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El Principio
El Principio
GENE EDWARDS
DE CONSUELO Y SANIDAD
VIDA DE IGLESIA
La vida suprema
Nuestra misión: frente a una división en la iglesia
Cómo prevenir una división en la iglesia
Revolución: Historia de la iglesia primitiva
El secreto de la vida cristiana
El diario de Silas
2
(Title page)
El
Principio
LAS CRONICAS DE
LA PUERTA
Gene Edwards
Editorial El Faro
Chicago, Illinois
EE. UU. de América
3
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Publicado por
Editorial El Faro
Chicago, Il., EE.UU.
Derechos reservados
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4
INTRODUCCION
5
PROLOGO
6
—¿Que has... acabado? —respondió el asombrado ángel.
—Antes de Yo crear todas las cosas, acabé todas las cosas.
—Señor, Tú sabes que no entiendo eso.
—Cierto. No obstante, anota en el Libro de Registros lo que he
dicho.
Registrador levantó la pluma y escribió en la primera página
del libro: “Antes de que el Creador de todas las cosas creara... El
acabó todas las cosas.”
—Señor... percibo que aún tienes algo más que decir.
—Anota esto también en el registro: Hay un Misterio oculto en
mí. Un Misterio en Mí, desconocido para todos... escondido en Mí
desde antes de la creación del mundo.
—Registraré esto también —respondió el austero ángel.
Una vez más Registrador escribió en el libro las palabras de
su Señor. Entonces, de repente, Registrador se volvió y dijo:
—¡Señor! Hay algo más.
El Señor no respondió, sino que comenzó a fluir de El un
raudal de luz como ríos de fuego blanco. Registrador se cubrió el
rostro. Ese resplandor siguió creciendo. El ángel empezó a vacilar,
aterrado de que fuera a ser consumido por la gloria.
La brillantez de ese raudal de luz siguió creciendo en
espiral, tornándose ahora en un llameante horno de oro. De una
manera intuitiva Registrador sabía que habría de encarar de lleno a
su Señor. Así que, descubriendo los ojos, alzó la vista. Las
vestiduras de su Señor estaban fluyendo alrededor de El como en
ondas líquidas de fuego dorado.
Registrador cerró los ojos apretadamente, vaciló por un
momento y volvió a mirar.
—¡Oh, no! ¡No! —gritó de pronto Registrador horrorizado—. ¡No
es posible!
—¿Qué es lo que ves, Registrador?
—¡Oh, mi Señor! En tu costado... hay... una cicatriz. Has sido
herido.
—No, Registrador; no herido. He sido inmolado. Inmolado antes
de la fundación del mundo.
—Escribe en las crónicas de la creación lo que has visto y lo
que has oído. Después sella estas páginas, a fin de que ningún ojo
vea lo que has escrito. Estas palabras han de permanecer
selladas... hasta...
—¿Hasta cuándo, mi Señor?
—¡Hasta la plenitud del tiempo!
—Y ahora, Registrador, retrocede y ocupa tu lugar junto al
trono. Registra lo que veas, porque estoy a punto de crear las
cosas eternas... ¡así como a tus compañeros!
7
PARTE
8
CAPITULO
Uno
∗
Nothingness en el original. Es un término abstracto que el autor usa en sus obras y que no tiene
correspondiente exacto en español. ‘Inexistencia’ no da la idea, ‘nadedad’ sí. (Nota del traductor.)
9
¡Señor nuestro!
¡Eres antes, más allá y por encima de la eternidad!
Señor nuestro, Creador nuestro y Dios nuestro.
—Ahora vayan, y exploren su morada –gritó el Señor.
De inmediato, aquellos seres espirituales se dispersaron
saliendo por las inmensurables extensiones e ese ámbito recién
creado que vendría a ser llamado la eternidad.
10
CAPITULO
Dos
11
De repente hubo luz, como en un estallido, la cual se
precipitó a través de lo que un momento antes había sido nadedad.
Simultáneamente, desde la garganta de todos los ángeles brotó
un “¡Ooooo!” de delectación.
—¡Pero si la podemos ver! –susurró Exalta.
La luz se extendió por toda aquella inmensurable esfera, que
era vasta aun de acuerdo con las normas angélicas. Con todo, a
diferencia de los lugares celestiales, este ámbito tenía límites.
—Por todos lados puedes hallar sus límites –observó Gloir
desconcertado.
Allá adentro, en lo más recóndito de los ángeles, algo les
dejó saber que este segundo ámbito, a diferencia del ámbito de
ellos, era temporal. No era para siempre.
—¿Visible? –consideró Exalta—. Y limitado.
—Y temporal –añadió Gloir.
Entonces Gloir, con el ceño fruncido, se volvió hacia exalta.
—¿Y qué significa eso? –le preguntó.
—Yo no sé –contestó Exalta, igualmente desconcertado—. Es
obvio que lo finito y lo visible son cosas demasiado grandes para
que nuestro espíritu infinito lo comprenda.
12
CAPITULO
Tres
Al principio mismo del día segundo, el Señor convocó una vez más a
la hueste celestial a una reunión.
—¡Vengan todos! Entraremos en la esfera visible.
De inmediato toda la hueste angélica pasó al otro lado de la
Frontera, entrando así en el ámbito temporal.
