El gossip-show ha estado presente en la televisión femenina desde que se
asumió que el chisme era una debilidad mujeril a la que cabía dar rienda suelta en sus horarios reservados. Eran, entonces, chismes rosas de con tenido y blancos de intención, circunscritos a embarazos dentro del matri monio, fiestas, viajes y romances públicos. (No hablamos de los espacios de “noticias sociales” de los sesenta, derivados del carácter oficial que la vida protocolar y deportiva de la gente de postín tenía en una república oligárquica como la que combatió el militarismo que expropió la televi sión). En breves secuencias, o en giros de entrevista, la conductora chis meaba con soltura pero con cautela. Los chismes más picantes e invasivos de la privacidad eran practicados por los asomos de prensa amarilla ves pertina, capitaneados por Guido Monteverde desde Última hora en los cin cuenta, pero estos no fueron fácil e inmediatamente asimilables por la televisión. Chismear tenía que ser un efecto de la informalidad tan perseguida por la televisión de los ochenta, luego de las inhibiciones militares. La prensa del espectáculo, con amplio espacio para publicar los ecos noticiosos de la gente de televisión, tenía larga experiencia en el cotilleo pero no había dado el salto invertido a la pantalla. Salvo tímidos deslizamientos al chis me en la televisión mujeril y en los espacios de concursos, fue una nove dad matinal que en 1997 Utilísima invitara sistemáticamente a redactores de diarios populares a vaciar su información ante excitadas Meche, Camucha y Carmen. El género comenzaba a alimentarse de sí mismo, de la televisión. Eran, todavía, chismes inocuos, aunque más que antes, res balando al terreno de los jales y “congelamientos” profesionales, las crisis emocionales, las reacciones ante los picos altos y bajos del rating y los fu gaces flirts de los chicos y chicas de telenovela. En mayo de 1996 Eduardo Guzmán, director del remozado Noticiero de ATV, había hecho una propuesta a Magaly Medina, crítica de televisión del recientemente quebrado semanario Oiga, para que se encargara –con tex tos y voz en off– de conducir la secuencia farandulera de su hora informa tiva y le planteó llamarla Magaly TV. Sus controvertidas apariciones en Fuego cruzado convencieron a Eduardo de que su aspereza tenía gran futuro. Tras unos meses, la secuencia semanal se hizo diaria y, tras otra temporada en la que el énfasis verbal se resistía a acomodarse a las notas light sobre la farán dula nacional y extranjera y en la que la cobertura de eventos públicos se convirtió en rutina de entrevistas al paso donde Magaly suprimía sus inter venciones, el noticiero le pidió dar ese rostro que luego soportaría más de CONVERSANDO Y JUGANDO 483 una cirugía y perennes brackets. Las horas informativas de la competencia también habían incluido segmentos faranduleros. El cambio de manos de 1997 en la administración del canal tampoco afectó la secuencia y, por el contrario, Magaly recibió de Julio Vera Abad en noviembre de 1997, la ofer ta del programa propio: Magaly TV, los sábados por la tarde. Magaly Medina Vela (Huacho, 1963) no era una improvisada cuando abrió esa boca, tan difícil de cerrar una vez que dispara su rollo compul sivo y tan desproporcionada en comparación con su rostro y físico escue tos, que se ha convertido en su tag de presentación y, más que eso, en metonimia y símbolo de su oficio. Un lustro de altisonantes comentarios de televisión –nunca chismes– en Oiga le habían dado fama en la farán dula y le habían enseñado una ley de oro del periodismo efectista: al gol pear a un famoso se recibe un contragolpe de notoriedad. La audacia, la irreverencia, la frescura y la arbitrariedad inspiraban y excitaban sus ata ques, pero lo que más había en ellos era el afán de la opinión autorizada y liquidadora que la hacía involuntariamente divertida. La televisión za peada por Magaly era irredimiblemente huachafa y populachera desde Fe rrando hasta Gisela pasando por las risas de fin de semana, era asque rosamente gobiernista, manejada por mercachifles y solo se salvaban