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La 

guerra civil española o guerra de España,4567 también conocida por los españoles


como la Guerra Civil por antonomasia,89 o simplemente la Guerra, fue
un conflicto bélico —que más tarde repercutiría también en una crisis económica— que se
desencadenó en España tras el fracaso parcial del golpe de Estado del 17 y 18 de julio de
1936 llevado a cabo por una parte de las fuerzas armadas contra el Gobierno de
la Segunda República. Tras el bloqueo del Estrecho y el posterior puente aéreo que,
gracias a la rápida colaboración de la Alemania nazi y la Italia fascista, trasladó las tropas
rebeldes a la España peninsular en las últimas semanas de julio,1011 comenzó una guerra
civil que concluiría el 1 de abril de 1939 con el último parte de guerra firmado por Francisco
Franco, declarando su victoria y estableciendo una dictadura que duraría hasta su muerte,
el 20 de noviembre de 1975.
La guerra tuvo múltiples facetas, pues incluyó lucha de clases, guerra de religión,
enfrentamiento de nacionalismos opuestos, lucha entre dictadura militar y democracia
republicana, entre revolución y contrarrevolución, entre fascismo y comunismo.12
A las partes del conflicto se las suele denominar bando republicano y bando sublevado:

 El bando republicano estuvo constituido en torno al Gobierno, formado por


el Frente Popular, que a su vez se componía de una coalición de
partidos republicanos —Izquierda Republicana y Unión Republicana— con el Partido
Socialista Obrero Español, a la que se habían sumado los marxistas-
leninistas del Partido Comunista de España y el POUM, el Partido Sindicalista de
origen anarquista y en Cataluña los nacionalistas de izquierda encabezados
por Esquerra Republicana de Catalunya. Era apoyado por el movimiento obrero y los
sindicatos UGT y CNT, los cuales también perseguían realizar la revolución social.
También se había decantado por el bando republicano el Partido Nacionalista Vasco,
cuando las Cortes republicanas estaban a punto de aprobar el Estatuto de Autonomía
para el País Vasco.
 El bando sublevado, que se llamó a sí mismo «bando nacional», estuvo organizado
en torno a parte del alto mando militar, institucionalizado inicialmente en la Junta de
Defensa Nacional sustituida tras el nombramiento de Francisco Franco
como generalísimo y jefe del Gobierno del Estado. Políticamente, estuvo integrado por
la fascista Falange Española, los carlistas, los monárquicos alfonsinos de Renovación
Española y gran parte de los votantes de la CEDA, la Liga Regionalista y otros grupos
conservadores. Socialmente fue apoyado por aquellas clases a las que la victoria en
las urnas del Frente Popular les hizo sentir que peligraba su posición; por la Iglesia
católica, acosada por la persecución religiosa desatada por parte de la izquierda nada
más estallar el conflicto y por pequeños propietarios temerosos de una «revolución del
proletariado». En las regiones menos industrializadas o primordialmente agrícolas, los
sublevados también fueron apoyados por numerosos campesinos y obreros de firmes
convicciones religiosas.13
Ambos bandos cometieron graves crímenes en el frente y en las retaguardias, como sacas
de presos, paseos, desapariciones de personas o tribunales extrajudiciales. La dictadura
de Franco investigó y condenó severamente los hechos delictivos cometidos en la zona
republicana, llegando incluso a instruir una Causa General, todo ello con escasas
garantías procesales. Por su parte, los delitos de los vencedores nunca fueron
investigados ni enjuiciados, a pesar de que algunos historiadores14 y juristas1516 sostienen
que hubo un genocidio en el que, además de subvertir el orden institucional, se habría
intentado exterminar a la oposición política.c
Las consecuencias de la Guerra Civil han marcado en gran medida la historia posterior de
España, por lo excepcionalmente dramáticas y duraderas: tanto las demográficas —
mortandad y descenso de la natalidad que marcaron la pirámide de población durante
generaciones— como las materiales —destrucción de las ciudades, la estructura
económica, el patrimonio artístico—, intelectuales —fin de la denominada Edad de Plata
de las letras y ciencias— y políticas —la represión en la retaguardia de ambas zonas,
mantenida por los vencedores con mayor o menor intensidad durante todo el franquismo, y
el exilio republicano—, y que se perpetuaron mucho más allá de la prolongada posguerra,
incluyendo la excepcionalidad geopolítica del mantenimiento del régimen de Franco
hasta 1975.

Índice

 1Antecedentes
o 1.1El Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936)
o 1.2La violencia política
 2El detonante: el golpe de Estado de julio de 1936
o 2.1La conspiración militar
o 2.2El golpe del 17 al 20 de julio
 3Las operaciones militares
o 3.1Los dos ejércitos
o 3.2Julio-octubre de 1936: avance sobre Madrid y campaña de Guipúzcoa
o 3.3Noviembre de 1936-marzo de 1937: la batalla de Madrid y la toma de
Málaga
o 3.4Marzo-noviembre de 1937: la campaña del Norte y las batallas de Brunete y
Belchite
o 3.5Diciembre de 1937-noviembre de 1938: de la batalla de Teruel a la batalla
del Ebro
o 3.6Diciembre de 1938-febrero de 1939: ofensiva sobre Cataluña
o 3.7Febrero-marzo de 1939: la vuelta de Negrín y la resistencia de la zona
Centro-Sur
o 3.8Marzo de 1939: derrota de la República
 4La guerra naval
 5La guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones
 6Evolución de la zona sublevada
o 6.1La Junta de Defensa Nacional
o 6.2El general Franco, «generalísimo» y «caudillo»
o 6.3El Decreto de Unificación de abril de 1937
o 6.4El nacimiento del «Nuevo Estado»
 7Evolución de la zona republicana
o 7.1La reacción del gobierno a la sublevación militar
o 7.2La revolución social de 1936 y el gobierno de José Giral (julio-septiembre de
1936)
o 7.3El gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937)
o 7.4El gobierno de Juan Negrín (mayo de 1937-marzo de 1939)
 8La dimensión internacional del conflicto y la intervención extranjera
o 8.1La política de «no intervención» de Gran Bretaña y Francia
o 8.2La intervención extranjera en favor de los sublevados
o 8.3La intervención extranjera en favor de la República
o 8.4La financiación de la guerra y «el oro de Moscú»
 9La Iglesia y la guerra civil española
o 9.1La Iglesia católica en la zona sublevada
o 9.2La Iglesia católica en la zona republicana
 10La represión en las retaguardias
o 10.1Investigación de los crímenes
 11Consecuencias
o 11.1Consecuencias económicas
o 11.2Víctimas de la guerra civil
o 11.3La represión franquista de la posguerra y el exilio republicano
o 11.4Relaciones internacionales
o 11.5Las regiones devastadas
 12Memoria histórica
 13La guerra civil en el arte
o 13.1Cine
o 13.2Novela
o 13.3Cuento y relato
o 13.4Literatura infantil y juvenil
o 13.5Teatro
o 13.6Poesía
o 13.7Música
o 13.8Revistas satíricas
o 13.9Historieta
o 13.10Pintura y escultura
o 13.11Artes gráficas, cartelismo y revistas
o 13.12Fotografía
o 13.13Videojuegos
 14Véase también
 15Notas
 16Referencias
 17Bibliografía
 18Enlaces externos

Antecedentes[editar]

Portada de la Constitución de 1931

Artículo principal: Segunda República Española

En enero de 1930 el general Miguel Primo de Rivera reconoce el fracaso de la


Dictadura que había instaurado en septiembre de 1923 con el apoyo del rey y
dimite.19 Alfonso XIII nombra entonces como presidente del gobierno al general Dámaso
Berenguer, pero este no consigue devolver a la monarquía la «normalidad constitucional»
(este período fue conocido como «Dictablanda») y es sustituido en febrero de 1931 por el
almirante Juan Bautista Aznar, quien convoca elecciones municipales para el domingo 12
de abril.20 Las elecciones son ganadas en las ciudades por las candidaturas republicano-
socialistas surgidas del Pacto de San Sebastián de agosto de 1930 y el martes 14 de abril
el rey Alfonso XIII, ante las dudas de la Guardia Civil y del Ejército a utilizar la fuerza para
frenar las multitudinarias manifestaciones prorrepublicanas que inundan las principales
ciudades, abandona el país. En Madrid el «comité revolucionario» republicano-socialista
proclama la República y asume el poder como Gobierno Provisional presidido por Niceto
Alcalá-Zamora.21
Durante el primer bienio de la Segunda República española se aprueba la
nueva Constitución republicana y el gobierno de coalición de republicanos de izquierda y
de socialistas presidido por Manuel Azaña, formado el 15 de diciembre de 1931 tras
rechazar el Partido Republicano Radical su participación en el mismo por estar en
desacuerdo con la continuidad en el gobierno de los socialistas, profundiza las reformas
iniciadas por el Gobierno Provisional cuyo propósito es modernizar la realidad económica,
social, política y cultural españolas. El nuevo gobierno se formó tras la elección de Niceto
Alcalá Zamora como presidente de la República, quien confirmó a Manuel Azaña como
presidente del Gobierno.
No obstante, el amplio abanico de reformas que emprendió el gobierno «social-azañista»
encontró gran resistencia entre los grupos sociales y corporativos a los que se intentaba
«descabalgar» de sus posiciones adquiridas: los terratenientes, los grandes empresarios,
financieros y patronos, la Iglesia católica, las órdenes religiosas, la opinión católica, la
opinión monárquica o el militarismo «africanista». Este último organizó un fracasado golpe
de Estado en agosto de 1932 encabezado por el general Sanjurjo.22 Pero también existió
una resistencia al reformismo republicano de signo contrario: el del revolucionarismo a
ultranza, que encabezaron las organizaciones anarquistas (la CNT y la FAI). Para ellos, la
República representaba el «orden burgués» (sin demasiadas diferencias con los
regímenes políticos anteriores, Dictadura y Monarquía) que había de ser destruido para
alcanzar el «comunismo libertario».23 Así se produjeron una serie de levantamientos
anarquistas (en enero, como el de Casas Viejas, y en diciembre de 1933, circunscrito este
a Aragón y La Rioja) reprimidos con dureza.
La coalición encabezada por Azaña se deshace y se convocan elecciones para noviembre
de 1933, en las que votaron por primera vez las mujeres, que son ganadas por la derecha
católica de la CEDA y por el centro-derecha republicano del Partido Republicano
Radical de Alejandro Lerroux. Este forma gobierno con el objetivo de «rectificar» las
reformas del primer bienio, no anularlas, para incorporar a la República a la derecha
«accidentalista» (que no se proclamaba abiertamente monárquica, aunque sus simpatías
estuvieran con la Monarquía, ni tampoco republicana) representada por la CEDA y
el Partido Agrario, que le dan su apoyo parlamentario.24 Cuando la CEDA entra en el
gobierno en octubre de 1934 se desencadena una fracasada insurrección socialista que
solo se consolidó en Asturias durante un par de semanas (el único lugar donde también
participó la CNT), aunque finalmente también fue sofocada por la intervención del Ejército,
que trajo del Protectorado español de Marruecos a las tropas coloniales
de regulares y legionarios y, una vez finalizada, se produjo una fuerte represión. Lo mismo
sucedió con la proclamación por el presidente de la Generalidad de Cataluña Lluís
Companys del «Estado Catalán» dentro de la «República Federal Española» el 6 de
octubre.25
La Revolución de octubre de 1934 hizo aumentar en el gobierno radical-cedista los
temores a que un próximo intento de una «revolución bolchevique» acabara triunfando.
Esto acentuó la presión sobre el Partido Radical para llevar adelante una política más
decididamente legisladora o contrarrevolucionaria.26 En última instancia, los sucesos de
octubre de 1934 convencieron a la CEDA de que era necesario llegar a alcanzar la
presidencia del gobierno para poder dar el «giro autoritario» que el régimen, según ellos,
necesitaba.27 El líder de la CEDA, José María Gil Robles, encontró su oportunidad cuando
estallaron el escándalo del estraperlo y el del asunto Nombela que hundieron a Lerroux y
al Partido Republicano Radical, del que no se recuperaría.28 Pero el presidente de la
República Alcalá Zamora se negó a dar el poder a una fuerza «accidentalista» que no
había proclamado su fidelidad a la República y encargó la formación de gobierno a un
independiente de su confianza, Manuel Portela Valladares, quien forma el 15 de
diciembre un gabinete republicano de centro-derecha que aguanta el poder Ejecutivo hasta
que Alcalá Zamora convoca elecciones para el 16 de febrero de 1936.29
El resultado de las elecciones de febrero de 1936 fue un reparto muy equilibrado de votos
con una leve ventaja de las izquierdas (47,1 %) sobre las derechas (45,6 %), mientras el
centro se limitó a un 5,3 %. Pero como el sistema electoral primaba a los ganadores, esto
se tradujo en una holgada mayoría para la coalición del Frente Popular.30

El Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936)[editar]


Artículo principal: Frente Popular (España)

El miércoles 19 de febrero, Manuel Azaña, el líder del Frente Popular, formaba un gobierno


que, conforme a lo pactado con los socialistas, solo estaba integrado por ministros
republicanos de izquierda (nueve de Izquierda Republicana y tres de Unión Republicana).31
Una de sus primeras decisiones fue alejar de los centros de poder a los generales más
antirrepublicanos: el general Manuel Goded fue destinado a la Comandancia militar de
Baleares; el general Francisco Franco, a la de Canarias; el general Emilio Mola al gobierno
militar de Pamplona. Otros generales significados como Luis Orgaz, Rafael
Villegas, Joaquín Fanjul y Andrés Saliquet quedaron en situación de disponibles.32
La medida más urgente que hubo de tomar el nuevo gobierno fue la amnistía de los
condenados por los sucesos de octubre de 1934, «legalizando» así el asalto a varias
cárceles por la multitud, pero dando cumplimiento también al punto principal del programa
electoral del Frente Popular.33 Otra de las medidas urgentes era reponer en sus puestos a
los alcaldes y concejales elegidos en 1931 y sustituidos durante el bienio conservador.34 El
28 de febrero el gobierno decretaba no solo la readmisión de todos los trabajadores
despedidos por motivos políticos y sindicales relacionados con los hechos de 1934, sino
que, presionado por los sindicatos, ordenaba a las empresas que indemnizaran a estos
trabajadores por los jornales no abonados.35 Asimismo, fue restablecido el gobierno de
la Generalidad de Cataluña, cuyos miembros habían salido de la cárcel beneficiados
también por la amnistía.33
La «cuestión agraria» fue otro problema que el nuevo gobierno tuvo que abordar con
urgencia a causa de la intensa movilización campesina que se estaba produciendo con el
apoyo decidido de las autoridades locales repuestas y que amenazaba con provocar
graves conflictos en el campo, especialmente en Extremadura.3637 Así el 19 de abril el
ministro de Agricultura, Mariano Ruiz Funes, presentaba varios proyectos de ley, entre
ellos uno que derogaba la Ley de Reforma de la Reforma Agraria de agosto de 1935, que
se convirtió en ley el 11 de junio, por lo que volvía estar en vigor plenamente la Ley de
Reforma Agraria de 1932. Gracias a varios decretos y a esta ley entre marzo y julio de
1936 se asentaron unos 115 000 campesinos, más que en los tres años anteriores.38 Sin
embargo, continuó la alta conflictividad en el campo, debida sobre todo a la actitud de los
propietarios y a la radicalización de las organizaciones campesinas, saldándose todo ello
con incidentes violentos. El caso más grave se produjo en Yeste (Albacete), donde a
finales de mayo de 1936 «la detención de unos campesinos que pretendían talar árboles
en una finca particular condujo a un sangriento enfrentamiento entre la Guardia Civil y los
jornaleros, en los que murieron un guardia y 17 campesinos, varios de ellos asesinados a
sangre fría por los agentes».39
La actividad del parlamento estuvo paralizada casi todo el mes de abril debido al proceso
de destitución del presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora, iniciado y aprobado
por la izquierda, y su sustitución por Manuel Azaña, que fue investido en su nuevo cargo el
10 de mayo de 1936, siendo sustituido al frente del gobierno por su compañero del
partido Izquierda Republicana, Santiago Casares Quiroga,4041 quien asumiría a su vez la
cartera de Guerra.
Santiago Casares Quiroga en 1931

El nuevo gobierno de Casares Quiroga continuó con la política reformista que ya había
iniciado el gobierno Azaña que consistía fundamentalmente en volver a poner en vigor los
decretos que habían sido derogados o modificados durante el bienio radical-cedista, a los
que se añadieron algunos otros.42
Uno de los problemas a los que tuvo que hacer frente el gobierno fue la oleada de huelgas
que se produjeron declaradas y sostenidas muchas veces por comités conjuntos de la
CNT y la UGT, en las que en muchas de ellas se hablaba de revolución,43 pero ni UGT ni
CNT preparaban ningún movimiento insurreccional después de los fracasos continuos de
1932, 1933 y 1934, y la única posibilidad de que se produjese alguno sería como
respuesta a un intento de golpe militar.44
Otro de los problemas del gobierno de Casares Quiroga fue la división interna del PSOE,
el partido más importante del Frente Popular,45 que enfrentaba a los sectores «prietista» y
«largocaballerista», ya que Francisco Largo Caballero, que dominaba UGT y el grupo
parlamentario del PSOE, continuó oponiéndose a la entrada en el gobierno de los
socialistas y defendiendo el entendimiento entre las «organizaciones obreras» para
esperar el momento en que el fracaso de los «burgueses republicanos» facilitara la
conquista del poder por la clase obrera.46 Otro problema fue que el sector de la CEDA
liderado por Gil Robles se decantaba por realizar un boicot a las instituciones republicanas
y por apoyar la posición defendida de la derecha monárquica del Bloque Nacional de José
Calvo Sotelo, que propugnaba abiertamente por la ruptura violenta del orden constitucional
mediante un golpe de Estado militar en cuya preparación ya estaban colaborando (por su
parte los monárquicos carlistas aceleraron la formación de sus milicias requetés con vistas
al alzamiento militar con cuyos dirigentes mantenían contactos).47

