Exploración del proceso de subjetivización moderna: el origen del “alma burguesa” (este nuevo contenido ya asoma en el término soul que algunos personajes shakespeareanos se aplican a sí mismos, cf. Hamlet, Ricardo III). El texto analizado es el Diario de Samuel Pepys, un ciudadano inglés que vivió entre 1633 y 1703, momento en el cual el sujeto moderno burgués se está constituyendo. El espacio de lectura y escritura es, como la tumba un lugar privado: el interior de la casa burguesa, sujeto recluido y confinado en la esfera de su privacidad, que es el lugar de la “verdad” la cual es cuidadosamente ocultada al “afuera”. La sexualidad deja de ser “pública”, como en el Renacimiento y el Barroco, y se confina en el interior secreto del dormitorio. Institución de la separación (muchas veces el conflicto) entre la esfera pública y la esfera privada, este nuevo sujeto se recluye en la privacidad; el proceso de subjetivización (la construcción del propio sujeto individual) tiene lugar en el choque, el conflicto, la diferencia, con lo público, social, político, la norma ética colectiva (Hamlet, Ricardo III). Esa interioridad ensimismada es propuesta como el lugar de la verdad de la persona, en oposición a una exterioridad inauténtica (se lo dice Hamlet a su madre en la escena de la corte en el Acto I). Nuevo régimen del discurso: relación de equivalencia, de transparencia, entre el lenguaje y la realidad empírica, la recargada retórica del Barroco es sustituida por un lenguaje llano, directo, sencillo, que se presenta como la transcripción directa, transparente, de lo “real” (impostura de la enunciación burguesa que será denunciada por la crítica marxista, por Michel Foucault como una estrategia de dominación burguesa). Todo está ahí, percibido y transcripto: ya clarificada en su sensata existencia, la vida solo requiere – para volverse texto – de la mente que percibe y de la mano que escribe. Nacen la aparencialidad del mundo burgués y sus textos. Este nuevo sujeto (el “alma”) se identifica, en esta textualidad, con la posición discursiva, con el sujeto de la enunciación de esos textos, tal como lo vemos preconstituido en los monólogos de Hamlet, texto de transición a la nueva subjetividad moderna. Nace el burgués, desgarrado por la culpa, el silencio y la textualidad (vemos en Ricardo III desplegarse el proceso de construcción de esta nueva subjetividad). Cercamiento, aislamiento, ensimismamiento (“myself”, repite una y otra vez Ricardo III, “no hay nadie más aquí”, aislado, ensimismado en medio de la batalla de Bosworth) como estrategia fundamental de la constitución de este yo. El “alma” se proyecta para apropiarse del mundo, arrojado frente a ella como lo otro (sujeto trascendental kantiano). Barker atribuye este proceso a la serie de cambios socio – políticos, éticos, religiosos, promovidos por la revolución puritana de Oliverio Cromwell, 1642. El sujeto quedó confinado en su privacidad despolitizada, confinado como ciudadano privado en un espacio doméstico, enfrentado al mundo público; esto no es un hecho natural, sino de los rasgos estructurales de un nuevo ordenamiento histórico fundamente del régimen de la burguesía. La hipótesis de Barker afirma que los textos de Shakespeare, como textos de transición, contradictorios y ambiguos, hacia la Modernidad burguesa, preanuncian “alegóricamente” (Benjamin) este cambio. El dilatado proceso de transición que lleva desde el modo de producción feudal al modo capitalista y al surgimiento del Estado moderno, son las coordenadas generales dentro de las cuales se inserta esta nueva formulación de la subjetividad. Borramiento, ocultación culpógena del cuerpo en la “moral” burguesa (Hamlet pide que su cuerpo se derrita, se disuelva como si fuera rocío) surge una nueva corporalidad, opuesta al intenso carácter público y corporal del teatro isabelino y jacobeo, que exponen sin pudor ante el espectador los cuerpos masacrados, apuñalados, desmembrados. Surge una subjetividad cartesiana desencarnada, en concordancia con la negación protestante y puritana del cuerpo, y la creciente preeminencia que está adquiriendo la palabra frente al cuerpo y la imagen, en el régimen burgués) Hamlet, transición a una Modernidad incipiente. Contra los artificios del mundo de la política (cf. Benjamin), el príncipe afirma una interioridad esencialista (cf. alternancia de personajes escénicos funcionalistas y esencialistas en la teatralidad shakespeareana). Se instituye la metafísica de la profundidad burguesa (la “interioridad” subjetiva del nuevo personaje dramático escénico del drama burgués, que reivindicará la legitimidad de su interioridad frente a las exigencias de lo público/político, cf. Nora o el “enemigo del pueblo” en Ibsen)