Una resplandeciente estela de luz viviente comenzó a descender
en espiral por las extensiones del espacio desprovistas de
escaleras, conforme el Señor mismo guiaba hacia el centro de la
creación visible aquella procesión de ángeles, que iban con los
ojos muy abiertos. Y al tiempo que esa guirnalda de ángeles
descendía velozmente, ninguno de ellos podía evitar el fuerte
impulso de estirar la cabeza hacia atrás y hacia adelante, para
observar la increíble escena que ellos mismos estaban originando al
descender raudamente dentro de ese mundo visible.
Incontables ojos invisibles se sumergían en la inexplicable
hermosura de la creación hermana. Había gloria en todas partes.
¡Gloria visible!
—¿El hizo todo esto con una palabra? –musitó Gloir a nadie en
particular, asombrado.
—¿No es maravillosa la luz? –exclamó Exalta—. ¡Es una
semejanza! ¡Una semejanza viva de la luz que resplandece sobre la
faz de Dios!
Al aproximarse todos al centro mismo del ámbito material, el
Señor levantó la mano. Aquella viviente procesión de luz se detuvo
y esperó.
—En este lugar volveré a crear. Por cinco días estaré
trabajando aquí.
A continuación, la hueste angélica se dispersó hacia todas
partes a fin de explorar aquel sagrado sitio. Lo que hallaron fue
una ristra de oscuros planetas que entrelazaban su curso, en orden
de sucesión, a través de una pequeña expansión. Había ocho de tales
planetas, pero todos notaban una brecha en esa serie. Algo había
sido dejado fuera.
¿O era que había algo que no se había insertado aún?
—Hasta este momento Yo he creado tan sólo una cosa. Sólo he
creado los cielos invisibles y los cielos visibles. Y ahora voy a
crear... la tierra.
—“¿Tierra?” –preguntaron en su espíritu todos los ángeles.
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—Aquí, en este lugar voy a crear... el planeta favorecido.
Con intuición espiritual, toda la hueste angélica prorrumpió
nuevamente en un cántico que vendría a ser conocido eternamente
como el Cántico de la Creación
Por encima del sublime sonido de su cantar celestial se podía
oír la voz del Señor. Sus palabras armonizaban perfectamente con la
exuberante alabanza de los ángeles:
—¡Miren! ¡El brillante globo azul! –dijo.
Desde la punta del dedo del Señor cayó suavemente una
exquisita gota de lo que al principio parecía ser agua de un color
azul profundo. Pero conforme los ángeles continuaron mirando con
admiración esa maravillosa cosa, vieron que aquello que había caído
del dedo de su Señor, era un planeta espléndido y brillante.
Los ángeles continuaron su cántico, al tiempo que todos
los ojos y espíritus angélicos convenían en que aquel orbe,
cubierto de agua azul rutilante, sería la más hermosa esfera que
habría de surcar jamás el ámbito visible.
14
CAPITULO
Cuatro
15
De inmediato toda la hueste angélica se volvió y comenzó a
regocijarse. Al hacerlo, los ángeles (como hacen siempre los
ángeles) comenzaron a aclamar juntos:
El Señor ha entretejido semejanzas de Sí mismo en su creación. Hoy nos
proporciona una semejanza del Arbol de la Vida. ¡Sobre la faz del planeta
favorecido ha puesto incluso semejanzas del glorioso árbol del cielo!
—¡Oh, qué maravilloso! –exclamó Gloir al observar cómo un
inmenso bosque de árboles brotaba a la existencia.
—¡Sí, qué admirable! ¡Adondequiera que miramos, se ven
semejanzas! Semejanzas de nuestro ámbito y semejanzas de nuestro
Señor. Exalta, esto se está volviendo UN lugar de maravillas.
—¡Arboles vivientes, aquí, en este ámbito! –añadió Exalta con
admiración—. Arboles que tanto hacen recordar el Arbol de la Vida.
Bueno, no exactamente lo mismo, desde luego. No existe nada tan
inmenso y tan viviente como el Arbol de la Vida.
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CAPITULO
Cinco
17
CAPITULO
Seis
Ya estando bien avanzada la tarde del día sexto, era obvio para
todos que la obra de creación del Señor estaba llegando a su fin.
Entonces el Creador dio un paso atrás y observó todo lo que
había hecho. Con su aguda vista, los ángeles notaron que, por un
breve instante (por primera y única vez en toda la historia
eterna), el Señor pareció ligeramente cansado. Si continuaba
trabajando a ese paso, observaron, podría incluso necesitar
descansar al día siguiente.
—El Señor está a punto de crear el último ser viviente —
susurró Gloir entendidamente a Exalta.
—Creo que sé qué va a ser esa criatura —respondió Exalta.
—¿Y qué será? —preguntó Gloir un poco incrédulamente.
—¿Has notado que cada vez que el Señor crea una nueva forma de
vida visible... la misma es superior a la anterior? Bueno, creo que
es razonable... que ahora vaya a crear...
—¿A crear qué? —respondió Gloir impaciente.
—La creación final de la tierra será un... bueno... un ángel
visible.
¡No hay nada tal como un ángel visible! —replicó Gloir.
—Sí, es cierto... bueno, hasta ahora... Pero...
La conversación angélica se detuvo imprevistamente. El Señor
estaba a punto de hablar.