La violencia política[editar]
Los gobiernos del Frente Popular también tuvieron que hacer frente a un aumento de la
violencia política provocada por el partido fascista Falange Española, que a principios de
1936 era una fuerza política marginal, pero que tras el triunfo del Frente Popular recibió
una avalancha de afiliaciones de jóvenes de derechas dispuestos a la acción violenta, y
por la respuesta que le dieron las organizaciones de izquierda. 48 El primer atentado
importante que cometieron los falangistas fue el perpetrado el 12 de marzo de 1936 contra
el diputado socialista y «padre» de la Constitución de 1931 Luis Jiménez de Asúa, en el
que este resultó ileso, pero su escolta, el policía Jesús Gisbert, murió.49 La respuesta del
gobierno de Azaña fue prohibir el partido y detener el 14 de marzo a su máximo
dirigente José Antonio Primo de Rivera, pero el paso a la clandestinidad no impidió que
siguiera perpetrando atentados y participando en reyertas con jóvenes socialistas y
comunistas.4850 También continuó realizando una labor de violencia e intimidación contra
los elementos del orden institucional de la República. En la noche del 13 de abril, dos
pistoleros falangistas asesinaban en la calle a Manuel Pedregal, magistrado del Tribunal
Supremo, como represalia por haber actuado como ponente en el juicio por intento de
asesinato a Jiménez de Asúa. El juez ya había recibido amenazas de muerte con
anterioridad por este motivo. Varios de los implicados huyeron a Francia en avión pilotado
por el entonces colaborador de Falange, Juan Antonio Ansaldo.515253 De hecho, Falange
difundió listas negras de jueces con el propósito de intimidarlos, y su boletín
clandestino No Importa amenazó a magistrados como Ursicino Gómez Carbajo o Ramón
Enrique Cardónigo, que habían intervenido en causas con sentencia desfavorable a sus
intereses.54
Los incidentes de mayor trascendencia se produjeron los días 14 y 15 de abril. El día 14
tuvo lugar un desfile militar en el Paseo de la Castellana de Madrid en conmemoración del
Quinto Aniversario de la República. Junto a la tribuna principal estalló un artefacto y se
produjeron a continuación varios disparos que causaron la muerte a Anastasio de los
Reyes, alférez de la Guardia Civil que estaba allí de paisano, e hirieron a varios
espectadores. Derechistas e izquierdistas se acusaron mutuamente del atentado. Al día
siguiente se celebró el entierro del alférez que se convirtió en una manifestación
antirrepublicana a la que asistieron los diputados José María Gil Robles, líder de la CEDA,
y José Calvo Sotelo, líder de la derecha monárquica, además de oficiales del ejército y
falangistas armados. Desde diversos lugares se produjeron disparos contra la comitiva que
fueron respondidos, produciéndose un saldo de seis muertos y de tres heridos. Uno de los
muertos fue el estudiante Andrés Sáenz de Heredia, falangista y primo hermano de José
Antonio Primo de Rivera.50 También resultó herido un joven tradicionalista (carlista), José
Llaguno Acha, y una muchedumbre intentó linchar al teniente José del Castillo Sáenz de
Tejada al que se le acusó de dispararle.
Entre abril y julio los atentados y las reyertas protagonizadas por falangistas causaron más
de cincuenta víctimas entre las organizaciones de izquierda obrera, la mayoría de ellas en
Madrid. Unos cuarenta miembros de Falange murieron en esos actos o en atentados de
represalia de las organizaciones de izquierda.50 También fueron objeto de la violencia los
edificios religiosos (un centenar de iglesias y conventos fueron asaltados e incendiados)55
aunque entre las víctimas de la violencia política de febrero a julio no hubo ningún
miembro del clero.56
El aumento de la violencia política y el crecimiento de las organizaciones juveniles
paramilitares tanto entre la derecha (milicias falangistas, requetés carlistas) como entre la
izquierda (milicias de las juventudes socialistas, comunistas y anarquistas), y entre los
nacionalistas vascos y catalanes (milicias de Esquerra Republicana de Catalunya y del
PNV), aunque no estaban armadas y su actividad principal era desfilar, provocó la
percepción entre parte de la opinión pública, especialmente la conservadora, de que el
gobierno del Frente Popular presidido por Santiago Casares Quiroga no era capaz de
mantener el orden público, lo que servía de justificación para el «golpe de fuerza» militar
que se estaba preparando.57 A esta percepción también contribuyó la prensa católica y de
extrema derecha que incitaba a la rebelión frente al «desorden» que atribuía al «Gobierno
tiránico del Frente Popular», «enemigo de Dios y de la Iglesia», aprovechando que la
confrontación entre clericalismo y anticlericalismo volvió al primer plano tras las elecciones
de febrero con continuas disputas sobre asuntos simbólicos, como el tañido de campanas
o las manifestaciones del culto fuera de las iglesias, como procesiones o entierros
católicos. Así mismo, en el parlamento, los diputados de la derecha, singularmente Calvo
Sotelo y Gil Robles, acusaron al gobierno de haber perdido el control del orden público.56
José Calvo Sotelo hablando en un mitin en el frontón Urumea (San Sebastián), en 1935.

En la noche del domingo 12 de julio era asesinado en la calle de Fuencarral de Madrid el


teniente de la Guardia de Asalto e instructor de las milicias socialistas José del Castillo
Sáenz de Tejada58, que se dirigía a su puesto de trabajo en el Cuartel de Pontejos,
probablemente por pistoleros de extrema derecha pertenecientes a la Comunión
Tradicionalista (o de Falange Española).59 El teniente Castillo era muy conocido por
su activismo izquierdista y se le atribuía la frase «Yo no tiro sobre el pueblo» tras haberse
negado a participar en la represión de la Revolución de Asturias, acto de rebeldía que le
costaría un año de cárcel.
Como represalia, los compañeros policías del teniente Castillo, dirigidos por el capitán de
la Guardia Civil Fernando Condés, secuestraron en su propio domicilio y asesinaron en la
madrugada del día siguiente a José Calvo Sotelo, líder de los monárquicos «alfonsinos»
(que no tuvo nada que ver con el asesinato del teniente Castillo), y abandonaron el
cadáver en el depósito del cementerio de la Almudena. En el entierro de Calvo Sotelo, el
dirigente monárquico Antonio Goicoechea juró solemnemente «consagrar nuestra vida a
esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte y salvar a España». Por su parte, el
líder de la CEDA, José María Gil Robles en las Cortes les dijo a los diputados de la
izquierda que «la sangre del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros» y acusó al gobierno
de tener la «responsabilidad moral» del crimen por «patrocinar la violencia».58
Según el estudio más completo que se ha realizado sobre las víctimas mortales como
resultado de la violencia política entre febrero y julio de 1936, antes de iniciarse el golpe de
Estado, hubo un total de 189 incidentes y 262 muertos, de ellos 112 causados por la
intervención de las fuerzas de orden público. De las 262 víctimas, 148 serían militantes de
la izquierda, 50 de la derecha, 19 de las fuerzas de orden público y 45 sin identificar.
Además ese estudio constata que el número de víctimas mortales causadas por la
violencia política fue disminuyendo en esos cinco meses.60
La violencia política de los meses de gobierno en paz del Frente Popular, de febrero a julio
de 1936, fue utilizada después por los vencedores en la Guerra Civil como justificación de
su alzamiento. Hoy en día, el debate sigue abierto, aunque la mayoría de los historiadores
opinan que en absoluto puede hablarse de una «primavera trágica» en la que el gobierno
del Frente Popular hubiera perdido el control de la situación.61 Y la conclusión de la
mayoría de ellos es clara: «La desestabilización política real en la primavera de 1936 no
explica en modo alguno la sublevación militar [de julio de 1936] y menos aún la justifica».61
«La política y la sociedad españolas mostraban signos inequívocos de crisis, lo cual no
significa necesariamente que la única salida fuera una guerra civil».49
Durante los primeros meses de 1936 se produjo una polarización de la política española,
en cuyos extremos se situaba la izquierda revolucionaria y la derecha fascista, y en medio
una izquierda moderada y una derecha republicana junto con un centro anticlerical y una
derecha de fuerte componente católico y monárquico (que representaba a muchos
militares, terratenientes y a la jerarquía católica que veían peligrar su posición privilegiada
y su concepto de la unidad de España). Una división que podía remontarse al
siglo XIX cuando tuvo lugar el difícil proceso de cambio que se inició en 1808 para poner fin
al absolutismo que lastraba al país, manteniendo fuertes diferencias económicas entre
privilegiados y no privilegiados, y que el moderantismo decimonónico solo consiguió
superar en parte. El resultado fue una población rural dividida entre los jornaleros
anarquistas y los pequeños propietarios aferrados a (y dominados por) los caciques y la
Iglesia; unos burócratas conformistas y una clase obrera con salarios muy bajos y, por lo
tanto, con tendencias revolucionarias propias del nuevo siglo, hacen que también entre las
clases pobres la división fuese muy acusada. También provenía del siglo XIX la tradición de
que los problemas no se arreglaban más que con los pronunciamientos. No es extraño,
pues, que en una España marcada por la reciente dictadura de Primo de Rivera e
intentonas fallidas, como las de José Sanjurjo, volviese a haber ruido de sables y se
temiese un plan para derribar al nuevo Gobierno establecido. Los acontecimientos darían
la razón a los pesimistas.
El detonante: el golpe de Estado de julio de 1936[editar]
Artículo principal: Golpe de Estado en España de julio de 1936

Véanse también: Organización Territorial Militar en la España de 1936 ,  Guerra civil española


en Navarra  y  Guerra civil española en Castilla y León.

La conspiración militar[editar]
Artículo principal: Conspiración golpista de 1936

Ruta del Dragon Rapide, el avión que llevó a Francisco Franco a Tetúan donde tomó el mando de
las tropas sublevadas.62

Nada más conocerse la victoria del Frente Popular en las elecciones, se produjo un primer
intento de «golpe de fuerza» por parte de la derecha para intentar frenar la entrega del
poder a los vencedores. Fue el propio Gil Robles el primero que intentó sin éxito que el
presidente del gobierno en funciones Manuel Portela Valladares declarase el «estado de
guerra» y anulara los comicios. Le siguió el general Franco, aún jefe del Estado Mayor del
Ejército, que se adelantó a dar las órdenes pertinentes a los mandos militares para que
declarasen el estado de guerra (lo que según la ley de Orden Público de 1933 suponía que
el poder pasaba a las autoridades militares), pero fue desautorizado por el todavía jefe de
gobierno Portela Valladares y por el ministro de la guerra el general Nicolás Molero.63
El 8 de marzo de 1936 tuvo lugar en Madrid, en casa de un amigo de Gil Robles, una
reunión de varios generales (Emilio Mola, Luis Orgaz Yoldi, Villegas, Joaquín
Fanjul, Francisco Franco, Ángel Rodríguez del Barrio, Miguel García de la Herrán, Manuel
González Carrasco, Andrés Saliquet y Miguel Ponte, junto con el coronel José Enrique
Varela y el teniente coronel Valentín Galarza, como hombre de la UME), en la que
acordaron organizar un «alzamiento militar» que derribara al gobierno del Frente Popular
recién constituido y «restableciera el orden en el interior y el prestigio internacional de
España». También se acordó que el gobierno lo desempeñaría una Junta Militar presidida
por el general Sanjurjo, que en esos momentos se encontraba en el exilio en Portugal.64
Desde finales de abril, fue el general Mola quien tomó la dirección de la trama golpista
(desplazándose así el centro de la conspiración de Madrid a Pamplona), adoptando el
nombre clave de «el Director». Este continuó con el proyecto de constituir una Junta Militar
presidida por el general Sanjurjo, y comenzó a redactar y difundir una serie de circulares o
«Instrucciones reservadas» en las que fue perfilando la compleja trama que llevaría
adelante el golpe de Estado.65 La primera de las cinco instrucciones la dictó el 25 de mayo
y en ella ya apareció la idea de que el golpe tendría que ir acompañado de una violenta
represión.66
Mola consiguió comprometer en el golpe a numerosas guarniciones, gracias también a la
trama clandestina de la UME pero tenía dudas sobre el triunfo del golpe en el lugar
fundamental, Madrid, y también sobre Cataluña, Andalucía y Valencia.65 Así pues, el
problema de los militares implicados era que, a diferencia del golpe de Estado de 1923,
ahora no contaban con la totalidad del Ejército (ni de la Guardia Civil ni las otras fuerzas de
seguridad) para respaldarlo.67 Una segunda diferencia respecto de 1923 era que la actitud
de las organizaciones obreras y campesinas no sería de pasividad ante el golpe militar
sino que como habían anunciado desencadenarían una revolución. Por estas razones se
fue retrasando una y otra vez la fecha del golpe militar, y por eso, además, el general
Mola, «el Director», buscó el apoyo de las milicias de los partidos antirrepublicanos
(requetés y falangistas) y el respaldo financiero de los partidos de la derecha.68 Al gobierno
de Casares Quiroga le llegaron por diversas fuentes noticias de lo que se estaba tramando
pero no actuó con contundencia contra los conspiradores.69

Mapas que representan los planes esbozados por Mola para dar el golpe de Estado que derribase a
la Segunda República.

A principios de julio de 1936 la preparación del golpe militar estaba casi terminada, aunque
el general Mola reconocía que «el entusiasmo por la causa no ha llegado todavía al grado
de exaltación necesario» y acusaba a los carlistas de seguir poniendo dificultades al
continuar pidiendo «concesiones inadmisibles». El plan del general Emilio Mola era un
levantamiento coordinado de todas las guarniciones comprometidas, que implantarían el
estado de guerra en sus demarcaciones, comenzando por el Ejército de África, que entre
los días 5 y 12 de julio realizó unas maniobras en el Llano Amarillo donde se terminaron de
perfilar los detalles de la sublevación en el Protectorado de Marruecos. Como se preveía
que en Madrid era difícil que el golpe triunfase por sí solo (la sublevación en la capital
estaría al mando del general Fanjul), estaba previsto que desde el norte una columna
dirigida por el propio Mola se dirigiera hacia Madrid para apoyar el levantamiento de la
guarnición de la capital. Y por si todo eso fallaba también estaba planeado que el general
Franco, después de sublevar las islas Canarias, se dirigiría desde allí al Protectorado de
Marruecos a bordo del avión Dragon Rapide, fletado en Londres el 6 de julio por el
corresponsal del diario ABC Luis Bolín gracias al dinero aportado por el financiero Juan
March, para ponerse al frente de las tropas coloniales, cruzar el estrecho de Gibraltar y
avanzar sobre Madrid.7071 Una vez depuesto el gobierno de la República, se instauraría
una dictadura militar siguiendo el modelo de la Dictadura de Primo de Rivera, al frente de
la cual se situaría el exiliado general Sanjurjo.70 «Los sublevados llevaron a cabo su acción
pretendiendo que se alzaban contra una revolución absolutamente inexistente en la época
en que actúan, inventan documentos falsos que compuso Tomás Borrás y que hablaban
de un gobierno soviético que se preparaba, y de hecho lo que representaban era la
defensa de las posiciones de las viejas clases dominantes, la lucha contra las reformas
sociales, más o menos profundas, que el Frente Popular pone de nuevo en marcha».72
El asesinato de José Calvo Sotelo en la madrugada del 13 de julio aceleró el compromiso
con la sublevación de los carlistas y también de la CEDA y acabó de convencer a los
militares que tenían dudas, entre ellos, según Paul Preston, al general Francisco Franco.73
Además, el general Mola decidió aprovechar la conmoción que había causado en el país el
doble crimen, y el día 14 adelantó la fecha de la sublevación que quedó fijada para los días
18 y 19 de julio de 1936.74

El golpe del 17 al 20 de julio[editar]


El 17 de julio por la mañana en Melilla, los dos coroneles y otros oficiales que estaban al
tanto del alzamiento militar se reúnen en el departamento cartográfico y trazan los planes
para ocupar el 18 los edificios públicos, planes que comunican a los dirigentes falangistas.
Uno de los dirigentes locales de la Falange informa al dirigente local de Unión
Republicana, llegando esta información al General Romerales, Comandante Militar de
Melilla, que a su vez informa a Casares Quiroga. Romerales envía por la tarde una patrulla
de soldados y guardias de asalto a registrar el departamento cartográfico. El coronel al
mando del mismo retrasa el registro y llama al cuartel de la Legión, desde donde le envían
un grupo de legionarios. Ante estos, la patrulla se rinde y los sublevados proceden a
arrestar a Romerales (que fue fusilado junto con el delegado del gobierno y el alcalde de
Melilla que se habían resistido a la rebelión), proclaman el estado de guerra e inician
anticipadamente el levantamiento, informando a sus compañeros del protectorado de
Marruecos que habían sido descubiertos. Esto hizo que se adelantase en Marruecos la
fecha prevista.75 En los tres días siguientes el golpe se extendió a las guarniciones de la
península, Canarias y Baleares.

