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Adultocentrismo, adultismo y estereotipos generacionales

Cuando se habla de adultocentrismo, necesariamente se alude a un sistema de opresión


olvidado y poco conocido, a pesar de que ha existido a lo largo de la historia de la
humanidad. La dominación del mundo adulto hacia el mundo infantil y juvenil es una
práctica social arraigada en distintas épocas, sociedades y culturas, y que ha ido
transmutando y tomando distintas versiones, pero el razonamiento de fondo es el mismo:
el adulto es el modelo referencial (patriarcal), el que posee la verdad absoluta, el que
nunca se equivoca, el proveedor y dueño del espacio doméstico, y el que posee el control
de los cuerpos de los niños, niñas y adolescentes.
En lo que concierne a su análisis teórico en tanto objeto de estudio desde las Ciencias
Sociales, es bastante reciente (desde el año 2000 aprox.) si se le compara con otros
sistemas de opresión como el patriarcado y el colonialismo, que llevan décadas de
estudio e investigación.
Se podría decir, en términos generales, que las formulaciones, desarrollos y
cuestionamientos a lo que conocemos como adultocentrismo en Chile, provienen
principalmente del ámbito educativo. Ya sea por académicos y académicas de la
educación superior universitaria dedicados a la investigación y producción teórica de este
fenómeno, trabajadores y trabajadoras de la educación críticos con el sistema escolar
formal (educación bancaria, autoritarismo en las relaciones pedagógicas), y las
organizaciones de educación popular que promueven y generan nuevas prácticas
antiadultistas en su trabajo político-pedagógico en los territorios.
Si bien en este último tiempo, y especialmente desde el estallido social del 18 de octubre,
se ha manifestado una problematización más generalizada en nuestra sociedad desde las
organizaciones sociales (trascendiendo el espacio educativo propiamente tal), cuestión
que se ha visto por ejemplo con la creación y desarrollo de cabildos infantiles, aun así, no
existe actualmente una narrativa en común que identifique y reconozca al adultocentrismo
como un sistema de dominación de carácter estructural y sistémico.
Cuando hablamos de adultocentrismo, se tiende a pensarlo simplemente como una
acción individual de un adulto dirigida a un niño, niña o adolescente, en la que se le
discrimina, violenta, controla y oprime por su edad. Esta concepción particularmente la
sostiene y reproduce Sename, atribuyendo la problemática del maltrato infantil a
“desajustes” en la crianza, en la línea de “incompetencias” parentales, desconociendo,
entre otras cosas, las determinaciones sociales y culturales que configuran un modo
determinado de relación adulto-niño.
Pero tal como lo plantea Claudio Duarte (2012, 2015), sociólogo que en nuestro país ha
sido de quienes más han investigado, desarrollado y teorizado este tipo de sistema, el
adultocentrismo es un modo de organización social que se sostiene en relaciones de
dominación en las que las clases de edad adultas definen y controlan el lugar que ocupan
en la sociedad a quienes definen como “menores”. Es interesante la concepción que
sostiene Duarte, porque al plantearlo en términos de un modo de organización social, nos
está hablando de una manera en particular en la que se organiza la sociedad en cuanto a
las relaciones sociales, y particularmente, las relaciones intergeneracionales. No hace una
formulación desde una lógica individual sino colectiva.
El otro concepto que llama la atención es la de “clases de edad”. ¿A qué se refiere con
esto? Desde un punto de vista sociológico, tiene que ver con la categorización de cada
grupo social en función de su edad. Entonces, a partir de esta misma, desde una
perspectiva cronológica lineal, se clasifica socialmente lo que conocemos como niñez,
pubertad, adolescencia, adultez, vejez. Desde esta división de las edades se atribuyen
culturalmente ciertas tareas, deberes, funciones, derechos y privilegios. De esta manera
se le asigna a cada persona un rol determinado en la sociedad, el cual se instala en el
imaginario social del ordenamiento “normal” de la sociedad misma.
En ese sentido, esta división de clases de edad, no responde a una condición
psicoevolutiva de “naturaleza psicológica”, sino que más bien a las condicionantes
