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El pecado de Santos con la paz

Por Juan Manuel Ospina

Cuando lean ésta columna ya habrá sido presentado un libro de la excanciller


Ángela Holguín el cual, según anticipan en la W, toca temas sensibles
políticamente y daría pistas para entender el enredo en que quedó sumido el
proceso de paz que no puede seguirse imputando solo a la tibieza del gobierno
Duque, que algunos han llegado a calificar de indiferencia. Sin pretender lavarle la
cara a éste, si creo que deben tenerse en cuenta hechos relacionados con la
forma como se lograron los Acuerdos, que marcarían luego las dificultades en su
aplicación. El libro en cuestión podría ayudar a aclarar este asunto, bastante más
importante que una mera curiosidad para la Historia.

El camino a La Habana que se inicia con los avances pioneros de Belisario


Betancur, no surge de la nada en el discurso de posesión de Juan Manuel Santos.
Tiene un recorrido largo durante el cual se fueron dando los hechos que lo harían
posible: la derrota política de las FARC en El Caguán con Andrés Pastrana al
desnudarse sus reales intenciones guerreras gracias a lo cual Álvaro Uribe,
interpretando políticamente un sentimiento ciudadano ampliamente expandido en
esa coyuntura, pudo presentarse como el salvador que derrotaría militarmente a
una guerrilla que seguía apostándole a la victoria militar. Uribe gana la mano
militar y el discurso de Santos se vuelve factible.

Aparece entonces la ambición legítima del nuevo presidente, de ser el colombiano


que logró la paz, el sueño frustrado de Betancur y Uribe, que es distorsionada por
un arrebato de vanidad personal, ganarse el Premio Nobel de Paz; afán que
habría de imponerle una fecha límite a la firma del Acuerdo sin tener en cuenta su
dinámica; fecha arbitraria que le introduciría un factor de urgencia y de precipitud a
un proceso de gran complejidad, que por el contrario demandaba calma y no afán,
con unos cronogramas acoplados a su avance y no a las fechas de un premio.

Precipitud que generó el pecado original del proceso y que a la fecha lo sigue
marcando: no haber sido el resultado de un gran acuerdo ciudadano y político,
necesario para que fuera un propósito nacional nacido de ese acuerdo, como se
hizo y se logró con el proceso constitucional del 91. Tristemente acabó en manos
de unos pocos cercanos al Presidente mientras que el grueso de la ciudadanía no
se sintió vinculada ni solidaria ni corresponsable de su éxito. La apatía ciudadana
y política lo envolvió y solo cambió tardíamente como reacción al voto negativo en
el referendo aprobatorio.
Buscando "aligerar", facilitar la negociación, el tema del narcotráfico en general y
de los narcocultivos en particular, fue abordado de manera superficial, tangencial
para evitar demoras en su firma, soslayando su papel central en el conflicto como
es hoy patente, alimentando una violencia que no cesa y unos cultivos disparados
por la señal perversa que el gobierno Santos envió en el marco de las
negociaciones : no más fumigaciones y controles y el gobierno les pagará la coca
sembrada en el marco de la sustitución, terminó convertida en promoción del
cultivo. Las cifras no mienten y son simplemente escandalosas.

Juan Manuel Santos ha hecho un reconocimiento táctico y cultivado de esta última


circunstancia. Veremos si Ángela Holguín es menos diplomática al respecto.

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