Situación el 23 de julio de 1936 tras el fracaso parcial del golpe de Estado. En azul las zonas
controladas por los sublevados.76

Los militares sublevados no consiguieron alcanzar su objetivo principal de apoderarse del


punto neurálgico del poder, Madrid, ni de las grandes ciudades,
como Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga o Murcia (aunque sí
controlaban Sevilla, Valladolid, Zaragoza y Córdoba), pero dominaban cerca de la mitad
del territorio español, ya que controlaban prácticamente el tercio norte peninsular
(Galicia, León, Castilla la Vieja, Álava, Navarra, gran parte de la provincia de Cáceres,
incluida la capital, y la mitad occidental de Aragón, incluyendo las tres capitales
provinciales), menos la franja cantábrica formada
por Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, que quedó aislada del resto de la zona
republicana, y Cataluña. Además dominaban las ciudades andaluzas de Sevilla (donde el
general Gonzalo Queipo de Llano se hace con inusitada determinación con el mando de la
2.ª División Orgánica), Córdoba y Cádiz conectadas entre sí por una estrecha franja (así
como la ciudad de Granada, pero aislada del resto), más todo el Protectorado de
Marruecos y los dos archipiélagos, Canarias (menos la isla de La Palma)
y Baleares (excepto Menorca). Fuera de esta área controlaban determinados lugares y
puntos de resistencia aislados dentro de la zona republicana como la ciudad
de Oviedo (que soportó un asedio por parte de los republicanos durante 90 días, hasta la
entrada de las tropas franquistas el 17 de octubre), el cuartel de Simancas en Gijón,
el Alcázar de Toledo o el santuario de la Virgen de la Cabeza en Andújar.77 Esta España
controlada por los sublevados era en general «la España interior, rural, de formas sociales
más retardatarias, de grandes y medianos propietarios agrarios, y con extenso proletariado
agrario también».77
De los lugares donde ha triunfado la sublevación parten las ofensivas de las tropas
rebeldes, a hacer lo que la propaganda «nacional» llamó la «Reconquista», para tomar las
ciudades en manos de la República o a liberar los lugares en manos de los rebeldes
asediados por las tropas gubernamentales, como son los casos del sitio de Oviedo y
del Alcázar toledano.
En la zona sublevada la muerte en accidente de aviación del que iba ser el jefe de la
rebelión, el general Sanjurjo, provocó que los generales sublevados decidieron crear el
jueves 23 de julio una Junta de Defensa Nacional, que quedaría constituida al día siguiente
en Burgos, y que estaría integrada por los generales Miguel Cabanellas, que fue nombrado
presidente de la Junta por ser el general más antiguo entre los sublevados, Andrés
Saliquet, Miguel Ponte, Emilio Mola y Fidel Dávila, además del coronel Federico
Montaner y el coronel Moreno Calderón. En el Decreto n.º 1 que publicó la Junta se
establecía que esta asumía «todos los poderes del Estado» y que representaría al país
ante los poderes extranjeros, aunque en las semanas siguientes ningún país la reconoció y
siguió considerando como gobierno legítimo de España al de Madrid presidido por el
republicano de izquierda José Giral.78 El 27 de julio de 1936 llegó a España el primer
escuadrón de aviones italianos enviado por Benito Mussolini.79
Las fuerzas republicanas, por su parte, consiguen sofocar el alzamiento en más de la
mitad de España, incluyendo todas las zonas industrializadas, gracias en parte a la
participación de las milicias recién armadas de socialistas, comunistas y anarquistas, así
como a la lealtad de la mayor parte de la Guardia de Asalto y, en el caso de Barcelona, de
la Guardia Civil. El gobernador militar de Cartagena, Toribio Martínez Cabrera, era
simpatizante del Frente Popular y la marinería también era contraria al golpe militar, lo que
unido a los tumultos populares de los días 19 y 20 hicieron fracasar el movimiento golpista
en la base naval de Cartagena y el resto de la provincia de Murcia.
La zona fiel a la República ocupa grosso modo la mitad este de la Península: la parte
oriental de Aragón (menos las tres capitales), Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía
oriental (menos la ciudad de Granada), Madrid, Castilla la Nueva y La Mancha. En el oeste
controlaba las provincias de Badajoz y de Huelva. Aislada de esta zona quedaba la franja
cantábrica formada por Asturias (menos Oviedo y Gijón), Santander, Vizcaya y Guipúzcoa.
El territorio leal era superior en extensión al rebelde y se trataba, por lo general, de las
zonas de España «socialmente más evolucionadas, con importante población urbana, más
industrializadas y con núcleos de obrerismo modernos organizados».77
Así pues, el resultado del levantamiento era incierto pues tuvo éxito en unos sitios y
fracasó en otros, por lo que España quedó dividida en dos zonas: una controlada por los
militares que se habían alzado contra la República (la zona sublevada) y otra que
permaneció fiel al gobierno (la zona republicana). Aproximadamente un tercio del territorio
español había pasado a manos rebeldes, con lo que ninguno de los dos bandos tenía
absoluta supremacía sobre el otro. La intentona de derrocar de un golpe a la República
había fracasado estrepitosamente. Ambos bandos se prepararon para lo inevitable: un
enfrentamiento que iba a desangrar España durante tres largos años. La guerra civil
española acababa de empezar.

Las operaciones militares[editar]


Mapa general del desarrollo de la guerra.
Leyenda      Zona sublevada inicial - julio 1936      Avance sublevados hasta septiembre de 1936     Avance
sublevados hasta octubre de 1937     Avance sublevados hasta noviembre de 1938     Avance sublevados hasta
febrero de 1939     Última zona bajo control republicano  Principales centros de los sublevados
 Principales centros republicanos

 Batallas terrestres
 Batallas navales

 Ciudades bombardeadas

 Campos de concentración

 Masacres
 Campos de refugiados

Véase también: Cronología de la Guerra Civil Española

Los dos ejércitos[editar]


Aunque se trata de un tema muy controvertido, la mayoría de los historiadores calculan
que un 70 % de los 15 000 jefes y oficiales en activo en 1936 combatieron en el bando
sublevado (1236 fueron fusilados o encarcelados por ser desafectos al bando vencedor en
cada lugar), mientras que, por el contrario, la mayor parte de los 100 generales no se
sublevaron. De los 210 000 soldados de tropa y suboficiales que teóricamente formaban el
ejército regular en 1936, unos 120 000 quedaron en la zona sublevada, pero lo más
decisivo fue que entre ellos se encontraban los 47 000 que formaban el Ejército de
África que constituían las mejores tropas del ejército español. La Guardia Civil, por su
parte, quedó muy dividida entre los leales y los rebeldes a la República.77
Si se considera la evolución durante la guerra el dato es muy favorable para los
sublevados, pues mientras durante ese tiempo la plantilla de jefe y oficiales del bando
rebelde fue creciendo hasta alcanzar los 14.104 efectivos el 1 de abril de 1939, la del
bando republicano fue disminuyendo hasta quedar reducida a 4.771, debido
fundamentalmente al pase al bando rival de muchos jefes y oficiales en el transcurso de la
guerra. Como ha señalado el historiador Francisco Alía Miranda, de la Universidad de
Castilla-La Mancha, hay que tener presente que la mayoría de los 18.000 oficiales que
había en España en julio de 1936 aplaudieron el golpe, ya que predominaba entre ellos
una mentalidad conservadora, corporativa y militarista.80 Pero hay otro factor que explica la
disminución del número de jefes y oficiales en la zona republicana y fue que más de la
mitad de los que quedaron en esa zona tras el golpe rehusaron obedecer a las autoridades
republicanas, algo que no sucedió en el bando sublevado. Así que mientras que en el
bando sublevado solo 258 militares fueron fusilados o expulsados del Ejército, en el bando
republicano fueron expulsados 4.450, de los cuales 1.729 fueron fusilados. E incluso en
este bando a muchos oficiales no se les concedió el mando de tropa por desconfiar de
ellos y solo ocuparon puestos burocráticos.81
Cartel propagandístico del bando sublevado, donde la Falange insta el reclutamiento militar para
luchar por "La Patria, el Pan y la Justicia".

Así pues, el bando sublevado no tuvo que construir su ejército sino que contó desde el
primer momento con las unidades militares (y las fuerzas de orden público) sublevadas
durante el golpe ya organizadas y dirigidas por sus mandos, entre las que destacaba el
ejército del Protectorado de Marruecos, el llamado Ejército de África, compuesto por
la Legión Extranjera y los Regulares (tropas indígenas moras mandadas por oficiales
españoles) que constituía la fuerza militar más experimentada de todo el ejército español.82
Por otro lado las milicias carlistas (requetés) y las milicias falangistas que apoyaron a los
sublevados fueron integradas en el ejército del que se consideraban aliadas y no enemigas
(al contrario de lo que sucedió en el bando republicano donde las milicias obreras,
especialmente las milicias confederales anarquistas, siempre desconfiaron de la institución
militar, con la excepción de las milicias comunistas).83
En el bando sublevado el ejército alcanzó rápidamente la unidad de mando y dominó
completamente la vida civil de la zona sublevada, que ellos llamaban zona nacional.82 La
muerte en un accidente de aviación en los primeros días del golpe del general Sanjurjo,
que era el militar elegido por sus compañeros para encabezar la sublevación, hizo que el
mando en la zona sublevada quedara entonces repartido entre los generales Emilio
Mola y Francisco Franco, pero solo dos meses después, el 1 de octubre, el general Franco
asumió el mando único militar y político (el general Mola murió en otro accidente de avión
al año siguiente, el 3 de junio de 1937).82
«El fenómeno de la centralización militar del esfuerzo de guerra en la zona sublevada hizo
que no se permitiese nada que se asemejase a la desunión política, al rencor entre grupos
políticos y a la falta de confianza en los mandos y jefes de la campaña, todo lo cual se
manifestó especialmente en la retaguardia republicana del norte, en Aragón y en Cataluña,
que es donde se perdió realmente la guerra. (...) A medida que la República iba perdiendo
la guerra, aumentaban el hambre y las privaciones en la retaguardia, creándose una
situación infernal, con refugiados, bombardeos, escasez y frío».84
En cuanto a la ayuda extranjera, el bando sublevado recibió armas de todo tipo y aviones
prácticamente desde el primer día por parte de la Alemania nazi y la Italia Fascista a la que
pronto se añadieron unidades militares completas (la Legión Cóndor alemana y
el CTV italiano) en un flujo continuo que nunca se detuvo a largo de la guerra.85
Cartel propagandístico del bando republicano. Muestra al generalísimo Franco, como la Muerte,
apoyado por un general de los potencias del Eje, un capitalista y un sacerdote.

Por su parte el bando republicano no pudo contar con prácticamente ninguna unidad
militar completa organizada y disciplinada con todos sus mandos y suboficiales y durante
los primeros meses la fuerza militar que se opuso al ejército sublevado, tras la decisión del
gobierno de José Giral de licenciar a las tropas para evitar que la sublevación se
extendiera, estuvo constituida por columnas improvisadas integradas por unidades sueltas
y por las milicias de las organizaciones obreras, que cuando estaban mandadas por
oficiales de carrera estos a menudo suscitaban sospechas de traición entre los
combatientes. Fue a partir de la formación del gobierno de Largo Caballero el 5 de
septiembre de 1936 cuando se inició el proceso de construcción de un verdadero ejército,
con la militarización de las milicias y su integración en las Brigadas Mixtas, primer paso
para la creación del Ejército Popular que solo se logró tras la superación de la crisis de los
«sucesos de mayo de 1937» y la formación a continuación del gobierno de Juan Negrín.
Pero el ejército republicano siempre tuvo un problema estructural de difícil solución: la falta
de mandos profesionales (según los cálculos de Michael Alpert, solo un 14 % de los
militares que figuraban en el Anuario Militar de 1936 servían todavía en 1938 en el ejército
de la República). Un problema que fue especialmente acuciante en el caso de la Armada.82
Algo que reconoció el general republicano Vicente Rojo, que escribió:83
Hemos creado un ejército con el nombre de tal, con toda la nomenclatura y sistema de mandos de
un ejército regular... pero sólo hemos subido los primeros peldaños para alcanzar la cumbre.

Además en el bando republicano la unidad de mando solo se logró (y nunca fue completa)
a mediados de 1937 cuando el Ejército Popular estuvo completamente estructurado y, por
otro lado, solo a partir de ese momento las necesidades militares se impusieron sobre las
de la vida civil (marcada por la Revolución Social de 1936). Y también, a diferencia del
bando sublevado, era el gobierno quien tomaba las decisiones pero siguiendo casi siempre
las recomendaciones del Jefe del Estado Mayor, el coronel y luego general Vicente Rojo, y
de otros militares leales.82
En cuanto a la ayuda extranjera la República, a causa de que Francia y Gran Bretaña no
acudieron en su ayuda y además impulsaron el pacto que dio nacimiento al Comité de No
Intervención (cuya prohibición de suministrar armas a alguno de los bandos contendientes
no fue cumplida ni por Alemania ni por Italia, a pesar de haber firmado el acuerdo) la
República tuvo que adquirir el material bélico donde pudo, a menudo recurriendo a los
traficantes de armas que en ocasiones les vendieron material anticuado o en muy mal
estado a precios astronómicos. Esto le hizo depender de los suministros que le
proporcionó la Unión Soviética, después de que Stalin superara sus dudas sobre la ayuda
a los republicanos españoles, cuyo material bélico (armas automáticas, tanques y aviones)
acompañado de instructores y consejeros militares soviéticos, junto con las Brigadas
Internacionales reclutadas por la Internacional Comunista o Komintern, no comenzó a
llegar hasta octubre de 1936 y luego las sucesivas entregas se interrumpieron en varias
ocasiones en función de la coyuntura internacional europea (que determinaron, por
ejemplo, que el gobierno francés abriera o cerrara la frontera) y del creciente bloqueo
impuesto por la Armada sublevada en los puertos republicanos.85
Monedas acuñadas por los bandos en conflicto.

25 céntimos de 1937 del bando sublevado.

5 céntimos de 1937 del bando republicano.

Julio-octubre de 1936: avance sobre Madrid y campaña de


Guipúzcoa[editar]

El frente a los cuatro meses de la rebelión militar. Leyenda      Zona controlada por los
sublevados      República Española  Principales centros de los sublevados
 Principales centros de la República

Nada más conocerse el 17 de julio por la tarde que la sublevación militar había triunfado
en el Protectorado de Marruecos, el ministro de Marina José Giral (que dos días después
acabaría presidiendo el gobierno de la República tras la dimisión de Santiago Casares
Quiroga y del gobierno «relámpago» de Diego Martínez Barrio) ordenó que varios barcos
de guerra de la Marina se dirigieran al estrecho de Gibraltar para que bloquearan las
plazas de Ceuta, Larache y Melilla y evitar así el paso a la península de las tropas
coloniales. De la base de Cartagena salieron los destructores Almirante
Valdés, Lepanto y Sánchez Barcáiztegui, con orden de navegar a máxima potencia hasta
el estrecho.86 Gracias a que las dotaciones de esos barcos se rebelaron contra sus
oficiales, que estaban comprometidos en el golpe, los sublevados no pudieron disponer
inicialmente del Ejército de África, compuesto por la Legión Extranjera y
los regulares (tropas formadas por marroquíes mandados por oficiales españoles).82
El mismo día 19 de julio en que fue sofocada la rebelión en Madrid, salieron de la capital
hacia la sierra de Guadarrama varias columnas compuestas por milicianos y por tropas de
las unidades militares que habían sido disueltas por orden del gobierno para evitar que se
pudieran sumar a la sublevación. Allí consiguieron impedir que las columnas de los
sublevados enviadas por el general Mola desde Castilla y León y desde Navarra
consiguieran atravesar los puertos de montaña de la sierra madrileña y llegar a la capital.87
El frente norte de Madrid quedó así estabilizado hasta el final de la guerra.88 Esta primera
campaña de la Guerra Civil fue conocida con el nombre de batalla de Guadarrama.89
Desde Barcelona, también una vez sofocada la rebelión, salieron varias columnas
formadas rápidamente por las organizaciones obreras y los partidos de izquierda para
dirigirse a Aragón. Junto con las columnas del POUM y del PSUC (y una de Esquerra
Republicana de Catalunya que salió desde Tarragona), el contingente más importante lo
aportaron las milicias confederales de las organizaciones anarquistas
(CNT, FAI, Juventudes Libertarias). La primera y más numerosa fue la columna Durruti, así
llamada porque estaba encabezada por el líder de la FAI Buenaventura Durruti, que salió
de Barcelona el día 24 en dirección a Zaragoza. Las también anarquistas columna
Ascaso y columna Los Aguiluchos de la FAI salieron en dirección a Huesca. pero ninguna
de ellas consiguió alcanzar sus objetivos de liberar las tres capitales aragonesas (desde
Valencia había salido hacia Teruel la columna de Hierro), y el frente de Aragón quedó
estabilizado, aunque los anarquistas llevaron la revolución a la mitad oriental de Aragón
donde crearon el Consejo Regional de Defensa de Aragón.90
También desde la ciudad condal se organizó una expedición a las islas Baleares, de las
que solo Menorca continuaba republicana. La operación iniciada el 8 de agosto al mando
del capitán Bayo tuvo un éxito inicial al conseguir ocupar una franja de la costa de
Mallorca, pero el desembarco de Mallorca acabó en un completo fracaso.90 Otro fracaso
fue la ofensiva de Córdoba, «donde la situación estaba indecisa, lo que constituyó una de
las pocas iniciativas estratégicas republicanas». Fue organizada desde Albacete por
el general Miaja, cuyo jefe de Estado Mayor era el teniente coronel José Asensio Torrado,
pero el avance se detuvo pronto (el general Miaja situó su cuartel general en Montoro) y
los republicanos no pudieron reconquistar la Andalucía occidental, en manos de los
sublevados especialmente después de la llegada de los primeras unidades procedentes
del Protectorado de Marruecos.90
La situación de bloqueo en que se encontraba el Ejército de África (la principal fuerza de
combate con que contaban los sublevados para tomar Madrid, una vez detenidas las
columnas del general Mola en la sierra de Guadarrama) se pudo superar gracias a la
rápida ayuda que recibieron los sublevados de la Alemania nazi y de la Italia fascista. El 26
de julio llegaron a Marruecos los primeros veinte aviones de transporte alemanes Junker,
que se podían convertir fácilmente en bombarderos, acompañados por cazas, y, cuatro
días después, el 30 de julio, los primeros nueve cazabombarderos italianos. Con estos
medios aéreos el general Franco, jefe de las fuerzas sublevadas de Marruecos, pudo
organizar un puente aéreo con la península para transportar a los legionarios y a los
regulares, y además conseguir la superioridad aérea en el estrecho. Así pues, el 5 de
agosto pudo cruzarlo con una pequeña flota llamada por la propaganda de los sublevados
«Convoy de la Victoria».10 Sin embargo, el desbloqueo completo del paso del estrecho no
se produciría hasta más tarde, cuando el gobierno republicano decidió transferir la mayoría
de sus barcos de guerra al Cantábrico, lo que según el historiador Michael Alpert
constituyó «quizá el mayor error de la Guerra Civil». Esta decisión estuvo motivada, entre
otras razones, por la negativa de Gran Bretaña, que contaba con la flota naval de guerra
más importante del Mediterráneo, a que el gobierno republicano detuviera el tráfico neutral
dirigido al territorio enemigo, por lo que los buques de guerra republicanos no podrían
impedir que los barcos mercantes alemanes e italianos desembarcaran material de guerra
en los puertos de Ceuta, Melilla, Cádiz, Algeciras o Sevilla, controlados por los
sublevados.10
Milicianas republicanas haciendo un descanso en los combates en el verano de 1936

El 1 de agosto el general Franco da la orden de que las columnas de legionarios, moros
regulares y voluntarios avancen en dirección norte desde Sevilla para dirigirse a Madrid a
través de Extremadura, teniendo el flanco izquierdo protegido por la frontera de Portugal,
cuyo régimen salazarista apoyaba a los sublevados. Siguiendo esta ruta para llegar a la
capital se unirían las dos zonas controladas por los sublevados. Se inicia así la Campaña
de Extremadura.10 La llamada «columna de la muerte»91 a causa de la brutal represión
que aplicó en las localidades extremeñas que fue ocupando, y cuyo hecho más destacado
fue la matanza de Badajoz, avanzó rápidamente a un promedio de 24 kilómetros por día.
El 10 de agosto tomó Mérida y el 15 Badajoz, estableciendo a continuación contacto con
las fuerzas sublevadas del norte. El avance se volvió entonces en dirección noreste para
alcanzar el valle del Tajo y el 2 de septiembre caía Talavera de la Reina, ya en la provincia
de Toledo.92 El rápido avance de los sublevados hacia Madrid, unido a la noticia de la
inminente caída de Irún (con lo que el norte quedaría completamente aislado del resto de
la zona republicana), provocaron que el presidente José Giral, sintiéndose falto de apoyos
y de autoridad, presentara la dimisión al presidente de la República Manuel Azaña. El 5 de
septiembre se formaba un nuevo gobierno de «unidad antifascista» presidido por el
socialista Francisco Largo Caballero, que asumió personalmente la cartera de Guerra, con
el objetivo prioritario de organizar un ejército que pudiera detener el avance de los
sublevados y ganar la guerra.93
La rapidez con que cayeron una tras otra las poblaciones en el avance por Extremadura y
el Tajo se debió fundamentalmente a que el Ejército de África estaba integrado por las
tropas mejor entrenadas y curtidas en combate (legionarios y regulares), quizá las únicas
verdaderamente profesionales en los primeros caóticos meses de guerra.94 En cambio las
fuerzas republicanas estaban integradas en su mayoría por milicianos a los que les faltaba
adiestramiento militar. «Eran indisciplinadas y tendían a huir, presas del pánico,
abandonando las armas, las cuales constituían fusiles y piezas sueltas de artillería, dado
que el desbarajuste originado en la capital por la sublevación no permitía una adecuada
planificación militar. En julio y agosto se perdió mucho material militar. En contraste, los
sublevados se armaban cada vez más con material extranjero, aparte del que tomaban al
enemigo».92 Además los milicianos, cuya inmensa mayoría procedía de las organizaciones
obreras y los partidos de izquierda, desconfiaban de los militares profesionales que
pretendían mandarlos y por motivos ideológicos rechazaban la disciplina y la organización
militares, a excepción de los comunistas que propugnaban la completa militarización de las
milicias y la creación de un Ejército Popular siguiendo el modelo del Quinto
Regimiento organizado por ellos.95
Heinrich Himmler visitando el alcázar de Toledo junto a José Moscardó en octubre de 1940, un año
y medio después del fin de la guerra civil.