históricas, sociales y culturales que van moldeando el lugar que ocupa cada grupo social
en una época, territorio y cultura determinada.
La edad entonces es la categoría central en el sistema adultocéntrico, porque no opera en
términos simplemente clasificatorios, sino que además implica una determinada atribución
de derechos, deberes y patrones de conducta.
En esa línea, se sostiene la existencia de estereotipos generacionales, los cuales instalan
representaciones sociales de la niñez (inmadurez, emocionalidad, dependencia,
incompletitud, incompetencia), adolescencia (apatía, flojera, impulsividad, desorden) y
adultez (madurez, racionalidad, autonomía, autoridad, competencia). Así como existen
estereotipos de géneros (y que coexisten con los estereotipos generacionales), los cuales
atribuyen y condicionan ciertas características (masculinas o femeninas según el sistema
binario) a las personas en función de su sexo biológico, en los grupos generacionales
ocurre lo mismo, pero en función de sus edades.
Como todo estereotipo, en tanto percepción simplificada de cierto grupo social, va de la
mano muchas veces con discursos prejuiciosos y discriminadores, reproduciendo esa
violencia simbólica que mantiene los roles preestablecidos y relaciones
intergeneracionales jerárquicas, sin dar lugar a otras formas de pensar y vincularnos con
la niñez. Esto da pie a prácticas cotidianas legitimadoras de la distribución y ejercicio
desigual del poder en las relaciones intergeneracionales, siendo el mundo adulto siempre
el privilegiado.
Ahora bien, el adultocentrismo no se remite a un asunto entre individuos (adulto-niño),
sino que es un fenómeno sociocultural con múltiples y diversas expresiones. Una de ellas
ocurre en el ámbito político-institucional, en el que, por ejemplo, las políticas públicas de
infancia, más allá de las buenas intenciones, son siempre diseñadas, planificadas y
ejecutadas desde el mundo adulto, sin la participación (vinculante y no meramente
consultiva) de los niños, niñas y adolescentes.
Por tanto, me parece necesario comenzar a problematizar y complejizar el análisis y
debate actual que hay sobre las violencias hacia las niñeces y adolescencias. Esto porque
las narrativas hegemónicas identifican ciertos espacios institucionales donde se expresan
las distintas formas de violencia, como la familia (maltrato infantil), la escuela (violencia
escolar), el Sename (violencia institucional), las comunidades mapuches (violencia
estatal-policial), acotándolo a conductas individuales de ciertos adultos. El problema es el
adulto agresor y violento. Ya sea el policía, el padre, el profesor, etc. El problema de esa
visión, de ese discurso, es que, por un lado, realiza un análisis individual, y por tanto
parcial y fragmentario del fenómeno de la violencia; y por otro, se enuncia bajo la
terminología jurídica de “vulneración de derechos”, reduciéndolo a una cuestión
netamente técnico-jurídica, desprovisto de un análisis político.
En cambio, lo que propongo es hacer un desplazamiento de una lógica individual, parcial
y fragmentada, a una lógica colectiva, intersectorial y estructural, que pueda identificar el
sistema adultocéntrico como la raíz a partir de la cual se despliegan las múltiples formas
de violencias hacia las niñeces, desde la criminalización y persecución que hace el
Estado con la niñez y juventud popular, hasta el maltrato infantil en el ámbito doméstico.
Esto implicaría dar cuenta de la especificidad de las violencias hacia este grupo etario en
particular, visibilizando su componente adultista. El adultismo entendido como el acto de
discriminación por edad, es la materialización de la violencia cuya lógica se encuadra en
el adultocentrismo (Alexgaias, 2014) (para que se entienda mejor, si hacemos un
paralelismo, el adultocentrismo es al patriarcado, lo que el adultismo es al machismo).
En conclusión, llamemos las cosas como son: no es cualquier tipo de violencia, no es
simplemente vulneración de derechos, es violencia adultista
Adultocentrismo y adultismo
13 Dic 2019 | Conversemos, Redactora: Cin

“Ya vas a entender cuando seas grande”. ¿Alguna vez sentiste que tu opinión resultaba
invalidada por un adulto solo porque tenés menos edad o porque sos adolescente?
Vivimos en una sociedad adultocentrista y es hora de que hablemos un poco sobre esto.

