302. Aunque en Ja con-
la convicción de Sepúlveda de que troversia de Valladolid no se plan-
es "el mejor filósofo de todos", teó la cuestión del significado de
(págs. 12-13). Otras expresiones si- la palabra latina sclavus, puede
milares de Sepúlveda han sido re- ser útil remitir al lector al minu·
unidas por Marcial Solano, Histo- cioso artículo de Charles Verlin·
ria de la filosofía española (2 vols.; den, "L'origine de sclavus=escla-
l\fadrid, 1941), II, 33. Manuel ve", Archivum Latillitatis Medii
García-Pelayo, en su introducción Aeui, XVII (Brujas, 1942), 97-128.
a Ja edición del tratado de Se- La palabra "sclavus" fue introduci-
púlveáa mencionado en la nota 5, da en Esparia en el siglo XIII y
cap. IV, destaca Ja similitud en- comúnmente empleada en el si-
tre el pensamiento de Aristóteles glo XIV, (págs. 117-119).
y la doct~ina de Sepúlveda. De- "' Bernard "l\leinberg, "From Aris-
muestra esa estrecha conexión im- lotle to Pseudo-Aristotle", Compa-
primiendo las palabras de ambos ratil'e Liternture, V (1953), 97-104.
en columnas paralelas (págs. 21-22). ""Tomás y Joaquín Carrera y Artau,
•• Demócrates, pág. 121. Historia de la filosofía española.
60 Losada, Juan Ginés de sepúlveda a Filosofía cristiana de los siglos XIII
través de m "Epistolarzo", págs. al XV (2 vols.; Madrid, 1939-1943),
100-101. A la edad de 80 años, Se- 11, 628-629.
púlveda todavía citaba a Aristóte- •• Quirk, Notes on a Controver3ial
les, Bell, juan Ginés de Sepúlveda, Controuersy, págs. 362-363.
pág. 54. 07 Demócrntes, p;ígs. 122-123.

• 1 Demócrales, págs. 20·22, 37-43. '"Ibid., p<lgs. 19-22.


52 Quirk, Notes on a Controversial •• Bede Jarrctt, Social Theories of the
Controuersy, pág. 358. i\Ii:ddle A ges (Londres, 1926),
sa Debido a Ja gentileza de Julio Ca- pág. 103.
sares, Secretario de la Real Aca- 00 Conor Martin, "Some Medieval
demia de Ja Lengua, fue posible Commentaries on Aristotle's Poli-
obtener las correspondientes fi. tics", Historv, nueva serie, XXXVI,
chas. Rafael Altamira señalaba (Londres, 1951 ), 29-44.
9-ue, "siervo" era equivalente a º' Véase págs. 20-23 de la edición me-
· esclavo", según Ja Academia, en xicana del Demócrates, mencionada
su Diccionario castellano de pala- en nota 5 del Cap. V.
CAPITULO VI

1 Demócrntes, pág. 29. 1951), págs. 37-51. Sobre sus ideas,


• /bid., pág. 31. véase Marcial Solano, Los grandes
ª Las cartas se encontraban hasta escoldsticos esparioles de los si-
hace poco en la Biblioteca del glos XVI y XVII: sus doctrinas
Convento de San Felipe, en Sucre, filosóficas y m ,fignificación en la
Bolivia, en un volumen titulado historia de la filosofía (Madrid,
"Tratado de Indias de Monseñor 1928) • págs. 70-88.
de Chiapa y el Dr. Sepúlveda". Se • Teodoro Olarte, Alfonso de Castro
imprimen por primera vez en el (1495-1558). ,fo uida, su tiempo y
presente estudio. El volumen de sus ideas filosófico-juridicas, (San
manuscritos fue comprado recien· José, Costa Rica, 1946), pág. 267.
temente por un librero de Bue- • /bid., págs. 22-23, 274.
nos Aires. 1 Traducido por R. B. Cunningha-
• Constando Gutiérrez presenta una me Graham en su Ped!'O de Valdi-
breve biografía de Castro en Es- uia. Conque!'Or of Chile (Lon-
pañoles en 1'rento, (Valladolid, dres, 1926) , págs. 194-195. El texto
137
original de la carta de Valdivia, 108-109.
del 15 de octubre de 1550, en que "'Demócrates, pág. 73.
aparece esta declaración, consta en ' 3 lbid., págs. 87 y sig.
Cartas de Pedro de Valdivia ... , "/bid. Losada publica por primera
editada por José Toribio Medina vez las páginas 92-117, excepto
(Sevilla, 1929), págs. 147-215. El págs. 98-99.
material citado figura en la pág. JG /bid., pág. 96.
204. Sobre la cuestión de guerra ,. 1bid., pág. lo l.
justa en Chile, .véase el estudio só- 11 Jbid., págs. 117-124.

lido de Andn's Huneeus Pérez, 18 lbid., págs. 119-121.


Historia de las polémicas de In- 'º Ibid., pág. 121.
dias en Chile durante el siglo XVI, 50 Supra, pág. 67.
1952-1953 (Buenos Aires, 1924), "'Demócrates, págs. 122-123.
fl956]). Zl /bid., pág. 124.

• bemócrates, pág. 63. ""J. H. Parry emplea esta frase en


Las Casas, Colección de tratados, una resefía en la English Histori-
1552-1553, (Buenos Aires, 1924), cal Review. LXVII (1952), 408.
págs. 134-135. "'Carro, Teología y la conquista de
1º Demócrates, págs. 72-73. El segun- América, pág. 617.
do tomo de Ja obra magistral del 15 Quirk, Notes on a Controversial
profesor Manuel Giménez Femán- ControverS)', pág. 364.
dez dedicada a la vida de Las Ca- ""Hay dos graneles e importantes le-
sas nos dará mucha luz para ver gajos de material sobre este tema
mejor las ideas de Las Casas sobre en el Archivo de Indias, Indiferen-
colonización y persuasión pacífica te General 1530 y 1624. La Came-
en los afias 1517.1521. gie lnstitution de Washington ha
11 Para Ja correspondencia y relacio- depositado una copia fotográfica
nes entre Cáncer y Las Casas en la ele ambos legajos en la Biblioteca
época de esta infortunada expedi- del Congreso.
ción misionera a Florida, véase Las n Las Casas. Bibliografía crítica,
Casas. Bibliografía critica, págs. pág. 139.

CAPITULO V 1 1

1 La obra fundamental sobre este nadar de Vitoria: Gregario López",


importante teólogo es de Vcnancio Anuario de la Asociación Francis-
D. Carro, O. P., Domingo de Soto co de Vitoria, 111 (Madrid, 1932),
y m doctrina juridica, segunda 105-113. Conviene recordar que
edición (Salamanca, 1944) . Sus López había sido enviado a Sevi-
ideas todavía tienen atracción pa· lla en 1543 a realizar una investi-
ra Jos estudiantes, como puede ver- gación especial acerca de "la liber-
se por la disertación de Salomón tad de los indios" de la que se ob-
Rahaim, S. J., "Valor moral-vital tuvo abundante información sobre
del De lustitia et jure de Domin- el maltrato que les daban los es-
go de Soto, O. P.", Archivo Teo- pafioles. Archivo de Indias, Patro·
lógico Granadino, XV (Granada, nato 185, ramo 24 y Patronato 231.
1952). 5·213. Este testimonio ha sido publicado,
Marccl Bataillon estima que Soto "Informaciones coloniales sobre Ji.
trató de quedar alejado de las con- bertad y tratamiento de los in-
troversias sobre América, Pour dios", Revista del Archivo Histó-
"/'epistolario" de Las Casas, pág. rico del Cuzco, 11 (1951), 225-269.
37!1. En su glosa, López cita a Cayeta-
• Archivo de Indias, Indiferente Ge- no, el gran comentarista de San-
neral 1530. to Tomás de Aquino, al efecto de
• Ramón Riaza. "El primer impug- que "no es justo pretender que se

138
haga la guerra para extender el da", (pág: 498). No obstante, el
Evangelio, porque Jesús envió sus poema revela que el autor conocla
discípulos en misión fraterna y rle y empleó la Brevlsima relación de
paz, no como guerreros, y nadie Las Casas, como señala Morlnigo,
puede ser llamado a la fuerza pa- Amt!rica en el teatro de Lope de
ra recibir la fe". López fue uno de Vega, págs. 42-47.
los juristas de su época con gran u Marce] Bataillon, "Vasco de Quiro-
experiencia en asuntos relativos a ga et Bartolomé de Las Casas",
las Indias, y su obra merece ser Revista de Historia de América,
investigada. (1952), NQ 33, págs. 83-95.
• Narciso Alonso Cortés, "Fray Bar- 13 José M. Gallegos Rocafull, El pen-

tolomé de Las Casas en Vallado- samiento mexicano en los siglos


lid", Revista de Indias, 1 (Madrid, XVI y XVII, (México, 1951),
1940), 105-111. p•lg. 192. La "Información" figura
• Se encontrará información detalla- impresa en Documentos Inéditos
da sobre estos tratados y su traduc- de América, X, 333-513.
ción en Las Casas. Bibliografía crl· "Documentos Inéditos de América,
tica, págs. 139-156. X, 351.
• "Las Casas y d movimiento indi- '" 1/Jid., págs. 346-348, 354, 377-379,
genista en Espalla y América en la 383-384, 471 , 484.
primera mitad del siglo XVI",
Revista de Historia de América, i• rbid., pág. 354.
(1952), NQ 34, págs. 339-411; "Don 17 Rafael Aguayo Spencer, ed., Don