—Ahora —dijo El—. Esta palabra fue pronunciada con expectación
y finalidad. Todo espíritu latía emocionado, porque era obvio que
un gozo muy grande se agitaba en lo profundo del ser del Señor.
Ahora viene mi acto final de creación. Después de esta última criatura nunca
más volveré a crear. ¡Nunca más! Ni en los cielos, ni en la tierra. Lo material
—que comprende espacio, tiempo, materia y dimensión— llega a su conclusión cre-
ativa, como también el ámbito de lo espiritual.
En este momento la creación carece de una sola cosa... ¡De su Propósito!
Todos los ángeles jadearon. Ese era un pensamiento que ellos
habían conocido instintivamente, si bien nunca se había expresado
en palabras: ¿Por qué motivo creó nuestro Señor? ¿Cuál es la
finalidad de esta creación?
—Ahora, a realizar mi Propósito.
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El Señor pronunció esa palabra de una manera que los ángeles
no habían oído nunca antes. ¡El Propósito! Era una expresión que no
se había de indagar, sino ver.
Aquí el Señor se volvió y enfrentó a toda la ciudadanía
celestial. sus ojos flameaban. Eran como llamas de una luz
increada.
—Entiéndase bien esto —declaró—: Toda la creación ha sido
hecha a causa de esta criatura. ¡Solamente de ésta!
Ahora la expectación era verdaderamente electrizante. Exalta
estaba tan ansioso de gritar alabanzas, que creía que su espíritu
estallaría.
Entonces el Señor fue hasta el centro mismo de la superficie
del planeta favorecido. Enseguida, y en forma muy deliberada, se
agachó y metió las manos suavemente en el húmedo suelo rojizo.
Debido a que el Creador habría de utilizar la arcilla de la
propia tierra, los ángeles inmediatamente comprendieron (o creyeron
haber comprendido) que esta criatura pertenecería tan sólo al
planeta verdiazul.
Con sumo cuidado, el Señor empezó a amasar y esculpir la
arcilla rojiza. Haciendo uso de nada menos que el pleno espectro de
su divina habilidad artística, el Creador plasmaba una figura
sumamente exquisita.
Pero, inexplicablemente, cada pocos momentos el Señor se
detenía, reflexionaba y luego continuaba plasmando. Ese era un
gesto nunca antes observado en El. Ni los ángeles captaron del todo
su pleno significado... al menos al principio. Pero había algo que
sí comprendieron. Emergiendo de la arcilla aparecía la más bella
criatura de todo el ámbito visible.
19
CAPITULO
Siete
20
El Señor se puso en pie y se quitó la arcilla de las manos,
luego dio un paso atrás, estudió la figura de arcilla y musitó
algunas palabras demasiado suaves como para que oído alguno las
pudiese oír.
—Al fin, mi obra maestra. El escogido.
Los ángeles acallaron todo menos su respiración. ¿Y ahora,
despertaría El a esa criatura? Y si así fuese, ¿cómo lo haría?
21
CAPITULO
Ocho
22
Parte
II
23
CAPITULO
Nueve
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¡Ciertamente la creación de semejante lugar no había pasado
nunca por la mente de los ángeles! ¡Ninguna criatura había soñado
jamás con semejante combinación de la gloria material y la gloria
espiritual! Por cierto ése era un lugar adecuado para el mismísimo
trono de Dios.
25
CAPITULO
Diez
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¿Puede este misterio hallar su respuesta
en la arcilla silenciosa?
—¡Exalta, mira! Nuestro Señor ha vuelto a sus labores.
Algo renuentes, los ángeles abandonaron el huerto y rodearon a
su Señor. Observaron con mirada fogosa cómo su Señor se inclinaba
sobre la misteriosa criatura, hecha del polvo de la tierra, pero
que yacía tan, tan cerca de la entrada del huerto.
27
CAPITULO
Once
—La criatura que yace a mis pies será llamada Tierra Roja, porque
él es de este planeta y de este planeta será ciudadano.
El Señor hizo una pausa, proporcionándole así un instante a
Gloir para decirle al oído a Exalta:
—Tierra Roja será para este ámbito lo que los arcángeles son
para el nuestro. Sin embargo, fíjate, el huerto no es de él.
Pero Gloir habló demasiado pronto, pues el Señor continuó:
—El será igualmente, desde todo punto de vista...
El Señor hizo otra pausa, y luego le susurró suavemente a la
hueste angélica:
—Quédense aquí.
Aquel mar de ángeles se abrió al pasar el Señor ascendiendo
por en medio de ellos. Ninguno lo acompañó, aun cuando todos
deseaban vivamente hacerlo, ya que su Señor parecía estar yendo
hacia el ámbito invisible.
Esta vez el Señor se precipitó más allá de la Frontera y
siguió hasta el centro de los lugares celestiales, ¡hasta el trono
mismo! Una vez allí, echó hacia atrás la cabeza y bebió las brisas
del cielo, el aire mismo de los lugares celestiales. El aliento
celestial penetró en lo profundo de su seno, donde lo encerró en lo
más íntimo de su ser. Rápidamente volvió a descender al planeta
favorecido.
Una vez más el Señor se arrodilló junto a la figura de arcilla
esculpida. Entonces, para asombro de los ángeles, empezó a soplar
con suavidad aquel hálito del ámbito espiritual, bien hondo dentro
de aquella figura hecha del polvo de la tierra. El hálito santo,
invisible, procedente del universo de los mundos no visibles,
penetró por las inertes ventanas de la nariz de la inanimada figura
que pertenecía a la tierra.
