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LA CIUDAD COMO TEXTO

La crónica urbana de Carlos Monsivás


Jezreel Salazar

Un iv e r s id a d Au t ó n o m a d e Nu e v o Le ó n
Este libro -ganador del "Premio Nacional de Ensayo Alfonso
Reyes 2004"- versa sobre uno de los escritores mexicanos
más importantes de nuestros días: Carlos Monsiváis, testigo
infatigable que por casi medio siglo se ha dedicado a registrar
los cambios, quiebres y renovaciones de la vida cultural del
país, conformando una verdadera radiografía literaria de la
historia nacional. Este ensayo explora su escurridiza obra a
partir de un pretexto sustancial: el amor de Monsiváis por
la ciudad de México. Heredero de la lucidez crítica de Alfonso
Reyes y de la sensibilidad heterodoxa de Salvador Novo, el
autor de Los rituales del caos ha elaborado un retrato detallado
de la megalópolis de fin de siglo. A partir de este mural de
sensaciones que es también enciclopedia del recuerdo y
minuciosa crónica de una mirada, Monsiváis ha establecido
una relación íntima con el espacio que habita. Gracias a ella
ha inventado nuevos modos de imaginar una urbe a la vez
desolada e hiperpoblada, de modo que, más allá del caos y
la violencia que recorren las calles del Distrito Federal, sea
posible elaborar estrategias que le den coherencia al desorden
urbano y reestablezcan la fascinación que la ciudad de México
siempre ha provocado en propios y extraños.“Los vínculos
entre modernidad y cultura popular, la relación entre proyecto
estético y espacio público, así como entre literatura crítica
y ficción política, son los ejes del debate que atraviesa estas
páginas.”
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LA CIUDAD COMO TEXTO:
La crónica urbana de Carlos Monsiváis

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JEZREEL SALAZAR

LA CIUDAD COMO TEXTO:


La crónica urbana de Carlos Monsiváis

U NIVERSIDAD AUTÓNOMA DE N UEVO L EÓN

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José Antonio González Treviño
Rector

Jesús Áncer Rodríguez


Secretario General

Rogelio Villarreal Elizondo


Secretario de Extensión y Cultura

Celso José Garza Acuña


Director de Publicaciones

Primera edición, 2006


© Jezreel Salazar
© Universidad Autónoma de Nuevo León

ISBN 970-694-337-4

Imp reso y hecho en Monter rey, México


Printed and made in Monterrey, Mexico

6
Esta obra fue reconocida con
el Premio Nacional de Ensayo “Alfonso Reyes” 2004
otorgado p or el Consejo Nacional p ara la Cultura y las
Artes, el Consejo p ara la Cultura de Nuevo León,
la Universidad Autonóma de Nuevo León
y el Municip io de Monter rey.

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Para Nely

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Digamos que uno no tiene por qué amar
aquel lugar al que pertenece,
sino que uno pertenece a los lugares que ama.
José Manuel Fajardo

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ADVERT ENCIA

a historia de este ensayo está contenida, a contrario

L sensu, en una frase de La nube de smog de Italo


Calvino: “todo p orque el deterioro y los chirridos
d e fuer a m e im p ed ían d ar d em asiad a im p or tan cia al
d eter ioro y los ch ir r id os que llevaba d en tro”. Cuan d o
comencé a escribir estas líneas me hallaba en medio de un
mundo p oco asible, errabundo, confuso. A causa de ello
no lograba darle coherencia a mis ideas y me era imp osible
sentarme a escribir. Conforme fui indagando más en cómo
h acer legible m i p rop ia vid a, fui tran sform an d o aquella
mirada que tenía sobre la ciudad. Y en la escritura ap rendí
a reord en ar n o sólo m is p en sam ien tos, sin o tam bién la
amalgama de emociones que der rochaba en aquellos días
mi vida. En el mismo lap so fui ap rop iándome de la ciudad.
An tes la im agin aba com o en gen er al la con ciben su s
habitantes: caótica, violenta, invivible. Pero p oco a p oco
p ude darme cuenta que no sólo era el monstruo devorador
de toda vitalidad urbana. Fui descubriendo, en medio de
su abigar ramiento, ciertos lugares que p rovocaban en mí
una fascinación que sólo con el p aso del tiemp o me hizo
amarla, aún a p esar de su deteriorado rostro. Así —y como
el m ism o en sayo— la ciud ad se m e volvió un a em p resa
obsesiva e infinita. Y sólo cuando entendí cabalmente que
hay otros modos de caminar esta urbe a la vez desolada e
hip erp oblada, p ude escribir el p unto final.
Ahora sé que indagando en esas múltip les formas de

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habitarla es p osible verla de otra manera y volver accesible
aquella belleza oculta detrás de las cosas más cotidianas y
que dejamos de ver p or una ceguera inaudita.

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P RESENTACIÓN : CIUDAD Y LITERATURA

ste ensayo busca dilucidar una metáfora sobre la

E ciudad en torno al lenguaje. En un p oema crucial


p ar a su obr a, O ctavio Paz escr ibió: “Ciud ad /
montón de palabras rotas”, “esculpida retórica de frases de
cem en to” (“Vuelta”). Esta im agen d e la ciu d ad com o
“laberinto de signos” es el motivo de fondo que guía mi
interés en la obra de Carlos Monsiváis; la relación entre la
urbe y la escritura es el hilo conductor p ara analizar sus
crónicas y el sentido que tienen en la configuración del
imaginario urbano que disp utan.
La escritura d eja h uellas sobre la h oja blan ca, es un
testimonio en contra del olvido y el tiemp o fugaz, p ero
también consiste en una esp eculación en torno al esp acio:
todo libro es un laberinto que debe ser descifrado. En ese
sen tid o, la ciud ad y la escr itur a m an tien en un vín culo
p erd urable. Am bas sign ifican , exp resan sen tid os, claves,
quieren decir. Luis Britto García afirma que “la urbe cump le
exactam en te las m ism as fu n cion es qu e atr ibu im os al
len guaje. Al igual que el salud o, d esem p eñ a la fun ción
‘fática’: nos p one en contacto, nos obliga mutuamente a
reconocer nuestra existencia”. En efecto, escribir y habitar
una ciudad son exp eriencias de la alteridad: en el lenguaje
de la urbe sus habitantes p ueden ap render a reconocerse y
a co n ce b ir se co m o otros. Po r e llo , la ciu d a d e s t a n
imp ortante p ara p ensar la literatura. Se ha convertido en
con d ición esen cial y n ecesar ia d e la ficción m od er n a.

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Constituye un territorio p rivilegiado sobre el que giran los
debates, los deseos y los miedos cotidianos. A p artir de ella,
se construyen modelos culturales y p royectos estéticos. Y
en torno a su existencia se organiza el sentido de la escritura.
De ahí que la ciudad p ueda ser leída como un texto. Es un
lenguaje, un medio de comunicación, un sistema se signos,
un discurso que se construye todos los días.
La escritura urbana remite a la ciudad real en un implícito
reconocimiento de que existe un mundo más allá del texto.
No obstante, la ciudad literaria no constituye solamente una
representación de la ciudad real. Propone a su vez imaginarios
distintos en los que se cruza el afán reformista, la fantasía
modernizadora, el desencanto anticipado. La ciudad literaria
es una forma de la imaginación a partir de la realidad. La
literatura configura ciudades imaginarias; es un espacio donde
ese otro espacio (la ciudad) adquiere forma: la ciudad como
escritura, el texto urbano como tema literario. Es un paisaje
en el que se inscribe la historia, pero también los compromisos
—estéticos, políticos, éticos— del artista. Beatriz Sarlo lo dice
de esta manera: “la ciudad es el teatro por excelencia del
intelectual, y tanto los escritores como su público son actores
urbanos”. La lectura que el escritor —en este caso Monsiváis—
realiza sobre el entorno urbano y la manera en que lo trabaja
en el plano de la ficción es uno de los elementos que se destaca
a lo largo de este texto.
En su ensayo “Pequeño p royecto de una ciudad futura”,
el escritor Ricardo Piglia nar ra la historia de un fotógrafo
que en la soledad de su p rop ia casa esconde la rép lica de
su ciudad. Esto le p ermite reflexionar en torno al p roblema
de la rep resentación de la urbe a través del arte. Debido a
lo significativo de su reflexión, lo cito en extenso:

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El hombre ha imaginado una ciudad perdida en la memoria y
la ha repetido tal como la recuerda. Lo real no es el objeto de
la representación sino el espacio donde un mundo fantástico
tiene lugar […] El arte no copia la realidad, la anticipa y la
altera y hace entrar en el mundo lo que no estaba. El fotógrafo
actúa como un arqueólogo que desentierra restos de una
civilización olvidada. No descubre o fija lo real sino cuando es
un con jun to d e ruin as […] Está em p aren tad o con esos
inventores obstinados que mantienen con vida lo que ha dejado
de existir […] La ciudad trata entonces sobre rép licas y
representaciones, […] sobre la presencia de lo que se ha perdido.
En definitiva trata sobre el modo de hacer visible lo invisible y
fijar las imágenes nítidas que ya no vemos pero que insisten
todavía como fantasmas y viven entre nosotros […] el artista es
un inventor que fabrica réplicas imaginarias y sobre esas réplicas
se modela luego la vida […] lo que podemos imaginar siempre
existe.

Si hay una idea que sustente y justifique este ensayo, ésta se


encuentra muy ligada a las palabras de Piglia. Es aquella que
busca pensar en la literatura con ese doble movimiento que
va del recuerdo a la imaginación, de la memoria al vislumbre
del futuro. La literatura como esa recuperación de lo que se
ha perdido —de la que habla Piglia—, pero también como
anticipación del mundo posible. Entendida así, la literatura
—“réplica y representación”— encerraría los que han sido,
según Susan Sontag, los polos del sentimiento moderno: la
nostalgia y la utopía. Y en el centro de ellas, la urbe.
Por lo anterior, me interesa concebir la literatura como un
discurso que, a través de un proyecto estético, conforma un
orbe moral. O, por decirlo en palabras de Frederic Jameson,
como un acto socialmente simbólico que tiene como función, no
sólo dar testimonio de una “otra historia” distinta a la historia
consignada por los medios masivos o el discurso oficial, sino
que busca instaurar versiones imaginarias, acaso soluciones

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formales para aquellos dilemas que en la realidad nos parecen
aún insolubles. En suma, la literatura como anticipación de
otro mundo posible, como un discurso que busca restituir la
ligazón de ese “montón de palabras rotas” que es la ciudad
que a diario habitamos.
Puesto que me interesa abordar la ciudad no sólo como
una temática, sino como un esp acio donde se construyen
narraciones y donde se imagina el porvenir, haré un análisis
d e algu n as cr ón icas d e Mon siváis sobre la ciu d ad d e
México, y en p articular sobre aquellas con ten id as en su
últim o libro d e crón icas: Los rituales del caos, p ues a m i
p a re ce r e st e t ex t o e s e l q u e m e jo r re t r a t a la visió n
monsivaiana en torno a la urbe.
Por lo demás, la elección de dicho autor no ha sido casual.
No sólo su obra cronística constituye una de las p rop uestas
estéticas mejor formuladas de la literatura latinoamericana
actual, como bien lo ha señalado Jean Franco, es también
su conocimiento de la vida cultural mexicana lo que lo ha
convertido en el gran crítico de la cultura p op ular de la
ciu d a d d e M é x ico . Su t a le n t o ú n ico , a sí co m o su
m ord acid ad cr ítica ofrecen un a d e las m ás fr uctífer as
miradas en torno a la exp eriencia citadina, ese ritual caótico
que a diario viven millones de p ersonas en un mismo lugar
casi inconcebible.
Me interesa destacar aquí una p articularidad de estas
p ágin as. Bajo la p rem isa d e qu e “la ciu d ad n o es el
con ten id o d e un a obra, sin o su p osibilid ad con cep tual”
(Beatr iz Sar lo dixit), esta in vestigación realiza un cor te
tr an sve r sal a la obr a d e Mon siváis, d e sd e la ciu d ad
concebida como objeto cultural, gran teatro del conflicto y
del encuentro estético, ideológico y p olítico. Así, más que
p ensar en la ciudad como unidad de análisis, la concibo
como un medio p ara indagar en torno a las relaciones entre
ar te y cu ltu r a, en tre p royecto estético y m od er n id ad

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cu ltu r al. Escoger u n a obr a com o la d e Mon siváis m e
p er m ite exp lor ar librem en te tal p reocup ación : p or sus
características es un discurso ideal p ara delinear los signos
de un tipo de crítica que se basa en transgredir la separación
entre el análisis de la forma y el contenido de las obras. No
se tr ata d e estu d iar exclu sivam en te las h er r am ien tas
estilísticas d e Mon siváis p ara d escribir la ciud ad , n i d e
extraer de la descrip ción que realiza de México aquellos
elementos que den cuenta de los p rocesos sociales, como
quisiera una lectura “histórico-social” de las obras literarias.
Se trata de analizar el vínculo entre ambos niveles: de qué
manera se hallan inscritas en la forma ciertos imp lícitos,
ciertas actitudes delatoras de sentidos y ciertas insep arables
conexiones entre realidad y escritura.
Resalta p or ello la imp ortancia de exp lorar la condición
social y el sentido p olítico del discurso literario. Como lo
afirma Néstor García Canclini, “los cruces multiculturales
y la industrialización de lo simbólico han llevado a que la
teoría literaria exp anda su objeto de análisis p ara abarcar
p rocesos de significación en los que se textualiza y se nar ra
lo social de maneras diversas”. De ahí que no centre mi
atención en el análisis exclusivamente literario del discurso,
sin o en la m an er a en qu e lo extr atextu al (la ciu d ad )
adquiere consistencia y sentido al interior del texto literario
(la crónica). De este modo rastreo el sentido de la ciudad
en uno de los discursos que, al mismo tiempo que la describe
y la in terp reta, la recon figura im agin án d ola: la crón ica
urbana, cuya revaloración como género fronterizo no sólo la
vu e lve ca p a z d e r e cr e a r la ciu d a d e n su r iq u e za ,
fragmentación y heterogeneidad, sino también la p ostula
como una forma de escritura legítimamente estética.
Como se verá, otra p reocup ación que guía mi análisis es
el p roblema de la modernidad. Aquí quiero aclarar tanto la
importancia como el sentido con que utilizo este escurridizo

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con cep to. U n a d e las gr an d es p reocu p acion es d e los
escritores modernos ha sido la ciudad. Una larga lista de
im a g in a cio n e s e n t o r n o a l e sce n a r io u r b a n o n o lo
d esm ien te: d esd e la od isea d el Ulises joycean o y las
in ap re ciable s ciu d ad e s d e Calvin o , p asan d o p o r lo s
laberintos metafísicos de Borges o el castillo abigar rado de
Kafka… una serie de imaginarios urbanos afirma la manera
en que la literatura moderna hizo de la ciudad un p ersonaje
central. En este sentido la relación entre ciudad y literatura
e s h ija d e la m o d e r n id a d . Q u ie n p u d o ve r t a l
co r r e sp o n d e n cia d e fo r m a ilu m in a d o r a fu e Wa lt e r
Be n ja m in . Al h a ce r a q u e lla le ct u r a e m b le m á t ica y
heterodoxa de la escritura de Baudelaire que p odemos leer
en sus Iluminaciones, Benjamin unió la p rofundidad cultural
de la transformación urbana con la dimensión social que
la p oesía m od ern a sup on ía. Desd e en ton ces, la ciud ad
constituye no sólo un tema o un escenario: es sobre todo
un esp acio de la imaginación donde entran en conflicto
distintos p royectos de modernidad.
Según Jürgen H abermas, el término moderno exp resa “la
conciencia de una ép oca que se mira a sí misma en relación
con el p asado, considerándose resultado de una transición
desde lo viejo hacia lo nuevo”. De ahí que la novedad y la
fe e n u n m e jo r a m ie n t o so cia l y m o r a l co n st a n t e s
con stituyan p rin cip ios esen ciales d el p royecto m od ern o.
En ese sen tid o, la m od er n id ad se exp resa fren te a la
tradición transformándola o mejor, reformándola. Si esta
definición es indisp ensable no es p recisa. A lo largo de este
ensayo indago en otros elementos que p ermiten concebir
la m od ern id ad d e un m od o m ás am p lio y m ás flexible,
siguiendo sobre todo la p rop uesta de Marshall Berman de
comp render a la modernidad no sólo como el conjunto de
fuerzas (sociales, cultur ales, h istór icas) que h an tr aíd o
consigo un ráp ido desar rollo dinámico en todas las esferas

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d e la vid a social d esd e p rin cip ios d el siglo XVI (lo que
en tien d o com o modernización), sin o tam bién com o el
un iverso d e id eas, valores y vision es (lo que d en om in o
modernidad cultural), que p retenden “darle” a los hombres
“el p oder de cambiar el mundo que está cambiándoles”.
En este sentido la modernidad constituye un p roceso
de ambigüedad extrema, p ues al mismo tiemp o que crea
nuevos escenarios humanos destruye los antiguos. Exp resa
valores que delinean un p royecto cada vez más democrático
e incluyente, con el cual entra en contradicción constante
p or su ir refrenable imp ulso modernizador, cuyo eje es el
crecimiento y la exp ansión continuas. La actitud del artista
frente a esta contradicción es uno de los asp ectos que me
interesa resaltar. Obviamente con este análisis no agoto las
posibilidades múltiples de interpretación que la obra merece.
Sin embargo, me detengo en las que considero ayudan a
exp lorar un modo distinto de p ensar como simbióticas, a
la ciudad y a la literatura, y que p ermiten dar cuenta de esa
analogía entre escritura urbana y texto citadino.
Por último, este ensayo busca saldar la deuda que tiene
su a u t o r co n su p r o p ia ciu d a d . Escr ib ir so b r e u n a
megalóp olis como ésta no es una tarea sencilla. Requiere
un d ifícil trabajo d e im agin ación n ar rativa. Fren te a la
conflictiva relación que se p uede tener con una urbe a la
vez tan seductora e imp onente, he intentado escribir las
p áginas que siguen como quien busca resarcir aquello que
la exp eriencia urbana le ar rebata. Pensar la ciudad es ante
todo buscar entablar una relación íntima con el esp acio que
nos vio nacer. Somos los esp acios que habitamos, p or ello
he querido imaginar esta urbe como si imaginarla fuera el
método p ara ap rop iarme de una ciudad más p lena, menos
ajena, más íntima. Estoy convencido de que imaginar al
otro es una manera de reducir su lejanía. Por ello, imaginar
la ciud ad , esp acio p or excelen cia d e los otros, p ued e

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p ermitir un acercamiento a todo aquello que a p esar de ser
distinto comp arte mi p rop io esp acio. Esta es la razón de
que me interesara tanto resaltar de la escritura cronística,
su cap acid ad p ar a en ar bolar un p royecto d e coh esión
social, de emp atía hacia el otro, y el modo en que p uede
llegar a constituirse como una sutura ante la sep aración de
los h om bres, h abitan tes d e un a m ism a urbe im agin ad a.
¿Como decirlo de otra manera? Escribir: exp loración que
p or obra d e la ausen cia, n om bra lo existen te. Escritura
urbana: esp acio en que la ausencia de los otros se vuelve
p resencia.
“¿Quién se atreve a buscar la felicidad entre un montón
d e e sco m b r o s?”, se p r e g u n t ó a lg u n a ve z Bá r b a r a
H uningtham p ensando en el deterioro de la ciudad que
habitaba. H aciendo uso de una frase de Pasolini, Monsiváis
afirm a, com o si d elin eara un a resp uesta, que “es en la
ciudad y no contra ella, donde hay que cambiar la vida”.
Confío que las p áginas que siguen hayan refrendado en
algo el comp romiso contenido en esa frase.

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P RIMERA PARTE
ESCRITURA DEL ESPACIO: LA
CIUDAD COMO RELATO

Me duele esta ciudad cuyo progreso se me viene encima


como un muerto invencible,
como las espaldas de la eternidad dormida sobre cada una de mis preguntas.
José Carlos Becerra, “Ép ica”

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MONSIVÁIS Y LA CIUDAD
Demasiado viejo para empuñar las armas y pelear como otros
bondadosamente me dieron el grado inferior de cronista
registro no sé para quiénes la historia del asedio...
se supone que debo ser exacto pero ignoro
cuándo empezó la invasión...
todos aquí perdieron el sentido del tiempo
cuanto nos queda es el lugar y el apego al lugar
aún gobernamos ruinas de templos espectros de jardines y casas
si perdemos las ruinas nada quedará
escribo como puedo al ritmo de interminables semanas...
José Em ilio Pach eco, “In form e sobre la ciud ad sitiad a”

a r lo s M o n sivá is e s u n a d e la s fig u r a s

C p rimordiales que habitan el esp acio p úblico del


México contemp oráneo. Su imp ortancia radica
n o só lo e n se r u n o d e lo s cr ít ico s in fa t ig a b le s d e l
autoritarismo mexicano en todas sus exp resiones, sino en
constituirse como el cronista p or antonomasia de la vida
cultural del p aís y esp ecialmente de la cap ital. Ya en 1966,
en el prólogo a su precoz autobiografía, Emmanuel Carballo
p reveía tal futuro p ara el joven Monsiváis:

Su destino como escritor se parece al de Salvador Novo. Del


mismo modo como el autor de la Nueva grandeza mexicana
sustituyó como Cronista de la ciudad de México a don Artemio
de Valle-Arzipe, así, y a su debido tiempo, Carlos reemplazará
a Novo en estas funciones.

Durante décadas, Monsiváis no ha dejado de recor rer la


ciudad de México con ánimo testimonial. Es un voyeur del
esp acio urbano que disfruta de los esp ectáculos singulares
que la ciud ad p on e a su d isp osición . En 1966 escribió:
“Desde siempre he visto al Distrito Federal no como Ciudad,

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en el sentido de un organismo al que se p ueda p ertenecer
y p or el que se p uede sentir orgullo, sino como Catálogo,
Vitrina, Escap arate”. Es p osible, p or ello, comp render ese
sentido de ubicuidad que lo caracteriza y del cual se ha
escrito tanto. Se ha dicho que p osee muchos dobles y es
que Monsiváis se encuentra en todas p artes: es p artícip e
con stan te d e m u ltitu d d e even tos, fiestas p op u lares,
con feren cias, m esas red on d as, foros d e d iscusión , y está
p resente de manera continua en la mayoría de p eriódicos
y revistas del p aís, además de sus p articip aciones televisivas
a través de breves op iniones y entrevistas. Resp ecto a esa
relación p ública omnip resente que Monsiváis tiene con la
ciudad, Juan Villoro escribió:

El caso p aradigmático del escritor omnip resente al que le


sobra el tiempo es, por supuesto, el de Carlos Monsiváis […]
Si la actividad de su máquina de escribir se transformara en
electricidad, Monsiváis podría iluminar una ciudad de buen
tamaño.

Polígrafo al que cuesta trabajo seguir p or la disp ersión de


sus in n um er ables textos, Mon siváis h a establecid o un
vín culo in quebran table con su ciud ad . H a recogid o sus
voces y realizado la crónica de sus multitudes con obstinada
mirada crítica, y con ella ha establado una relación cuasi
erótica que hace evidente que sólo quien siente un amor
p rofundo hacia la urbe es cap az de nar rarla. El inicio de
uno de los primeros recuentos que Monsiváis realizara sobre
la figura de Salvador Novo, es representativo de esta actitud:

Sucede a veces que sólo percibimos las calidades secretas o


entrañables de una ciudad por el amor (necesariamente público)

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que […] algunos le profesan o le han profesado […] Como en
el melodrama, la ciudad, ese concepto cada vez más arbitrario
y agónico, vive y se sobrevive en sus amantes (Amor perdido).

Este amor por la ciudad tiene que ver con el interés que
Monsiváis ha mostrado por todo aquello que se desarrolla en
el espacio público y con el sentido moralista que es posible
hallar en todo su proyecto literario. De ahí que éste sea uno de
los rasgos que la crítica ha resaltado de su obra: el ser un lector
y crítico de la conducta pública. Así lo afirma Álvaro Enrigue:

En el fondo, más allá incluso de su vocación literaria —acaso


en su principio— es un moralista […] Un moralista, en términos
de Fichte, es el que hace de la actividad moral la clave de la
interpretación de toda la realidad. Los textos del autor de
Entrada libre, llegan a su clímax al momento de hacer un
ejercicio de valoración de la conducta p ública.

En resp aldo a lo anterior es p or demás significativo el título


d el en sayo que Ad olfo Castañ ón d ed icó a la figur a d e
Monsiváis: “Un hombre llamado ciudad”. Y es que p ara
Mon siváis la ciud ad n o sólo con stituye un escen ario d e
fondo p ara su escritura, sino que es p artícip e p rimordial
d e los acon tecim ien tos q u e n ar r a, d e m od o q u e los
tr an sfor m a con su p resen cia; ap arece a la vez com o
p anorama y p ersonaje p rincip al, da sentido a la escritura y
es la fuente del universo simbólico en torno al cual gira su
obra. De modo inigualable Monsiváis ha hecho de la ciudad
la clave de su crónica, a p artir de ella p uede registrar la
memoria de quienes la habitan y la historia no oficial del
p aís. Sólo alguien con su inagotable curiosidad y con su
cap acidad p ara evocar atmósferas en transformación, ha
p odido dar cuenta de esta ciudad inagotable.

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Al in gresar en 1996 a la Acad em ia Mexican a d e la
Lengua, Gonzalo Celorio rindió homenaje a la escritura
urbana afirmando que la ciudad de México es una “ciudad
de p ap el”: “la ciudad no dice su p asado, lo contiene como
las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles,
en las rejas de las ventanas […] cada segmento surcado a
su vez p or arañazos, muescas, incisiones, comas”. Una de
las p rop osiciones fundamentales de la literatura moderna
es el p ap el p rep onderante que tiene la escritura frente al
entorno urbano. La soledad y la alienación, el colap so de
la comunidad y de las tradiciones, el imp acto del p rogreso,
el materialismo de la vida moderna, así como el conflicto
entre el artista y la sociedad son las temáticas esenciales de
la literatura urbana. Todas ellas p ueden ser rastreadas en
la obra de Monsiváis, de ahí que sea p osible considerar su
crón ica com o escritura esen cialm en te urban a: en ella la
cap ital ap arece como obsesión continua. De ahí también
que su lenguaje sea tan vigoroso y variado como la ciudad
que describe con inigualable amor.
Según Raym on Davis Weeter, la escr itur a ur ban a se
caracteriza p orque “la ciudad está p resente de tal forma
q u e sin e lla la su st a n cia d e la n o ve la q u e d a r ía
ir remediablemente alterada”. No es exagerado afirmar que
Monsiváis no existiría sin su ciudad. Si bien es cierto que
existe una consolidada nar rativa urbana en México, p ocos
escritores han recor rido y nar rado sus calles, y descrito a
sus h abitan tes con tal p asión . N ovo y Car los Fuen tes
hicieron de la ciudad una divisa de su escritura, una realidad
trad ucible a p alabras. En tre los p oetas, Efraín H uerta y
Octavio Paz deletrearon los signos que ese corp us hecho
de p alabras hacía p osible. Pero ninguno la convirtió en el
hilo conductor central de sus p reocup aciones. Frente a la
tradición, la escritura de Monsiváis se caracteriza p or ser
un p royecto literario en cuyo centro se encuentra el interés

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p or la historia cultural de la ciudad de México y p or la
forma en que se ha ido transformando y renovando.
A p esar de que escribir la historia de la ciudad de México
sea tan to com o llevar a cabo “un a em p resa totalm en te
p a r a n o ica y ca si im p o sib le ” —co m o so st ie n e Se rg e
Gruzinski—, Monsiváis ha dedicado su vida y talento a tal
labor: reseñar con detalle la vida cotidiana así como los
m om en tos extr aord in ar ios d e la h istor ia d e la ciud ad .
Influido p or el Nuevo Periodismo norteamericano 1 y lector
p untual de las distintas corrientes de la H istoria Cultural,
Mon siváis d efin ió d esd e sus in icios el tip o d e escritura
crítica que lograría exitosamente establecer en México: un
género h íbrido y flexible (la crónica), cap az de situar la
realidad urbana como eje simbólico de la narración y la
historia.
E n u n t ex t o e scr it o h a ce ve in t e a ñ o s, t it u la d o
“Testimonio de la ciudad”, Monsiváis reflexiona sobre su
actividad de cronista; al hacer un recuento del recor rido
que sobre la ciud ad h a h ech o, Mon siváis con fiesa: “Me
informaron sobre la ciudad, la recorrí con ánimo cronicante,
la tr ad u je a p alabr as, obsesivam en te”. Gr acias a esta
obsesión Monsiváis lleva a cabo una innovadora descripción
contemp oránea de la ciudad de México y p ara ello recurre
a manifestaciones p úblicas de toda índole: lugares en que

1 El N u evo Per iod ism o o N ew Journalism su rgió en los Estad os U n id os a


p rin cip ios d e los añ os sesen ta. Con sistió en un a corrien te d e escritores (en tre
ellos Tom Wolfe, N orm an Mailer, Trum an Cap ote y Joan Did ion ) que con jugaba
e l p e r io d ism o co n u n a p r o p u e st a e st é t ica . Al m e zcla r e l r e p o r t a je d e
in vestigación con elem en tos d e la ficción , logr ar on cr ear un a escr itur a d e
corte p articip ativo que buscaba n o d esligar la literatura d e los acon tecim ien tos
sociales; y en ese sen tid o ten ía un a fuerte carga p ragm ática: a través d e la
escritura se p od ían cam biar las cosas. Su in terés p or el an álisis d e la cultura
p o p u la r, e l u so d e l yo su b je t ivo , e l a ce n t o d a d o a la s m a n ife st a cio n e s
con tr acu ltu r ales son algu n os d e los elem en tos qu e in flu yer on d e for m a
d efin itiva en Mon siváis.

29
la m argin ación se h ace p resen te, celebracion es que son
salid as al laber in to ur ban o, con cier tos m ultitud in ar ios
donde las voces citadinas toman la forma de los referentes
de identidad que la canción p op ular emite, p ersonajes que
en su actuar d om in ad o p or la volun tad d e esp ectáculo
resumen la fuerza y vitalidad de las multitudes, así como
sus desgracias y esp eranzas. Lo que busca Monsiváis con
su cr ón ica es u n d oble registro: el caos qu e h a sid o
generado p or la emergencia de nuevos p rocesos sociales
(entre ellos, la globalización), así como la energía de las
n u evas gen er acion es p ar a con tr ar restar lo. Con ello,
p reten d e n ar rar lo que p od ría en ten d erse com o historia
cultural del espacio urbano en su dimensión popular.

30
LA CIUDAD COMO ESPACIO SIMBÓLICO

Toda la noche la ciudad habla


dormida por mi boca
y es un discurso incomprensible y jadeante, un tartamudeo de
aguas y piedra batallando, su historia
O ctavio Paz, “El río”

ara Monsiváis, la ciudad tiene la consistencia de

P un mosaico de imágenes entrelazadas, de espacios


que ad quieren un id ad a p artir d e en con trarse
unos sobre otros, de tiemp os que se contrap untean entre sí
y se contradicen; comp osición que es montaje de miradas.
Tales miradas son la materia p rima de sus crónicas. A través
de ellas intenta exp lorar las distintas y novedosas formas
en que los habitantes se ap rop ian del esp acio urbano y lo
habitan. Para Monsiváis la ciudad no es sólo un esp acio
geogr áfico, sin o p or el con tr ar io un esp acio an te tod o
imaginario. Al hablar de la represión contra los henriquistas
en julio de 1952, Monsiváis relata ese descubrimiento de la
ciudad como un territorio que va más allá de la geografía:

Me cercioré entonces (aunque lo verbalicé mucho desp ués)


que una ciudad es también, y muy fundamentalmente, el
ánimo de sus habitantes, las buenas o malas vibraciones
tran sform ad as en con fian za, d esesp eran za, solid arid ad ,
temor, angustia. Ese día me fui ráp ido de la Alameda. No vi
la rep resión, p ero los rostros de p reocup ación cavilosa e
imp aciencia, se me fijaron de modo que tardaría mucho en
descifrar.

Para Monsiváis, la ciudad es un esp acio a la vez físico y


sim bólico. Com o Tam ara, ciud ad que im agin a Calvin o,
posee una dimensión material siempre ligada a un horizonte

31
de significados. De ahí que la atención de Monsiváis ap unte
siemp re hacia el modo en que los imaginarios sociales se
configuran en función de la ap rop iación y uso cultural de
d istin tos esp acios. La con vicción d e que el esp acio se
con str u ye socialm en te, es el su p u esto d el qu e p ar te
Monsiváis p ara describir y descifrar los distintos subsistemas
culturales a los que se adhieren los habitantes de una ciudad
como la nuestra. Recordando a Wallace Stevens, Monsiváis
a fir m a q u e “u n o n o vive e n u n a ciu d a d sin o e n su
d e scr ip ció n ”. Así, “las vive n cias ín tim as, e l flu jo d e
com en tar ios y n oticias, los recuen tos d e viajeros y las
leyen d as n acion ales e in tern acion ales a p rop ósito d e la
urbe” (Monsiváis, “Ap ocalip sis y utop ías”), constituyen el
imaginario que da vida al esp acio que habitamos. Sin él, la
urbe no existiría.
Pero si la ciudad es un lugar a la vez real e imaginario,
que se con str uye y tr an sfor m a d e acuerd o a d istin tos
modelos culturales, ¿qué imp ortancia tiene la literatura en
esa construcción simbólica? Según Monsiváis, el p ap el de
la escr itu r a es vital en la p rod u cción esp acial, en la
definición cultural de la urbe y en el imaginario que se
construye a su alrededor. Por p rincip io, la literatura que
gira en torno a la ciudad hace evidente el conflicto entre la
urbe y los p rocesos destructivos que la acosan. Según Ángel
Ram a, cuan d o “la ciudad real cam bia, se d estr uye y se
reconstruye sobre nuevas p rop osiciones, la ciudad letrada
encuentra una coyuntura favorable p ara absorberla en la
escritura”. Al hacerlo, quienes han descrito a la ciudad y le
han dado p ermanencia en la literatura, de algún modo han
reinventado su p asado y delineado una ciudad futura, un
espacio posible. Al hablar sobre Gutiérrez Nájera, Monsiváis
define la crónica como esp acio de la utop ía. Desde Bernal
Díaz del Castillo, la utop ía ha sido un signo y un sino, un
rasgo ligado a la crónica de la urbe. Los cronistas mexicanos

32
han sido fieles a ese origen y a esa tentativa utóp ica de la
escr itu r a: la ciu d ad real p u ed e siem p re volver a ser
imaginada.
Por otra p arte, la invención de la ciudad p or la literatura
es esencial p orque al hacer una nar ración de la historia
citadina, da cuenta de su continuidad y sus rup turas, p ero
al mismo tiemp o construye una sensibilidad crítica en torno
a ese p roceso. Para Monsiváis la ciudad es un lugar donde
se nar ra y la literatura es un lugar donde se reinventa esa
nar ración. Cada ciudad es un texto colectivo que almacena
una cultura. Es p or ello un dep ósito de la memoria social,
pues provee un conocimiento, resguarda un saber y permite
una narración de su historia. En la literatura, p or lo demás,
la ciud ad ap arece com o un texto p osible. Dice Rolan d
Barthes que “escribir es, en cierto modo, fracturar el mundo
(el libro) y rehacerlo”. La escritura de Monsiváis recrea la
ciud ad com o texto: la lee y la reescr ibe. Y con ello le
conferirá —como veremos más adelante— un orden al caos
citadino.

33
34
EL EDÉNSUBVERTIDO: DE LA NOSTALGIA AL
DESENCANTO

Dios mío,
y de todo este desastre
sólo unos cuantos pedazos
blancos,
de su recuerdo,
se me han quedado entre las manos.
Man uel Map les Arce, “Urbe”

l escribir “Vuelta”, Octavio Paz usó como ep ígrafe

A u n ver so d e Lóp ez Velard e: “Mejor ser á n o


regresar al pueblo,/ al edén subvertido que se calla/
en la mutilación de la metralla”. Sin embargo, Paz regresó
de la India a p esar del deterioro de la ciudad. El recuento
que lleva a cabo Mon siváis sobre las tr an sfor m acion es
urbanas p osee también una fuerte carga nostálgica:

No duró mucho la ciudad mítica del industrialismo, con


sus mambos y sus aventureras y sus antros peculiares. A fines
de los cincuentas, el orden y el resp eto ganaron la p artida,
y jamás p odrá conmoverme nada de lo que se diga a favor
d e Ad olfo Ruiz Cor tin es. Él en car n ó óp tim am en te la
am bición d e d om ar a la ciud ad , d e ven cerla y d ejarla
p rovinciana en el sentido más inerte del término […] Eso
p resen cié, la elim in ación burocrática d e la en ergía y la
vitalidad de los barrios y de los gremios; la erradicación de
la originalidad citadina que nutrió la canción y el cine; la
un ifor m ización d el gusto a p ed id o d e la clase m ed ia
colonizada.

Desde Días de guardar, cuyo título es ya una tentativa a favor


de la memoria, se halla ese aire melancólico resp ecto a la

35
ciudad: “Los días de la ciudad se alargan y se contaminan,
se imp regnan de la torp eza y la densidad de los sueños
ir recup erables”. Con ello Mon siváis reafirm a un a d e las
tradiciones literarias de más vigor en torno a la ciudad: la
añoranza ante la ciudad perdida. En una entrevista reciente,
an te la p regun ta d e “¿Y qué te p arece el cam bio a un a
ciudad que ap arentemente está más liberada?” Monsiváis
resp onde:

H ay miedo y desconfianza; es notoria la pérdida de movilidad


y, en efecto, se ha lump enizado la vida nocturna, p ero la
modernidad o la p osmodernidad se transp arenta como
nunca antes. Se acerca el desastre, la ciudad redobla sus
energías. Lo que sí, ya carezco de esa mirada del p erp etuo
asombro, que me agigantaba la vida de la ciudad. […] No
que me divierta menos, sino que tiendo a identificar de
inmediato mi diversión con mi nostalgia.

Com o bu en voyeur u r ban o, Mon siváis n o escap a a la


melancolía: añora la mirada extraviada, la ciudad visible
en los ojos d el p asad o. Ese sen tim ien to n ostálgico es
descrito p or Federico Patán en su análisis “La cap ital en la
n ar r ativa m exican a recien te”, com o la rep resen tación
literaria de los cambios sufridos p or la ciudad: “No hace
esta literatura sino reflejar una realidad innegable: la muerte
p aulatin a d e n uestra cap ital”. En torn o a esa n ostalgia
cit a d in a , J o sé Em ilio Pa ch e co e scr ib ió u n lib r o
p aradigmático: Las batallas en el desierto. Sus p alabras finales
son emblemáticas de ese rencor nostálgico y dan cuenta de
las transformaciones que sufrió la ciudad y los efectos que
éstas tuvieron sobre sus habitantes: “Demolieron mi casa,
demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó
aquel p aís. No hay memoria del México de aquellos años.

36
Y a n ad ie le im p orta: d e ese h or ror quién p ued e ten er
nostalgia”.
N o obstan te, h ay un a d iferen cia en la escr itur a d e
Mon siváis resp ecto a esta tr ad ición . Si bien es p osible
rastrear una ciudad de la memoria en su obra, también es
p osible descubrir un cambio de signo resp ecto a la tradición
p revia que leía a la ciudad como zona cronológica, de modo
que p royectaba en ella una añoranza idealizada 2. Según
Monsiváis la mitificación citadina fue el resultado de un
m om en to d e auge que p erm itió vivir la ciud ad d e un a
m an er a d istin ta, d e m od o que las liber tad es p arecían
accesibles a todos. Monsiváis lo describe de forma clara en
el p rólogo al ejemp lar libro que Salvador Novo dedicó a la
ciudad, N ueva Grandeza Mexicana:

En la crónica de Novo, la ciudad es, muy concretamente, la


energía amable que se atestigua en p erímetros exclusivos,
ámbitos del p eladaje y la lep eruza, esp acios frecuentados
p or los de Arriba y los de Abajo […] En N ueva Grandeza
M exican a, Sa lva d o r N o vo le d a vo z a la m it o m a n ía
p luriclasista que en los años siguientes se desintegrará sin
remedio. Y en el camino, declara resueltas las aflicciones
ancestrales, curadas las indolencias del alma nacional. Para

2 En p alabras d e Fed erico Patán : “La n ar rativa m exican a p resen ta un a id ea


co m ú n , g lo sa d a d e d ist in t a s m a n e r a s: la d e st r u cció n d e u n a ciu d a d ,
gen eralm en te aquélla con ocid a p or el autor en sus añ os d e in fan cia o en los
m ozos. Dos elem en tos com p on en tal im agen , com p lem en tán d ose. El p rim ero,
la m etam orfosis in evitable en tod o crecim ien to, in terp retad a un a y otra vez
com o la elim in ación d e un a belleza an terior, sign ificad a p or la coh eren cia d e
un n úcleo existen cial luego fragm en tad o […] la feald ad d e ayer es la belleza d e
h oy, que al tran sform arse en d eterioro con stituye la belleza m añ an a extrañ ad a
[…] un a p rofun d a carga subjetiva se un e al in n egable y objetivo d eterioro d e
la ciud ad . El h om bre es un ser que vive lam en tan d o p araísos p erd id os. Es aquí
d on d e cabe h ablar d e la ciud ad com o zon a cron ológica”.

37
m ejor h on r ar al títu lo d e su libr o, N ovo in cu r sion a
resueltamente en la utop ía. A él corresp onde enseñar la
ciudad aliviada de conflictos y vicisitudes […] Nadie llegó
más lejos que Novo en la presentación de una ciudad mítica
que, con él como ‘guía de turistas’, se vuelve la ciudad intensa
en que los lectores hubiésemos querido vivir.

A d ife r e n cia d e N o vo , e n Mo n sivá is h a lla m o s u n a


sustitución de la nostalgia idílica p or una visión crítica y
realista. Esta transformación resulta difícil de ver en un
p rincip io, p ues se matiza con un conflicto latente a lo largo
de la escritura monsivaiana, resp ecto a las p osibilidades del
cambio. Por un lado observamos un p esimismo constante
resp ecto a las dimensiones de los p roblemas, p rejuicios y
estan cam ien tos d e un p aís con servad or, ultram ach ista y
su bd esar rollad o com o México: “qu e n ad ie se en gañ e
creyendo vivir en la ciudad de los p alacios o en la tier ra
p redilecta de María Santísima, habitamos una ciudad p obre
y marginal de Occidente, internacionalizada a la fuerza y
d e m od o r u d im en tar io” (Mon siváis, Cultura urbana y
creación intelectual). A su lado convive un op timismo radical
resp ecto a la vía p olítica com o m ed io p ar a en con tr ar
solucion es a los con flictos sociales, a la p ar d e un a fe
inmediata en la cap acidad de inventiva y renovación de las
clases populares, ante las peores condiciones de vida. Adolfo
Castañón advierte este conflicto de la siguiente manera:
“Carlos Monsiváis se ha definido p úblicamente como un
hombre de izquierda, y a lo mejor su trayectoria se p odría
d escr ibir com o la od isea d e un escr itor em p eñ ad o en
demostrar que se encuentra situado no en el polo del miedo
sino en el de la esp eranza”.
Es p ertin en te resaltar que ese con flicto es en buen a
medida lo que da vitalidad y originalidad a su visión sobre
la urbe. Es un conflicto que encuentra su solución en una
actitud ir reverente y p ersp icaz: la voluntad de crítica con

38
un sentido afirmativo: “Este es el op timismo sin el cual el
p esim ism o ter m in ar ía en autocom p lacen cia”, asegur a
Monsiváis en una entrevista. Tal afirmación encuentra su
p ersonalidad a través de una estrategia escritural y vital: la
ironía y el humor. “El sentimiento de lo cómico libera del
odio”, escribió André Maurois. La ironía como crítica redime
y exorciza la nostalgia ante la inocencia p erdida y de ese
modo mitiga la tragedia de la urbe extraviada. Dice en su
Autobiografía: “La derrota y la rep resión de julio de 1952
rep resentan mi ingreso al escep ticismo y el desencanto”.
En otra entrevista esclarece el sentido de su humor frente a
tal desencanto:

Es una defensa, p or un lado. Pero p or otro tiene que ver


m uch o con m i gusto p or el camp […] Com o agn óstico,
reconozco que mi visión del ser humano es muy cristiana; es
el sentido de esp erar la p erfección y de desilusionarme de
la caída —de la tontería, la corrup ción, la p retensión, la
grandilocuencia, que son las formas de la caída—. Sin sentido
de humor, esa visión me hubiera avasallado. Y el sentido de
humor que yo tenga, que no califico, me sirve para mediatizar
esa visión cristiana.

