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JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ "AZORÍN" (1873-1967)

José Martínez Ruiz, "Azorín" (1873-1967), ensayista, novelista, autor de teatro y crítico, nació en
Monóvar (Alicante), al sur de la Comunidad Valenciana. Su biografía, como la sencillez de su persona, es
pobre en incidentes. Toda su vida se caracterizó por su sencillez, pues siempre fue un típico hombre de
pequeña ciudad de provincia. Hijo de un abogado y acomodado político conservador, estudió leyes en
Valencia y marchó luego a Madrid para dedicarse al periodismo y la literatura. A partir de 1905, y luego de
la publicación de la trilogía formada por La voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño
filósofo, Martínez Ruiz pasó a llamarse Azorín.
Manifestó tempranamente sus intereses políticos personales; por ello, durante los primeros años
de su carrera en Madrid, años de bohemia juvenil y de trato con izquierdistas radicales, hacía gala de
nihilismo existencial y simpatía por el anarquismo, ideología que defendió públicamente en diversas
colaboraciones periodísticas en diarios y revistas.
Sus primeros títulos, tales como Notas sociales (1896), o Pecuchet demagogo (1898), respondían
también a esa ideología. Compartió, junto a Ramiro de Maeztu y Pío Baroja, una viva admiración por las
obras de Nietzsche, por las del ensayista francés Michel de Montaigne y las del poeta austro-alemán
Rainer María Rilke. Con los amigos Baroja y Maeztu formó además el grupo de los tres, núcleo original de
la Generación del 98. Unos años más adelante, al vaivén de la situación política española, se manifestará
como republicano; y a fines de su vida, monárquico conservador. Su progresiva tendencia hacia el
conservadurismo no se produjo sin cierta ambivalencia: inquietud por los intereses del país y, al mismo
tiempo, manifiesta necesidad de aproximarse a quienes ostentaban el poder y garantizaban la seguridad, lo
que se hace patente también en sus escritos literarios y periodísticos. De los inicios anarquistas y las
lecturas de Nietzsche y Schopenhauer, "Azorín" pasó a llevar una vida tranquila y sosegada, de escritor
sereno, preciso y metódico, y a introducirse poco a poco en la política española conservadora. Como
intelectual del 98 fue uno de los impulsores del renacimiento de la literatura española, por el gusto
personal por la mejor tradición literaria en castellano.

Cuatro etapas de su producción literaria

1. Predominio de elementos autobiográficos e impresiones suscitadas por el paisaje. El


protagonista es Antonio Azorín (del cual tomará su seudónimo), personaje de ficción que se
convierte en la conciencia de su creador. Las novelas son un pretexto para desarrollar las
experiencias vitales y culturales del autor. Títulos: La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las
confesiones de un pequeño filósofo (1904); una trilogía que resulta la expresión del pesimismo del
98, con sus personajes abúlicos y fracasados, con influencias de sus lecturas de Schopenhauer y
Nietzsche.

2. Abandona los elementos autobiográficos, si bien continúa reflejando sus propias inquietudes
en los personajes: la fatalidad, la obsesión por el tiempo y el destino, entre otros. Títulos: Don
Juan (1922), basada en la conversión cristiana del mito, y Doña Inés (1925).

3. Novelas marcadas por el vanguardismo, en las que se hallan ecos de los dramas personales de
Rilke, muy leído por esos años. Félix Vargas (1928), Superrealismo (1929) y Pueblo (1930), donde
Azorín ensaya  nuevas técnicas narrativas.

4. Tras un período de relativo silencio profundamente marcado por la contienda civil, Azorín
vuelve a la narrativa con El escritor (1941), la novela rosa María Fontán (1943) y La isla sin aurora
(1944); en estas obras regresa a su estilo tradicional, con clara tendencia a la exquisitez narrativa
y a la armonía.
AZORÍN Y SU IMPORTANCIA PARA EL 98

o Fue el escritor más fecundo y más leído de su generación, y quien bautizó a este grupo con
el nombre de generación del 98, como se le conoce en la actualidad.

o Su obra -escrita en una prosa clara, precisa en la exposición, exigente con los pequeños
detalles, de frase breve y riqueza de léxico-, supuso una auténtica revolución estética, como
contundente reacción contra la vaciedad literaria, la grandilocuencia y el heroísmo que se
achacaba a algunas obras de fines del XIX.

o Eligió representar lo cotidiano, lo sencillo, los “primores de lo vulgar” y lo pequeño,


entendidos como expresión de la autenticidad que tanto buscaban los autores del 98.

Temática y estética azoriniana

o España: Sus ideas sobre España son las del 98. En principio es muy crítico con la tradición
nacional; más adelante, sin embargo, se esforzó por comprender y valorar esta tradición.
Disiente con la idea de la europeización de España, propugnada por un grupo de pensadores
contemporáneos, los regeneracionistas; aunque no renuncia a la necesidad de “un lazo sutil
que nos una a Europa.” Coincide aquí con Unamuno, que postulaba una “iberización de
Europa.”

o Moral: La moral de Azorín surge de su amable escepticismo al estilo de Michel de Montaigne


(1533-1592), un escritor renacentista francés creador del ensayo como forma literaria: bondad,
comprensión, tolerancia, sin trasfondo metafísico ni religioso. Sostiene en este sentido que “La
ilusión es la verdad más alta, porque nos sostiene y nos consuela”. Al final de su vida, cuando
sus ideas conservadoras lo reconciliaron con la religión, habló de su “catolicismo firme, limpio y
tranquilo y con ideas justas, firmes, serenas, ortodoxas y españolísimas”.