inte lectuales como Hildebrandt o Bayly o telenovelas demostrativas como Los de arriba y los de abajo. ¿Dónde estaban la preparación, los conceptos, las herramientas de aná lisis para llegar a esas conclusiones? Además de sus estudios de periodismo en la escuela Bausate y Mesa y de su experiencia como reportera de noticias locales en el diario Ojo, donde conoció y se casó con el periodista César Lengua (había tenido un fugaz matrimonio en Huacho del que nació su hijo Gianmarco), Magaly solo tenía para ofrecer una escritura clara en sus propósitos, correcta periodísticamente, más agresiva que irónica y medianamente perspicaz para la crítica. ¿Quién era ella, entonces, para sostener tan sumarias opi niones? La pregunta y sus respuestas involucran muchos de los prejuicios raciales y culturales que caben en el país, y entre ellos están las claves de su boom televisivo. Una huachana más chola que blanquiñosa, sin ha ber estudiado en una universidad de copete, osó pretender un liderazgo de opinión sobre las conductas y valores de la gente más famosa de la pantalla y –con ascos, atingencias, ambivalencias y malentendidos– lo consiguió en buena medida. 484 FERNANDO VIVAS SABROSO Magaly Medina, una vez que tuvo programa propio, retomó en vivo y a voz en cuello, el espíritu que la animaba en la prensa escrita aliándolo a su nuevo aprendizaje. Si antes le hacía ascos al chisme asumiéndolo un pariente chusco del periodismo crítico que decía practicar, ahora este era su negocio y se abocaba a él con empeño, investigando, cruzando informaciones, cuchareando contactos, disponiendo comisiones y aren gando a sus reporteros a conseguir “ampayes”. En su primer espacio del 9, pronto extendido de lunes a viernes bajo el nombre de batalla Pese a quien le pese, alentó concursos de paparazzi amateurs para rellenar su par de horas. Aún no se sentía ducha entrevistando y necesitaba colmarse de imágenes. También necesitaba golpear a un peso pesado para recibir un contragolpe escandaloso y la oportunidad se la ofreció César Hildebrandt, que le estaba preparando un reportaje lapidario. Magaly se fingió sor prendida y decepcionada por el “Chato” que juraba haber tenido muy en alto. Posteriores paces y fricciones han demostrado su cálculo: la ley del efectismo da buenos dividendos. Lo mismo sucedió cuando excitó a la pla tea mujeril con el pleito de paternidad entre Alejandro Guerrero y la vede tte Rubí Berrocal y cuando azuzó a su audiencia a condenar a la locutora Claudia Cisneros por quedar embarazada de un joven casado. Magaly Medina, autoproclamada portaestandarte de la sinceridad agre siva, pugnaz crítica de la lucha contra la hipocresía encarnada por Gisela Valcárcel, ¿una manipuladora enlodada en sus propios adjetivos? Claro que sí, porque su imparable discurso siempre llama a cerrar filas con ella sobre dimensionando las venalidades de sus víctimas, mofándose del exhibicio nismo de los mismos artistas que persigue hasta el hartazgo, mostrándose intolerante con la paja en el ojo ajeno cuando luce frescamente la viga en el suyo. De alguna manera no, porque su dominio es del exceso, de todo el que puede tolerar nuestra desregulada televisión, y en él Magaly sabe que los esquemas y las contradicciones saltan a la vista del más avisado. El público crédulo no le preocupa mucho. Magaly Medina no ha depues to, a pesar del desprestigio que supone ser la reina del gossip nacional, sus afanes de notoriedad intelectual. Si no pudo ser una comentarista de bri llo, sí es un personaje desafiante e invitada de fuerza en la rutina de los estratos altos que le tienen amor/asco. A fin de cuentas, antes de ser de vorada por sus contradicciones, impostaciones y autocensuras, ha sido una ranqueada crítica de humores y dudosas virtudes públicas, que juzga, con dena y da libertad condicional –con obligación de dar declaraciones a sus hoscos reporteros so pena de iracundo “maleteo”– a presas de distinta ta CONVERSANDO Y JUGANDO 485 lla y pelaje. Y cuando éstas desfilan en los lugares públicos donde planta a sus reporteros, lo más a mano a criticar es el