Juan del Valle, primer obispo de Vasco de Quiroga ·Documentos,


Popayán", Estudios Segovianos, IV (México, 1939), pags. 84, 216. El
( 1952) • 39-58. principal documento mencionado
• Ignacio Bejarano, ed., Actas de es Juan José Moreno, Fragmentos
cabildo de la ciudad de J\I éxico, de la vida y virtudes del Illmo . ..
(12 vals.; México, 1889-1900), VI, Vasco de Quiroga ... (México,
128. 1766).
8 Losada, Septilveda a travh de m 18 Publicado en Cuerpo de docwnen-
"Epistolario", pág. 154. tos del siglo xn sobre los dere-
• Medina, Biblioteca hispanoam.:ri· chos de Espaiia en las Indias y las
cana, I, 261. Filipinas, Agustín Millares Cario
'º Fabié, Vida y escritos de Lm Casas, y Lewis .Hanke, eds. (México,
11, 545-549. 1943)' págs. 3-9.
"El poema fue escrito por Luis Hut- 'º Fabié, Vida y escritos de Las Ca·
taclo de Toledo y Micael de Car- sas, Il, 302.
vajal y está impreso en Biblioteca 20 Medina, Biblioteca hispanoamerica-
de Autores Españoles, XXV, 1-41. na, I, 370.
Juan A. Ortega y Medina, en una
reciente interpretación, ve en el :n Biblioteca de Autores Españoles,
poema un reflejo de la controver· LXV, 232-233.
sia de Valladolid, "El indio ab- ""Sobre esta figura poco conocida,
suelto y las Indias condenadas en véase el volumen editado por Mi-
las Cortes de la Muerte", H isto- llares Cario y el autor, Cuerpo de
ria Mexicana, IV (abril-junio de documentos del siglo XVI, págs.
1955), 477-505.. En mi opinión, xix-xxiii. El sacerdote dominico de
esta interpretación no ha sido cla- nacionalidad yugoeslava, el reve-
ramente establecida. La actitud de rendo Antonio Zaninovic de Du-
Ortega y Medina respecto a la brovnik, informa en una carta re-
controversia de 1550 puede verse ciente que prepará un estudio so-
en su descripción de la aplicación bre Palatino.
de la teoría de Aristóteles: "como ""Alfonso de Zorita, Historia de la
lo argutneP. taha pía y crístianísi- Nueva España (Madrid, 1909),
mamente el tomista Dr. Sepúlve- pág. ii.
1119
"'Juan de Solórzano Pereira, De ju- momento culminante de la histo-
re Indiarnm, (Madrid, 1629), Li- ria hispanoamericana", Estudios
bro 11, cap. 1, NQ 33. Eclesiásticos, m'1mero extraordina
""Vicente Beltr:ín de Heredia, O. P., rio, (Madrid, 1928); Robert Char-
El maestro ]11an de la Peña, O. P., les Padden, "The Ordenanza del
(Salamanca, 1935) , pág. 79. Patronazgo, 1574: An Interpreta-
"Fabié, Fida y escritos de Las Casas, tive Essay", Tlie Americas, XII
II, 550-566. (Washington, 1956), 333-354; y
27 Citado por Bataillon, Erasmo en en los Indices de la corresponden-
Espa1ia, II, 237. cia entre la anunciat11ra en Españn
.. Co11trove1·sias ilustres . .. , editado y la Santa Sede, durante el reinn-
por Fidel Rodríguez Alcalde (Va- do de Felipe l/, editado por José
lladolid, 1931) , págs. 8- IO. Olarra Garmendia y Maria Luisa
.. Actas de cabildo de México, VI, Larramendi (2 vols.; Madrid, 1948-
316·317, 358, 383, 442; VII, 30, 74. 1949).
00 Crónica de la Nueva España, (Ma- La información aquí presentada
drid, 1914), cap. 16. La cita cons- sobre Las Casas y el pontificado
ta en la pág. 32. proviene en gran parte de una nr:>-
• 1 Actas de cabildo de Mt!xico, VI, ta inédita referente a la "{'ltinu
492-493. gestión del P. Las Casas en favor
.. Joaquín García Icazbaketa, Colec- de los indios", por Manuel María
ción de documentos parn la histo- Martínez, O. P., de Madrid, quirn
ria de llfd.~ico, (2 vols.; México, generosamente permitió su empico.
1866). 11, 511-512. "'Historiadores de Indias, editada
83 Sobre las dificultades de Pablo 111 por Manuel Serrano y Sanz, (2
con Carlos V, véase Pope Paul lll vols.; Madrid, 1909), II, 562.
and the American Indians, del au- .. Pedro de Quiroga, Li/Jro intitula-
tor. Una manera segura de susci- do Coloquios de la verdad, editado
tar la ira del rey era apelar ante por J ulián Zarco Cuevas (Sevilla,
el Papa. y el sacerdote franciscano 1922). pág. 17.
l\fotolinía insinuaba en su fogo~a ª'Se podría ofrecer muchos ejemplos.
carta de 1555, dirigida a Carlos V, El actual ha sido tomado de Ho-
que Las Casas "pudiera ir •l Roma ward F. Cline, "Civil Congregation
y causar allá dificultades ante la of the Western Chinantec, New
corte pontificia". Documentos rnc- Spain, 1599-1603", Tlu: Americas,
clitos de América, VII, 267. XII (Washington, D. C., 1955), 133.
.. García Icazabalceta, Colección de 18 Como puede verse, por ejemplo, en

documentos para la historia de Manuel da Nóbrega, Diálogo sobre


México, IJ, 599-600. Las Casas nun- a conversiio de gentío, editada por
ca trató de obtener, según parece, Serafím Leite, S. J. (Lisboa, 19!l4).
que el Concilio de Trento apoyara ,. Antonine Tibcsar, ed., "Instructions
sus opiniones. Se excusaba la ina- for the confessors of conquistado-
sistencia de los obispos de América res issued by the Archbishop of Li-
en vista de que no se daba impor- ma in 1.560", The A mericas, JU,
tancia a los problemas del nuevo (Washington, 1947), 514-534.
mundo, Francisco Mateos, S. J., • 0 El texto de esta orden figura en
"Ecos de América en Trento", Re- Richard Konetzke, ed., Colección
vista de Indias, afio VI, NQ 22, (Ma- de documentos para la historia de
drid, 1945), p<ígs. 559-605. Sobre la formación social de Hispano·
los intentos del Papa, inmediata- américa, 1493 - 1810, (Madrid,
mente después de la clausura del 1951 ?) , págs. 335-339.
Concilio de Trento en 1563, para ., Itinerario para párrochos de in-
obtener m<is poder en asuntos dios, (Antwerp, 1774) , Libro II,
americanos, se encontrará material trat. 9, sec. 15.
adiciúnal en Pedro de Leturia, ., Documentos inéditos del siglo XVI
"Felipe 11 y el pontificado en un para la historia de México, edita-
140
da por Mariano Cuevas (México, rio castellano de palabras jurídicas
1914). págs. 322-323. y técnicas tomadas de la legisla-
'"Archivo de Indias, Charcas 16. ción indiana, (México, 1951),
"Por el autor en Spanish Struggle págs. 228-230. Las cuestiones de
for ]ustice, págs. 133-146. terminología todavía inquietan a
'"Luis Nicolau D'Olwer, Fray Ber- historiadores y gobiernos. Inicia-
11nrdi110 ele Sahagún, (México, da por el argentino Ricardo Levene,
1952), pág. 151; Villoro, Los se realiza una campafia con el ob-
grandes momentos del indigenis- jeto de que los territoi;ios espa-
mo en México, pág. 39. Jioles en América se designen co-
••/bid., pág. 68. mo "reinos" y nunca como "colo-
"D'Olwer, Fray Bernardino de Saha- nias". Véase su volumen Las In-
gún, pág. 173. dias 110 eran colonias, (Buenos Ai-
'"El autor ha estudiado esas instruc- res, 1951). También los portugue-
cion:es en "The Development of ses han manifestado recientemen-
Regulations for Conqu1staclores'', te preocupación por tales asuntos.
Contribuciones para el estudio de La palabra "imperio" está ahora
la historia de América. Homenaje proscrita, al igual que "colonia",
al dqctor Emilio Ravignani, (Bue- y los términos oficialmente apro-
nos Aires, 1941), págs. 12-15. bados son "ultramar" y "provin-
'"Manzano, La incorporación de las cias ultramarinas".
lllclins, págs. 151-217, dedica consi- .. López describió sus proezas mili-
derable atención a la controversia tares en una carta de fecha 11 de
de Valladolid. La referencia a junio de 1576, dirigida su provin-
Ovando consta en las págs. 203-206. cial. Francisco Mateos, S. J, "!'ri-
José de la Pefia y Cámara, Di- meros pasos en la evangelización
rector del Archivo de Indias, pre- de los indios (1568-1576) •·. Afissio-
para un trabajo sustancial sobre 11alia llispanica, IV, (l\fadrid,
las importantes contribuciones de 194i), 43. Juan de Solórzano Pe-
Ovando a .l a administración de las reira, jurista del siglo XVII, expre-
Indias. só asimismo su creencia de que la
00 Manzano, La incorporación de las guerra era a veces necesaria, a ba-
Indias, pág. 210. Un ulterior re- se de su experiencia en el Perü.
sumen de las opiniones de Man- Véase Antonio de Egaña, S. ].,
zano consta en su volumen La "La función misionera del poder
adqui.!ición de las Itidias por los civil, según Juan de Solórzano Pe-
Reyes Católicos y su incorporación rcirn (1575-1655) ", Studia Missio-
a los reinos castella11os, (Madrid, 11alia, VI, (Roma, 1951), 91-92.
1951). ""Cuerpo de documentos, págs. xliii-
61 Es fácil encontrar el texto de la xliv. Para obtener información adi-
ordenanza de 1573 en Documentos cional sobre Sánchez, véase Francis-
inéditos de América, XVI, 142-187. co Colín, Labor evangélica... (3
""José Miranda, El tributo indíge- vols., editada por Pablo Pastells,
na en la J\lueva Espmia durante el Barcelona, 1900-1902).
siglo XVI, (México, 1952), pág. 147. • 7 Sus escritos básicos han sido re-
'"'John H. Rowe, "The Incas under cientemente editados, con una in-
Spanish Colonial Institutions". troducción de Francisco Mateos,
lfispanic American llistorical Re- S. J., Obras del P. ]osé de Acosta,
view, XXXVII (1957), 155-199. (Madrid, 1954).
"'Documentos i11l{ditos de América, 08 Jbid., págs. 394-396.