El 21 de septiembre el Ejército de África tomaba el pueblo de Maqueda, a menos de 60


kilómetros de Madrid. Ese mismo día se reunían los generales sublevados en una finca de
los alrededores de Salamanca para nombrar al general Franco como mando único y
supremo de las fuerzas sublevadas. Una semana después volverían a reunirse para
dilucidar el mando político. En ese intervalo de tiempo, el general Franco decidió desviar
hacia Toledo las columnas que avanzaban hacia Madrid para levantar el asedio del
Alcázar de Toledo, donde guardias civiles y algunos pocos cadetes de la Academia de
Infantería al mando del director de la Escuela Central de Educación Física, el coronel José
Moscardó, llevaban dos meses resistiendo los ataques republicanos.96 Esta decisión, que
según algunos historiadores hizo perder a los sublevados la posibilidad de tomar Madrid
antes de que se organizase su defensa,97 ha suscitado un debate entre los historiadores.
Para una buena parte de ellos fue una decisión más política que militar, pues afianzó el
prestigio del general Franco ante sus compañeros cuando se estaba discutiendo ya el
mando único político.97 «El Alcázar encerraba un tesoro de legitimidad simbólica: academia
militar, los sitiados resistían en medio de las ruinas, con los muros de la poderosa fábrica
medio destruidos, refugiados en los sótanos. Con su liberación, Franco recibió un enorme
capital político: el Alcázar era el símbolo de la salvación de España que, como una mártir,
resucitaba del sepulcro al que la habían conducido sus enemigos».98 Además tuvo un
enorme valor propagandístico para la causa de los sublevados. «Del Alcázar se hizo
posteriormente un mito por los franquistas, cuyos principales extremos —el episodio de los
diálogos de Moscardó y su hijo en manos de los asediadores, por ejemplo— están hoy
absolutamente desacreditados».97 Sin embargo algunos historiadores afirman que también
tuvo una motivación militar. «Parece convincente la explicación usual: el compañerismo
militar y el valor propagandístico de rescatar a los asediados en el Alcázar imponían
levantar el asedio cuanto antes. Es posible que hubiera motivos políticos, no separados de
la ambición de Franco de ser generalísimo y jefe civil, que impusieran ese gesto heroico.
Ahora bien, el hecho de tomar primero Toledo podía justificarse militarmente: asegurar
esta ciudad permitiría atacar Madrid desde el sur y el este, protegiendo los flancos por el
Tajo y contando con dos carreteras de primera categoría en lugar de una».96 El mismo día
que era levantado el asedio, el 28 de septiembre, el general Franco era nombrado por sus
compañeros de sublevación no solo «generalísimo de las fuerzas nacionales de tierra, mar
y aire», sino también «jefe del Gobierno del Estado Español, mientras dure la guerra».97
El día 8 de octubre, el Ejército de África alcanzó San Martín de Valdeiglesias, a unos
cuarenta kilómetros de Madrid, donde tomó contacto con las fuerzas sublevadas del norte
al mando del general Emilio Mola, que acababa de finalizar la campaña de
Guipúzcoa tras tomar Irún, el 5 de septiembre y San Sebastián el 13 de septiembre,
quedando el norte republicano rodeado por tierra por los «nacionalistas». Así pues, a
principios de octubre, las fuerzas sublevadas se habían desplegado en un semicírculo
alrededor de Madrid que partía de Toledo al sur y alcanzaba el noroeste a unos diez
kilómetros al norte de El Escorial, y que se encontraba entre 40 y 55 kilómetros de la
capital. Aunque las fuerzas republicanas opusieron mayor resistencia gracias a la
reorganización militar emprendida por el gobierno Largo Caballero (con la formación de las
Brigadas Mixtas al mando en su mayoría de militares de carrera y en las que fueron
encuadradas las milicias, una militarización acompañada de la creación de la figura de los
comisarios políticos), las fuerzas «nacionales» fueron estrechando el semicírculo que
atenazaba la capital (mientras que en el norte el 17 de octubre rompían el cerco de
Oviedo) y a principios de noviembre llegaron a los barrios del sur de Madrid. «El ataque a
Madrid marcó el final del primer periodo de la guerra».99

Noviembre de 1936-marzo de 1937: la batalla de Madrid y la


toma de Málaga[editar]

Puente de los Franceses, sobre el río Manzanares. Disputado puente durante la batalla de Madrid.

A primeros de noviembre los sublevados daban por hecho la toma de la capital del
país. Radio Lisboa llegó a anunciar de forma precipitada, a comienzos de ese mes, la
caída de la ciudad (narrando incluso la entrada triunfal de Franco a lomos de un caballo
blanco).100 Ya el 5 de noviembre la columna jurídica que iba a encargarse de la represión
de los republicanos (ocho consejos de guerra, dieciséis juzgados instructores y una
Auditoría del Ejército de Ocupación), comandada por el coronel Ángel Manzaneque y
Feltrer, se agrupó en Navalcarnero -a treinta kilómetros de Madrid- para aguardar la
inminente victoria de las tropas franquistas.101
El 6 de noviembre, cuando parecía que el ejército sublevado estaba a punto de entrar en
Madrid, el gobierno de Largo Caballero decidió trasladarse a Valencia, encomendando la
defensa de la ciudad al general Miaja que debería formar una Junta de Defensa de Madrid.
«Una salida precipitada, mantenida en sigilo, sobre la que no se dio explicación pública
alguna».102 «Quienes se quedaron en Madrid no pudieron interpretar estos hechos sino
como una vergonzosa huida... sobre todo porque los madrileños fueron capaces de
organizar su defensa».103 Dos días después comenzó la batalla de Madrid.
Dado que las fuerzas de los sublevados no eran superiores a las fuerzas republicanas que
defendían Madrid (unos 23 000 soldados), la penetración en la capital tendría que ser
rápida y en un frente muy estrecho. Una columna atravesaría el río Manzanares al norte
del puente de los Franceses y avanzaría por la Ciudad Universitaria de Madrid para luego
bajar por el paseo de la Castellana. Otra columna cruzaría el parque del Oeste para seguir
por los bulevares y llegar a la plaza de Colón. Y una tercera cruzaría el barrio de
Rosales para alcanzar la plaza de España y la calle Princesa. Para apoyar este avance se
consideraba fundamental tomar el cerro de Garabitas en la Casa de Campo donde se
podía situar la artillería y desde allí bombardear la ciudad. El éxito de la operación
dependía de que los republicanos creyeran que el ataque se produciría por el sur y
concentraran allí sus fuerzas, pero en la noche de 7 al 8 de noviembre, precisamente en el
momento que iba comenzar la batalla de Madrid, el teniente coronel Vicente Rojo, jefe del
Estado Mayor de la defensa de Madrid, conoció los planes de los atacantes gracias a los
papeles encontrados en el cadáver de un oficial italiano del ejército sublevado.104
Entre los días 8 y 11 de noviembre se produjeron violentos combates en la Casa de
Campo. El día 13 los sublevados ocupaban el cerro de Garabitas y dos días después
lograban cruzar el río Manzanares adentrándose en la Ciudad Universitaria. Pero de allí no
pudieron pasar gracias a la resistencia que presentaron las fuerzas republicanas,
reforzadas por la llegada de las primeras Brigadas Internacionales, de unidades de
tanques soviéticos T-26 (cuya primera intervención se había producido en la batalla de
Seseña) y de 132 aviones rusos «Moscas» y «Chatos» que disputaron la superioridad
aérea a los 117 aviones de la Legión Cóndor alemana. El 23 de noviembre el general
Franco desistió de continuar el infructuoso ataque frontal a la capital y el frente quedó ese
día estabilizado.105

Tanque soviético T-26 usado por las fuerzas republicanas

«La resistencia de Madrid cambió el signo de la guerra. Ya no sería un conflicto de rápidos


movimientos envolventes, sino de batallas a gran escala, de maniobras tácticas para
alcanzar objetivos estratégicos, en las que unos cuantos centenares de metros de terreno
tendrían significado y cuyo modelo sería la Primera Guerra Mundial, más que las
campañas coloniales, única forma de guerra que los españoles conocían de modo
directo».106
Al fracasar el ataque frontal los sublevados decidieron envolver Madrid por el noroeste
concentrando sus fuerzas para cortar la carretera de La Coruña e intentar penetrar por allí
en Madrid. En el primer intento que tuvo lugar a finales de noviembre (primera batalla de la
carretera de La Coruña) solo consiguieron avanzar tres de los siete kilómetros previstos,
quedando detenido el ataque. El segundo intento tuvo lugar en diciembre (segunda batalla
de la carretera de La Coruña) y también resultó un fracaso. El tercer y último intento (la
conocida como tercera batalla de la carretera de La Coruña) tuvo lugar a principios de
enero de 1937 y constituyó la «primera batalla importante de la Guerra Civil en campo
abierto».107 Los sublevados organizaron un importante ejército, llamado División Reforzada
de Madrid, que contaba con tanques italianos, baterías antitanque para contrarrestar los T-
26 soviéticos y artillería pesada. Frente a ella los republicanos desplegaron un ejército
compuesto de cinco divisiones, cada una con tres brigadas, aunque algunas no estaban
completas y muy pocas estaban mandadas por oficiales de infantería de carrera (para
mandar las cinco divisiones se tuvo que recurrir a dos oficiales retirados por la ley
Azaña de 1931, a dos oficiales provenientes de las fuerzas de seguridad, y a un miliciano,
el comunista Juan Modesto). Entre los días 6 y 9 de enero la División Reforzada atacó
hacia el norte y luego giró al este al llegar a la carretera de La Coruña, pero las fuerzas
republicanas resistieron y los «nacionales» tuvieron que desistir en su avance.108
Fracasado el intento de envolver Madrid por el noroeste, los sublevados lo intentan por el
sureste avanzando hacia el río Jarama para cortar la vital carretera de Valencia, por donde
llegaban a Madrid la mayoría de sus suministros. La batalla del Jarama se inició el 4 de
febrero con el ataque por unidades de la Legión Española y fuerzas regulares marroquíes,
apoyadas por carros de combate, a las posiciones republicanas. El 11 de febrero tomaban
el puente de Pindoque defendido por la compañía «André Marty» de la XII Brigada
Internacional que tuvo 86 muertos. Los sublevados prosiguieron su avance pero las
fuerzas republicanas apoyadas por unidades de tanques soviéticos dirigidos por el general
«Pablo» (el general Rodímtsev) y el dominio del aire de la aviación republicana gracias a
los «Chatos» les obligó a detenerse y renunciar a alcanzar la línea Arganda-Morata de
Tajuña. Sin embargo los republicanos no pudieron recuperar el terreno perdido y el frente
quedó estabilizado el 23 de febrero de 1937. Fue el final de la batalla del Jarama.109
Mientras se iniciaba la batalla del Jarama, se producía la toma de Málaga por los
sublevados el 8 de febrero de 1937, gracias especialmente a la intervención de las
unidades motorizadas de la división de milicias fascistas italianas («legionari» del
CTV, Corpo di Truppe Volontarie) que había comenzado a llegar a España dos meses
antes enviada por Mussolini, imbuido de la idea de que el soldado fascista era muy
superior al combatiente «rojo». El ataque había comenzado el 14 de enero de 1937
avanzando desde Ronda por el norte, siguiendo la carretera costera avanzando
hacia Marbella por el oeste (con el apoyo de los dos modernos
cruceros Baleares y Canarias que bombardeaban desde el mar y contra los que poco
podían hacer los destructores y los más viejos y peor armados cruceros republicanos) y
desde Granada hasta Alhama por el noreste. Aunque las milicias republicanas
consiguieron contener el ataque tierra adentro, el día 5 de febrero convergieron varias
columnas sobre Málaga encabezadas por las fuerzas italianas. Esto obligó a retirarse a las
milicias a la capital pero allí faltas de mandos, de fortificaciones para la defensa y del
apoyo de la flota republicana no tuvieron más remedio que emprender la huida hacia el
este por la carretera costera de Málaga y Almería acompañadas de miles de civiles
mientras eran ametrallados y bombardeados por la aviación italiana y los barcos de guerra
de los sublevados. A los pocos días los sublevados llegaban a Motril haciendo numerosos
prisioneros y obteniendo grandes cantidades de material.110 «Para el Gobierno
republicano, la derrota demostró una profunda ineficacia y una falta de energía moral y
señaló el comienzo de la decepción de los comunistas con respecto a la actuación
de Largo Caballero como Jefe de Gobierno y ministro de la Guerra. Las salpicaduras
llegaron a los mandos que Largo había nombrado, los cuales fueron procesados como
resultado de las investigaciones llevadas a cabo después del desastre».111

Artilleros italianos del bando sublevado disparando un cañón en la batalla de Guadalajara.

El tercer y último intento de envolver Madrid fue una iniciativa del Corpo di Truppe
Volontarie (CTV) fascista italiano, a la que accedió el generalísimo Franco, y que dio lugar
a la batalla de Guadalajara. La idea italiana de la ofensiva era atacar Madrid desde el
noreste dirigiéndose a Guadalajara y una vez tomada esta ciudad cortar la carretera de
Valencia y entrar en la capital. Para esta operación, en la que se seguiría la táctica de lo
que los generales italianos llamaban «guerra relámpago» (las previsiones eran que en una
semana, entre el 8 y el 15 de marzo de 1937, Madrid sería conquistada), se desplegaron
buena parte de los de los 48 000 soldados con que contaba entonces el CTV (integrados
en cuatro divisiones con 4000 vehículos, 542 cañones y 248 aviones).112
Soldados italianos del Corpo Truppe Volontarie durante la batalla de Guadalajara

El día 8 de marzo comenzó el ataque y en la noche del 9 al 10 de marzo la 3.ª División


italiana tomaba Brihuega y el día 11 Trijueque encontrando una fuerte resistencia de las
fuerzas republicanas, entre las que se encontraban la XI y la XII Brigadas
Internacionales (de las que formaba parte el batallón Garibaldi integrado por italianos
antifascistas), apoyadas por las unidades de tanques soviéticos y por la aviación, y
ayudadas por el mal tiempo (los suelos embarrados por la lluvia dificultaba el avance de
los vehículos e impedía el despegue de los aviones de los campos encharcados, mientras
que los aviones republicanos sí disponían de campos de aviación utilizables). El 12 de
marzo las tropas republicanas lanzaron una contraofensiva que hizo huir desmoralizada a
la 3.ª División italiana y permitió recuperar en los días siguientes Trijueque y Brihuega,
apoderándose de material abandonado por los italianos. El día 19 de marzo las fuerzas
republicanas detuvieron su avance y organizaron líneas de defensa. El 23 de marzo
terminó la batalla de Guadalajara que la prensa internacional liberal y de izquierdas llamó
la «primera victoria contra el fascismo», destacando el hecho de que muchos «legionari»
del CTV habían sido capturados por los «garibaldini» de las Brigadas Internacionales.112
«Con la ayuda rusa la República había podido responder a la amenaza que suponía la
llegada de armamento desde Italia y Alemania para el bando nacional. El Ejército
Popular ya no consistía en bandas sueltas de milicianos con improvisados mandos. Había
demostrado saber retirarse a fortificaciones preparadas, resistiendo con pequeñas
retaguardias a la espera de refuerzos. Responder a esta técnica iba a exigir otras
capacidades de las que poseía el CTV».113

Marzo-noviembre de 1937: la campaña del Norte y las


batallas de Brunete y Belchite[editar]
Véanse también: Guerra Civil Española en el País Vasco y  Guerra Civil Española en
Cantabria.

