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Llego a la Rápita, pregunto a José Peña, del comercio, al tiempo que compro algo. Mostrador
por medio, me ilustra sobre el fandango, la Mudanza, el Robao y los trovos.
de las me agarro
se puede quedar.
estando ya en el ataud,
cuida tú de lo tuyo
Manuel toca el violín, Cecilio la bandurria, Mejía y Rogelio le dan a la guitarra, y Epifanio Lupión,
Ramón Antequera y Miguel García, cantan los trovos.
Mi memoria y mi sentido,
mi mala suerte,
al atardecer la muerte,
y si no me sale el cante
Diría que los instrumentos suenan como regañados unos con otros, que cada uno va por su sitio,
pero que no se puede hablar por ello de desafinamiento, puesto que ese son quebrado es su
timbre, su carácter, ni de arritmia, porque encajan al hilo compás por compás a tajo, no cuando
Dios da a entender, que cualquiera diría.
es el baile alpujarreño.
No hay señal definida de salida para el cantaor, al menos, que alguien fuera del cogollo sepa
captar. No parecen existir compases de espera, ni una regla que diga esto es así y lo otro no.
Pero el milagro del canto de los trovos surge anchando la capacidad de admiración del más
pintado en el tema. En esta hondura, los troveros acuden antes al fondo que a la forma. Valoran,
más que la buena voz -como la de Candiota o el Capitán- lo que se dice:
orgullo en mí no se encierra,
Una reunión de troveros no tiene hora de comienzo ni de final, carecen de sentido las fronteras
temporales de una fiesta, que dura mientras el cuerpo se mantenga en pie -o sentado- y quede
algo por decir . A las guitarras se les pueden partir las cuerdas a medio camino, pero la música
sigue aunque sea arañando la madera:
-Se empieza cuando se quiere y se termina cuando uno se cansa -dicen-, es un ejercicio de
ingenio, pique y gracia, exento de mala leche.
Epifanio, yo no quiero
buscar la rivalidad,
Te contesto a ti Miguel,
y parezco un cordobés.
De los troveros, unos trabajan en un invernadero, otros son agricultores o llevan un camión, y
algunos ya están jubilados, como Epifanio Lupión Lupiañez, hombre de gracia natural:
Yo no sé si habré faltado
Epifanio, yo no quiero,
y olvidarlo no podré,
Cantan lo que sucede, ven o sienten. Letras que divierten, sorprenden, relatan. Uno de esos
trovos que se pierden en el momento en que nacen deja en el aire salobre del pueblo La Rápita
que Federico -aquél granaino- murió a los 38 años.
Convencer al ignorante
-...seis meses antes de empezar el siglo; por debajo de la iglesia hay tres molinos; yo vine al
mundo en el que le dicen artero; entonces éramos mucho más pobres. Por aquí hay una especie
de deporte al que llaman bailes, mudanzas y otras cosas rancias y tradicionales, y es que desde
ni se sabe cuántos años, por las Pascuas, se reúnen los cortijeros en la era con la familia y forman
una fiesta con violines, guitarras, bandurrias; unos trovan bien, otros regular y otros mal, como
servidor, pero cuando cantan, intentan hacerlo lo mejor que pueden al ritmo de los palillos que
tocan los que bailan; así se divierten. Las Alpujarras se han ido despoblando. Yo estuve en el
molino hasta los ocho años de edad y me fuí a guardar ganado hasta los veinte. Me llevé un
hermano a Madrid y no pude colocarme porque no sabía poner mi nombre; era una tienda de
ultramarinos de un tal señor Quiroga, entre la Plaza de la Villa y la Calle Mayor, así que me tuve
que volver a guardar cabras. Yo no sé leer ni escribir pero sé muchas poesías que me he
inventado; las tengo en la cabeza, entre la más bonita y la más fea, unas cincuenta por ahí.
Epifanio quiere mostrarme la Rambla Guarea, especialmente la parte llamada el Trebo1ar, linde
entre Granada y Almería, escenario trágico hace dos décadas del paso por el valle de una
desgracia, lo que él llama , que lo arrasó todo. Una de las poesías que guarda en el libro abierto
de su memoria, lo cuenta:
LA TRAGEDIA DE LA RAMBLA
Cuando la nube cayó
unida a la de Gijón,
y no quedó un murallón
y la vega de Albuñol
el puente lo arrancó
Ya no puedo ni llorar
ni tampoco sonreir
en mi alma, a un sentir,
Se refleja en mi memoria,
en lo alto de un cerrillo
si yo levanto un castillo
igualmente me lo tira.
y La Rápita y Albuñol
No me puedo lamentar
del diluvio que ha caido
llegaron helicopteros
al terminar la venida
consiguieron rescatar
a punto de ahogar.
En un día de mercado,
y en la torre de Babel
En la guerra de Vietnam
que se acaben los disturbios,