La m irad a va en ton ces en busca d e la d esm itificación a


través de una visión crítica e irónica. El fin de la nostalgia es
el sign ificativo título d e un a an tología sobre la N ueva
Crónica de la ciudad de México. En su p rólogo, Monsiváis
afirma lo siguiente respecto al público para el que los nuevos
cron istas escr iben : “Es un p úblico que h a can jead o la
n ostalgia […] p or el d escu br im ien to d el p asad o”. Es
p recisamente ese descubrimiento el que se ejerce a través
de una relectura irónica del p retérito: “Vaya que uno es
sabio a p osteriori. El esnobismo del p ecado me sojuzgaba
y yo sin e n t e r a r m e , su p o n ié n d o m e b u e n lib e r a l y

39
comunista. Me emocionaba la ciudad mítica y yo creía vivir
la ciudad p olítica”.
Como afirma Sandra Lorenzano, “Todos los habitantes
d e México tien en u n a ciu d ad , otr a en el recu erd o”.
Consciente de que la nostalgia se construye a p artir de una
mitificación de los tiemp os idos (“todo p asado fue mejor”)
y de que la ciudad de la nostalgia es una ciudad que nunca
existió, Monsiváis toma distancia resp ecto a una escritura
que busque la mitificación citadina:

Y d e súbito, cesó la corresp on d en cia en tre un a ciud ad


narrada e imaginada, y la ciudad real. Luego de Los olvidados
de Buñuel y de fragmentos en p elículas cómicas, el cine
dejó de exp resar a la cap ital […] La cap acidad mítica p odía
seguir intacta p ero ya no había p ersonajes creados p or la
costumbre, y los medios masivos crean imágenes familiares
p e r o ca si n u n ca p e r so n a je s. De sa p a r e cía la ciu d a d
enumerada líricamente p orque disminuía la cap acidad de
autoengaño, y la ciudad catalogable se difuminaba, sus logros
históricos congelados en p lazas remodeladas, su vértigo
anudado p or la exp losión demográfica, su vida p op ular
r eor d en ad a p or la televisión . Sobr evivían los esp acios
marginales, en condiciones ter ribles. Demasiada represión,
demasiada sordidez creída y real. Imp osible rep etir con
Villaurrutia: “Se diría que las calles fluyen dulcemente en la
noche”. En su metamorfosis, la ciudad que fue clásica y que
fu e t íp ica n e g a b a co n a se p sia r e p r e siva cu a lq u ie r
democratización y pretendía uniformarlo todo de acuerdo a
las ambiciones de una clase media que convierte Suburbia y
Perisur en utop ías matrices.

A d iferen cia d e la ciud ad m ítica reseñ ad a p or Salvad or


Novo, a Monsiváis le toca vivir una ciudad en p roceso de
disolución, cada vez más conflictiva y menos habitable:

40
La cap ital de la Rep ública, la Ciudad p or antonomasia en
nuestro p aís, ha dejado de ser (si de veras lo fue) la entidad
equip arable a mujeres yacentes y tierras que exp lotadores
intrép idos sojuzgan. El Distrito Federal es ya una entidad
ajena, inexpropiable.

En ese sen tid o, u n o d e los p rop ósitos d e la obr a d e


Monsiváis consiste en realizar la crónica de cómo la ciudad
que fue un día el asiento de “México-Tenochtitlán”, aquella
fa m o sa “C iu d a d d e lo s Pa la cio s” q u e p a r a m u ch o s
con stituía “la región m ás tr an sp aren te d el aire”, se h a
convertido hoy en una p esadilla casi imp osible de imaginar.
El exceso de contaminación, la creciente inseguridad, la
escasez de vivienda y servicios básicos, los p roblemas de
t r a n sp o r t e y e l h a cin a m ie n t o , la s a g lo m e r a cio n e s
tum ultuosas, así com o el d escréd ito d e las in stitucion es
unido a las irreversibles y continuas crisis económicas, han
hecho de la ciudad de México una megalópolis heterogénea,
caótica y d e con tr astes in igualables. Som os ya, afir m a
Mon siváis, “n uestro p rop io m od elo ap ocalíp tico”, un a
ciudad imp osible de habitar y vivir; una ciudad sólo, y p or
derecho p rop io, sobrevivible.

41
42
LA OPRESIÓN SIN SALIDA: EL FIN DE LA
UTOPÍA URBANA

Alguien mira hacia el interior, deseoso de entrar, pero nadie


mira hacia fuera
Fran z Kafka, Cartas a Felice.

La civilización no suprime la barbarie, la perfecciona.


Voltaire

Q u é p aisaje cu ltu r al n os p rop on e la ciu d ad

¿ monsivaiana? En p rincip io, un p aisaje dominado


por la multitud, una ciudad que se ordena a partir
del culto a lo demográfico. En Los rituales del caos, Monsiváis
concibe a la ciudad de México como

[…] la demasiada gente […], la multitud que rodea a la multitud,


la manera en que cada persona, así no lo sepa o no lo admita,
se precave y atrinchera en el mínimo sitio que la ciudad le
concede […,] los contingentes que hacen de la vitalidad urbana
una opresión sin salida.

H abitar la ciudad más p oblada del mundo es p arte de lo


que Monsiváis llama el chovinismo de la catástrofe: ¿cómo
estar orgulloso de tal horror, de la multitud que se celebra
en gen d r an d o m ultitud es? Y acom p añ an d o al estallid o
demográfico, la convicción de que como México no hay
dos, crea otra certeza: somos una ciudad inverosímil “en
donde lo insólito sería que un acto, el que fuera, fracasase
p or inasistencia”.
Según Mon siváis, si algo h a con tr ibuid o a con ver tir
los p roblem as d e la ciud ad en p esad illas in stitucion ales,
h a sid o la in con trolable exp losión d em ogr áfica y su s

43
con secuen cias in h eren tes. “La ciud ad d e México es un a
evid en cia d e lo que el ur ban ista Rem Koolh aas afir m a
d el siglo XX: h a sid o u n a batalla p erd id a con tr a la
can tid ad ”, afir m a García Can clin i. Ya en 1978, Peter
Wa r d so st e n ía q u e d e co n t in u a r la t e n d e n cia d e
crecim ien to d e las m egaciud ad es, ser ía en México d on d e
se m an ifestar ían p r im ero sus con secuen cias som br ías.
Con p oco m ás d e un m illón y m ed io d e h abitan tes en
1950, la ciud ad creció con un a r ap id ez d esm ed id a: si en
1960 con taba con 5 m illon es, en el 2000 se acercaba ya a
los 20 m illon es.
Ante este contexto, uno de los p rop ósitos de la obra de
Monsiváis consiste en realizar la crónica de la monstruópolis
m exican a y su cotid ian a barbarie. Al h acerlo, Mon siváis
remarca las figuraciones op resivas que genera la ciudad de
México. Un ejemplo de ello es la crónica que hace del Metro,
en Los rituales del caos:

[...] en el Metro se escenifica el sentido de la ciudad, con su


menú de rasgos característicos: humor callado o estruendoso,
fastid io d ocilizad o […] toler an cia un tan to a fuer zas,
con tigüid ad extr em a que am or tigua los p en sam ien tos
libidinosos, energía que cada quien necesita p ara retenerse
ante la marejada, destreza p ara adelgazar súbitamente y
recup erar luego el p eso y la forma habituales.

La manera en que el esp acio citadino resume las “p resiones


y p asiones” devastadoras “del diluvio p oblacional”, p uede
verse descrita en uno de los rituales que a diario observamos
en la ciudad sumergida:

En el metro, los usuarios y las legiones que los usuarios


contienen (cada p ersona engendrará un vagón) reciben la
h er en cia d e cor r up ción in stitucion alizad a, d evastación

44
ecológica y sup resión de los derechos básicos y, sin desviar
la inercia del legado, la vivifican a su manera. ‘El humanismo
del apretujón’.

H aciendo eco de la célebre frase de Bretón, en alguna p arte


d e La región más transparente Carlos Fuen tes escribe que
“México es Fellini instantáneo”. Monsiváis parece compartir
su idea al confirmar la no falsa creencia de que “donde se
hallan mil se acomodarán diez mil”:

¿Cómo que dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al


mismo tiempo? En el Metro la estructura molecular detiene
su imperio universal, las anatomías se funden como si fuesen
esencias espirituales, y las combinaciones transcorporales se
imponen.

Lugar para lo surreal donde el milímetro se agiganta, el metro


expresa el carácter inverosímil de una ciudad sobrepoblada.
Pero no sólo en el espacio público se observa la aglomeración
hecha espanto. Al interior de la “ciudad intramuros” (casas,
bares, cabarets, restauran tes, oficin as, salas d e clase), se
reproducen las imágenes inverosímiles del tumulto:

H ay cuartos en donde caben familias que se reproducen sin


dejar de caber, los hijos y los nietos van y regresan, los
comp adres y las comadres se instalan p or unos meses, y el
cuarto se amplía, digo, es un decir, hasta contener al pueblo
entero de donde emigró su p rimer habitante.

También en lo íntimo, en el espacio privado, la ciudad de


México engendra imágenes asfixiantes. “El reposo de los
citadinos se llama tumulto”, dice con ironía, Monsiváis. La
cancelación de la privacidad (“lo íntimo es un permiso”) se

45
presenta como el resultado lógico de la expansión continua
de los habitantes, de manera que la imagen de la ciudad aparece
como algo que todo lo devora, incluso al sueño:

Y el sueño pasó de obligación corporal a eliminación de las


restricciones para el movimiento. En la era de los condenados
al hacinamiento el sueño fue la gran delicia, la obtención de lo
ilimitado […], último territorio liberado de la multitud que
contiene a una multitud que encierra a una multitud que…

Esta visión de la ciudad como devoradora de todo aquello


que le rodea y que ella misma engendra es el resultado del
crecimiento sin medida que el centralismo generó y sigue
rep roduciendo. Las consecuencias del ráp ido p roceso de
industrialización p rovocaron una migración constante de
habitantes del camp o hacia la ciudad. No obstante, si en
los añ os cin cuen ta la ciud ad d e México era un p olo d e
atracción para todos aquellos que esperaban una vida mejor
a la que ofrecía el campo, luego de tres décadas de constante
migración, la ciudad ha dejado de tener ese carácter de
tier r a p rom etid a d on d e los sueñ os y las p rom esas son
p osibles, y ha adquirido un topos distinto. Según Monsiváis,
a p esar de seguir siendo el imán de múltip les esp eranzas y
millones de migrantes, su rasgo distintivo ya no es ser un
esp acio donde las fantasías llegan a cump lirse sino el lugar
en que la catástrofe adquiere existencia:

La ciu d a d se u n ifica n e g a t iva m e n t e : t ie n e lu g a r la


distribución p areja de indefensión y miedo, es un p aseo
por el abismo el paseo solitario y la inmersión en la multitud
de la que nos p ueden desgajar los asaltantes. En el uso del
espacio urbano se desvanecen los ciudadanos con derechos,
y se adueñan convulsos del escenario los objetos de cacería.

46
Y al restringirse la libertad de movimientos, el esp acio se
acorta y se vuelve más op resivo. Q uien no ha sido asaltado
se sabe al borde del p recip icio de las estadísticas y, en el
r eacom od o d e p r ácticas d el d esp lazam ien to y h aber es
p sicológicos, la gran ciud ad ad quiere grad ualm en te la
iluminación y los tonos exp resionistas del film noir, donde
cualquier recorrido es una incursión en la amenaza, y la
angustia es la guía del conocimiento (“No les des el gusto
de que nomás te asesinen”).

En este sentido es imp ortante analizar la manera en que la


dicotomía civilización/barbarie, fundamental y definitoria
en la historia de la literatura latinoamericana, resulta aquí
tr an sgred id a: en las cr ón icas d e Mon siváis, el esp acio
urbano no rep resenta ya el p olo “civilizado” de la relación,
sino su op uesto. El crecimiento de la megalóp olis mexicana
introdujo la barbarie en el p rop io contexto urbano: “Esto
no ap unta a una ciudad p oseída p or la devastación, sino, y
esto es suficiente o demasiado, a una ciudad incrédula ante
las p osibilidades civilizatorias, desconfiada de la existencia
de soluciones” (Monsiváis, “Radiografía de la imp unidad
‘De n o se r p o r e l p a vo r q u e t e n g o , ja m á s t o m a r ía
p recauciones’. Notas sobre la violencia urbana”).
Durante la primera mitad del siglo XX se equiparaba —a
p ar tir d el p ar ad igm a p rop uesto p or Sar m ien to— a la
civilización con la idea de progreso y se concebía la vida urbana
como el refinamiento de las costumbres en oposición al campo,
que constituía el polo negativo de la relación, unido a la idea
de barbarie y referido a la idea de tradición 3. Esta oposición

3 Ejem p los p rototíp icos d e ello son La vorágine y Doña Bárbara, n ovelas d e José
Eustasio Rivera y Róm ulo Gallegos resp ectivam en te. En este m od elo cultural,
la ciu d ad ap ar ece com o im p u lso d e la exp an sión m od er n a, la avan zad a
civilizatoria p or excelencia. Como en el cuento de Borges, “H istoria del guerrero
y d e la cautiva”, la ciud ad rep resen ta la cultura, el ord en y el p rogreso: fascin a
in cluso a los bárbaros.

47
entre la ciudad y el campo ha dejado de tener relevancia, sin
embargo la dicotomía sigue existiendo y ha adquirido un giro
significativo de modo que ahora la ciudad incluye en su interior
la idea de lo bárbaro y encarna los elementos de irracionalidad
caótica. De ahí que sea ya concebida como selva de concreto.
En palabras de la crítica Rosalba Campra:

H oy Buen os Aires, São Paulo, México son m egalóp olis


devoradoras: lo que en otra ép oca p ara la literatura había
sido la selva […] La metáfora espacial de la selva como lugar
privilegiado del choque del individuo con el mundo externo
cede el lugar a la metáfora de la ciudad, ámbito del choque
del individuo consigo mismo.

Si con la oposición binaria entre civilización y barbarie el


Facundo situaba a las ciudades como un tipo de continuación
d e la m od ern id ad europ ea, establecien d o con ello un a
distinción fundamental entre camp o y ciudad, Monsiváis
tr an sg re d e e sa fro n t e r a cu lt u r al, al in tro d u cir las
contradicciones al interior de la propia ciudad. Con ello da
un vuelco a la idea tradicional de la urbe como territorio de la
utopía.

48
LA DESAPARICIÓN DE LO URBANO : LA CIUDAD
POSAPOCALÍPTICA

Bajo el suelo de México se pudren


todavía las aguas del diluvio.
N os empantana el lago, sus arenas
movedizas atrapan y clausuran
la posible salida.
José Em ilio Pach eco, El reposo del fuego

xiste en la literatura latinoamericana toda una

E cartografía sim bólica que im agin a a la ciud ad


como un esp acio p ara el mito o como un esp acio
mítico. La “Santa María” de Onetti, “la Comala” de Juan
Rulfo o “el Macon d o” d e García Márquez con stituían
esp acios utóp icos donde era p osible hacer comp rensible
(síntesis y p royecto a la vez) la realidad de América Latina.
A su vez las ficciones borgianas sup onían la creación de
esp acios imaginarios, fuera del tiemp o, que sustituían de
algún modo al esp acio real. Lejos de este tip o de alegorías
literarias, Monsiváis describe una urbe dominada p or el
desorden, la ir regularidad y el caos. Con ello, nos anuncia
el fin de la concep ción de la ciudad como utop ía y como
esp acio d e realización d el d eseo. Así, p ara Mon siváis el
Distrito Federal acaba p or consumir los sueños de quienes
lo imaginan habitable, destruyendo esa inocente creencia:
el edén p osible se transfigura en infierno temible.
Mu y ce rcan o a la tr ad ició n lite r ar ia an g lo sajo n a,
Mon siváis p arece refren d ar, en cierto sen tid o, la visión
foránea que sobre la ciudad de México han tenido algunos
escritores norteamericanos. “México es siniestro y tenebroso
y caótico, con el caos p rop io de los sueños” escribió William
Bur rough s en un a carta a Jack Kerouac: “México n o es
sencillo ni festivo ni bucólico. No se p arece ni lejanamente
a una aldea franco-canadiense. Es un p aís oriental en el

49
que se reflejan 2 mil años de enfermedades y miseria y
d egr ad ación y estu p id ez y esclavitu d y br u talid ad y
ter rorismo físico y sicológico”. Desde Beyond the Mexique
Bay de Aldous H uxley (1934) hasta México Bárbaro de John
Ken n eth Tu r n er (1969), p asan d o p or los escr itos d e
Grah am Green e, D. H . Lawren ce o Malcolm Lowry, las
rep resentaciones de México y sus h abitantes h an tenido
como hilo común la idea del otro como amenaza, la visión
de un mundo p remoderno e incivilizado, lugar donde ha
irrump ido el infierno sobre el p osible p araíso.
De igual modo es significativa la manera en que el cine ha
reforzado esta mirada, regida por el caos, en torno al país. En
1931 Sergei Eisen stein film ó ¡Que viva México!, p elícula
inconclusa en donde es posible ver una mirada exógena en
torno a las fiestas y tradiciones mexicanas. Ya antes, durante
la segunda década del siglo, se filmaron una serie de películas
norteamericanas que tenían como eje narrativo la violencia
criminal de los caudillos revolucionarios, entre ellos Pancho
Villa, cuya representación es un claro ejemplo de la imagen de
México en el cine norteamericano. Entre ellas destacan The
Greaser’s Revenge (1911) y Life of Villa de D. W. Griffith (1914).
Recientemente, también desde el celuloide mexicano se ha
refrendado y actualizado esa mirada en torno a la barbarie, en
este caso citadina. Ejemplos de ello son Principio y fin (1993)
de Arturo Ripstein, El callejón de los milagros (1995) de Jorge
Fons, Todo el poder (1998), de Fernando Sariñana, Amores perros
(2000) de Alejandro González Iñárritu, Perfume de violetas
(2001) de Maryse Sistach y De la calle (2001) de Gerardo Tort.
Gran fan ático d el cin e 4 , Mon siváis recuerd a, d e un a
com ed ia d e Laurel y H ard y, un a p rem on itor ia escen a
situada en la ciudad de México de los años treinta: “quieren

4 Su cin efilia lo h a llevad o a p articip ar en d iversas p elículas, en tre ellas la


célebre Los Caifanes (1966) d e Juan Ibáñ ez, con guión d e Carlos Fuen tes.

50
abordar un taxi común y cor riente y ven que de él salen
m ás d e cuaren ta p asajeros. Se alejan asom brad os”. Así
Mon siváis legitim a y n o p u ed e escap ar a esa m ir ad a
p revaleciente sobre la ciudad: el caos demográfico da lugar
a un im agin ario n o p rop icio p ara el d eseo sin o p ara el
desencanto y la catástrofe.
En el p asado literario del p aís p odemos rastrear ya las
p r o fe cía s d e e st a co n d ició n a n t i-u t ó p ica d e l p a ís y
esp ecíficamente de la urbe. En el siglo XVIII, la Inquisición
con fiscó un a n oveleta an ón im a d e cuya existen cia sólo
quedan algunas referencias y un título: Ciudad de Méjico,
año 2004. Tal relato p royectaba ya “una visión del futuro
im agin ad a con veh ícu los tir ad os p or m otores, n aves
voladoras, luces intensas, y muchedumbres sin corazón ni
alm a. Par a en ton ces, los d ioses h an m uer to y gr an d es
banderas cubren un cielo sin estrellas” (Antonio García de
León, “Las razones secretas del D. F.”). No cabe duda que
d esd e su n acim ien to la ciud ad d e México gen era tales
im agin ar ios situad os en el m ed io d e la catástrofe y la
op resión . Distop ía o utop ía n egativa, la ciud ad , p ar a
Mon siváis, n o sólo p osee un a h eren cia fun esta sin o que
augura, en su monstruosidad, un p orvenir catastrófico:

En tr ein ta añ os (1950-1980) la cap ital aban d on a su


organización razonable, se extiende h asta devorar todo el
valle de México y se transforma en megalópolis o cadena de
ciudades (la meta no tan oculta: que todo el país sea la capital
amp liada). Y en los diez años siguientes la megalóp olis se
convierte, según afirman todos los que nunca se deciden a
aban d on arla, en p refiguración d el ap ocalip sis […] Los
p regoneros del desastre son los fanáticos del arraigo. El
catastrofismo es la ideología conversada de los cap italinos,
y la ideología secreta es la esp eranza que cada quien cultiva

51
d e h allar se en tr e los afor tun ad os que se libr ar án d el
inminente diluvio, de ese fin de las esp ecies chilangas en
que, por otra parte, no se cree. (Al menos que el apocalipsis
sea, en efecto, el espectáculo por excelencia y se garantice el
asiento de p rimera fila). (“Seis de sep tiembre. Cada hora
vuela”).

¿De q u é for m a la ciu d ad relega la esp er an za y d a p aso


a la p e sa d illa ? M o n sivá is b u sca la r e sp u e st a a t a l
p r e g u n t a e n e l im a g in a r io u r b a n o d e q u ie n e s
h abitam os la cap ital. Tal exp lor ación gir a en tor n o a
lo q u e, segú n él, d efin e en p ar ticu lar a la ciu d ad d e
Mé xico: su con d ición pos-apocalíptica.
U n a d e las p reocup acion es con stan tes que p ued en
rastrearse en Los rituales… consiste en describir y reflexionar
sobre este ap ocalip sis urbano como ep ifanía de la sociedad,
es decir, como revelación del sentido último que adquiere
la historia colectiva. Tal es el objetivo de una serie de textos
in tercalad os a lo largo d el libro, cuyo n om bre es ya un
anuncio irónico del fin de los tiemp os: “Parábolas de las
p ostr im er ías”. En estas p ar ábolas con str u id as con u n
lenguaje de referencias bíblicas, la ciudad adquiere rasgos
de cruda fatalidad:

[…] Y vi una p uerta abierta, y entré, y escuché sonidos


arcangélicos, como los que manaron del sonido muzak el día
del anuncio del Juicio Final, y vi la Ciudad de México (que
ya llegaba p or un costad o a Guad alajara, y p or otro a
Oaxaca), y no estaba alumbrada de gloria y de pavor, y sí era
d ist in t a d e sd e lu e g o , m á s p o p u lo sa , co n le g io n e s
colump iándose en el abismo de cada metro cuadrado, y
vid eo-clip s que exh ortaban a las p arejas a la ben d ición
demográfica de la esterilidad o el edén de los unigénitos
[…], y se p agaba p or meter la cabeza unos segundos en un

52
tanque de oxígeno, y en las p uertas de las estaciones del
Metro se elegía p or sorteo a quienes sí habrían de viajar.

La visión de Monsiváis no es, sin embargo, catastrofista.


No se trata de un anuncio de las calamidades y el infortunio
del p orvenir. Es, p or el contrario, una reflexión sobre la
manera en que los citadinos se enfrentan a tal escenario,
construido simbólicamente entre todos. Monsiváis realiza
la crónica del p resente, no sus p rofecías. Mejor: la crónica
de las p rofecías imaginadas p or el p resente. En ese sentido
se p regunta p or qué la idea de un escenario ap ocalíp tico
p ara la ciudad no trae consigo acciones o consecuencias
que “lo normal” sup ondría: esp anto, caos, huida. La actitud
de los habitantes de la ciudad es todo lo contrario a una
visión ap ocalíp tica; p arecer ía que las p red iccion es d el
desastre urbano y la rup tura de todo p acto social p asan
in ad vertid as, o p eor aún : tal actitud ad ivin a n o sólo un
op timismo ir resp onsable, sino también una desmesurada
resignación: “A la ciudad con signo ap ocalíp tico la habitan
quienes, a través de su conducta sedentaria, se manifiestan
como op timistas radicales”.
“¿Qué clase de sibaritismo de fin de mundo nos retiene
en un sitio que p ad ece el d oble acoso d el ecocid io y la
violen cia? ¿Es p osible justificar n u estr a cap acid ad d e
aguante?”, se p regunta Juan Villoro luego de describir el
rostro convulso y fanático de una ciudad vencida (“Elogio
d e la m u jer bar bu d a”). Si bien es cier to, com o d ice
Monsiváis, que p ara algunos “la ciudad no es el gran p eso
op resivo […] sino la libertad p osible a costo muy alto”, p ara
otros, es el tum ulto d el que se d ebe p ero es im p osible
escap ar. Entre la liberación y la p risión, la ciudad adquiere
un a ap ar ien cia con tr ad ictor ia y p or lo m ism o d e gr an
vitalidad. En un texto escrito en 1975, es p osible observar
h asta qu é p u n to h a cam biad o la m ir ad a d el cron ista

53
resp ecto a la ciudad. En él, Monsiváis aún no p odía p rever
las paradojas que ésta traería consigo, a grado tal que realizó
la crónica de la muerte del Distrito Federal:

Nada contiene a las turbas que se desp renden de barrios


residenciales y de vecindades llevándose lo indisp ensable,
acelerando el p aso, sin darse vuelta p ara desp edirse de los
lugares queridos […], en medio del abandono que es ya el
único concurrente de esta gran avenida, se ha instalado una
op robiosa, op resora sensación de miedo. En dos días, una
de las ciudades más p obladas del mundo se ha convertido
en un erial trágico y baladí, una consp iración de cemento
ya no mitigada p or el smog. […] El testimonio de las calles
desoladas informa del pavor inmenso que asoló, como rayo
sú bito y d eclar ad o, a u n a colectivid ad […] ¡Atr oz es
contemp lar ahora la ciudad que rigió los destinos del p aís
d esd e la lacu stre Ten och titlán ! […] ¡Par a qu é segu ir
reseñando la agonía de una urbe de acero? (“La tarde en
que murió el Distrito Federal”).

Como una esp ecie de “anti-Marco Polo” (como él mismo


se describió en su autobiografía), Monsiváis ap arece en esta
crónica como el cronista solitario de la ciudad abandonada.
Único testigo del desastre, p ermanece atado a la ciudad.
Años desp ués, en Los rituales… la mirada que se p osa sobre
la ciud ad ad quiere un a com p lejid ad m ayor. Mirad a que
p arte del asombro: la llegada de los augurios ter ribles no
dejaron desierta la urbe. Ante esta contradictoria realidad
(vivir en medio del cataclismo sin p ercatarnos), Monsiváis
ironiza a través de un diálogo imaginario el colmo de las
exp ectativas de un lugar que ya no las ofrece:

54
[…] Y p r e g u n t é : ¿q u é h a su ce d id o co n p r o fe cía s y
p rosp ectivas? ¿Dón d e alm acen áis el lloro y el crujir d e
dientes […] y la luna toda como de sangre, y las estrellas
caídas sobre la tierra? […] ¡No p retendáis escamotearme el
ap ocalip sis […], y uno se acercó y con voz de trueno que
murmura me advirtió: ‘¡H ombre de demasiada fe! ¿Q ué
aguardas que no hayas ya vivido? La esencia de los vaticinios
es la consolación p or el fraude: el envío de los p roblemas
del momento a la tierra sin fondo del tiemp o distante.
O bserva sin asp avientos el futuro: es tu p resente sin las
in term ed iacion es d el autoen gañ o’. […] Los m ortales se
sublevarían de no creer en su trasfondo que lo venidero es
siempre peor.

Al parecer la realidad del apocalipsis hipnotiza o ciega: causa


fascinación. H e ahí quizá la razón para permanecer por propia
voluntad en la ciudad: la necesidad de huir se hermana a la
imposibilidad de salir. La imagen que a través de sus crónicas
Monsiváis nos propone respecto a la ciudad de México es
además de abigarrada, colmada de paroxismo. Su característica
fundamental es la de ser una ciudad posapocalíptica, una
ciudad posterior al cataclismo, en la cual lo peor es un hecho
más del pasado: “(y lo peor es la población monstruosa cuyo
crecimiento nada detiene), y sin embargo la ciudad funciona
de modo que a la mayoría le parece inexplicable, y cada quien
extrae del caos las recompensas que en algo equilibran las
sensaciones de vida invivible”.
Ese no saber “si se vive la inminencia del desastre o en
m e d io d e la s r u in a s” e s u n a d e la s p re o cu p a cio n e s
constantes de la literatura que borda sobre la ciudad de fin
de siglo. Así lo exp lica otro cronista de la urbe, Juan Villoro:

En la ciudad que recorremos a diario es difícil encontrar la


causa del desastre; no hay un cataclismo que la exp lique: la

55
p laga letal, el terremoto de 11 grados, la guerra civil. La
única certeza es que estamos del otro lado de la desgracia
[…]. Vista desde fuera, la ciudad bate todos los récords del
esp anto. Desde dentro el p aisaje se p ercibe de otro modo:
ningún apocalipsis es para nosotros, aunque vivimos rodeados
d e sus sign os. Se trata p or sup uesto d e un a in ven ción
colectiva, p ero no p or ello menos real.

Con estas p alabras, Juan Villoro refrenda la mirada de


Monsiváis y recoge el eco de una ciudad fascinada ante su
p rop io caos. La idea misma de caos que p ermea todo el
texto, es otro de los rasgos de ese p os-ap ocalip sis del que
habla Monsiváis. No se trata ya solamente del caos como
op osición al orden y lo establecido, como caos p rimigenio
que posibilita la libertad o lo creativo, noción que prevalecía
en sus libros anteriores. Se trata de un caos referido al fin
de los tiemp os, a la evidencia de que la ciudad ha rebasado
sus lím ites. En la literatura urban a latin oam erican a, ese
trastocam ien to d e los lím ites se h a llevad o, d e d istin tos
modos, al p lano de la ficción: la creación de “megalóp olis
hip erreales” (el término es del crítico Carlos Rincón), como
Não verás país nenhum de Ignácio de Loyola Brandão (1981),
Cristóbal N onato de Carlos Fuentes (1987) o La virgen de los
sicarios de Fernando Vallejo (1994). En estas representaciones
literarias de la urbe latinoamericana existe otro elemento
co m ú n y q u e se r á t a m b ié n p r o p io d e la s cr ó n ica s
m on sivaian as: la violen cia y el m ied o com o sín tom as y
catalizadores de la segregación al interior de una sociedad
cada vez más desintegrada.

56
LA CAP I TAL D EL MI ED O : VI O LEN CI A Y
SEGREGACIÓN

Es un conjunto de ciudades dentro de otras que no saben entre sí de su


existencia [… ]
pues fue y es ciudad de castas y distancias abismales, hoy apartada del mundo
por retenes, guardias y plumas de estacionamientos, por laberintos privados.
An ton io García d e León

Contempla este fragmento de tu reino:


la terrible ciudad de agua y aceite
que flota sin hundirse. El equilibrio
es su feroz tensión. Y su combate
ha engendrado una paz que es tregua alerta.
José Em ilio Pach eco, El reposo del fuego

comp añando la mirada p os-ap ocalíp tica, la idea

A d e qu e la ciu d ad es u n feu d o ir recu p er able


in crem en ta esta sen sación d e la u r be com o
e sp a cio d e la vio le n cia . Si h a y u n sín t o m a d e lo s
p adecimientos de la ciudad y que la describe como ningún
otro fenómeno, es la inseguridad aunada a la imp unidad y
la injusticia. Una de las consecuencias de la globalización
económica ha sido el desmantelamiento de las p olíticas del
Estado de Bienestar y, con esto, el incremento del deterioro
de la calidad de vida de los habitantes. Como se sabe, la
p obreza —unida a la imp unidad— es la causa p rincip al de
la violencia. En la ciudad de México se cometen entre mil y
mil quinientos delitos al día, de los cuales cerca del 90%
queda sin castigo. Es esta magnitud de la inseguridad lo
que h a con ver tid o “a la violen cia en el segun d o gr an
p r o t a g o n ist a d e la u r b e , só lo a n t e ce d id o p o r la
sobrevivencia, que se ap odera del escenario p or la acción
co n ju n t a d e la ca t á st r o fe e co n ó m ica y e l m ie d o ”
(“Radiografía de la imp unidad”). Así y frente a la crisis de
las instituciones, la idea de una ciudad hostil es común a
los habitantes.

57
En el ciclo de conferencias “Ap ocalip sis y utop ía de la
ciud ad d e México” (llevad a a cabo en el m arco d el XV
Festival d el Cen tro H istór ico), Mon siváis, en for m a d e
p arodia, hizo exp lícito lo anterior:

Y en aquel día p ostrero, a todos los habitantes de la Ciudad


de México los asaltaron al mismo tiemp o, y los p rop ios
facinerosos fueron víctimas de atracos, y los hamp ones se
llevaban restos del naufragio p orque otros delincuentes se
les habían adelantado, y antes de ellos acudieron los primeros
ladrones que de cualquier manera llegaron tarde.

Por su exp ansión incesante (resultado de una migración


con stan te h acia la cap ital), la ciud ad d e México es un
p aradigma de violencia urbana: “qué p revisiones existen
contra el delito en una sociedad de masas, quién no cree
poder ocultarse tras el anonimato de millones de personas”,
se p regun ta Mon siváis. Desd e su p er sp ectiva, “lo m uy
ur ban o d e esta violen cia es su p osibilid ad absoluta d e
d isolverse en el gen tío”. En la m egalóp olis la violen cia
ap arece como p rovidencia ineludible, sustancia del destino
urbano y su vivencia. Así lo describe Juan Villoro:

En la ciudad de México imp era tal clima de violencia que la


gente más inquieta es la que aún no ha sido asaltada. Se
diría que hay una cuota de criminalidad obligatoria p ara
cada ciudadano, una suerte de impuesto por vivir en el sitio
más p oblado e incontrolable del p laneta.

Y no sólo es destino, sino también miedo cotidiano, sentido


d e la in segur id ad y cer teza a evitar : “en relación a la
violencia se está a diario en el ojo de la tormenta entre un
asalto y el p róximo, entre la tensión y los estallidos, entre la

58
falsa tran quilid ad y la m ala n oticia” (“Rad iografía d e la
imp unidad”). Para Monsiváis la inseguridad es el resultado
de “las conductas límite p rop iciadas p or la crisis del estado
d e d erech o, el p erp etuo estallid o —econ óm ico, social y
demográfico— de las ciudades, y la imp osibilidad de una
efectiva seguridad p ública, sea p or la ineficiencia de los
cuerp os encargados o p or la ‘feudalización’ imp erante en
barrios y colonias”. De ahí que describa la violencia urbana
como “el amp lio esp ectro de situaciones delincuenciales,
ejercicios de sup remacía machista, ignorancia y desp recio
d e los d erech os h um an os, tr ad icion es d e in d iferen cia
a t e r r a d a a n t e lo s d e sm a n e s, a n a r q u ía sa lva je y
desconocimiento de la norma”.
Monsiváis, con ácido humor, describe la violencia urbana
resaltando cómo en la lógica del crimen, la deshumanización
de las víctimas constituye el p rimer eslabón en la cadena
d e la im p un id ad . Ad em ás, al h acer un a p arod ia d e las
d iferen tes for m as d e rom p er la ley y con ayud a d e la
exager ación , bu sca evid en ciar la atm ósfer a d e tem or
crecien te que la violen cia gen era y las p osibilid ad es d e
teatralización de tal fenómeno social:

La boda de alta sociedad en donde los asaltantes despojan a


los asistentes y al sacerdote mismo, que en vano amenaza
con la excomunión; el asalto a un salón de clases en la Ciudad
Universitaria; la irrup ción a mano armada en una reunión
de exp ertos p ara p revenir la delincuencia.

De esta m an er a, la violen cia se vuelve sin ón im o d e lo


u r b a n o , ca r á ct e r in h e r e n t e d e la m e g a ló p o lis y, a l
interiorizarse, parte esencial de sus habitantes. Por lo demás,
el p ap el que ha jugado la violencia en la reestructuración
del esp acio p úblico es enorme. No sólo ha recomp uesto

59
“el map a de la ciudad transitable”, también ha contribuido
de manera notable a la descomp osición del tejido social.
De este modo, al mismo tiemp o que generaliza “la idea de
ciu d ad co m o bo tín o áre a abie r ta”, la co n se cu e n cia
p rincip al de la violencia ha sido el desp ojo imaginario y
real del esp acio p úblico:

La violencia nos desaloja de las calles, nos encierra doblemente


en nuestras casas […] modifica la intuición hasta volverla
depósito de miedos ancestrales, se aterra ante la propia sombra
porque no se sabe si el inconsciente va armado y, por último,
nos convence de que la ciudad, en el sentido de sensaciones
de libertad, es progresivamente de los Otros y es cada vez más
el reino del Otro y de lo Otro, aquello que dejó de pertenecernos
cuando aceptamos que la violencia es por lo pronto indetenible,
sabiendo en el fondo que este ‘por lo pronto’, dadas las
características de la urbe, es a largo plazo.

En ese sentido, la reacción ante la violencia y el miedo que


ésta p rop icia ha generado nuevas formas de exclusión. Si
bien no ha desap arecido ese texto citadino que conforma,
en la historia de su aglomerada confusión, la vida en las
calles, de alguna manera en el esp acio p úblico se han ido
can celan d o liber tad es an tes h abituales y segregan d o o
p r iva t iza n d o e sp a cio s a n t e s p ú b lico s. Se g ú n Ga rcía
Ca n clin i, la d e sco m p o sició n d e l e n t o r n o u r b a n o e s
ca r a ct e r íst ica d e la s m e g a ló p o lis g lo b a le s. Es e st a
transformación de la forma en que se concibe y utiliza el
esp acio urban o lo que buscarán retratar las crón icas d e
Monsiváis, p oniendo el acento en los nuevos modelos de
segregación esp acial al interior de la urbe:

60
Al extenderse la ciudad, se circunscriben sus habitantes, cada
residencia necesita de un pequeño ejército para mantener su
dignidad que es sinónimo de funcionalidad, los departamentos
son más pequeños y los techos más bajos, las multitudes más
compactas, las masas se precipitan en un metro cuadrado, las
colas se alargan. Se reduce el ámbito a la disposición de cada
uno y se engrandece el recuerdo de lo que casi nadie ha vivido:
las casas amplias, el tiempo sin prisa, las calles vacías. […] En
la megalópolis todo tiende a comprimirse. […] El ensueño
secreto es la obtención de espacio.

En las últimas décadas, en cuya directriz se halla la apertura


de la economía inscrita en un proyecto de desarrollo neoliberal,
un a serie d e p rocesos y n uevos fen óm en os sociales h an
afectado el panorama urbano y le han dado un nuevo rostro a
la ciudad de México. Entre ellos destacan la rehabilitación
residencial, la transformación de la estructura de clase y la
p r ivatizació n d e l co n su m o y lo s se r vicio s. Estas
transformaciones han provocado una desestructuración de
la experiencia citadina, claramente visible en la “atomización
de las prácticas simbólicas”, así como en la visión cada vez
más parcelada de los movimientos culturales y políticos. Los
cam bios d e la ciud ad resp on d en d e algún m od o a esas
condiciones que las nuevas redes de la globalización han
generado. Existen sobre todo dos procesos muy visibles que
van de la mano: al mismo tiempo que la globalización ha
p rop agado esp acios exclusivos, h a multip licado esp acios
periféricos. La globalización posee un doble efecto: por un
lad o p oten cializa las m ás avan zad as form as d e libertad ,
recreación y satisfacción de necesidades, pero por otro lado
exacerba la desigualdad, la discriminación y la marginalidad
de aquellos sectores vulnerables a sus efectos negativos. Así, la
dinámica de la exclusión e inclusión transforma el paisaje
urbano, creando cotos de privilegio y espacios de marginación.
Este doble fenómeno ha sido leído, desde distintos contextos,

61
co m o u n p ro ce so co n t r a d ict o r io o p a r a d ó jico d e la
modernización. La recomposición de espacios tales como
Santa Fe, Xochimilco, el Centro H istórico y algunos otros
fenómenos son claro ejemplo de ello.
Al r e fe r ir se a la s t r a n sfo r m a cio n e s q u e la s u r b e s
modernas han sufrido en la segunda mitad del siglo XX,
Marshall Berman, en su libro Todo lo sólido se desvanece en el
aire, afirmaba la creación de esp acios aislados que buscaban
ordenar las ciudades heredadas del siglo XIX: “En el nuevo
medio urbano […] la antigua calle moderna, con su voluble
mezcla de p ersonas y tráfico, negocios y viviendas, ricos y
p obres, ha sido ordenada y dividida en comp artimentos
sep arados, con entradas y salidas estrictamente vigiladas y
con trolad as”. Esto im p licaba al m ism o tiem p o que un
p roceso de ordenamiento, un p roceso de exclusión social
muy p roblemático donde la vivencia y el disfrute urbanos
se veían seriamente limitados. Resp ecto a estas zonas del
exclusivismo, Monsiváis dice así: “La élite se resigna, da
p or concluido su libre disfrute de las ciudades y se adentra
en los ghettos del p rivilegio: ‘Aquí todo funciona tan bien
que p arece que no viviéramos aquí’. Y lo exclusivo quiere
comp ensar p or la desap arición de lo urbano” (Los rituales).
La p rivatización de lo p úblico revela el miedo a lo distinto,
el rechazo material y simbólico de las masas. De tal modo,
la obra cronística de Monsiváis p uede ser leída como un
catálogo de los disp ositivos de inclusión y exclusión que la
socied ad gen era: la crón ica m on sivaian a es tam bién la
crónica de los modos de p rohibir y censurar en la sociedad
mexicana.