¿Osaban los ángeles creer que lo celestial y lo terrenal
podían llegar a ser uno... dentro de una criatura viviente?
La acallada y quieta hueste de ángeles observó cómo ese
resplandeciente y latiente aliento fluía suavemente, descendiendo y
penetrando en las profundidades de la hermosa figura de arcilla. La
luz del hálito celestial penetró más y más hondo, dentro de las
partes más recónditas de la arcilla. Por último, el hálito de vida
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se juntó en un minúsculo espacio, haciendo su morada en las
porciones más recónditas de la figura de arcilla.
Aquel aliento de luz trémula procedente de otros ámbitos,
comenzó a abrillantarse e intensificarse. Poco a poco su luz se fue
esparciendo por todo el interior de Tierra Roja, hasta que, por
último, brotando de la superficie de la arcilla desnuda, revistió
al hombre con una vestidura de luz.
Arcilla de este ámbito y aliento del cielo del otro, he aquí
una criatura de dos mundos. Él es el único ser que es ciudadano de
los dos ámbitos.
Delante de ustedes está uno que se desplazará sin confines entre las dos
creaciones. Para él no hay frontera. Los dos ámbitos son uno sólo. Lo he hecho
heredero de las riquezas de la tierra, y heredero de las riquezas de los
lugares celestiales. Las dos son suyas. En parte material, en parte espiritual,
el que ustedes ven delante de sí es uno como ningún otro.
¡Vean mi obra maestra!
Después de decir estas palabras, el Señor se apartó de la
figura de arcilla para observarla y esperar.
La escultura de arcilla, vestida ahora de pies a cabeza de un
suave resplandor, rebullía. De repente, su cabeza suavemente
resplandeciente se separó del suelo. Con un aire de realeza que
hasta un ángel podía envidiar, el hombre se levantó y se enderezó
completamente hasta alcanzar su plena estatura; pestañeó, y
abriendo sus briosos ojos negros, recorrió lentamente con la vista
la escena que tenía delante.
La hermosa criatura de arcilla roja y purísima luz se encaminó
hacia los ángeles con una dignidad no diferente de la de su
Creador, y extendió las manos como saludando a viejos amigos.
En ese momento, nadie en la tierra ni en el cielo ponía en
duda que Tierra Roja era lo más hermoso de toda la creación.
—Más glorioso que yo —observó el ángel de luz.
Ahora tampoco había duda alguna acerca de quién habitaría en
el huerto. Lo mejor y más elevado de la gloria de dos ámbitos se
unían ahora... en un huerto... y en uno llamado hombre.
—Nos puede ver —dijo Exalta con voz ahogada.
—¡Ve lo invisible! —balbuceó Gloir.
—Es glorioso más allá de todo lo imaginable.
—¡Lo que nos espera cuando él se vuelva y los dos seres más
gloriosos de todos se encuentren cara a cara!
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30
CAPITULO
Doce
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—¿Qué es eso que veo en el rostro de Dios? —exclamó Gloir—. Es
rutilante, y sin embargo, corre como un río.
—Como un diamante viviente que se derrite —respondió Exalta
con tranquila admiración.
—Mira —observó Gloir—. Ocurre lo mismo en el rostro del
hombre. Cualquiera cosa que sea, fluye hacia abajo en el rostro del
Creador y en el de la criatura como corrientes de fuego.
En ese instante de sublime gloria, fue el hombre, apenas
visible por la luz que lo revestía, quien de repente extendió los
brazos y corrió hacia su Dios. ¡En ese mismo momento el Señor de
toda la creación avanzó hacia el hombre con igual naturalidad!
Los dos se unieron en estallidos de gloria y torbellinos de
luz, abrazándose entre sollozos de gozo.
Fue Registrador quien puso palabras, por pobres que puedan ser
las palabras, a la escena final de ese día inolvidable.
Más tarde, al final del día sexto, se añadieron nuevas palabras al léxico de la
creación. Fueron palabras formadas en esa hora, para recordarnos lo que hemos
visto pero que no comprendemos. En este día, nosotros los ángeles hemos
presenciado lágrimas. Lágrimas de gozo. Y algo más. Algo que ninguno de
nosotros conocía. ¡El amor de Dios!
32
CAPITULO
Trece
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Multiplícate gozosamente,
Y gobierna con sabiduría
Este globo azul brillante.
Una vez más los ángeles rodearon a Dios y al hombre como en
enjambres de luz.
Con ello, el día sexto llegó a su fin. Y el día séptimo, el
Señor reposó de su obra de creación.
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CAPITULO
Catorce
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haciendo una anotación por su propia cuenta en el margen del Libro
de Registros.
Eva es tan sólo una extensión de Adán. Ella, no creada, es hueso del hombre y
carne del hombre. Esta mujer, esta parte del hombre... este otro yo del hombre,
estaba escondida en Adán. Nadie se daba cuenta de que una mujer, la propia
desposada del hombre, estaba dentro del hombre. ¿Nos ha mostrado algo nuestro
Señor que nosotros dejamos de ver? Adán es la imagen de Dios. ¿Hay un misterio
aquí? Tal vez el Misterio. ¿Es posible que haya una desposada escondida dentro
de Dios? ¿Habrá de ser... el costado de Dios, que yo —y tan sólo yo— he visto
traspasado... su costado... habrá de ser un día abierto... en algún lugar por
ahí, en algún lejano momento en el espacio y el tiempo? ¿Será entonces revelado
que, así como Eva estaba escondida en Adán, asimismo hay un otro yo para
nuestro Señor escondido en lo más recóndito de su ser? ¿Una pareja, para Dios?