XVI, 152. Para una explicación de- ••]bid., págs. 396-399.


tallada de la especial significación, 00 lbid., p;lg. 397.
religiosa y pohtica, del término 11 lbid., págs. 507-508.

"pacificación" en la legislación es- '"/bid., págs. 435-437. Para un va-


paiiola para las Indias, véase Ra- lioso análisis de este aspecto y
fael Altamira y Crevea, Dicciona- otros del pensamiento jurídico de
141
Acosta, véase Antonio Gómez Ro- " "Dos papeles sobre los repartí·
bledo, "Las ideas jurídicas del P. mientos y encomiendas de los in-
José de Acosta, "'Revista de la Es- dios y su servicio personal dados al
cuela Nacional de Jurisprudencia, Consejo de Indias por Juan Ramí-
II, nos. 7-8 (México, 1940), 297- rez, obispo de Guatemala, en Ma-
313. drid, a 20 de octubre de 1595".
ª Obras del P. José de Acosta, págs. Academia de la Historia (Ma-
437-438. Para la confirmación de drid) , Colección de Muñoz, Tomo
esta interpretación, y algún otro XXVII, fols. 5.5 vuelto.
material interesante, véase Antonio ,. Harris G. \Varrcn, Paraguay, an
de Egaña, S. J., "El P. Diego de Informal History (Norman, Okla-
Avendaño, S. J. (1594-1688) y 1.i homa, 1949), pág. 85.
tesis teocrática 'Papa, Dominus Or- " Carta de la Audiencia de Charcas,
bis' ", Archivum liistoricurn Socie- de fecha 26 de febrero de 1608.
tatis Jesu, XVIII (1949), 212. Archivo de Indias, Charcas 31.
°' Obras del P. José de Acosta, pág. 15 A duf.rtencias importantes acerca
del buen gobierno y administra·
xv. Las contradictorias opiniones
de los primeros jesuitas del Perú ción de las Indias assi en lo espiri·
se consignan en Antonio de Ega- tua/ como en lo temporal (Madrid,
ña, S. J., "La visión humanística 1621), f. 12. Hay un ejemplar en
del indio americano en los prime- el Museo Británico.
ros jesuitas peruanos'', Analecta •• Eduardo Arcila Farías, La doctri-
Gregoriana, (Roma, 1954), 291- na de la justa guerra contra los
306. indios en 11enezuela (Caracas,
05 Obras del P. José de Acosta, pág.
1954).
77 Algunas de las ulteriores aplicacio·
477. "¡Jesús mio, qué desorden,
cuánta fealdad!", son sus palabras. nes de la doctrina de la prédica
.. lbid. "De los soberbios templos de pacifica han sido reunidas por el
México" (págs. 153-155); "De la autor en la introducción al u-ata·
confesión y confesores que usaban do de Las Casas, titulado Del úni·
los indios" (págs. 168-170); "De co modo de atraer a todos los pue-
otras ceremomas y ritos de los in- blos a la verdadera religión, edita-
dios, a semejanza de los nuestros" do por Agustín Millares Cario
(págs. 173-174); "Que es falsa la (México, 1942), págs. xxxix·xlii.
opinión de los que tienen los in- Sobre la eficaz pohtica de pacifica-
dios por hombres faltos de enten- ción empleada a lo largo de la
dimiento" (págs. 182-183); "'Del frontera septentrional de la Nueva
modo de cómputo y calendario Espafia, a fines del siglo XVI, des-
que usaban los mexicanos" (págs. pués de fracasar la "guerra a fue·
183-184) . En los Libros V-VII se
go y a san(J're", véase Philip W.
encontrarán muchos otros capítulos Powell, Soldiers, lndians and Sil·
pertinentes acerca de la cultura de ver (Berkeley y Los Angeles,
1952). págs. 181-223.
los indios. 78 Las Casas. Bibliografía crítica,
07 lbid., págs. 79, 110, 273, 275, 280,
págs. 213-214.
286, 288, 295-297, 424, 492-501. '" El sefior James Cummins, de la
• lbid., pág. 450. Universidad de Londres, que está
.. ll>id., pág. 182. preparando un estudio de esta im-
'"' Ibid., págs. 182-183. portante, pero poco conocida fi.
n Phelan, The Millennial Kingdom gura, tuvo a bien informarme acer-
o/ the Franciscans in the New ca de sus extraordinarias obras que
World, págs. 62-63. Phelan también existen en el Museo Británico. La
señala que Dante y Sepúlveda S03· referencia a su empleo del material
tuvieron opiniones muy similares de la controversia de Valladolid fi.
sobre cuestiones raciales y el impe- gura en Controversias antiguas de
rialismo. la misión de la China (1679) , fol.
142
426. Otro ejemplo de la manera en Indias (1516-1517) (Sevilla, 1953),
que los asuntos básicos discutidos pág. 152. Sigüenza describió a los
por Las Casas y Sepúlveda apare· mdios como "aquella bárbara y mi-
cieron más tarde en otros sectores serable gente, propios hijos del
lo ofrece la animada controversia maldito Chanaan, nacidos al pare·
sobre la naturaleza de los aboríge- cer para esclavos miserables de 5us
nes filipinos, según consta en Juan hermanos, como lo profetizó el
J. Delgado, Historia gwera/ sacro· gran Padre Noé".
f!rofana, política y natural de ias 83 Gunnar Mendoza tuvo a bien en·

islas del poniente llamadas Filipi- viarme esta referencia tomada de


nas (Manila, 1892), tomo únko, Fleury, Histoire ecclésiastique (Pa·
caps. VI, VII, VIII. En el curso de rís, 1691), donde se describe a Se·
su refutación de las observaciones púlveda como "un teólogo venal a
de, Fray Gaspar de Agustín contra quien buscaron Jos españoles para
los filipinos, Delgado señaló que que defendiera la causa de la na-
en el Asia "el pagano rara vez com- ción".
bate nuestra prédica, y si lo hace "' John F. Lynch, "Concepts of the
no es porque no crea en ella, ni Indians and Colonial Society in
por celo de sus propios ritos, sino Spanish '\Vriters on Guatemala,
por motivos puramente temporales 1520-1620" (tesis doctoral de la
y políticos: o porque temen ser Universidad de Washington, 1953),
subyugados por los españoles o pág. 20.
que se les obligue a pagar un tri- "' Parrocho de indios instruidos (Ma-
. buto oneroso, o que puedan ser es· nila, 1745). El Profesor Charles R .
clavizados o muertos. Y asl pues Boxcr, de la Universidad de Lon·
la experiencia nos ha enseñado que dres, señaló esta referencia a mí.
cuando los misioneros se aventu- 85 Ricardo Levene, En el tercer t-en-
ran entre ellos totalmente despro- tenario de "Política Indiana", de
vistos de apoyo temporal, y sólo Juan de Sol6rzano Pereira (Bue-
armados con el fervor del honor de nos Aires, 1948), pág. 39.
Dios, han logrado más frutos que "" Solórzano, Polltica Indiana (Ma-
en aquellas regiones donde han drid, 1647), Lib. 1, cap. IX, nos.
tenido la protección de las armas 20-36.
del rey. Y lo que es más, las únicas
misiones que han adquirido per- "' Las Casas. Bibliografía critica,
manencia y estabilidad son aquellas págs. 248-252.
en que los misioneros se han entre- .. Véase José de Onís, cd., "The let-
gado en manos del pagano, con- ter of l'rancisco Ituri, S. J. (1789).
fiando en la divina providencia". lts im¡;>ortance for Hispanic-Ameri-
El Profesor Boxer me informó de can h1story", The Americas, VIII
este extraordinario volumen, escri· (Washington, 1951), NQ l, págs.
to en 1748, que consulté en el Mu- 85-90; y sobre todo Antonello Ger-
seo Británico. bi, Viejas polémicas sobre el nuevo
La obra fundamental sobre los mundo (Lima, 1944), caps. 3-5.
primeros años de la conquista en Gerbi acaba de publicar, como con-
las Filipinas es Ja de Jesús Gayo tinuación, otra obra sólida titulada
Aragón, Ideas jiiridico-teol6gicas La disputa del Nuovo Mundo: Sto·
de los i·eligiosos de Filipinas en el ria d1 una polemica, 1750-1900
siglo XVI sobre la conquista de las (Milán-Nápoles, 1955).
islas (Manila, 1950). 80 Silvio Zavala y José Miranda,
'"' Citada por Friede, Las Casas y el "Instituciones indígenas en la colo·
movimiento indigenista, pág. !148. nia"', Memorias del Instituto Na-
81 Citada por Manuel Giménez Fer- cional Indigenista, VI (México,
nández, Bartolomé de Las Casas. 1954) • 103.
Volumen Primero. Delegado de "° Ricard. Conquista espiritual de
Cisneros para la reformación de las México, pág. 419.
14!1
01 Las Casas. Bibliografía crltica, del siglo XVI (México, 1950),
págs. 253-254, 256, 263-265, 338-339, págs. 122-123.
355. La repercusión de las ideas de '" Juan Comas, "Los detractores del
Gregoire en la Argentina ha sido protector universal de indios y la
estudiada por Roberto l. Peña, realidad histórica", Miscelánea de
1'ito1·ia y Sep1ílveda y el problema estudios dedicados a Femarido Or-
del indio e11 la antigua goberna· liz, I (La Habana, 1955) , 369-393.
ción ele Tucumán (Córdoba, Ar- 100 Edmundo O'Gorman, "Sobre la
gentina, 1951). naturaleza bestial del indio ameri-
91 Cartas mexicauns escdtas por d. cano", Filosofía y Letras (l\Iéxico,
Benito iHarla de Moxó j' de Fra11· 1941). J'.'\Q 3, p;íg. 145.
coli, a11o de 1805, segunda edicio~n 'º' Gunther Krauss, "La duda victo-
(Génova, s. f.) , pág. 207. riana ante la conquista de Améri-
•• Viejas polémicas sob1·e el nuevo ca", At-bor, XII (Madrid, 1952),
mundo, p;íg. 65. 353.
•os J. H. Parry, E11glish Historical Re·
.. James F. King, "The Colored Cas- view, LXVII (1952), 408.
tes and American Representation 1°' Bell, ]ua11 Ginés de Sepúlveda,
in the Cortes of Cádiz", Hispanic pág. 38.
American Historical Review,
XXXIII (1953), 43. '°' Roberto Levillier, Don Francisco
de Toledo, su/1remo organizador
"" Las Casas. Bibliografía critica, pág. del Perú; srl vida, su obra (1515·
256. 1582) (3 vols.; Buenos Aires, 1935-
.. Véase su prefacio al tratado de Se- 1942), I, -177 .
púlveda. Boletiri de la Real Aca· 2ocs Rafael Arévalo Martínez, "De Aris-
demia de la Historia, III (Madrid, tóteles a Hitler", Boletín de In Bi-
1892), 257-36!) . . Véase también Las blioteca Nacio11al (Guatemala,
Casas. Bibliografía crítica, págs. 1945), tercera época, NQ 1, págs.
282-285. 3-4.
Los positfristas, por cierto, no 10• Venancio D. Carro, La ciencia to-