Mapa de la Campaña del Norte

La batalla de Guadalajara fue el último intento del bando sublevado de tomar Madrid y solo


una semana después de su final se inició la Campaña del Norte, el ataque de las fuerzas
sublevadas contra la franja cantábrica que permanecía fiel a la República pero que estaba
aislada por tierra del resto de la zona republicana. El objetivo de los «nacionales» era
controlar sus importantes recursos mineros e industriales (especialmente las siderurgias y
las fábricas de armas), además de que su conquista permitiría trasladar la flota sublevada
al Mediterráneo para intentar detener el tráfico marítimo que se dirigía a los puertos
republicanos.114 La ofensiva de las fuerzas sublevadas al mando del general Mola (unos
28 000 efectivos, incluidos los de las unidades del Corpo Truppe Volontarie italiano,
apoyados por 140 aviones italianos y alemanes de la Legión Cóndor) se inició el 31 de
marzo de 1937 desde las posiciones alcanzadas en octubre de 1936 en la campaña de
Guipúzcoa, que se situaban a unos 35 kilómetros al oeste de San Sebastián, sobre las
defensas de Vizcaya que había organizado el gobierno vasco presidido por José Antonio
Aguirre desde octubre de 1936 tras haber aprobado las Cortes republicanas el Estatuto de
Autonomía del País Vasco. El Ejército Vasco reclutado por Aguirre rechazaba la autoridad
del general Francisco Llano de la Encomienda que era el jefe del Ejército del Norte, que
teóricamente agrupaba a todas las fuerzas de Vizcaya, Santander y Asturias, y actuaba de
forma independiente (en él no existía la figura del comisario político y tenía pocos mandos
profesionales).115

Bombardeo de Guernica, el 26 de abril de 1937

En la primera ofensiva de la campaña de Vizcaya las fuerzas «nacionales», aunque


contaban con la superioridad naval y aérea (el grueso de la flota republicana se
encontraba en el Mediterráneo y solo había un pequeño número de cazas soviéticos),
avanzaron relativamente poco debido a la fuerte resistencia que encontraron y a las malas
condiciones meteorológicas. La segunda ofensiva iniciada el 20 de abril tuvo más éxito
alcanzando cinco días después la línea Guernica-Durango. El día 26 de abril, tras
haber bombardeado Jaén y Durango los días anteriores, se produjo el bombardeo de
Guernica por aviones alemanes de la Legión Cóndor y aviones italianos del CTV causando
muchas víctimas civiles y una enorme destrucción porque además de las bombas
convencionales utilizaron bombas incendiarias. Tres días después las fuerzas
«nacionales» ocupaban la ciudad y el día 30 de abril llegaban a Bermeo.116
Artículo principal: Batalla de Bilbao

Entonces ambos ejércitos se reorganizaron (el «lehendakari» Aguirre en persona asumió


el mando supremo del ejército vasco) para atacar y defender respectivamente el conjunto
de las fortificaciones alrededor de Bilbao, el llamado «Cinturón de Hierro», que sin
embargo había perdido gran parte de su utilidad porque el ingeniero que las había
diseñado, Alejandro Goicoechea, se había pasado al bando sublevado con los planos de
las mismas. Gracias a ellos, los «nacionales» pudieron penetrar por sus puntos débiles
mientras la ciudad de Bilbao era bombardeada por la artillería pesada y por la aviación (el
17 de junio cayeron veinte mil obuses117). Finalmente Bilbao cayó el 19 de junio, sin que el
gobierno de Valencia, presidido desde el 17 de mayo por el socialista Juan Negrín tras
superar la crisis republicana de los «sucesos de mayo de 1937» hubiera podido organizar
algún ataque en otros frentes que hubiera dificultado la gran concentración de medios
terrestres y aéreos desplegada por los «nacionales» en la Campaña de Vizcaya.118
Por fin a principios de julio las fuerzas republicanas lanzaron una ofensiva en el frente de
Madrid para aliviar la presión del ejército «nacionalista» en el norte. Así el 6 de julio
comienza la batalla de Brunete llamada así porque la lucha por la conquista de ese pueblo
situado al oeste de Madrid por los republicanos (que pretendía seguir después en dirección
sureste para encontrarse con las otras fuerzas gubernamentales que avanzarían desde el
sur de la capital, lo que de tener éxito obligaría a los «nacionales» a ordenar un repliegue
general de sus fuerzas si no querían verse cercados) se convirtió en el elemento central de
los combates. El ataque hacia Brunete fue lanzado por el reorganizado V Cuerpo de
Ejército republicano al mando del comandante de milicias Juan Modesto apoyado por
unidades de tanques T-26 soviéticos que ocupó la localidad casi sin resistencia, pero el
general Franco reaccionó rápidamente y envió unidades de la Legión y de Regulares más
las brigadas de Navarra y unos 150 aviones italianos y alemanes retirados del frente del
norte, deteniéndose así el ataque hacia Santander. Esto permitió a las fuerzas nacionales
realizar el contraataque.119 «Empezó así una batalla de desgaste bajo el tremendo sol
veraniego, sin sombra ni agua, que terminó arrojando un saldo de 40 000 bajas. La dura
batalla concluyó el 26 de julio, por puro agotamiento. El Ejército Popular
Republicano había retenido importantes sectores del territorio que había conquistado...
aunque perdió Brunete. (...) [La batalla de] Brunete coincidía con el aniversario del
principio de la guerra. A partir de unas cuantas columnas sublevadas que luchaban
contra milicias improvisadas se habían formado dos ejércitos con un considerable apoyo
de artillería y aviación».120
Terminada la batalla de Brunete las fuerzas «nacionales» se reorganizaron y reanudaron
la Campaña del Norte atacando Santander desde el sur por el puerto de montaña
de Reinosa y desde el este siguiendo la costa. La batalla de Santander comenzó el 14 de
agosto con el ataque a Reinosa que fue ocupada solo dos días después y cuya fábrica de
armamento no fue destruida por los republicanos en su retirada en desbandada. La
resistencia republicana en la costa también se desplomó rápidamente ante el avance de
las unidades del CTV italiano gracias especialmente a la superioridad aérea (los
republicanos no pudieron enviar aviación a aquella zona debido a la lejanía de las bases)
cuyos continuos bombardeos destrozaron y desmoralizaron a las fuerzas republicanas
mandadas por el general Mariano Gamir Ulibarri nombrado el 6 de agosto. El 24 de
agosto, solo diez días después de iniciada la ofensiva, la ciudad de Santander (donde
escaseaban los víveres y el combustible debido al bloqueo naval de la armada sublevada)
fue ocupada después de que las fuerzas de orden público, una vez evacuados los
mandos, izaron bandera blanca.121 «La historia de la campaña de Santander es la de un
continuo avance, con ocasionales y breves resistencias. Fueron muchos los prisioneros y
los que se «pasaron», lo que daba fe del estado de desmoralización de las filas
republicanas».122

Mapa del entorno donde se desarrolló la batalla de Belchite con indicación de las situaciones inicial y
final.

La segunda ofensiva republicana para aliviar la presión de los «nacionales» en el Norte


llegó tarde pues comenzó el mismo día de la caída de Santander. Esta vez se desarrolló
en el frente de Aragón, que se mantenía prácticamente inalterado desde el inicio de la
guerra cuando las columnas de milicias confederales anarquistas y del POUM salieron de
Cataluña y ocuparon la mitad oriental de Aragón (donde crearon un ente casi
independiente llamado Consejo de Aragón) aunque no consiguieron su objetivo de
conquistar Zaragoza, y que tras los «sucesos de mayo de 1937» habían sido incorporadas
a las unidades regulares del Ejército del Este. El 24 de agosto comenzó la ofensiva de
Zaragoza cuyo propósito era romper el frente y alcanzar la capital aragonesa, lo que
obligaría al general Franco a suspender su ofensiva del Norte. Al norte del Ebro combatían
las divisiones anarquistas y al sur las comunistas dirigidas por Enrique Líster y los dos
generales internacionales Walter y Kleber. Después de la toma de los pueblos
de Codo y Quinto cercaron Belchite el día 26, dando inicio a la batalla de Belchite el hecho
bélico más destacado de la campaña. Los «nacionales» que defendían el pueblo
resistieron encarnizadamente hasta el 3 de septiembre. Cuatro días antes los
«nacionales» habían iniciado la contraofensiva que al norte del Ebro hizo retroceder a las
divisiones anarquistas y al sur en Fuentes de Ebro, un pueblo situado a 26 kilómetros
de Zaragoza, consiguió derrotar a las unidades de tanques soviéticos BT5 y a la XV
Brigada Internacional.123
Aunque Belchite permaneció en manos de los republicanos los dos objetivos de la ofensiva
de Zaragoza no se consiguieron: ni se tomó la capital aragonesa ni se detuvo el avance
«nacionalista» en el frente norte. Tras la ocupación de Santander se inició el 1 de
septiembre la ofensiva de Asturias por la costa y por el interior para poner fin al último
territorio de la franja norte republicana. Unos días antes se había formado
en Gijón (Oviedo continuaba ocupada por los «nacionalistas» desde el inicio de la guerra)
el Consejo Soberano de Asturias y León bajo la presidencia del socialista Belarmino
Tomás, uno de los antiguos dirigentes de la Revolución de Asturias de octubre de 1934,
que intentó organizar la defensa, pero su situación eran tan difícil como la de Santander.
Los asturianos no tenían apoyo naval (solo disponían del destructor  Císcar) ni apoyo
aéreo (los pocos aviones con que contaban eran muy inferiores a los de los atacantes) y
estaban sometidos al bloqueo naval de la armada sublevada lo que había provocado
problemas de abastecimientos civiles y militares agravados por la presencia de unos
300 000 refugiados procedentes de otras zonas ocupadas por las tropas «nacionales». Así
pues la resistencia al avance «nacionalista» fue muy difícil de mantener por la carencia de
material y alimentos y por el abandono de la zona desde aire y mar y la desmoralización
de las tropas dio lugar a retiradas desordenadas a causa del pánico. Sin embargo hasta el
21 de octubre124 no fue tomado Gijón, el último reducto de la Asturias republicana y de todo
el norte.125 La mayoría de los prisioneros del Frente Norte fueron recluidos en el campo de
Miranda de Ebro.
Las consecuencias de la victoria «nacionalista» en la Campaña del Norte fueron muy
importantes para el curso de la guerra. «Franco pudo concentrar todas sus fuerzas en el
centro de España y en el Mediterráneo, y obtuvo el beneficio de una industria no destruida.
La victoria restableció el orgullo de Mussolini [perdido por la derrota de la batalla de
Guadalajara, que en adelante cooperaría de buena gana con Franco. La opinión
internacional juzgaba que, una vez perdido el norte, la victoria era cuestión de tiempo».126
En noviembre de 1937 el gobierno republicano de Juan Negrín decidió trasladarse de
Valencia a Barcelona (donde desde noviembre de 1936 ya se encontraba el presidente de
la República Manuel Azaña) para «poner en pleno rendimiento la industria de guerra»
catalana, que en los meses siguientes quedó bajo la autoridad directa del gobierno de la
República, para que supliera la pérdida de las importantes fábricas de armamento de
Vizcaya, Cantabria y Asturias, y también para «asentar definitivamente la autoridad del
gobierno en Cataluña», lo que relegó al gobierno de la Generalidad de Lluís Companys a
un papel secundario.127

Diciembre de 1937-noviembre de 1938: de la batalla de Teruel


a la batalla del Ebro[editar]
Véanse también: Batalla de Teruel  y  Batalla del Ebro.

El 12 de diciembre de 1937, la 11 División republicana al mando del jefe miliciano


comunista Enrique Líster corta las de vías de comunicación de la ciudad de Teruel con la
retaguardia «nacional». Así da comienzo la batalla de Teruel, cuya estrategia ha sido
diseñada por el Jefe del Estado Mayor republicano, el coronel Vicente Rojo. El objetivo es
conquistar este saliente que en las líneas enemigas representaba Teruel además de
impedir el ataque de los «nacionales» contra Madrid previsto para el día 18 de diciembre y
alcanzar un éxito militar como era tomar una capital de provincia en manos de los
sublevados desde el inicio de la guerra para fortalecer la confianza interior y exterior en la
causa republicana tras la derrota de la Campaña del Norte en un momento en que la
llegada de material bélico de la Unión Soviética estaba reduciéndose a causa de las
dificultades que estaba encontrando para pasar la frontera francesa por la caída el
gobierno del socialista Leon Blum. El general Franco reaccionó inmediatamente para
romper el cerco de Teruel pero como no pudo conseguirlo en el primer intento tuvo que
enviar más fuerzas y suspender el ataque previsto sobre Madrid (con lo que uno de los
objetivos estratégicos republicanos de la ofensiva sobre Teruel se había conseguido). Las
bajas temperaturas y las nevadas dificultaron las acciones de los dos ejércitos e impidieron
que los «nacionales» rompieran el cerco, a pesar de gozar de superioridad aérea y
artillera, por lo que el coronel Domingo Rey d'Harcourt decidió rendirse el 8 de enero y las
fuerzas republicanas (la 46.ª División al mando del miliciano Valentín González «El
Campesino») ocuparon la ciudad.128 A partir de entonces las fuerzas «nacionales»
redoblaron sus ataques para reconquistar Teruel lanzando varias ofensivas que fueron
minando las defensas y la moral de las fuerzas republicanas. El 7 de febrero de 1938
alcanzaron la línea del río Alfambra y el 21 de febrero la ciudad estaba cercada. La
División 46 mandada por «El Campesino» escapó o huyó, según las diferentes versiones,
y la ciudad fue reconquistada por los «nacionales».129 «El valor de unos soldados bisoños
mal conducidos, armados y vestidos y enfrentados por rencores políticos [anarquistas
frente a comunistas] poco podía hacer contra tropas experimentadas y bien equipadas y,
sobre todo, contra los bombardeos».130 El coronel Vicente Rojo le escribió al ministro de
Defensa de la República Indalecio Prieto sobre la retirada de Teruel de la División 46:130
Tardaremos aún mucho tiempo para que los jefes de nuestro ejército se comporten como es debido.

Mapa de España en julio de 1938 después de la ofensiva de Aragón y cuando comenzó la batalla
del Ebro.
Leyenda      Zona controlada por los sublevados      República Española  Principales centros nacionalistas
 Principales centros republicanos

La batalla de Teruel mostró las debilidades del ejército republicano lo que indujo a Franco
a posponer definitivamente el ataque a Madrid para en su lugar lanzar la ofensiva de
Aragón contra Cataluña y Valencia. El ataque, que iba a extenderse por todo el frente de
Aragón, comenzó al sur del río Ebro el 9 de marzo donde el frente se derrumbó ante la
gran concentración de fuego artillero y de aviación. El día 14 el CTV tomaba Alcañiz y el
17 los «nacionales» tomaban Caspe, después de haber «reconquistado» Belchite. Lo
mismo sucedió al norte del Ebro donde tomaron Fraga el 27 de marzo y a principios de
abril llegaron a Lérida (donde la 101.ª Brigada Mixta mandada por el jefe miliciano Pedro
Mateo Merino impidió que cruzaran el río Segre por allí). Al norte de Lérida avanzaron
hasta el Noguera Pallaresa y establecieron cabezas de puente en Balaguer y Tremp. Una
vez alcanzadas esas posiciones Franco descartó dirigirse hacia Barcelona y optó por
avanzar hacia el Mediterráneo al sur de la desembocadura del Ebro, objetivo que
alcanzaron el 15 de abril al llegar a Vinaroz, con lo que la zona republicana quedó dividida
en dos.131
El fracaso de la batalla de Teruel y el derrumbe del frente de Aragón provocaron la crisis
de marzo de 1938 en el bando republicano cuando el presidente del gobierno Juan
Negrín intentó que Indalecio Prieto cambiara de ministerio y dejara el de Defensa ya que,
como el presidente de la República Manuel Azaña, Prieto consideraba que lo que había
sucedido mostraba que el ejército republicano nunca podría ganar la guerra y que había
que negociar una rendición con apoyo franco-británico. Pero al no conseguirlo Negrín le
pidió a Prieto que abandonara al gobierno,132 recomponiendo a continuación su gabinete el
6 de abril y asumiendo Negrín personalmente el Ministerio de Defensa,133 con el coronel
comunista Antonio Cordón como subsecretario de Guerra, que procedió a la
reorganización de las fuerzas republicanas agrupadas en dos grandes grupos de ejércitos,
en consonancia con la división de la zona republicana provocada por la llegada de los
«nacionales» al Mediterráneo: el GERC (Grupo de Ejércitos de la Región Centro-Sur) y
el GERO (Grupo de Ejércitos de la Región Oriental).134 Las posiciones del nuevo gobierno
de Negrín con vistas a unas posibles negociaciones de paz quedaron fijadas en su
«Declaración de los 13 puntos», hecha pública en la significativa fecha del 1º de mayo de
1938.135

Reemplazo republicano destinado al frente de Teruel

Una vez alcanzado el Mediterráneo, Franco decidió dirigir sus tropas contra Valencia en
lugar de contra Barcelona, sede del gobierno republicano, no porque temiera, según el
historiador Michael Alpert, que «Cataluña fuera un bocado difícil» sino porque «la
presencia de fuerzas alemanas e italianas en España hacía que un posible acercamiento
de Franco a la frontera francesa pudiera suscitar tensiones internacionales».136 Se inicia
así la ofensiva del Levante cuyo plan consistía en converger sobre Sagunto (a unos 20
kilómetros al norte de Valencia) avanzado por la costa desde Vinaroz y por el interior
desde Teruel, para desde allí tomar Valencia. La resistencia republicana fue dura
especialmente cuando las fuerzas «nacionales» tras conquistar Castellón de la Plana el 13
de junio alcanzaron la línea de fortificaciones llamada línea XYZ que se extendía
desde Almenara, unos kilómetros al norte de Sagunto, en la costa hasta el río Turia en el
interior. Allí las tropas «nacionales» tuvieron que detener su avance.137

Mapa de la zona donde se desarrolló la Batalla del Ebro

El 25 de julio de 1938 el republicano Ejército del Ebro, uno de los dos grandes cuerpos del
ejército de que se componía el recién creado GERO, cruza en barcazas por sorpresa el río
Ebro entre Mequinenza y Amposta con el objetivo de atacar desde el norte al ejército
«nacional» que se acercaba a Valencia. Fue el inicio de la batalla del Ebro que se
convirtió para ambos bandos en una dura lucha de desgaste.138 Aunque el paso del Ebro
por Amposta en la costa fue pronto liquidado por las fuerzas «nacionales» el grueso del
Ejército republicano llegó a las puertas de Gandesa en el interior pero no logró tomar esta
localidad debido a la fuerte resistencia que opusieron las unidades de regulares y
de legionarios que la defendían y sobre todo porque inexplicablemente la aviación
republicana no protegió el avance y la Legión Cóndor enviada rápidamente por el general
Franco dominó los aires y bombardeó y ametralló constantemente las posiciones
republicanas. Así que hacia el 2 o el 3 de agosto la maniobra republicana había fracasado
ya que no se iba a producir ninguna irrupción de unidades republicanas en el territorio
dominado por los sublevados.139 A partir de ese momento las operaciones se centraron en
la bolsa de territorio ganado por los republicanos al sur del Ebro, que estos defendieron a
toda costa mientras que los «nacionales» intentaban desalojarlos de allí (a pesar de que
algunos de los colaboradores del general Franco le aconsejaron que abandonara el frente
del Ebro una vez detenido el avance republicano y reemprendiera la campaña contra
Valencia, pero Franco pensó, sin embargo, «que con la ayuda constante que recibía desde
Alemania e Italia en aviación y artillería pesada, con su mayor flexibilidad logística (frente a
un enemigo que no podía llevar refuerzos a sus tropas por estar cerrada la frontera
francesa) y con el virtual bloqueo marítimo de las costas, podría destruir lentamente lo
mejor de las fuerzas de la República»).140 Después de tres meses de duros combates, que
causaron más de 60 000 bajas por cada bando, los republicanos tuvieron que retirarse y
volver a cruzar el Ebro en sentido contrario. El 16 de noviembre lo hacían las últimas
unidades poniendo fin así a la batalla del Ebro, la más larga de la guerra y que supuso una
nueva victoria para el bando sublevado.141
Mientras se desarrollaba la batalla del Ebro estalló la crisis de
los Sudetes de Checoslovaquia que podía conducir a la guerra en Europa. Negrín decidió
entonces retirar las Brigadas Internacionales para conseguir una actitud favorable hacia la
República de las potencias democráticas Francia y Gran Bretaña y lo mismo hizo el
general Franco al reducir la presencia de tropas italianas (aunque conservando lo que
realmente le interesaba de la ayuda fascista italiana: la artillería, la aviación y los carros de
combate) y garantizar a Gran Bretaña y Francia que se mantendría neutral si estallara la
guerra en Europa. Sin embargo el cierre de la crisis con los acuerdos de Múnich del 29 de
septiembre de 1938, según los cuales Checoslovaquia debería entregar los Sudetes a
Hitler, supuso una nueva derrota para la República en el plano internacional porque el
acuerdo significaba que las potencias democráticas, Francia y Gran Bretaña, continuaban
con su política de «apaciguamiento» respecto de la Alemania nazi, y si no intervenían para
defender a Checoslovaquia menos lo harían para ayudar a la República española.142143

Diciembre de 1938-febrero de 1939: ofensiva sobre


Cataluña[editar]
Véanse también: Guerra Civil Española en Cataluña  y  Ofensiva de Cataluña.