o La abulia o el fallo de la voluntad : Esta es una constante en la concepción del mundo de Azorín.
El fallo de la voluntad y la atomización del tiempo llevan a la crisis de la voluntad, típica de los
héroes tempranos del autor. Esa desilusión, ese escepticismo y abulia son el reflejo del
ambiente nacional de los hombres del 98. Su novela La voluntad es la novela del 98, la novela
de la abulia y el fracaso.
o A pesar de sus veleidades políticas, Azorín es ante todo un temperamento contemplativo, un
espíritu fino y delicado. Su capacidad es la sensibilidad, la capacidad de percibir el valor
emotivo y poético de las cosas. Ve los sutiles matices de todo y sabe destacar el profundo
sentido humano de las cosas pequeñas. Su fuerte es el gusto por lo pequeño, lo cotidiano.
Está siempre atento al sentido del tiempo y de la muerte, al gusto por las cosas vivas. 
o En él predominan las percepciones visuales de las cosas; sus descripciones y visiones son
exclusivamente plásticas. Frecuentemente elimina de las cosas todas las notas excesivas y
recompone la realidad de forma enumerativa, catalogando los pormenores, con la sensibilidad
de un hombre cultivado y educado.
o El tiempo: La eternidad y la continuidad, simbolizadas en las costumbres ancestrales de los
campesinos, son temas dominantes en sus escritos. De allí la contemplación emotiva del
paisaje del interior español y la constante meditación sobre el cíclico fluir del tiempo (ecos
nietzscheanos del "eterno retorno"). Su máxima: "Vivir es volver a ver".
o A veces recuerda Azorín a San Agustín en su preocupación por inquirir qué es el tiempo. “A
saber lo que es el tiempo he dedicado grandes meditaciones”. En las Confesiones de un
pequeño filósofo (1904) nos cuenta sus recuerdos de la infancia, lo que explica su obsesión por
el tiempo: En un pequeño pueblo “donde sobraban las horas”, se le amonestaba siempre
porque “llegaba tarde”. Azorín se preguntaba: “¿Por qué y para qué es tarde? ¿Qué empresa
vamos a realizar que nos exige contar los minutos? No lo sé, pero os aseguro que esta idea de
que siempre es tarde es la idea fundamental de mi vida”.
o En su obra el recuerdo de lo que desapareció ocupa un lugar primordial; la pérdida de la niñez,
tratada como un estado paradisíaco, donde no había preocupación por el tiempo. En la niñez se
vive en una eternidad contraria a la historia, en una especia de inmortalidad contra muerte. Por
ello dirá: “Del pasado dichoso solamente podemos conservar el recuerdo, la fragancia del
vaso”.
o Para Azorín, tiempo es dolor. La tragedia y la emoción del tiempo es el asunto que se repite
como un leitmotiv en su obra; junto a la idea de la caducidad de lo terreno, desarrolla también
la de la absoluta inmutabilidad: “Desaparecen los hombres, pero permanece lo humano”. Hay
una realidad universal y eterna, que enlaza pasado, presente y futuro, pues “Lo fugitivo
permanece y dura”.
o Otros autores del 98 coincidían en su visión de la continuidad histórica en el tiempo: Unamuno
pensaba que “todo queda pasando”; y Antonio Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo
nuestro es pasar”. Para estos autores hay siempre continuidad histórica.
o Según escribe en las Confesiones de un pequeño filósofo (1904): Todo pasa y acaba en la vida: los
grandes hombres, las grandes acciones, las grandes pasiones; en cambio, el tejido oscuro de las
pequeñeces y las vulgaridades que forma el fondo de la vida diaria, se repite constantemente igual, y
sólo en él encontramos el lazo permanente que une a todos los hombres de todos los tiempos.

Estilo y técnica literaria

o Estilo sencillo, nuevo y vigoroso en la prosa española; muy trabajada sencillez, claridad y
precisión.
o Sintaxis simple, con predominio de oraciones yuxtapuestas; evita la subordinación. Una de sus
características es la puntuación: en sus textos abunda la frase corta, pues emplea a menudo el
punto para romper un período más extenso, lo propio de su mentalidad fragmentaria y
minuciosa.
o Léxico, muy rico, lleno de neologismos y términos arcaicos, uno de los valores propugnados
por los hombres del 98.
o Técnica impresionista: buscar a través de la sensación la íntima realidad de las cosas. Sus
descripciones están animadas de ternura, emoción y de delicadeza; percibir lo substantivo de la
vida a través del detalle, del pormenor. Interés en lo nimio, lo minucioso e insignificante, que
por sernos habitual nos pasa desapercibido. No cultiva un realismo fotográfico, sino que busca
la profunda significación del detalle en casa cosa.

Azorín escribe en su “Teoría del estilo”, recogida en El escritor, de 1941


Retengamos esa máxima fundamental: Derechamente a las cosas. Sin que las palabras nos detengan, nos
embaracen, nos dificulten el camino, lleguemos al instante a las cosas (…) La elegancia es la sencillez.
Escribamos sencillamente. No seamos afectados. Llegan más adentro en el espíritu, en la sensibilidad, los
hechos narrados limpiamente que los enojosos e inexpresivos superlativos (…) Vamos a dar una fórmula de
la sencillez. La sencillez, la dificilísima sencillez, es una cuestión de método. Haced lo siguiente y habréis
alcanzado de un golpe el gran estilo: colocad una cosa después de la otra. Nada más; esto es todo.

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