¿Una pareja tomada y formada de su vida increada? Esta Eva es hueso de los
huesos del hombre y carne de su carne. Nuestro Dios es espíritu. ¿Habrá de
salir alguien de dentro de El que sea espíritu de su espíritu? ¿Será éste el
Misterio que ahora está oculto en nuestro Señor?
Entonces Adán despertó de su profundo sueño y le fue
presentada esa criatura, más hermosa que el animal más magnífico de
toda la tierra o el ángel más glorioso del cielo. Igual que Adán,
esa encantadora criatura estaba vestida de una suave luz.
En presencia de semejante belleza, Adán (igual que han hecho y
hacen todos los hombres después de él) se esforzó para poner en
palabras los sentimientos de su alma:
Tú eres la primera hija del Edén.
Todo lo que es belleza,
Todo lo que es gloria,
Todo eso junto eres tú. Amén.
Tu cabello trenzado
Salpicado de luz estelar,
Tu cuerpo, hecho por manos divinas,
De marfil viviente labrado.
Tus ojos de esmeralda, los veo,
Destellan fuego de esmeralda.
Ellos cautivan mi corazón,
Y despiertan mi deseo.
En ti la gracia perfecta
Y el perfecto encanto
Hacen perfecta combinación.
Tu rostro al de Dios imita.
Tú eres aquel espacio
donde se atenúa la línea
Que hay entre lo terreno
Y todo lo que es divino.
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Ni la tierra ni el cielo han contemplado jamás ninguna visión
más extática que ese momento de suprema inocencia y éxtasis en que
el hombre y la mujer se abrazaron, amaron y vinieron a ser uno.
Unicamente el siempre austero pero siempre penetrante
Registrador pudo preguntarse cosas, que ninguna otra mente ni
espíritu podía preguntarse:
—¿Cómo es que el hombre, hecho a imagen de Dios, pudo llegar a
ser uno con su otro yo? ¿Estará oculto aquí el propósito de el
Propósito?
37
CAPITULO
Quince
38
Adán irguió la cabeza, miró alrededor y venteó el aire como lo
haría un ciervo.
—¿Lo oyes? —preguntó.
—Sí —respondió Eva.
—Un río. Un río que corre y burbujea. Siento cómo vibra.
Percibo su esplendor.
—¡Pronto! —replicó Eva.
Tomándose de las manos, empezaron a correr hacia el sonido de
aquellas lejanas aguas que parecían estar llamándolos. Apenas
habían avanzado en su carrera, cuando apareció una inmensa raíz que
corría a flor de tierra y que obviamente pertenecía a algún árbol
extraordinariamente enorme. Esa gigantesca raíz descansaba en la
tierra como lo hiciera una elevada montaña.
“¿Qué clase de árbol pudiera presagiar esta raíz?” se preguntó
Eva con interés.
Adán apretó la mano contra la enorme raíz.
—¡Esta raíz vibra! Late en perfecta armonía con mi espíritu.
Y... con la música del cielo.
Yo también lo siento. Es como si algo que está dentro de ella
concertara con lo que está dentro de mí.
—Estoy seguro de que cuando lleguemos al árbol al cual
pertenece esta raíz, habremos hallado la más elevada maravilla de
este huerto —declaró Adán.
—Este árbol... tú sabes... —observó Eva— no es originario de
nuestro planeta.
—Es el más elevado contenido del cielo, —convino Adán.
—¡Mira! —gritó Eva—. ¡Allá lejos! ¡Ramas! ¡Y hojas!
—El sonido se hace más fuerte —observó Adán—. Por allí, en esa
dirección... ¡un río!
Como el viento, la joven pareja recorrió la distancia que
había entre ellos y el misterioso río. Las raíces y extensiones de
ese árbol formaban grandes arcadas entre sí, a través de las cuales
ellos corrían.
—Las ramas. Las hojas. Hasta ellas laten con gran energía. Y
desde dentro de ellas resplandecen brillantes colores y...
—¡El río! ¡Veo el río! —gritó Eva.
—El río sigue las extensiones del árbol.
—¿O las extensiones siguen al río?
—¿O es que ambos corren juntos?
Al ir entretejiendo su camino a través de las grandes hojas,
ramas y extensiones del árbol que aún no se veía, de repente el río
apareció a la vista.
La pareja hizo un alto en la ribera del río, arrobada por lo
que veían sus ojos.
—Está lleno de vida —susurró Adán al arrodillarse junto a la
orilla del río.
—Lleno de vida. ¡Una agua que está viva! ¡Que es viva! Clara.
Cristalina y perfecta. Mucho más profunda... mucho... mucho más
ancha que lo que yo pudiese haber soñado jamás.
39
—¡Adán... mira... en el agua... hay oro!
Adán metió la mano en las burbujeantes y murmuradoras aguas.
Volviendo el rostro hacia Eva, le dijo:
—Lo tengo. En la mano.
