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Requiem por el barro

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1982 en la Revista de Folklore número 21 - sumario >

Hoya Pineda es un barrio de Gáldar, pueblo de la isla de Gran Canaria. José y Julia viven en una
de las cuevas que existen y que tienen -dicen- acondicionadas para la vida. Pared y techos
albiados, blanqueados a cal con escobas de palma que aún manufactura Francisco en su taller
de Ingenio. No entro a ver la alcoba. Julia sabe la baratura de la harapa, ese amasijo lineal de
trapos viejos, prensados y convertidos en manta en el telar manual de Isabel, también de
Ingenio. A lo de la cal cubriendo bultos y depresiones, saliendo por los boquetes casa afuera, el
arquitecto Montaner diría que es "la higiene que se asoma". A lo de la manta, Paco Turista diría
que "qué buena para el coche". Aunque el telar de Isabel merece su nota aparte, vaya aquí una
referencia: los trapos para hacer la manta son retazos que lleva el cliente y por muy chicos que
sean sirven. La mano de obra se ocupa en esa manta una semana y cobra por ello nada y menos.
Isabel dice que si sube el precio no habrá más mantas y que "ya" es lo único que saber hacer. El
artesano es como un barco varado en este tiempo nuestro. Francisco ha hecho un poco más
colectivo lo de la escoba. Toda la familia es parte del proceso. La mujer, él y el hijo, ya muchacho,
sentados en el suelo del patio, produciendo escobas baratas para barrer o albiar.

En Hoya Pineda, Julia, sentada también en el suelo, hace los cacharros de barro. Dicen -las voces
autorizadas para decir estas cosas- que en una cueva prehistórica que hay en plena Hoya se han
encontrado restos de cerámica idénticos a los que Julia hace ahora. Y la manufactura
predominante en Hoya Pineda es la alfarería. Asisto al entierro de una cultura. Hay quien
sostiene que todo este lío no pasa del XVIII, así dicho con aire entre me lo guiso y me lo como el
palomo. Bueno, miren, ya tenemos una fecha, un dato frío que añadir a la emoción de verlo
nacer. Lo malo es que no coincide con los tiempos que cantan las pinturas rupestres de la cueva,
quietas en ese oscuro andén llamado prehistoria.

Aunque Julia y José no son los únicos alfareros que quedan, sí son prototipos de la comunidad.
El, con su asma a la espalda, pica montañas, carga terrones, los muele, los bate y los cierne.
Después los pone a remojo. El ingrediente para que el cacharro llegue a pegar es otro tipo de
arcilla, también arrancada a pico, molida y cernida, pero que no se moja. Atiende asimismo el
encendido del único horno que hay en Hoya Pineda. Horno común donde se consiguen
novecientos grados "a ojo". Ella es la artista. Se ríe mucho y se echa el pañuelo atrás, sofocada,
cuando se lo digo. Une el barro seco y el húmedo y con una tabla en el suelo como único torno,
da vida a una variedad como de quince piezas diferentes, desde la utilidad del puchero, olla,
plato, vaso, horno, sahumario, asador y palangana, a la forma más liviana para decorar con
flores: la maceta.

José y Julia son de los más bien asentados de Hoya. Así que tienen otra cueva, subiendo la
montaña, que usan como almacén. Julia no conoce el torno, esa herramienta tan útil al alfarero.
Pero ha oído hablar de él. Y de cómo juegan los pies en el proceso. Y hasta alguien le ha
preguntado si no trabajaría más cómoda. Julia no ha sabido explicarle que hace miles de años
que ella se viene sentando en el suelo y haciendo lo mismo. Así que ha dicho simplemente: no.

Aunque trabajan los dos, ella pone los precios. Dice José que "es cosa de mujeres". Así que le
compro unos cacharros y pago. Lo que pasa es que como ella tiene las manos embarradas, él se
guarda el dinero.

Es Hoya Pineda un valle montañoso, profundo o alto, según se mire desde arriba o desde abajo.
Las cuevas y alguna casita pequeña con azotea están en la ladera. Hasta este núcleo se llega por
camino de cabras. El suelo tiene muchos salientes, no aptos para pies delicados. En el interior
de las cuevas hace frío en verano, calor en invierno. No hay luz eléctrica. La manufactura se hace
a la puerta, agradeciendo sol. Tienen tres hijas, que como todos los hijos de los alfareros de Hoya
Pineda, no piensan ni por asomo heredar el oficio ni la cueva.

Julia, estancada su cultura de siglos en el nuestro, nos dice, dando forma con las manos a un
gran recipiente para agua: cuando yo falte, esto se acabó.

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