estaban todos a favor de Ja teoría mista, LXXIX (Salamanca, 1952),


de la "supervivencia del más fuer- 122-124.
te". En el Brasil, por ejemplo, los 107 En la introducción a la reproduc-

posith·istas encabezaron el movi- ción facsimilar de Ja Recopilación


miento para proteger a los indios. de leyes de los r0•11os de las Indias
Véase la tesis doctoral de David (3 vols.; :Madrid, 19-13).
H . Stauffer en la Universidad de "'"Ramón Menéndez Pidal, Spaniards
Tejas, "The Origin and Establish· in Their Histol'y, trad. de Waller
mcnt of Brazil's Indian Service: Starkie (Londres, 1950), pág. 149.
1889-1910" (Austin, 1955). En general l\knéndez Pida! mani-
07 Las Casas. Bibliogrnfia crítica, fiesta una actitud contra Las Casas,
págs. 279-280. como se ve muy claramente en su
'" /bid., p<lgs. 335, 394. Oswaldo Ro· discurso sobre "Vitoria y Las Ca-
bles ha dicho: "La voz de Las Ca- sas", pronunciado el 12 de octubre
sas en la controversia con Sepúlve- de 1956, en la Universidad de Sa-
da solamente anunciaba, con pe· lamanca.
queñas inconsecuencias lógicas, la 'º'Henry Harrisse, Bib/iotheca Ame-
inconmovible tesis de Ja escuela de ricana Vetustissima (Nueva York,
Salamanca", Filósofos mexicanos 1866), pág. 451.

CAPITULO V 111

1 Angel Losada, "Los tesoros del Pe· Las Casas", Boletín de la Real
rú y La apología contra Sepúlveda, Academia de la Historia, CXXXI
obras inéditas de Fr. Bartolomé de (Madrid, 1953), 332. Losada basa
144
su hipótesis en una declaración, South Seas (Sydney, Australia,
formulada en 1636, por el historia- 1935)' pág. 171.
dor Antonio Fuertes y Viola. Car- 10 James Bonwick, The Last of the
los V estaba sin duda ocupado, co- Tasmanians (Londres, 1870), pág.
mo puede verse fácilmente en 324.
Bohdan Chudoba, Spain and the 11 D. J. Cunningham, "Anthropology
empire, 1519-IMJ (Chicago, 1952). in the Eighteenth Century", four-
• Supra, págs. 98-100. nal of the Royal Anthropological
ª Las Casas, Colección de tratados, Institute, XXXVIII (Londres,
págs. 136-137. Sobre Soto en gene- 1908)' 12.
18 T. Wingate Todd, "An Anthropo-
ral, véase Carro, Domingo de Soto logist's Study of Negro Lifc"', ]our-
y su doctrina jurídica.
nal of Negro History, XVI (1931),
' Política, Libro VII, cap. 7. 36.
• W. W. Tarn, Alexander the Great 1• Felix von Luschan, "Anthropologi-
and the Unity of Mankind (Lon- cal Vicw of Race", en Papers on
cj.res, 1933), pág. 7. Véase también Inter-Racial Problems, editada por
págs. 3, 21. 28. Originalmente pu- G. Spillcr (Londres, 1911), págs.
blicado en Proceedings of the Bri- 15-16.
tish Academy, XIX. Véase tam- '"' l\fargaret T. Hodgen, The Doctri-
bién C. A. Robinson, Jr., "Alexan- ne of Survivals (Londres, 1936),
der the Great and the Barbarians", págs. 20-21. Se encontrará también
Classical Studies Presented to Ed- abundante información en \\Tilliam
ward Capps (Princeton, 1936), S. Jenkins, Pro-Slavery Thought in
págs. 298-305. the Old South (Chapel Hill, Caro-
• Paul Gaffarel, Histoire du Brésil lina del Norte, 1935).
Fran~ais au Seizieme Siecle (París, 11 Véase el ensayo del historiador bo·
1878) . págs. 239-262. liviano Humberto Vásquez Machi-
7 The Cosmographical Glasse (Lon- cado, "La sociología de René-Mo-
dres, 1559) , fols. 200-201. reno", en su obra Tres ensayos his-
• Wesley Frank Craven, "lndian Po- tódcos (La Paz, 1937) , págs. 85-
licy in Early Virginia", William 110.
and Mary Quarterly, 1 (1944), "" Kenneth M. Stampp, "The Histo-
72-73. rian and Southern Negro Slavery",
' Louis B. Wright, Religion and American Historical Review, LVII
Empire (Chapel Hill, Carolina del 1952), 613. Hay una minuciosa des-
Norte, 1943) , pág. 86. cripción de Ja influencia de la mi-
w Garrett Mattingly, Renaissance Di- tología, tanto en Jos hombres prác-
plomacy (Boston, 1955), pág. 290. ticos como en los estudiosos, en
u The History of Carolina (Charlot- Melville J. Herskovits, The Myth
te, Carolina del Norte, l9Ó3), pág. of the Negro Past (Nueva York,
141. 1941). Véanse en especial las con-
ª Archdale, "A New Description of clusiones en las págs. 292-300. Se
that Fertile and Pleasant Province encontrará material adicional sobre
of Carolina . . . (1707) '', en B. R. razas y mezcla de razas en el ar·
Carroll, Historical Collections o/ tlculo del autor, titulado "Gilberto
South Carolina, JI (2 vols.; Nueva Freyre: Brazilian Social Historian",
York, 1836), 88-89. The Quarterly ]ollrnal of Inter-
ª Margaret T. Hodgen, "The Doctri- American Relations, l (Cambridge,
ne of Survivals: the History of an M:w., 1939), 24·44.
Idea", American Anthropologist, 21 Hans Kohn, ll'ationalism. Its Mea-

nueva serie, XXX (1931), 307-324. ning and History (Princeton,


u E. B. Reuter, ed .. Race and Cultu- 1955) . pág. 180.
re of the South Seas (Sydney, Aus- .. Una excelente serie de artículos so-
tralia, 1935) , pág. 171. bre Ja teoría y práctica del "apar-
15 Thomas Dunbabin, Slaves of the theid" ha sido publicada en el
145
Manchester Guardian Weekly, co· <.Nueva York, 1944), en especial el
rrcspondiente al 19 de abril, 29 de cap. VI, sobre "Coolie Life in Cu-
abril y 6 de mayo de 1954. ..
b a.
mi Nueva York, 1954. • "Must we Rewrite the History of
"" Nueva York. 1954. Es necesario Imperialism?", Historical Studies.
mencionar tales libros a causa de Australia and New Zealand (Mel-
la zalamera autosatisfacción con bourne, noviembre de 1953), VI,
que algunas personas que no son N9 21, págs. 90-98.
españolas, consideran a España. Un ., Moral Man and Immoral Society
folleto en inglés de alrededor de (Nueva York, 1948), rág. 8.
1707, titulado Proposals Concer· 81 Friede, Las Casas y e movimiento
ning the Propagating the Christian indigenista, pág. 353.
Knowledge in the Highlands and u Orwell escriófa en 1946 en su obra
/slands of Scotland and Forraign A Collectio11 of Essays (1954),
Parts o/ the World, dice lo si· pág. 173: "En nuestros tiempos, Jos
guiente: "Pero se puede creer con iliscursos y escrilos pollticos son
razón que el Papismo no es el en su mayor parte la defensa de lo
Cristianismo, así han confesado al- indefensible . . . Indefensas aldeas
gunos de sus propios escritores, que se bombardean desde el aire y sus
la religión cristiana no ha sido por habitantes son arrojados a la cam·
ellos debidamente predicada en las piña; el ganado es aniquilado a
Indias: Y es bien sabido que Bar. ametralladora, y el fuego de bom·
thal Casas, un obispo de ellos, se bas incendiarias arrasa las chozas
quejaba de que las crueldades y y viviendas: y a eso se llama paci-
codicia sin precedente de los es- ficación".
pañoles engendraban desastrosos ª Antonine Tibesar, "The Alternati-
prejuicios, tanto contra el Dios de va: A Study in Spanish-Creole Re-
los cristianos como contra su reli· lations in Seventeenth-Century Pe-
gión en las Indias Occidentales". ru", 1'he Americas, XI (Wash·
Este extraordinario documento se ington, 1955), NQ 3, págs. 230-231.
menciona en el Catálogo, N9 754, " Moisés Sáenz, Sobre el indio perua-
de Francis Edwards Ltd., The no y su incorporación al medio na·
American Continent (Londres, cional (México, 1933) , pág. 168.
1955). pág. 53. 11 Luis Monguió, La poesia postmo·
"' G. H . Calpin, ed., The South dernista peruana (Berkeley y Los
African Way of Life. Values and Angeles, 1955), pág. 105.
Ideals of a Mu/ti-Racial Society 38 "Debates sobre temas sociológicos.