Al decir esto, sacó un pedazo del resplandeciente metal que
había estado encajado en el borde del río.
—¡Pero, esto también está lleno de vida! ¡Oro lleno de vida!
¡Y allí! ¡Mira! ¡Piedras preciosas! Toda clase de hermosas piedras
preciosas. Y perlas. Todas en el río. ¡Y todas... llenas de vida!
—Adán se irguió y una vez más venteó el medio ambiente. Su
espíritu se esforzaba por hallar la respuesta.
40
CAPITULO
Dieciséis
41
A la desposada
El trono
Y
¡A Dios!
¡Eva! ¡Todo esto es nuestro hogar! —gritó Adán alborozado.
42
CAPITULO
Diecisiete
43
hacia todas partes en perfecta unión, inundando de belleza y de
vida al huerto, proporcionándole su alimento y su bebida.
—Eva, —susurró Adán.
—¡Allá arriba! Arriba... donde nuestros ojos no pueden ver,
allí, en algún lugar encima de nosotros, encima del río y encima
del árbol, estoy seguro... ¡está el trono de Dios! ¡Todo lo que
vemos aquí fluye del trono de Dios!
Ahora el espíritu de Adán empezó a resplandecer intensamente.
El hombre y la mujer levantaron los brazos en una alabanza
complacida y gozosa. En una forma espontánea, los ángeles se
aglomeraron alrededor de ellos, añadiendo los cristalinos
torbellinos de su calidoscópica luz a ese momento de sublime
arrobamiento. Todo lo creado tuvo la sensación de que con toda
seguridad todos quedarían anegados en gloria cuando el hombre, la
mujer y los ángeles alzaron su voz en una extasiada alabanza.
En medio del sublime éxtasis de ese diluvio de gloria el Señor
apareció y se situó entre Adán y Eva.
—Igual que ustedes —dijo—, este huerto está constituido por
dos ámbitos unidos. De los árboles, plantas y hierbas, participen
ustedes para alimentar su cuerpo. Del río y del árbol, participen
para alimentar su espíritu. Y habiten aquí conmigo, eternamente.
44
Parte
III
45
CAPITULO
Dieciocho
46
—No en el planeta. Al menos no ahora. El propio planeta
favorecido está bajo el señorío de Adán. Pero los cielos de encima
de la tierra... ¡el primer cielo! Es allí... sí, es allí donde el
Hijo de la mañana deberá vivir. Satanás es un espíritu invisible.
El no es de arcilla, de modo que el cielo de encima de la tierra es
lo más aproximado a una morada espiritual que él hallará en el
ámbito material.
Gabriel hizo una pausa. Luego, midiendo sus palabras, continuó
hablando:
—Yo conozco a ese arcángel. Lo conozco muy bien. El no estará
contento con quedarse confinado a los cielos que rodean la tierra.
No por mucho tiempo.
No llegando a comprender del todo la enormidad de las palabras
de Gabriel, Exalta no pudo menos de preguntar:
—Si ellos se enfrentaran uno al otro en combate, ¿cómo le iría
al hombre frente a... al... condenado?
Exalta titubeó al pronunciar estas sus últimas palabras, en
vista de que nunca antes se había referido al arcángel caído como
el condenado.
—Ciertamente al hombre no le iría bien, de eso estoy seguro.
Es sumamente improbable una batalla imparcial. Esa no sería la
manera del ángel de luz. Y, caso que surgiera una contienda
semejante, debes recordar que el hombre fue creado un poco menor
que los ángeles.
Gabriel hizo otra pausa. Sus siguientes palabras fueron apenas
audibles:
—Esa difícilmente sería una contienda.
—Pero el condenado... —Gloir se estremeció. También a él le
parecía casi imposible llamar a uno de sus compañeros con semejante
nombre—. El condenado... él es réprobo, ¿no es verdad? ¿Y Adán es
perfecto?
Gabriel tomó un profundo respiro, no muy seguro de que osaría
compartir lo que ardía dentro de su espíritu.
—Yo hablaré por ti, Gabriel —se escuchó la solemne voz de
Registrador.
Gloir levantó la vista sorprendido. En general Registrador no
hablaba y nunca se lo había conocido como que él hablase por otro.
—¿Perfecto, Gloir? —continuó Registrador—. Tal vez puedas
llamar perfecto a Adán. Tan perfecto como el Señor puede hacer
cualquier cosa... esto es, tan perfecto como algo creado pueda
serlo. Con todo, por inmaculado que el hombre sea, todavía le falta
algo... algo de la mayor importancia.
Registrador hizo una pausa, casi inseguro de si debía hablar
de tales cosas. Luego, con la mayor deliberación, añadió:
—Adán... no... está... completo. Aún no.
Exalta no tenía muchos deseos de continuar esa conversación,
pero casi sin querer dijo:
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—¡Eso es imposible! El Señor mismo dijo que la creación había
terminado. Si la creación está terminada, no se le puede añadir
nada. Si Dios no terminó a Adán, ahora no lo puede completar.
—Adán es tan perfecto como algo creado puede serlo, —repitió
Registrador pacientemente—. Pero con respecto a Adán, se le puede
añadir algo.
—¿Y qué es? —preguntó Gloir alarmado.
—A Adán se le puede añadir algo que no es creado.
—¿Increado? —exclamó Exalta—. Pero existe uno solo en el
tiempo o en la eternidad que es increado.
