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El sendero del humor

El boom de los cómicos ambulantes, entre 1998 y 1999, podría ser el tardío
equivalente televisivo de las invasiones de terrenos y las microempresas
in formales que en El otro sendero de Hernando de Soto22 se conceptuaban
como los puntos de partida de la revolución capitalista de los pobres. Pues con
ellos, la ironía detrás de ese sueño liberal, resulta literal. Si acabaron
reemplazando a los elencos profesionales de Risas del 5, del 2 y del 9 no fue
porque la televisión viera en ellos la promesa de un cambio, ni por que estuviera
en condiciones de invertir creativa y financieramente en ellos; fue por necesidad
de hacerse de un paquete magro y barato –la producción mensual total de un
show semanal no llega a los 10 mil dólares, bastante menos que el sueldo de
Guille en el canal 4– perfectamente empatado con el sedimento de fiel sintonía
de los no cable rizados sectores C y D. Su presencia se percibe, entonces,
precaria y transitoria, un remache en medio de una recesión que impide
renovaciones y reingenierías; se les quiere para que sigan siendo lo que son, sin
fomentar su estrellato populista (para agentes del populismo de Estado hay otros
comunica dores con más predicamento y mejor sueldo) y a lo sumo que limen
sus asperezas humorísticas para no provocar la huida de los anunciantes. 240
FERNANDO VIVAS SABROSO 22 De Soto, Hernando. El otro sendero. La
revolución informal. Lima: Instituto Libertad y Democracia, 1986. Aunque el
bloque llegó a la televisión recién en 1998, este humor ha trajinado la calle por
dos décadas hasta convertirse en una tradición. El payaso de circo de barrio
itinerante y el contador de chistes natural en un país con escasa o nula tradición
de stand-up comedy (salvando los pocos espacios de radio y televisión en los
que al margen del sketch cuadrado y el remedo obligado se requería al simple
humorista verbal), se fusionó y fue empujado por la necesidad de ganarse el pan
a los buses y a las calles de Lima. La plaza San Martín fue su principal y más
concurrido foro; también el Parque Universitario y el parque Guadalupe, al
costado del Palacio de Justicia. Los temas eran inmediatos: el volteo cómico de
los infortunios de la pobreza y el desempleo, chistes étnicos y clasistas, remedos
varios mezclados con claunescas bofetadas; muchas veces acompañados de
niños y otra suerte de comparsas. La televisión los descubrió en los ochenta,
cuando iban donde Ferrando a perpetrar sus últimos remedos, y más tarde,
cuando osaron postular al elenco de Risas..., como el huaralino Manolo Rojas.
Pero recién cuando la recesión económica y el anquilosamiento de las risas
sabatinas pedían un recambio, utilizaron los talk-shows producidos por Jimmy
Arteaga en el 13 –Entre nos, de Mónica Zevallos, y Así es, de Jorge Henderson–
para dar muestras gratis de sus rutinas. Paralelamente, otro grupo empezó a
trajinar los pasillos de Frecuencia Latina, codeándose con Maritere y con Mónica
Chang. El 13 empezó a fines de 1998 a producir programas especiales que se
convertirían en enero de 1999 en Los reyes de la risa. El 2 le siguió con los
especiales, pero se adelantó con el estreno del programa fijo El show de los
cómicos ambulantes en diciembre de 1999. En abril, la troupe íntegra del 13 fue
jalada por el 5, donde fundaron Los ambulantes de la risa, y algo más tarde, un
grupo disidente del 5, encabezado por el “Cholo Cirilo” y el “Poeta” pasó al 9 para
una breve temporada de Los cómicos de la calle. Juan de los Santos
Castellanos, “Tripita” (Lima, 1959-2008), así apodado por obvias razones
corporales, contaba a Mónica Zevallos y a Jorge Hen derson cómo coincidió en
sus primeros escarceos cómicos en la plaza San Martín en 1972 con el célebre
mimo Jorge Acuña, haciendo catequesis tea tral ambulatoria (Acuña había
regresado de Europa en 1968 a poner en práctica sus tesis sobre el “Teatro de
la calle”). Esa suerte de abstracción humanista del arte del mimo le serviría para
sus propósitos menos que el humor de clowns y comediantes televisivos, pero
es uno de los ingredientes que configuran un humor de nerviosa ex presión
corporal, verbalmente agresivo, extremadamente autoescarnece dor,
naturalmente irreverente y machista en su concepción, a pesar de que en su
ejecución prime el travestismo, la misoginia (no hay mujeres por HISTERIA DEL
HUMOR (1980-2000) 241 aquí, salvo una, Carmen Rojas, acompañando a su
esposo “Huevito” en el alicaído programa del 9) y tal energía hemofílica latente
que llevó al congresista Ernesto Gamarra a formular un proyecto de ley para
tipificar como delito la exhibición en un medio de comunicación de “toques y
rozamien tos” en partes íntimas. Junto a “Tripita” y a su mejor composición, la
del lenguaraz y anárquico “Sargento Tripa”, dejaron el 13 y la supervisión de
Ramón García, “Kike” (Jaime Suero), José Luis Cachay, “Mondongo” (Lorenzo
Subiate), “Petete” (Carlos Vásquez), “Cholo Ceferino” (Juan León), Edwin
Gamboa, “Lonchera” (Héctor Chavarría), Dany Rosales, y se les sumó Willy
Hurtado, quien había dejado las calles tiempo atrás para pasar a Risas y salsa.
