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LA FE QUE MUEVE MONTAÑAS

Leía estos días que la mente es maravillosa. Si tienes fe, las cosas
acaban ocurriendo. Cuando pones fe en ellas centras
toda tu energía, toda tu motivación, tu ilusión, tus ideas,
proyectos, decisiones… Y esto, no hay duda, ayuda a
conseguir lo que más anhelas. La fe mueve montañas
solamente cuando es verdadera fe, solamente cuando estás
plenamente convencido de ello. Ya que de alguna manera, con
toda tu actitud, pensamientos, creencias, sentimientos y
emociones, convicción y conductas, estás haciendo realidad lo
que deseas. Toda tu vida la diriges hacia allí. La fe también es
creer que tú puedes conseguirlo.
“Una fe: he aquí lo más necesario al hombre. Desgraciado
el que no cree en nada”
-Victor Hugo-
Pero esto no es lo que la Biblia dice. No es problema del trabajo de
mente, sino de descansar en Dios.

El problema más grande del hombre contemporáneo no es la


falta de recursos, sino la falta de esperanza. Definitivamente,
el hombre moderno carece de esperanza porque no tiene fe.
En todos los rincones de la Tierra notamos que abunda la
guerra, el terror, la calamidad, la pobreza, la maldición y el
sufrimiento. Los estudiosos se preguntan: "¿Acaso habrá
alguna esperanza para esta generación?" Entonces, ¿cuál es
la actitud que nosotros, los cristianos, debemos tomar ante

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esta situación? Creo que la mejor ilustración es la actitud de
un bebé que descansa en los brazos de una madre. En otras
palabras, debemos depositar toda nuestra confianza y fe en
Dios, nuestro Padre celestial. Por más grande que sea la
turbulencia de este mundo, nunca debemos perder nuestra
fe en Dios. La fe, en sí, es un potencial donde fluye la
esperanza y el poder transformador divinos. ¿Recuerdas al
hombre que se había acercado a Jesús pidiendo ayuda por su
hijo que se encontraba endemoniado? Cuando el hombre
exclamó: "Señor, si puedes hacer algo, ayúdame", el Señor le
dijo: "Si puedes creer, al que cree todo le es posible" (Marcos
9:23). Su vida, al igual que la vida de su hijo, fue transformada
totalmente al recibir esta palabra, y al cambiar su forma de
pensar y hablar. Los creyentes deben mostrar una actitud
activa y firme, motivada por la. fe

1. Cuando el creyente se queda solo


1 Reyes 17-22; 2 Reyes 1-2)

En el siglo IX a.C. los israelitas se habían dejado llevar


masivamente por el culto a los baales. Frente al Dios de Israel
–invisible, trascendente– era muy fácil ceder al culto de los
cananeos: su dios Baal garantizaba la lluvia y la fertilidad del
suelo, y por tanto la cosechas. La tentación de aceptar un dios

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a su alcance, fácilmente manipulable mediante ciertos ritos,
era fuerte. Porque el Dios de Israel, soberano y majestuoso,
no se dejaba manejar en absoluto.

El culto a Baal era además propiciado por el poder político.


Ajab, el rey de Israel, casado con Jezabel –una siro-fenicia–,
propició la existencia de baales y astartés. ( Astarté:Representaba
el culto a la madre naturaleza, a la vida y a la fertilidad, así como la
exaltación del amor y los placeres carnales.) La inmensa mayoría del
pueblo, si no abandonó del todo la fe en Yahveh, sí al menos
aceptó un sincretismo: intentó combinar el culto a Yahveh
con el de Baal, que parecía asegurarles la fertilidad de sus
campos.

En este contexto surge un hombre que no tolera


ambigüedades y quiere defender a toda costa la pureza de la
fe: Elías. Su mismo nombre –literalmente Eliyahu– es una
declaración de guerra: «Mi Dios es Yahveh».

Pero no se conformó con las palabras. Pasó a los hechos. Y


retó al pueblo que de debatía en esta ambigüedad: «¿Hasta
cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es
Dios, seguidle; si Baal, seguid a Baal» (18:21). La interpelación
era clara y tajante: no se puede jugar a dos cartas. Estaba en
juego la verdad, y por tanto el bien del pueblo. Si seguían a un
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Dios falso, eso significaba vivir en la mentira y acabar en el
fracaso. Estas palabras parecen anticipar las de Jesús: «No
podéis servir a dos señores… No podéis servir a Dios y la
Dinero» (Mt 6,24).

El pueblo no respondió nada. Sabían que Elías tenía razón.


Pero estaban demasiado comprometidos con los baales, que
les proporcionaban cierta seguridad…

Elías había quedado solo frente a los 450 profetas de Baal. Y


realizó una propuesta audaz: ofrecer sendos sacrificios a los
respectivos dioses, y el que hiciera bajar fuego del cielo sobre
la ofrenda demostraría ser el verdadero Dios.