Ni Gloir ni Exalta se atrevieron a pronunciar ninguna otra
palabra. ¡Su espíritu había llegado más allá de lo imponderable!
Fue Miguel quien habló a continuación, pronunciando cada
palabra en forma tan grave como nunca se lo había oído hablar.
—Dentro de Adán soplan las brisas de los cielos. Allí, dentro
de ese espacio formado por el aliento de Dios, es posible... ¡es
posible que la vida misma de Dios sea implantada en el hombre! De
ningún otro ser creado puede decirse esto, pero de Adán sí puede
decirse. Aquel que es increado puede habitar en Adán.
—¿Lo sabe Adán? —gritó Exalta poniéndose en pie.
Un instante después, todos los ángeles que estaban bajo las
órdenes de Miguel estaban de pie. De repente todos comprendieron
que otro drama, tan importante como la batalla por el trono, estaba
a punto de tener lugar dentro del huerto.
En forma espontánea, la entera hueste de ángeles escogidos se
precipitó hacia la Frontera.
La batalla por los cielos terminó.
En este día los ángeles escogidos ganaron.
Pero la batalla por el resplandeciente globo azul,
Por el hombre, por su planeta, por su todo,
Apenas ha comenzado.
¿Habrá de ser el ángel
Más brillante que el sol,
O el hombre,
Inocente, pero incompleto,
El que regirá el planeta favorecido?
Antes que este día termine,
¡Ciertamente uno de ellos habrá de llorar!
48
CAPITULO
Diecinueve
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Deslumbrante
Embriagante
Enviciante
Alucinante
Reprobante!
Un conocimiento, contenido en el fruto de ese árbol, que se
introducía hondamente en el ser de cualquiera que participase del
mismo. Un conocimiento que hacía que ese pobre miserable procurara
eternamente ser bueno, pero sin lograrlo nunca. Un conocimiento de
insania que encubre la verdad de que su víctima no necesita ser
bueno, ¡sino tener Vida!
Otro destino, igualmente detestable, que esperaba a cualquier
alma que participase del atractivo fruto, era la experiencia de
conocer la rebelión.
Pero más allá de todos los embriagantes goces de la carne, más
allá del conocimiento religioso y de la inexorable búsqueda de lo
bueno, y más allá de la rebelión, en el fruto de ese árbol había un
destino peor que el pecado. Esperando por la víctima del fruto de
ese monstruoso y magnetizante árbol, estaba la maldición de todas
las maldiciones. Todo aquel que comiese del fruto de ese árbol, un
día tendría que encontrarse con Hazazel, el Angel de la Muerte.
Ese era el árbol que asechaba al señor de la tierra.
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CAPITULO
Veinte
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Pero, caminando, Adán no se dio cuenta de que Eva se había
rezagado y apartado.
52
CAPITULO
Veintiuno
—¡Registrador!
Al escuchar la voz del Señor, el ángel encargado de los
registros soltó la pluma. Inmediatamente se detuvieron todas las
cosas en el tiempo y en la eternidad. Los lugares celestiales, la
tierra, las estrellas y las galaxias cesaron su movimiento,
quedándose inmóviles. No volverían a moverse hasta que Registrador
tomase una vez más su dorada pluma.
—La página que tienes delante está en blanco —le dijo el
Señor—. ¡Escribe lo que voy a decir!
Registro de la Elección
Ahora mismo, el hombre está entre dos grandes árboles. En el huerto tiene
lugar la toma de decisión más trascendental de todo el universo.
Adán tiene la esencia misma de mi ser en sus manos. Si él come del Arbol de
la Vida, recibirá en su ser mi propio ser: la vida divina. Vendrá a ser un
verdadero hijo del Dios viviente — espíritu de mi Espíritu, vida de mi Vida.
Una nueva especie comenzará a vivir en este día. ¡Un ser creado que tiene vida
increada dentro de sí! ¡Hijos! ¡Hijas! Yo seré su vida. Yo seré su comida.
Serán mi familia.
El Señor se levantó del trono. Registrador, junto con El, se
volvió hacia la Frontera, teniendo ambos los ojos fijos en Adán. Lo
que contemplaban era el hombre que, en ese preciso instante,
acababa de arrancar un fruto del Arbol de la Vida y lo tenía en la
mano delante de sí.
Registrador agarró su pluma, no tanto para registrar, sino
para suplicar.
¡Come, Adán! Toma la Vida del Arbol de la Vida. Cumple tu destino. Tú, un ser
material, asumirás lo espiritual.
¡Come, Adán! Tus ojos flamearán como un horno encendido. Tus cabellos serán
como blanca lana. Tus pies refulgirán como bronce bruñido.
¡Come, Adán! Transitarás por ese espacio que está entre el mundo visible y
el invisible, desposando la tierra y el cielo, el tiempo y la eternidad,
haciendo que sean uno. La vida más elevada que existe en cada uno de esos dos
ámbitos, vendrán a ser desposadas dentro de tu ser.
53
Mientras Registrador procuraba, con su pluma, que Adán se
decidiera a comer del fruto del Arbol de la Vida, el Señor miraba
sin revelar nada de la emoción de ese momento cataclísmico.
Entonces Registrador gritó en voz alta:
—¡Adán, oh Adán, come del fruto del Arbol de la Vida! Cumple
el propósito de la creación. En el nombre de lo que es santo...