La productora Elizabeth Velaochaga los acompañó en la nueva casa hasta que
optó por la frustrante temporada del 9. Fue Efraín Aguilar, cancelados los otros
proyectos humorísticos del 5, el encargado de disciplinarlos en el humor de
libreto esbozado y ensayo apurado, además de darles una mínima escenografía
: esqueleto de microbús, reja de cárcel, o muebles de canje barato para simular
un ambiente “pituco”. Pero los ambulantes no necesitan un director y un
escenario fijos, porque se nutren de la anarquía y de la inestabilidad. Lo que no
pueden perder es la redondela de público invita do abruptamente a participar
de las rutinas de auto escarnio y porrazo. El show de los cómicos ambulantes
del 2, producido por José Trillo, nucleó a la “Chola Cachucha” (Armando Angulo),
“Bibi” (Miguel Campos), “Johnny” (Luis Campos), “Tornillo” (Marco Castañeda),
“Pinchulín” (Kelvin Córdova), “Car’e chancho” (Raúl Espinoza), “Frejolito”
(Alfredo Guadalupe), “Pimpollo” (Juan Hidalgo), “Waflerita” (Carlos Linares),
“Pompín” (Alfonso Mendoza), “Cotito” (Róger Sandoval), Juan Salvatierra y
“Chucky” (Jofré Vásquez). En el humor de esta troupe, algo más humilde y
numerosa, se percibe más orgullo racial y menos individualismo que en la otra,
a pesar del éxito de Armando Angulo como la Chola Cachucha, obvia respuesta
ét nica a Chabuca urdida por un poblador de Jicamarca, la última comunidad
campesina aledaña a Lima, que ha impuesto a su serrana multicolor sin las
sofisticaciones y grandilocuencias de Pimentel y sin las agresivas y
terato lógicas reacciones de la Paisana Jacinta de Jorge Benavides. En sus
sketchs, muchos de ellos travestidos, se improvisa sobre la infidelidad, la bronca
conyugal, los servicios personales, el subempleo (“El cachero”, valga el do ble
sentido, es un pobre migrante que vende cachitos de harina), la discri minación
racial, los caprichos afectivos y otros temas estandarizados, ade más de
parodiar a otras gentes y géneros de televisión, reprimiendo por mandato del
canal la sátira politizada de la que sí son capaces. La produc ción intentó darles
un libretista –Mauricio Bouroncle– pero este no fun 242 FERNANDO VIVAS
SABROSO cionó, se prefirió la improvisación barata con límites temáticos. A los
veci nos del 5 les pasa igual, pero son más propensos a satirizar autoridades
corruptas y comportamientos sociales del AB, además de contar con la
ex periencia televisiva del director “Betito” Aguilar. Son estos, también, los que
más han coqueteado con el estrellato, siendo frecuentemente “ampa yados”
cual “jugadorazos” desconcentrados por las cámaras de Magaly. Chapucero
pero honrado y desgarrado aporte al humor televisivo de es tos cómicos
ambulantes, que les espera ser asimilados a la disciplina crea tiva de la revista
humorística, pulidos a la fuerza o reubicados, por orde nanza municipal,
nuevamente en la calle, cosa que sucedió en el 2000

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