62
N UEVA B ABEL: DESTERRITORIALIZACIÓN Y
MULTICULTURALISMO

Viene entonces el mundo


a desgarrar por dentro mis fronteras.
Jaim e Labastid a, Plenitud del tiempo

l su btítu lo d el ú ltim o texto in clu id o en Los

E rituales… “El ap ocalip sis en ar resto domiciliario”


refiere a esta sensación de op resión que la ciudad
genera debido a la violencia y la privatización de los espacios
p úblicos, ahora contenidos en demarcaciones restringidas.
Este uso p rivado y p rivativo de la ciudad refuerza la cada
vez m ayor fr agm en tación d el esp acio ur ban o. En un a
edición corregida de Los rituales… , Monsiváis incorp ora un
nuevo texto sobre el metro: “La hora de Robinson Crusoe.
So b r e e l m e t r o la s co r o n a s”. En é l r e a fir m a e st a
transformación de la vivencia citadina:

H oy, sólo en algunas zonas cap italinas se p reserva el uso


antiguo de la Calle, ya más bien tramp a mortal o recorrido
sin p rop ósitos de lento disfrute. […] En el reemp lazo de la
Calle están el Mall (temp lo de un consumismo más visual
que monetario, ejercicio ap to no tanto de las adquisiciones
como de la resignación), las oficinas de las grandes empresas,
los estadios futboleros… y el Metro ¡Qué modo de convertir
los andenes en avenidas, qué maestría para hacer de un vagón
la Plaza Mayor del viaje, qué técnicas de urbanidad en donde
sólo parece florecer el trituradero de cuerpos!.

Si en p rincip io se configuran nuevas maneras en que la


ciud ad se feud aliza, p or otr a p ar te h ay un p roceso d e
dester ritorialización, es decir, una sustitución del esp acio

63
p úblico (p lazas, p arques, teatro, cine) p or la intimidad del
hogar (televisión, video, teléfono, internet) o p or esp acios
de tránsito como los medios de transp orte o los medios
m asivos d e com u n icación . A d iferen cia d e la ciu d ad
trad icion al, en la “m egalóp olis p osm od ern a” el uso d el
esp acio h ace referen cia a form as n oved osas d e h abitar,
creando esp acios de rasgos muy distintos. Según Susana
Velleggia este p roceso de dester ritorialización consiste en
la p érdida de una de las funciones p rincip ales de la urbe:
ser esp acio de identidad, en aras de convertirse en ámbito
de cruce y circulación de flujos. Lo anterior induce a p ensar
que la ciudad cada vez p ierde más su cap acidad de integrar
un comunidad socio-p olítica.
En p rincip io hay una p érdida del uso p úblico de lugares
antes rep resentativos o emblemáticos, al mismo tiemp o que
hay una tendencia a p rivilegiar lo que Marc Augé llamó
‘no lugares’, esp acios del anonimato, dester ritorializados y
deshistorizados como son los centros comerciales o el metro,
lugares creados con la finalidad de dinamizar la circulación
de las p ersonas y de los bienes. En suma, lugares aislados,
con menores referentes de sentido que los distingan unos
de otros y que constituyen los nuevos esp acios rituales de
la sociedad moderna. Lo anterior p uede verse muy bien
d escr ito en la d r am atización que Mon siváis h ace d e la
exp eriencia de viajar en metro:

Si el Metro es la Calle, la más abigarrada de las calles,


fracasan de antemano los que allí, en ese esp acio que se
vuelve únicamente tiemp o, quieren p oner de relieve su
elegancia o su atractivo o su guapura o su exuberancia física.
En atmósferas tan restringidas, el p roblema de los seres
protagónicos es la falta de garantías visuales […] sin la buena
suerte de un vagón semivacío, ni caso tienen los movimientos
que delatan los años de gimnasio. Soy un cromo, se dice la

64
muchacha, p ero no p or eso me van a ceder el asiento. Así
son los feos de envidiosos.

No obstante, si p ara Augé el metro es un no lugar p rop io


de la condición p osmoderna, p ara Monsiváis constituye un
e sp a cio m o d e r n o d o n d e se e st a b le ce u n ju e g o d e
id en tid ad es. En cuen tros y d esen cuen tros en tre d iversas
formas de rep resentación y autorep resentación:

Sin demasiado énfasis, cada viaje en el Metro saca a flote


cuestiones de la edad y la p osición social, de la timidez y la
desinhibición, de la simpatía y la altanería, del carisma sexual
y la invitación a la castidad. Con tal de distraerse, el viajero
enlista las cualidades perceptibles de los demás, y si no se le
antojan los p roblemas acep ta que el derecho ajeno se inicia
en la p retensión de ser distintos.

También de ahí que el espacio urbano que inventa Monsiváis


se p resen te com o un m on taje d e sím bolos. Ya d esd e la
p ortada que ilustra una escena al interior de un vagón del
metro, en Los rituales… reúne una serie de p ersonajes e
iconos de la cultura p op ular que conviven en el imaginario
colectivo que con str uye la ciud ad 5 . N o obstan te, esos
símbolos se mueven en un camp o donde hay conflictos de
valor y p oder, de modo que se encuentran en constante
confrontación p or la legitimidad y el sentido. Así, en la
crónica monsivaiana observamos ante todo una sociedad

5 En la p ortad a d e la ed ición corregid a d e Los rituales… , el esp ectáculo d e la


calle sustituye al d el m etro: un a escen a en la que se observa el tráfico im p osible
d e sup erar, las m arch as siem p re p revistas e im p revistas, el festejo p atrio, el
h acin am ien to al in terior d el tran sp orte colectivo, los ven d ed ores am bulan tes,
así com o un a p eregrin ación . Y en m ed io d e tod a esa turba, Mon siváis an otan d o
en su libreta.

65
e n co n flict o . En u n a é p o ca e n q u e lo s p ro ce so s d e
mundialización económica transforman las identidades y
gen er an n uevos con flictos in tercultur ales, lo p rop io se
construye de forma cada vez más urgente a p artir de cómo
imaginamos a los otros.
En un p oema de Árbol adentro, O ctavio Paz definía la
con d ición urban a d e esta m an era: “h ablo d e la ciud ad
inmensa, realidad diaria hecha de dos p alabras: los otros,/
y en cada uno de ellos hay un yo cercenado de un nosotros,
un yo a la deriva”. La ciudad de la que Monsiváis habla es,
como en el p oema de Paz, una ciudad en la que el otro no
es algo lejano y ajeno, sino que nos rodea a toda hora y de
cuyo contacto cercano no p odemos librarnos. Con ello, el
con flicto d e la alterid ad y el m ulticulturalism o ap arece
como constitutivo de la realidad urbana.
Si algo car acter iza a la ciu d ad es su d iver sid ad y
multiculturalidad, p or ser un lugar en el que la hibridación
es p rop icia. En Los rituales… este sentido de la mezcla está
rem arcad o p or algun os d e los tem as que abord a en sus
crónicas: el sincretismo religioso, el mestizaje cultural, la
forma en que se mezcla lo nacional y lo global, lo tradicional
y lo moderno, lo p op ular con lo artístico. No obstante, la
escritura de Monsiváis ap unta a mostrar las contradicciones
qu e p revalecen en la ciu d ad en tre la d iver sid ad y la
tolerancia, entre la exclusión y el resp eto a la diferencia. La
megalópolis

desata multitudes en perpetuo movimiento, el rush hour que


ni comienza ni termina, los aeróbics de la búsqueda de
emp leo, el tráfico que es inmersión en la lentitud. […] En
las esquinas más concurridas, al acecho de la luz roja, dos o
cinco o siete o doce personas asedian los sentimientos, o los
caprichos del automovilista al que le ofrecen chicles o dulces,

66
juguetes o klínex, o baterías de cocina o navajas suizas.
Mientras el cliente se decide, los esquineros tragan fuego o
p ractican acrobacia; incluso, y p ara matizar el show, asaltan
con revólveres y p uñales. La desesp eración cubre la ciudad
de esp ectáculos comp ulsivos.

Para Monsiváis las formas de vivir y habitar la ciudad son


m últip les. Cad a grup o social con form a su id en tid ad d e
acuerd o a la form a en que se sien ten id en tificad os con
ciertas actitud es, ciertas exp resion es lin güísticas, ciertos
ídolos, ciertas imágenes de sí mismos y ciertos esp acios:
“hay una serie de estrategias colectivas e individuales que
la ciudad p one en juego […], la gente de esta ciudad tiene
siem p re m uch os rostros y m uch as id en tid ad es. N o vive
inmovilizada en una definición, vive diversas identidades”,
afirma Serge Gruzinski. Según él, la multiculturalidad no
suprime las luchas ideológicas y sociales, las discriminaciones
entre distintos estratos ni las exclusiones de los p rocesos
p rod uctivos:

Desde la Conquista, y tal vez desde antes, la ciudad de


México se caracteriza por ser un lugar donde culturas y grupos
se mezclan. Esto no quiere decir que la ciudad carezca de
contradicciones sociales, d e conflictos o de p rocesos de
d om in ación y exp lotación ; aquí los m un d os ch ocan , se
enfrentan, se entrelazan.

Así, y de acuerdo con Gruzinski, la descrip ción de la ciudad


de México que realiza Monsiváis es la de una Babel que se
d esgar r a en la d isp u ta p or el recon ocim ien to d e las
identidades y que p or ello p resenta una alta p arcelación
del espacio público, en el cual incluso los excluidos excluyen.
En ese esp acio p úblico fr agm en tad o las p rem isas d el

67
m o d e r n o e sp a cio p ú b lico d e m o cr á t ico (p e r m it ir la
m ulticultur alid ad , resp etar la alter id ad y p rop iciar la
circulación de la diversidad) se ven cuestionadas y ap arecen
como casi inexistentes.

68
EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO: FRAGMENTACIÓN ,
DESCENTRAMIENTO Y SIMULTANEIDAD
Una ciudad dentro de otra ciudad que contiene a otra ciudad.
José Em ilio Pach eco

Las ruinas son lo más viviente de la historia, pues sólo vive históricamente
lo que ha sobrevivido a su destrucción.
María Zam bran o, El hombre y lo divino

na de las constantes que p uede reconocerse en la

U p rosa de Monsiváis es la imagen concreta y diaria


d el p os-ap ocalip sis a través d e la id ea d e un a
ciu d ad en r u in as. Don d e el vín cu lo en tre el esp acio
institucional y los ciudadanos se ha roto o es abismal, aparece
la ciudad como escenario del caos, del desastre duradero.
Según Monsiváis, la vida cotidiana en la ciudad no es otra
cosa que una actividad de sobrevivientes. Por ello afirma
que “n os m ovem os en tre las r uin as in stan tán eas d e la
m o d e r n id a d ”. L a p e r sp e ct iva se g ú n la cu a l t o d a
modernización viene acomp añada p or un feroz p roceso de
in n ovación y d estr ucción , h a sid o estud iad a d e for m a
reveladora por Marshall Berman. Según Berman, el sentido
de la modernidad es “la autodestrucción innovadora”: todo
lo que se construye tiene como p aradójico fin ser destruido,
en un p roceso con tin uo sin fin . Por ello es que afirm a,
siguiendo la frase y el p ensamiento de Marx, que “todo lo
sólido se desvanece en el aire”. Para Berman el “desar rollo
in sa cia b le h a d e ja d o u n a e st e la e sp e ct a cu la r d e
d e va st a ció n ”. En e se se n t id o , “la t r á g ica iro n ía d e l
urbanismo […] es que su triunfo ha contribuido a destruir
la misma vida urbana que esp eraba liberar”.
La m an er a en que la m od er n ización tr an sfor m a las
ciudades hasta convertirlas en ruinas había sido elaborada
an teriorm en te p or Walter Ben jam in . Para Ben jam in , la
historia constituía un p aisaje en ruinas donde “lo moderno

69
se p r ueba com o su catástrofe”. El fin al d e sus ap un tes
titulados París, Capital del siglo XIX, remite a tal visión: “Antes
de que se desmoronen, empezamos a reconocer como ruinas
los monumentos de la burguesía en las conmociones de la
economía mercantil”. De algún modo, Monsiváis comp arte
esta visión trágica en torno a las ruinas. Según él, la primera
y última definición de la ciudad —hacerse sobre ruinas—
p roviene de su origen violento. Construida sobre las ruinas
de Tenochtitlan, cap ital del imp erio azteca, la ciudad de
México ha sido edificada a costa de otras ciudades, sobre
la destrucción de otros esp acios simbólicos. Como afirma
Gonzalo Celorio:

La historia de la ciudad de México es la historia de sus


sucesivas d estruccion es. Así com o la ciud ad colon ial se
sobrep uso a la ciudad p rehisp ánica, la que se fue formando
en el México independiente acabó con la del virreinato, y la
ciudad posrevolucionaria, que se sigue construyendo todavía,
arrasó con la del siglo XIX y los p rimeros años del XX,
como si la cultura no fuera cosa de acumulación sino de
desplazamiento.

Según esta lectura, la ciudad, fundada p or la violencia, a


medida que se desarrolló integró ese acto a su constitución
—tal violen cia se volverá con tra la ciud ad m ism a en el
futuro.
Las crónicas de Monsiváis sobre el ter remoto de 1985
retratan lo anterior: el ter remoto materializó el desastre de
un a socied ad fragm en tad a e h izo p aten te lo que ya era
condición citadina: las ruinas. La ciudad ap areció como
un mundo que tiende al fragmento y a la fragmentación
de sus restos. La Ciudad de los Palacios se convirtió, de un
momento a otro, en ruinas, mas no fue casual: le p ermitió

70
mostrar un rostro que tuvo siemp re oculto. El ter remoto
de 1985 es p or ello uno de los momentos históricos que
marcarán un cambio en la concepción de lo urbano, el inicio
p ara algunos de la ciudad p osmoderna; o cuando menos,
la evid en cia d e la cr isis d e la m od er n id ad ur ban a en
México 6 . En Entrada libre. Crónicas de la sociedad que se
organiza Monsiváis habla sobre ese cambio radical:

De la conmoción surge una ciudad distinta (o contemplada de


modo distinto), con ruinas que alguna vez fueron promesas de
modernidad victoriosa […] En un instante las seguridades se
trituran. Un paisaje inexorable desplaza al anterior […], la
desolación es el mar de objetos sin sentido, de edificios como
grandes bestias heridas o moribundas. […] Al caer los edificios
el polvo se convierte en un velo oscuro sobre una zona muy
vasta. […] Los signos de la catástrofe se prodigan: humo, sirenas,
llamadas de auxilio. […] En apenas cuatro o cinco horas, se
conforma una ‘sociedad de los escombros’. […] Se suspende la
indiferencia y durante unos días la ciudad […] ensalza las
mínimas victorias sobre la destrucción. […] Estalla la visión
tradicional de la vida urbana entre un maremágnum […], el
terremoto difunde otra certeza colectiva: se ha llegado en la
Capital al límite. […] En plena emergencia se opera y se amputa
entre las ruinas.

Como si fuese un enamorado de las civilizaciones difuntas o


en tr an ce d e m uer te, a Mon siváis lo m ueve “la visión
arqueológica de la catástrofe” de la que hablaba Benjamin. El
flâneur finisecular deambula entre escombros. Las ruinas
expresan una crisis: la imposibilidad de seguir pensando a la

6 Son varios los autores que ven a la ciud ad d e México d e los añ os n oven ta
com o un esp acio d e rasgos rad icalm en te d istin tos a la ciud ad im agin ad a añ os
atrás. Para José Em ilio Pach eco p or ejem p lo, la ciud ad “p ost-ap ocalíp tica” es
“la ciud ad p ost-terrem oto d e 1985 y p ost-Cristóbal N on ato”.

71
ciudad en términos tradicionales. Con ello, la ciudad deja de
ser unidad para volverse fragmentos difíciles de ser restituidos.
Las ruinas causadas por el terremoto —que Monsiváis asume
com o revelad or as d e la verd ad er a con d ición ur ban a—
exp resan d e for m a feh acien te la visión d e un a ciud ad
fragmentada y hecha p edazos. Causadas p or un desastre
natural representan, sin embargo, una violencia que prevalece
como efecto de las transformaciones del progreso, como signo
de una modernidad contradictoria.
De este modo, la mirada p anorámica que sobre la ciudad
n os ar roja la crón ica m on sivaian a es el resultad o d e los
cambios que la ciudad ha vivido en las últimas décadas, de
acuerd o con las p rin cip ales ten d en cias y efectos que la
globalización ha ejercido sobre la realidad urbana. En primer
lugar puede decirse que la globalización ha desestructurado
en varios sentidos la forma de concebir la ciudad, así como
la m a n e r a e n q u e se le h a b it a b a . En p r in cip io , h a
tr an sfor m ad o la id ea m ism a d e ciu d ad en tan to qu e
totalidad. Éste, sin embargo, no es un efecto solamente de
la globalización. El p ensamiento llamado p osmoderno, al
p lantear “el fin de los grandes relatos”, ha trastornado la
p osibilid ad d e p en sar la realid ad social com o ú n ica,
h om ogén ea y com p leta. De este m od o, la ciu d ad h a
adquirido una faz heterogénea, fragmentaria y disp ersa.
“Tan to es así qu e la ciu d ad p u ed e ser vista com o u n
caleidoscop io enloquecido en el cual se mueven graffiti,
collages, m on tajes, br icolages, p astich es, vid eoclip s,
d escon str uccion es, sim ulacros, vir tualid ad es” (O ctavio
Ian n i).
Otro de los rasgos de este fenómeno es la pérdida de un
so lo ce n tro p a r a la u r be . En u n a cr ó n ica so bre la s
transformaciones simbólicas que ha sufrido el Zócalo y el
centro histórico, Monsiváis afirma: “el Zócalo ya no es el centro
de la ciudad, México ya no tiene centro, sólo interminables e

72
inabarcables kilómetros que es preciso recorrer antes de ir a
cualquier parte”. La idea sobre el centro en una ciudad global
se ha transformado para dar paso a una multiplicidad de
centros; y por tanto de unidades sociales que giran en torno a
cada uno de ellos: de ahí se deriva la existencia de múltiples
ciudades al interior de la metrópoli.
Al h ablar d e su libro La guerra de las imágenes. De
Quetzalcóatl a Blade Runner, Serge Gruzinski afirma: “Este
libro es un intento de exp licación de las distintas ciudades
q u e h a n exist id o a q u í: ciu d a d p re h isp á n ica , ciu d a d
renacentista, ciudad bar roca, ciudad ilustrada, la del siglo
XIX, la d e la Revolución , la d e la m od ern id ad —h asta
1985— y p or último la ciudad p osmoderna —a p artir de
1985”. En ese mismo sentido, la ciudad monsivaiana no es
u n a, sin o m u ch as: “Don d e cu p o u n a ciu d ad , cabr án
cincuenta”, afirma. La ciudad monsivaiana tiene el sentido
del rizoma descrito p or Deleuze y Guattari. Esta ciudad
rizomática se halla construida con base en los p rincip ios
del rizoma: la conexión, la heterogeneidad, la rup tura, la
m ultip licid ad y el m ap eo. La ciud ad con cebid a com o
laberinto rizomático no tiene p rincip io ni fin; se rep roduce
hacia el infinito, es la tor re de Babel p or excelencia, cuyo
p ro ye ct o e s in t e r m in a ble y su s id io m a s ex p re sa n la
multip licidad de mundos contenidos en ella.
Por otra p arte, la diversidad y heterogeneidad urbanas
se exp resan también como simultaneidad de tiemp os. Este
asp ecto es uno de los rasgos elaborados continuamente p or
la literatura urban a d e la cap ital. La ciud ad d e México
confunde sus ép ocas, que se sup erp onen y cohabitan en el
m ism o esp acio. A d ecir d e Mon siváis, tal es un a d e las
sin gular id ad es d e un a ciud ad que se d ebate en tre “lo
moderno y lo p remoderno”: “¿Qué es entonces lo distintivo
d e la cap ital? Si qu erem os p rom over sin gu lar id ad es,
diremos que la coexistencia p acífica y violenta de lo Antes

73
y lo de Ahora, que se enfrentan, se emp arejan, se fusionan,
se distancian, sin darse tregua, sin admitir las semejanzas
de la contigüidad”.
Respecto a esta contigüidad de tiempos, resulta interesante
concebir a la urbe en su dimensión temporal. El sentido de la
ciudad como unidad de tiempo sólo puede ser explorado en
las diversas relaciones y vivencias que se dan en un mismo
territorio. En una crónica de Los rituales… Monsiváis describe
la convivencia de tiempos en un solo espacio, lo cual se concibe
como sincretismo temporal:

En el atrio, por los siglos de las horas, los danzantes ejercen


su monomanía […], el Caballero Águila se asocia a Octagón,
el Tlatoani es p areja de El Santo, el Enmascarado de Plata,
y el volador de Pap antla alternan con Sp ider Man. Si el
motivo es p iadoso, el uso de lo actual lleva su p erdón a
cuestas. El nuevo sincretismo es muy sencillo, admite las
mezclas p orque las considera variaciones de un tema del
siglo XVI, y no tiene sentimientos de culp a p orque eso
dificulta el matrimonio entre la industria cultural y el legado
cósmico. En el sitio del siglo XVI, el show.

A través de esta hibridación de tiemp os, Monsiváis hace


dialogar a los distintos referentes culturales que habitan la
ciudad, ya sea que provengan del pasado o de los fenómenos
m ás con tem p or án eos. En ese sen tid o, p ar a Mon siváis
conviven —no sin problema— la tradición y la modernidad,
lo cual p uede verse en la yuxtap osición de ép ocas a la que
alude, desde sus inicios, su obra:

En las condiciones actuales de semi-orden y semi-caos, la


interrelación de los tiempos equivale a la fusión de los tiempos.
No hay coexistencia de lo p rehisp ánico, lo colonial y lo

74
neocolonial. En forma simultánea, un minuto expresa todas
las épocas, todas las sensaciones históricas. Quizás por eso sea
tan exigua, tan precaria la vitalidad contemporánea en México,
porque la presión de lo no resuelto […] se interpone siempre,
inexorable (Días de guardar).

En la idea de ap ocalip sis y de caos se halla ya inscrita, p or


lo demás, esta sup erp osición de tiemp os p rovocada p or el
avan ce d e la m od er n ización en u n a socied ad tod avía
tradicional. A diferencia de las ciudades europ eas donde la
relación con el p asado es de una indep endencia relativa,
en la ciudad que Monsiváis describe, la disp uta en torno al
p asado (o a los p asados del p aís) se halla aún en constante
conflicto. Frente a lo nuevo, la ciudad tradicional no olvida
su pasado: lo decanta, lo disuelve y reinscribe en el presente,
crean d o un h íbrid o cultural. En ese sen tid o, la id ea d e
(p os)ap ocalip sis no sólo hace evidente una simp le mezcla
de tiemp os, sino que también revela las angustias colectivas
en torno a la novedad y el cambio (elementos constitutivos
de la modernidad). Así, el p roceso de modernización hace
d e la ciud ad un esp acio am biguo y p lur al, en el cual
tradición y modernidad conviven y se enfrentan creando
una mirada p aradójica en torno a la urbe.

75
76
CIUDAD DE DOBLE SIGNO: HORIZONTE POPULAR
Y MODERNIZACIÓN CULTURAL

Quien ama las estrofas, también ama las catástrofes;


quien está a favor de las estatuas, tiene que estar también a favor de las
ruinas.
Gottfried Ben n

La pasión destructiva es a la vez ansia creadora.


M. H . En zen sberger

omo se ha visto, uno de los efectos de los cambios

C acontecidos en las últimas décadas es la virtual


transformación del esp acio p úblico y de la forma
en que se le concibe. En una entrevista sobre su regreso a
México, luego de 27 años de constante p eregrinar fuera
del p aís, Sergio Pitol confesaba: “simp lemente ver en qué
se ha transformado esta ciudad que fue una maravilla es
tener una imagen cercanísima del desastre”. Esta condición
de op resión y deshumanización del esp acio urbano, es uno
de los rasgos fundamentales que caracteriza la descrip ción
de las megalóp olis de fin de siglo. Una manera de entender
cómo rep ercute tal condición urbana en la escritura es lo
que afirma Christop her Domínguez Michael en un ensayo
sobre la llamada “literatura basura”: “Es una gran ventaja
p ara un escritor contar con una ciudad como el Distrito
Fed er al p ar a cor robor ar su n áu sea an te la con d ición
humana. Basta salir a la calle p ara adueñarse del más atroz
y justificado de los miserabilismos”.
Para el caso de Monsiváis, la afirmación anterior resulta
en buen a m ed id a cierta. La d ecad en cia se h a vuelto un
r asgo d e la con d ición ur ban a que sus textos d escr iben
continuamente. No obstante, si bien esto explica la nostalgia
h acia u n a ciu d ad p e rd id a, n o h ace com p re n sible la
continuidad del amor p or la urbe. Jean Marie Gustave Le
Clézio escribió que “el arte sup remo del nar rador radica

77
en el dominio de las ambigüedades”. En Monsiváis hallamos
a la vez un amor p rofundo p or la ciudad y una aversión
total hacia sus realidades irrisorias. Cómo amar a una ciudad
en la cual es casi im p osible cam in ar sin la certid um bre
(urdida en p aranoia) del p osible asalto. “Yo te amo, ciudad,/
p orque la m uer te n un ca te aban d on a” escr ibió Gastón
Baquero en su “Testam en to d el p ez”. Y Borges h izo lo
p rop io resp ecto a Buenos Aires: “No nos une el amor sino
el esp an to/ ser á p or eso que la quiero tan to”. ¿Cóm o
en ten d er este r asgo am bivalen te p resen te en tod a la
literatura citadina?
Existe un doble movimiento característico de la literatura
urbana, una exp eriencia dual que exp resa la contradictoria
relación de los escritores (y los habitantes) con su ciudad:
e sta am big ü e d ad su p o n e u n re co r r id o q u e va d e la
seducción al odio, del rechazo, al amor desmedido. Según
Ma r sh a ll Be r m a n : “To d a s la s fo r m a s d e l a r t e y e l
p ensamiento modernistas tienen un carácter dual: son a la
vez exp resiones del p roceso de modernización y p rotestas
co n t r a é l”. La ciu d a d g e n e r a e n su s h a b it a n t e s u n
sentimiento ambiguo que reúne las afrentas de su sordidez
con la seducción de su bizarra belleza, el temor ante sus
anuncios ap ocalíp ticos en conjunción con la atracción que
esas mismas p remoniciones causan. Así, afirma Berman,

Esta ironía ambivalente resultará ser una de las actitudes básicas


hacia la ciudad moderna. Una y otra vez en la literatura, en la
cultura p op ular, en n uestras con versacion es cotid ian as,
encontraremos voces como ésta: cuanto más condena la ciudad
el que habla más vívidamente la evoca, más atractiva la hace;
cuanto más se disocia de ella, más profundamente se identifica
con ella, más claro está que no puede vivir sin ella.

78
Esta am bigüed ad exp resa n o sólo un con flicto d e quien
describe a la ciudad, sino también respecto a la posición que
el escritor asume frente a la cultura popular. Tal posición es
uno de los aspectos relevantes para entender qué sentido
político se propone al interior de un texto narrativo. En la
obra de Monsiváis existe una actitud doble frente al mundo
popular que va del desencanto a la fe. Tal ambivalencia aparece
en muchas crónicas como un juego en la voz narrativa:

Mi voto in con d icion al p or las trad icion es se tam balea.


¿Cómo es posible? Y sí, sí lo es. La congregación está leyendo
la letra de “Las Mañanitas”, en p ap elitos obsequiados a la
entrada. Si el pueblo no se sabe de memoria “Las Mañanitas”,
¿qué destino le esp era a la Constitución de la Rep ública?

En “La h or a d el con sum o d e em ocion es. Vám on os al


án gel”, Mon siváis p on e en escen a este con flicto. La voz
o m n iscie n t e d e l cr o n ist a se ex p r e sa a t r a vé s d e u n
p ersonaje, Juan Gustavo Lep e, fanático del fútbol, quien
luego de la victoria de su equip o, camino al Ángel de la
Independencia, recuerda un debate televisivo sobre este tipo
d e celebracion es. Con ello Mon siváis escen ifica en esta
crónica una esp ecie de lucha interior del cronista que se
debate entre la admiración a los festejos del “p ueblo” y el
desengaño de lo que significan:

‘¡Sí que estos jóvenes logran maravillas con sus tatuajes


efímeros! […] ¡Sí que son vándalos!’, reacciona Juan Gustavo
enconadamente. ‘¿De qué se trata, de darle la razón a los
críticos? La chusma, y no hay p alabra más descrip tiva al
resp ecto, se ufana ahora de su machismo y de sus ansias de
posesión […] ¡Qué horror! Esto que sucede aquí a unos pasos
es un intento de violación tumultuaria’.

79
De igual modo, el conflicto se hace p resente resp ecto al
p ap el del cronista. El p ersonaje que Monsiváis describe es
una esp ecie de alter ego que se encuentra indeciso durante
toda la crónica entre la p articip ación y el mantenerse al
margen de la fiesta interp retando su sentido:

¿Efectivamente, como se dijo en el programa, esta multitud y


p or en d e el p aís en tero, h a m ecan izad o su p roceso d e
carnavalización? […] Juan Gustavo se detiene y se autocritica.
¡Qué cosas le hace decir su mente tan débil a las incitaciones
del rollo! Él quiere hacer a un lado las hipótesis mamonas y
entrarle a las porras. […] ¿Para qué perder el tiempo con
elucubraciones si la ciudad se ha vuelto un desmadre óptimo?
[…], qué mala onda! El día que gana México, él con la conciencia
dividida […], ahora localiza en su evocación una de las teorías
que más le perturban: si actúan así las legiones de fans en el
Ángel es porque el civismo se ha ido atrofiando. […] ‘¿Qué
estoy diciendo?’, Juan Gustavo, aturdido por el sube y baja de
sus pensamientos, busca recuperarse y se sumerge en el tumulto.
[…] ‘¿A qué vine: a musitar sandeces o a desfogarme?’

Resp ecto a este conflicto, la crónica termina con la imagen


que del cronista Monsiváis ya ha asumido 7 : ser ante todo
un comp ilador y un testigo: “Y él salta y salta, y p ronto se
detiene, y se ap arta de la masa y anota en un cuadernito
sus reacciones” dice su alter ego en Los rituales.
Por su parte, el propio Monsiváis confiesa y está consciente
de esa actitud contradictoria frente a lo popular. Al pedirle un
entrevistador que se responda la pregunta que siempre ha
querido que le formulen, dice: “¿Por qué tu relación tan viva

7 En un a en trevista Mon siváis afirm a: “H ay m om en tos en que sí m e


h ubiera gustad o in terven ir. Pero fin alm en te, vuelve a rein ar la fuerza
d el testim on io y p erm an ezco en m i sitio”.

80
con un a socied ad cuyas tr ad icion es en su m ayor ía n o
reconoces o no te interesan?” Y él mismo se responde:

Reconozco el imp ulso formidable de creación colectiva,


reconozco lo muy notable de la tradición cultural, y ahí me
detengo. No soy guadalupano, no me gusta el fútbol, detesto
las corridas de toros, nunca he bebido tequila, no tengo
comp adres, y así sucesivamente. Pero según creo, es muy
viva mi relación con la p arte del p aís que me imp orta, y me
desentiendo de todo lo demás en niveles que van de la
indiferencia al rechazo a ultranza.

No obstante, este conflicto narrativo presente en toda su obra


se resuelve a través de una convicción: la cultura popular es el
esp acio d on d e se h ace p osible “la con figur ación d e la
alternativa”. Al hacer una revisión de la literatura que aborda
“lo popular”, Monsiváis se distancia de la tradición canónica
que retrata al pueblo como “la entidad carente de conciencia
de sí”, el sujeto sin capacidad de raciocinio: “Muchos de los
mejores escritores, al describir los sucesos de la plebe, se
reservan el derecho de un lenguaje clásico donde el estilo
literario sea la distancia espiritual. Para contener la irrupción
de la gleba, conviene el valladar de la Alta Cultura” (Del rancho
al internet). Para Monsiváis, esta concepción de lo popular fue
mantenida por la ciudad letrada como un modo de ejercer el
poder y la intolerancia:

Si toda ciudad es un retrato del Poder desmesurado y fiel, la


cap ital de México crece, con gran don de síntesis, a imagen
y semejanza del autoritarismo colonial, y la cultura urbana
de hoy hereda simultáneamente las leyes del desarrollo
cap italista y las veleidades p sicológicas de un desp otismo
ilustrable (Cultura urbana y creación intelectual).

81
Contra el elitismo en torno a la ciudad, Monsiváis confiesa
que su p rop io p roceso d e urban ización le p erm itió un a
actitud distinta en torno a la urbe:

Mi pedantería insufrible duró hasta la preparatoria, y luego


emp ezó a ceder ante la fascinación de la ciudad de México,
que me docilizó o me flexibilizó. Era tan intensa la ciudad
de México en los cincuenta, de un modo rep resivo p ero
vehemente, que sup e, no con estas p alabras, sí con esta
actitud, del sin sentido de vivir exigiendo conocimientos,
p orque finalmente así no entendía nada.

Fren te a los p r in cip ios d e la ciudad letrada, que establecía


u n “saber d e excep ción ” basad o en el cen tr alism o y
con fería a los sectores p op ulares la im agen d e la barbarie,
Mon siváis ad op ta u n a actitu d lejan a a la ar rogan cia
in t e le ct u a l y e l cla sism o . Pa r a Mo n sivá is, la cu lt u r a
p op ular tien e im p or tan cia p orque rep resen ta el esp acio
d e la d iver sid ad , p orqu e se op on e a tod o in ten to d e
un ifor m id ad . A d iferen cia d e la ciud ad con for m ad a en
la n ar r ativa que le p reced e 8 , Mon siváis busca situar “lo
m argin al en el cen tro”, lo cual sup on e la ar ticulación d e
la cultur a p op ular com o p r in cip io activo, y ya n o com o
un com p on en te exótico.
Monsiváis invierte la imagen de la urbe al poner atención a
las manifestaciones de la cultura urbana y su capacidad de
subvertir el orden. La estrategia fundamental que usa con este
propósito es la degradación de lo culto, rasgo fundamental

8 Pien so aquí en obras com o el Águila y la serpiente d e Martín Luis


Guzm án , algun os textos d e Salvad or Novo, así com o la m irad a refin ad a
y exotista que p ervive en La región más transparente d e Carlos Fuen tes.
En otros cron istas an teriores com o Gutiérrez Nájera, Luis Gon zález
O bregón o Man uel Payn o esto es aun m ás evid en te.

82
del realismo grotesco. Esto es visible en una crónica de Escenas
de pudor y liviandad. En “Dancing: El Salón Los Ángeles”,
Mon siváis d escr ibe la m an er a en qu e u n a h ord a “d e
investigadores, […] estudiantes de posgrados, […] periodistas,
jóven es fun cion ar ios, h istor iad ores fr an ceses y gr in gos
eruditos, actrices, socialistas alivianados, críticos y directores
de cine, […] seguidos por las cámaras del canal 13”, acuden a
la colonia Guerrero para presenciar “el baile popular” y así
“reencontrar sus raíces”. Conforme la crónica avanza, es
p osible entender el sentido irónico que Monsiváis busca
producir en sus lectores. En el primer apartado de la crónica,
constituido por frases sueltas escuchadas al interior del salón
de baile, Monsiváis hace decir a dos personajes:

—A mí lo que más me gusta de lo p op ular es su condición


elitista. Desde que emp ezó la masificación, ya queda muy
p oco con un sabor de veras p op ular […]
—[…] Yo no tengo por qué concederle nada al pueblo. Es el
p u e blo q u ie n d e be o t o rg a r m e la le g it im id a d d e su
representación.

D e e st e m o d o , e l cla sism o y cie r t a co n cie n cia d e


su p e r ior id ad p or p ar te d e e sta é lite in te le ctu al son
desenmascarados p or Monsiváis:

Les cayó una nube de historiadores orales: ‘¡Vengan, vengan,


aquí hay un obrero, contémplenlo. ¿Cómo desplaza usted la
cadera? ¡Explíquese y descodifique!’ […]
—Es el colmo que no pueda uno venir a divertirse sin que lo
sociologicen […]
¡Q ué bien ! Un ojo en la rum ba y otro en la sociología
instantánea.

83
Tal desenmascaramiento critica la “invasión académica de
los sitios p op ulares” y ridiculiza a esta ciudad letrada, cuyo
“abuso antrop ológico” viene acomp añado de una hip ócrita
sensibilidad p op ular:

Tod os p istean d o y r um bean d o, ‘m en ean d o el bote’ […],


en p len o éxtasis d el p asito ech é, ejercitan d o la d iscip lin a
facial, d eja que fluya la libid o, cuen ta tus em ocion es d el
un o al quin ce […], agítate y sacúd ete, ésta es exp er ien cia
d istin ta, […] qué p ad re ver a tu in ter locutor, buen o n o
tan to.

Con ello, una de las intenciones de Monsiváis es crear una


mirada transgresora de los cánones culturales dominantes
que tienden a sep arar la alta y la baja cultura. Por ello, esta
degradación de la élite significa p ara Monsiváis una forma
de romper con esa narrativa que ve en lo popular el universo
de la amenaza y el p eligro.
L a a m b ig ü e d a d fr e n t e a la u r b e —fa scin a n t e y
condenable a la vez— resulta así otra forma de exp resar el
enfrentamiento entre modernidad y cultura p op ular. En
su intervención en el Coloquio de Invierno, en febrero de
1992, Monsiváis se p reguntaba: “¿De qué modo condenar
[…] a lo s jó ve n e s d e la s cla se s p o p u la r e s, q u e a l
americanizarse en diversos niveles creen así exorcizar su
e st r u e n d o sa fa lt a d e p o r ve n ir ?”. Y co n t in u a b a
reflexionando sobre los alcances de la cultura urbana que
ha definido en otros textos como el conjunto de “resp uestas
colectivas al p roceso de modernización” y como “el esp acio
generado entre los modos operativos de la ciudad capitalista
y las resp uestas mayoritarias a tal p oder de sujeción”. Para
Monsiváis la cultura que la urbe estimula es

84
un r esultad o d el ch oque d e la in d ustr ialización y las
costumbres, entre la modernización social y la cap acidad
individual p ara adecuarse a su ritmo, entre la oferta (las
ap etencias) y la demanda (las carencias). Es una cultura, en
el sentido de modo de vida o comp rensión generalizada y
n o d iscutid a d e la realid ad , que em erge a p artir d e la
conversión de la sociedad tradicional en sociedad de masas
y que, p or lo mismo, imp lica el sometimiento y reducción
de las clases populares, la ofensiva ideológica de los medios
masivos, el muy rentable caos del crecimiento cap italista.

Si frente a la cultura p op ular mantiene una relación a la


vez crítica y cercana, frente a la modernización Monsiváis
h ará lo p rop io. Como afirmé anteriormente, la distop ía
urbana se exp resa en la crónica monsivaiana a través de la
idea del (p os)ap ocalip sis. El ap ocalip sis es una ficción que
surge en socied ad es trad icion ales com o evid en cia d e la
r u p t u r a d e la s t r a d icio n e s, co m o e vid e n cia d e u n a
modernización emergente. La imagen de un ap ocalip sis
urbano hace explícita esa destrucción de la tradición a causa
d el avan ce d e la m od ern id ad . En un a can ción d e José
Alfredo Jiménez que suele cantar Chavela Vargas, se halla
visualizado este movimiento de la ciudad donde se hacen
evidentes las consecuencias del avance modernizador: “Las
distancias ap artan las ciudades, las ciudades destruyen las
costum bres”.
Si h asta aquí p ued e p arecer que n o se h abita la ciud ad
sin o que se con str uyen estr ategias p ar a escap ar d e ella,
e st o e s só lo u n a ca r a d e la im a g e n a m b ig u a q u e
Mon siváis con str u ye. Con tr a la visión ap ocalíp tica y
co n t r a la d e st r u cció n m o d e r n iza d o r a q u e ex p r e sa ,
Mon siváis in ten ta restau r ar algú n sen tid o al h abitar
ur ban o. Par a él la m od er n id ad n o es sólo un elem en to
d a ñ in o o d e st r u ct o r, “la so m b r a có m p lice d e la s

85
d estr uccion es ur ban as”. Tam bién tien e un sign o p ositivo
p ues rep resen ta “la utop ía en el sen tid o d r ástico […] La
m od er n id ad es el com p or tam ien to que se in icia en el
d e sd é n o e l a b o r r e cim ie n t o d e la s t r a d i ci o n e s
in op er an tes”. En este sen tid o, lo qu e le p reocu p a a
Mon siváis n o es sólo la m od er n ización econ óm ica sin o
la m od er n id ad com o p roceso cultur al, com o estilo d e
vid a, que va p en etr an d o el tejid o social, las esfer as d e la
vid a tan to p úblicas com o p r ivad as.
E l im p a ct o d e lo s p r o ce so s d e m o d e r n iza ció n
econ óm ica y social tr ae con sigo cam bios en la for m a en
q u e se p e r cib e la ciu d a d y e n q u e se la vive . L a
m od er n ización alter a la ecología ur ban a, las referen cias
cotid ian as, la exp er ien cia d e vivir en la ur be. Por ello,
Mon siváis con cibe la ur ban ización com o un p roceso d e
refor m a cultur al y d e for m ación d e la con cien cia cívica.
Según Mon siváis,

la gran ciudad, centro y meta de las Rep úblicas, es el único


espacio donde se ejercen las libertades de comportamiento,
más bien escasas de acuerdo con el criterio actual, todavía
comp uestas de miedos reverenciales, p ero ya p obladas con
ejercicios del desenfado y satisfacciones corporales calificadas
de ‘licenciosas’ (antes, p or sup uesto, habían existido, p ero
sin el asidero de la legalidad) (Aires de familia).

Así, quien arriba a la ciudad se urbaniza al incorp orarse a


un h orizon te d e toleran cia o d e in d iferen cia, p ero que
p ermite el desenvolvimiento libre de actitudes y valores que
van conformando la cultura urbana.
De este m od o, fren te a los elem en tos n egativos o
r e t r ó g r a d o s d e la t r a d ició n , la ciu d a d r e fu e r za la
liberalización de las costumbres. Y es que según Monsiváis

86
“al masificarse, ninguna costumbre o creencia p ermanece
in tocad a”. En un a cr ón ica d e Los rituales… , Mon siváis
r a st re a e st a co n ce p ció n d e la cu lt u r a u r b a n a co m o
modernización de las tradiciones en el lenguaje: “Con todo
resp eto. La frase, una de las más oídas en el México actual,
es en verdad la gran disculp a que los cambios forzados le
dirigen a lo tradicional. Sé que serás desp lazado, p ero te
dimos tu lugar. Me ap ena hacerte a un lado, p ero así son
las adap taciones”.
La m ism a p re o cu p a ció n p u e d e o bse r va r se e n la s
cr ón icas que d escr iben a la ciud ad n octur n a com o “el
san tuar io d e liber tad es y escen ar ios m itológicos”. Según
Mon siváis, p or la n och e, la ciud ad d e México es un a
ciu d a d d ist in t a , a d q u ie r e u n a m o r a l d ife r e n t e q u e
p er m ite gr ad os d istin tos d e ap er tur a y visibilid ad n o
p osibles d ur an te el d ía:

La Ciudad del Pecado ensalza el libre albedrío. […] Nada


seculariza tanto como aceptar las consecuencias del deseo, y
hacer uso deleitoso del sentimiento de culp a, […] Se alaba,
se festeja, se apremia con risas el exceso. […] Para quienes la
viven todo el tiemp o, la Ciudad del Pecado tiene sus lados
op r esivos, cr ueles, p er o sus visitad or es ocasion ales o
fr ecuen tes la en cuen tr an d iver tid ísim a; la exp er ien cia
infaltable en cualquier existencia, el exceso cuyo recuerdo
tonifica en los días amargos de la virtud y la solemnidad
(“Visita a la ciudad de la p erdición”).