Elías estaba solo, pero le sostenía una fe inquebrantable en el


Dios de Israel. Por eso se dirigió a Él suplicándole que actuase
con hechos: «Yahveh, que se sepa hoy que tú eres Dios…
respóndeme, y que todo este pueblo sepa que tú eres Dios
que conviertes los corazones» (18,36-37).

Y Dios respondió. Y actuó una vez más, como ya lo había


hecho tantas veces en la historia del pueblo. Y mostró con su
actuación su realidad, su presencia, su poder. Pero a Elías le
tocó huir: se había opuesto a la reina. Y ésta juró que
exterminaría a aquel hombre que osaba interponerse a su

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autoridad. Más aún cuando Elías denuncia al rey su abuso de
poder al llegar a mandar –siempre bajo el consejo de su
esposa Jezabel– que fuera asesinado un hombre del pueblo –
Nabot– para quedarse con la viña que se le había negado a
venderle (c.21).

Elías es perseguido a muerte y tiene que ocultarse y huir.


Llega a experimentar el cansancio y el desaliento, llega incluso
a desearse la muerte… Pero el Dios que se ha mostrado vivo
y verdadero le sostiene y le cuida. Y en la intimidad de Horeb
reanima sus fuerzas, reaviva su fe, le inunda de fortaleza y le
capacita para seguir llevando adelante la misión confiada.

Cuando el creyente se queda solo (su mente no le ha servido


tampoco) es el momento de la prueba. Pero también es el
momento de la fe que mueve montañas (Mt 17,20). Es el
momento de la confianza que posibilita que Dios demuestre
con los hechos que es real y verdadero (frente a los falsos
dioses que el hombre, hoy como ayer, se construye). Es el
momento de la fortaleza ante la persecución, incluso
arriesgando la propia vida. Y, sobre todo, es el momento en
que Dios actúa, realizando prodigios y maravillas, y llevando
adelante su plan de salvación… (Texto bíblico: 1 Reyes 17-22;

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2 Reyes 1- 2) Es cuando el creyente se queda solo con su
impotencia.

2. La fe que mueve montañas


Una pequeña congregación en las faldas de las Montañas “Great
Smokies” construyó un Nuevo santuario en un lote de terreno donado por
un miembro de la iglesia. Diez días antes de que la nueva iglesia fuese
inaugurada, el inspector municipal de la localidad le informó al pastor
que la playa de estacionamientos no era lo suficientemente grande para
el tamaño del edificio. Hasta que la iglesia doblase el tamaño de la
explanada de estacionamientos, no podrían utilizar el nuevo santuario.

Desafortunadamente, la iglesia con la explanada de insuficiente tamaño


había usado cada pulgada de su terreno excepto por la montaña contra la
que había sido construida. Para poder construir más estacionamientos,
tendrían que sacar la montaña fuera de su patio trasero. Sin amilanarse,
el pastor anunció el siguiente domingo en la mañana que se reuniría esa
noche con todos los miembros que tuviesen una “fe que mueve
montañas”. Ellos celebrarían una sesión de oración pidiéndole a Dios que
removiese la montaña de su patio trasero y que de alguna manera
proveyese suficiente dinero para pavimentarlo y pintarlo antes de la fecha
del culto de inauguración la semana siguiente.

En el tiempo señalado, 24 de los 300 miembros de la congregación se


reunión para orar. Oraron por casi tres horas. A las diez de la noche, el
pastor pronunció el “amén” final. “Celebraremos el culto de inauguración
el próximo domingo tal y como está programado”, les aseguró a todos.
“Dios nunca nos ha fallado antes y estoy seguro de que será fiel en esta
ocasión también”.

A la siguiente mañana mientras trabajaba en su estudio, oyó un fuerte


golpeteo en su puerta. Cuando la mandó entrar, un capataz de aspecto
rudo apareció, quitándose el casco al entrar. “Perdóneme, Reverendo.
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Soy de la Compañía de Construcción Acme del condado aledaño.
Estamos construyendo un enorme centro comercial allá y necesitamos
algo de tierra para relleno. ¿Podría usted vendernos un pedazo de esa
montaña detrás de su iglesia? Le pagaremos por la tierra que removamos
y le pavimentaremos el área desocupada a nuestra costa, si la podemos
tener de una vez. No podemos hacer nada más hasta que rellenemos con
tierra y le permitamos asentarse”.

Aquella pequeña iglesia fue dedicada el siguiente domingo de acuerdo al


plan original y ¡hubo muchísimos más miembros con “fe que mueve
montañas” en el domingo inaugural que los que había habido la semana
anterior!

¿Nos hubiéramos nosotros presentado para aquella reunión de oración?


Alguna gente dice que la fe viene de los milagros. ¡Pero
otros saben que los milagros vienen por la fe!