España en febrero de 1939 después de la caída de Cataluña.


Leyenda      Zona controlada por los sublevados      República Española  Principales centros nacionalistas
 Principales centros republicanos
Los dos ejércitos salieron muy quebrantados de la batalla del Ebro, pero los «nacionales»
lograron rehacerse rápidamente, estando, a principios de diciembre de 1938, preparados
para comenzar la ofensiva de Cataluña, «que sería la última significativa de la guerra»,144
en un momento en que tras los acuerdos de Múnich atacar Cataluña ya no implicaba el
peligro de una reacción francesa («Francia y Gran Bretaña habían aceptado, al menos
tácitamente, la continuación de la presencia italiana en España, y solo deseaban el fin del
conflicto. Por su parte, Franco había garantizado su neutralidad en caso de una guerra
general»).144
El ataque a Cataluña se retrasó a causa del mal tiempo y finalmente comenzó el 23 de
diciembre, avanzando desde el sur y desde el oeste, encontrando una fuerte resistencia
durante las dos primeras semanas. Sobre el día 6 de enero, los restos del Ejército del
Ebro habían quedado casi completamente diezmados, mientras que el otro grupo de
ejércitos del GERO, el Ejército del Este, se batía en retirada. El jefe del Estado Mayor
republicano, el general Vicente Rojo, proyectó una maniobra de diversión en la zona
centro-sur para aliviar la presión sobre Cataluña, pero fracasó (hubo que desistir del
desembarco en Motril por la debilidad de la flota republicana, «minada por la desidia, la
indisciplina y la falta de una clara dirección político-estratégica»; la ofensiva en el frente de
Extremadura tuvo escaso éxito dada la baja moral y la falta de material y de medios de
transporte que padecían los ejércitos de la zona centro-sur (GERC) al mando del general
Miaja).144
Así pues, a partir de la primera semana de enero de 1939 el avance de las tropas
«nacionales» fue prácticamente imparable (gracias de nuevo a la mejor preparación de sus
mandos intermedios —comandantes, tenientes-coroneles y coroneles—, a su superioridad
artillera y aérea por la presencia permanente de la Legión Cóndor y de la aviación italiana
y a que la flota sublevada bombardeó los puertos impidiendo la llegada de material para
las fuerzas republicanas). Los «nacionales» en su avance hacían cada vez mayor número
de prisioneros, lo que «siempre constituye un indicio de la descomposición de un
ejército».145 Artesa de Segre fue tomada el 4 de enero, Tárrega el 15, el 21 Villafranca del
Panadés, el 22 Igualada y el 24 alcanzaron el río Llobregat. Los destrozados ejércitos
republicanos se retiraron hacia la frontera francesa acompañados por una inmensa
muchedumbre de civiles y de funcionarios y de autoridades que colapsaba las carreteras.
El 26 de enero los «nacionales» sin encontrar apenas resistencia entraban en Barcelona,
abandonada por el gobierno y las autoridades militares que cruzaron la frontera francesa el
5 de febrero después de celebrar la última reunión de lo que quedaba de las Cortes
republicanas en el castillo de Figueras. Un día antes, el 4 de febrero, los «nacionales»
habían ocupado Gerona.146 El general Vicente Rojo Lluch comparó un año después desde
el exilio lo que había sucedido en Madrid en noviembre de 1936 y lo que había pasado en
Barcelona en enero de 1939:147
¡Qué ambiente tan distinto! ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Y qué decaimiento ahora! Barcelona
cuarenta y ocho horas antes de la entrada del enemigo era una ciudad muerta... [Se] perdió lisa y
llanamente porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil, ni en algunas tropas
contaminadas por el ambiente.

Entre el 5 y el 11 de febrero los últimos restos de los dos ejércitos republicanos


del GERO cruzaron ordenadamente la frontera deponiendo sus armas y siendo internados
a continuación en campamentos improvisados situados en las playas francesas a la
intemperie.148
Mientras las tropas republicanas cruzaban la frontera francesa, se producía la ocupación
de Menorca por los «nacionales» gracias a la intervención británica, la única que se
produjo en la Guerra de España.149 Para impedir que la estratégica isla de Menorca, que
durante toda la guerra había permanecido bajo soberanía republicana, pudiera caer bajo
dominio italiano o alemán, el gobierno británico aceptó la propuesta del jefe franquista de
la Región Aérea de las Baleares, Fernando Sartorius, conde de San Luis, para que un
barco de la Royal Navy lo trasladara a Mahón y negociar allí la rendición de la isla a
cambio de que las autoridades civiles y militares republicanas pudieran abandonarla bajo
protección británica. El gobierno británico puso en marcha la operación sin informar al
embajador republicano en Londres, Pablo de Azcárate (que cuando más tarde se enteró
presentó una protesta formal por haber prestado un buque británico a un «emisario de las
autoridades rebeldes españolas»). Así pues, en la mañana del 7 de febrero arribaba al
puerto de Mahón el crucero Devonshire con el conde de San Luis a bordo, donde se
entrevistó con el gobernador republicano el capitán de navío Luis González de Ubieta,
quien tras intentar infructuosamente contactar con Negrín, aceptó las condiciones de la
rendición al día siguiente. A las 5 de la madrugada del 9 de febrero el Devonshire partía de
Mahón rumbo a Marsella con 452 refugiados a bordo. Inmediatamente Menorca fue
ocupada por los «nacionales» sin que participara ningún contingente ni italiano ni alemán.
La intervención británica dio lugar a un acalorado debate en la Cámara de los Comunes el
13 de febrero durante el cual la oposición laborista acusó al gobierno conservador
de Neville Chamberlain de haber comprometido al Reino Unido en favor de Franco. Al día
siguiente el representante oficioso del general Franco en Londres, el duque de Alba, hizo
llegar al secretario del Foreign Office lord Halifax «la gratitud del generalísmo y del
gobierno nacional» por colaborar en «reconquistar Menorca».150

Febrero-marzo de 1939: la vuelta de Negrín y la resistencia


de la zona Centro-Sur[editar]
El día 9 de febrero cruzó la frontera francesa el presidente del gobierno, Juan Negrín, pero
en Toulouse cogió un avión para regresar a Alicante al día siguiente acompañado de
algunos ministros con la intención de reactivar la guerra en la zona centro-sur, el último
reducto de la zona republicana.151 Allí se desató una última batalla entre los que
consideraban inútil seguir combatiendo y los que todavía pensaban que «resistir es
vencer» (esperando que las tensiones en Europa acabaran estallando y Gran Bretaña y
Francia, por fin, acudirían en ayuda de la República española, o que al menos impondrían
a Franco una paz sin represalias),152 pero el cansancio de la guerra y el hambre y la crisis
de subsistencias que asolaba la zona republicana estaban minando la capacidad de
resistencia de la población.143 El problema para Negrín, que instaló su cuartel general en la
finca El Poblet en la localidad alicantina de Petrel (cuyo nombre en clave era «Posición
Yuste»), era cómo terminar la guerra sin combatir de manera distinta a la de entrega sin
condiciones. Su posición fue prácticamente insostenible cuando el 27 de febrero, Francia y
Gran Bretaña reconocieron al gobierno de Franco en Burgos como el gobierno legítimo de
España, y al día siguiente el presidente de la República Manuel Azaña que se encontraba
en la embajada española en París renunció a su cargo.153 Le sustituyó de forma provisional
por el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, que también se encontraba en
Francia.154
Mientas tanto estaba muy avanzada la conspiración militar y política contra el gobierno
Negrín dirigida por el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado,
convencido de que «sería más fácil liquidar la guerra a través de un entendimiento entre
militares» por lo que había entrado en contacto a través de la «quinta columna» con el
Cuartel General del «Generalísimo» Franco para una rendición del ejército republicano
«sin represalias» al modo del «abrazo de Vergara» de 1839 que puso fin a la primera
guerra carlista (con la conservación de los empleos y cargos militares, incluida). Algo a lo
que los emisarios del general Franco nunca se comprometieron. Casado consiguió el
apoyo de varios jefes militares, entre los que destacaba el anarquista Cipriano Mera, jefe
del IV Cuerpo de Ejército, y de algunos políticos importantes, como el socialista Julián
Besteiro, que también había mantenido contacto con los «quintacolumnistas» de Madrid.
Todos ellos criticaban la estrategia de resistencia de Negrín y su «dependencia» de la
Unión Soviética y del PCE, que eran los únicos que apoyaban ya la política de resistencia
de Negrín.154
Probablemente en conexión con la conjura casadista, el 4 de marzo se produjo
la sublevación de la base naval de Cartagena encabezada por militares profranquistas
alentados por la quinta columna que había desplegado una intensa actividad en la base y
en la ciudad. Durante el día 4 y el 5 tienen lugar combates entre los sublevados y los
resistentes republicanos. Y en medio de ellos, el almirante Miguel Buiza ordena a la flota
republicana que abandone el puerto y la dirige a la base naval de Bizerta en el
protectorado francés de Túnez, a pesar de que la sublevación había sido dominada en
Cartagena por las fuerzas republicanas el día 7 de marzo.155156

Marzo de 1939: derrota de la República[editar]

Mapa de las dos españas en marzo de 1939

Artículo principal: Golpe de Casado

El 5 de marzo, al día siguiente del inicio de la sublevación de Cartagena, comenzó el golpe
de Casado apoderándose sus partidarios de los puntos neurálgicos de Madrid y
anunciando a continuación la formación de un Consejo Nacional de Defensa presidido por
el general Miaja. El Consejo emitió un manifiesto por radio dirigido a la «España
antifascista» en el que se deponía al gobierno de Negrín, pero no hablaba para nada de
las negociaciones de paz. Las unidades militares controladas por los comunistas opusieron
resistencia en Madrid y sus alrededores pero fueron derrotados (hubo cerca de 2000
muertos) firmando finalmente un acuerdo de «paso de mando del Ejército republicano al
Ejército sublevado».157 Al día siguiente Negrín y su gobierno, junto con los principales
dirigentes comunistas, abandonaron España en avión para evitar ser apresados por los
«casadistas».158
Consumado el golpe de Casado, el general Franco se negó a aceptar un nuevo «abrazo
de Vergara», como Mola también lo había rechazado en el primer día del golpe de 1936, y
no concedió a Casado «ninguna de las garantías imploradas casi de rodillas por sus
emisarios [que solo se entrevistaron con miembros de baja graduación del Cuartel
General], y contestó a británicos y franceses, deseosos de actuar como intermediarios en
la rendición de la República para así contener la influencia alemana e italiana sobre el
nuevo régimen, que no los necesitaba y que el espíritu de generosidad de los vencedores
constituía la mejor garantía para los vencidos».159
Comunicado emitido por el Cuartel General del generalísimo anunciando el fin de la guerra

Franco únicamente aceptaba una «rendición sin condiciones» por lo que solo restaba
preparar la evacuación de Casado y el Consejo Nacional de Defensa. Estos embarcaron
con sus familias el 29 de marzo en el destructor británico que los trasladó a Marsella (el
socialista Julián Besteiro decidió quedarse). Un día antes las tropas «nacionales» hicieron
su entrada en Madrid y rápidamente los sublevados en su ofensiva final ocuparon
prácticamente sin lucha toda la zona centro-sur que había permanecido bajo la autoridad
de la República durante toda la guerra (el 29 de marzo Cuenca, Albacete, Ciudad Real,
Jaén, Almería y Murcia; el 30 de marzo Valencia y Alicante, y el 31 de marzo la ciudad
de Cartagena).160161 En Alicante desde el día 29 de marzo unas 15 000 personas, entre
jefes militares, políticos republicanos, combatientes y población civil que habían huido de
Madrid y de otros lugares se apiñaban en el puerto a la espera de embarcar en algún
barco británico o francés, pero la mayoría no lo lograron y fueron apresados por las tropas
italianas de la División Littorio, al mando del general Gastone Gambara. Muchos de los
capturados fueron ejecutados allí mismo.162
El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde (Radio Nacional de España) difundía
el último parte de la guerra civil española, que decía lo siguiente:
En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus
últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, 1º de abril de 1939, año de la victoria. El
Generalísimo. Fdo. Francisco Franco Bahamonde.

La guerra naval[editar]
Artículo principal: Guerra Civil Española en el mar

En la guerra civil española predominaron las acciones terrestres sobre las marítimas, y las
marinas de ambos bandos evitaron las grandes acciones de guerra por motivos políticos y
estratégicos.163 Así, después de los combates por el control del estrecho de Gibraltar de
1936, las dos flotas no tuvieron «encuentros decisivos en el mar» y «sus estrategias se
movieron en contextos muy conservadores, tendentes sobre todo a la conservación de sus
efectivos».164 El historiador Michael Alpert, en su estudio titulado La guerra civil española
en el mar, afirma que las «dos marinas de guerra españolas tuvieron que rehacerse», pero
que la «gubernamental no consiguió estar a la altura del momento y, a pesar de contar con
la mayoría de las unidades de la flota, desempeñó un papel defensivo durante la mayor
parte de la contienda». En cambio «la Marina de los sublevados aprovechó al máximo sus
exiguos recursos y la ayuda que recibió del extranjero».165
Desde principios del SIGLO XX, la función primordial de la marina de guerra ya no era
destruir los barcos del enemigo, sino bloquear sus rutas marítimas y sus puertos e impedir
sus movimientos en la costa. Esto es lo que realizó cada vez con más éxito la marina
del bando sublevado, mientras que la marina que permaneció fiel al gobierno abandonó
ese objetivo después de las primeras semanas y adoptó una posición defensiva cuyo
objetivo era proteger las comunicaciones marítimas propias, mientras los «nacionales» se
esforzaban en interferirlas.166
Al principio de la Guerra Civil, la marina republicana era muy superior a la que quedó en
manos de los sublevados, pues estaba integrada por la práctica totalidad de la Armada
española de aquel entonces: el acorazado Jaime I (botado en 1914);
los cruceros ligeros Libertad (botado en 1925), Miguel de Cervantes (botado en 1928)
y Méndez Núñez (botado en 1923); dieciséis destructores en servicio o a punto de
entregar; siete torpederos; doce submarinos (del submarino Isaac Peral (C-1) al submarino
C-6 y del submarino B-1 al submarino B-6); un cañonero; cuatro guardacostas y la casi
totalidad de la Aeronáutica Naval.167168
A pesar de contar con una flota tan importante, el problema residió en que a lo largo de la
guerra no se consiguieron superar los efectos de la represión que tuvo lugar en el
momento del golpe de Estado de julio de 1936 cuando la marinería y los suboficiales se
rebelaron para impedir que los barcos se sumaran a la sublevación, ya que la inmensa
mayoría de la oficialidad era partidaria del golpe.163 En una fecha tan avanzada como mayo
de 1938, un informe presentado al presidente Juan Negrín sobre la situación de la flota
señalaba la ausencia de eficacia y de disciplina. «En general la moral ofensiva de los
mandos es pequeña y la moral de combate de las dotaciones es baja». Además, apuntaba
la presencia de la quinta columna franquista tanto en la Flota como en la base naval de
Cartagena («Moral derrotista. Mucho fascista con entera libertad de acción», se decía).
Informes posteriores indicaban que la situación no había mejorado.169
A diferencia de lo que ocurrió con el bando sublevado, que fue apoyado por las armadas
italiana y alemana, la República solo recibió de la URSS cuatro lanchas torpederas
de clase G-5, además de unos pocos mandos y especialistas en submarinos que, según
un informe «reservado y confidencial» presentado al presidente Negrín, eran
«considerados —dentro de la Flota— como huéspedes molestos a los que hay soportar
con amabilidad. Lo mismo ocurre en la base naval de Cartagena».169 Por su parte, Francia
y Gran Bretaña solo participaron en alguna ocasión puntual para evitar el apresamiento de
buques propios por la flota «nacional».
Así pues, por encima de alguna victoria ocasional, como el hundimiento del Baleares a
principios de marzo de 1938 en la batalla del cabo de Palos, «la realidad era que la marina
republicana se había centrado en el servicio de protección del tráfico mercante, en el
mantenimiento de un canal suministrador de pertrechos de guerra y de alimentos».170 Pero
ni siquiera esa función de escolta la desempeñó con pleno éxito, como se señalaba en un
informe del servicio secreto republicano (SIM) de enero de 1939 en el que después de
afirmar la «notoria inferioridad» de la marina de guerra republicana respecto de la Marina
de los «nacionales» se decía:169
Lo cierto es que la Marina de Guerra facciosa se ha incrementado sin hostilización por nuestra
parte... y que su Marina Mercante navega sin contratiempos por todos los mares, en tanto la
nuestra, perseguida y prácticamente indefensa, es presa fácil de los facciosos.