En la ciud ad d el p ecad o que d escr ibe Mon siváis, el


len gu aje con stitu ye u n ejercicio liber ad or d on d e las
groserías, “p edradas en medio de la fiesta”, que condensan
y m ed iatizan la violen cia urban a, con form an un id iom a

87
p úblico a tr avés d el cual p ued e d ecir se la verd ad con
franqueza y sin tap ujos:

El p ecado sin las malas p alabras como que no sabe. A la


m ed ian och e y en la m ad r u gad a sólo se an toja d ecir
chingaderas y cabronadas. A lo mejor está bien usarlas en la
mañana, pero con luces bajas se aprecian mejor; es lo único
sabr oso que se ocur r e, es com o ven gar se d e tod as las
represiones, carajo, puta madre, qué maravilla.

La ciud ad n octurn a crea un tiem p o y un esp acio d e


libertad; resulta así, también, la condensación simbólica y
el escen ario m aterial d e los cam bios im p ulsad os p or el
p royecto moderno hacia la tolerancia y la diversidad. En
suma, p ara Monsiváis, la modernización urbana constituye
un p royecto d e d em ocr atización cultur al, en el cual el
ejercicio de la libertad sup one la resp onsabilidad de ir en
contra de la rep resión moralista:

¿Q ué h acer con este fard o d e im p osicion es y clausuras en


un ám bito —d oscien tas o tr escien tas m il p er son as que
h acen las veces d e la ciud ad y d e la n ación — obsesion ad o
con el culto a lo actual? Acatar lo allí d on d e n o h ay m ás
rem ed io, ren d irle tributo verbal, n egarlo ard orosam en te
en la p r áctica: cocottes, ved ettes, vicetip les, m u jer es
liber ad as, sufr agistas, flap p er s y m on jas can celad as, se
liber an d e tal h er en cia h asta d on d e es p osible. T ien en a
su favor el cr ecim ien to ur ban o, el con tagio un iver sal d e
las nuevas costumbres, las p ersuasiones del cinematógrafo
y, esp ecialm en te, las leccion es d el p asad o in m ed iato, la
r elativización d e los sen tid os d e la vid a y d e la h on r a que
cor re a cargo d e la violen cia extrem a. Si m e h an d e m atar
m a ñ a n a , q u é m e im p o r t a n la d e ce n cia y la vir t u d
(Escenas… ).

88
La escritura urban a m an tien e en ton ces un a relación
ambigua frente a los cambios que la modernización produce
en la ciudad y frente a la cultura p op ular que le da vitalidad.
Es lo que ha llevado a plantear a muchos analistas la relación
d e am or /od io que los escr itores tien en con su p rop ia
ciudad. El ejemp lo más claro es el p oema “Declaración de
odio” de Efraín H uerta, donde el rencor es un fermento
del amor sólo p osible en un futuro ideal: “Son las voces,
los brazos y los p ies decisivos,/ y los rostros p erfectos, y los
ojos de fuego,/ y la táctica en vilo de quienes hoy te odian/
para amarte mañana cuando el alba sea alba/ y no un chorro
de insultos, y no río de fatigas,/ y no una p uerta falsa p ara
huir de rodillas”. Al hablar sobre esta actitud de H uerta,
Mo n sivá is d e scr ib e la n o st a lg ia co m o sa ld o d e la s
transformaciones urbanas, como señal del recor rido que
va de la esp eranza al desencanto. “Te odio con el odio de la
ilusión marchita”, escribió Amado Nervo.
Según Monsiváis la relación antitética con la ciudad ha
dejado de tener sentido. “Declarar odio o amor ya da lo
mismo” afirma como un p reámbulo a su visión de futuro.
Lo im p or tan te es en fren tar esa con tr ad icción con un
p royecto d istin to p ar a la ciud ad . Así, n o obstan te las
calamidades que habitan a la ciudad de México, la obra de
Monsiváis intenta vislumbrar salidas y alternativas al caos
y la op resión urbanas. Frente a la violencia, la denuncia es
una forma de resistir y p or ello la escritura de Monsiváis
adquiere una condición esencial: ir en contra del deterioro
urban o. En tod o caso, Mon siváis busca con sus crón icas
establecer un a d isp uta p or el esp acio p úblico. Por un a
p arte, afirma la cada vez mayor desap arición de la vivencia
en las calles frente al avance de la modernización y las nuevas
formas en que se construye simbólicamente lo público: sobre
todo desde los medios. Por otra p arte, frente a los signos
negativos de la modernidad, reconoce las consecuencias

89
p ositivas de la modernización cultural, y nos p resenta, a
través de la crónica, un modo de recup erar cierto sentido
de comunión en medio de una socialidad contemp oránea
cada vez más fragmentada. Lo dice así en entrevista:

[La ciudad] me ap abulla y me ap antalla. Es una ciudad


r ep r esiva d esd e luego, y ah or a p or la vía d oble d e la
delincuencia oficial y la amateur (lo p úblico y lo p rivado
unidos p or la hamp onería). La ciudad es monstruosa, es
in m an ejable, es la sucesión d e tum bas: la tum ba d el
embotellamiento, la tumba de las colas, de la inversión
térm ica, etcétera, y con tod o, en cuen tro zon as d e gran
libertad, libertad riesgosa veteada en ocasiones de sordidez;
p ero p ensando en las tradiciones de la cap ital y, sobre todo,
del resto del p aís, una libertad excep cional.

En su escritura p odemos leer una ciudad de doble signo:


im á n q u e a t r a e y p r isió n q u e e n ca r ce la . Así, u n a
ambigüedad, no sólo frente a la idea de modernidad sino
fren te a la form a que asum e ésta en el d esar rollo d e la
ciudad, recor re toda su obra, que se debate entre describir
la m a n e r a e n q u e h e m o s id o p e r d ie n d o la ciu d a d
(desh abitando el esp acio p úblico), y p ostular una forma
de recup erarla. En esta disp uta, el p ap el de la crónica es
esencial.

90
SEGUNDA PARTE
ESPACIO DE LA ESCRITURA: LA
CRÓNICA URBANA

Vivimos en el fondo de un infierno,


cada instante del cual es un milagro.
Ém ile Cioran

91
92
LA CIUDADINABARCABLE: UNA ESTÉTICA DEL
FRAGMENTO

Mis palabras,
al hablar de la casa, se agrietan.
O ctavio Paz, “Pasad o en claro”

a novela y la poesía han sido espacios privilegiados para

L la descripción urbana. No obstante, la forma de narrar


la ciudad ha sufrido cambios profundos en las últimas
décadas. La recomposición del espacio público ha generado,
además de nuevos modos de habitar y espacios con nuevas lógicas,
modos distintos de narrar. La escritura de Monsiváis es un buen
ejemplo de ello. Al comparar a Monsiváis con su antecesor Novo,
José Joaquín Blanco afirma las transformaciones que la ciudad
misma ha impuesto sobre la forma de su narración: “Novo es el
acróbata dentro de las estrechas convenciones de una moral
provinciana; Monsiváis, por el contrario, es la libertad, el exceso,
el retozo, el desmadre, el vitalismo desmedido que sólo una ciudad
moderna y masiva puede permitir”. En el lapso que media entre
la escritura de Novo y la de Monsiváis, la ciudad se transformó
irremediablemente, de modo que se ha vuelto casi inasible. Luego
de Novo, la ciudad no podrá volver a ser narrada por un solo
escritor, como lo constató Guillermo Tovar hacia mediados de los
ochenta, cuando propuso la creación del Consejo de la Crónica
de la Ciudad de México9.

9 Bajo el supuesto de que era imposible para un solo escritor dar cuenta de la
totalidad de una ciudad tan gigantesca como ésta y que la crónica debía ser colectiva,
se volvió necesaria la creación de un ‘Consejo de la Crónica de la Ciudad de
México’: “A una ciudad de muchos millones de habitantes y miles de colonias
corresponde, pues, una legión de cronistas; […] la realización individual de la
crónica total no es realizable en una ciudad inabarcable, […] sólo puede ser colectiva”.
(Guillermo Tovar). Durante el Primer Encuentro de Cronistas de la Ciudad de

93
Es claro que, p ara la literatura mexicana, la ap arición
imborrable de La región más transparente (1958) de Carlos
Fuentes marcó el imaginario literario en torno a la ciudad.
No obstante, a diferencia de los años cincuenta en que fue
p osible la rep resentación citadina a través de una mirada
totalizadora como la que ap arece en la novela de Fuentes,
en las d écad as siguien tes se volvió im p osible volver a
intentar una mirada mural que diera cuenta de la totalidad
urbana. En su momento, La región más transparente fue un
intento logrado p or abarcar a la ciudad en su conjunto, la
ciudad como totalidad. Con su novela, Fuentes convirtió a
la ciudad de México en p rotagonista de nuestra nar rativa
m od ern a. Com o afirm a Gon zalo Celorio, La región más
transparente fue:

La p rimera novela de nuestra literatura que trata la ciudad


no sólo como escenario o como ámbito moral, sino como
protagonista, con su enorme multiplicidad de voces, y acaso
también la última que pudo abarcarla por completo porque
desde entonces la ciudad se ha rep roducido y fragmentado
en m uch as ciud ad es d istin tas y d istan tes, am urallad as,
inexpugnables.

El p rop io Fuentes reconocería años más tarde ese cambio


en la transformación de la escritura urbana:

Era una ciudad segura. […] Los crímenes eran tan anónimos
como un grabado de Posada o tan célebres como el asesinato

México ‘De Tenochtitlán al siglo XXI’ (efectuado del 7 al 12 de febrero de 2000),


se recalcó la necesidad de múltiples cronistas para la ciudad en función de que ésta
era “una urbe de urbes”. De ahí que la profecía de Carballo (de que Monsiváis fuese
“El” sucesor de Novo) no pueda cumplirse cabalmente.

94
de la Chinita Aznar. No nos tocaban a ‘nosotros’. La ciudad
era exp lorable, libre, circunscrita. Se la p odía tomar, en su
acotación, como p ersonaje central de una novela. […] H oy,
el escritor ap enas si p uede conocer la cuadra en la que vive
y los novios primero se preguntan ‘¿Dónde vives, en el norte
o en el sur?’, antes de comp rometerse, no con el amor, sino
con la distancia.

Esta m etam orfosis se d ebió p or un lad o al crecim ien to


desmedido de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX.
Pero también a la crisis de los llamados “metar relatos”; es
decir, la crítica de aquellos sistemas de p ensamiento que
p retendían dar exp licaciones totalizadoras a la realidad.
Como afirma García Canclini:

Las grandes ciudades desgarradas por crecimientos erráticos


y una multiculturalidad conflictiva son el escenario en que
mejor se exhibe la declinación de los metarrelatos históricos,
d e las utop ías que im agin ar on un d esar r ollo h um an o
ascendente y cohesionado a través del tiemp o.

Así, estos dos fenómenos incidieron en el hecho de que se


rep resentara a la ciudad en la literatura de forma cada vez
más fragmentaria. Ap areció entonces una literatura urbana
que describía ya no a la ciudad en su conjunto, sino sólo a
alguno de sus bar rios. Los narradores mexicanos op taron
p or narrar las vivencias urbanas en ámbitos esp ecíficos: la
colon ia Rom a (Luis Zap ata), la Con d esa (Luis Miguel
Aguilar, Rafael Pérez Gay), Mixcoac, (H éctor Manjar rez),
Ciudad Neza (Emiliano Pérez Cruz). De este modo, hablar
sobre la urbe se convirtió en un reconocimiento de que cada
esp acio urbano cuenta con un universo nar rativo p articular,
con una estética y una voz esp ecíficas y únicas.

95
La crónica de Monsiváis responde de otro modo a tal
circunstancia. Con la desaparición de La región más transparente,
ya no fue posible abarcar con la mirada un espacio público
cada vez más fragmentado, menos visible y en crecimiento
perpetuo. De ahí que la crónica y la narración breve aparecieran
como formas narrativas que permiten hablar de la ciudad a
partir de sus fragmentos. Con persistencia inusitada, Monsiváis
ha creado alrededor de la ciudad de México una obra que a la
par de la urbe se revela como dispersa, multitudinaria, y antes
que nada, inabarcable.
Una revisión atenta de Los rituales… confirma lo anterior.
A pesar de que el libro en su contrato extratextual se anuncia
como un compendio de ensayos (véase la portada), es sin duda
un recuento más de escritos cronísticos: textos h íbridos,
viñetas, parábolas y breves ficciones. La escritura del libro se
caracteriza por su condición esencialmente fragmentaria.
Escritos al am p aro d el p eriod ism o, los textos in cluid os
resp onden a acontecimientos disímiles, temas diversos y
múltiples estilos. Libro heterogéneo en que se mezclan distintos
discursos (la crónica y el ensayo, lo culto y lo popular, la teoría
y la historia, la escritura y la oralidad), Los rituales… posee un
carácter fragmentario que se halla remarcado por el carácter
fracturado de cada uno de los textos. A través de constantes
interrupciones dadas por subtítulos, enumeraciones, breves
diálogos, referencias intertextuales (como las citas a otros textos
o a películas) e interdiscursivas (como la inserción de elementos
orales y fotografías), así como una serie de acotaciones y
elementos tip ográficos que hacen discontinua la lectura,
Monsiváis busca crear un montaje de voces donde discursos
m últip les ch ocan en tre sí y qued an un id os en la m ism a
superficie textual.
Escritura de fragmentos, la obra de Monsiváis admite,
no obstante, una lectura de conjunto, una lectura unitaria
en la cual, tod as las crón icas se relacion an en tre sí. La

96
heterogeneidad de su escritura ap arece como un esp ejo de
la ciudad. De ahí que su crónica permita abordar a la ciudad
en su comp lejidad y multip licidad. La crónica resulta ser
una alegoría de la ciudad: es fragmentaria, heterogénea,
disp ersa y caótica. Al sintetizar los rasgos de la metróp oli,
la crónica no sólo exp resa la imagen de la ciudad en tanto
texto (se convierte en su símbolo), sino que configura un
esp acio p úblico a p artir del cual la urbe se vuelve legible.
Al trabajar con los restos urbanos y sus lenguajes, Monsiváis
consigue un collage, un registro fragmentario que conforma
un ensamblaje parecido al del periódico: lugar de encuentro
d e la socied ad . Gran p arte d e la obra m on sivaian a está
constituida de ese modo: a manera de textos tentativos,
p arciales, inconclusos.
A pesar de la imposibilidad de abarcarlo todo, Monsiváis
n o d eja d e p roclam ar ciertos fin es. A d iferen cia d e sus
con tem p orán eos, Mon siváis n o se cen tra, a causa d e la
desaparición de la totalidad, en la crónica de uno de sus barrios
o colonias. Por el contrario, Monsiváis busca dar cuenta de
una totalidad, aunque lo haga a través de sus fragmentos. Si
esto se responde en buena medida a que nace del periodismo,
la fragmentación de sus textos expresa antes que nada una
actitud. Así lo confirma en una entrevista:

No es tanto que no acometa la obra total, por la que siempre


se suspira, sino que mi manera de trabajo está muy hecha de
fragmentos. Tanto por modo de vida, como periodista, como
p or sustento de intensidad y de atención. Y en ese sentido,
el p roceder a través de anotaciones es al mismo tiemp o
autobiografía, método de trabajo, método de vida y manera
de atender una realidad que me ap asiona.

Por otr a p ar te, la fr agm en tación tam bién sup on e un a


condición de los textos contemp oráneos en relación con la

97
cr isis d e la vid a so cia l q u e a n u n cia la lla m a d a
“posmodernidad”. Me parece interesante incluir al respecto
u n a r e flex ió n d e Ma r ía Lu isa Pu g a a l h a b la r d e la
imp ortancia que ha ido adquiriendo el p eriodismo en la
ciudad de México, debido a su carácter fragmentario:

Ya sea que pienses en el Metro, en el coche, en los camiones,


en un taxi. N o h ay n in gún tiem p o que p ued as llam ar
ininterrump ido… La vida social está hecha de p edazos, de
lagunas, porque el desplazamiento de un sitio a otro te lleva
muchísimo tiemp o[…]; tal vez sea una buena señal de que
estamos tomando conciencia de que el fragmentarismo, que
tiene un carácter de accidente o de incoherencia, empieza a
cobrar sentido.

Frente al descrédito de los metarelatos surgió un tip o de


e scr it u r a q u e b u sca b a n o ca e r e n ex p lica cio n e s
totalizad or as. Según Man uel Vázquez Mon talbán , “er a
lógico que, […] desacreditada la ambición maximalista de
la literatura com o con scien cia o cosm ogon ía totales, los
géneros se refugiaran en los subgéneros como arquitecturas
menores p ara discursos o menores o p redeterminadamente
segm en tad os”.
Era algo que ya había dicho Roland Barthes. Según él,
la forma es desgarrada cuando la representación del mundo
se halla fracturada: “porque la sociedad no está reconciliada,
el lenguaje necesario y necesariamente dirigido, instituye
p a r a e l e scr it o r u n a co n d ició n d e sg a r r a d a ”. Así, la
fr agm en tación ur ban a y d el esp acio p úblico h a tr aíd o
consigo una fragmentación del discurso y de la conciencia
que versa sobre él. Lo que an tes llam ábam os texto (un
discurso terminado, p roducto de una cultura homogénea)
hoy no existe. En el mundo de hoy, los textos ya no existen
como objetos estables y autónomos. A la unidad del texto

98
h o y (d ice Eh r e n h a u s) la su st it u ye u n co n ju n t o d e
“fr agm en tos d iscu r sivos d e con texto”. Por ello, en la
actualidad, “la única forma de ‘decirlo todo’ en nuestra
cultura fracturada es dar a los lectores/p úblicos fragmentos
d en sos, trun cad os, que les sugieran a ellos un d iscurso
terminado”. A esto es a lo que p odemos llamar una estética
de la fragmentación, visible en la obra de Monsiváis.
Frente a la imp osibilidad de construir relatos unívocos,
Mo n sivá is p r o p o n e la e scr it u r a d e t ex t o s a b ie r t o s,
segmentados y p arciales. En su crónica no es p osible ya la
narración del Orden como tal. Ahora sólo p odemos esp erar
un montaje de imágenes sup erp uestas y discontinuas. No
la totalización sino la asociación libre, la creación de notas
intep retativas y el trabajo sobre la contingencia, con el fin
de descifrar esta urbe inasible. Sus crónicas son así intentos
de ordenar y darle sentido al fragmentario map a de las
identidades que siguen vivas en medio del desastre urbano.
Si la ciud ad se h a vuelto in abarcable y se h a escin d id o,
Mon siváis busca, m ed ian te un a estética d el fragm en to,
restituir cierta legibilidad p ara la urbe. Al hablar sobre la
obra in com p leta d e Ben jam in , Beatriz Sarlo d efin e esta
estética h erid a: “Su m irad a es fragm en taria, n o p orque
renuncie a la totalidad, sino p orque la busca en los detalles
casi invisibles”. Los textos de Monsiváis p ueden leerse a
p artir de esta noción. Parecieran encontrarse inacabados,
se r p ie za s, se g m e n t o s, p o r cio n e s, d e u n a t o t a lid a d
extraviada. Representan así fragmentos provisorios pero que
se p resentan a sí mismos como “todo lo que hay”. Pero si lo
que se ha p erdido es la totalidad, el centro de atención
entonces se ha trasladado a lo fugitivo.

99
100
U NA ESCRITURA TENTATIVA: EL SENTIDO DE
LO FUGAZ

Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone.


Italo Calvin o, Las ciudades invisibles

Sabed amar lo incompleto.


Ped ro H en ríquez Ureñ a

rente a una modernidad que avanza inexorable-

F mente asumiendo al Ser como temp oralidad, los


textos de Monsiváis logran aprehender los veloces
estímulos culturales de la ép oca al p oner su atención en la
actualidad: “Para ser un buen lector de la vida urbana hay
que p legarse al ritmo y gozar las visiones efímeras” (García
Can clin i dixit). Así, la crón ica ap arece com o un gén ero
esencialmente moderno: es una escritura del p resente que
busca ap rehender lo eterno desde lo transitorio y es así
cap az d e crear un a totalid ad autón om a p erd urable. Su
carácter fragmentario interioriza “la efímera y contingente
novedad del p resente” y atestigua con su forma, los rasgos
esenciales de la modernidad: “lo transitorio, lo fugitivo, lo
contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno
y lo inmutable”. Monsiváis es, como p edía Baudelaire del
artista moderno, un enamorado de lo actual, un instaurador
de lo fugaz en la eternidad. El verso que retoma Monsiváis
para titular su Antología del cuento mexicano hace explícita
tal tentativa: Lo fugitivo permanece.
En Monsiváis existe una voluntad incesante por descifrar
la inmediatez. Forjada en el ámbito p eriodístico, su obra se
en cuen tra ligad a con tod o aquello que sea n oved oso y
actual. Es un hecho que la literatura contemp oránea “sufre”
de una cada vez mayor dep endencia y cercanía resp ecto de
la historia inmediata. En el caso de la crónica, este ap ego a
la realidad circundante p ermite dos rasgos fundamentales:

101
cierta p rovision alid ad en el d iscurso, así com o un ton o
subjetivo y p arcial. Puesto que “es muy difícil o imp osible
la cronología definitiva de los hechos” (lo dice en Días de
guardar), la obra de Monsiváis se concibe como una escritura
de lo p rovisional: está marcada p or la incomp letud 10 . Como
afirma Álvaro Enrigue: “H ay en la elección vocacional de
la reseña de lo p uramente actual […] la p osibilidad feliz de
r e co n o ce r q u e la b ú sq u e d a d e a lg u n a fo r m a d e la
trascendencia —en el sentido clásico de la p alabra— no es
sólo odiosa, sino inútil”.
Al hablar del proyecto literario de Salvador Novo, Monsiváis
afirma la importancia de cualquier tema por inmediato que
sea, y rechaza la actitud desdeñosa que la “gran literatura”
tiene contra el periodismo, al concebirlo como una escritura
de lo efímero. De ese modo asume estas palabras de Novo
como una apología de lo provisional:

No desconozco el hecho de que antes de mí, y desp ués, los


escritores hayan comp artido la elaboración lenta, oculta y
h er oica d e su ver d ad er a obr a, con el p er iod ism o: la
m ater n id ad clan d estin a con la p r ostitu ción p ú blica.
Simplemente confieso, relativamente arrepentido, que a mí
m e arrastró la p rostitución , circun stan cia d e la que m e
consuela la esp eranza de haberla un p oco ennoblecido.

10 Al igual que Ben jam in , Mon siváis es con ocid o p or ser un gran coleccion ista.
H a sid o llam ad o “coleccion ista d e coleccion es” p or la varied ad d e sus gustos.
Y en esta con d ición irregular se atisba ese sen tid o in scrito en la crón ica: com o
en un a colección , en la cr ón ica “el or d en está siem p r e am en azad o, […] la
p asión d el coleccion ista se alim en ta p recisam en te d el d eseo d e com p letud y
d el saber que ella es, en el m ejor d e los casos, p rovisoria” (Beatriz Sarlo). El
p en últim o texto d e Los rituales… trata justam en te sobre el coleccion ism o. En
él afirm a que el coleccion ism o es, en tre otras cosas, “la aven tura que com ien za
d e m od o tím id o y se am p lía al r an go d e p asión d evor ad or a, d e ur gen cia
inacabable d e p rop ied ad es exclusivas”.

102
Así, la crónica se desp liega como un discurso antagónico
al que p royecta la creación de la “obra total” o definitiva (y
en algú n sen tid o u n ívoca). Fren te a la p er m an en cia,
Monsiváis ap uesta p or lo fugaz, p or lo p erentorio:

Es verdad universalmente sabida que toda evocación carente


de método ha de requerir de injusticias y olvidos. Entre la
reverberación del pasado y la crónica, la memoria sólo puede
asirse a filtraciones, destellos, infiltraciones. La cercanía de
lo lejano, la sonoridad de lo entrevisto fugazmente.

La provisionalidad del discurso monsivaiano se refuerza al


asumir una mirada que se ostenta orgullosamente como
limitada: “Y como las demás exégesis, también la del Teórico
súbito resultaba incompleta”. Desde Días de guardar, Monsiváis
asume de forma explícita tal parcialidad en forma de apología:
“el yo vietnamizado o vulnerado de todas las oportunidades,
resulta el único miraje real, el único pacto de entendimiento,
válido incluso en la medida de su confusión”. Esta parcialidad
está dada por una voz que se detenta como esencialmente
subjetiva y que no se erige como la verdad a seguir: “Nunca
estas notas se han propuesto dictaminar rumbos. México
padece una manía totalizadora”. En Los rituales… utiliza este
mismo recurso como una manera de atenuar el peso unívoco
de los acontecimientos. No se trata de establecer una versión
monolítica de lo que sucedió sino tan sólo una mirada personal:

[…] y eso intuyo, aunque por supuesto puedo equivocarme,


porque quién es uno, y más si uno comparte la creencia (Los
rituales).

En la nota p reliminar a su Antología de la crónica en México,


al definir el género Monsiváis establece la convivencia entre

103
mirada objetiva y subjetiva del cronista, la amalgama entre
ambas p ersp ectivas:

El empeño formal domina sobre las urgencias informativas.


Esto imp lica la no muy clara ni segura diferencia entre
objetivid ad y subjetivid ad . […] En la crón ica, el juego
liter ar io usa a d iscr eción la p r im er a p er son a o n ar r a
libremente los acontecimientos como vistos y vividos desde
la interioridad ajena.

Com o afir m a Juan Villoro, la h uella m ás im p or tan te que


d e jó e l N u e vo Pe r io d ism o n o r t e a m e r ica n o fu e la
valid ación d el yo subjetivo en la recon strucción d e h ech os
que lleva a cabo la cr ón ica:

La repercusión del Nuevo Periodismo es más modesta en lo


histórico y más profunda en lo literario. Wolfe, Capote, Mailer
y el círculo de Granta, h an vuelto a la exterioridad sin
renunciar a los p rocesos subjetivos: el yo se hundió en la
multitud. La crónica conserva la capacidad de interiorización
en la figura del testigo principal y asimila testimonios ajenos
(la famosa ‘voz de p roscenio’ de Tom Wolfe, equivalente
moderno del coro griego); reconstruye lo real con un método
que le d ebe tan to a los gossip-writers com o a la n ovela
R ashomón: toda historia tiene muchas versiones.

Esto p ermitió mermar la p osición ortodoxa del p eriodismo


realista que p lanteaba la objetividad absoluta como meta a
alcanzar p or el p eriodismo y que constituía p ara el cronista
un imp edimento en la elaboración de técnicas artísticas.
El Nuevo Periodismo (arraigado en un discurso cuyo eje
es una voz que descara sus comp lejos, sus p rejuicios y su

104
sectar ism o), cr iticaba la rep resen tación objetiva d e la
realidad que en todo caso consideraba engañosa.
¿Cuál es la relación entre este sentido de p rovisionalidad
qu e ad op ta Mon siváis y la m ir ad a sobre la u r be? En
p rincip io tiene que ver con la p ersp ectiva que imp onen las
dimensiones urbanas: la crónica de esta ciudad infinita es
“una emp resa imp osible p orque ni siquiera si uno se reduce
a su modesta recámara acaba haciendo una crónica eficaz,
siem p re faltarán d atos” (“In stan tán eas d e la Ciud ad d e
México”). Por lo demás, el tamaño de la ciudad hace de
todo acontecimiento una nimiedad. En su monstruosidad
ca d a a ct o a d q u ie r e u n a exist e n cia in sig n ifica n t e ; e l
gigantismo lo nulifica todo. Por ello, el p ap el de la crónica
es rescatar el detalle, lo que queda al margen de la p rimera
columna, o p or lo menos así es como lo concibe Monsiváis:
“U n a m an ifestación d e p rotesta en los añ os cin cuen ta
trastornaba a la ciudad, era la noticia a sup rimir; ahora, en
un día de 1993 se efectúan cien marchas de p rotesta; el
tr áfico se d esqu icia, p ero a la m añ an a sigu ien te los
p eriódicos ap enas si consignan el hecho”.
Relator d e lo casual, lo con tin gen te y lo coyun tural,
Monsiváis busca en los detalles la forma de resarcir lo que
el gigantismo urbano oculta: “Ante el p eso abrumador de
la ciud ad , los fotógr afos d eben p arcelar sus in tereses.
Imp osible cap tarlo todo, imp osible rehusarse a la ‘cacería’
que será arte, testimonio, documento”. “H abituado más a
d escu br ir las bellezas escon d id as y esp ú reas qu e las
manifiestas e indiscutibles” (Italo Calvino), el cronista asume
una mirada p arcelada como único medio p ara atisbar la
imagen de la ciudad. Con ello p areciera decir que sólo es
p osible ver el todo a través de sus p artes; sólo en las ruinas
se cap ta la totalidad p erdida: “El conjunto es inabarcable,
p ero la ciudad —dócil, levantisca— se deja rep resentar p or

105
el detalle y p or la contingencia, p or el dato simbólico. […]
Todos volvemos selectiva la mirada, y a lo largo de un día
sólo vemos p orciones de lo que está al alcance de los ojos”
(“Seis de sep tiembre”).
Entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es
una vergüenza ignorar, escribió Borges en El libro de arena.
Como si fuese consciente de este hecho, Monsiváis atiende
una esfera menosp reciada tanto p or la historia tradicional
com o p or la literatura cron ística: el ám bito cotid ian o y
anónimo. Podemos rastrear el antecedente directo de la
elaboración de Los rituales… en un texto escrito p ara una
an tología sobre México a fin es d e siglo. En su título se
resume de cierto modo esa voluntad de hacer la “crónica
múltip le” del universo anónimo de la ciudad: “Los esp acios
d e la s m a sa s” (1 9 9 3 ). A d ife r e n cia d e la s cr ó n ica s
modernistas que hacían el recuento de la vida en las esferas
de la alta sociedad, de las “gentes que imp ortan”, Monsiváis
se in teresa p or la vid a cotid ian a d e las m ayor ías que
defienden su rostro en el anonimato: “Lo cotidiano, negado
o ignorado p or muchísimo tiemp o, es ahora con frecuencia
el marco de la disidencia”. El interés de Monsiváis p or dar
cuenta de lo ignorado, lo perentorio y lo aún no canonizado,
tiene que ver con una concep ción en torno a lo p olítico
que subyace a su escritura.
Para Monsiváis, la p olítica es un ámbito que más allá de
la esfera estatal tiene consecuencias en la vida p rivada: “el
PRI h a sid o el gran in strum en to m old ead or d e la vid a
íntima”, afirma en una entrevista. De ahí que no sea cap az
de concebir la democracia como un ámbito simp lemente
institucional. Busca entonces definir lo p olítico como algo
que atiende e imp orta a nivel p ersonal: “sobre todo a p artir
de 1968, se establecen p rocesos que marcan enormes saltos
cualitativos, social y culturalmente. Pero lo que se vive como
p roceso comunitario, se entiende p oco como exp eriencia

106
p ersonal”. En su texto sobre la Manifestación del Silencio,
incluido en Días de Guardar, ya estaba planteada esa posición
que hace énfasis en la microp olítica: “la H istoria, desertaba
de su condición ajena y abstracta p ara convertirse en una
manera concreta y p ersonal de ordenar, vivir, p adecer, amar
o abominar de la realidad. Puesto que la H istoria existía, la
realidad se volvía modificable”.
Al resp ecto, Joh n Kr an iau skas —u n o d e los p ocos
traductores de sus textos a otros idiomas—, afirma que en
la escritura de Monsiváis existe una p roximidad crítica y
un a in stan cia d e p roxim id ad extrem a a los sucesos que
relata. De ese modo, se acerca a los personajes y a los motivos
de sus acciones, así como a los elementos a través de los
cuales ejercen su voz. Las pancartas y consignas intercaladas
en los textos, p or ejemp lo, o el uso de canciones y refranes,
h acen referen cia n o sólo a las d irectr ices y fer m en tos
id e ológicos q u e su byace n en u n a m ovilización o u n
concierto, sino que rep resentan “acotaciones directas de
las d em an d as, n ecesid ad es y estad os d e án im o” d e la
socie d ad . De igu al m od o, e sa p osición n ar r ativa d e
p roximidad es visible en sus textos sobre historia cultural:

Monsiváis escribe sobre el pasado como un presente continuo,


p olitizando la H istoria, haciendo de ella una exp eriencia
contemp oránea p ara sus lectores. A tal efecto, narra los
orígenes del p resente, estableciendo sus conexiones, […]
que de hecho definen continuidades estructurales y exigen
respuestas políticas.

Como se verá más adelante, en el p royecto cronístico de


Monsiváis se hallan ligados de forma íntima una p rop uesta
estética y un p rograma p olítico, ambos vinculados a la urbe.
Si es cierto que su mirada ha estado hermanada a todo

107
aqu ello qu e rep resen ta lo n u evo y la actu alid ad d el
momento, su ap ego p or la H istoria no lo ha alejado de una
actitud retrosp ectiva: su p rogr am a d e escr itur a n o h a
abr azad o in gen uam en te la ban d er a d el p rogreso y la
modernidad sin una visión crítica que las acomp añe. La
crónica monsivaiana resulta así un tip o de exp erimentación
d iscu r siva q u e resp on d e a la fr agm en tar ied ad d e la
exp eriencia urbana cotidiana. De igual modo, tiene que ver
con el d iscu r so fr agm en tad o d e los m ed ios m asivos,
esp ecialmente de la televisión, y con la condición efímera
del esp ectáculo.

108
CIUDAD VIRTUAL, CIUDAD DEL ESPECTÁCULO

Una identidad fragmentada es un polvillo de imágenes.


Italo Calvin o

A qué se op one el discurso crítico de la crónica?

¿ ¿Contra qué interp retación de la ciudad se erige?


Si d e algún m od o la cr ón ica h ace uso (en su
forma) del sentido fragmentario y provisional que los medios
d e com un icación d ivulgan 11 , n o p or ello tr an sm ite los
mismos mensajes y significados que la televisión o la radio.
Por el contrario, una de las funciones de la crónica consiste
en op onerse al sentido homogeneizador y sup erficial que
sobre la ciudad delinean los medios. Por ello, Monsiváis
busca registrar de forma crítica la manera en que el avance
d e la t e cn o lo g ía m e d iá t ica h a co n t r ib u id o a la
transformación de lo p úblico.
Si antes la ciudad p roveía de señas de identidad a sus
habitantes y su invención simbólica se llevaba a cabo sobre
todo en las calles, hoy

la ciudad se ha vuelto el p aisaje inadvertido y op resivo que


carece de p ersonalidad y es incap az de p rop orcionarla. El
idioma común ya no se forja en calles y sitios p úblicos o a
través de los acontecimientos p olíticos: ahora lo estip ulan
los medios masivos de comunicación (Amor perdido).

11 Según Mabel Piccin i “los d iscursos televisivos se caracterizan p or la ausen cia


d e clausura”. Lo m ism o p ued e d ecirse d e la crón ica: es un d iscurso sin lím ites
p recisos que tien e la in ten ción d e evitar un cierre, un a n arrativa con cluyen te.

109
En Amor perdido, Monsiváis atestigua, nostálgico, cómo se
h a r e co n fig u r a d o lo p ú b lico e n d e t r im e n t o d e la s
interacciones p ersonales. Esto se vuelve más exp lícito en
Los rituales… : “Sin tecnología no salgas a la calle. Los ligues
hoy se hacen de celular a celular”. Al resp ecto, Jean-Marc
Fer r y, en un en sayo sobre “Las tr an sfor m acion es d e la
p ublicid ad p olítica”, d efin e lo p úblico a p ar tir d e los
imaginarios que los vínculos mediáticos han reinventado
en los últim os añ os: lo p úblico es “el m arco ‘m ed iático’
gracias al cual el d isp ositivo in stitucion al y tecn ológico
p rop io d e las socied ad es p osin d u str iales es cap az d e
p resentar a un ‘p úblico’ los múltip les asp ectos de la vida
social”. En las formas de imaginar a la urbe, la centralidad
de los medios masivos es definitiva.
La ciudad resulta así un territorio cada vez más invisible,
un espacio desterritorializado y virtual. Néstor García Canclini
h a h ech o in vestigacion es d e cam p o que con firm an esta
hipótesis: “El desequilibrio generado por la urbanización
irracional y esp eculativa es ‘comp ensado’ p or la eficacia
com un icacion al d e las red es tecn ológicas. La exp an sión
territorial y la masificación de la ciudad, que redujeron las
interacciones barriales, ocurrieron junto con la reinvencion
de lazos sociales y culturales en la radio y la televisión. Son
estos medios los que ahora, desde su lógica vertical y anónima,
diagraman los nuevos vínculos invisibles de la urbe”. La urbe
se vuelve así un escenario construido sobre todo a través de
las imágenes y la rapidez, formas demasiado endebles para
sostener lazos comunitarios. Dice Monsiváis:

En la ciudad de fin de siglo la tecnología, el automóvil y el


video ocup an un sitio p referencial. La ciudad virtual exige
crecien tem en te sus d erech os y, en d iver sos sen tid os, el
video también sustituye a la calle. […] En la fragmentación,

110
en las exp losion es d el vid eo, aquietam os la n ostalgia p or
el ejer cicio d e la calle, y la tecn ología n os globaliza. […]
Lo ur ban o es tam bién , y en gr an m ed id a, lo televisivo, y
la t e le visió n e s la O t r a C iu d a d , d o n d e lo s va lo r e s
com un itar ios se an ulan o se r elativizan , el m elod r am a ya
n o teatr aliza la vid a sen tim en tal d e sus esp ectad or es, la
fam ilia tr ibal (p or r azon es d e esp acio) le ced e el sitio a la
fam ilia n uclear (“Ap ocalip sis y utop ías”).

Uno de los asp ectos más interesantes de rastrear en el


bosquejo urbano es la forma en que la mirada se trabaja.
En las crón icas d e Mon siváis lo que se m ira es m ateria
p rimordial de los textos: lo que observa el cronista, lo que
ven los p ersonajes y lo que contemp la el lector, todo se halla
entrelazado y cump le una función. En “La hora del control
rem oto. ¿Es la vid a un com ercial sin p atrocin ad ores?”,
Monsiváis retrata el modo en que la televisión reordena la
mirada citadina, la manera en que inventa esp ectadores y
com p ortam ien tos:

En el estudio de televisión, gracias a la magia de las p istas,


las estrellas juveniles fingen cantar, mientras, debido a los
placeres de la autohipnosis, los asistentes fingen delirar […],
en el control remoto el sortilegio se acrecienta: el p úblico
finge ser el Pueblo, y la empresa televisiva finge ser la H istoria
en sus horas libres. […] Ante la cámara, se susp ende la
indiferencia. Es el tótem, es la Máquina Inmortalizadora, y
los ch avos, sin m over se d e su sitio, se p r ecip itan a su
encuentro.

Aquí observam os la im p ortan cia d e los m ed ios en la


construcción del esp acio social, consecuencia fundamental
de la globalización informática. De igual modo, Monsiváis
alude al modo en que la televisión, esa “nueva dictadura

111
de las sensaciones”, arrasa con un concep to fundamental
en la con strucción d e la id en tid ad y la n acion alid ad : la
noción de p ueblo. En otro texto reafirma esta convicción:
“Para la década del cuarenta, la exp losión demográfica y
los medios masivos han eliminado, o casi, el concep to de
P u e b lo , su st it u yé n d o lo p o r e sa fo r m a p e cu lia r d e
m u ch ed u m bre, el Pú blico” (Cultura urbana y creación
intelectual). Ad em ás, la tecn ología tran sform a y a veces
disuelve uno de los asp ectos que definen de forma radical
la relación con la ciudad: la distancia entre lo p úblico y lo
p r iva d o . En “L a h o r a d e l co n su m o d e o r g u llo s.
Protagonista: Julio César Chávez”, Monsiváis afirma esta
transformación luego de observar lo que sucede no en el
ring, sino entre el p úblico:

H a concluido el tiemp o y los testigos directos. La televisión


ha eliminado ese dudoso p rivilegio, y el rumor ansioso de
las arenas de box. El dentro y el afuera se extinguen como
categorías inap elables, y en el Estadio Azteca, p or cortesía
de los celulares, los que vinieron les refieren el ambientazo
a sus amigos y familiares.

Tema constante de Los rituales del caos: la ciudad virtual


se confronta y modifica a aquella otra ciudad ar raigada en
sus tradiciones. Son los medios los que inauguran a una
sociedad p ostradicional. En “La hora de la tradición. ¡Oh
consuelo del mortal!”, Monsiváis p resenta el p eregrinaje a
la Basílica de Guadalup e como un ritual que hace evidentes
las contradicciones de un p aís que, frente a las p resiones
de la modernización, crea esp ectáculos hasta hacer de las
tradiciones p retextos p ara el consumo y el rating:

112
¿H asta qué punto es reverente a la antigua una muchedumbre
cuyo alborozo también le viene de su condición televisable?
Cómo saberlo, los tiemp os devastan los usos de la p iedad
antigua, no es lo mismo rezar a secas que rezar ante la cámara.
[…] Alguien se pregunta: ¿terminarán viendo el aparato como
si vieran misa? Y el escéptico responde: ¿acabarán inmersos
en la misa como si vieran tele?

De igu al m od o, en la ciu d ad religiosa qu e Mon siváis


describe, el consumismo —ese nuevo ethos cultural, el habla
social de la p osmodernidad— ha ganado la batalla. En “La
h or a d e la sen sibilid ad ar r asad or a. Las m an d as d e lo
sublime”, Monsiváis escribe: “al arte religioso lo sup lanta
la producción en serie cuyo signo es lo Bonito-a-bajo-precio.
Lo Sublime al mayoreo: otro consuelo-de-los-p obres urdido
p or la sensibilidad industrial”.
En suma, la ciudad ap arece mediada p or los medios,
d oblegad a p or la lógica d el m ercad o y la volun tad d e
esp ectáculo, elem en tos sacralizad os p or la televisión : “A
este p roceso lo norma una consigna: todo es diversión; esto
es, a la Gente —vaguedad manip ulable— no le imp orta el
sentido crítico, el arte, la cultura, la información p olítica,
sino p asarlo bien”. Al rastrear las razones p or las cuales la
crítica es sustituida p or la diversión, Monsiváis ap unta la
m a n e r a e n q u e lo s m e d io s m a n e ja n la in fo r m a ció n
vaciándola de sentido crítico. Tal es el significado de su
interés en la nota roja. Durante varias décadas, Monsiváis
ha denunciado la manera en que la televisión y la p rensa
convierten cualquier noticia en sensacionalismo. Desde esa
p e r sp e ct iva , e l se n t id o d e la cr it ica d e ja d e t e n e r
trascendencia: “La nota roja es la conversión de los actos
rep resivos en meros hechos de sangre”. “En la nota roja, la
tragedia se vuelve esp ectáculo” (Los mil y un velorios. Crónica
de la nota roja).

113
La sociedad del esp ectáculo que critica Monsiváis es el
resultado de un fenómeno de fin de siglo bien descrito p or
García Canclini:

Las formas argumentativas y críticas de participación ceden


su lugar al goce de esp ectáculos en los medios electrónicos,
en los cuales la narración o simple acumulación de anécdotas
p revalece sobre el razonamiento de los p roblemas, y la
exhibición fugaz de los acontecimientos sobre su tratamiento
estructural y prolongado.