(Nueva York, 1954), pág. 55. Relaciones interamericanas", Sur


.. /bid., págs. 48-69, en un caf.Ítulo (Buenos Aires, septiembre de
titulado, "The Bantu Peoples ',por 1940), NQ 72, págs. 100-123. Se tra-
un bantú llamado Selby Bangani ta del informe de una discusión de
Ngcobo. Tal vez algún día se ela- mesa redonda, en que participaron
borará una ley general para de· varios escritores de las Américas.
mostrar que, en ciertas condiciones, La cita es tomada de algunas ob·
en todos los pueblos se desarrolla servaciones de Arnaldo Orfila Rey·
un sentimiento de superioridad. nal, que constan en la pág. 114.
Los españoles y negros en Cuba 11 /bid .

han considerado a los inmigrantes 08 Buenos Aires, 1952, págs. 32. 172-

chinos que llegaron a ese territorio 173, 319.


en el siglo XIX, como inferiores 09 Venancio D. Carro, "Bartolomé de
social e intelectualmente. Duvon C. Las Casas y las controversias teoló·
Corbitt, "Chinese Inmigrants in gico-juridicas de Indias", Boletín
Cuba", Far Eastern Suruey, XIII, de la Real Academia de la Histo·
N9 l4 (Nueva York: 12 de julio ria, CXXXI (Madrid, 1953), 260.
de 1944) , págs. 130-132. Véase 'º Diego Clemendn, "De la poca le·
también Corbitt, Chinese in Cuba nidad de los eclesiásticos en el si-
146
glo de la Reina Católica. Máximas dia''. Las Ciencias, año XVII, NQ
de inhumanidad e injusticia res· 4 (Madrid), pág. 738. W. G. L.
pecto de los moros en aquel tiem· Randles ya uene muy avanzada
po", Memorias de la Real Acade· una disertación sobre "South-East
mia de la Historia, VI (1821), 389· Africa in the European Mind in
395. Véanse otras informaciones the Sixteenth Century".
pertinentes en P. Boronat y Barra- •• Respecto de información sobre la
china, Los moriscos españoles y su actividad de los misioneros portu-
expulsión (2 vols.; Valencia, 1901). gueses, véase George C. A. Bochrer,
Robert Ricard ha escrito algunos "The Franciscans and Portuguese
sugestivos estudios acerca de las Colonization in Africa and the
relaciones entre moros e indios: Atlantic lslands, 1415-1499", The
"Indicns et Morisques", Etudes et Americas, XI (Wáshington, 1955),
documents pour l'histoire missio· NQ 3, págs. 389-404.
naire de l'Espagne et du Portugal " Welch, Europe's Discovery o/
(Louvain, 1931), págs. 209-219; South A/rica, pág. 321.
"Granada y América", Primer cen· .. Sobre la lucha en el Brasil contra
tenario de la Sociedad Mexicana la esclavitud de los indios, véase J.
de Geogra/ia y Estadistica, JBJJ· M. de Madureira, "A liberdade dos
1933 (2 vols.; México, 1933), I, indios e a companhia de jesus",
245-247. Revista do Instituto Histórico e
.., R. de Lafuente Machafn, Los por· Geográphico Brasileiro. Tomo es-
tugueses en Buenos Aires. Siglo pecial, Congreso Internacional de
XVII (Madrid, 1931), pág. 31. Historia de América, IV (1927) ,
'" Joao de Barros, Asia, primera dé· 1-160; y Mathias C. Kieman, The
cada, Libro V, cap. l. Un estudio fodian Policy of Portugal in the
reciente es Margarida Barradas de Amazon Region, 1614-1693, (Wash-
Carvalho, "L'idéologie religieuse ington, D. C., 1954).
dans la 'Crónica dos feitos de Gui· •• Robert Southey, History o/ Brazil
né' de Gomes Eanes de Zurara", (Londres, 1810), I, 259. A pesar
Bulletin des Etudes Portugaises, de este acontecimiento y otros se·
XIX (Lisboa, 1956), 5-34. Es inte· mejantes, algunos brasileños se han
re~ante ver, también, que ha sido sentido orgullosos por el trato dado
descubierto en la Torre do Tombo a sus indios en comparación con los
un manuscrito titulado "Porq cau- de hispanoamérica. Véase Norberto
sas se pode mouer guerra justa co· J. A. Jorge, " A catechese e civilisa·
tra infieles". Fechado en mediados i¡:ao dos indios no Brasil", Annaes
del siglo XVI, presenta una doctri· do Primeiro Congresso Brasileiro
na muy parecida a la argumentada de Geographia na cidade do Rio de
de Las Casas contra Sepúlveda. ]aneiro de 7 a 16 de setembro de
Véase Costa Brochado, "A espiri· 1909 (Río de Janeiro, 1911), págs.
tualidade dos descobrimentos e 206-208. El señor David H. Stauf-
conquistas dos portugueses', Portu· fer tuvo la gentileza de proporcio-
gal em A/rica, segunda serie, 111, narme esta última referencia, en
(Lisboa, 1946), 232-240. El texto que la Brevísima Relación de Las
del tratado aparece en págs. 235· Casas se cita para mostrar que los
240. españoles eran más crueles que los
Algunos portgucscs participaron portguescs con los indios america-
en las ideas de Sepúlveda. Según nos.
un documento del siglo XVI, "mui- El portugués Serafim de Freitas,
tos se dirigcm a India para defen· autondad del siglo XVII en dere·
dcr e propagar a fé católica, quer cho internacional, se vanagloria en
pela prega~o do Evangelio quer De justo Imperio Lllsitanorum
pela fon;a das armas", Domingos Asiático de que ningún pueblo hu·
Mauricio Gomes dos Santos, S. J., biera sido subyugado por reyes
"A missa a bordó das naus da In- portugueses bajo el pretextC? de la
147
religión. Welch, Europe's Discovery problemas sobre el bautismo, John
of South Afrir:a, pág. 140. Leddy Phelan, "Pre-baptismal ins-
El historiador brasileño del siglo truction and the Administration of
XIX, Francisco Adolfo de Varnha- Baptism in the Philippines during
gen, decía lo siguiente de Las Ca- the Sixteenth Century", The Ame·
sas y sus ideas sobre prédica pacífi- ricas, XII (Wáshington, 1955), NQ
ca: 1, págs. 3-23.
"As providencias de mal enten- .. Recopilación de leyes de los rei·
dida filantropía, decretadas depoís nos de las Indias, Libro III, título
pela piedade dos reis, e sustentadas 4, ley 9.
pela política dos jesuitas, foram a .. Juan Friede, colombiano, insiste en
causa de que os indios comenr;as· este punto de vista y señala que
sem pouco a pouco a ser única- Las Casas contaba en gran parte
mente chamadas a civiliza<;ao pelos con el apoyo de la corona y de un
demourados meios da catcquese, e importante sector de la sociedad,
que ainda restem tantos nos ser- "Fray Bartolomé de Las Casas, ex-
tóes, devorandose uns aos outros, ponente del movimiento indigenis·
vexando o país e degradando a hu- ta del siglo XVI", Revista de In-
manidade. Era una verdadeira mo· dias, año XIII (Madrid, 1953) , 25-
nomania do pseudo-filantrópico !I.'}. El español Luciano Pereña Vi-
Las Casas a de deixar aos America- cente también ha recomendado ese
nos todos no mesmo estado em que punto de vista, La universidad de
estavam", Historia geral do Brasil, Salamanca, forja del pensamiento
quinta edición (editada por Ro· político espa1iol en e1 siglo XVI
dolfo García, 5 vols, San Pablo, s. (Salamanca, 1954).
f.) , Tomo I , Sec. XIII, pág. 259. " Información proporcionada por el
" Felipe Barreda Laos consideraba la profesor Pedro Sáinz Rodríguez, de
controversia de Valladolid como Lisboa.
parte importante de la historia in- 65 Información proporcionada por el