–¡Mujer, qué grande es tu fe! –contestó Jesús–. Que se cumpla lo que


quieres. Y desde ese mismo momento quedó sana su hija. Mateo 15:28
19 Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué
nosotros no pudimos echarlo fuera? 20 Jesús les dijo: Por vuestra poca
fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de
mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada
os será imposible.. Mateo 17:20

Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si


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tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la


higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y
échate en el mar, será hecho.Mateo 21:21

El tesoro escondido
“El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un
campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder,
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y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese
campo” (Mateo 13:44).

¡Quién no ha soñado con un tesoro! Un tesoro de verdad, de


aquellos que aparecen en las historias de piratas y que vienen
en cofres que al ser abiertos le muestran al feliz descubridor
un menú de joyas, oro, plata y piedras preciosas cuyo valor es
tan inmenso que nadie se atreve a imaginar.

La parábola que ahora estudiamos nos habla de un hombre


que encontró un tesoro. La Biblia no nos informa qué clase de
hombre era, sólo nos dice que encontró un tesoro mientras
caminaba por el campo. ¿Un campesino tal vez?

Sólo podemos imaginarnos qué significa para una persona,


que está obligada a mantener a su familia con un salario de
trabajador de la tierra, expuesto a los antojos del clima y la
amenaza de una mala cosecha, encontrarse con un tesoro.
Sus problemas estaban resueltos, la compra de zapatos para
los niños dejaba de ser una tragedia, su mujer no tendría que
esperar por sus anteojos y nunca más vivirían hacinados en
un cuarto. La renta… bueno, ahora no habría renta. Tenían
que acostumbrarse a vivir en una casa propia. Es
sorprendente lo que un tesoro puede aportar a la economía
de una familia. Debemos dejar claro que nadie puede
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experimentar un hallazgo de esta naturaleza y seguir viviendo
de la manera acostumbrada.

La parábola nos informa que el hombre se sentía tan gozoso


con su descubrimiento que cuando supo que podía perderlo,
porque el terreno estaba a nombre de otra persona, fue y
vendió todo lo que tenía y lo compró.

¿QUÉ NOS QUIERE ENSEÑAR LA PARÁBOLA DEL TESORO


ESCONDIDO? ¿La forma de invertir nuestro dinero?

Es extraño, pero el tema principal de esta parábola no es el


dinero; es la fe. La falta de fe para ser más claro. La Biblia dice
que todos hemos encontrado un tesoro, ¡un verdadero
tesoro! Uno de aquellos que cambian la vida trayendo
perdón, paz y amor a nuestros corazones manchados y
cansados.

Ahora tenemos paz. Pertenecemos al grupo de aquellos


que “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida
juntamente con Cristo” (Efesios 2:5). Hoy en día vivimos en
armonía con nuestro Padre celestial y podemos ir a Él con
todos nuestros problemas. No es que seamos perfectos o
mejores que nadie, pero extendiéndonos a lo que está
delante, decimos con Pablo: “prosigo a la meta, al premio del

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supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses
3:14).

La Biblia se esmera en dejar claro que este es un tesoro de


infinito valor y debemos considerarlo como tal. Pablo sentía
esto mismo cuando dijo: “pero cuantas cosas eran para mí
ganancia, las he estimado como pérdida por amor de
Cristo” (Filipenses 3:7).

El punto de esta parábola es que si hemos encontrado


el Tesoro, debemos aprender a vivir de la manera que vive el
dueño de un tesoro. Qué torpe sería el hombre de nuestra
historia, si continuara viviendo hacinado, si no le comprara
zapatos a sus hijos ni anteojos a su mujer. Hacerse dueño de
este Tesoro y permanecer en él es el asunto más importante
en nuestra agenda. El Señor lo llamó “la única cosa
necesaria” y enseñó que puedes ganarte el mundo entero,
pero si no tienes ese Tesoro, tu vida ha sido un fracaso.
Alguien que se encuentra con un Dios que le ofrece el perdón
de sus pecados y le entrega un futuro limpio y claros
propósitos, preparados especialmente para él, se ha
encontrado con un tesoro de incalculable valor.

Este tesoro se encuentra por fe, a diferencia del hombre de


la parábola que tomó las monedas de oro en sus manos y puso
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sus ojos en las joyas y la plata. Nosotros conseguimos todo
esto por fe. “Fe es la certeza de lo que se espera, la convicción
de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Sin fe nadie verá a Dios,
porque sin fe no puedes conseguir el tesoro. Para conseguir
fe “debemos doblar las rodillas ante el Padre de nuestro Señor
Jesucristo… para que os dé, conforme a las riquezas de su
gloria… para que habite Cristo por la fe en vuestros
corazones… y puedas conocer el amor de Cristo, que excede a
todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud
de Dios” (Efesios 3:14–19).

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