ropaje: por eso, en un paté tico remedo de los “fashion reviews” de Joan Rivers, invitó a modistos para comentar tenidas casuales en improvisadas avant-premieres. Era lo más forzado de un programa que discurría con ríspida facilidad. En los trances críticos de Magaly TV, la línea de lo bueno, lo malo y lo feo es muy delgada y se cruza caprichosamente según las demandas coyunturales del programa –la hipócrita “calabacita” de ayer puede ser el encanto de hoy– pero, salvando esos entuertos sí se puede ver el trazo y quién o qué esta de cada lado: Magaly sigue respetando a los “intelectua les” controversiales de la televisión (Bayly, Hildebrandt, su aliado Beto Ortiz antes de sonada bronca), a famosos unánimes como Eva Ayllón o Pe dro Suárez Vertiz, aunque ello no los salve de chismes y ampayes muy buenos como para no airearlos, mientras condena a cómicos y remedones populacheros como Chibolín, mujeres zalameras como las Utilísimas o como Gisela Valcárcel, su redituable bestia negra (rival en millonario jui cio por difamación entablado en 1999), o chicas guapas sin brillo intelec tual pero con encargos televisivos como Gabriela Rivera o Lucero Sánchez, sus derrotadas competidoras, para quienes acuñó, a sugerencia de un fan, la etiqueta de “calabacita” que porta la deliciosa Kelly en la sitcom Ma trimonio con hijos. Ese término y el de “figuretti”, extraído del Videomatch argentino por el equipo de Campaneando para referirse al ubícuo Carlos Thorton y de ahí hecho suyo por Magaly, son extendidos neologismos que confirman cuánto cala el programa en las confundidas prácticas valorativas de los peruanos. “Chollywood”, ocurrencia de algún cómico o periodista de espectáculo anónimo, fue declarado en Magaly TV el nombre oficial de la capital de los figurettis. Agréguese “chimbombos” para los gays y se con firma en el insistente vituperio idiomático cuánto depende aún Magaly TV de los prejuicios e intolerancias que dice detestar cuando editorializa… o cuando lo hace su equipo, subtitulando las notas con signos de exclama ción y amarillo humor en lo que se ha convertido, junto con los mohínes de la conductora, en la respiración del programa. Dilema sí, el de los pruritos de condena intelectualosa de lo que para la crítica Medina es chicha, bamba o huachafo; y la apoteosis que todo ello puede alcanzar en una edición cualquiera. A veces, el éxito masivo y el rating fulminante es reconocido por la conductora y coloca a las estrellas que lo porten más allá del maleteo, aunque la envidia destructiva suele posar ojos y lengua en muchos felices ganadores. De todos modos, las novelas de América, los galanes y cantantes con hinchada propia, los in vitados estelares del programa, al margen de sus gustos, son objetos de 486 FERNANDO VIVAS SABROSO respeto. Para Magaly, y esta es la mayor demostración de inopia crítica, los puntos de rating son valorativos. Lo que no perdona, ni aunque sea ben decido por la audiencia, son los refinamientos adquiridos por quienes no han tenido el training cultural y social del que ella sí se jacta. La estri dencia de Chibolín la puede sacar de quicio en la misma edición en la que piratea a E Entertainment, se mofa de alguna colega de la prensa escrita y baila a “calzón quitao” los ritmos del grupo loretano Euforia, sus únicos ahijados faranduleros. Si pudiéramos desdoblarla ¿Magaly aborrecería a Magaly? Probablemente sí, sobre todo a partir del 2000, cuando atemori zada por sus varios juicios y persuadida por el poder y un nuevo contra to, se alió con Laura Bozzo. Ejercer cerrada defensa de la Bozzo le ganó el rencor de la sintonía opositora y arruinó el perfil de independiente que soportaba toda su arbitrariedad valorativa. Tres años de pantalla caliente ayudan a perfilar al personaje televisivo en desmedro de la persona íntima. Mientras esta última, impedida de socializar abiertamente, se recluye en sus espacios clandestinos, el perso naje agarra cancha televisiva, chismea de sí mismo, juega ingeniosamente con las convenciones del joven género. Estando en el 9 instaló un buzón de chismes y un “hate-mail” (correo