telectual del Perú, describía minu- profesor Manuel Giménez Femán-


ciosamente las teorías en juego, y dez, de Sevilla. A veces, opiniones
señalaba que Domingo de Santo extrañas formuladas hoy día res-
Tomás y muchos otros en los cole- pecto de las apasionadas conviccio-
gios y universidades daban su apo· nes de Las Casas, sobre toda suerte
yo a Las Casas. Vida i11telectual del de asuntos -y no sólo de los indí-
virreinato del Perú (Buenos Aires, genas- han provocado contraata-
1937)' págs. 65-97, 371-372. ques sobre cuestiones muy alejadas
.. "Discurso sobre Fray Bartolomé de de sus ideas principales. Por ejem-
Las Casas", Boletín del Archivo plo, sostenía con vagar que Améri-
Nacional, XLI (Habana, 1942), co Vespucio habla robado a Colón
106. el honor de que el nuevo mundo
•• Rafael Altamira, "Resultados ge- llevara su nombre. Germán Arci-
nerales en el estudio de la historia niegas, el más reciente biógrafo de
colonial americana. Criterio histó- Vespucio, reacciona contra esto y
rico resultante", XXI Congreso In- trata de probar que su héroe fue a
ternacional de americanistas (La su vez difamado, mientras que no
Haya, 1924), pág. 431. Véase tam- desdeña empequeñecer a Las Casas
bién Carro, Bartolomé de Las Ca- como pensador y Jo señala con des-
sas y las controversias de Indias, precio como un creyente de la ma·
pág. 267. gia. Sobre la más reciente manifes-
"° Altamira, A History of Spain, trad. tación de este acalorado debate,
de Muna Lee (Nueva York, 1949), véase Amerigo and the New World
pág. 358. (Nueva York, 1955), págs. 303-305.
in Archivo de Indias, Filipinas 339, Cabe recordar al respecto la decla-
Libro DDI, Parte Il, f. f55 vuelto. ración de un sacerdote del siglo
En las Filipinas también surgieron XVI al tratar de explicar la inter-
148
minable controversia sobre la na- gimen de Porfirio Díaz, por ejem-
turaleza de los indios: "Esta de ver- plo, los científicos adoptaron la
dad es materia en la qual un abis· opinión de que "los indios y razas
mo llama otro abismo ... todas las mezcladas eran gente irremediable
cosas de aquestos indios son un y peligrosa, condenada biológica-
abismo de confusión lleno de mil mente a la inferioridad y a la tute-
cataractas, del qual salen mil con- la". Howard F. Cline, The United
fusiones e inconvenientes ... y no States and JIIexico (Cambridge,
ay cosa que para ellos se ordene Mass., 1953), pág. 55.
que no salgan della mil inconve- El sentimiento espafiol de supe·
nientes. De tal manera que aunque rioridad de Ja época de la conquis-
lo que se ordena sea en si bueno y ta todavía ejerce profunda influen-
con sancta intencion provehido, cia sobre el carácter mexicano, se-
quando se viene a aplicar a la sub- gún Leopoldo Zea, "Dialéctica de
jeta materia sale da1ioso y desorde- la conciencia de América", Cuader-
nado y redunda en dafio y dismi- nos Americanos, afio X, N9 LVII
nución de aquellos a quien bien (México, 1951), 87-102. La volu-
queremos hazer". El sacerdote Do- minosa serie sobre "México y lo
mingo de Bctanzos en carta sin fe- mexicano", dirigida por Zea, revela
cha dirigida al Consejo de Indias, la diversidad y amplia difusión de
Archivo llistórico Nacional (Ma- los problemas involucrados. Para el
drid) , Canas de Indias, Caja 2, análisis de este problema, de gran
núm. 124. atracción para los intelectuales me-
'" Las Casas, Apologética historia, xicanos, véase Gordon W. Hewcs,
páginas 127-128. "Mexicans in Search of the 'Mexi-
01 Roger J. Williams, Free and Une- can'. Notes on Mexican National
qual. The Biological Basis of Indi- Character Studies", The American
vidual Liberty (Austin, Texas, ]ournal of Economics and Sociolo-
1953) . Otro libro de valor general gy, XIII (Nueva York, 1954), 209-
es el de Henry Alanzo Myers, Are 223, y Jolm Lcddy Phelan "México
Men Equal? A11 Enquiry into the y lo mexicano", Hispanic American
Meaning of American Democracy Historical Reuiew, XXXVI (1956) ,
(lthaca, 1955) . 309-318.
13 Las Casas, Historia de Las Indias, " Estos sostenedore, contemporáneos
l, prólogo. de la· inferioridad de los indios son
•• La frase "auténtica furia española" impugnados en la obra de Juan
es tomada de José M. Gallegos Ro- Comas, Ensayos sobre indigenismo
cafull, El hombre y el mundo de (México, 1953), págs. 26-51. La
los teólogos espa1iotes de los siglos más reciente referencia acerca de la
de oro (México, 1946), pág. 14. "inferioridad" del indio figura en
'" Alain Guy, Esquisse des progres de América Indigena (México, 1956),
la spécutation phi/osophique et NQ 1, págs. 5-6.
tht!ofogique a Salamanque au cours "" Información proporcionada por el
rlu XVIc siecle (Limoges, 1943) , señor Richard Patch, quien per-
pág. 53. maneció en Bolivia en 1953-1955
• 1 John T. McNeill, Modern Chris- bajo los auspicios del Institute of
tia11 Mouements (Filadelfia, 1954), Current V.'orld Affairs de Nueva
pág. 34. York. Véase su informe del 6 de
"' Selected Writings of Bolívar. Com- agosto de 1955 titulado "Two Years
pilados por Vicente Lecuna y edi- of Agrarian Reform". Miguel Boni-
tados por Harold A. Bierck, Jr. (2 faz, profesor de derecho indiano en
vals.; Nueva York, 1951), I, ll9. la Universidad de Sucrc, ha des-
.. Toribio Esquive! Obregón, El in- arrollado una interpretación mar·
dio en la historia de México (Mé- xista de la historia de Bolivia en
xico, 1930). El material sobre este que aplica la doctrina de Lenin y
tema es abundante. Durante el ré- Stalin, pero también reconoce la
149
influencia de las teorías de Las Ca- Sprachwíssenschaftliche R e i he,
sas y Sepúlveda, El problema agra- Heft ~. pág. 389.
rio-ir1digena en Bolivia, (Sucre, 01 Europe's Discovery of-South A/rica,

1953), págs. 4-5. pág. 256.


00 Gottfried Handel, "über die Ein- .. Essays in the Public Philosophy
schatzung des Kolonialismus", Wis- (Nueva York, 1955) .
senschaftliche Zeitschift der Karl- "" A. M. Ashley-Montague, Statement
Marx-Universitiit Leipzig, 4 Jahr- on Race (Nueva York, 1951), pág.
gang (1954/55). Gesellschaft und 142.

APENDICE A

1 Originalmente localizadas en el esclavos para América el año 1553


Convento de San Felipe en Sucre, y parecer de varios teólogos sohre
Bolivia, fueron adquíndas reciente- su solicitud", Missio11alia Hispani-
mente por un librero. Para mayor ca, 111 (1946), 580-597. Una nota
información sobre cómo se encon- biográfica y bibliográfica sobre
traron las cartas, véase el Apéndice Castro aparece en pág. 588 (nota
B. 15).
No se indica la fecha de las car- 1 A continuación se reproducen las
tas, pero es probable que se hayan frases pertinentes citadas por Olar-
escrito inmediante después de la te, Alfonso de Castro, págs. 263-265,
controversia de Valladolid. Sepúl- 275: "Et testimonio hujus praecepti
veda se refiere a la obra de Castro, divini fretus, ego sentio justum
De iusta punitione haereticorum, esse bellum quod catholici Hispa-
publicada originalmente en 1547, y niarum Reges contra barbaras gen-
tenla una alta opinión de Castro, tes et idolatras, quae Deum igno-
como puede verse en la obra de rabant, versus Occidens et Austrum
Losada, Sepúlveda a través de su inventas ante aliquot annos, gesse·
"Epistolario", págs. 288-289. Castro runt et nunc etiam gerunt... Hanc
se interesó en Ja controversia de autem monitionem oportet esse
Valladolid, pues en el Convento de non levem et perfunctoriam quam
San Felipe hay un manuscrito suyo facere solent homines in rcbus par·
que lleva poi· título: "Resumen vi momenti, sed aportet esse mon-
hecho por F. Alonso de Castro de tionem vehementum et diligen-
la controversia habida entre Las tí um ... Sí autem tali admonítioni
Casas y el doctor Sepúlveda y los obt~mpcrare noluerínt, sed. ob.sti-
pareceres de ambos sobre si es lí- ·natl m suo errore persutennt,
cito hacer Ja guerra a los indios y praesertím si Dei verbi praedica-
sujetarlos, para predicarles la fe". tionem impediant, tune justum
Dicho Rernmen se encuentra en el erit ob hanc causam, contra illos
mismo volumen que las cartas y, gcratur bellum".
probablemente, se basa en el ~u­ • Para los no teólogos es difícil com-
mario de la controversia, realizado prender esta aplicación de correctio
por Domingo de Soto y publicado fraterna al hacer la guerra contra
por Las Casas en Sevilla en 1552. los indios como medida previa a su
El cambio de correspondencia en- conversión, ya que se define como
tre Castro y Sepítlveda puede ha- "une oeuvre de miséricorde, accom-
berse efectuado en 1552 ó 1553. plic sous l'impulsion de la charité
Castro dio una opinión muy cau- et la dírection de la prudence",
telosa sobre esclavitud de negros según el Dictionnaire de Théologie
en América, y recomendó la con- Catholique .. ., III, Parte 2 (París,
sulta de "hombres doctos y experi- 1938). 1907.
mentados en el trato de las Indias", Parecerla que la correctio frater-
F. Cereceda, ed., "Un asiento de na ha de emplearse sólo en benefi-
150
cio de otros cristianos y, empezan- cómoda frase, de Ja misma tradi-
do con Cristo, se establecieron con ción que la ley de 1573 que susti·
cierto detalle algunas medidas im- tuyó "conquista" por "pacificación"
portantes para la correcta aplica- para descnbir las actividades de los
ción de la doctrina. En ciertos ca- espaiioles en América.
sos, parúcularmente cuando se Las obras modernas sobre misio·
comprobaba la ineficacia de las ad- nología que dan una visión histó·
moniciones secretas, se permitía la rica de la doctrina y práctica ca-
acción directa (ibid., págs. 1910- tólicas parecen apoyar las ideas
1911). Pero ¿cómo se podía estar fundamentales de Las Casas y no
cierto de que la persuasión secreta las propuestas de Sepúlveda. Véan-
y pacífica no daría resultado con se André V. Seumois, Introduction
los indios? Y parecería que Ja doc- a la Missiologie (Friburgo, 1952) y
trina no pudiera aplicarse a ellos, Johan Specker, Die Missionsmetho-
pues Ja obligación de amonestar a de in Spanisch-Amerika im 16
los semejantes "no se adquiere, en ]ahrhundert (Friburgo, 1953). Un
general, en el caso de alguien que tratado fundamental es Joan Fo-
infrinja una ley a causa de invenci- cher, Itinerarium Catholicum Pro-
ble ignorancia", The Catholic En- ficiscentium, ad infideles conver.
cyclopedia, IV (Nueva York, 1908), tendos (1574) .
pág. 394. Correctio fraterna es una