Lo que la crónica de Monsiváis exp one son los riesgos de


la tecn ología, en tan to sistem a ubicuo que regula los
comp ortamientos y el modo de p ensar de la sociedad y
que merma las cap acidades críticas de la mente humana.
En su m a, lo qu e Mon siváis d en u n cia es el m on ólogo
autoritario de los medios, su intolerancia ante exp resiones
distintas o rutas alternativas de rep resentación de lo social
y su eliminación de toda p osibilidad de diálogo:

La distribución del esp acio en las ciudades y la exp losión


demográfica consolidan a la TV, primer elemento definidor
de la cultura urbana que cierra filas en torno a una sola ruta
ideológica, y desbarata o clausura las demás corrientes en el
esp acio donde la sociedad de consumo se encuentra con la
sociedad tradicional.

En “La hora de la sociedad del esp ectáculo. La multitud,


ese símbolo del aislamiento”, Monsiváis realiza una serie
d e cu a d r o s so b r e d ist in t o s e sp e ct á cu lo s m u sica le s
(conciertos de Frank Sinatra, Sting, Luis Miguel, Madonna)
a p ar tir d e los cuales cr itica el p royecto un ívoco d e la
in d ustr ia d el esp ectáculo: “Mien tr as las p er son as, los

114
grup os y las tendencias sociales reivindican el derecho a la
d ive r sid a d , la s in d u st r ia s cu lt u r a le s e n t r o n iza n la
un ifor m id ad ”. In tercalad os en tre cad a texto, se h allan
breves descrip ciones sobre los “ritos instantáneos” que la
sociedad p roduce en ocasiones masivas (los encendedores,
la Ola, el grito de ¡Mé-xi-co/Mé-xi-co!). Estos breves textos
le p erm iten reflexion ar en torn o a la h om ogen eización
p romovida p or los medios: “un p úblico sólo lo es en serio
y en gran d e, si h ace lo m ism o al m ism o tiem p o”. Pero
tam bién le ayud an a cuestion ar ese n uevo valor que la
ciudad virtual p royecta: la globalización está casada con
una p olítica y una dinámica de lo efímero, donde el único
sentido es el cambio dado p or el mercado.
Para Monsiváis, la sociedad del espectáculo es la sociedad
d e la im agen y la p risa, la socied ad d e lo tran sitorio y
fugitivo, del flujo mercantil. “Lo moderno es lo provisional”.
Las rep ercusiones que el exceso de tecnología trae sobre la
urbe p lantean serios cuestionamientos resp ecto al futuro
d e u n a co m u n id a d d o m in a d a p o r la fu g a cid a d y la
evanescencia de la imagen, donde la identidad y el esp acio
se hallan fracturados: ¿hay alguna manera de renovar las
resp onsabilidades p olíticas y cívicas del esp ectador, ante la
ca d a ve z m a yo r d ism in u ció n d e la vid a p ú b lica , e l
crecim ien to d el aislam ien to p erson al, d e la atom ización
p rivada de la sociedad y la disolución de la comunidad a
favor de una mirada ausente frente al televisor? Monsiváis
busca resp onder esta p regunta a través de una estrategia
de escritura, fundada en un sentido transgresor.

115
116
T RAS UNA CIUDAD ALTERNATIVA
Cuando lo real se vuelve imagen, cuando la mentira chorrea de las pantallas,
¿no es la fantasía escrita la que vuelve a abrir las puertas de lo real
inmediato?
Regis Debray

Sitios abandonados,
sitios abandonados donde el polvo y la yerba se acarician mutuamente,
burlándose entre susurros de los grandes templos derruidos
y de los grandes festines.
José Carlos Becerra, “Señ al n octurn a”

Si, ad em ás d e la realid ad , algo se op on e a lo

“ u n ifo r m e , so n las cr ó n icas d e p e r so n aje s y


creencias”, afirma Monsiváis en la contrap ortada
de Los rituales… Si el avance de los medios ha vuelto cada
vez más invisible la urbe, Monsiváis intenta, a través de la
crónica, recup erar otra mirada y otra ciudad configurada
de manera distinta. En ese sentido se trata de volver visible
lo invisible, lo que los medios, la ciudad letrada y el discurso
oficial op acan. Tal es el sentido de su p royecto p olítico:
“un p unto de definición cultural es la democratización, la
forja de una sociedad civil que p ermita otras alternativas
suscep tibles de madurar en razón directa de su cap acidad
de exp resión p ública. Es el momento de ap arición de lo
marginado, lo rep rimido, lo invisibilizado”.
Monsiváis delimita su map a citadino en torno a aquello
que permita develar lo oculto. Por ello busca hacer el retrato
d el u n iver so m argin al d e la ciu d ad . En su s cr ón icas,
Monsiváis construye la imagen de la ciudad sin recurrir a
la descrip ción de los esp acios del p oder y de los sectores
d e élite. Por el con trario, p on e aten ción a los esp acios
marginales, aquellos sitios en que la cultura popular expresa
sus aficiones e idolatrías, sus sup ersticiones y sus deseos

117
cotidianos. En buena p arte de las crónicas de Los rituales…
ap arecen este tip o de escenarios: el estadio Azteca, lugar
en que se lleva a cabo una p elea p rotagonizada p or Julio
C é sa r C h á ve z; d ive r so s e st a d io s d o n d e se r e a liza n
co n cie r t o s y e sp e ct á cu lo s a r t íst ico s; e l Án g e l d e la
In d ep en d en cia d ur an te las celebr acion es futboler as; la
Basílica de Guadalup e cada 12 de diciembre; las arenas de
lucha libre; los salones de baile y el metro. Así, lo que más
le interesa retratar a Monsiváis no son los esp acios p rivados
que la ciudad genera, sino aquellos en donde lo p úblico
alcanza un significado colectivo. Incluso cuando retoma la
exp eriencia de esp acios p rivados sólo lo hace si es p osible
leer en ellos p rocesos que atañan a una colectividad mayor.
Si el p roceso d e m od er n ización h a cread o esp acios
periféricos, marginándolos de todo interés oficial, Monsiváis
buscará rescatarlos en su escritura, p ues con stituyen “la
versión más favorecida —la brutalmente masificada— del siglo
venidero”. Estas zonas obsoletas creadas por la modernización
—sus escombros, por decirlo de algún modo—, carecen de
signos de pertenencia, no funcionan ya como referentes de
una colectividad; en suma, no son ya el depósito de alguna
identidad: se presentan como no lugares. No obstante, para
Monsiváis esta ausencia de peso simbólico es sólo temporal.
De hecho, los no lugares revelan de forma efectiva la forma de
vivir la ciudad pues no están deshistorizados por completo,
sino que se los incorpora a nuevas formas de significar lo
urbano. Si algo, la ciudad genera una y otra vez significados
(a veces parodias de sí misma) que le dan sentido a todos sus
espacios. El sólo ser la evidencia de la catástrofe provee de
fuerza semántica a esos espacios. Describir la manera en que
cambian esos espacios —que establecen una tensión entre el
pasado y la modernidad— es otra más de las funciones del
cronista. Las crónicas sobre los lotes que dejó el terremoto,
por ejemplo, o sobre el tianguis del Chopo, atestiguan cómo

118
Monsiváis rastrea zonas simbólicas en que la ciudad organiza
sus restos de otro modo. Esos vacíos que la definen, que
anuncian el lenguaje que tomará cuerpo en sus calles, son los
huecos donde opera el lado oscuro de la ciudad visible:

En el inmenso tianguis que es la ciudad, el Chopo es un


territorio donde la solemnidad toma la forma de lo que, fuera,
aún se considera provocación. […] En el Tianguis […] algo de
la contracultura clásica permanece, la de quienes no se enteran
del sueño de la modernidad, no pretenden estar al día con sus
correspondientes en Norteamérica […] y no se jactan de
abandonar una sociedad a la que nunca han pertenecido. Estos
p unks o rockeros o ácratas mexicanos […] se unifican y
diversifican según los grados de resistencia a la industria
cultural, o a la televisión comercial […] y —tribu perdida y
hallada en la contracultura— viven la ley del exceso.

En “La h or a d el con sum o alter n ativo. El Tian guis d el


Ch op o” ap arece clar am en te esta volun tad d e r astrear
aquellos esp acios donde la ciudad se resiste de distintos
m od os a la n orm a im p uesta d esd e otro lugar. Aquellos
b a r r io s, a p e sa r d e se r t a m b ié n p r o d u ct o d e
modernizaciones previas, representan un territorio liberado,
al menos momentáneamente, de la lógica dominante de
los medios masivos, a los que la crónica busca op onerse.
Fren te a un a liter atur a d e autoayud a que p red ica “la
ideología del Op timismo”, Monsiváis describe a p ersonajes
ajenos a toda seguridad y p osibilidad de ascenso social:

Estos chavos son tantos y están tan desemp leados que en


ellos no prosperan esas exhortaciones-a-la-decencia que son
las razzias. A su lado se acumulan las negativas: no se les
puede expulsar de la ciudad, no obtendrán empleos formales.

119
No habrá salidas aceptables a sus demandas. Pues entonces,
y mientras las p atrullas sigan al acecho, que hagan lo que
quieran con su horrible asp ecto.

Así, Monsiváis rastrea esp acios donde una ciudad distinta


—ajen a a la ciud ad rep resiva p roven ien te d e las esferas
oficiales y a la ciudad individualista fomentada desde los
best sellers— sea p osible. En Días de guardar, al hacer la
crón ica d el fam oso m ural efím ero d e José Luis Cuevas,
Monsiváis remarca el escenario en que éste se lleva a cabo:
la Zona Rosa, que en sus inicios buscaba ser un esp acio de
renovación urbana, un lugar donde la vida cultural p odía
modernizarse y ser cosmop olita. No obstante, como más
adelante lo descubre,

la Zona Rosa es un cálido impulso financiero, no una forma


del México nuevo, no una expresión de cambios cualitativos,
no la concreción de la vanguardia: es, dicho del modo más
simp le […] el núcleo de las ap ariencias comp lacidas que
alguna vez ap arentó ser el p rincip io de una formidable
cosmop olitización. […] Al fallar la Zona Rosa en el intento
imp osible de p rop oner otra versión de las cosas a p artir de
la moda, la antigua versión, la que sigue cifrando su abolengo
en el número de fotos publicadas al mes, impuso su criterio.

Al centrarse en lo marginal, Monsiváis hace aparecer a través


del texto cronístico lo que se hallaba desap arecido o había
sido excluido de la mirada p ública: p ersonajes y sectores
marginales, movimientos sociales “derrotados”, p rocesos
culturales aún no asimilados, en suma, cualquier tradición
de tip o contestatario. En la crónica, lo otro ap arece como
sujeto, tem a y p roblem a d e su d iscurso. En el p rólogo
titulado “Lo marginal en el centro”, Monsiváis afirma: “Para
estos gr u p os, la d em ocr acia es en lo fu n d am en tal el

120
ap rendizaje de la resistencia civil, que se inicia en la defensa
d e la legalid ad , an te la ilegalid ad p racticad a d esd e las
esferas del p oder económico y p olítico”.
En efecto, p ara Monsiváis todo aquello que se encuentra
al m argen es un a evid en cia d el autor itar ism o y d e la
op osición a éste. Los sujetos que retrata Mon siváis son
p ersonajes que se encuentran en conflicto con la cultura
d o m in a n t e , co n lo s va lo r e s y je r a r q u ía s sim b ó lica s
establecidos p or ella. Las p osiciones marginales detentadas
p or los excluidos del sistema “son las cor reas transmisoras
d e un a actitud : son la d em ostración ad m irable d e que
ninguna enajenación, ningún sistema totalizador triunfa
del todo”. Ya desde su autobiografía afirmaba tal convicción:
“la id ea d e vivir d efen d ien d o p osicion es abier tam en te
m in or itar ias m e com p lacía”. Así, p arecier a qu e p ar a
Monsiváis sólo desde el margen se puede reclamar el derecho
a la p olítica, la formación de una conciencia ciudadana, así
como la p articip ación en la discusión del esp acio p úblico.
En u n p aís en qu e la p r ivatización d e d ich o esp acio
m u lt ip lica y co m p le jiza la s fo r m a s t r a d icio n a le s d e
segregación, el tratamiento e interés p or esp acios excluidos
y sectores m argin ales (can tan tes, lu ch ad ores sociales,
en m ascarad os, actores d el cin e n acion al, ch avos ban d a,
boxead ores o in cluso p erson ajes in trascen d en tes d e las
clases medias), resulta un intento de restaurar la convivencia
y la imagen de la sociedad, p ero a la vez constituye ya un
acto de denuncia. Si la ciudad ha venido desar rollándose y
se transforma de acuerdo con una modernización dictada
desde arriba, Monsiváis busca un modo alternativo de ver
y dar cuenta de la ciudad desde abajo. El intento por colocar
“lo marginal en el centro” es p arte de una p referencia p or
d ar cuen ta d e cier tas tem áticas o n úcleos usualm en te
con sid erad os m argin ales p or el p od er y tam bién p or la
crítica (culturas p op ulares, m ovim ien tos sociales, m itos

121
nacionales, medios e industria cultural, la izquierda), una
inclinación p or aquello no anquilosado o “canonizado” p or
las lecturas académicas. Pero es también una estrategia que
le p ermite a Monsiváis situarse en una p osición distante
d e los d iscursos h egem ón icos, con el fin d e cuestion ar,
desde la marginalidad de su p rop io discurso (la crónica),
las estructuras centralizadas y autoritarias del país, al mismo
tiemp o que reivindicar a los sectores excluidos del p royecto
de nación dominante.
Al reconocer a la cultura p op ular como ámbito legítimo
p ara criticar a la cultura p olítica d om in an te, Mon siváis
p romueve un cambio de signo p ara todo aquello que se
encuentra en el margen. De igual modo, al situarse fuera
del centro, Monsiváis logra hacer de la marginalidad un
elemento de imp ugnación. Eso le p ermite transgredir las
p autas autorizadas y romp er el contexto de subordinación
en que se halla tanto el sujeto de su discurso (lo marginal,
lo otro), como su p rop io discurso: la crónica, que funciona
fundamentalmente p or su p osición resp ecto al canon.
Frente a la “gran literatura” —representada por la novela
y la p oesía—, la crónica es una escritura marginalizada p or
la cr ítica. Esto p osibilita q u e p u ed a h acer se u n u so
estratégico de este género como imp ugnador de la cultura
dominante. Así lo cree Linda Egan: “Una p arte p rimordial
del p royecto ideológico de los autores contemp oráneos es,
p recisamente, ar rasar las divisorias que tradicionalmente
definían el “centro” canónico y arrastrar adentro todas las
formas que languidecían en la p eriferia”.
En su A ustedes les consta. Antología de la Crónica en México,
Monsiváis hace el recuento de la imp ortancia de un género
co m o la cr ó n ica p a r a la lit e r a t u r a y la h ist o r ia
hisp anoamericanas. En otro ensayo sobre las funciones de
la cr ón ica en n uestro p aís, Mon siváis con tin úa con su

122
r e ivin d ica ció n d e e st e g é n e r o y h a ce ex p lícit a su
imp ugnación al canon literario dominante:

N i el en or m e p r estigio d e la p oesía, n i la sed ucción


omnipresente de la novela, son explicaciones suficientes del
desdén casi absoluto p or un género tan imp ortante en las
relaciones entre literatura y sociedad, entre historia y vida
cotidiana, entre lector y formación del gusto literario, entre
información y amenidad, entre testimonio y materia p rima
de la ficción, entre p eriodismo y p royecto de nación.

La función que cumple la idea de poner el acento en las


culturas marginales es la de contrastarla con los cánones
establecidos. Del mismo modo, el uso de nociones estéticas
estructuradas a partir de lo popular constituye un principio
impugnador del canon culto, de las formas heredadas de lo
que se consebía como alta cultura. Así, para Monsiváis las
fronteras entre lo que anteriormente se consideraba cultura
p op ular y cultura elevad a resultan in op eran tes p ara la
interpretación de la realidad. En su autobiografía adopta esta
posición en referencia a su propia persona: “acepté esta suerte
de autobiografía con el mezquino fin de hacerme ver como
una mezcla de Albert Camus y Ringo Starr”.
En ese sentido, el proyecto monsivaiano apunta a romper
con el tip o de rigideces del camp o cultural que p romueven
un p ensamiento excluyente y que de algún modo refuerzan
lo s co n t r o le s h e g e m ó n ico s e je r cid o s p o r la s cla se s
gobernantes: lo p op ular, según Monsiváis, convive con la
mal llamada “alta cultura”. No se trata, p or lo demás, de
una posición dogmática. Para Monsiváis las diferencias entre
exp resion es cultur ales existen p ero n o com o fron ter as
elitistas:

123
El problema ahora es entender las jerarquías naturales y no
las jerarquías im p uestas. Yo sigo creyen d o que existen
distancias jerárquicas entre […] Lezama Lima y La familia
Burrón, p or así decirlo. El p roblema es que son jerarquías
naturales y que no tienes que subrayarlas con desp recios o
prepotencias porque se dan naturalmente.

De ahí que Monsiváis busque p ensar el camp o cultural no


co m o u n sist e m a e st á t ico , r e g id o p o r d ico t o m ía s
ap aren tem en te sim étr icas (lo cu lto/lo vu lgar, p u reza/
imp ureza, alta cultura/ baja cultura), sino p or una dinámica
con tin u a qu e p er m ite u n a m ir ad a cap az d e aten d er
fenómenos transitorios, múltip les, híbridos.
Frente a la tendencia de concebir el esp acio social como
un esp acio simbólico homogéneo, Monsiváis remarca las
diferencias. Esto lo hace en términos formales (la crónica
como esp acio fronterizo en donde ap arece lo otro) y de
manera exp lícita (un discurso crítico frente al p oder). Poner
el acento en las diferencias tiene como objetivo subvertir
las n or m as y las id eas con ven cion ales. Al rem arcar la
diversidad, Monsiváis busca disolver las fronteras culturales
en las que se basa la construcción de lo nacional. En ese
se n t id o , Mo n sivá is cr e a u n d iscu r so a je n o a l d e la
h om ogen eid ad cultural (com o lo sería el d iscurso d e la
Unidad Nacional) que a su interior p ermita la convivencia
d e d istin tas realid ad es, y que p ued a h acer p osible un a
conformación más democrática e incluyente de los diversos
universos simbólicos existentes en la ciudad. En el siguiente
a p a r t a d o a n a liza r é la fo r m a e n q u e e st a p r o p u e st a
transgresora se lleva a cabo al interior de la crónica.

124
FRONTERAS DE LA ESCRITURA, ESCRITURA DE
LAS FRONTERAS
La crónica o la novela sin ficción dependen de la noción de ‘frontera’,
pero, sobre todo, del arte de cruzarla. A medida que la mentalidad de fortaleza
se arraiga en los territorios que temen a los bárbaros,
pocos estímulos pueden ser tan sugerentes como la mezcla de géneros y
culturas.
Juan Villoro, “La fron tera d e los ilegales”

e acuerdo con Emannuel Carballo, el “éxito de

D Monsiváis no sólo depende de las ideas que expone


en las conversaciones, los artículos y los ensayos sino
de la manera como las maneja, manera que rompe con los
m old es establecid os”. La form a d el relato que p rop on e
Monsiváis posee importancia en la medida en que constituye
ya un a organ ización que p ued e ser in ter p retad a com o
compromiso estético y político. Según Roland Barthes, “en
toda forma literaria, existe la elección general de un tono, de
un ethos si se quiere, y es aquí donde el escritor se individualiza
claramente porque es donde se compromete”. Pensando que
la forma puede interpretarse como contenido, en ella está
atisbada ya la constitución interna del discurso, sus intenciones
—políticas, estéticas— intrínsecas.
La forma de los textos de Monsiváis es, según diversos analistas,
de difícil clasificación. Hay quienes los definen como crónicas a
secas, otros sitúan su obra en el plano del ensayo, y quienes
reconocen el carácter heterogéneo, mestizo y de difícil clasificación
de tales textos, ya sea considerándolos crónicas o crónicas-ensayos.
Esta dificultad por definir el tipo de escritura que practica
Monsiváis revela el carácter fundamentalmente híbrido de sus
textos. El propio Octavio Paz se había ya dado cuenta de ello:

El caso de Monsiváis me ap asiona: no es ni novelista ni


ensayista sino más bien cronista, p ero sus extraordinarios

125
textos en p rosa, más que la disolución de estos géneros, son
su conjunción. Un nuevo lenguaje aparece en Monsiváis —el
lenguaje del muchacho callejero de la ciudad de México, un
muchacho inteligentísimo que ha leído todos los libros, todos
los comics y ha visto todas las películas. Monsiváis: un nuevo
género literario…

Géneros “escurridizos”, “camaleónicos” o “intermedios”, son


a fin de cuentas como han sido definidos los tipos de textos
que p r actica Mon siváis. Si bien con cibe su obr a com o
esencialmente cronística, el propio Monsiváis habla del carácter
híbrido de su escritura al caracterizar su propia obra: “es un
trabajo compulsivo de documentación crítica y paródica de la
realidad mexicana y, en otro nivel, de ensayo literario y de
historia cultural”. Lo que para Paz es novedad, para Monsiváis
es una forma consciente de romper con los límites establecidos
p or las convenciones genéricas. En tanto construcciones
híbridas, las crónicas de Monsiváis buscan erigirse como textos
transgenéricos, atravesar las fronteras entre distintos géneros
e instaurar en un mismo texto la comunicación entre discursos
an tes con sid er ad os si n o an tagón icos, p or lo m en os
excluyentes.
La idea de frontera es quizá una de las más fecundas para
pensar su género: “la noción de frontera también juega un
papel al interior de la literatura; hay un correlato singular entre
la preocupación por los híbridos culturales de nuestro fin de
siglo y la adopción de formas mestizas, de géneros sin género
o, para decirlo con Julio Ramón Ribeyro, de prosas apátridas”,
afirma Juan Villoro. En relación con la ciudad, el carácter
fronterizo de la crónica se encuentra ligado a la condición
urbana: como la crónica, “lo propio de la ciudad es su avance
voraz, su no reconocer fronteras” (“Apocalipsis y utopías”).
Por lo d em ás, la h ibrid ación d e los textos d e Mon siváis
va m ás allá d e un a r up tur a gen ér ica ya que con juga d e

126
for m a sim ultán ea recur sos d el p er iod ism o y la liter atur a.
En la lectu r a d el N u evo Per iod ism o n or team er ican o,
Mon siváis h alló la p ied r a d e toque d e su escr itur a: la
cr ón ica d e h ech os elabor ad a con técn icas d e la ficción .
Escr itur a fron ter iza que reún e a la vez am bos elem en tos,
la obr a d e Mon siváis p osee, com o d ice Lin d a Egan , un
“alm a d esd oblad a”. Según esta autor a que h a estud iad o
a p rofu n d id ad la cr ón ica, “el gén ero q u e Mon siváis
d efien d e es un a for m a ‘bastard a’ que n o sólo n o in ten ta
o cu lt a r su m it a d ilit e r a r ia , sin o q u e se u fa n a d e
osten tar la; sus vín culos con el p er iod ism o for m an p ar te
d e su r azón d e ser. Tam bién son el p retexto p or el que se
la con d en a”. Resp ecto a la cr ón ica, existe un p rejuicio
ex t e n d id o q u e la sit ú a fu e r a d e t o d a co n sid e r a ció n
estética d ebid o a su car ácter n o-ficcion al. U n a d e las
car acter ísticas d e la cr ón ica es que d ebe estar elabor ad a
en tor n o a un referen te p úblico verd ad ero y com ún a los
le ct o r e s. M o n sivá is e st á co n scie n t e d e e llo : “U n a
exigen cia d el gén ero: la exactitud com o m ater ia p r im a
d e la fan tasía. […] Por el d etalle, según esta liter atur a,
se llega a la esen cia”.
Esta condición factual de la escritura monsivaiana no
imp ide, sin embargo, crear textos con autonomía estética y
de condición artística, así como hacer uso de estrategias
p rovenientes del camp o de la ficción 12. Si p ensamos en una
de las tradiciones más antiguas de la escritura en América

12 Un o d e los m ás claros ejem p los d e esa elaboración ficticia en la obra d e


Mon siváis, con siste en el uso d e un n arrad or que va d e la p rim era a la tercera
p erson a sin ap en as an un ciarlo, y que p asa d e un a p osición subjetiva y p arcial
a otra om n iscien te, en los m om en tos en que se in trod uce en la “in teriorid ad
ajen a”. En “La h ora d e las con viccion es altern ativas. ¡Un a cita con el d iablo!”
p ued e leerse un a m uestra d e ello: “En el cerro d e las Án im as o d el Pun tiagud o,
la d escon fian za y las creen cias p revias en gen d ran el clim a d e las p eticion es,
rezos, curiosid ad , sán am e, sálvam e, h azm e rico, h azm e fuerte, con síguem e a
esa m uch ach a”.

127
Latina como es la exp resión cronística, es p osible afirmar
que desde la Conquista la elaboración del p ensamiento en
torno a la sociedad se h a llevado a cabo a través de un
le n g u a je ce rca n o a la ficció n . Ex ist e d e h e ch o u n a
imp ortantísima tradición de textos que mezclan hechos y
ficción desde antes de Bernal Díaz del Castillo. “Ficción de
h ech os” o “literatura sin ficción” h an sido fórmulas con
que se ha intentado definir a la crónica, debido a la manera
en que conjuga esos dos discursos que en ella concilian
sus diferencias (el literario y el periodístico). De ahí el debate
en torno a su residencia p rincip al: ¿género p eriodístico o
literario? Debate por lo demás anquilosado. Si bien es cierto
q u e la cr ó n ica se d e se n vu e lve e n d o s ca m p o s
contradictorios, resulta infértil tratar de encap sularla en
sólo uno de ellos.
A pesar de su inmediatez, la de Monsiváis es una escritura
excesivam en te cuid ad a. Con stan tem en te se m en cion a la
cap acidad autocrítica del autor que, resp ecto a la infinidad
d e t ex t o s q u e p u b lica se m a n a lm e n t e , p o se e p o co s
volúm en es p ublicad os com o libros. Mon siváis valor a y
corrige de forma atenta aquellos textos que merecen el paso
del periódico al libro. Esto responde a un principio: revalorar
la crónica en tanto que contiene cualidades estéticas. Su
obra demuestra que a p esar de tratar elementos de la vida
cotidiana, de p oseer antes que nada un referente real, la
crónica puede ser arte. Como afirma Susana Rotker respecto
a las crónicas modernistas:

La condición de texto autónomo dentro de la esfera estético/


literaria no depende ni del tema, ni de la referencialidad ni
de la actualidad […]; much as de las crónicas modernistas,
al desprenderse de ambos elementos temporales, han seguido
teniendo valor como objetos textuales en sí mismos. Es decir,

128
que, p erdida con los años la significación p rincip al que las
crónicas p udieron tener p ara el p úblico lector de aquel
entonces, son discursos literarios p or excelencia.

E n va r ia s o ca sio n e s M o n sivá is h a d e fe n d id o la s
p osibilid ad es liter ar ias d el p er iod ism o y cr iticad o las
p o sicio n e s “a r ist o cr á t ica s” q u e su p r im e n t o d a
consideración estética p ara esa “literatura bajo p resión”,
que p or lo demás ha alimentado “de modo p rimordial” la
“comp rensión múltip le de la realidad”. Un claro ejemp lo
es el ar tículo titulad o “Per iod ism o y liter atur a: ‘com o
hermano y hermana…’”, en el que —además de transgredir
el tradicional carácter masculino y femenino que se le da al
p eriodismo y a la literatura, resp ectivamente— argumenta
que la “ausencia de p reocup aciones literarias tiene que ver,
e n g r a n m e d id a , co n la ca r e n cia d e t r a d icio n e s
d em ocráticas”.
Además de revalorar estas formas de exp resión como
literatura, evitar el p rejuicio de que la literatura equivale a
ficción (a irrealidad) p ermite romp er con la idea tradicional
de que existen “géneros menores”. Frente a la “tenacidad
d e la Acad e m ia p ar a se g u ir su je tan d o u n a lín e a d e
demarcación literaria que injustificadamente destier ra los
discursos no-ficticios de la arena p rivilegiada conferida a
la alta cu ltu r a” (Lin d a Egan ), Mon siváis legitim a la
recup eración de un género marginal como la crónica y con
ello busca transgredir la validez de las jerarquías establecidas
p or el discurso rígido de la Academia y la crítica literaria.
Par a en ten d er la in ten ción qu e su byace al tip o d e
escritura transgenérica que p ractica Monsiváis, es necesario
entender lo que son los géneros. Según la teoría bajtiniana,
los géneros constituyen “un sistema histórico de regulación
de las relaciones literarias”, el cual p rop orciona las normas
a p artir de las cuales es p osible definir “lo que es literatura

129
y lo que n o lo es”. Si los gén eros rep resen tan n or m as
literarias que establecen el contrato entre un escritor y un
p úblico esp ecífico, la escritura m on sivaian a, guiad a p or
una voluntad de transgredir las normas, busca romp er con
tales con tr atos tr ad icion ales. Sus cr ón icas resultan ser
relatos que desafían de manera constante la estabilidad del
canon recibido.
La hibridación genérica funciona así como un modo de
in fr in gir o violen tar las reglas, lo establecid o. Si algo
ca r a ct e r iza a la o b r a d e M o n sivá is e s su vo lu n t a d
transgresora. De ahí que su escritura sea ambigua, “desde
el p unto de vista genérico”, p ero coherente “desde el p unto
de vista p olítico”, como afirma Kraniauskas. Podría decirse
que en la cr ón ica m on sivaian a h ay un tr aslad o d e las
p reocup aciones temáticas a las p reocup aciones formales,
d e m o d o q u e e l se n t id o d e vie n e fo r m a . La cr ó n ica
monsivaiana constituye un esp acio escritural que rebasa las
fronteras tradicionales de la escritura y se forja como una
forma cultural esencialmente dialógica. La crónica conjuga
d istin tos elem en tos en un p royecto d ialógico que busca
vincular la cultura nacional con la cultura popular, el análisis
p olítico y cierta voluntad ensayística con la literatura.
Según Monsiváis, a la p ar de constituirse como creación
estética, la crónica p osee un afán ir renunciable: “cump lir
deberes cívicos y morales”. H eredada de Altamirano, una
con vicción zurce su obr a: “Por la liter atur a México se
regen er ar á” 13 . La fu n ción d e la cr ón ica —el relato y
d escrip ción d e los h ech os—, vien e acom p añ ad a d e un a

13 De Altam ir an o h er ed a tam bién la fe en la toler an cia, el atr activo d e lo


d iferen te y cierta visión sobre la ciud ad com o esp acio d e la frustración : “México
es un a ciud ad clorótica, p obre, m ojigata […] cuyo esp íritu se h a p ervertid o en
el m arasm o d e un a vid a p erezosa y en la barbarie d e un a ed ucación d e la Ed ad
Med ia”. No obstan te tal d ecep ción ren ace d e m an era con stan te com o con fian za
en el cam bio.

130
voluntad ensayística. La división tradicional entre crítica y
ficció n q u e d a así re basad a. La cr ó n ica q u e p r actica
Mon siváis h ace p osible con jugar am bos h or izon tes: un
p royecto de reforma a través de la creación de un universo
artístico. La crónica se vuelve así un medio estético cap az
de crear una totalidad autónoma p erdurable al tiemp o de
ejercer una función crítica.
Así se p uede ver cómo la crítica social y la p reocup ación
estética ap arecen ín tim am en te ligad as y se sostien en
mutuamente en la obra monsivaiana. La crónica p osee una
doble función, p roveniente de su existencia desdoblada: la
crítica social insep arable de la creación artística. La estética
un id a a la m oral. La reform a d e la socied ad en am bos
sen tid os: el social y el esp iritual. Pod ría d ecirse que su
discurso nar rativo se iguala a su proyecto ideológico. Ambos
se encuentran en el mismo p lano; uno a otro se sostienen.
Por lo demás, la forma del relato supone cierta definición
an te d os p roblem áticas en cor relación : el len guaje y la
sociedad. La forma híbrida y fragmentaria de la crónica
sup one la existencia multicultural y fracturada de la vida
so cia l, a sí co m o d e l d iscu r so q u e la ex p r e sa . Su
h eterogeneidad escindida rep roduce en la nar ración los
conflictos que fracturan a su comunidad. Así, la crónica
con stituye un a escritura d e fron tera, un a escritura que
busca rep resen tar la crisis y el con flicto cultural que la
ciudad vive.

131
132
CIUDAD Y MEMORIA: LA CONQUISTA DEL
ESPACIO PÚBLICO
N o, no era quizá la vida lo que estaba hoy en las calles, sino sólo la historia.
[… ] Las calles, las ciudades, los recintos planificados por la estética,
la asepsia, la política. También por las ideas, la represión, la policía,
la competición y la muerte.
H éctor Tizón , La casa y el viento

La ciudad en estos años cambió tanto


que ya no es mi ciudad, su resonancia
de bóvedas en ecos y los pasos
que nunca volverán.
Ecos pasos recuerdos destrucciones.
Pasos que ya no son. Presencia tuya.
H ueca memoria resonando en vano.
José Em ilio Pach eco, El reposo del fuego

d e m á s d e d e t e n t a r se co m o e sp a cio d e

A im p ugn ación —d e acuerd o a su con d ición d e


discurso fronterizo, y como ámbito a la vez crítico
y artístico —, la crónica de Monsiváis le otorga a la urbe un
rostro d istin to. Med ian te un a in ver sión d e la m ir ad a,
Mon siváis p on e el én fasis en el ám bito que se op on e
simbólicamente a los medios: la calle, lugar donde es posible
rastrear la cultura p op ular en su efervescencia cotidiana:

En la calle, deslumbra y aturde el desfile (el laberinto) de los


oficios viejos y nuevos: músicos ambulantes que son —lo
in só lit o — cu lt u r a p o p u la r fu e r a d e lo s cu b ícu lo s,
manifestantes que gradúan la intensidad de sus rostros,
mujeres granaderas con su metralleta que feminizan a la
fuerza p ública, niños trap ecistas en el salto mortal de una
luz roja a una luz verde, barrenderos, jóvenes que se acercan
a las cajas automáticas en actitud de exclamar ‘¡Ábrete,
Sé sa m o !’, p o licía s a m o d o d e p a isa je d e la se g u r a
in t r a n q u ilid a d , n iñ o s q u e in h a la n ce m e n t o (la

133
autodestrucción como desinformación), tragafuegos, mimos,
boleros, la p edagogía de la violencia que se inicia en la
crueldad contra los animales… La calle, el esp ectáculo que
comp ite, gloriosamente y en vano, contra la televisión.

Como afirma Elena Poniatowska, Monsiváis se lanza a la


calle en busca de p ersonajes y escenarios p ara sus crónicas
p orque es ahí donde la vida p ública se exp resa de modo
inusual y donde mejor se exhibe la transformación citadina:

Mejor que nadie, Monsiváis sabe que la historia de un p aís


no se hace en el Congreso sino en la p laza p ública, en la
calle, en las misceláneas, en las vecindades, en las cocinas,
y que si en las Lomas y en el Pedregal los ricos se p etrifican,
la cultura p op ular es p arte de la constante transformación
de nuestro p aís.

Para Monsiváis la calle es el espacio público por excelencia,


el territorio del diálogo posible; constituye el lugar “donde la
libertad puede aparecer”. Esa es sin duda, la concepción que
se hace más patente en su primer libro de crónicas, cuyo eje
temático es la efervescencia y frustración que el movimiento
estudiantil representó para la vida política mexicana. El 68
fue un año simbólico para la ciudad, pues definió una forma
de concebirla y el derrotero que seguiría en las siguientes
décadas. Es, en principio, un momento de refundación de la
urbe, como lo describiría años después al hacer el recuento
de los hechos:

En 1 9 6 8 , e l Mo vim ie n t o Est u d ia n t il r e ivin d ica la s


aspiraciones democráticas y acepta la existencia de la ciudad
p u esto qu e ya se d isp on e d e ciu d ad an os. Recor r id a,
conquistada a p ie, exp rop iadas sus calles con la vibración y

134
el coraje de brigadas y manifestaciones, la cap ital p arece
dar, en tanto sede de multitudes con p rop ósitos y destino,
algunos signos de vida.

Días de guardar d escr ibe un a ciud ad an tes que n ad a


rep resiva. En ella el movimiento estudiantil ap areció dando
vitalid ad a un am bien te m arcad o p or las restr iccion es
ejercidas p or un gobierno autoritario:

Se vive de nuevo en las calles, p ero el p recio es muy alto. El


deseo de una sociedad democrática atraviesa el tamiz de las
rep resiones, del sonido de las ambulancias como el nervio
herido de la ciudad, de los rumores que multip lican los
muertos y las informaciones p eriodísticas que esp arcen la
difamación.

El 6 8 in a u g u r a u n n u e vo e sp a cio , p r o p o r cio n a e l
d in am ism o ausen te en un a socied ad cuya m ovilid ad se
había p etrificado en los años p revios. En 1968 se inventa
un nuevo rumbo p ara la urbe. En esta transformación los
sign os d el m ied o h icieron d e la ciu d ad u n ter r itor io
imp reciso e inseguro, p ero en el cual formas alternativas
de concebir la ciudad p odían vislumbrarse:

Siren as d e am bulan cia. Cord on es p oliciales. La ciud ad


acorralada. Sometimiento, humillación, amedrentamiento.
La ciudad se vuelve un camión de granaderos hastiados y
demacrados, y un ademán de pavor que cubre un rostro y la
furia de un burócrata que se queja de las cuadras recorridas
p ara llegar a casa, y el verdugo a p esar suyo y la víctima a
p esar suyo y el indiferente a p esar suyo. […] En unas horas,
el p iadoso edificio de la seguridad se ha derrumbado. La
comodidad de un país parecido al cuerno de la abundancia,
la tranquilidad de saberse distinto al resto de América Latina,

135
se anulan ante esa estridencia de las ambulancias, ante el
frío anudado en la contemp lación de las fuerzas p oliciales.
En el vacío de las calles, en el p erfecto oxígeno del ter ror,
en la p remura con que todo arriba a la inmovilidad, en la
agitada lentitud hipócrita de los transeúntes, se recogen los
ecos y el desafío de un desp lome de consignas de mármol.

En “Primero de agosto de 1968. La manifestación del


Rector”, Monsiváis escenifica las dos visiones que sobre la
urbe se delinean desde el movimiento de ánimo liberador,
y desde la esfera del p oder, cuyo objetivo es continuar con
el control de la ciudad. Al recordar las movilizaciones de
los años 60 a favor de la Revolución Cubana, Monsiváis da
cuenta del elemento central que se jugó en aquel entonces:
la lucha p or adueñarse del esp acio p úblico:

Al final de una de las manifestaciones, se presentó el general


Cárdenas y todos se sentaron en el Zócalo p ara oírlo. Y un
día, en la calle de Madero, poco después de que el Presidente
Lóp ez Mateos había recibido a un grup o de intelectuales
que le comunicaba su adhesión a Cuba, los manifestantes se
vier on r ep r im id os y p er segu id os. Y el fer vor p or la
Revolución Cubana dejó de disp oner de la calle.

Este enfrentamiento simbólico se exp resa de forma clara


resp ecto a uno de los símbolos de la nacionalidad. Al dar
cuenta de los usos del H imno Nacional, Monsiváis op one
dos versiones op uestas de la urbe que se busca erigir:

H abía un H imno Nacional de festivales escolares y ritos


establecidos y había el H imno Nacional entonado p or los
estudiantes cuando el ejército invadía las escuelas, entonado
p or los manifestantes ante la vista de los granaderos. Ese

136
H imno Nacional unía a los presentes, abandonaba su ‘fulgor
abstracto’ y relacionaba este momento con el inventario de
los restos del orgullo cívico.

La misma op osición p uede verse descrita más adelante en


el libro, en referen cia al len guaje cor p or al d e am bos
an tagon istas:

Y el gesto d eten id o en la sucesión d e reiteracion es se


perpetuaba: la mano con el revólver, la mano con el revólver,
la mano con el revólver, la mano con el revólver. Y alguien
alcan zó a exclam ar d esd e el ter cer p iso d el Ed ificio
Chihuahua: ‘¡No corran. Es una p rovocación!’ Y como otro
gesto inacabable se opuso la V de la victoria a la mano con el
revólver.

En ese enfrentamiento p or ocup ar la esfera p ública, la


ciudad rep resentó el ter ritorio de las op ortunidades ante
la voluntad de disidencia y la necesidad de p rotesta. Fue el
e sp a cio p o lít ico p o r a n t o n o m a sia q u e d e b ía se r
conquistado. Frente a la rep resión p or p arte de p olicías y
granaderos que imp onían “un sentido único de uso p ara
las calles de México”, el movimiento estudiantil se ap rop ió
del espacio público como modo de ejercer la crítica y proveer
nuevas significaciones al actuar en el escenario urbano:

Una generación decidía el acre deslinde entre lo que exige


y lo que merece respeto; era su primer contacto con la calle,
acomp añada del desfile torp e al p rincip io de quienes no
habían vuelto, sino en mínima forma, a revisar la ciudad
desde el p unto de vista de la arenga y la incitación. Era la
caminata inaugural, el p rimer sojuzgamiento de una calle
antes no entendida, no concebida como mensaje, como

137
p lataforma, como comp añera. H asta entonces, la calle les
había p arecido el enemigo informe y deforme, o un mero
tr ám ite u r ban o. Ah or a, se tr an sfor m aba en esp acio
infinitamente valioso y conquistable.

La tom a d e las calles con stituye p ar a Mon siváis el


e le m e n t o q u e h a ce d e lo s h a b it a n t e s d e la u r b e ,
ciud ad an os. Sólo a tr avés d e este p roceso d e p olitización
ur ban a, la ciud ad p ued e tr an sfigur ar se en un escen ar io
p a r a e l ca m bio y e n p o s d e la d e m o cr a t iza ció n . La
m an ifestación d el silen cio rep resen tó eso, la m an er a en
q u e a t r a vé s d e u n im p u lso va n g u a rd ist a la ciu d a d
ad quir ía un n uevo status —se p on ía a la p ar d e otr as
u r be s m od e r n as—, así com o la ap ar ición d e l su je to
colectivo en ese n uevo escen ar io p olítico:

Son los p asos de la manifestación del 13 de agosto, esos


p asos [...] a la conquista del Zócalo, esa llanura vital de la
República tan inaccesible, tan resguardada por símbolos de
todos los p oderes y tan domeñada p or p oderes ataviados
com o sím bolos. Pasos in créd ulos, obstin ad os, absortos,
voluntariosos, que fueron rescatando, recreando las calles[:]
Lo s t r a n se ú n t e s se t r a n sfo r m a r o n , sú bit a m e n t e , e n
ciud ad an os; el recon ocim ien to com un al d el trazo d e la
ciudad le ganó la batalla a la grisura de las tardes tristes [...],
p asos que rodearon, vulneraron el Zócalo, la Plaza de la
Constitución, y lo entendieron como esp acio mensurable,
dimensión humana, ya no la tierra santa, ya no la propiedad
exclusiva de efemérides y concentraciones en ap oyo del
gobierno, sus visitantes ilustres y sus actitudes nómadas.