¿Qué es el adultocentrismo?
La Unicef se refiere al adultocentrismo como una desigualdad social: tener más edad, en
nuestra sociedad, equivale a tener mayor jerarquía. La consecuencia de esto es clara:
niños, niñas y adolescentes tienen menor poder y menos posibilidades. El adulto es visto
como el modelo de persona, el ideal superior, mientras que la adolescencia es minimizada
como una etapa de crisis y de transformación.
Por suerte, este concepto está empezando a cambiar, ya que se reconoce desde la
antropología que el concepto de adolescencia es una construcción social y esa idea de
crisis es solo un concepto occidental. Pero está muy instalado en nuestro contexto, por lo
cual tiene implicancias en nuestra vida diaria.

¿Es lo mismo que adultismo?


El adultocentrismo es esa situación de desigualdad de poder por edad que está instalada
en la sociedad. El adultismo, en cambio, es el conjunto de conductas que promueve y
sostiene esa desigualdad.
El adultismo está definido por Unicef como “cualquier comportamiento, acción o lenguaje
que limita o pone en duda las capacidades de los adolescentes, por el solo hecho de
tener menos años de vida”. O sea: todas esas veces que te dicen que vas a cambiar de
opinión porque sos muy joven, que tu posición no cuenta o cuenta menos que la de un
adulto, o que ellos tienen la razón solamente porque tienen más edad que vos.

“¡La juventud está perdida!” ¿O no?


Nuestra sociedad es desigual en un montón de aspectos; eso no es novedad. El
adultocentrismo es otra de esas desigualdades que tenemos tan pero tan naturalizadas
que ni siquiera advertimos.
La Unicef es contundente en la descripción de las causas del adultocentrismo: dice que
los adultos no tienen las herramientas para entender el nuevo mundo en el que viven los
jóvenes y quieren seguir insistiendo en que lo que ellos conocen es la forma de manejar el
mundo. Así que es todo un tema de control y poder… ¡qué sorpresa! (NOT).
Nuevos modelos de adultos
Una de las cosas hermosas de esta época es que muchos paradigmas están cambiando y
nos vamos volviendo una sociedad más inclusiva e incluyente. En lo que tiene que ver
con la desigualdad de poder por edad, están surgiendo lo que Unicef llama “adultos
aliados”: adultos que reconocen que no saben todo, que asumen sus propias limitaciones,
que entienden que lo bueno es aprender y enseñarse recíprocamente y que saben que
los derechos de niños, niñas y adolescentes no tienen por fin desplazar a los adultos.
¿Has recibido comentarios adultistas? Te invito a prestar atención a cuando ocurran este
tipo de situaciones. Espero que de a poco todos los adultos nos vayamos convirtiendo en
“adultos aliados” y logremos construir una sociedad menos adultocéntrica.
Adultocentrismo: qué es y cómo combatirlo
"Aquí mando yo", “cuando ganes tu dinero, podrás opinar" o ¿tú qué vas a saber si no
tienes edad? son frases que consideran que las personas adultas son superiores sobre
otras generaciones como niñez, adolescencia y juventud. Esto es el adultocentrismo
Actualmente en México podemos hablar de los derechos de la niñez y adolescencia con
mayor frecuencia, no obstante, es necesario recordar que la sociedad actual se construyó
en buena medida invisibilizando las voces de las niñas, niños y adolescentes, y que
existen muchos sectores de la población que consideran esta práctica vigente.
Frases como: “usted no me contradiga, aquí el adulto yo soy” o "este niño es mío y si
quiero me lo como" forman parte de una perspectiva adultocéntrica que consiste en que
las personas adultas consideran que son superiores a niñas, niños y adolescentes en los
espacios en los que conviven e interactúan cotidianamente como la casa, la escuela y la
comunidad.
Son prácticas comunes que las personas adultas:
• Olvidan que niñas, niños y adolescentes tienen los mismos derechos.
• Minimizan sus ideas y propuestas.
• Descalifican sus necesidades y sentimientos.
• No les escuchan, ni les permiten expresarse.
• Normalizan las violencias o considerar que son parte de su educación.
• Consideran que sus derechos están condicionados a cumplir con una obligación.
Las consecuencias negativas de estas prácticas afectan los derechos humanos básicos
de niñas, niños y adolescentes al discriminar, subordinar y relegar sus ideas, propuestas y
sentimientos sólo por el hecho de tener una edad menor, lo que a largo plazo generará
relaciones asimétricas, además de reproducir y perpetuar el autoritarismo.
En este orden de ideas, es importante identificar al adultocentrismo como parte de un
sistema más amplio de dominación en nuestra sociedad que junto al androcentrismo (la
consideración de que el hombre es el centro del universo), han obstaculizado el desarrollo
y acceso igualitario de oportunidades y que afecta principalmente a niñas, niños,
adolescentes y mujeres.
Superar el adultocentrismo y privilegiar los derechos de niñas, niños y adolescentes en la
vida cotidiana es parte fundamental de su desarrollo, además les permitirá aprender a
ejercer sus derechos en forma responsable, así como a respetar los derechos de las
demás personas en la construcción delpropioproyecto de vida.