APENDICI!: B

' "Los archivos de la antigua Chu- de 1941) , 152-195.


quisaca", Boletin del Instituto de ' El papel que este episodio desem-
foue,stigaciones Históricas, IX peña en la larga historia de las
(Buenos Aires, 1929), 298·315. En controversias acerca de la capaci-
las págs. 313-315 figura una lista dad de los indios ha sido analizado
del material. por el autor en The First Social
• Las teorías políticas de Bartolomé Experiments in América.
de La.1 Casas (Buenos Aires, 1935). • Véase supra, págs. 26-27.
1 Publicado, con una introducción 1 Especialmente en La lucha por la
del autor, en "Un festón de docu- ;usticia en la conquista de América.
mentos Jascasianos", Revista Cuba- 7 Véase supra, págs. 67-68.
na, XVI (Habana, julio-diciembre

151
INDICE DE NOMBRES PROPIOS

Acosta, José de: 63, 92, 93, 95. Cáncer, Luis: 72.
Africa: 107. Cano, Melchor: 41 , 47, 79.
Agustín, fray Gaspar de: 143. Cantón, F. J.: 124.
Albornoz, Bartolomé de: 83, 84. Carlos V: 19, 20, 25, 27, 30, 35, 44,
Albuquerque, Alfonso de: 124. 47' 54, 55, 56, 71. 78, 86, 100, 112.
Alcalá, Universidad de: 41, 92. Carmellones, fray Fernando de: 32.
Alejandro VI, papa: 22. 29, 48, 50, Carolinas: 104.
70. Casa de Montejo, en Yucatán: 20.
Alfonso el Sabio: 56. Casares, julio: 137.
Alicia en el país de las maravillas: Casillas, Tomás: 122.
113. Castellanos, Juan de: 32.
Altamira, Rafael: 56, 112. Castro, Alfonso de: 67, 70, 72, 150.
Amazonas: 20. Castro, Américo: 46.
Anaya, el doctor: 79. Catalina de Médici: 58.
Andrada, Rodrigo de: 40, 80, 121. Cervantes de Salazar, Francisco: 85.
Angulo, Pedro de: 131. César, Julio: 74.
Antiguo Testamento: 100. Cieza de León, Pedro: 21.
Aquino, Sanco Tomás de: 49. Claver, Pedro: 24.
Ara u canos: 7l. Clemente VII, papa: 54, 55, 58.
Archdale, John: 104. Cole, S. G. y M. C.: 107.
Arcos, fray Miguel de: 83. Colegio de Santa Cruz, en México:
Arévalo, Bernardino de: 47, 48. 63.
Asia: 102. Colegio de Tlatelolco: 96.
Averroes: 56. Colombia: 116.
Azurara, Gomes Eannes de: 16. Colón, Cristóbal: 19.
Consejo de Indias: 45.
Copérnico: 26.
Barcelona: 30, 31. Correctio fraterna, doctrina de: 71,
Bantus: 107. 150-151.
Barros, Joao de: 11 l. Cortés, Fernando: 19, 20, 27, 55, 57,
Bataillon, Marcel: 44, 131. 58, 59, 69.
Bejarano, Lázaro, 84. Cortes de Cádiz: 97.
Benzoni, Girolamo: 37. Cortes de la Muerte: 82.
Bering, mar de: 38. Cruz, Francisco de la: 129.
Beristain y Souza, José Mariano: 97. Cuba: 60.
Betanzos, Domingo de: 36, 121. Cubagua: 72.
Biblia: 75. Cuéllar, José: 121.
Bolívar, Simón: 116. Cummins, james: 142.
Bolivia: ll6, ll7. Cuningham, William: 103.
Bonifaz, Miguel: 149.
Boxer, Charles R .: 143.
Brasil: 17, 111; aborígenes del, 58; Chiapa: 39, ·12, 43.
los protestantes en el, 103. Chile: 25, 88, 93, 97.
Bruton, Oliver Grant: 132. China: 92, 95.
Buenos Aires: 27. Chiribichi: 72.
Burgos: 28.
Dakotas, las: 18.
Cabral, Pedro Alvares: 110. Darién: 30.
California: 51. Darwin, Charles: 106.
Calvino: 103. De Bry, Theodore: 37.
Camellos, introducción en el Perú: Delgado, Juan de: 28.
24. De Pauw, Corneliua: 96, 97:
153
Deustua, Alejandro O.: 109. • Indios: curiosas ideas sobre los, 19
Díaz, Casimiro: 95. ff.; llamados "perros'', 29; su ca-
Díaz del Castillo, Bernal: 58, 60. nibalismo, 31-32; su bautismo,
Duque de Alba: 94. 33-34.
Edad Media, su influencia en Amé- Isidoro: 56.
rica: 18 ff. Islas Canarias: 16.
El Dorado: 21. Islas Vírgenes: 19.
Encomienda: 77; perpetuidad de, Itsmo de Tehuántepec: 33.
39-40.
Estrabón: 26.
John of Holywood: 20.

Fabié, Antonio Maria: 97.


Felipe, el príncipe: 80. Kelemen, Pál: 59.
Felipe JI: 40, 87, 88.
Felipe III: !J4.
Fernández de Navarrete, Domingo: La Gasea, Pedro de: 43, 45.
94-95. Lawson, John: 104.
Fernández de Oviedo, Gonzalo: 19. Lenin: 149.
Fernando el Católico: 56. Leyes de Burgos: 29, 50.
Figueroa, Rodrigo de: 128. Leyes de Indias: 29, 112.
f"ilipinas: 88, 92, 95, 100.
Fleury, Claude: 95. Lippman, Walter: 117-118.
:Florida: 21, 25, 72. Lizárraga, Reginaldo de: 87.
Friede, Juan: 81, 108. Loaysa, Jerónimo, arzobispo: 87, 88.
}' uente de la Juventud: 18. Logan, Rayford W .: 107.
López, Alonso: 91, 92.
López, Gregorio: 47, 79.
Gandía, Enrique de: 109. Lópcz, Luis: 92.
Gay Calbó, Enrique: 112. López, Tomás: 39.
Gerbi, Antonello: 61. López de Gómara, Francisco: 18, 81.
Giménez Fernández, Manuel: 1!!2, Losada, Angel: 51, 52, 72, 81, 121,
148. 122.
Glidden, George R.: 106. Lucano: 56.
Gog y Magog: 21. Lull, Ramón: 50, 124.
Gomes, Diego: 16-17 Lutero: 33.
Granada: 22.
Gran Khan: 33.
Gratiolet: 105. Major, John: 28, 71, 84.
Gregoire, el abate: 96. Maldonado, Alonso de: 42.
Griegos: 102. Malta: 94.
Guerra, Baltasar: 40. Mandeville: 17.
Guinea: 26. Manila: 28, ll2.
Guzmán, Nuño de: 37. Mansi, el rey Nomi: 16.17.
Manzano y Manzano, Juan: 89, 90.
Harrisse, Henry: 99. Marco Polo: 17.
H awai: 105. Matienzo, Juan de: 88.
Henry, Matthew: 116. Mendieta, Jerónimo de: 93.
Hernández, Bartolomé: 92. Menéndez Pidal, Ramón: 98.
Henera, Antonio de: 94. Menéndez y Pelayo, Marcelino: 97.
Herrera, Remando de: 63. Mesa de Conciencia: l ll.
Hitler: 98. Mier, fray Servando Teresa de: 96.
Honduras: 28. Monomotapa, el emperador: 111.
Hurtado de Mendoza, Andrét, vi- Montesinos, Antonio: 28.
rrey: 88. Montezuma: 55.
More, Thoma1: 82.
154
Morse, Richard: 134. Quevedo, Juan de: 30, 57.
Motolinía, su lucha con Las Casas: Quiñones, cardenal Francisco de:
34-35. 34.
Muiíoz, Cristóbal: 24. Quirk, Robert E.: 122.
Muriel, Domingo: 96. Quiroga, Pedro de: 87.
Murray, Gilbert: 56. Quiroga, Vasco de: 33, 82.

Naciones Unidas: 118. Ragatz, Lowell, J.: 107.