del odio) a lo Howard Stern –había que pagar para insultarla– que le permitió mirar a distancia y reír con su rol de bruja o, más bien, de “urraca”, citando el apelativo que hizo suyo hasta el punto de adoptar de mascota inerte y amuleto a un muñeco urra quiento que nunca la abandona en su sofá del 2, su púlpito desde junio de 1998. Se puso traje a rayas cuando perdió la primera instancia de su pri mer juicio por difamación; se quitó el calzón ante la Chola Chabuca; se vis tió de negro para mofarse del divorcio de Gisela y de blanco para escar nio de la felicidad ajena; se vistió de basurera pues alguien le dijo que era “la baja policía de la televisión”; condujo un programa en plena borrache ra y, a fines de 1998, se otorgó a sí misma un premio por el “papelón del año”; y todo esto con pleno dominio del exceso, encauzando la travesura en un programa cuyos límites ha ido conociendo cada vez mejor. Magaly, aun cuando juzgue y sentencie con nombre y apellido, cultiva el palabreo con retórica gestual: diarios y revistas lanzadas al piso, poses de hueca indignación, generalizaciones abusivas, frases hechas. No cultiva la ambigüedad pues tiende al fatalismo –“el huachafo de ayer es el hua chafo de mañana, lo que empezó torcido no se enderezará jamás”– pero como éste es el único antídoto contra la carga liquidadora del programa sobre su vida, no puede dejar de apelar a ella. Por eso no formaliza el ro mance con su productor Ney Guerrero, y, como Gisela, juega a la inter textualidad construyendo en el set un personaje de algún modo indepen CONVERSANDO Y JUGANDO 487 diente del suyo propio (aunque indisoluble de aquel). Su vida privada y afectiva es un continuo “sin confirmar” para aludir a su secuencia de chis mes sin sustento visual (eliminada tras autocensura a fines de 1999). Sus gustos son cada vez más secretos –o confusos– y se esconden detrás de entrevistas donde se muestra agresiva o concesiva según las circunstancias. Pero jamás zalamera, pues ello traicionaría a su personaje emparentándo lo con su contraego, Gisela Valcárcel. Ante esa perspectiva, Magaly Medina recupera la radicalidad, abre la boca –Wendy Menéndez se la midió y arrojó 12 centímetros de ancho– y lanza sentencias con una furia que vie ne de Huacho serpenteando por Pasamayo y se instala en una ciudad a miles de kilómetros de Hollywood pero con suficiente star-system como para que esta periodista alterada haya pretendido ponerse de aduana en tre el público crédulo y las estrellas oficiales. En el intento, se convirtió en una estrella más, chillona, chirriante y, por supuesto, combustible. Irremedable –como no sea por cómicos gruesos como Jorge Benavi des que le dedicó su efectista Mascaly– e imbatible, Magaly Medina ha tenido descartable competencia. Pero más dura que esta es la censura po lítica a la que desde mediados de 1999 se ha visto sometida: con varios jui cios dependiendo de un Poder Judicial manipulable, se ha comprometido a no exhibir sus posiciones políticas críticas y a no golpear a Laura Bozzo, top del ranking y principal aliada televisiva del gobierno de Fujimori y quien debería ser, más que Gisela, su blanco principal. Problemas labora les con buena parte de su equipo, contratados por su propia productora Magaly TV S.A., complicaron su escenario en el 2000. A su vuelta en diciembre del 2000, Baruch Ivcher no renovó su contrato. La mordaza y la autocensura minaron ostensiblemente su impacto, para provecho de Beto Ortiz en su trinchera de canal A. Cuando Ortiz anunció programa propio lo hizo protagonista forzado de un escándalo de corrup ción de menores –resucitando una denuncia desestimada de 1997 en que se acusaba al reportero de proveer drogas y seducir a pirañas adolescen tes– y cuando este por fin debutó de noche, Magaly le robó rating lan zando sus emboscadas con cámara escondida a las vedettes Mónica Adaro y Yesabella, sorprendidas en actos de prostitución. Reportajes liquidado res, sin coartada ni debate, ni siquiera buscando la confrontación con las protagonistas –¿para qué?, si ya están muertas, parecía decir Magaly– concebidos para halagar el morbo de una audiencia que, según el psico análisis, ha regresionado a una etapa infantil primaria donde priman la desconfianza, los celos y las envidias destructivas. La conductora sería la perfecta encarnación televisiva de estos trances regresivos. 