El submarino republicano C-3

La flota republicana y la base naval de Cartagena fueron aumentando su importancia


estratégica para la causa del bando republicano a media que aumentaban las dificultades
para el abastecimiento procedente del exterior por vía terrestre, como consecuencia de los
cierres frecuentes de la frontera francesa, por lo que el mantenimiento del «cordón
umbilical» marítimo con la Unión Soviética era vital para los republicanos. También
cobraron cada vez más importancia a medida que las derrotas republicanas se fueron
acumulando y el territorio de la zona republicana se redujo porque, especialmente tras
la caída de Cataluña a principios de febrero de 1939, «para los combatientes republicanos
la Base y la Flota eran una especie de salvaguarda para el caso de una evacuación
organizada o de última hora».171
Al principio de la Guerra Civil, la marina del bando sublevado era muy inferior a la marina
gubernamental pues solo contaba con el acorazado  España (botado en 1913 y que en julio
de 1936 se encontraba en dique seco); los cruceros ligeros República, rebautizado
como  Navarra, (botado en 1920 pero que se encontraba en reparaciones y no entró en
servicio hasta muy avanzada la guerra, en agosto de 1938), y el Almirante Cervera (botado
en 1928); el destructor Velasco (botado en 1923); cinco torpederos; tres cañoneras y cinco
guardacostas. Pero esta inferioridad se vio compensada muy pronto gracias al control de
los sublevados del principal astillero de la marina en Ferrol donde estaba prácticamente
terminado el crucero pesado Canarias —que entró en servicio en septiembre de 1936— y
otro, el Baleares, a punto de ser entregado (entró en servicio en diciembre de 1936), junto
con los dos únicos dragaminas de España (el dragaminas Júpiter, que entró en servicio a
principios de 1937, y el dragaminas Vulcano, que entró en servicio a finales de ese mismo
año).167172
La inferioridad inicial de los sublevados se vio compensada también con el apoyo con que
contaron prácticamente desde el inicio de la guerra de la Armada Italiana, que participó
con cruceros auxiliares y submarinos en el bloqueo de los envíos de armamento de
la Unión Soviética, y de la alemana. El escándalo producido al hundir un submarino italiano
por error un destructor británico, hizo que la Italia Fascista dejara de participar
directamente en acciones de guerra navales, cediendo cuatro «submarinos legionarios» a
los «nacionales» y vendiéndoles cuatro destructores y dos submarinos.
Por su parte la Alemania nazi envió al Mediterráneo dos submarinos en la
llamada Operación Úrsula, hundiendo un U 34 alemán el submarino republicano C3 frente
a Málaga. Los alemanes aportaron cruceros, pero estos no intervinieron, salvo en
el bombardeo de Almería por el Admiral Scheer el 31 de mayo de 1937, efectuado en
represalia por el ataque aéreo que había sufrido el 28 de mayo de 1937 el acorazado de
bolsillo Deutschland en Ibiza. Este llamado incidente del Deutschland fue efectuado
probablemente por tripulaciones rusas, sin conocimiento por parte del mando republicano.
Pero el escándalo internacional que provocó hizo que la República dijese que era un error
y que se trataba de aviones republicanos que creían atacar al crucero pesado Canarias. El
bombardeo de Almería, que se había producido abiertamente (exhibiendo el pabellón
alemán), llegó a ser considerado como un posible motivo para que la República declarara
la guerra a Alemania (posición defendida por el coronel Rojo e Indalecio Prieto, en
búsqueda de la generalización del conflicto a toda Europa), pero finalmente se impuso la
postura contraria de Negrín y Azaña.173
Un informe del servicio secreto republicano (SIM) de enero de 1939 señalaba la
desventaja de la marina republicana respecto de la «marina de guerra facciosa», que
contaba con «un total de cerca de 100 unidades —contando entre ellas un gran número
de cruceros auxiliares perfectamente artillados—».174

La guerra aérea y los bombardeos sobre


poblaciones[editar]
Artículo principal: Bombardeos en la guerra civil española

Bombardeo de la Estación del Norte de Valencia por aviones italianos en 1937

La principal novedad en el campo de la guerra aérea de la contienda española de 1936 a


1939 fue que «por primera vez en la historia la aviación fue utilizada intensamente en
misiones de bombardeo sobre la retaguardia».175 Así «a partir de la guerra civil española
las víctimas podían estar a centenares de kilómetros de los lugares del enfrentamiento
bélico y ser sencillamente población civil indefensa».176 Dado que la aviación militar
española en julio de 1936 estaba obsoleta esto solo fue posible porque ambos bandos
recibieron ayuda de potencias extranjeras que aportaron sus modernos bombarderos:
el bando sublevado los Savoia-Marchetti S.M.81 y los Savoia-Marchetti S.M.79 de
la Aviación Legionaria de la Italia fascista y los Junkers Ju 52 y Heinkel He 111 de
la Legión Cóndor de la Alemania nazi; el bando republicano los Katiuskas de la Unión
Soviética.176
El bando sublevado utilizó en repetidas ocasiones el «bombardeo de terror», como lo
llaman Solé i Sabaté y Villarroya, cuyo único objetivo era la población civil para
desmoralizarla y empujarla a la rendición. Esta estrategia la inició en Madrid cuando en
noviembre de 1936 fracasó el ataque frontal contra la ciudad y la continuó con
el bombardeo de Durango, el bombardeo de Guernica, el bombardeo de Lérida,
los bombardeos aéreos de Barcelona en enero de 1938, los bombardeos aéreos de
Barcelona en marzo de 1938,177 el bombardeo del mercado central de Alicante,
el bombardeo de Granollers y los bombardeos sobre diversas poblaciones catalanas en los
meses finales de la guerra, especialmente los de Figueras, y cuyas víctimas principales
fueron mujeres y niños en un momento en que el ejército republicano ya no existía en
Cataluña.178 El único posible caso de «bombardeo de terror» por parte del bando
republicano fue el de Cabra en noviembre de 1938, pero todo parece indicar que se trató
de un terrible error cometido por los pilotos que confundieron el mercadillo de la ciudad con
un campamento de tiendas de campaña de una unidad italiana que, según la orden que
habían recibido, había que buscar y destruir.179
Así en cuanto a las ciudades más devastadas por los bombardeos la lista la encabezan las
tres principales ciudades republicanas, Barcelona, Madrid y Valencia, seguidas
por Tarragona, Reus, Lérida, Badalona, Granollers, Gerona, San Feliu de
Guíxols, Palamós, Figueras, Colera, Portbou y Perelló en
Cataluña; Alicante, Sagunto, Gandía, Denia y Cartagena en la costa de Valencia y Murcia;
y en Vizcaya Durango y Guernica, esta última convertida en el símbolo de las atrocidades
de los bombardeos del bando sublevado, y que tuvo un enorme impacto a nivel
internacional.180 En cuanto al número de víctimas también existe una enorme diferencia
entre las causadas por los bombardeos republicanos, unas 1100, y las causadas por los
bombardeos del bando franquista, alrededor de 9000 (Barcelona 2500 muertos; Madrid,
2000; Valencia, cerca de 1000; Alicante cerca de
500; Durango, Guernica, Lérida, Tarragona, Granollers, Figueras y Cartagena más de
doscientos muertos cada una; Bilbao, Reus, Badalona y Alcañiz cerca de 200; Játiva más
de 100 muertos; y pequeños pueblos cuyos muertos fueron inferiores a este número).181
Así fue como «la aviación se convirtió en un arma decisiva y la actuación de la aviación
italiana y alemana fue determinante en la victoria del ejército franquista».176
Otros hitos de la guerra aérea durante la guerra civil española son que durante la misma
probablemente se efectuó el primer puente aéreo de la historia; que en los aviones de
caza empezó a primar el techo y la velocidad lo que supuso el fin de los biplanos y además
se demostró su importancia para el dominio del aire y evitar así los bombardeos enemigos
(incluso por la noche); que se realizaron ataques aéreos a unidades navales, en puerto y
en el mar; que se emplearon aviones de bombardeo en picado para lanzar víveres y
mensajes de ánimo a posiciones sitiadas, como el Alcázar de Toledo o el Santuario de
Santa María de la Cabeza, y para los «bombardeos ideológicos», mediante el lanzamiento
de octavillas y soflamas a las ciudades que estaban en la retaguardia, como el
«bombardeo del pan» sobre Alicante.

Evolución de la zona sublevada[editar]


Artículo principal: Zona sublevada
Billete emitido por el bando sublevado el 12 de octubre de 1937 con el escudo grande de
la Monarquía española.

Tras la etapa de cierta provisionalidad que representó la Junta de Defensa


Nacional formada tras la muerte en accidente de aviación del general Sanjurjo, quien debía
encabezar el Directorio militar que gobernaría el país tras derribar al gobierno del Frente
Popular, los generales y jefes sublevados decidieron nombrar un mando único militar y
político. Desde el 1 de octubre de 1936 el general Franco fue el generalísimo de las
fuerzas sublevadas y el jefe del Gobierno del Estado. Después del fracaso de la toma de
Madrid (entre noviembre de 1936 y marzo de 1937) y con la perspectiva de que la guerra
iba a ser larga, el generalísmo Franco, con la ayuda de su cuñado, Ramón Serrano Suñer,
comenzó a configurar la organización política del «Nuevo Estado». El primer paso fue
el Decreto de Unificación de abril de 1937, por el que todas las fuerzas políticas que
apoyaban el «alzamiento nacional», y singularmente los falangistas y los carlistas, que
eran quienes con sus milicias más habían contribuido a la guerra, fueran integradas bajo
un único partido, denominado Falange Española Tradicionalista y de las JONS. El paso
siguiente fue la organización del «Nuevo Estado» que fue la tarea encomendada por el
generalísimo a su primer gobierno, nombrado el 30 de enero de 1938 (y que sustituyó a
la Junta Técnica del Estado).182
La construcción del «Nuevo Estado» fue acompañada de la destrucción de todo lo que
tuviera que ver con la República. Así en la zona sublevada, al contrario de lo que estaba
sucediendo en la otra zona (en la que se había desencadenado la Revolución), se
procedió a una «contrarrevolución», llevándose a cabo «una sistemática represión de las
personas, las organizaciones y las instituciones que en alguna forma, real o, incluso,
imaginaria, pudieran entenderse ligadas a esa República revolucionaria, o en manos de
revolucionarios, a la que se decía combatir».183

La Junta de Defensa Nacional[editar]


Mola junto al General Franco en una aparición en Burgos el 27 de agosto de 1936, recogida por el
periódico alemán Berliner Illustrierte Zeitung. Mola es el que sobresale por la derecha.

La muerte el 20 de julio del general Sanjurjo, exiliado en Estoril, a causa del accidente que
tuvo nada más despegar el avión en el que tenía que dirigirse
desde Lisboa hacia Pamplona para ponerse al frente de la sublevación, dejó a los
generales sublevados sin el jefe que iba a encabezar el levantamiento.184 Para suplir en
parte la carencia de un mando único los generales y jefes sublevados constituyeron
en Burgos el 24 de julio una Junta de Defensa Nacional presidida por el general de más
graduación y más antiguo, Miguel Cabanellas.185 Su Decreto número 1 establecía que
asumía «todos los poderes del Estado»185 y en sucesivos decretos extendió el estado de
guerra que los sublevados habían proclamado en cada sitio a toda España (lo que sirvió
de base para someter a consejos de guerra sumarísimos a todos los que se opusieran a la
rebelión militar),186 ilegalizó los partidos y sindicatos del Frente Popular y prohibió todas las
actuaciones políticas y sindicales obreras y patronales «mientras duren las actuales
circunstancias» (Decreto del 25 de septiembre).187
Pero lo más urgente era lograr la unidad de mando militar.186 Así el 21 de septiembre de
1936 tuvo lugar en una finca de los alrededores de Salamanca la primera reunión a la que
asistieron los generales de la Junta de Defensa Nacional, con el añadido de los
generales Orgaz, Gil Yuste y Kindelán. Allí los reunidos discutieron sobre la necesidad del
mando único de las fuerzas sublevadas y nombraron para el cargo al general Franco pues
era quien mandaba el ejército que estaba a punto de conseguir la entrada en Madrid
(el Ejército de África estaba cerca de Maqueda a solo 100 kilómetros de la capital) y el que
había obtenido la ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista, y que venía tratando
con ellos. Pero una vez decidido el mando único en el terreno militar aún quedaba por
dilucidar el mando político.188
Entonces el general Franco realizó una «jugada maestra»: ordenar que las columnas que
avanzaban hacia Madrid se desviaran hacia Toledo para liberar el Alcázar y así levantar el
cerco de dos meses al que llevaban sometidos un millar de guardias civiles y falangistas
además de algunos cadetes de la Academia de Infantería al mando de su director, el
coronel Moscardó,187 y que tenían retenidos «como rehenes a mujeres y niños de
conocidos militantes de izquierda».189 «La toma del Alcázar agrandó la leyenda del general
Franco. La famosa frase de Moscardó sin novedad en el Alcázar, repetida ante Franco y
numerosos periodistas dos días después de su liberación, fue adecuadamente propagada.
Franco era el salvador de los héroes sitiados, el símbolo de un ejército dispuesto a ganar
la guerra a cualquier precio».190
El 28 de septiembre de 1936, el mismo día en que el Alcázar de Toledo fue liberado, se
celebró la segunda reunión de los generales en Salamanca para decidir quién ostentaría el
mando político. El elegido fue el general Franco al que sus compañeros de sublevación
nombraban no solo «Generalísimo de las fuerzas nacionales de tierra, mar y aire», sino
también «Jefe del Gobierno del Estado español, mientras dure la guerra».98 Pero cuando
fue publicado al día siguiente el decreto n.º 138 de la Junta de Defensa Nacional con su
nombramiento se había introducido un importante cambio en el texto: se había suprimido
la coletilla «mientras dure la guerra», y al nombramiento del general Franco como «Jefe
del Gobierno del Estado Español» se le añadía «quien asumirá todos los poderes del
nuevo Estado». Este decreto de 29 de septiembre de 1936 sería el fundamento de la
legitimidad del poder del «Generalísimo» durante los siguientes 39 años.187

El general Franco, «generalísimo» y «caudillo»[editar]


Véase también: Estado campamental
Fachada del Palacio de Capitanía General (Burgos)

El 1 de octubre de 1936, en el salón del trono de la Capitanía General de Burgos,


Francisco Franco tomaba posesión de su nuevo cargo, como Generalísimo del ejército
sublevado y Jefe del Gobierno del Estado.191
Un día antes el obispo de Salamanca Enrique Pla y Deniel había hecho pública una
pastoral en la que presentaba la guerra como «una cruzada por la religión, la patria y la
civilización», dando una nueva legitimidad a la causa de los sublevados: la religiosa. Así el
generalísmo, no era solo el «jefe y salvador de la Patria», sino también el «caudillo» de
una nueva «cruzada» en defensa de la fe católica y del orden social.190

Casa del Cordón, en Burgos, sede de la Junta Técnica del Estado.

La primera ley que promulgó el generalísimo Franco fue la que creaba la Junta Técnica del
Estado (en sustitución de la Junta de Defensa Nacional), presidida por el general
Dávila (que en el verano de 1937 sería sustituido por el general monárquico Francisco
Gómez-Jordana, mucho más eficiente que su antecesor)192 y que contaba con
una Secretaría General del Jefe del Estado, cargo que desempeñó Nicolás Franco, el
hermano mayor del generalísmo. Su ocupación fue «rectificar toda la legislación
republicana volviendo las cosas a su punto anterior».187
La sede de la Junta Técnica del Estado se estableció en Burgos aunque la capital política
de la España nacional era Salamanca donde residía el poder militar, pues allí se
encontraba el Cuartel General de Franco.187

El Decreto de Unificación de abril de 1937[editar]


Artículo principal: Decreto de Unificación
Bandera de Falange Española

El siguiente paso en el afianzamiento del poder del nuevo «caudillo» se produjo cuando
tras el fracaso de la toma de Madrid (entre noviembre de 1936 y marzo de 1937) se
planteó la necesidad de crear un «partido único», siguiendo el modelo de la Dictadura de
Primo de Rivera, a partir de la fusión de los carlistas y falangistas.193
Desde el Cuartel General del Generalísimo el nuevo asesor de Franco Ramón Serrano
Súñer (cuñado del «caudillo» y antiguo diputado de la CEDA que había llegado a
Salamanca evadido de la «zona roja») propició un acercamiento entre la Comunión
Tradicionalista y Falange Española y de las JONS con vistas a su fusión, pero las
diferencias ideológicas y políticas que les separaban eran casi insalvables (pues eran las
que separaban el tradicionalismo del fascismo), y además había otro obstáculo que era
innegociable: que al frente del «partido único» se situara el propio general Franco. Es
decir, que ambas partes tenían que aceptar que la nueva formación política quedaría
supeditada al poder personal del «Generalísmo», vértice del poder militar y político. Para
apoyar esta idea se difundió desde el Cuartel General de Salamanca el lema Una patria,
un Estado, un caudillo, copia del lema nazi Ein Volk, ein Reich, ein Führer ('un pueblo, un
Estado, un caudillo').194
Se produjeron contactos entre falangistas y carlistas pero no fructificaron y todo el proceso
no dejó de crear tensiones en el seno de ambos partidos que se tradujeron en el caso de
los falangistas en los «sucesos de Salamanca» de abril de 1937, durante los cuales varios
falangistas murieron en los enfrentamientos entre los partidarios de la fusión y de la
supeditación al poder militar (encabezados por Sancho Dávila y Agustín Aznar) y los
contrarios a ella (encabezados por Manuel Hedilla).195
Finalmente, el Cuartel General de Franco decidió actuar, y el mismo día en que los
falangistas contrarios a la fusión celebraron un Consejo Nacional en el que eligieron a
Manuel Hedilla como «jefe nacional», el domingo 18 de abril,196 el propio general Franco
anunció que se iba a promulgar al día siguiente un Decreto de Unificación de Falange y la
Comunión Tradicionalista, que pasaban a estar ahora bajo su jefatura directa como «jefe
nacional» del mismo.197
Franco una semana después mandó detener a Manuel Hedilla (junto con otros falangistas
disidentes) cuando se negó a integrarse en la Junta Política del nuevo partido como simple
vocal y además comunicó a sus jefes provinciales que obedecieran únicamente sus
propias órdenes.198 «Para que no quedara duda sobre la ubicación del poder en lo que ya
comenzaba a llamarse Nuevo Estado, Hedilla fue juzgado y condenado a muerte por
su manifiesta actuación de indisciplina y de subversión frente al Mando y el Poder únicos e
indiscutibles de la España nacional. A todos debía quedar claro que la unidad de mando
militar sería en el futuro unidad de mando político».199 Pero Franco siguió los consejos de
la hermana del «Ausente» Pilar Primo de Rivera (líder del sector «puro» de Falange), de
Serrano Suñer y del embajador alemán e indultó a Hedilla, aunque este pasó cuatro años
en la cárcel y cuando salió de ella quedó apartado de la vida política.200
En los estatutos del «partido único», publicados el 4 de agosto, se estableció que el
«caudillo» solo sería «responsable ante Dios y ante la Historia», y ante nadie más.201
Dos meses antes, el 3 de junio, en plena Campaña del Norte el general Mola, el «director»
de la conspiración militar que había dado el golpe de Estado de julio de 1936 con el que
comenzó la Guerra Civil, moría cuando el avión en el que viajaba se estrelló en una colina
del pueblo de Alcocero, cerca de Burgos.202 Mola solía emplear el avión con frecuencia en
sus desplazamientos y no existen pruebas de que hubiera sabotaje, aunque la muerte
favorecía claramente a Franco al eliminar al «director» como rival.202 El embajador alemán
escribió poco después: «Sin duda Franco se siente aliviado por la muerte del general
Mola».203
En octubre de 1937 fueron nombrados por el «Generalísmo» Franco los 50 miembros
del Consejo Nacional de FET y de las JONS, pero no pasó de ser un órgano meramente
consultivo.204 Lo mismo se podía decir de la FET y de las JONS, cuya única actividad
quedaba reducida en la práctica a efectuar propaganda.205 Sin embargo, los dirigentes de
Falange ocuparon muchos de los puestos más importantes en la administración del
«Nuevo Estado» y en el partido.203

El nacimiento del «Nuevo Estado»[editar]


Véase también: Primer Gobierno de Francisco Franco

Escudo del «Nuevo Estado».