Para ello te recomendamos:


• Identificarque su participación es una oportunidad de diálogo, que abona en la
resolución de conflictos de forma pacífica y evita llegar a la violencia.
• Tomar en cuenta sus opiniones, sin verlas como una falta de respeto o una amenaza a
la autoridad en la casa o la escuela.
• Involucrarles en las decisiones; escuchar y valorar sus aportes frente a un tema o
problema, tanto en la casa como en la comunidad.
• Explorar nuevas soluciones para enfrentar los desafíos de la vida en familia, en las
escuelas y la comunidad.

Es importante recordarque,si bien las personas adultas tenemos más experiencia que
niñas, niños y adolescentes, es dicha experiencia la que nos debe ayudar a guiar,
proteger y tomar acuerdos en común a través del diálogo y el respeto hacia su propia
visión.
Un ejemplo de la riqueza de su participación es el sondeo OPINNA #NuevaNormalidad en
el que 578, 174 niñas, niños y adolescentes mencionaron la importancia de hacerles
partícipes de las campañas mediáticas para la implementación de medidas sanitarias y de
sana distancia, lo que demuestra que ellas y ellos no sólo están preocupados por la
situación actual, también proponen ser parte de las soluciones a través de su participación
en el desconfinamiento en casa, así como del regreso seguro a escuelas y espacios
públicos como parques o plazas.
Es en la niñez y la adolescencia donde las personas adultas podemos fomentar la
construcción de espacios de convivencia humana en la que se pondere la colaboración
por encima de la competencia, espacios pacíficos en los que se valoren las opiniones y
propuestas desde las diferencias, ydonde se construyan vínculos afectivos como base de
la convivencia y la transformación de conflictos.
Escucharles es parte de su derecho a la participación. #EsSuDerecho
Bibliografía
“Adultocentrismo, adultismo y estereotipos generacionales”
https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/columnas/2020/07/24/adultocentrismo-
adultismo-y-estereotipos-generacionales/
“Adultocentrismo y adultismo”
https://www.harta.uy/adultocentrismo-y-adultismo-2/
“Adultocentrismo: qué es y cómo combatirlo”
https://www.gob.mx/sipinna/es/articulos/adultocentrismo-que-es-y-como-combatirlo?
idiom=es

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