La re cu p e r a ció n d e la ca lle p o r lo s p a so s d e lo s
m an ifestan tes im p licaba la obten ción d e un a p resen cia
pública. Al mismo tiempo significaba la creación imaginaria

138
de una ciudad que ya no es sólo un esp acio sin sentido; es,
p or el contrario, un esp acio que p osee un valor en sí y que
se h a con ver tid o p or fin en p erson aje. Al d escribir las
brigad as estud ian tiles, Mon siváis exp resa lo an terior al
m ism o tiem p o que cor p or iza a la ciud ad : las br igad as
constituyen “la ideología vital de quienes han creído en los
muros de la ciudad, en los ojos de la ciudad, en el oído de
la ciudad, en la inasible conciencia de la ciudad”.
Mon siváis recup er a d el m ovim ien to la volun tad d e
democratizar al p aís, la cual tuvo su mejor exp resión en las
marchas y las brigadas estudiantiles. Esto es claro cuando
Monsiváis contrap one dos esp acios del movimiento, lo cual
le p erm ite afirm ar la liberación que la ciud ad p rop on e
incluso frente al dogmatismo de la izquierda:

Vertederos, sitios de purificación, organismos catárticos, las


asambleas, en su retadora, monstruosa durabilidad, educan
p ara el desgaste. La calle educa p ara la recup eración. […]
Las brigadas, y sus discusiones escenificadas en camiones y
en mercados, y sus discursos convincentes y sobresaltados y
su continua p resencia en la calle, redimen al Movimiento
Estudiantil del p ecado original del asambleísmo.

La cr ón ica m on sivaian a registr a ad em ás la for m a en


que la relación en tre lo p úblico y lo p rivad o se tran sform ó
a lo largo d el m ovim ien to. Previo al 68 la ciud ad estaba
m arcad a com o un esp acio p olítico ajen o, exp rop iad o,
p er ten ecien te a la au tor id ad . Al ir r u m p ir en él, los
estud ian tes h icieron p úblico aquello d e lo que se les h abía
p r ivad o. Cuan d o Mon siváis d escr ibe los sucesos d el 2
d e octubre, d a cuen ta d el p roceso in ver so: la m an er a en
q u e e l e sp a cio p ú b lico , la p la za , se d isu e lve : “Lo s
cad áveres d esh acían la Plaza d e las Tres Cultur as, y los

139
estud ian tes er an d eten id os y golp ead os y vejad os y los
sold ad os ir r um p ían en los d ep ar tam en tos”. Ad em ás d e
vo lve r a ex p r o p ia r la ciu d a d a l d isp a r a r so b r e lo s
m a n ife st a n t e s, la s fu e r za s a r m a d a s in va d ie r o n lo s
d ep ar tam en tos d e las un id ad es h abitacion ales d on d e se
efectuaba el m itin estud ian til. De ese m od o —violen tan d o
la s g a r a n t ía s in d ivid u a le s d e su s o cu p a n t e s—, lo s
d ep ar tam en tos se volvieron un a exten sión d e la p laza:
d ejaban d e ser esp acios p r ivad os p ar a con ver tir se en
em p lazam ien tos d on d e la rep resión se p rolon gaba.
El efectivo car ácter d e m asas d e la p rotesta d e 1968
tuvo com o p r in cip io básico la volun tad d e d em ocr atizar
al p aís, la cual fue d im en sion ad a y con cretad a a tr avés
d e la p ar ticip ación m asiva. Eso exp lica la im p or tan cia
que T latelolco tuvo p ar a la h istor ia d el p aís. La m atan za
d el 2 d e octubre p osp uso la p osibilid ad d e h acer d e la
ciud ad un esp acio abier to y d em ocr ático. La cer r azón
d el gobier n o y su n egativa a h acer d el esp acio p úblico
un lugar p ara el d iálogo, clausuró un a etap a d e la h istoria
u r b a n a . Co m o a fir m a Mo n sivá is, la ciu d a d vivió la
p é rd id a d e la in oce n cia. A p ar tir d e en ton ces n ad a
volvería a ser igual: “El 2 d e octubre, el asesin ato d irigid o
p or la van id ad h er id a cier r a un ciclo y clausur a, p ar a
siem p re, la con fian za en un a sola, gen erosa, solid ar ia y
co rd ial ciu d ad d e Mé xico . Se re in stala e l án im o d e
vecin d ar io aglom er ad o y tr iste” (Amor perdido).
Tal es el motivo de que Tlatelolco sea un hito p ara la
narrativa urbana del p aís, un lugar casi mítico. En “2 de
octubre/ 2 de noviembre. Día de muertos”, Monsiváis inicia
esa mitificación en aras de p reservar del olvido esa fecha.
H aciendo una analogía entre la tradición del Día de Muertos
y la m asacre ocur rid a un m es an tes, Mon siváis vuelve a
Tlatelolco un esp acio de la conmemoración:

140
Más aguda y ácida que otras muertes, la de Tlatelolco nos
revela verd ad es esen ciales que el fatalism o in útilm en te
p rocuró ocultar. Permanece el Edificio Chihuahua, con los
relatos del estup or y la humillación, con los vidrios recién
instalados, con el residuo aún visible de la sangre. […] H ay
silencio y hay el p avor monótono del fin de una ép oca. […]
El Edificio Chihuahua se erige como el símbolo que en los
próximos años deberemos precisar y desentrañar, el símbolo
que nos recuerda y nos señala a aquellos que, con tal de
p erm an ecer, susp en d ieron y d ecap itaron a la in ocen cia
mexicana (Días de guardar).

Tlatelolco se vuelve así el esp acio de la memoria urbana.


Lugar donde ép ocas distintas se sobrep onen, conserva el
recuerd o d e la violen cia ur ban a im p reso en el p aisaje
arquitectónico (a través de los p irámides p rehisp ánicas, la
iglesia colonial y los edificios modernos). A su vez, Tlatelolco
ap arece como una esp ecie de cicatriz donde los muertos
son las señas que imp iden olvidar que el p asado fue cierto:

En la ciud ad d e México el d ram a y el p atetism o d e lo


irremediable se representan, no en el Panteón de Dolores ni
en el Panteón Jardín, sino en un espacio insólito. Tlatelolco
es el lugar del retorno.

Días de guardar constituye así un testimonio impugnador:


cuen ta otra h istoria, la h istoria n o oficial. Com o afirm a
Piglia, la tarea del escritor es construir relatos alternativos
a los que construye y manip ula el Estado p ara develar la
“ve r d a d b o r r a d a ”, “d e sm o n t a r la h ist o r ia e scr it a y
contrap onerle el relato de un testigo”. La voz del cronista
es p recisamente la de ese testigo que crea otras versiones
no definitivas de los hechos. En op osición a un discurso
que se detenta como la única vía p osible, la única versión

141
d e los h ech os, Mon siváis bu sca p rod u cir u n tip o d e
significación ya no unívoca e incontestable. Por ello afirma
la multip licidad y el no determinismo de las alternativas,
d e m od o qu e la toler an cia se vu elve sin ón im o d e la
in clusión y p osibilid ad d e relecturas con tin uas: “n o h ay
m ás ruta que la m últip le” (Entrada libre). El fin al d e su
autobiografía es en este sentido ejemp lar. Ahí, afirma de
manera exp lícita su “ter ror” p or terminar, p or cer rar el
relato 14 . La contingencia del discurso tiende a remarcarse
al llevar a cabo múltip les versiones de un mismo texto o
diversos enfoques frente a un mismo tema. La reescritura
p resente en sus crónicas funciona así como un elemento
m ás qu e n o sólo h abla d e la fr agm en tar ied ad d e los
discursos, sino que p romueve distintas versiones p ara una
misma realidad.
Uno de los elementos más interesantes de la crónica es
la recup eración de la memoria frente a la modernización y
fren te a los relatos oficiales. En n u estr a ép oca d e la
aceler ación tecn ológica y el crecim ien to d esm ed id o, la
p reocup ación central tiene que ver con lo borrado p or el
tiemp o. Monsiváis ha trabajado p or muchos años en contra
d el p od er d e la am n esia colectiva, en con tr a d e los
o cu lt a m ie n t o s q u e la h ist o r ia o ficia l p r o m u e ve . La
d estrucción y la sup lan tación d e la m em oria suelen ser
for m as atroces d e d om in ación . De ah í que Mon siváis

14 Com o afirm a H ayd en Wh ite, “la crón ica a m en ud o p arece d esear querer
con tar un a h istoria, asp ira a la n arrativid ad , p ero característicam en te n o lo
con sigue, […] la crón ica suele caracterizarse p or el fracaso en con seguir el
cierre n arrativo. Más que con cluir la h istoria suele term in arla sim p lem en te.
Em p ieza a con tarla p ero se quiebra in media res, en el p rop io p resen te d el
autor d e la crón ica; d eja las cosas sin resolver”. Lo que p ara Wh ite es d efecto,
p ara Mon siváis es in ten ción d isrup tiva: la ap ertura d el relato n o com o an om alía
sin o com o ten tativa an tiau tor itar ia, com o im p osibilid ad d e exclu ir otr as
version es d e la h istoria, otras form as tam bién válid as d e n ar rar.

142
busque hacer el relato de la memoria p erdida, el registro de
las d iscon tin uid ad es que la ciud ad y la vid a p ública d el
p aís han sufrido. “Recordar el p asado es un acto p olítico”,
escribió Geoffrey H artman. Frente a la negativa p or develar
la verdad p or p arte de los distintos gobiernos p osteriores
al 68, Monsiváis ha buscado a través de la crónica ejercer
un trabajo de contramemoria: crear esp acios p rop icios en
que la memoria p ueda ser ejercida y comp artida 15.
Según Monsiváis, en la ciudad “desde hace años rige el
d esd én p or los valores d e la p erm an en cia”, p or ello la
ciudad se ha convertido en un esp acio donde “lo típ ico es
lo olvidado p or las demoliciones” (“Ap ocalip sis y utop ías”).
Frente a una tradición en p roceso de disolución, Monsiváis
con cibe el rescate d el p asad o com o un ejercicio d e la
con ser vación u r ban a. La arqu itectu r a u r ban a resu lta
entonces el lenguaje p úblico donde la ciudad p reserva su
memoria a p esar de las transformaciones:

En el Centro se dio, antes que en ningún sitio, el canje del


n acion alism o p or el folclor ur ban o, y allí la d en sid ad
h istórica es tan extrema que, cosa rara en la ciudad cuyo
p rincip io regenerativo es el arrasamiento, son demasiados
los sitios y las edificaciones que se conservan y remiten a su
origen, no p or manía evocativa, sino p orque cada casa vieja
es la memoria de todas las ruinas habitadas (“El vigor de la
agonía”).

Par a recu p er ar la ciu d ad es en ton ces n ecesar io el


recuerd o. Siguien d o a Prieto, Mon siváis afirm a que “se
trabaja p ara el p orven ir, […] se escribe p ara ven cer lo

15 De ah í tam bién su ad m iración p or La noche de T latelolco d e Elen a Pon iatowska,


que busca, a través d e la fragm en tación , un a m irad a m ural y un a m em oria
p olítica d el 68 m exican o.

143
efím ero, el olvid o d elezn able”. En un a ép oca en que la
velocidad hace de lo fugaz un ter reno fértil p ara el olvido,
el cron ista d eja h uellas d e la ciud ad p erd id a. Es en la
escritura donde la memoria p erdura, donde lo transitorio
p erm an ece. El cron ista se con vierte p or ello en la otra
memoria de la nación. Como afirma Fabrizio Mejía Madrid:

Duran te m uch o tiem p o él testificó lo que n ad ie quería


testificar. […] Entonces iba a cuanta marcha había, a cuanto
velorio de guerrillero o de paracaidista o incluso de personaje
de música p op ular había, lo escribía y lo difundía. Cuando
los medios empiezan ya a asistir digamos a esto, que es muy
recientemente, Monsiváis enfatiza más la p ostura moral, la
p ostura de los p rincip ios... y en el caso de Monsiváis la
postura de los principios es […] una obtenida del 68, que es
que nadie sobra, que todos tienen derecho de exp resarse, y
que la más mínima intención del poder por silenciar ciertas
actividades debe ser denunciada.

Así, los valores p rovenientes de la cultura contestataria


de los años 60 constituyen una herencia p erdurable que
marcó su obra, de modo que 1968 conforma el centro vital
de su p royecto de escritura. Una de las innovaciones de los
nuevos movimientos sociales fue la creación de una nueva
cultura p olítica manifiesta en un concep to más amp lio de
democracia y nuevos métodos de resistencia p olítica, con
formas novedosas de organización y acción cultural. Entre
estas nuevas formas de resistencia p olítica se encuentra un
p royecto de escritura como el enarbolado p or Monsiváis.
Se trata de una literatura que —al asumir una estética de la
transgresión p olítica— busca contribuir en la creación de
esp acios democráticos.

144
LA CALLE Y LA MIRADA: DEL FLÂNEUR AL
VOYEUR URBANO
Esta página
también es una caminata nocturna.
O ctavio Paz, “Nocturn o d e San Ild efon so”

Actores en busca de un director imposible,


metáforas a la vuelta de la esquina...
David H uerta, “El sueñ o d e la ciud ad ”

ar a con str uir esp acios d em ocr áticos n o sólo es

P n ecesar io ocup ar el esp acio p úblico. Im p or ta


apropiarse de él. Al hacer la historia del Zócalo
capitalino y detenerse en el 28 de agosto de 1968 —noche en
que el ejército d esaloja a los estud ian tes d el Zócalo—,
M o n sivá is a fir m a e l sig n ifica d o y la n e ce sid a d d e
ad ueñ ar se d e la p laza: “Es la d esp ed id a d e la Plaza d e la
Con stitución p ar a los estud ian tes d el 68. El Zócalo tien e
un d ueñ o in toler an te”. Fren te a este d esp lazam ien to y
cer r azón p or p ar te d el gobier n o, Mon siváis buscar á otr as
alter n ativas d e reap rop iación d e la ciud ad . La p r im er a
con siste en flanear, es d ecir, en con ocer la ciud ad a tr avés
d e un callejear sin r um bo, en un a aven tur a d on d e el azar
co m u lg u e co n e l d e scu b r im ie n t o d e la so r p re sa . Si
a lg u n a , ex t r a via r se e n t r e su s ca lle s e s la m a n e r a
con sagr ad a p or Ben jam in p ar a con ocer la ciud ad , su
laber in to d e calles y los secretos que escon d en . Flanear
sign ifica p or ello el en cuen tro con lo im p revisto así com o
el d escifr am ien to d el m ister io citad in o. Rober t Musil
escr ibió al resp ecto: “A las ciud ad es com o a las p er son as
se les con oce p or su m od o d e an d ar ”.
Recien tem en te, en un chat abier to le p regun taron a
Monsiváis por las influencias en su vida. Al responder destacó
la importancia de la ciudad de México por no haber aprendido
n u n ca a m a n e ja r. Re sp e ct o a la m o d e r n iza ció n y e l

145
autoritarismo, Monsiváis se desplaza por la ciudad como un
desarraigado. El flâneur representa a aquel que ya no pertenece,
que ha perdido su espacio, su hogar natural. Pero en su pasear,
también representa la búsqueda de un lugar, el deseo de arraigo,
la necesidad de eliminar la precariedad del no lugar y de
encontrar otro espacio donde lo social deje de ser disolución.
Frente a la primacía actual del auto sobre el peatón, y frente a
la privación de la ciudad política, caminar se constituye como
un acto de resistencia cultural.
Monsiváis recor re la ciudad, recoge sus voces, realiza la
cr ón ica d e sus m ultitud es. Es, a la m an er a d el flâneur
decimonónico, “un autor que no se siente solitario entre la
gente” (J. J. Blanco). A través de su recor rido, Monsiváis
reter ritorializa la urbe: le p rovee d e sen tid os, y es que
cam in ar crea un “esp acio d e en un ciación” en el cual es
p osible d arle a la ciud ad el len guaje que le h abía sid o
su p r im id o. Esto es m u y claro en su cr ón ica sobre la
Man ifestación d el Silen cio. Al d escifr ar su sign ificad o
Monsiváis no sólo hace una clara defensa del derecho a la
libertad de expresión, también le otorga al hecho de caminar
un significado político: “El silencio existe como una llamada
d e aten ción : n uestra m arch a es un d iscurso. El silen cio
existe como un castigo: denunciamos y liquidamos décadas
de verbalismo inep to” (Días de guardar).
Si a tr avés d e la cam in ata Mon siváis reap rop ia los
espacios allanados, también cumple otro propósito: ordenar
el caos de la ciudad. Deambular p or las calles es un modo
de construir relatos, orientaciones p ara viajar p or la ciudad,
m ap as. Mon siváis tr aza coord en ad as im agin ar ias qu e
p er m iten reu n ir los p u n tos d isp er sos en u n esp acio
fr actur ad o. Al cam in ar, logr a establecer p uen tes en tre
esp acios d esarticulad os, articulan d o d e otro m od o a la
ciu d ad . De ese m od o, la cr ón ica m on sivaian a bu sca
renarrativizar aquello que en la realidad está fragmentado.

146
A esta estrategia Julio Ramos la ha denominado ‘retórica
del p aseo’. Si bien es cierto que las transformaciones de la
ciudad imp iden una lectura totalizadora, Monsiváis ensaya
un simulacro de sutura. Si toda escritura crítica restaura
de un modo u otro, las fracturas, escisiones y conflictos de
una sociedad, la crónica restaura el tejido fragmentado de
la ciu d ad m ed ian te u n a totalid ad im agin ar ia, es u n
simulacro, un ensayo, una alegoría de la ciudad imaginada.
En Monsiváis, la crónica viene a ser una simulación en la
que se p resenta una comunidad fragmentada, p ero en la
cual la elaboración textual restituye tal fragmentación. La
misma “flexibilidad formal del género” se p resenta como
“una p uesta en orden” del ámbito cotidiano y los p rocesos
d e con viven cia aún ‘in clasificad os’, o in cluso ign orad os,
p or las formas instituidas de p oder. Así, la crónica, como
un a m an era d e rep resen tar y recom p on er la d isolución
social existente en la realidad, tiene como fin reconstruir
un ámbito comunicativo integral u “orgánico”, de modo
que es cap az de ofrecer una visión de la totalidad social
p erdida —así como otro modo de leer la historia nacional.
Si Monsiváis es una esp ecie de flâneur “p osmoderno”,
n o p osee las m ism as características que ten ía el flâneur
descrito p or Benjamin y rep resentado p or Baudelaire. Esta
transformación del p ap el del cronista está intuida en Los
rituales… en referencia a la masificación urbana: “caminar
es imp osible, dejarse arrastrar es lo conducente”. Como ya
lo anunciaba p remonitoriamente el Duque Job hacia finales
del siglo XIX en “La novela del tranvía”, la ciudad ha ido
desarrollándose en torno a los medios de transp orte y en
d etr im en to d el d isfr ute a p ie. El p aso d e las ciud ad es
tradicionales a las megalóp olis globales ha transformado el
deambular que antes ejercía el escritor sobre la ciudad. En
ese sentido el p aseante se ha convertido en un p asajero y la
m irad a h a ad quirid o un a relevan cia m ayor. Dice García

147
Canclini: “Todas las ciudades p resentan una tensión entre
lo visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se
sosp echa, p ero la distancia es mayor en la megalóp olis”. Es
posible afirmar que en la megalópolis, el flâneur se ha vuelto
cada vez más un voyeur. Como el fotógrafo de Piglia que
esconde una rép lica de la ciudad en un rincón de su casa,
Mon siváis con cibe al cron ista com o un com p ilad or d e
imágenes: “¿quién captará el conjunto y los márgenes, quién
será el dep ositario fiel de las incontables imágenes a su
alrededor?” (“Seis de sep tiembre”). Monsiváis flanea p or
la ciudad, p ero el fundamento de su escritura se centra en
la rep resen tación urban a a través d e la m irad a. Pod ría
decirse que es esencialmente un voyeurista cultural. Al final
de su ensayo sobre las funciones de la crónica en México,
la voz d el cron ista con fir m a lo an ter ior : “Mud o esp ío,
mientras alguien voraz a mí me lee”.
H acien d o referen cia a Calvin o, Castañ ón h abla d e
Mon siváis com o un “arqueólogo d e las ciud ad es visibles
e in visibles”. Y es que si algo le im p or ta a Mon siváis es la
m an er a en que la m ir ad a d efin e los lím ites d e la ciud ad :
las fron ter as en tre lo p ú blico y lo p r ivad o, en tre lo
p er m itid o y lo p roh ibid o. Por eso p on e tan ta aten ción a
la for m a que ad quiere el esp acio p úblico en d istin tos
con textos. Es ah í d on d e se exp resan la h eterogen eid ad
social y la d iferen cia, la p osibilid ad d el en cuen tro o el
d esen cuen tro, la n or m a y las exclusion es, así com o las
tr an sgresion es que ren uevan la cultur a ur ban a. Recor rer
la calle es estar al cen tro d e un tian guis d e m irad as. Com o
a fir m a M a r sh a ll Be r m a n , la ca lle “e s e l sím b o lo
fun d am en tal d e la vid a m od er n a”; su p rop ósito esen cial
es la sociabilid ad : “las p er son as acud en a ella a ver y ser
vistas y a com un icar se sus vision es un as a otr as, n o con
un p rop ósito ulter ior, p or cod icia o án im o com p etitivo,
sin o com o un fin en sí”. Esp acio d el en cuen tro vis a vis,

148
la esfer a p ública es el lugar d on d e la ciud ad se h ace
p len am en te visible. La m ir ad a d el voyeur vuelve visible a
la ciud ad .
¿Qué otras funciones conlleva hacer de la mirada una forma
de enunciación? En principio, a través de sus ojos, Monsiváis
intenta transformar la rutina urbana en una aventura llena de
asombros y espectáculos. Existe en esta tentativa un sentido
de teatralidad que le imprime a todo lo que ve:

La violen cia n os obliga a teatr alizar y gen er alizar la


experiencia desagradable o trágica (Monsiváis, “Radiografía
de la imp unidad”).
La energía citadina crea sobre la marcha espetáculos únicos,
el ‘teatro callejero’ de los diez millones de p ersonas que a
d iario se m ovilizan en el Metro, en autobuses […], en
bicicletas, en autos (Los rituales).

Monsiváis observa la ciudad como si fuese un teatro político,


donde se ven enfrentados por sus intereses personajes diversos;
así, ve en la vida diaria un espectáculo inacabable:

Una ciudad de veinte millones de habitantes es, que se sepa,


el mayor happening concebible, el más trep idante de los
monumentos. Si algo, la megalópolis se opone a las jerarquías
tradicionales de la mirada, porque la demasiada gente relega
a las señas urbanas, y el extraviado en el tumulto se olvida
de las p retensiones estatales de grandeza (“Ap ocalip sis y
utopías”).
La gente lo arrolla con sus desp lazamientos coreográficos
(al avanzar con extrema lentitud la muchedumbre es como
el danzón del origen de las especies, donde la tribu se vuelve
p areja ap retujada), y él se asoma al p aisaje de olores y
sensaciones (Los rituales).

149
Ap arece así la urbe como un set de esp ectáculos, lugar de
escenificaciones colectivas en que los habitantes del caos
exorcizan su condición de hijos del desastre:

El traslado de lo p rivado a lo p úblico p ermite el fin de lo


in co n ce bible , y la Ciu d a d d e Mé x ico se co lm a d e
performances con p rop ósitos no artísticos p ero de efectos
seductores. Se han dado desnudos colectivos en p rotesta
[…], son numerosas las huelgas de hambre en la Catedral.
H emos visto una misa del Día de Muertos con p rostitutas
p ortando máscaras de esqueleto. Asistí a un concurso de
p arejas travestis recreando el cuadro Las dos Fridas. H e
visto en el atrio de la Basílica de Guadalup e a un grup o de
danzantes indígenas con las máscaras de Batman, Robin y
Sp ider Man (“Ap ocalip sis y utop ías”).

Lo que busca en realidad Monsiváis, es crear a través de


esta mirada lúdica una p ersp ectiva donde lo festivo conviva
con la tragedia y donde lo artístico ap arezca integrado a la
vida cotidiana. En suma, busca legitimar una estética de lo
p op ular, “una estética autónoma, al margen de cualquier
bendición de la alta cultura”:

No sé por qué presumen de sus instalaciones. En ese capítulo


nadie le gana a los Altares de Muertos o los Altares de Dolores,
y ni quien lo diga. Performanceros los danzantes de la Basílica,
los ve n d e d or e s d e u n gü e n tos m ilagr osos, los n iñ os
m alabar istas que organ izan en las esquin as p ir ám id es
humanas y p ortan máscaras de Carlos Salinas, las señoras
de las unidades habitacionales que llaman a la televisión
p ara informar de la visita de la Virgen de Guadalup e a su
departamento, […] los policías que se crucifican teatralmente
en la calle en p rotesta p or el maltrato de sus jefes. […] La

150
lista es interminable y denota propósitos escénicos, exigencias
d ram áticas y un culto p aroxístico a la com bin ación d e
simbología y sátira. Las realidades urbanas no son inferiores
en dramatismo o eficacia narrativa a los hechos artísticos,
desde luego, p ero así como el arte y la cultura se benefician
de la intensidad citadina, también a la descrip ción de las
ciudades se añaden atmósferas y descargas creativas del arte
nuevo.

¿Cómo concibe Monsiváis esta estética de lo p op ular en


referen cia a la ciud ad ? Fren te a la m od ern ización d e la
ciud ad que p rivilegia “las fórm ulas d e ren tabilid ad al
in stan te” en d etr im en to d e “los id eales d e ar m on ía y
belleza” y que ha hecho de la ciudad p op ular el esp acio de
la sordidez y el hacinamiento, Monsiváis exalta el mal gusto
p revaleciente en la urbe como ejercicio de su recreación
colectiva: “La ciudad de los muchos se ap rovecha de los
esp acios y extrae la mayoría de las veces su necesidad de
‘Lo Bo n it o’ d e la s se n sa cio n e s. Po r e so e l a u g e d e l
melodrama, p orque las sensaciones cuestan bastante menos
que los objetos” (“De las ciudades que se necesitan p ara
construir una casa”).
En este sentido, la escritura de Monsiváis no busca ser
un instrumento de p urificación del gusto —no se centra
en el retrato de las zonas del p rivilegio—; p or el contrario,
p r e st a t o d a su a t e n ció n a a q u e llo s e le m e n t o s q u e
tran sgred en tales escen arios y que p erm iten un tip o d e
identidad no arraigada en los cánones estéticos cultistas,
sino en una estética cursi o vulgar. De ahí su interés p or lo
kitsch, concebido como “la elegancia históricamente p osible
en el subdesar rollo” (Amor perdido). En “La hora del gusto.
Las glorias d el fracaso”, Mon siváis afirm a el m al gusto,
como esa “estética del romp e y rasga” que p ermite “extraer
recomp ensas del artificio fallido”. De ese modo, la ciudad

151
p op ular ap arece como un lugar donde lo kitsch p ermite
a sim ila r e l d e sa st r e u r b a n o m e d ia n t e d e co r a cio n e s
determinadas p or un p resup uesto limitado y la falta de un
ap ren d izaje cu ltu r al. Al in ten tar d efin ir lo, Mon siváis
p arodia el romanticismo p oético de Bécquer y alude a esta
forma de identidad urbana: “¿Qué es el kitsch? ¿Y tú me lo
p reguntas, tú que has visto la monumental cabeza de Juárez
y la serie de conjuntos escultóricos en la Rep ública donde,
gracias a la costumbre, el desastre artístico se vuelve señal
hogareña?” (“Los esp acios de las masas”).
Además de crear imágenes donde la ciudad se erige con
pautas provenientes de la lógica mediática y la vanguardia
artística, y donde la modernización representa el fin del buen
gusto, Monsiváis pretende con su visión teatral sobre la urbe
darle consistencia a la incoherencia urbana. “Librada a su
propia dinámica, la calle es abigarrada y confusa: el deber de
la élite es buscar su contramodelo”, escribe Beatriz Sarlo.
Monsiváis está consciente de ello. Su crónica representa la
realidad social como escenificación porque de ese modo puede
reorganizar a la ciudad: le provee un sentido de espacio donde
se puede actuar. Y si la ciudad es teatro y en ella se actúa es
porque, aun en medio del caos, existen ciertas reglas. Tales
normas —y sobre todo su quiebre— son lo que buscará la
crónica monsivaiana hacernos mirar.
A p artir de las p rácticas que la ciudad genera en sus
h abitan tes, Mon siváis busca resp on d er un a in ter rogan te
que hace referencia a la relación entre lo público y lo privado:
“¿Cómo se deslinda lo p ersonal de lo social, lo íntimo de lo
urbano?”. En sus incursiones a “la noch e p op ular”, a la
ciu d a d n o ct u r n a y p r o le t a r ia , Mo n sivá is a t isb a u n a
resp uesta. Al hacer la crónica de antros, cantinas, lugares
de table dance y bares donde se lleva a cabo el “Sexo en
vivo”, da cuenta de dos p rocesos novedosos. El p rimero se
refiere a la p érdida de la ciudad nocturna:

152
La violencia urbana y la delincuencia le han puesto sitio a la
Noche. […] Encerrados a siete llaves y cuatro sistemas de alarma
en sus hogares, los perdedores de la Noche la mitifican y la
satanizan alternativamente. […] Y nada ha sustituido a la Noche,
porque fue la zona por excelencia del riesgo voluntario, del
placer de lo desconocido. Y su epitafio es la televisión prendida
hasta el amanecer (Monsiváis, “La noche popular”).

El segundo p roceso resp onde a la disolución de lo p rivado


en lo p úblico, a la d esap arición d e la sin gularid ad y la
intimidad, lo cual está claramente descrito en su relato sobre
El Catorce, no exento de ironía:

¿Dón d e qu ed ó la in tim id ad ?, m e p r egu n to u n tan to


retóricamente mientras los jóvenes fornican. […] Q uien
fornica delante de una multitud distribuye noticias detalladas
d e su técn ica m ás p erson al y ren un cia p ara siem p re al
misterio, a esos enigmas de lo íntimo que dep endían del
testimonio siempre parcial de una sola persona. Eso fue hace
un muy buen rato, cuando uno le cedía a los demás el
p rivilegio de revelar la intimidad. Nunca más. Si es mi
intimidad me toca divulgarla.

Gracias a otra de las revelaciones de la crónica monsivaiana


—descubrir la “intimidad” como hecho p úblico— p odemos
ap reciar cómo la ciudad de la noche, la ciudad del p ecado,
reconfigura el espacio privado a partir de su exteriorización,
de su p ublicación 16 .
El interés p or las conductas citadinas lleva la mirada
pública que ejerce Monsiváis a otro tema de interés: el juego
de las ap ariencias p úblicas. A través de una p ersp ectiva que
enlaza lo subjetivo con lo colectivo, Monsiváis se p regunta

16 En un a n ueva versión d el m ism o texto se rem arca la referen cia a la m irad a


p ública y al con flicto en tr e lo p úblico y lo p r ivad o a tr avés d el título: “La
Cap ital. Dos m urales libid in osos d el siglo XX”.

153
“¿cuál es la relación entre la ap ariencia y la ciudad?”. Y
nuevamente busca en el Metro, esp acio de la mirada p or
excelencia, estímulos visuales que le den una resp uesta:

Sin demasiado énfasis, cada viaje en el Metro saca a flote


cuestiones de la edad y la p osición social, de la timidez y la
desinhibición, de la simpatía y la altanería, del carisma sexual
y la invitación a la castidad. […] Sin el coro de apreciaciones
lascivas, no sirven de nada las horas invertidas en afinar el
cuerpazo.

Marshall Berman hablaba de “la comunidad de ojos”,


h acien d o referen cia al esp acio p ú blico en el cu al los
h abitan tes d e u n a u r be se recon ocen a p ar tir d e las
diferencias. Para Monsiváis ese esp acio donde las miradas
se encuentran no tiene necesariamente un signo p ositivo.
Es también el esp acio de la exclusión y el rechazo. En “La
hora del p aso tan chévere. No se me rep egue, que eso no es
coreografía”, Monsiváis exp lora las desigualdades sociales
y critica el falso valor de la juventud per se a p artir de las
diferencias corp orales:

¿Tú crees que hay un fatalismo fisonómico en la p inche


sociedad clasista? […] En el cap italismo, y más desde que la
publicidad lo decide todo, rostro es destino. […] Si se carece
del aura del poder, que te modifica los rasgos a cada segundo,
se lleva casi siemp re el fracaso inscrito en los p ómulos. […]
La división de clases tiene que ver […] con la división de
apariencias.

Al criticar los falsos valores de la juventud y la belleza


(“a p ar tir d e cier ta ed ad se es in visible socialm en te”),
Monsiváis p one el acento en lo que en buena medida define

154
la conducta urbana: la mirada censora del otro. En cada
una de las crónicas que ha escrito sobre los salones de baile
da cuenta de esto de forma evidente. En Escenas de pudor y
liviandad —cuyo título exp resa ya el juicio d e la m irad a
p ública— d escribe d el siguien te m od o al baile, en d os
crón icas d istin tas:

La exhibición de habilidades y las licencias eróticas, […] el


deseo de ser contemp lado y la urgencia de intimidad.
Los bailes se hacen p ara lucir y conseguir, p ero el baile es
nomás p ara uno. Es el gusto de verte en la mirada de tus
cuates y los desconocidos. […] Yo creo que por eso nunca he
ido a las discotheques. Se me hace que ahí no importa si bailas
bien o de la p atada.

En Los rituales… , al hablar sobre los tíbiris (sitios de baile


imp rovisados en las calles) hace lo p rop io de forma más
exp lícita: “El baile, a fin de cuentas, no es tanto el trazo de
sign os cor p or ales en el esp acio, sin o el registro d e las
miradas de ap robación”.
Si la aprobación se lleva a cabo a partir de ciertas normas,
la ruptura de las mismas traerá consecuencias en la apertura
del esp acio urbano:

Si algo acelera el respeto a la diversidad, es el Metro, escuela


del resp eto a fuerzas. Todo en el Metro anuncia la nueva
socied ad , la que si se fija en el m an ten im ien to d e las
costumbres no entra al vagón.
Con tal d e d istr aer se, el viajer o en lista las cualid ad es
perceptibles de los demás; y si no se le antojan los problemas,
acepta que el derecho ajeno se inicia en la pretensión de ser
distintos.

155
Mientras en la p rimera mitad del siglo XX la intolerancia
fren te a la d iversid ad era el sign o d e la urbe, com o lo
m uestran las n um erosas crón icas d e Mon siváis sobre la
h om ofobia (“Cr ím en es d e od io”, “La gr an red ad a”),
con for m e la ciud ad crece y las tr ad icion es cam bian , la
tolerancia también se extiende, aunque sea a través de una
“estética de la indiferencia”:

El travesti conoce lo que le esp era en el vagón atestado


(sem blan tes agrios, frases guillotin ad oras, m irad as que
calcinan). Pero los demás saben a qué atenerse si observan al
d e la otra ap arien cia m ás d e lo p revisto, o con m en os
ausen tism o m oral d el n ecesario, o si sueltan un ch iste
desafortunado, o si dramatizan el enfado moralista. El travesti
no tiene nada que perder y eso lo vuelve temible. […] Expulsar
del p araíso de la resp etabilidad es fácil en el p ueblo o en la
colonia, la cosa ya se enreda en la unidad habitacional, y en
el Metro H idalgo el show de la intolerancia simp lemente
queda a la intemperie.

En la figura del trasvesti, Monsiváis encuentra una y otra


vez las señ as d e u n cam bio en la m ir ad a u r ban a. Su
p resencia no sólo habla de cómo la frontera de lo p rohibido
ha ido disminuyendo, sino también de una transformación
en la diferencia entre géneros:

En los cuaren tas o en los cin cuen tas, los trám ites eran
inflexibles: las jóvenes aguardaban al galán, los jóvenes se
convertían en galanes durante el baile, el know-how dancístico
generaba círculos de ap lauso, el ligue era moderado y las
reacciones del cuerpo ajeno determinaban la fe en el cuerpo
p rop io. Ahora, el refinamiento y las habilidades p op ulares
son muy similares a los de hace cincuenta años, p ero lo

156
nuevo es la tolerancia. H ace todavía treinta años, una ‘Vestida’
hubiese arriesgado literalmente la vida en un dancing.

Si bien es cierto, la ciudad disocia los esp acios según el


gén ero (d e m od o que los esp acios abiertos rep resen tan
generalmente territorios masculinos, mientras los esp acios
acotad os y cer rad os son lo p rop iam en te fem en in o), h ay
form as d e tran sgred ir tal d iferen ciación 17 . La ‘Vestid a’,
figura ambigua que integra lo masculino y lo femenino, al
h acer u n a teatr alización d e la id en tid ad , fr actu r a la
desigualdad genérica resp ecto a lo p úblico y lo p rivado:
p ermite la intromisión de lo femenino (el interior seguro)
en el espacio por excelencia masculino (el exterior violento).
La ‘Vestida’ se constituye así como una figura contradictoria
que rep resenta “de una p arte, amenaza y riesgo, y de otra,
tentación y seducción”. Si en ese sentido es una sinécdoque
de la ciudad —reúne el sentimiento ambiguo que frente a
la ciudad se tiene— p or otra p arte, la Vestida rep resenta la
rup tura de la norma. Esta característica es lo que le p ermite
a Monsiváis utilizarla como un elemento de transgresión.
Al situar en el esp acio visible de la crónica a este p ersonaje
in visible p ara, o p roscrito en , la n ar rativa d om in an te 18 ,
Monsiváis busca darle un significado no amenazante a la
diferencia. Esta concep ción desestabilizadora de la norma

17 Mon siváis d escribe el fen óm en o d e este m od o: “A d eterm in ad as h oras y en


n um erosos sitios la ciud ad es m uy p recisa: lo fem en in o es qued arse en su casa,
y lo m asculin o es salir afron tan d o los riesgos”.
18 Según Rossan a Reguillo, un o d e los cam p os d e sen tid o asociad os, d esd e la
n arrativa d e los m ed ios m asivos, a la violen cia en la ciud ad es aquel h abitad o
p or las criaturas de la noche: “d rogad ictos, borrach os, p rostitutas, jóven es que
escap an a la d efin ición n or m alizad a, h om osexuales, tr avestid os, etcéter a;
m etáfor as d e los m ár gen es y d e la ir r ed uctibilid ad al d iscur so m or al d e la
socied ad , p or tad or es d e los an tivalor es d e la socied ad y p r op agad or es d el
m al”.

157
delinea un cambio cultural, donde la Vestida es p arte de
un imaginario más p lural e incluyente:

Al extenderse la tolerancia, entendida aquí de modo sucinto


como el respeto a la diversidad y la capacidad de coexistencia
con lo antes p rohibido, p ierden densidad y convicción los
p rejuicios que sustentan los dogmas de lo masculino y lo
femenino

En Monsiváis vemos así cómo la relación entre mirada y


ciud ad ap un ta a crear un esp acio d e m ayor ap ertura y
tolerancia, lo cual se adecúa a su p rograma p olítico. Ese es
el sentido que tiene cuando afirma que en la ciudad “el
show más categórico es la p érdida del miedo al ridículo”.
En lugares donde se conjuga el deseo y el temor, la mirada
monsivaiana tiene una virtud: democratiza el imaginario
urbano y, con ello, de cierto modo crea nuevas identidades
sociales, que imp idan, como afirma al final de Los rituales… ,
“la p e sa d illa m á s a t r o z”, a q u e lla “q u e n o s exclu ye
d efin itivam en te”.

158
LA CIUDAD COMO CUERPO (GROTESCO )

Vamos por la ciudad


como si fuera una extensión del lecho.
Efraín Bartolom é, “Com un ión d e silen ciosos”

omo dije, en Los rituales del caos una tesis se repite

C continuamente: la masificación funciona como una


suerte de aprendizaje “a fuerzas” de la tolerancia:

En el ap retujamiento de la religiosidad, la creencia va y


viene, se desfoga eurítmicamente, se apretuja, compra, ayuna,
deja que le arrebaten las creencias idénticas, se desmaya, se
recup era, […] ingresa cada cinco minutos a cualquiera de
las colas móviles, […] agita los cascabeles en los p ies, […] se
desdobla en p eregrinos y turistas, se abisma igualmente en
ritmos p rehisp ánicos y en marchas de John Philip Sousa.
[…] En el tumulto, la religiosidad se democratiza.

En otr a cr ón ica, Mon siváis, al h ablar d e cóm o h a id o


creciendo la ciudad tolerante, afirma como “causa p rincip al
del éxito contra el conservadurismo” a “la demografía en
ascen so, cuyo im p ulso d esh ace tod os los p rejuicios”, d e
modo que la ciudad si bien “no renuncia al sentido moral”,
sí liquida, p oco a p oco, “las ceremonias de la hip ocresía”
(“El vigor de la agonía”).
Uno de los aspectos sobresalientes de Los rituales… es la
relación que establece entre la ciudad y el cuerpo a partir de la
id ea d e m asificación . La exp losión d em ogr áfica qu e
transformó a la ciudad es uno de los motivos que todo el libro
rastrea a través de un tema: la falta de espacio. Cada vez que
Monsiváis describe esta circunstancia se refiere a la masificación

159
y el ap retujamiento de los cuerp os: “¡Ay, p rofeta Moisés!
No se han de ap artar en mi beneficio las aguas del Mar
Rojo. ¡Q uién tuviera un cuerp o p ara la vida cotidiana y
otro, más flexible y elástico, sólo p ara el Metro!”. De este
modo, Monsiváis nos muestra una p aradoja: si la ciudad
ha crecido en términos reales de forma inusitada, se ha
a ch ica d o sim b ó lica m e n t e . En e l im a g in a r io d e su s
h abitan tes, la gr an ur be está con str uid a p or esp acios
red ucid os.
En “Parábola de las imágenes en vuelo” este conflicto
entre el cuerp o y el esp acio es evidente. Constituida p or
una p arábola breve y una serie de fotografías, esta crónica
visu al d a cu en ta d e cóm o lo cor p or al con stitu ye u n
elemento esencial p ara descifrar la condición masiva de la
megalóp olis:

Allí, en esa p laza fuerte de la demografía, la gente se sabe a


salvo y en exp ansión continua. Recién abandonamos a la
p areja y ya su descendencia colma el estadio. […] Donde
hace un siglo se localizaba a los prototipos, hoy se desbordan
las especies. […] Y las imágenes iluminan el perpetuo Camino
del Exceso (la intimidad masificada), y en las imágenes la
gente se acomoda en el esp acio físico que es, también, la
visión del mundo.