En enero de 1938, mientras tenía lugar la batalla de Teruel, se da el primer paso para la
configuración definitiva del «Nuevo Estado» con la promulgación por el «Generalísmo» de
la Ley de la Administración Central del Estado por la que se creaba una estructura
administrativa que adoptaba la forma ministerial, y con el nombramiento el 30 de enero de
su primer gobierno en el que el propio Franco asume la Presidencia, mientras
que Francisco Gómez-Jordana (hasta entonces presidente de la Junta Técnica del Estado)
era el Vicepresidente y Ministro de Asuntos Exteriores. Sin embargo, el personaje más
destacado del gabinete era Ramón Serrano Súñer, ministro de Gobernación y
el cuñadísimo de Franco.206 En este gobierno se prefiguró ya la amalgama ideológica que
sería siempre en el futuro el franquismo: «su conservadurismo tradicional, y
su derechismo reaccionario».207
Será este gobierno el que inicie el proceso de institucionalización del «Nuevo Estado», con
la promulgación del «Fuero del Trabajo», basado en la Carta del lavoro del fascismo
italiano,208 y que constituyó la primera de las siete Leyes Fundamentales de la Dictadura
Franquista que funcionaron a modo de «constitución» del nuevo régimen;209210 la
derogación del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932 y la promulgación de una serie
de órdenes y decretos que prohibían el uso del catalán en los documentos públicos y en la
conversación privada;210 la Ley de Prensa que sometía a los periódicos a la censura previa
y atribuía al gobierno el nombramiento de los directores de periódicos;210 la reintroducción
de la pena de muerte que había abolido la República;209 la aprobación de una Ley de
Enseñanza Media que garantizaba a la Iglesia católica una absoluta autonomía en la
educación secundaria.210
Según Julián Casanova el fascismo y el catolicismo fueron las dos ideologías sobre cuya
amalgama se construyó el «Nuevo Estado». El proceso de fascistización era evidente por
la exaltación del líder, el «Caudillo», como el Führer o el Duce; el saludo brazo en alto
establecido como «saludo nacional»; los uniformes y la simbología falangista; etc. Y al
mismo tiempo proliferaban los ritos y manifestaciones religiosas católicas como las
procesiones, las misas de campaña o las ceremonias político-religiosas que imitaban
supuestas formas medievales.208
El 19 de abril de 1939, diecinueve días después del «último parte» en el que Franco
declaraba «la guerra ha terminado», se celebró en Madrid el desfile de la Victoria presidido
por el «caudillo». Antes de empezar la parada militar el general Varela le impuso «en
nombre de la Patria» a Franco la Gran Cruz Laureada de San Fernando, «que tanto había
ambicionado desde sus campañas africanas y que tuvo que acabar autootorgándosela» en
un decreto firmado por él mismo y que fue leído por el general conde de Jordana al inicio
del acto. Al día siguiente el diario ABC de Madrid titulaba su crónica: «España, en el gran
desfile militar ante el Caudillo, muestra al mundo el poderío de las armas forjadoras del
nuevo Estado». Un mes después el general Franco ofrendaba su espada de caudillo
victorioso a Dios en una ceremonia celebrada el 20 de mayo en la iglesia madrileña de
Santa Bárbara y presidida por el cardenal primado de Toledo Isidro Gomá.211

Evolución de la zona republicana[editar]


Artículo principal: Segunda República Española en guerra

La reacción del gobierno a la sublevación militar[editar]

Diego Martínez Barrio

En la tarde del viernes 17 de julio se conocía en Madrid que en el Protectorado de


Marruecos se había iniciado una sublevación militar. Al día siguiente la sublevación se
extendió a la península y las organizaciones obreras (CNT y UGT) reclamaron «armas
para el pueblo» para acabar con ella, a lo que el gobierno de Santiago Casares Quiroga se
negó.212
Por la noche de ese sábado 18 de julio Casares Quiroga presentó su dimisión al
presidente de la República Manuel Azaña y este encargó a Diego Martínez Barrio,
presidente de las Cortes y líder de Unión Republicana, que formara un gobierno que
consiguiera «detener la rebelión» sin recurrir al apoyo armado de las organizaciones
obreras. Martínez Barrio incluyó en su gabinete a políticos moderados y dispuestos a llegar
a algún tipo de acuerdo con los militares sublevados213 y en la madrugada del sábado 18 al
domingo 19 de julio, habló por teléfono con el general Emilio Mola, «El Director» de la
sublevación, pero este se negó rotundamente a cualquier tipo de transacción. Así el
«gobierno de conciliación» de Martínez Barrio dimitió y Azaña nombró el mismo domingo
19 de julio nuevo presidente del gobierno a un hombre de su partido José Giral, que formó
un gobierno únicamente integrado por republicanos de izquierda, aunque con el apoyo
explícito de los socialistas, que tomó la decisión de entregar armas a las organizaciones
obreras, algo a lo que también se había negado Martínez Barrio porque, al igual que
Casares Quiroga, consideraba que ese hecho traspasaba el umbral de la defensa
constitucional y «legal» de la República.214
A causa de esta decisión de «entregar armas al pueblo» el Estado republicano perdió el
monopolio de la coerción, por lo que no pudo impedir que se iniciara una revolución social,
ya que las organizaciones obreras no salieron a la calle «exactamente para defender la
República... sino para hacer la revolución. (...) Un golpe de estado contrarrevolucionario,
que intentaba frenar la revolución, acabó finalmente desencadenándola».215

La revolución social de 1936 y el gobierno de José Giral


(julio-septiembre de 1936)[editar]

Escudo del Consejo Regional de Defensa de Aragón, órgano creado durante la Revolución social
española de 1936.

Véase también: Revolución social española de 1936

La entrega de armas a los partidos y organizaciones obreras hizo que estas constituyeran
rápidamente «milicias armadas para hacer frente a la rebelión en el terreno militar y para
proceder a una profunda revolución social (desentendiéndose de las autoridades
republicanas, a las que no derribaron): incautaron y colectivizaron explotaciones agrarias y
empresas industriales y mercantiles para asegurar la continuidad de la producción y
distribución de bienes, y se hicieron cargo del mantenimiento de las principales funciones
competencia del Estado. La producción, el abastecimiento de la población, la vigilancia, la
represión, las comunicaciones y el transporte, la sanidad, quedaron en manos de comités
sindicales, que en no pocas localidades suprimieron la moneda para sustituirla por vales.
Ante el hundimiento de los mecanismos del poder público [«un gobierno que reparte armas
es un gobierno que se ha quedado sin instrumentos para garantizar el orden público e
imponer su autoridad»], surgió en el verano de 1936 un nuevo poder obrero, que era a la
vez militar, político, social, económico».216 «En el País Vasco, sin embargo, donde
el PNV había rechazado la coalición con la CEDA en las elecciones de febrero de 1936 y
apoyado a la izquierda en la tramitación del Estatuto de Autonomía, finalmente aprobado el
1 de octubre de 1936, no hubo revolución social y un partido católico y nacionalista se
mantuvo hasta junio de 1937 al frente de un gobierno autónomo con poder sobre poco
más que el territorio de Vizcaya».217
Los comités que surgieron por todas partes eran autónomos y no reconocían límites a sus
actuaciones,218 pero la paradoja fue que al mismo tiempo la revolución no acabó con el
Estado republicano, sino que simplemente lo ignoró y lo redujo a la inoperancia. En
Cataluña se constituyó el Comité Central de Milicias Antifascistas, pero el gobierno de la
Generalidad no fue destituido y continuó en su puesto. En Valencia apareció el Comité
Ejecutivo Popular. En Málaga y Lérida surgieron sendos Comités de Salud Pública.
En Cantabria, Gijón y Jaén, comités provinciales del Frente Popular (Comité de Guerra de
Gijón, Comité Popular de Sama de Langreo, etc). En Vizcaya, una Junta de Defensa. En
Madrid se constituyó un Comité Nacional del Frente Popular, que organizaba milicias y la
vida de la ciudad, pero junto a él seguía existiendo el gobierno de José Giral formado solo
por republicanos de izquierda.219
Pero el gobierno Giral, a pesar de que el poder real no estaba en sus manos, no dejó de
actuar, especialmente en el plano internacional. Fue este gobierno el que pidió la venta de
armas al gobierno del Frente Popular de Francia, y al no conseguirla, luego a la Unión
Soviética, para lo cual dispuso de las reservas del oro del Banco de España. En el plano
interior destituyó a los funcionarios sospechosos de apoyar la sublevación y dictó las
primeras medidas para intentar controlar las «ejecuciones» indiscriminadas, arbitrarias y
extrajudiciales de «fascistas» que llevaban a cabo decenas de «tribunales
revolucionarios», también conocidos como «checas», montadas por las organizaciones y
partidos obreros que habían impuesto el «terror rojo» en Madrid y en otros lugares. Así el
gobierno Giral creó los tribunales especiales «para juzgar los delitos de rebelión y sedición
y los cometidos contra la seguridad del Estado». Sin embargo estos «tribunales
populares» no acabaron con las actividades de las «checas» que siguieron asesinando
«fascistas» mediante los «paseos» (detenciones ilegales que acababan con el asesinato
del detenido y cuyo cadáver eran arrojado en una cuneta o junto a la tapia de un
cementerio) o las «sacas» (excarcelaciones de presos que supuestamente iban a ser
puestos en libertad pero que en realidad eran llevados al paredón).220
Cuando el 3 de septiembre de 1936 el Ejército de África sublevado tomó Talavera de la
Reina (ya en la provincia de Toledo, después de haber ocupado Extremadura), y además
también caía Irún en manos de los sublevados (con lo que el norte quedaba aislado del
resto de la zona republicana), José Giral presentó la dimisión al presidente de la
República Manuel Azaña.93

El gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de


1937)[editar]
Véase también: Sucesos de mayo de 1937

Francisco Largo Caballero

Tras la dimisión de Giral, el presidente de la República Manuel Azaña encargó la


formación de un «gobierno de coalición» a Francisco Largo Caballero, el líder socialista
de UGT, una de las dos centrales sindicales que estaban protagonizando la revolución.
Largo Caballero, que además de la presidencia asumió el ministerio clave de Guerra,
entendió este gobierno como una gran «alianza antifascista», y así dio entrada en el
gabinete al mayor número posible de representaciones de los partidos y sindicatos que
luchaban contra la rebelión «fascista» (como llamaban las organizaciones obreras a la
sublevación militar de julio). Pero el gobierno no se completó realmente hasta dos meses
después, cuando el 4 de noviembre (en el momento en que las tropas sublevadas ya
estaban a las afueras de Madrid) se integraron en él cuatro ministros de la CNT, entre ellos
la primera mujer que fue ministra en España, Federica Montseny.221
El nuevo gobierno de Largo Caballero, autoproclamado «gobierno de la victoria»,
enseguida concluyó que había que dar prioridad a la guerra, y de ahí el programa político
que puso en marcha inmediatamente, cuya principal medida fue la creación de un nuevo
ejército y la unificación de la dirección de la guerra (que incluía la incorporación de
las milicias a las Brigadas Mixtas y la creación del cuerpo de comisarios). Así pues, los
dirigentes sindicales de UGT y CNT al aceptar e impulsar este programa «estuvieron de
acuerdo en que la implantación del comunismo libertario, a que aspiraba la CNT, o de la
sociedad socialista, que pretendía la UGT, debía esperar al triunfo militar».222
Pero todas estas medidas no consiguieron paralizar el avance hacia Madrid del Ejército de
África y el 6 de noviembre ya estaba a punto de entrar en la capital. Ese día el gobierno
decidió abandonar Madrid y trasladarse a Valencia, encomendando la defensa de la
ciudad al general Miaja que debería formar una Junta de Defensa de Madrid. «Una salida
precipitada, mantenida en sigilo, sobre la que no se dio explicación pública alguna».102
«Quienes se quedaron en Madrid no pudieron interpretar estos hechos sino como una
vergonzosa huida... sobre todo porque los madrileños fueron capaces de organizar su
defensa. Madrid resistió el primer embate y rechazó los siguientes, deteniendo así el
avance del ejército rebelde».103
El segundo gran objetivo del gobierno de Largo Caballero fue restablecer la autoridad del
gobierno y de los poderes del Estado.223 Pero no se resolvieron las tensiones con los
gobiernos de las «regiones autónomas» de Cataluña y el País Vasco, ni con los consejos
regionales que habían surgido en otros sitios. En Cataluña, el gobierno de la Generalidad,
que el 26 de septiembre incorporó a varios consejeros de la CNT y del POUM por lo que
el Comité de Milicias Antifascistas quedó disuelto, organizó su propio ejército y el 24 de
octubre aprobó el decreto de colectividades, cuestiones ambas que excedían el ámbito de
sus competencias. En cuanto al País Vasco, el 1 de octubre las Cortes aprobaban el
Estatuto de Autonomía de Euskadi y el nacionalista vasco José Antonio Aguirre fue
investido «lehendakari» del gobierno vasco, entre cuyos miembros no incluyó a ningún
representante de la CNT (en el País Vasco no había habido revolución social ni apenas
violencia anticlerical y las iglesias continuaron abiertas). Aguirre construyó un Estado
«cuasi soberano» sobre el territorio vasco que todavía no había sido ocupado por el bando
sublevado y que prácticamente se reducía a Vizcaya. Además de una policía vasca,
la Ertzaina, creó un ejército propio y no aceptó el mando del general que envió el gobierno
de Madrid para ponerse al frente del Ejército del Norte. En cuanto al Consejo de Aragón,
dominado por los anarquistas, el gobierno de Largo Caballero no tuvo más remedio que
legalizarlo.224
En la primavera de 1937, tras la decisión de Franco de poner fin por el momento a la toma
de Madrid después de la victoria republicana en la batalla de Guadalajara, se abría la
perspectiva de una guerra larga y pronto estalló la crisis entre las fuerzas políticas que
apoyaban a la República.225 El conflicto fundamental fue el que enfrentó a los anarquistas
de la CNT, que defendían la compatibilidad de la revolución con la guerra,226227 y a los
comunistas del Partido Comunista de España (PCE) y del PSUC en Cataluña, que
entendían que la mejor forma de frenar la sublevación militar era restablecer el Estado
republicano y aglutinar a todas las fuerzas de la izquierda política, incluidos los partidos de
la pequeña y mediana burguesía, por lo que debía paralizarse la revolución social y dar
prioridad a la guerra. Sin embargo, Santos Juliá afirma, en contra de la opinión de otros
historiadores, que en la primavera de 1937 entre las fuerzas que apoyaban al gobierno de
Largo Caballero «la divisora no corría entre guerra y revolución sino entre partidos y
sindicatos» porque la prioridad dada a la guerra ya se había decidido el 4 de septiembre
cuando se formó el gobierno de Largo Caballero, al que dos meses después se sumaron
los cuatro ministros anarquistas.228
La crisis estalló por los enfrentamientos iniciados en Barcelona el lunes 3 de mayo de 1937
cuando un destacamento de la Guardia de Asalto por orden de la Generalidad intentó
recuperar el control sobre el edificio de la Telefónica en la plaza de Cataluña, en poder de
la CNT desde las jornadas «gloriosas» de julio de 1936. Varios grupos anarquistas
respondieron con las armas y el POUM se sumó a la lucha. En el otro bando, la
Generalidad y los comunistas y socialistas unificados en Cataluña bajo un mismo partido
(el PSUC) hicieron frente a la rebelión, que ellos mismos habían provocado, y la lucha se
prolongó varios días. El viernes 7 de mayo la situación pudo ser controlada por las fuerzas
de orden público enviadas por el gobierno de Largo Caballero desde Valencia, ayudadas
por militantes del PSUC, aunque la Generalidad pagó el precio de que le fueron retiradas
sus competencias sobre orden público.229 El enfrentamiento en las calles de Barcelona fue
relatado por el británico George Orwell en su Homenaje a Cataluña.
Los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona tuvieron una repercusión inmediata en el
gobierno de Largo Caballero. La crisis la provocaron el día 13 de mayo los dos ministros
comunistas que amenazaron con dimitir si Largo Caballero no dejaba el Ministerio de la
Guerra (el PCE especialmente desde la caída de Málaga el 8 de febrero le hacía
responsable de las continuas derrotas republicanas), y que disolviera el POUM. En este
ataque a Largo Caballero contaban con el apoyo de la fracción socialista de Indalecio
Prieto, que controlaba la dirección del PSOE, que como los comunistas querían eliminar
del gobierno a las organizaciones sindicales, UGT y CNT, y reconstruir el Frente Popular.
Largo Caballero se negó a aceptar las dos condiciones de los comunistas y al no encontrar
los apoyos suficientes para su gobierno dimitió el 17 de mayo. El presidente Manuel
Azaña, que también estaba en desacuerdo con la presencia de las dos centrales sindicales
en el gobierno, nombró a un socialista «prietista», Juan Negrín, nuevo jefe de gobierno. Al
día siguiente el órgano de la CNT Solidaridad Obrera declaraba en su editorial: «Se ha
constituido un gobierno contrarrevolucionario

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