488 FERNANDO VIVAS SABROSO Volviendo a sus competidores, el 13, canal que también quiso picar en la redituable agresividad del género, dio cabida en su extenso bloque de noticias a una secuencia de chismes conducida por Lucero Sánchez. El ros tro y el cerebro de la hermosa y fría Lucero fueron pronto desfigurados por picotazos de una urraca hirviendo de furia que la nominó “calabacita”. Pero el 13 jugaba, como Magaly, al rebote de puntos de rating con el 9, y amplió y puso nombre al segmento. Paparazzi arrancó en 1998 con Lu cero en una escenografía inofensivamente chic y enrolando al pequeño Bruno Pinasco para que la ayude a soportar el contraataque. A la salida de Magaly del 9, hubo un infructuoso casting de urracas, hasta que Julio Vera Abad y el productor Federico Anchorena se decidieron por una cara bonita y un nuevo título sabatino: Gabriela Rivera y Luna negra. A diferencia de Lucero, Gabriela era una calabacita guerrera, que hacía su yos chismes y agresiones y los soltaba en un set decorado con jaulas de animales, motos Harley Davidson y otros artilugios que pretendían distraer nos de la esencia del gossip-show: el chisme y el “raje” agresivo. La capri chosa estética de Luna negra no encontró textos y reportes que la comple mentaran. Tras una crisis personal la conductora fue jalada al 13 en junio de 1998, a reemplazar a Lucero Sánchez en Paparazzi y la agonía de este espa cio producido por Michelle Alexander se prolongó hasta el verano de 1999. Luna negra, conducido por Julissa González resistió unas pocas semanas tras la salida de Gabriela Rivera. El 4, casa laboral de muchas estrellas víctimas del chisme, quiso entrar en la contienda haciendo, desde el título, promesa de mesura al mediodía: De buena onda (agosto de 1998), conducido por Karina Calmet, Carlos Galdós y Nino Peñaloza, y producido por Eduardo La vado, arrancó sin brío, reportando inofensivamente a figuras del 4. Desapa reció poco después cuando la administración de José Francisco Crousillat dio paso a la de su padre José Enrique, posta forzada por una crisis económica interna y por el descrédito que sufrió canal y familia tras airearse, con prue bas grabadas, el chisme más gravitante de 1998: José Francisco Crousillat conversaba telefónicamente con el asesor presidencial Vladimiro Montesinos y con el publicista gubernamental Daniel Borobio negociando la línea infor mativa del canal. Chisme que no salió de la boca de Magaly Medina sino de la de César Hildebrandt y su equipo investigador, con pruebas al canto. En un escenario político plagado de trampas y palancas para asegurar que la televisión cumpla un inocuo papel fiscalizador, la información y el debate político suelen cruzarse peligrosamente con la auscultación de la vida privada. Hasta el canal del Estado ha promocionado astutamente un bloque de chismes en su noticiero, conducido por Carla Chévez, y en noviembre de 1999 ha dado pase al No todo es perfekto (sic) de Ricardo CONVERSANDO Y JUGANDO 489 Rondón y acólitos (entre ellos un enano apodado Gruñón), quien venía precedido de una temporada de periodismo de espectáculo radial en las ondas de CPN. La confusión, a diario aceitada por la oficialidad y la pren sa amarilla, ha instalado al gossip-show en una plataforma resbalosa donde el permanente chantaje a la fama puede desnaturalizar los propósitos de simple entertainment y, al revés, la legítima labor periodística por desve lar entuertos puede encontrar mañosos impedimentos, mientras la bronca de Magaly, aliada de Laura versus Gisela se instala en la televisión y en la cháchara banal de muchos peruanos como un híbrido de telenovela de arpías, talk-show con emboscadas y periodismo de mentirosas verdades utilizado de coartada oficialista para demostrar que en el Perú sí había plena democracia y libertad de expresión.