Las fotogr afías qu e sigu en a este texto ter m in an p or


construir la imagen de la ciudad que Monsiváis p rop one:
un lugar donde cuerp o, sexualidad y mito se dan la mano.
En la p rimera observamos un concierto de rock donde “la
raza” baila slam luchando con otros cuerp os, salta rejas que
la contiene y se avienta sobre la masa en éxtasis infinito. La
segunda es el cromo de un calendario de Jesús H elguera
titulado ‘El flechador del cielo’, donde se idealiza el cuerp o
in d ígen a com o u n a m an er a d e recon ciliación d e las

160
diferencias raciales de la ciudad 19 . La siguiente imagen es
la de un p articip ante en un concurso de belleza masculina,
un ‘Ap olo ur ban o’ que m uestr a sin p ud or algun o sus
atributos an te la m irad a en vid iosa d e otro con cursan te.
En se g u id a ve m o s d o s r e t r a t o s d e l n iñ o Fid e n cio ,
rep resen tan te d e la “m ística d e la m argin alid ad ”, cuyas
curaciones consistían en martirios corp orales. En la misma
p ágina una instantánea de Rodolfo Guzmán, “El Santo”,
celebr an d o el tr iu n fo en br azos d e otros lu ch ad ores.
Parecida a ésta se encuentra más adelante una fotografía
de Julio César Chávez, también con el torso descubierto y
alzando los brazos, que se sup erp onen a una bandera de
modo que p areciera que la sostiene con las manos. Además,
una rep roducción del “calentario” de Gloria Trevi donde
ap arece un “ten d ed ero d e con d on es y Glor ia con d os
p reser vativos-globitos a m an er a d e orejas d e bunny d e
Playboy”. En seguid a, d os estam p as d e la religiosid ad
p op ular: el viacrucis en Iztap alap a (bajo los p ies de Cristo,
susp endidos en el aire, se observa a la muchedumbre) y los
p eregrinos en la Basílica (ar rodillados con una imagen de
la Virgen y una bandera nacional). Además, las fotografías
de: un p ersonaje bañado en lodo durante la ‘celebración
futbolera en el Ángel’, la alberca de un balneario donde no
queda esp acio p ara uno más, el metro atestado, Luis Miguel
durante un concierto, María Félix en el Zócalo y una redada
donde la p olicía registra a jóvenes que tienen los brazos
contra la p ared.

19 En “Protagon ista: Jesús H elguera. El en can to d e las utop ías en la p ared ”, la


crón ica que sirve d e correlato a esta im agen , Mon siváis p resen ta los calen d arios
p op ulares com o estética kitsch que exp resa un p asad o in m óvil e id eal d el p aís:
“p in ta a lo p reh isp án ico com o festín d e la h erm osura, cuerp os in m aculad os,
‘p er files ar istocr áticos’, tor sos labr ad os, sen os op u len tos. Sólo la m ir ad a
em belleced ora n os recon cilia con los an tep asad os in d ios, y con los cam p esin os
d e h oy”.

161
En Los rituales… la ciudad ap arece como un lugar donde
los cuerp os conviven, se contemp lan, sufren y se celebran:
luchan p or un lugar. La idea de cuerp o que p revalece en la
o b r a m o n siva ia n a e st á lig a d a a l r e a lism o g r o t e sco ,
con cep ción estética p roven ien te d e la cu ltu r a cóm ica
p op ular y que Bajtín ha estudiado con referencia a François
Rabelais. El p rin cip io corp oral y m aterial d el realism o
grotesco, además de estar situado en el p ueblo y no en el
ser biológico aislado, se caracteriza p or detentar imágenes
donde “la fertilidad, el crecimiento y la sup erabundancia”
son las manifestaciones dominantes. En efecto, la ciudad
descrita p or Monsiváis está habitada p or cuerp os que no
dejan de rep roducirse, creando una urbe hip ertrofiada y
en perenne crecimiento. Así, una de las mejores definiciones
de la ciudad como cuerp o es aquella contenida en “La hora
del p aso tan chévere”, donde se une la metáfora del baile y
e l t e m a d e l cr e cim ie n t o d e m o g r á fico : “D a n za d y
m ultip licaos. Calor y h um ed ad , turbon ad as d e cuerp os
p egajosos, luces y sombras, risas congeladas”. La ciudad
ap arece como un universo regido p or la atracción de los
cuerp os, donde la sexualidad es un motor p rofundo de la
vivencia que la ciudad p osibilita:

L a vo z d e l ca n t a n t e se e x t ie n d e co m o o t r o g o lp e
in str u m e n tal, d on d e lo ‘sabr osón ’ e s an u n cio d e la
resurrección de la carne gracias a la orquesta, eres mi alada,
rasgas las inhibiciones de las chavas, nos p ones al mero
p unto, nos obligas a rep egarnos; véngase, mi negra, que la
seduzca el antiguo humor grueso y el ap ogeo (acurrucadito
así) de la vulgaridad ¿Y p ara qué seguir hablando, si ya la
música hizo p rescindible el formalismo de la invitación al
hotel?

162
Ese es también el tema del texto “La hora del lobo. Del
sexo en la sociedad de masas”, donde Monsiváis exp lora la
relación entre cuerp o, sexualidad y esp acio p úblico a través
de las reflexiones de varios p ersonajes juveniles en p roceso
de adap tación a los riesgos y atractivos de la urbe:

Es triste comp robar que p oco a p oco se han p erdido los


sitios del faje colectivo, en donde unos a otros se estimulaban.
[…] H emos p asado del faje y la cop ulación de multitudes al
encierro tiránico de dos p ersonas en su cuarto, obviamente
desconfiadas.

La misma relación entre cuerp o y ciudad p uede verse en


los libros anteriores de Monsiváis. En “Dancing: El Salón
México”, u n a cr ón ica d e Escenas de pudor y liviandad,
Monsiváis describe los significados que ha tenido el danzón
para las clases populares en un sitio marcado por la ausencia
de esp acio: “ya es p osible aunque no se acep te, ser p obre y
fino, negro y fino, ignorado y fino, la mano no afer ra sino
se desliza, el cuerp o no salta, se enreda lentamente en los
recovecos de la melodía, qué chévere esta vibración en un
esp acio diminuto”. Así, lo que domina en el esp acio urbano
es el deseo regulado, el anhelo secreto de otros cuerp os, la
p asión contenida:

El d an zón es m úsica p or excelen cia d e los p rostíbulos,


acoplamiento vertical, vuelo erótico fijado al piso. La música
legitim a las p r ed isp osicion es cach on d as. […] ¿Cóm o
abandonar el apretón autorizado, la comprobación al minuto
de los p oderes de seducción? Al entreverar destilaciones
aromáticas y olores orgánicos, el danzón es p romesa: si me
arrimo lo suficiente conseguiré lo bastante. […] Gracias a la

163
estética de la sexualidad, generaciones de rep rimidos y
desposeídos hacen del danzón. […] y ven en el bailar cuerpo-
a-cuerpo su primera orgía permitida.

La crónica monsivaiana es un esp acio p ara la infracción de


la norma. El cuerp o ap arece en ella de forma exp lícita lo
que realza tod a sup resión urban a con tra el d eseo, tod a
im p osición . En op osición a la or tod oxia católica qu e
sup rime al cuerp o y lo define como esp acio del p ecado,
Monsiváis exalta las virtudes de lo corp oral como ámbito
d e tr an sgresion es. En “Protagon ista: Glor ia Trevi. Las
p rovocaciones de la virtud, las virtudes de la p rovocación”,
Monsiváis habla de “una de las nuevas fábulas urbanas”,
cu yos “h im n os an ticon for m istas” su fren el ataqu e d e
sectores d e extrem a d erech a com o Pro-Vid a. Fren te a la
represión moralista, Monsiváis exalta los rasgos provocativos
y desinhibidos del p ersonaje, cuyo calendario es “p roclama
d el cuer p o y d esd e el cuer p o, escap ar te d e su ‘verd ad
desnuda’, fruto del exhibicionismo que reta a la censura”20.
E n M o n sivá is la lib e r a ció n sex u a l a co m p a ñ a la
d isid e n cia p o lít i ca . L u g a r d e im p u g n a ci ó n p o r
excelen cia, su cr ón ica se fun d a en un p r in cip io: en el
d ebate p úblico, el cuer p o p r ivad o d ebe ser in cluid o. Este
es un o d e los asp ectos que h a señ alad o la teor ía fem in ista
resp ecto a la liter atur a fem en in a. Mon siváis h ace suya la
con sign a fem in ista d e que “lo p er son al es p olítico”, y
p or ello se rem ite al cuer p o com o un esp acio op uesto a
la esfer a p ú blica (d om in ad a p or el au tor itar ism o d el

20 En la reed ición d e Los rituales… Mon siváis elim in ó esta crón ica sobre Gloria
Trevi y sustituyó la p or tad a y un a fotogr afía en la que su figur a ap arecía,
d ebid o al escán d alo en qu e se vio in volu cr ad a tiem p o d esp u és d e h aber
ap arecid o la p rim era ed ición d el libro. Según el p rop io Mon siváis la im agen
d e m ujer liberad a d escrita en el texto n o corresp on d ía con la realid ad que las
d en un cias en con tra d e Gloria Trevi h icieron evid en te.

164
gobier n o y d e los m ed ios m asivos) o d on d e la esfer a
p ública p ued e ser recon figur ad a. El cuer p o es así un
ám bito p olítico, esp acio d e d isp uta fren te a los otros:
“El cuer p o ajen o es un cam p o d e batalla”.
Remitirse al principio corporal es una forma, entre otras,
d e la resisten cia p olítica. La in ten ción m on sivaian a d e
op onerse a las convenciones establecidas se erige contra la
concep ción de la estética clásica del cuerp o. Frente a la
éstetica de la belleza moderna que concibe al cuerp o como
p er fecto y acabad o, el cu er p o grotesco es an te tod o
in com p leto y abier to. El asp ecto cor p or al es así u n a
e st r a t e g ia d e o p o sició n a lo s d iscu r so s d o m in a n t e s.
Mon siváis rem arca la sustan cialid ad d el cuerp o en un a
crónica cuyo subtítulo, “Lo que se hace cuando no se ve
tele”, hace evidente su op osición a la ligereza y fugacidad
del discurso de los medios de comunicación masiva: “si la
velocidad es el criterio de lo visible, aquí se intuyen los
cuerp os”. La m ism a esfera d e im p ugn ación se p rod uce
resp ecto al d iscurso estatal en Días de guardar, d on d e el
cuerp o es el sitio que hace evidente la violencia. Es en él
donde queda inscrita:

El ejército disp aró y la gente caía p esadamente, moría y


volvía a caer, se escondía en sus aullidos y se resquebrajaba,
seguía p recip itándose hacia el suelo como una sola larga
embestida interminable, sin tocarlo nunca, sin confundirse
jamás con esas piedras. Los niños corrían y eran derribados,
las madres se adherían al cuerpo vivo de sus hijos para seguir
existiendo, había llanto y el tableteo de la metralla.

Del mismo modo, en la descrip ción que hace de la toma de


Ciudad Universitaria por parte del ejército y los granaderos,
Monsiváis no sólo describe al cuerp o de granaderos como

165
el cuerp o rep resivo de la ciudad, sino que p one el acento
en el valor ético de la vida p rivada:

Esa hosca fisonomía implacable que se repetía, se desdoblaba,


insistía en su corp oreidad, volvía a dar órdenes, obligaba a
los detenidos a acostarse en el suelo, […] les ordenaba alzar
las manos, les exigía continuar tendidos, se vanagloriaba de
la influencia que las armas tienen siempre sobre las víctimas.

La imagen de la p ortada de Días de guardar anuncia ya esta


denuncia: el ap lastamiento de una multitud de figuras que
co n fo r m a n e l cu e r p o so cia l p o r u n a g r a n b o la q u e
rep resenta la fuerza imp ositiva del autoritarismo.
Una lectura de conjunto a su obra p ermite rastrear los
significados distintos que el cuerp o como metáfora de la
ciudad ha adquirido p ara Monsiváis. Si en Días de guardar,
la ciudad es el cuerp o p olítico fracturado p or la rep resión
diazordacista, en Amor perdido constituye un cuerp o herido
marcado p or la desidia y el decoro, donde sólo a través de
algunos resquicios se intuye una ciudad cap az de reinventar
el esp acio p erdido, aunque sea a través del escándalo. En
Escenas de pudor y liviandad el cuerp o h a gan ad o cierta
visibilidad y p or ello la ciudad exp resa, en ámbitos todavía
marginales, el intento de una ap ertura cultural rastreable
en el inframundo capitalino. En esta línea narrativa, Entrada
libre constituye un p unto de quiebre y el eslabón a la ciudad
q u e d escr iben Los rituales del caos, aq u e lla d on d e la
comunidad y el esp acio p úblico vuelven a hacerse p osibles.
En Entrada libre es p osible ver una ciudad descrita de
modo corp óreo. El terremoto y la exp losión de San Juanico
h acen d e la ciu d ad u n solo cu er p o m u ltitu d in ar io y
escin d id o:

166
En la exacerbación olfativa hay pánico, sospecha de hedores
inminentes, certeza de que […] la ciudad no es ya la misma,
p orque uno está consciente, ávidamente consciente, de la
terrible variedad de sus olores.
Fue pavoroso ver cómo se revolvían cadáveres de animales y
humanos, […] ver aquel cuadro de brazos y p iernas. […]
H abía huellas de sangre p or todas p artes.

No obstante, como su p ortada ya lo anuncia, Entrada libre


d escribe la m an era en que el cuerp o citad in o vuelve a
organizarse: una serie de p ersonajes exp resan con gestos
co r p o r a le s la so lid a r id a d y e l a fá n d e ca m b io . La s
m ovilizacion es p ar a el rescate d e sobrevivien tes d el
ter remoto y la organización que éste p rovocó p ara reclamar
ap oyo gubernamental son leídas p or Monsiváis como una
forma de resistencia cívica y de refundación urbana, con
un tono casi ép ico:

En ap enas cuatro o cinco horas, se conforma una ‘sociedad


d e los escom br os’, cu ya r ebeld ía an te las d ilacion es
burocráticas […] deriva de la obsesión de mitigar la catástrofe.
[…] Du r an te u n br eve p er íod o, la socied ad se tor n a
comunidad. […] Luego de medio siglo de ausencia, aparecen
en la cap ital los ciudadanos, los p ortadores de derechos y
d eber es […] tr ascien d en d u r an te u n a sem an a […] a
instituciones oficiales, p artidos p olíticos, la Iglesia. […] La
súbita revelación de estas cap acidades le añade a la cap ital
un nuevo esp acio ético y civil, en franca op osición a las
creencias del Estado p aternalista que nunca reconoce la
mayoría de edad de sus p up ilos.

Aquí es p osible ver otra de las características del cuerp o


grotesco. “La imagen grotesca caracteriza un fenómeno en
proceso de cambio y metamorfosis incompleta, en el estadio

167
d e la m uerte y d el n acim ien to, d el crecim ien to y d e la
evolución”, d ice Bajtín . El cuer p o ur ban o, d escr ito en
Entrada libre, se car acter iza p or su am bivalen cia, p or
rep resen tar “d os cuerp os en un o: un o que d a la vid a y
desap arece y otro que es concebido, p roducido y lanzado
al mundo”. El cuerp o grotesco de la ciudad “es un cuerp o
simultáneamente en el umbral de la tumba y de la cuna”.
Los dos p olos de este p roceso de transformación serían la
ciudad desp olitizada luego del 68, que rep resenta el cuerp o
antiguo, el cuerp o que muere y la ciudad solidaria que se
alza exp resando lo nuevo, el cuerp o que nace de las ruinas.
El p royecto de Monsiváis p ara la urbe se materializa en
el nuevo cuerpo cívico surgido de los escombros: la sociedad
civil, “el esfuerzo comunitario de autogestión y solidaridad,
el esp acio in d ep en d ien te d el gobiern o, […] la zon a d el
antagonismo” (Entrada libre). Frente a la desap arición de la
esfera p ública y la incap acidad del gobierno p or evitar el
d eter ioro u r ban o, Mon siváis p ostu la la n ecesid ad d e
construir desde abajo los cimientos de un nuevo p aís. Si
“parte considerable del desastre urbano se debe a la patética
desvinculación de grup os, sectores y clases, y a la falta de
un idioma común”, Monsiváis intentará dar forma a ese
idioma a través de sus crónicas que en la imagen del cuerp o
instituyen una de sus metáforas más vigorosas.

168
FESTEJAR ES TERRITORIALIZAR : EL CARNAVAL
URBANO
Todas las cosas volverán al caos primitivo.
Lucan o

Si tú eres la ciudad profanada


yo soy la lluvia de consagración.
O ctavio Paz, “Movimiento”

un ad a a la visión d e la ciud ad com o cuer p o

A grotesco, se halla en Monsiváis la imagen de una


ciud ad festiva. Dice Bajtín que en el realism o
grotesco “el principio material y corporal aparece bajo la forma
universal de fiesta utópica”. Al recordar la euforia del Mundial
de Fútbol de 1970 celebrado en México, Monsiváis crea una
visión urbana con sentido a la vez corporal y festivo:

Los h abitan tes d e la ciud ad d e México […] se ap rop iaron


d e la calle, la exp r op iar on , la p er son alizar on . La ciud ad
se volvió un solo cuer p o que, en loquecid o, con la locur a
casi sagr ad a q u e tr asm u ta r esu ltad os d ep or tivos en
r evolu cion es d el com p or tam ien to, tir an izó, in vad ió,
p ar acaid izó las calles, se autoalabó, se autoap laud ió, se
autocon fiscó, in tervin o las aceras y ad quirió las aven id as,
r ugió, em itió un p rod igioso largo evocad or aullid o y se
d isp uso a sí m ism a com o r ecep táculo d e un a victor ia
d efin itiva. […] Man ip ulad a p or los m ed ios m asivos d e
com un icación y sus in citacion es a la revuelta sen tim en tal
o librad a a un a esp on tan eid ad que d esafiaba a México en
nombre de México o rebasada p or un chovinismo vigoroso
y p r o visio n a l, la g e n t e vivió , p o r ve z p r im e r a e n
m uch ísim os añ os, tod a la ciud ad (Días de guardar).

Aquí, la ciudad ap arece como un solo cuerp o nacido de la


esp on tan eid ad d e la fiesta, ún ica m an er a d e revivir la

169
totalidad escindida. Monsiváis afirma, gracias a la fiesta,
un modo más de recup erar la ciudad. Como alternativa de
reapropiación urbana, Monsiváis hace uso de una estrategia
alegórica: la carnavalización de la vida urbana, que consiste
en concebir a la ciudad como un carnaval continuo. Esta
concep ción carnavalesca del esp acio urbano está ligada a
la idea de relajo que Monsiváis utiliza continuamente.
El relajo es uno de los elementos que Monsiváis rescata
del 68 y de la lectura de la Fenomenología del relajo del filósofo
mexicano Jorge Portilla. El relajo p ara Monsiváis consiste
en una resp uesta colectiva frente al inmovilismo del orden
social; es una manera de ir en contra de la crisis urbana y
de op onerse al conformismo a p artir del desmadre. En ese
m ism o se n t id o , Ro g e r Ba r t r a e scr ib ió q u e m á s q u e
encontrarnos en la p osmodernidad nos hallamos imbuidos
en la d esmothern id ad , refirién d ose n o sólo a la serie d e
com p en sacion es cotid ian as que causan un ord en p oco
estable (el desmadre), sino también a la capacidad de resistir
los cambios promovidos por los procesos de modernización,
es decir, a una estrategia sui generis de deconstrucción de
la modernidad.
En Los rituales… Monsiváis describe a la ciudad como
una suma de elementos que ap untan al relajo entendido
como caos. Este caos es definido “no [como] la alteración
de las jerarquías sino la gana de vivir como si las jerarquías
n o estuviesen aquí, sobre un o y d en tro d e un o”. Par a
Monsiváis el relajo no constituye un simp le desorden, sino
un “orden alterno” al que se verifica en la ciudad. En una
cr ón ica sobre los d iálogos en bu sca d e la p az tr as el
comienzo del conflicto armado en Chiap as, a p rincip ios
de 1994, Monsiváis exp one una definición sobre el relajo
que atiende a esta concep ción:

170
Reconocer los p oderes vivificantes del relajo, ese orden
alterno tan eficaz en la vida mexicana. […] Este relajo no es
el desorden, aunque no lo evita, ni es la confusión, aunque
no la elimina; es, en tiemp os de guerra y de tregua, un
elemento que efectivamente distiende y organiza el panorama
y, sin faltarle el resp eto a muertos y heridos y desp lazados,
h ace que se d esp liegue sin tan tos ar r ep en tim ien tos el
temp eramento social. Y, agradeciblemente, este relajo es
típicamente laico, no cree en la teocracia ni en la burocracia,
y no desacraliza p ara no caer en la tentación op uesta: el
im p u lso sacr alizad o r. Y n ad ie re baja a fr ivo lid ad o
in con scien cia los d on es d el relajo, equilibrio in tern o y
externo en horas de angustia irreductible.

Fren te a la solem n id ad y an qu ilosam ien to d el ord en


prevaleciente, el relajo abre espacios de libertad, de modo que
establece válvulas de escape frente a las presiones y opresiones
que la ciudad impone: “vine a lo que dicen, a reconquistar la
calle que ya no es nuestra, a manifestar el ardor patrio para
olvidar las prisiones de la casa o el departamento”. El relajo
com o m ecan ism o d e com p en sación p u ed e obser var se
claramente en las crónicas que hace Monsiváis sobre la ciudad
nocturna. A la manera del carnaval, el relajo permite la ruptura
de la norma, creando así un tiempo donde todo se vale. Para
Monsiváis, la noche constituye la expresión clara de ese tiempo
donde cualquier cosa es posible sin las restricciones del día:

La sen sación d e vivir en un a n och e d istin tas vid as es


avasallante. […] No sólo es asunto de la disp onibilidad de
adolescentes para la parranda, ese ancestro del reventón. Es
la imp resión vigorosa de transformarse anímicamente al
descender al pecado y ascender a las recompensas de la falta
de límites.
En una cap ital no secularizada del todo, la diversión se
contaminaba del gusto p or lo p ecaminoso, y en cada antro

171
lo m ás in te r e san te e r a la id e o lo g izació n o cu lta d e l
comp ortamiento: evadir la norma era el mayor erotismo a
nuestro alcance.

Además de una clara erotización del esp acio nocturno, en


el relajo Monsiváis sintetiza su p ersp ectiva carnavalesca del
mundo. El carnaval a diferencia de la fiesta oficial, se op one
a toda reglamentación, es el triunfo de la liberación en una
transitoria abolición de las jerarquías, los p rivilegios y las
reglas. De acuerdo a esto es que Monsiváis hace del relajo
una fuerza p ositiva. Dice en el p rólogo a Los rituales… :

La diversión genuina escap a a los controles, descree de las


bendiciones del consumo, no imagina detrás de cada show
los altares consagrados al orden. La diversión genuina (ironía,
humor, relajo) es la demostración más tangible de que, pese
a todo, algunos de los rituales del caos p ueden ser también
una fuerza liberadora.

El sentido liberador que tiene el relajo proviene de la abolición


de las desigualdades y jerarquías que se produce en la fiesta.
La perspectiva carnavalesca de Monsiváis permite que todos
sean iguales y hace de la ciudad un espacio donde reina “una
forma especial de contacto libre y familiar entre individuos
normalmente separados en la vida cotidiana por las barreras
infranqueables de su condición, su fortuna, su empleo, su
edad y su situación familiar” (Bajtín).
En “La hora del consumo de emociones. Vámonos al
ángel”, Monsiváis hace la crónica de un ritual característico
de la ciudad de México: el que se ejerce alrededor del Ángel
de la Indep endencia cada vez que la selección de fútbol
obtiene una victoria. Tal celebración, además de presentarse
como una de las formas actuales de la nacionalidad (“Son
horas en que la Patria nos entra p or los ojos y los oídos y se

172
nos sale p or la garganta”), ap arece como un esp acio donde,
gracias a la masificación, se diluyen las normas así como el
control estatal sobre el esp acio p úblico: “Los chavos bailan
sobre el told o d e los cam ion es, […] se en cuen tran y se
felicitan p or ser m exican os, le p ierd en el resp eto a la
autoridad que mejor se ausenta… Por estas horas las turbas
[…] han tomado el control de la ciudad”.
Además, la ciudad festiva abre una vía de escap e de la
realid ad , es un esp acio en que el p eso d e la H istor ia
desap arece y es p osible disfrutar la actualidad:

H ay momentos en la vida en que la desdicha nos conduce al


autocastigo, y p or eso las frases como guillotinas: la visión
de los vencidos/ el comp lejo de inferioridad del mexicano/
el hoyo del subdesarrollo/ el dolor de no haber sido y el
terror de nunca ser… Quizá no con el determinismo de estas
exp resiones, p ero son muchos siglos de p asarla mal y p or
eso el pópolo aprovecha cualquier resquicio para reconstruir
su ego.

Así, la celebr ación ap arece com o restitu ción d e algo


p erd id o, com o d esfogue fren te a las lim itacion es que la
ciud ad establece: “algo h ay en el fon d o, quizás eso d el
extravío de la conciencia que p ersigue a un balón, tal vez el
que los aullidos de la raza reemp lacen las demandas de
emp leo o las ganas de hallarle sentido a la existencia”. Así
la fiesta incluso p uede lograr que la alienación desap arezca.
El sentido utóp ico del carnaval se encuentra p resente
en casi tod as las cr ón icas d e Mon siváis. Si el relajo
(contenido en el festejo o el baile) funciona como “el vórtice
en donde todos se extravían con tal de salir p or otra p uerta,
la de la felicidad que es el desahogo”, también constituye
un modo de establecer relaciones distintas, renovadas con
la ciudad y con los otros que la comp arten:

173
Se asombró de la ferocidad inconsciente o maligna de los
jóvenes que se arrojaban en oleadas contra los guardianes
del orden (o del desorden), se dejaban golpear módicamente
y volvían a la carga porque sus cuerpos eran intercambiables,
a unos les p uede ir del carajo, p ero a todos juntos el dolor
les hace los mandados.

Frente a la rep resión p oliciaca, el cronista registra el relajo


com o u n a m ezcla d e violen cia y p lacer qu e p er m ite
trascender las limitaciones individuales, es decir, como un
imp ulso hacia la colectividad. En esta imagen del relajo
co m o u n cu e r p o m asivo , in te rcam biable , se ve r ifica
nuevamente la concep ción grotesca del cuerp o, al mismo
tiem p o que se con cibe al relajo urban o m ás com o un a
vivencia colectiva que individual: cuerp o es asociación, toda
comunión es corp oral.
Para Monsiváis, la identidad urbana esta dada p or esos
r it u a le s d e l ca o s q u e p e r m it e n la cre a ció n d e la zo s
comunitarios y p roveen referencias de nacionalidad:

El Distrito Federal conoció la rarísima sintetizadora sensación


de sentirse vivo. […] Sentirse dueño de una causa, sentirse
sin miedo a la p olicía, sin el freno de la rep robación ajena,
sin la dictadura de la certidumbre de una insignificancia
p ersonal. Sentirse vivo: ‘estar en comp añía de los demás’
(Días de guardar).
La p elea n o tien e m uch o in terés, al d ecir d e los exp ertos.
Pero el p aís goza d e un o d e esos r atos d e esp arcim ien to
en los cuales vuelve a ser, p or un in stan te, la N ación (Los
rituales).

Si la identidad se recupera por la carnavalización del espacio


p ú b lico , la fie st a r e su lt a t a m b ié n u n a fo r m a d e
reterritorializar a la urbe. Al recrear las celebraciones del

174
m un d ial d e fútbol d e 1986, el cron ista h ace evid en te el
recobro de lo urbano p or la fiesta:

Lo que ah or a en car n am os [es] el festín que r eh ace la


ap ariencia urbana, el desmadre menor que no deja ver el
Gran Desmadre de todos los días, la toma de la calle que es
la revancha p or el desp ojo de las economías, […] p or el
Centro H istórico y los ejes viales, ríos de p ersonas, en su
mayoría adolescentes, se adueñan del tránsito e insisten: si
el tr iun fo es n uestr o la ciud ad es n uestr a, festejar es
ter ritorializar (Entrada libre).

Si la fiesta trae consigo la cap acidad de otorgar sentido a


un esp acio que no lo p osee es p orque sup one un rito. A
d iferen cia d e la ciud ad p olítica que Entrada libre exalta,
vemos en Los rituales… una ciudad desp olitizada p ero con
otro alcan ce un ificad or : la vid a cotid ian a com o r itual
festivo aunque caótico, aunado a un sentido religioso que
acom p añ a tod o esp ectácu lo qu e Mon siváis obser va y
describe. Tenemos así dos distintas visiones sobre la ciudad
p ero con un mismo objetivo: crear un lazo común frente al
p oder y frente a las fuerzas (autoritarias y modernizadoras)
de la contemp oraneidad. Aunque en la estructura de Días
de guardar existe ya un elemento litúrgico a p artir de las
fechas y del título mismo del libro, es en Los rituales… donde
este elem en to celebratorio en cuen tra un d esar rollo m ás
cabal.
A p esar d e que los textos in cluid os en Los rituales…
resultan heterogéneos y p arecen no tener un tema común,
existe un asp ecto que les d a un id ad : cen tr ar se en los
d iversos ritos d e la cultura p op ular. Buen a p arte d e las
crónicas dan cuenta de las diversas formas de religiosidad
existentes en el p aís, sobre todo de aquellas comp letamente

175
heterodoxas. No sólo p or el manejo del tiemp o ritual a
p artir del cual se organizan los textos (“La hora de…”),
sino también en los títulos de las crónicas es ya visible el
contenido religioso del libro: “Teología de las multitudes”,
“Las mandas de lo sublime”, “La hora de las convicciones
alternativas”, “¡Ya tengo mi credo!”, “Todos los caminos
llevan al éxtasis”, “La hora de las adquisiciones espirituales”.
Reafirmando este sentido religioso se halla el tono bíblico
que las “Parábolas d e las p ostrim erías” con tien en , m uy
cercano al de su libro de fábulas N uevo catecismo para indios
remisos.
Incluso cuando aborda diversos esp ectáculos civiles, la
carga religiosa está p resente y es que el esp ectáculo está
ligado a la idea de la fiesta, del relajo. Como el relajo y la
fiesta, la religión exp resa un modo de escap e y recreación
de la ciudad. Ligada a la p obreza (en “Protagonista: el Niño
Fid en cio. Tod os los cam in os llevan al éxtasis”), o a los
sueños de la clase media (en “La hora del ascenso social”),
la religión p uede ser a la vez liberadora o p or el contrario,
el esp acio d el fan atism o. N o obstan te, Mon siváis busca
resaltar su car ácter d e d iscu r so con tr ah egem ón ico y
creativo:

La mística de la marginalidad es un enclave de la resistencia


p síquica: quienes siguen a los iluminados no entienden
con cep tos clave en la cu ltu r a d om in an te: fan atism o,
sup erstición, herejía, irracionalidad. Lo que se les diga no
les incomoda, están más allá de las p alabras condenatorias
p orque no habitan el lenguaje que los exp ulsa.

En medio de la p obreza y sus martirios salva la creencia.


De ese modo la religión llega a ser una forma de disidencia,
u n a ten tativa d e la liber ación fren te a las op resion es

176
cotid ian as d e la ciu d ad y u n a m an er a d e restitu ir la
comunidad p erdida:

Las decenas de miles de enfermos no curados y leales al


fidencismo relatan la otra parte: la transformación, merced
a la fe, del sufrimiento imp uesto en sufrimiento gozoso.
Muchísimas curaciones fallidas no terminan en rabia, […]
la felicidad anula o neutraliza la indiferencia ante los hechos
materiales, y la ‘emoción cósmica’ asume las formas del
entusiasmo y la libertad: […] ‘el hombre p ara llegar a Dios
necesita sentir el hambre y la sed y estar bajo el sol […] entre
la propia miseria y pobreza, entre el cansancio y el sudor de
sus demás hermanos’.

Frente a la crisis de la regulación urbana y el deterioro del


p oder formal, la religión se p resenta como un modo de
enfrentar el desencanto y de ordenar la incertidumbre. Al
ser uno de los rasgos continuos en la historia del p aís, el
sen tid o religioso que Mon siváis resalta tien e tam bién el
p rop ósito de p roveer referentes de identidad. La relación
entre la identidad y la crónica monsivaiana es una de las
p reocup aciones que a continuación intentaré dilucidar.

177
178
CRÓNICA E IDENTIDAD: EL ORDEN (DIALÓGICO)
DEL CAOS

Yo os digo: es preciso llevar dentro de uno mismo un caos


para poder poner en el mundo una estrella.
Friedrich Nietzsche

l h acer én fasis en la cap acid ad p op u lar d e

A subvertir el orden a través del relajo y el carnaval,


Monsiváis no sólo nos p resenta la imagen de una
ciudad festiva; también abre la p osibilidad de concebir una
urbe distinta, ajena a la ciudad rep resiva p roveniente de las
esferas del p oder. Como afirma John Kraniauskas, la obra
de Monsiváis p uede leerse como un “contradiseño o diseño
altern ativo urban o”. Esta con cep ción altern a se basa en
otorgarle un sentido distinto a la urbe que p uede delinearse
claram en te en su id ea d e ritual caótico, d on d e el caos
urbano, unido a la concep ción del rito, exp resa un cambio
de significado. Como dije anteriormente, la lectura de la
ciudad como hábitat de la barbarie y no ya de la civilización
revela un cam bio d e actitud que va “d el rech azo a la
reivin d icación d e la bar bar ie”. Esta in ver sión d e sign o
sup one también un cambio ideológico. Monsiváis concibe
al caos ya no como signo negativo de la desorganización, la
confusión y el exceso, sino como un elemento generador
de vida. Tal reivindicación se anuncia desde el p rólogo a
Los rituales...:

Visto desde fuera, el caos al que aluden estas crónicas (en su


acepción tradicional, precientífica) se vincula, básicamente,
a una de las caracterizaciones más constantes de la vida
mexicana, la que señala su ‘feroz desorden’. Si esto alguna
vez fu e cier to ya h a d ejad o d e ser lo. Segú n cr eo, la

179
descrip ción más justa de lo que ocurre equilibra la falta
aparente de sentido con la imposición altanera de límites. Y
en el caos se inicia el p erfeccionamiento del orden.

E n Días de gu ardar se e n cu e n t r a p r e se n t e ya e st a
con cep ción d el caos com o p osibilid ad d e ren ovación
lu e g o d e la ca t á st r o fe . Al d e scr ib ir la fig u r a d e l
‘Provocad or ’, afir m a: “Él sólo es feliz an te la p er sp ectiva
d el d esastre. El d esastre, o sea, la rep ar ación d e la falta,
e l r e g r e so d e lo s va lo r e s a su ve r d a d e r o sit io . E l
p rovocad or es ap ocalíp tico”. Al un ir las n ocion es d e caos
y se n t id o r it u a l, M o n sivá is le o t o r g a u n se n t id o
un ificad or a la ciud ad en la m ed id a en que ésta sigue
gen er an d o r ituales festivos aun que caóticos: “Y el caos
(en el sen tid o d e m arejad a d el relajo y su eñ o d e la
tr ascen d en cia) usa tam bién d e esas fijezas en el tum ulto
que llam am os r ituales: […] son los r ituales, esa últim a
etap a d e la p er m an en cia, los que in sisten en la fluid ez
d e lo n acion al; […] ap or tan las últim as p r uebas d e la
co n t in u id a d ”. En Mo n sivá is la ciu d a d , si bie n e s e l
ter r itor io d e la bar bar ie y el d esord en , tam bién es el
esp acio d on d e el r itual rein staur a el ord en y la id en tid ad .
Al n ivel d e la escr itur a esta fun ción la realiza la cr ón ica.
La disolución de fronteras formales de la escritura que
la crónica monsivaiana exp resa es el anuncio de cierto caos
(el citad in o). No obstan te, este m ism o tip o d e escritura
busca releer la ciudad a p artir de sus rituales, lo que vuelve
a darle un sentido y unidad a la disp ersión. Así como en
ciertos relatos míticos las víctimas devuelven el orden que
en principio habían roto, la crónica es un género transgresor
que si bien rom p e lím ites, ter m in a p or con ver tir se en
m ecan ism o restaur ad or d el ord en p erd id o. El p rop io
Monsiváis está consciente de ello. Al hablar sobre la función
d e los cron istas fren te a la urbe afirm a: “d e los n uevos

180
cronistas demanda intensidad, humor, fantasía, el desmadre
que ordena el universo postapocalíptico”. Gracias al sentido
utóp ico y el carácter religioso que la obra m on sivaian a
p osee, la crónica ap arece con un sentido de restauración,
de comunión 21.
La relación en tre crón ica e id en tid ad es en ton ces el
centro clave p ara entender la imp ortancia de este género
h íbr id o en la con str ucción d e lo n acion al. U n a d e las
funciones que la crónica ha tenido desde Guillermo Prieto
es la d e con formar cierta nacionalidad e indagar en las
formas que ésta asume. En Los rituales… es evidente que el
cron ista busca d ar cuen ta d e las tr an sfor m acion es d el
n acion alism o:

Si algo le queda al nacionalismo es su condición pop […]


Algun os p osesos d el n acion alism o in stan tán eo bailan
envueltos en la bandera. […] Se desgastó lo emblemático y
sólo representa a su país el boxeador que gana. El que pierde
es ap átrida; […] todos cantan “México lindo y querido”.

Al testificar la realid ad el cron ista le d a un a form a, un


sen tid o d e coh eren cia. Segú n Mon siváis, esta for m a
cor resp onde a un p royecto p olítico, p or ello es que p uede
decirse que la crónica da forma a la nación: “A la vaguedad
y la imp erfección hay que op onerle una coherencia, una
forma. La exigencia p rimera es la creación de lo nacional
[…] y describirse es ir existiendo”. ¿Qué forma p rop one la
crón ica p ara la refun d ación d e un a id en tid ad n acion al
distinta? La crónica, al p resentarse como alegoría agrietada

21 Al resp ecto, las p alabras con que se cierra Días de guardar son ejem p lares:
“Doy fe”, com o qu er ien d o d ecir : ad em ás d e testim on iar, d ejo abier ta la
p osibilid ad d e seguir creyen d o, p roveo la p osibilid ad d e la esp eran za.

181
de la sociedad, como fragmento, como versión incomp leta,
quiebra la lógica del discurso oficial que se p lantea como
único p royecto de lo nacional. En la medida en que es cap az
de p roducir una resp uesta p olítica no totalizante (y en este
sen tid o es m u y cercan a al testim on io), la cr ón ica se
convierte en un género formalmente ambiguo, p ero p or lo
m ism o, altam en te crítico d e las form as y con ven cion es
establecidas en lo literario, y las interp retaciones cer radas
y unívocas sobre el p aís. Esta ap uesta p or una escritura no
monolítica de los hechos, considera a la H istoria ya no como
una estructura estable, sino como un ter reno p roblemático
y un discurso sujeto a revisión y relectura. Tal renuncia a la
construcción de grandes explicaciones totalizadoras —además
de restituir la presencia de los actores sociales individuales
que la h istoria trad icion al om ite—, p resen ta al p roceso
histórico como algo no dado de una vez por todas, y por lo
mismo como algo posible de construir únicamente con la
participación de todos.
U n a d e las estr ategias qu e u tiliza Mon siváis p ar a
conformar una identidad inclusiva consiste en “dar voz a
los sectores tradicionalmente p roscritos y silenciados, las
m in orías y m ayorías d e tod a ín d ole que n o en cuen tran
cabid a o rep resen tativid ad en los m ed ios m asivos”. N o
obstante, p ara hacer legítimo tal objetivo debe evitar caer
en un m on ólogo sup lan tad or. Posee, en ese sen tid o, la
“conciencia de que no se p uede hablar de los otros desde
un centro lingüístico”, como afirman Carlos Altamirano y
Beatriz Sarlo. Por ello es que Monsiváis introduce tantas
frases, d ich os, letras d e can cion es, elem en tos d el h abla
p op ular. Como dice Kraniauskas, Monsiváis:

Incorp ora a sus textos la heteroglosa que, como sugiere


Bakhtin, define a la novela como una forma cultural (que él
asociaba con la exp eriencia de la vida en la urbe), creando

182
así un entorno dialogado (una ciudad) de voces y sociolectos,
cuyo efecto incluye la vernaculización de su propia voz. Esta
técnica sirve para destacar los conflictos culturales y políticos
evocados en el texto, así como p ara entrelazar otros p untos
de vista sobre su materia de trabajo.

Muchos analistas han remarcado este carácter oral de la


escritura monsivaiana al decir que es un escritor “más oído
[…] que leído”. Castañón lo exp lica al remarcar la p rofesión
d e lector y escuch a d e la con d ucta p ública que p rofesa
Mon siváis:

Lo vemos observar; lo vemos rep etir p ara sí mismo lo que


los otros dicen. ¿Verdad que más que observador escrupuloso
e imperturbable Monsiváis es un hombre que escucha? Sabe
quién habla y para quién, reconoce desde dónde habla cada
quien.

“Las maneras de hablar son también modos de escribir”,


p ostuló Cabrera Infante en Tres tristes tigres. La crónica de
Monsiváis verifica este p ostulado. No es que su escritura
esté con str uid a a p ar tir d e un a tr an scr ip ción or al d e
tradiciones p op ulares. En efecto, constituye ante todo un
discurso escrito. Pero ese discurso escrito busca, a p artir
d e un a rein ven ción n ar rativa, in trod ucir en un n ivel la
imp ortancia del discurso oral frente a la escritura. En “Los
sonideros: El asalto al oído”, Monsiváis hace una crónica
de la Ciudad Neza a p artir de lo que escucha; en este caso
la degradación de la música:

El Sonido La Changa, resp onsable de la sesión, no admite


nada, ni la conversación, ni el gemido, ni la voz tronante,
ni el asentimiento, ni el estruendo bélico, […] es el gran
taladro auricular o, mejor, es la ofensiva que disip a el tono

183
crep uscular del Valle de México, gracias a lo que resiento
como santa alianza de sirenas de ambulancia, alaridos de
manifestación exasp erada, descarga de locutor dep ortivo,
[…] concierto de mil grupos de heavy metal en un solo cuarto
de hosp ital…

En esta ciudad oída se encuentra también la recup eración


d el len guaje social a tr avés d e los son id os, en un solo
discurso de gran heterogeneidad:

La ciudad desborda tramp as acústicas. […] La marimba se


celebra a sí misma interp retando una canción de Agustín
Lata: ‘O ye la marimba/ cómo se cimbra/ cuanto canta p ara
ti’. De un ghetto blaster se d esp r en d e la avalan ch a d el
technorock y el que no brinque es maricón. […] A ciertas
horas, digamos de las seis de la mañana a las nueve de la
noche, arde en las calles la música involuntaria, la p rop ia
d e los cláxon s y los fr en azos y los ar r an con es y las
exclamaciones que integran una sola gigantesca mentada de
madre; […] la ciudad elige la gravedad a su alcance, deshecha
y rehecha p or el p aso del gentío, p or la insistencia de los
voceadores (‘¡Extra! ¡Ayer hubo más muertos que antier!’).
[…] ‘Taxi/ Échele ojo, marchante/ ¡Pásele, p ásele!/ Ó rale,
no emp uje/ Una güerita p ara esta noche, mucha carne y
luego luego/ O ríllese a la orilla/ Viene, viene, viene’. Los
p r e g o n e s so n le g e n d a r io s, y u sa n d e lo s e co s p a r a
in for m ar n os: tod avía vivim os en la m ism a ciud ad que
retumba y gime.