Nebraska: 18. Ramírez, Juan: 93, 142.
Nebrija, Antonio de: 22. 66. Ramírez de Fuenleal. Sebastián:
Negros, su esclavitud: 22-23. 122.
Nehru, Jawaharlal: 106. Randles, W. G. L.: 147.
Niebuhr, Reinhold: 108. Real Academia de la Lengua: 66-67.
NordenskjO!d, Erland: 61. Remesa), Antonio de: 42, 132.
Nueva Inglaterra: 104. Renacimiento: 31, 63.
Nuevas Hébridas: 105. René-Morcno, Gabriel: 106.
Nuevas Leyes: 78. Requerimiento: 29-30, 50, 70, 89,
Nuevo México: 51. 90. 100.
Numancia: 56. Ricard, Robcrt: 96.
Nunes, Lconard : 111. Roma, saqueo en 1527: 54-55.
Nlíñez de Vela, virrey Blasco: 43. Romero, Francisco: 26.
Rowc, John H.: 129.
Ruan: 58.
Oaxaca: 35, 40.
O'Gorman, Edmundo: 122.
Ondegardo, Polo de: 93. Sahagún, Bernardino de: 89.
Orellana , Francisco: 20. Sáinz Rodríguez, Pedro: 148.
Orwell, George: 72, 108. Salamanca, Universidad de: 35, 41,
Ovando, Juan de: 89, 90. 92.
Salas, Manuel de: 97.
Salmerón, Juan: 88.
Pag!iai, Bruno: 129. San Agustín: 19, 108
Palatino de Cursola, fray Vicente: San Antonino: 68.
84. San Jerónimo: 58.
Paraguay: 93. San Martín, el libertador: 108.
Patch, Richard: 149. Sandoval, Alonso de: 24.
Paulo III, papa: 32, 34, 35, 86. Santo Tomás: 108.
Páz, Matías de: 28. Santo Tomás, Domingo de: 38, 40,
Peña, Pedro de Ja: 84 . 108.
Pefia y Cámara, José de la: 141. Santa Ursula : 19.
Peña Montenegro, Alonso de la: 88. Santiago, apóstol: 21.
Pérez de Castro, Juan: 84. Séneca: 56.
Pérez de Oliva, Hernán: 63. Siete ciudades encantadas: 18.
Pert'i : 92, 93. Siete Partidas: 80.
Phillips, Ulrich B.: 106. Sigüenza, José de: 95.
Pirito: 73. Silva, Juan dt:: 94.
Pizarro, Francisco: 27. Simón, fray Pedro: 95.
Plinio: 26. Sociedad Antropológica de Londres:
Pompanazzi, Pietro: 66. 105.
Portugal, su experiencia africana: Sociedad Antropológica de París:
16-17. 105.
Puerto Rico: 37. Solórzano Pereira, Juan de: 95, 141.
Sothos: 107.
Soto, Domingo de: 44, 47, 48, 51,
Queensland: 105. 68, 79, 101, llO.
155
Sote •francisco de: 44. Valencia, Martín de: 33.
Spe11~a. Herbert: 106. Vargas Mexla, Francisco: 84.
Stalin: 149. Vázquez de Menchaca, Fernando:
Stauffer, David H.: 147. 84, 85.
Sublimis Deus, bula: 32. Velázquez, Diego: 20.
Vera Paz, provincia de: 41.
Vieira, Antonio: 111.
Tarn, W. W.: 102. Virginia: 103.
Tehuacán: 34. Vitoria, Francisco de: 35, 47, 110,
Tenarnaztle, Francisco de: 59. 112, 121.
Texas: 51. Vasconcelos, José: 109.
Thorp, capitán George: 103.
Tierra Santa: 75.
Tlatelolco: 32. Welch, Sidney R.: 117.
Tlaxcala: 20, 34.
Toledo, Francisco de, virrey: 88, 92.
Tovar, Juan de: 93. Xochimilco: 33.
Tzendales: 95.

Yucatán: 60.
Universidad Karl Marx: 117.
Zaninovic, Antonin: 139.
Valdés, Alfonso de: 53. Zorita, Alonso de: 57, 58.
Valdivia, Pedro de: 71. Zulus: 107.
Vargas Ugarte, Rubén: 121. Zurnárraga, Juan de: 32, 36·37.
LAMINAS
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7 . r..:,'~t.,,,;~ ,

t ¡

3. Carta de Scp1'1lveda a Alfonso de Castro.


·t. Rcspucst:1 de Caslro a Sc:pllln.'llo.t.
·l-a. Respuest a <le Castro a Scpúlvcd a. (Final).
Ari ftotelis de Republica
LIBRI VII_I. INTERPRETE
& enafratore Io. GeneGo Sepalueda
CordubenG.

Ad Philippum Hifpaniarum Principcm . .

PARISJIS
Ap11d Vafcofam1m,11ia Jacobea, ad infignc Fo11tis.
M . D. XL V I 1 l.

Cuin príuilegio Regis ad V 1. Annos.


. .

5. Frontispicio de la traducción, hecha por Scpúlvcda, de Ja l'n/ítir{l de


Aristóteles.
li. I111s1 rnrión q 11e 11111cs1 ra niriosas ideas de los europeos sobre monst nws
en el Farsimile del grabado que aparece en la Aggh•n/11, que .·\k,sandro de
\'ccd1i a1iadió a la quinta cclic:ic'-11 de / .f lfr/11ti011i 1"11ir>t'r.wili , ele Cio\'a1111i
Bolero. \ 'cneda. lli22. Se inspira en la Historia 1u1/1mil, 111~ Plinio. lihro li,
capimlo l. En la edici<"u de De \'1x chi se explica que se han cncontraclo 1alcs
monstruos en la pro,·incia de Santa Cruz. Brasil: en \'el de hablar emiten
cierto sonido o gemido semeja 111e al ladrido de 1111 perro; 1·il'c11 de la rapilia
y comen carne humana.
Indivolentesexpeririim~ortalitatemHiff ano V.
rum Salfcdum Hifpanum in man fotfocanf.

Ou e a EN 111.folt.incok ,EVJP11nouam (ühgem1Jt;rtjfo1 ,úmnorta!a


ejfccndt/Jant :ÚIM rfl pertculum 'l/11Hl ePrimati6111 eifl4 lnfalit. cuino-
men Vnlio1111, Dommsu Pro1'inci1. flf!J''"" farere 'IJokm, Riffanun;
9umtÍAm Saljdo nomine tfl11c 11er factmum comiur excip1t. dljmÚntJ
comtfeJ .uldit ( faiJfobthtú quimuimpedimmtafmmt, cum mandArú
'CJI mjumtm ,quodmrnftundum, merg•nt f5foffermt. !Ui mamltt11fai Dommi /lrmfle
om¡um11ur:Salftdumfajfoc111umadJt~umÍmumforun1.Exeoprim/Jmznul­
kxmm1 ;ncoú, Hiffanos perindt mortalu tjfo •f
reliquos bomirm. ·
Colt1m-

7. Ilustración de De ~ry: experimento. de Jos indios ¡,ara a\'eriguar si los


cspa1ioles eran mmortalcs. Mencionado en la pág. 37 del librp.
lndi fzuitiz Hifp:mornm impatientes libijplis X XIII.
manus vioknras inti:rnnr.

Is? A 11 ! o L 11. 111coú, pojlq1111111 ¡; p1rp1tuk ift'k intokYA/!iúhru tz6or1-


ÍJH1.op¡mnlf (intiH11t ,11e• 'VU11m /intm •"1fa m11lú, inplAnllu1 f.ifa/Pirit1
rjftiji, crchri.1 ':IOIÍ4 morltm opt1tb11/ft. !11t mult111bi1& omm !Je.Íbflm..
wmji/,,.u, tx Ar6or16111ft~ttpjifo/fe~l6-1Jt, í11ttrfié1u ¡mu1 bhtrM.
Fmiín•,poflqrl4m htrl" e11iufd.tm f"''ºftzt H1fi611pfa11htgmmt, 'l!ironun
'iJrfl1g1.c /1q11111•'4q~o 'V/.11"11jime!N1nl. Dm1fJrlfl1lfJ 1x edito montt i.1flo m pnaps cor-
por1 ,,./im m m.r.rt, ,.¡¡,¡,¡ tnpro}llK111~n dmitif'#I. no11r.11/Jut1"111'fl0""1tlfrtlf111tdu '?IÍ•
u.foem mtl4Tltre. Er<fnf ui1tm tp1 tft#li/f;mü ~ji!ket1lteUilllfflt11111Ct'o·
nlflU <¡¡,,/b.rpd1oril e1Últmr1ra11Jjigm11t.

F + l11do-

R. Ih1stradéi11 de De Bry: indios que prefieren suicidarse antes que someterse


al dominio espafwl. Vt'asc p;'1g. 3í del lihro. ·,
' . .:1 ' .

1100 --· · De No,~i~.irlíu!i~ ,,.


infb!%,qttíprotlnu~fugmintindenía ncmora. Nollrl r.1h1co udll ¡, e>n'fc IÚ¡ /
cnri.~m & mulícremqu:mdamcorrlpucre.Quam 'JUUll1~.diuucm1cJ~rtnr,u1n<1 ec.
fom¡spropcdífrcnr.im l!l elcgIDCerucffiarm,m1ífam facfum. ~111 lpft nudl 1~11111&
h~nuniorcsignorantdtlldas. Vcnicntc lr.iQI rm1liucad fa1u,1!~ molJ l1hu tr 1clq
cam co!la.ta orcruóldm nd lltM currunt feuntcs l""'m aurum , quod cu111 <1lhs trlbi<c!t
& 1wfü umd• ~t111ur.:ibmr,pro mfruma8i.' dcfplcablli reaurum dantes. Conrra~algv
rur •micitia,nofül dlfigmri11! uírom corum&' motts coeprnmr cxplorare,dcpr hrn<fe-
rlln~tos h•bm: rcgtm.Vnd< pcrcnrcslnraíora infüb;,arcgrbonorlllcc funr cxccpd.
1,.ulti•ucruot 2urcm <lomos cornm,ulJcruntl¡1 eas miro modo Hne ferro conftruá~s.
Nim omm ferro catenr,loco cuius cote uruamr,co ligna (cmanrti al tXO!ll!Ut

Canibali antrhopophagi.

9. Representación de caníbales en un libro antiguo.

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