Aunque sea sólo una ilusión, el incorp orar elementos orales


le p ermite admitir múltip les voces en su p rop io discurso.
Con ello, sus textos rem arcan su carácter h íbrid o, p ues
p ermiten el encuentro, en un solo enunciado, de lenguajes
sociales d iver sos y p resen tan la voz d el au tor com o
descentrada. La obra de Monsiváis sup one así un esfuerzo

184
p or hacer de la p alabra escrita no un medio de op resión
(com o lo h a sid o d esd e las en com ien d as al tr an sm itir
fundamentalmente la historia oficial), sino un medio de
transgresión p olítica. En ese sentido, el traslado o absorción
del universo oral a la escritura representa un tipo de práctica
significante y alternativa, con la cual Monsiváis busca eliminar
el carácter clasista de la escritura y hacer de ella un bien común.
Lo que intenta es recobrar para sus lectores y para aquellos
sectores marginales que retrata, un espacio al interior del
discurso escrito, al interior de la literatura. Su obra representa
la conquista del espacio de la escritura para aquellos que
habían sido excluidos o marginados de ella.
Vista así, la de Monsiváis es una obra fundamentalmente
abierta. Abierta a otras voces (los sectores marginales que
no detentan el p oder), abierta a otras centros nar rativos, a
otras versiones o interp retaciones (a través de las citas) y a
otros discursos (al oral con las consignas, canciones y dichos
p op ulares, a la im agen con la fotogr afía); su escr itur a
constituye un diálogo constante con lo otro. Este sentido
dialógico de su obra p ermite ver cómo la ciudad da forma
a su escritura. La crónica de Monsiváis requiere de la ciudad,
n ecesita in cluir en su in terior la p alabra ajen a, p recisa
establecer una relación con la voz de otro para que su propia
voz tenga sentido. La crónica se vuelve así una forma de
reconocimiento: la otredad da sentido a la existencia propia;
uno mismo es otro. Por ello es que concibe la crónica como
un a obr a p ública. El título d e un texto sobre N ovo es
sign ificativo al afirm ar la con cien cia d el cron ista com o
aquella donde la voluntad no solamente es individual: “Los
que tenemos unas manos que no nos p ertenecen”.
“Leemos novelas p ara salir de la p risión del yo”, escribió
José Emilio Pacheco. La ap uesta de la escritura es también
p ara Monsiváis una ap uesta colectiva en donde la identidad
es una construcción que se relata. Para Monsiváis la crónica

185
exp lora la identidad y la funda. Lo que ap arece como un
rom p ecabezas d esar m ad o, es p ar a la cr ón ica un tod o
multicultural. La disgregación sin sentido de la ciudad se
vuelve entonces heterogeneidad cultural y también textual.
En p rimer lugar, en la crónica la identidad se exp lora de
forma múltip le. La identidad que es cap az de ofrecer la
cr ón ica es un a id en tid ad p ulver izad a, escin d id a. U n a
identidad múltiple en sus voces, dispersa en sus fragmentos.
Una identidad híbrida y p rovisional: no suma, sino reunión
de identidades y diferencias. De esa manera la Babel no
deja de ser p olifonía de voces, p ero abandona su condición
de estertor caótico.
Ante los cambios globales que disuelven y cercenan cada
vez más a la ciudad, y en los que ésta ap arece reducida a un
engranaje más del mercado internacional, la crónica de
Monsiváis apuesta por recuperar la ciudad no sólo mediante
una visión integradora, sino como una resistencia local a
esos cam bios. U n m ed io p ar a h allar n uevas for m as d e
a r r a ig o e n co n t r a d e la d e sh ist o r iza ció n y d e la
d ester r itor ialización cu ltu r al tr an sn acion al. Tal es la
p rop uesta de Monsiváis. Ante la heterogeneidad, la unidad
fr a g m e n t a d a d e la e scr it u r a : la cr ó n ica . An t e la
deslocalización, la restitución de cierta identidad.
Así como los rituales urbanos que describe y critica, la
escritura d e Mon siváis p ued e en ten d erse tam bién com o
una estrategia de cohesión social. Frente al caos urbano, el
cron ista n o sólo d a cuen ta d e la con viven cia citad in a;
también reúne en el orden de la cotidianidad los discursos
disp ersos e ilegibles de la ciudad, de modo que se convierte
en un reinstaurador de la comunidad. La tarea del cronista,
p u e st a a sí, e s la d e q u ie n re co n st r u ye id e n t id a d e s,
subjetividades sociales. Tarea acaso monumental: inventar
identidades en la sustancia huidiza de la sociedad moderna.
Reestablecer, a con tr ap ar tid a d el caos, un a id ea d e lo

186
nacional, el sentido de comp artir un mismo esp acio y vivir
juntos. En medio de la confusión, el cronista anuncia la
transformación de los referentes sociales, las señas de lo
que fue y ya no es, p ara convertirse en lo que aún no es
p ero comienza a ser.

187
188
N ARRAR LA CI U D AD : D EL ESPACI O A LA
ESCRITURA (N OTAS A MANERA DE CIERRE)
Vivimos en el mundo cuando lo amamos.
Rabin d ran ath Tagore

Una mañana, en cuanto puse pie en la calle,


advertí que sobre la ciudad flotaba un ambiente extrañísimo:
me envolvieron, al salir a la acera inundada en luz,
barruntos o dejos de lo insólito.
Martín Luis Guzm án , El águila y la serpiente

a cr ón ica d e Car los Mon siváis con figu r a u n

L retrato detallado de la ciudad de fin de siglo. Es


un m ural d e las sen sacion es, un a en ciclop ed ia
del recuerdo, la detallada crónica de una mirada. Por ello
p uede decirse que la figura de Monsiváis como cronista
“no oficial” de la ciudad es indudable. Su crónica le añade
a la lit e r a t u r a m ex ica n a vo ce s y sit u a cio n e s a n t e s
inimaginables, reelaboración de personajes famosos mas no
exp lorad os, vision es d e un a colectivid ad elaborad as n o
desde su exterior sino desde ella misma, actitudes comunes
e insólitas, comp ortamientos p lenos de deseos que son a la
vez exp resiones de utop ías marginales, así como renovación
de recursos heterodoxos. Lectura de la vida cotidiana, la
crónica revela vitalidades y comp ortamientos no exp lícitos,
desenmascara los sentires y los hábitos de diversos sectores
sociales, las relaciones y valores de todo un conglomerado,
sus temores y anhelos. En suma, constituye la descrip ción
de los gustos y p asiones de una sociedad emergente.

***

La relación que existe en tre Mon siváis y su ciud ad es


comp leja y múltip le. Desde sus inicios, la obra de Monsiváis
se encuentra fuertemente vinculada a la urbe. Tres de los

189
seis ep ígrafes que abren su p rimer libro de crónicas, Días de
guardar, refieren de forma directa a ella. La condición urbana
d e su lit e r a t u r a e s p o r e llo u n o d e lo s a sp e ct o s
fundamentales que he resaltado a lo largo del texto, así
como la p osición que tiene frente a la tradición literaria
urbana. La escritura citadina se ha debatido siemp re entre
seguir dos direcciones disímiles y contradictorias, p ero que
guard an un a esp ecial relación en cuya am bigüed ad la
ciudad se p ercibe como contradicción constante: el amor
y el esp an to, la esp er an za y el m ied o, la u top ía y el
apocalipsis. Espacio distópico insalvable o lugar para pensar
el futuro, la ciud ad liter ar ia es a la vez un a for m a d e
exaltación de la modernidad cultural y una p rotesta contra
el in cesan te d eterioro que el p roceso d e m od ern ización
p rovoca. La id ea d e ritual caótico resum e la p arad ójica
mirada de Monsiváis, que se debate y comp romete frente a
una ciudad bifronte. No obstante, en Monsiváis hallamos
una mirada crítica e irónica frente al desencanto urbano.
Esta con stituye un a d e sus in n ovacion es fun d am en tales:
ver a la ciudad como esp acio aún p osible de ser imaginado
desde una p ersp ectiva realista. Si en la obra cronística de
Monsiváis la imagen sobre la ciudad va de la utop ía p osible
al desencanto, la nar rativa que subyace a esta imagen marca
una dirección contraria: de la urbe bajo signo autoritario a
la democratización del esp acio p úblico.

***

Para concebir la ciudad como objeto cultural de análisis ha


sido indisp ensable p ensar la relación entre la ciudad y la
m od er n id ad . Am bas se p resup on en p orque la ciud ad
sin tetiza la m od er n id ad : es el gr an escen ar io d e las
transformaciones materiales y rep resenta el imp ulso de la
exp an sión civilizad or a. Su im agen —a veces cr u el—

190
con stituye la con d en sación sim bólica y m ater ial d e los
cambios imp ulsados p or el p royecto moderno: p rogreso
con stan te acom p añ ad o d e fracturas sup erp uestas. Sarlo
afirma que “la noción de la ciudad organiza los sentidos de
la cultura”. Parafrasean d o la tesis d e Ben jam in , p od ría
decirse que la ciudad es el documento de nuestra barbarie
cu lt u r a l. E n la o b r a d e M o n sivá is, m o d e r n id a d ,
m od ern ización y ciud ad ap arecen en trem ezclad as com o
nociones descrip tivas, como referentes valorativos y como
formas de la escritura.

***

“¿Cóm o d escr ibir un a ciud ad ?”, se p regun ta Gr ah am


Greene en su libro Caminos sin ley: “Aún p ara sus habitantes
es tarea imp osible; uno sólo p uede p resentar un esquema
sim p lificad o, escogien d o aquí un a casa, allá un p arque,
com o sím bolos d el con jun to”. Q uien h a escrito sobre la
ciudad lo ha hecho a través de distintos géneros: la novela,
la p oesía, la cr ón ica. U n a d e las p reocu p acion es qu e
subyacen a este estudio es la referida a la relación existente
entre género y escritura. ¿Es el género una forma más entre
otras de describir la realidad o tiene que ver con la manera
en que se p iensa y rep resenta lo social? ¿Es la crónica un
p unto de encuentro entre literatura y ciudad, entre urbe y
texto nar rativo, o es un modo de concebir lo literario en
relación con los dilemas y cambios de lo urbano y de la
sociedad? ¿Es una forma de escribir elegida al azar o un
modo necesario de narrar?

***

Cr ón ica y ciu d ad com p ar ten m u ch os sen tid os. En su


Antología de la crónica en México, Monsiváis da cuenta, entre

191
otras cosas, de la crónica como esp acio de interp retación
de los hechos colectivos, lugar donde la comp osición de
atm ósferas verbales h ace p osible d iversas lecturas d e lo
cotidiano y lo p úblico, de modo que la crónica resulta un
juego de esp ejos donde la comunidad atisba su rostro y sus
máscaras. En ese sentido, la crónica ha cump lido una nueva
función en los últimos años: hacer legible a la ciudad, darle
en la medida de lo p osible orientación y coherencia. Una
de las intenciones de este ensayo consiste en revalorar esta
condición de la crónica: ser el género que en las últimas
décadas ha sido cap az de hacer inteligible y descifrable el
fen óm en o ur ban o. Los gén eros tien en un r asgo p oco
estudiado: su continua adap tabilidad a contextos nuevos.
En la teor ía bajtin ian a d e los gén eros se rem arca la
ca p a cid a d q u e d e t e r m in a d o s g é n e r o s t ie n e n p a r a
rep resentar lo contemp oráneo en determinado momento
h istór ico, es d ecir el tip o d e relación que cad a gén ero
establece con el presente. Según Altamirano y Sarlo, “a cada
género corresponde una determinada conciencia lingüística
y, e n co n se cu e n cia , u n t ip o p a r t icu la r d e p r á ct ica
significante”. En el caso de la crónica de Monsiváis, esta
relación resu lta esen cial p ar a com p ren d er la m an er a
novedosa en que la ciudad es rep resentada en sus escritos,
así como la forma en que adquiere una realidad singular:
“La ciud ad p rod uce los gén eros y el tr abajo sobre los
géneros” (Sarlo).

***

Lejos d e la tr ad icion al con cep ción d e la ciud ad com o


unidad y totalidad cer rada, regida p or un solo centro, la
ciudad de México ap arece en la crónica de Monsiváis como
e sp a cio m ú lt ip le , d ive r so y a b ie r t o , h e t e r o g é n e o y
fr agm en tad o: esen cialm en te con tr ad ictor io y am biguo.

192
Esta p érdida de la totalidad exp resa o sup one un tránsito
d e la ciud ad m od ern a a la m egalóp olis global, y d e la
sociedad tradicional a la sociedad de masas. Si antes era
posible narrar la ciudad a manera de una totalidad acabada,
p ues existían a la vez un esp acio común abarcable y ciertos
referen tes com p ar tid os, d escr ibir h oy la ciud ad en su
con ju n to resu lta im p osible. Los ejes sobre los qu e se
estructuraba la identidad urbana han ido desap areciendo.
El sueño moderno de la ciudad como ordenamiento de la
in ce r t id u m b r e , q u e d e t e n t ó p o r m u ch o t ie m p o Le
C o r b u sie r, h a p e r d id o vig e n cia e n e l m u n d o
con tem p or án eo. El d esord en se h a vuelto así el sign o
característico de la urbe: “la estética del caos y la lógica del
d e so rd e n ” d o m in an “co m o le n g u aje s d e lo u r ban o”
(Rossana Reguillo). La fragmentación, la heterogeneidad y
e l ca o s a h o r a só lo p e r m it e n a ce r ca m ie n t o s n o
omniabarcadores, sino más reducidos a la ciudad. Por ello, el
único modo de cap tar la vida de la cap ital mexicana es a
p artir del fragmento, de una estética del fragmento.

***

En un sen tid o, d escr ibir la for m a en que los p rocesos


m od er n izad ores im p u lsad os p or la globalización h an
transformado el esp acio p úblico y la ap ariencia citadina,
es delinear la manera en que estos cambios han afectado la
e scr it u r a u r b a n a . El e st a llid o q u e h a p r o vo ca d o e l
crecimiento urbano no sólo es material. También p ueden
leer se sus con secuen cias en el ám bito sim bólico d e la
escritura. Esto es claro en la crón ica que con stituye un
d iscurso en el que la ciud ad ad quiere un rostro legible.
Frente a la crisis de las instituciones y de la modernidad
urbana, la crónica se constituye como un discurso cap az
de recrear a la ciudad: virtual esp ejo del laberinto urbano,

193
la crónica de Monsiváis funciona como un organismo que
sintetiza en sí mismo los desórdenes y maravillas citadinas.
Es, al igual que la ciud ad , fr agm en tar ia, h eterogén ea,
disp ersa, incomp leta y caótica; hecha de p edazos. A través
de distintas estrategias discursivas, Monsiváis no sólo da
cuen ta d e la con viven cia citad in a, sin o d e aquello que
define la vivencia urbana: habitamos no sólo ese esp acio,
sino la rep resentación múltip le de ese esp acio construido
p or la imaginación colectiva. Así, la ciudad existe sólo en la
medida en que los múltip les imaginarios urbanos que la
co n st r u ye n , la h a ce n u n t ex t o le g ib le , sie m p r e e n
construcción y p or lo tanto p osible de renovarse.

***

“Lo que hace falta p ara crear ciudades donde la gente se


vea obligada a enfrentarse [y se reconozca entre sí] es una
reconstitución del p oder p úblico, no una destrucción del
mismo”. En clara sintonía con esta afirmación de Richard
Sennett, Monsiváis busca a través de la crónica una nueva
con figur ación d e lo social. Dar coh eren cia textual a la
descomp osición social resulta así la función p rincip al de la
crónica: llevar a cabo un ejercicio de sutura que ordene o
cierre lo que en la realidad social se encuentra fragmentado
o roto. La crónica reconstruye el tejido-texto de la identidad
colectiva y d el esp acio p úblico fragm en tad o: in staura la
armonía p erdida. Tarea de la crónica: bor rar las heridas de
la ciudad. Sobre estas cicatrices es que la crónica erige su
forma.

***

La crónica trabaja el imaginario urbano como modernidad


estética. En ella, el desmembramiento de la ciudad adquiere

194
su forma textual. Como fragmento provisional, el texto abre
sus p uertas al sentido p osible: lo fugaz como única forma
de acceder a la verdad. De igual modo, la crónica p osee
imp ortancia, p ues consiste en una estrategia simbólica de
coh esión social. La crón ica d isip a la d istan cia en tre los
habitantes de una ciudad que p ueden verse congregados
en un mismo esp acio p úblico: el p rop io texto cronístico.
La cr ón ica restitu ye la fr actu r a social a tr avés d e la
fr agm en tación textu al. Al p resen tar se com o su m a d e
discontinuidades, el lector debe unir los fragmentos y con
ello, conferirle un sentido a la imagen urbana que se le
p resenta. Así, la crónica otorga a quien la lee la p osibilidad
d e crear u n sen tid o d e con tin u id ad p ar a la u r be. La
escritura rechaza y en cierta medida cor rige a la ciudad: la
imagina distinta.

***

En la búsqueda de una ciudad alternativa que intenta al


mismo tiemp o describir y reinventar, Monsiváis establece
una disp uta simbólica con otros p royectos de ciudad, con
otros im agin arios urban os, p rin cip alm en te con aquellos
p rovenientes de los p lanes de gobierno oficiales y de las
im á g e n e s co m p u lsiva s d e lo s m e d io s m a sivo s d e
comunicación. Su discurso constituye así todo un p rograma
d e reform a cívica, fun d ad o en el resp eto a la legalid ad
constitucional y en la transgresión simbólica de aquellas
tr ad icion es qu e im p id en el avan ce d em ocr ático y la
ciudadanización p lena.

***

Fuente directa de la historia y testigo, la crónica es una


succionadora de exp eriencias: tal su carácter testimonial.

195
Así, el cronista es la voz de los otros; y la suya, entre tantas,
sólo es el medio —irónico, crítico, voluble— p or el que la
ciudad adquiere forma. Ap enas es p osible distinguirla entre
las p alabras, p ero sólo ahí, en la escritura de su texto, p uede
aprehenderse, ser vista y hallar existencia plena. La crónica,
en relación con la ciudad, constituye el testimonio de la
otra historia, la versión de los hechos que se op one a la
oficial. Se p resenta como la p osibilidad de configurar el
p asado de manera distinta, p ues es la crónica uno de los
lu gares d esd e los cu ales la “op in ión p ú blica” actú a y
confronta al poder. En ese sentido, la crónica tiene un efecto
d e d en u n cia. Fren te a los cam bios p rod u cid os p or la
modernización y como resp uesta a los ocultamientos que
la historia oficial congrega, la crónica se erige como un
modo de dejar memoria, huellas del cambio. Un esp acio
donde la memoria de la ciudad se conserva.

***

Monsiváis camina p or la ciudad buscando los p erfiles de


su p rop ia escritura, hace de ella una obra estética, en ella
encuentra la historia del p aís y en su condición actual, la
m etáfora d e su socied ad . Prop ósito crítico, p royecto d e
nación, artefacto cultural y artístico, la crónica monsivaiana
exp resa la con tien d a que tod a socied ad tien e con sigo
misma. En sus escritos, Monsiváis busca documentar la vida
de quienes viven en los márgenes de la sociedad al mismo
tiem p o que in ten ta crear un d iscur so que resp ete sus
propias voces y cuyo estatus genérico revele la otredad como
elemento imp ugnador. La escritura monsivaiana tiene la
fin a lid a d d e le g it im a r la r e cu p e r a ció n d e g é n e r o s
marginales, y p or ello se p rop one como híbrida. En ella se
h alla un a in cesan te volun tad p or fracturar las fron teras
(gen éricas: crón ica-en sayo; jerárquicas: culto-p op ular; y

196
d iscu r sivas: liter atu r a-p er iod ism o, teor ía-fabu lación ,
historia-ficción, y escritura-oralidad). Es p osible encontrar
ahí evocaciones que funden lo sentimental con lo p olítico,
lo vulgar con lo d octo; existe la ten tación p or un ir lo
in d ivid ual con lo m ultitud in ario. Tam bién , son visibles
tonos que van de lo bíblico a lo evanescente, trazos de relatos
en que la ficción halla su guarida, viñetas que conjugan el
e n sa yo co n la fa bu la ció n , re cu e n t o d e d ía s p a sa d o s
(nostalgia), recuentos de días p osibles (sentido utóp ico).
Mon siváis busca restituir y con tin uar aquella tr ad ición
literaria, p roveniente del Modernismo H isp anoamericano
de fines del siglo XIX, que concebía la literatura como un
discurso al mismo tiemp o literario e histórico; que lograba
conciliar el análisis de la realidad social y p olítica, con la
creación de un lenguaje cap az de ser valorado en términos
estéticos. De este modo, Monsiváis busca una escritura que
combine el análisis p olítico y una mirada sociológica con la
literatura, de modo que sea p osible el cruce de discursos y
p rácticas, de objetos materiales y simbólicos. Todas estas
características hacen de sus textos construcciones híbridas,
textos transculturales, esp acios dialógicos de escritura.

***

M o n sivá is e st a lla la s fr o n t e r a s fo r m a le s y ex p lo r a
ter r itor ios d e la liter atur a ajen os al can on . Su escr itur a
com bin a la n ar rativa con el en sayo, el recuen to d e h ech os
co n la so cio lo g ía . Al m ism o t ie m p o , in va d e o t r o s
d iscur sos: ap rovech a tan to recur sos p er iod ísticos, com o
p roced im ien tos liter ar ios y fr agm en tos d e d isquisicion es
teór icas. La cr ón ica m on sivaian a es extr ater r itor ial:
for m u la u n d iscu r so qu e tr asp asa las bar rer as d e los
gén eros y que al m ism o tiem p o refor m ula y ren ueva los
r e cu r so s d e la cr ó n ica t r a d icio n a l vo lvié n d o la m á s

197
flexible, otorgán d ole m ás liber tad . La cr ón ica tien e un
r asgo sin el cual su p oten cial cr ítico qued ar ía lim itad o:
sus fron ter as son fr ágiles, tan sólo se h allan in sin uad as,
n o son p recisas. En tér m in os for m ales su escr itur a es
am bigua e in estable: a d iferen cia d e la n ovela o el cuen to,
carece d e n or m as estr ictas. Es un a escr itur a p or esen cia
tr an sgresor a, n o resp on d e a un ord en d efin id o y p or ello
es in estable y fr ágil. La escr itur a m on sivaian a d esp ier ta
un a atr acción p roven ien te d e un a d e sus car acter ísticas
esen ciales: el ser fron ter iza. De ah í su accesibilid ad y
atr activo, d e su falta d e r igid ez. De ah í tam bién su
m a rg in a ció n e n la h ist o r ia lit e r a r ia . Pro vie n e d e la
d ificu ltad d e d e fin ir su esp ecificid ad , d e situ ar la al
in ter ior d el can on .

***

E l g é n e r o q u e p r a ct ica M o n sivá is e s u n g é n e r o
subver sivo: p osee un a volun tad an tican ón ica. Se quiere
tr an sgen ér ico. Al resp ecto es n ecesar io ap un tar que la
n o ció n d e g é n e r o e s u n a ca t e g o r ía ca d a ve z m á s
cu estion ad a. Existe u n a su stitu ción d e la n oción d e
gén ero p or la n oción d e texto, lo que h a llevad o a “la
re e m e rg e n cia d e u n a m e d it a ció n so bre lo s t ip o s d e
d iscu r so h a st a e n t o n ce s m a r g in a liza d o s” (Fr e d e r ic
Jam eson ). Esto tien e que ver, en el caso d e Mon siváis,
con un a estr ategia d e quiebre d e las for m as in stituid as a
p ar tir d el rescate d e gén eros an tes m argin ales, com o la
cr ón ica. Por ello, la tr an sgresión d e Mon siváis n o se
refiere ún icam en te a la h ibr id ez gen ér ica, sin o al rescate
d e lo que la Acad em ia y la Rep ública d e las Letr as h a
con sid er ad o un gén ero m en or.

***

198
No exenta de artificios, la crónica está anclada al mismo
tiemp o en la realidad de la que da cuenta y en la ficción,
cuyas técn icas utiliza p ar a crear un un iver so sim bólico
veraz.

***

La crónica es un género desp restigiado y menosp reciado,


p ero su esen cia liter ar ia, su in ven ción d e u n a n u eva
realidad, es patente en la obra de Monsiváis. La revaloración
d e la crón ica p or sus cualid ad es estéticas tran sgred e las
p remisas heredadas del clasicismo artístico resp ecto a la
auton om ía d e la for m a que con cebía lo liter ar io com o
ficticio y p or ello desterraba del esp acio estético el discurso
cronístico p or constituirse a p artir de un referente real. El
cor relato de esta visión es la idea de que lo literario es ajeno
a toda realidad; es ficción p ura. Por el contrario, las obras
literarias n o son elaboracion es ficticias en el sen tid o d e
falsas, sino ejercicios ficcionales, es decir, construcciones
que logran “un estatuto de verdad que se sustenta en sus
p rop ias condiciones de enunciación” (Lauro Zavala).

***

La ten d en cia d ialógica en la escr itur a con tem p or án ea


“p ermite estudiar cualquier p roceso social como un objeto
de lectura, y estudiar cualquier género de la escritura como
un texto social” (Zavala). La ciudad elaborada de forma
textual sup one concebir el mundo como relación/texto a
cor relatar, la realidad como ap alabramiento, la literatura
com o len guaje social. La ciud ad en ten d id a com o texto,
como tejido social, es una p ersp ectiva fundada en concebir
la literatura ya no sólo como la construcción de universos
simbólicos ajenos y exentos del contacto con lo real, sino

199
también como una p roducción de sentidos sociales. Beatriz
Sar lo h a d ich o qu e “u n a socied ad h abla, en tre otros
discursos, con el de la literatura”. De ese modo la escritura
ap arece como un sistema de signos interp retables cap aces
de otorgar sentido.

***

Pensar lo literario como un espacio en que la realidad se


configura y así define patrones culturales, erige un principio:
los discursos instituyen la realidad. Buscan definir un sentido,
dentro de la batalla de sentidos que es toda sociedad.

***

Se trata de entender el lenguaje como construcción social


d e sen tid o. Esto d ebid o a qu e la con str u cción d e los
lenguajes sociales en el discurso literario pasa por un proceso
de ap rop iación y recreación estética. El resultado de esa
creación cultural es el texto literario entendido como un
universo abierto de significación y sentido, que congrega
en sí mismo el discurso exp lícito y no exp lícito de actores
so cia le s. En t e n d e r la lit e r a t u r a co m o “p r o d u cció n
simbólica”, p ermite reinscribir los movimientos de esp acio
y tiemp o (la forma del texto) en la H istoria (la forma del
relato). De este modo, lo extratextual no es un contexto o
un trasfondo ajeno a lo literario, sino que constituye una
dimensión en la que el texto y la sociedad adquieren su
forma y se instituyen.

***

Dice Armando Silva que “en una ciudad lo físico p roduce


efectos en lo simbólico, sus escrituras y rep resentaciones.

200
Y que las rep resentaciones que se hagan de la urbe, de la
misma manera, afectan y guían su uso social y modifican
la concep ción del esp acio”. La imp ortancia de imaginar y
con str uir relatos en tor n o a lo ur ban o r ad ica en esta
afirmación. “En todo realismo hay una veta de fantasía”,
decía Octavio Paz. En el mismo sentido Piglia escribió que
“la realidad está tejida de ficciones”. Porque lo imaginario
es una p arte esencial de lo real, la necesidad del relato, de
la n arrativización d e la vid a social, es fun d am en tal. Las
h istorias, los relatos, h acen la vid a sop ortable, n o sólo
ayu d an a sobrevivir, sin o qu e alien tan la creación d e
imaginarios. Si imaginar la ciudad equivale a construirla
(“Tu acto es el mundo”, decía Sartre), es imp rescindible la
invención literaria de la ciudad p ara p roveer de nuevos
sentidos al esp acio urbano. Y es que, en verdad, uno vive
en las rep resentaciones que se hace de la realidad. “Lo que
p erturba a los hombres no es la realidad, sino la op inión
que de ella se forman” (Ep icteto).

***

La ciudad es un esp acio simbólico. La ciudad es un texto


qu e se lee d e for m a m ú ltip le y p arcial. La ciu d ad es
contradictoria y ambivalente: heterogénea, multicultural,
híbrida. La ciudad es ambigüedad. La ciudad es un libro
habitable. La ciudad es un texto cuyo abecedario habla de
quien lo lee. La ciudad es un cuerp o hecho de fragmentos.
La ciu d ad es lo p r ivad o vu elto p ú blico y lo p ú blico
p rivatizado. La ciudad es tiemp o: disolución y fugacidad.
La ciud ad es sim ultan eid ad . La ciud ad es m ied o, p ero
tam bién es u n a fiesta u tóp ica. La ciu d ad es a la vez
construcción subjetiva y aventura colectiva: una invención
cultural. La ciudad es un p araíso de símbolos y un texto
que cambia. La ciudad es un extravío: el del flâneur. La

201
ciudad es la mirada de un voyeur. La ciudad es invisible. La
ciud ad es lo m argin al h ech o cen tro. La ciud ad es un
laberin to rizom ático. Tam bién es un juego d e p alabras:
ritual caótico. La ciudad es memoria y olvido: huella y ruina.
Sí, todo esto es la ciudad monsivaiana.

***

En un tiem p o d e cam bio, fracturas p rofun d as y n uevas


for m as d e asim ilar tales p rocesos, en u n a ciu d ad en
transformación radical constante, la escritura urbana de
Monsiváis, con su carácter híbrido y transgresor, constituye
un ejercicio p rivado de la utop ía. Al carnavalizar el esp acio
urbano y presentar una ciudad con sentido ritual, Monsiváis
crea un esp acio d on d e la rup tura d e la n orm a p erm ite
escap ar a la op resión urbana. De igual modo, la concep ción
d el relajo com o r itual caótico con lleva un sustr ato d e
r e co m p o sició n , t r a e co n sig o la n e ce sid a d d e cie r t a
regen er ación . Textos n acid os d e la ur be, las cr ón icas
monsivaianas constituyen una escritura que, a p artir del
reconocimiento de cierto caos, conforman un nuevo orden
e identidad urbanos.

***

Al realizar una lectura de los rituales urbanos, la escritura


cronística le da un sentido al caos existente en la ciudad
real. Plantea un nuevo orden democrático a p artir del caos
y sus p osibilid ad es. Esta con trap arte textual d e la urbe
p ostula un a ap uesta sim bólica, d elata la con fian za d e
Mon siváis e n las p osibilid ad e s organ izativas d e u n a
socied ad en tran sform ación , a p esar d e las d ificultad es
ominosas que la acosan. La estrategia de escritura contenida
en la crónica p ermite distintas op eraciones de recup eración

202
de la identidad. En p rincip io, p ermite un restablecimiento
sim bólico d e la ciud ad . Del m ism o m od o, p royecta un
p rogram a p ara la ciud ad an ización d el esp acio p úblico.
Además, restablece una forma de leer la H istoria, creando
una narrativa sobre la que se funda un rescate de la memoria
h istór ica: p rod uce un a p er sp ectiva cr ítica d el p roceso
h istórico y de la situación p olítica, de la cual es p osible
derivar consecuencias éticas y estéticas. Ap orta imágenes y
mitos a p artir de los cuales p ueden conformarse actores
sociales y p rovee referencias simbólicas p ara construir un
futuro y un horizonte utóp ico. Poca cosa.

***

El p ap el de la crónica frente a la p érdida del p asado: “la


movilidad de la ciudad real, su tráfago de desconocidos,
sus sucesivas con str uccion es y d em olicion es, su r itm o
aceler ad o, las m u tacion es qu e in trod u cían las n u evas
costumbres, todo contribuyó a la inestabilidad, a la p érdida
de p asado, a la conquista de futuro. La ciudad emp ezó a
vivir p ara un imp revisible y soñado mañana y dejó de vivir
p ara el ayer nostálgico e identificador. Difícil situación p ara
lo s ciu d a d a n o s. Su ex p e r ie n cia co t id ia n a fu e la d e l
extrañamiento. A rep arar ese estado acude la escritura, […]
acom etien d o la recon str ucción d el p asad o abolid o con
fin g id a ve r o sim ilit u d , a u n q u e r e co n vir t ié n d o lo
su brep ticiam en te a las p au tas n or m ativas, y ad em ás
movedizas, de la ciudad modernizada. […] Construye las
raíces id en tificad oras d e los ciud ad an os” (Án gel Ram a).
¿Cómo decirlo de otra manera?

***

203
Escritura n acid a d e un d iálogo vital con el con flicto —
conflicto social a la vez que caos interior—, la literatura
busca decir lo que la realidad esconde en torno a sí misma.
De ahí que leer sea como rescatar en los ojos de otro la luz
que a uno a veces le hace falta. La crónica realiza esta labor
a través de un p royecto dialógico donde las voces de la
otredad inducen al diálogo p osible.

***

La im agin ación ur ban a d e Mon siváis p asa p or el gr an


debate de hoy, en América Latina, en torno a la cultura.
Frente a una modernidad periférica y el impulso irrefrenable
de la globalización, el debate sobre el significado del pasado,
y el uso que debe dársele, es esencial p ara comp render los
sentidos que se disp utan en torno al desar rollo futuro de la
ur be y su escr itur a. Sólo a p ar tir d e un a lectur a d e la
tradición y no de su negación es p osible dar continuidad a
los p royectos de modernidad cultural contenidos en una
o b r a co m o la d e Mo n sivá is. La ciu d a d , e sce n a r io y
p rotagon ista d e tal d ebate es p or ello u n esp acio en
con stan te con fron tación , la aren a p rivilegiad a d on d e se
p resen tan los con flictos id eológicos, los com p rom isos
estéticos, las d isp utas sobre la valid ez y legitim id ad d e
ciertas formas de nar rar.

***

H ay dos tip os de ciudades, según Calvino: “las que a través


d e los añ os y las m utacion es siguen d an d o form a a los
deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar
la ciudad o son borrados por ella”. La escritura es una forma
sutil de anhelo urbano, una p asión p or conservar, a manera

204
de huellas, los imaginarios citadinos, p or más bor rosos que
p uedan ser.

***

La ciudad de Monsiváis es una ciudad imaginaria y real,


intuida e inscrita: viva en sus contradicciones. Si bien es
cierto que existe una doble actitud frente a la ciudad y su
constitución p op ular, en la crónica de Monsiváis siemp re
vemos inclinarse la balanza a favor no del p esimismo sino
d e la esp eran za. Pareciera que Mon siváis com p arte con
H einer Müller la idea de que sólo es p osible la esp eranza
tr as el recon ocim ien to d el h or ror. Así, si algo h ay que
agradecer a Monsiváis es en todo caso su fe. A p esar de las
e vid e n cia s, M o n sivá is —co m o b u e n h e r e d e r o d e l
Mod ern ism o H isp an oam erican o— sigue creyen d o en la
labor reformista de la escritura, en el p oder de la p alabra.
Si escribir es de algún modo ejercer el p oder, hacer uso de
la p alabra significa dar p rioridad a ciertos significados y
no a otros y de esa manera p rivilegiar una mirada en torno
a lo real en demérito de otras. Toda escritura es p or ello un
comp romiso. Define y da un sentido a las p alabras, y al
hacerlo asume una resp onsabilidad. Esa resp onsabilidad
es la ap uesta y el p acto que el escritor asume con el mundo,
y a su vez es un a p rom esa d e lectura. En Mon siváis tal
comp romiso y p romesa p arten de lo que Castañón ha dicho
sobre él: ap uesta p or la esp eranza y no p or el desencanto.
Fren te a la d istop ía d el texto ur ban o, la utop ía que la
literatura p romueve: “El mundo se vuelve sueño, el sueño
se vuelve mundo” (Novalis).

***

205
Describir, inventar y leer la urbe es una forma de vivirla y
habitarla. Es también un modo de concebirnos a nosotros
mismos. Dice Gustavo Remedi: “nos transformamos en los
[esp acios] que habitamos, y construimos los esp acios que
re fle jan lo q u e so m o s, […] al co n str u ir e l m u n d o y
relacion arn os con él, in d irectam en te, n os con struim os a
n osotros m ism os”. Escribir es un acto d e resarcim ien to.
Provee señ as, referen cias, m arcas in teriores que vuelven
habitable un exterior hostil. En su H istoria de la civilización
en Europa, François Guizot escribió: “El estado visible de la
sociedad dep ende del estado interior del hombre”.

***

Al final de Las ciudades invisibles Calvino hablaba del infierno


que habitamos todos los días, ese infierno construido p or
los otros y del cual p odemos escap ar también a través de
los otros. En efecto, como dice Alberto Ruy Sánchez en su
novela En los labios del agua, “todos vivimos en los demás.
Todos p oblamos los infiernos y p araísos de los demás”. Si
la ciudad es un esp acio imaginario construido entre todos,
resulta difícil p ensar que uno solo p ueda cambiar la imagen
citadina. Monsiváis busca demostrar lo contrario. Siemp re
ha querido hallar al fondo del infierno una puerta al paraíso.
Margaret Mead escr ibió que el in fier n o es m ás vivo y
convincente que el cielo. La fe de Monsiváis se halla en
sentido op uesto a esta afirmación. En todo caso, aunque
p arecier a qu e al im agin ar la ciu d ad m u ch as veces la
emp eoramos, mejor que habitar un infierno es inventarlo.

***

U n p oem a d e Rilke resum e la p ersisten te in ten ción d e


Monsiváis por recuperar, en medio de la cotidianidad y el

206
desorden urbanos, “barruntos o dejos de lo insólito”: “Señor,
las grandes ciudades están perdidas y disueltas./ En la más
grande se vive como quien huye de un incendio./ No hay en
ella consuelo capaz de consolar/ y el tiempo demasiado corto
cier r a el p aso…/ Allí viven seres h um an os, con gestos
angustiados,/ vidas malas y difíciles en cuartos profundos.../
Allí crecen niños en sótanos con ventanas/ siempre hundidas
en las mismas sombras/ y donde no saben que afuera los llaman
las flores/ a un día lleno de espacio, de júbilo y de viento”. Sí,
la literatura transforma el horror en belleza.

***

En Tierra sin nadie, Juan Carlos Onetti escribió que vivimos


en ciudades con hombres sin fe. Monsiváis escribe contra
esa p rofecía. Basado en la multiculturalidad, la diferencia
y la imp ortancia de los sectores subordinados, Monsiváis
ha sustentado un p royecto de modernidad que ap unta a
testimoniar la transformación de los comp ortamientos a
favor de una cada vez mayor ap ertura y tolerancia, y en
contra de los habituales mecanismos de control y coerción
sociales: la censura, el sometimiento de la disidencia, la
violen cia p olítica, el abuso d el p od er, el aislacion ism o
cultural, la intolerancia religiosa y sexual, el silenciamiento
de la crítica y la rep resión abierta. En suma, su p royecto
busca el d escifram ien to n o sólo d e los vín culos en tre lo
cultural y lo p olítico, sin o d e la escritura y la id en tid ad
frente a los avances y retrocesos de la urbanización. A través
de la crítica, la p articip ación social, el relajo liberador, el
sentido del humor, Monsiváis ap uesta p or una movilización
p er m an en te —u n a socialización con stan te d e la vid a
p ública—, que instaure cierto tip o de modernidad p olítica
p lausible p ara la ciudad y el p aís. Vista así, toda su obra
conforma un intento p or democratizar a los habitantes de

207
su ciudad, p or volverlos —en verdad— ciudadanos. En ese
sentido, Monsiváis estaría de acuerdo con Rousseau cuando
en El Contrato Social éste escribió que un conjunto de casas
crean un esp acio urbano, p ero sólo la ciudadanía p uede
conformar una ciudad. El p rop ósito central de la crónica
es así el de “contribuir a la forja de la nación describiéndola
y, si se p uede, moralizándola”.

***

H asta qué p unto ha logrado lo anterior es difícil decirlo.


Sin embargo me p arece que la mirada del voyeur ha sido
con el tiemp o adop tada p or las criaturas observadas p or
Mon siváis —casi siem p re m ás in h ibid as y p uritan as que
exhibicionistas. La ciudad monsivaiana es una ciudad que
p oco a p oco h a sid o ap rop iad a p or sus lectores. En un
momento en que p areciera no haber alternativas, la lectura
de Monsiváis ap arece como una de ellas. El hecho mismo
d e an alizar a la ciud ad en el m om en to en que p ierd e
consistencia y se desintegra, es una manera de p reservarla.
Al leer a Monsiváis de algún modo se recup era una ciudad
que incluso, y quizá gracias a él, es p osible amar. Por eso no
h ay d u d a qu e esta ciu d ad es u n lu gar qu e ser ía m ás
p avoroso si él no lo hubiera “cronicado”.

***

“Eres mi ciudad,
la más bella y la más
d esd ich ad a.
Eres un grito de auxilio, quiero decir,
eres mi p aís;
las p isadas que cor ren hacia ti
son las mías”. (Nazim H ikmet)

208
O BRAS CITADAS DE C ARLOS MONSIVÁIS.

A ustedes les consta. Antología de la crónica en México. México, Era, 1996


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210
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Prólogo a El fin de la nostalgia: nueva crónica de la ciudad de México.
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Prólogo a N ueva grandeza mexicana. Ensayo sobre la ciudad de México y
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“Salvad or Novo, cron ista”. Los Universitarios, tercera ép oca, n úm . 59,
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“Seis d e sep tiem bre. Cad a h ora vuela”. Prólogo a Un día en la gran
ciudad de México. México, Grup o Azabach e, 1991, p p . 9-11.
“Testim on io d e la ciud ad ”. Su otro yo, vol 10, n úm 9, n oviem bre d e
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“Visita a la ciud ad d e la p erd ición (La ciud ad y el p ecad o)”. Viceversa,
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“Y yo p regun taba y an otaba, y el caud illo n o se d io p or en terad o”. A
ustedes les consta. Antología de la crónica en México. México, Era, 1996
[c1980], p p . 15-76.

211
212
Í NDICE

Advertencia 13
P RESENTACIÓN : CIUDAD Y LITERATURA 15
P RIMERA PARTE
ESCRITURA DEL ESPACIO : LA CIUDAD COMO RELATO 23
Monsiváis y la ciudad 25
La ciudad como esp acio simbólico 31
El edén subvertido: de la nostalgia
al desencanto 35
La op resión sin salida: el fin de la
utop ía urbana 43
La desap arición de lo urbano: la ciudad
p os-ap ocalíp tica 49
La cap ital del miedo: violencia y
segregación 57
Nueva Babel: desterritorialización y
m ulticulturalism o 63
El nuevo esp acio p úblico: fragmentación,
descentramiento y simultaneidad 69
Ciudad de doble signo: horizonte
p op ular y modernización cultural 77

213
SEGUNDA PARTE
ESPACIO DE LA ESCRITU RA: LA CRÓN ICA U RBAN A 91
La ciudad inabarcable: una estética
del fragmento 93
Una escritura tentativa: el sentido de lo fugaz 101
Ciudad virtual, ciudad del esp ectáculo 109
Tras una ciudad alternativa 117
Fronteras de la escritura, escritura
de las fronteras 125
Ciudad y memoria: la conquista
del esp acio p úblico 133
La calle y la mirada: del flâneur
al voyeur urbano 145
La ciudad como cuerp o (grotesco) 159
Festejar es territorializar: el carnaval urbano 169
Crónica e identidad: el orden (dialógico)
del caos 179
N ARRAR LA CIU DAD: DEL ESPACIO A
LA ESCRITURA (N OTAS A MANERA DE CIERRE) 189
O BRAS CITADAS DE CARLOS MONSIVÁIS 209

214
La ciudad como texto: la crónica urbana de Carlos
M onsiváis, d e Jezreel Salazar, ter m in ó d e
imprimirse en noviembre de 2006, en los talle-
res de la Imp renta Universitaria. En su com-
p osición se utilizaron los tip os New Baskerville
8, 9, 11, 16, 17, 22. El cuidado de la edición
estuvo a cargo de Juan Jesús Charles Cavazos.
Formato interior de Emanuel García Gutierrez.
Diseñ o d e p or tad a d e Fr an cisco Bar r agán
Codina. El tiraje de esta edición consta de 1000
ejemplares.

215
216

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