¡Come!
Aterrado ante la perspectiva de que Adán pudiera no escoger su
propia plenitud, Registrador dio una media vuelta muy rápida,
mostrando algo así como pánico.
—Señor, si él no... si Adán no participa de la vida, si el
enemigo... si el condenado lo engaña... ¿habrás creado en vano?
La respuesta del Señor tomó a Registrador completamente de
sorpresa:
—Dale vuelta a la página, Registrador.
De inmediato Registrador volvió la página a la siguiente, en
la que aún no se había escrito nada.
—Escribe estas palabras, y solamente éstas:
Ya sea que Adán participe de mi vida, o escoja otro camino, mi
Propósito se cumplirá. Nunca habrá de ocurrir ninguna eventualidad
que pueda impedir el Propósito por el cual Yo he formado los
mundos.
—Ahora, Registrador, sella esta página. Al hacerlo, olvida lo
que has escrito. Esta página permanecerá sellada y olvidada aun
para ti... hasta ese día de días... en que todas las cosas hayan de
ser reveladas.
Registrador obedeció, pero también hizo algo que nunca antes
había hecho: salpicó con lágrimas angélicas las palabras que había
escrito.
54
Parte
IV
55
CAPITULO
Veintidós
56
—Escucha lo que nuestro amigo reptil dice con respecto al
Arbol del Bien.
—¿Arbol del Bien? —preguntó Adán reflexivamente—. ¿Qué es el
Arbol del Bien?
Adán se inclinó para oír la voz susurrante de la Serpiente.
—¿Ha dicho Dios...? —fueron las palabras que Adán distinguió
primero.
—¿Conque Dios ha dicho que ustedes no deben comer del fruto de
este árbol? –repitió la Serpiente, aparentemente desconcertado por
el extraño mandamiento de Dios.
En ese momento, en los ámbitos invisibles toda la hueste
celestial se precipitó hacia el borde del huerto. Todos sabían que
no debían entrometerse en ese drama, pero ninguno de ellos pudo
contenerse de gritar frenéticamente dentro de su espíritu:
¡ADAN, GUARDA EL HUERTO!
¡TIERRA ROJA, GUARDA EL HUERTO!
Adán hizo una breve pausa, volvió la cabeza, parpadeó, y
entonces respondió:
—Sí, creo que esas fueron exactamente sus palabras.
—¿Ni siquiera tocarlo? —inquirió la Serpiente.
Mientras hablaba, la Serpiente seguía ondulando hacia atrás y
adelante, y su lengua ahorquillada salía de su boca y volvía a
entrar en ella rápidamente.
Sin esperar ninguna respuesta, la Serpiente empezó a mover a
un lado y otro la cabeza, como procurando descubrir a alguien que
pudiera estar cerca y que tuviese oídos incrédulos.
Bajando aún mas su ya suave susurro a un casi inaudible siseo,
continuó:
—La verdad es... —la serpiente calló.
Adán parpadeó otra vez y cambió de posición nerviosamente.
Entonces la Serpiente levantó la cabeza una vez más, escudriñó
el frondoso paisaje, bajó la cabeza ligeramente, y siguió callado,
sin decir nada.
En ese momento todos los ángeles escogidos sintieron un helado
frío en su espíritu. Algunos de ellos se taparon los ojos de puro
terror. Otros se taparon los oídos por temor a lo que pudiesen oír.
—La verdad es... ¿qué? —preguntó Adán impaciente.
Un gemido de horror y de agonía salió de la garganta de todos
los ángeles. Algunos cayeron de rodillas; otros volvieron la
cabeza; otros más se precipitaron de regreso al ámbito invisible,
para caer allí postrados delante del trono. Otros, si bien sabían
que ésa era ya una situación más allá de toda esperanza, con todo
exclamaron de nuevo:
¡ADÁN, GUARDA EL HUERTO!
Ese día, que ya había tenido una grave tragedia para la hueste
angélica, estaba a punto de tener otra. Uno tras otro, los ángeles
comenzaron a llorar.
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La serpiente se estaba aproximando cada vez más a Adán. Seguía
ondulando la cabeza en forma rítmica hacia atrás y adelante.
—La verdad es que ustedes no morirán, sino que...
La serpiente hizo una pausa y se acercó tanto a Adán, que su
cabeza serpentina entró en la luz del resplandor de Adán.
—La verdad es que ustedes serán...
Ahora los ojos de la Serpiente fulguraron con fuego, su lengua
expelida se agitaba con gran rapidez hacia un lado y otro. Por
último, susurró, fuera del alcance de cualquier oído excepto el de
Adán:
Ustedes serán como Dios.
Adán quedó totalmente cautivado ante semejante revelación.
—¿Podría esto ser el motivo de por qué nuestro Señor me ha
dicho que no debíamos...? —su voz fue desvaneciéndose hasta llegar
a un silencio racionalizador.
58
CAPITULO
Veintitrés
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El temerario bocado que Adán tragó, descendió rápidamente por
su garganta e invadió todo su cuerpo.
¡Su cuerpo! Sería allí donde la enfermedad del árbol haría su
morada.
¡El cuerpo de Adán comenzó a cambiar! Sus ojos relumbraban con
un fuego atenuado. Su cuerpo se estremecía espasmódicamente, y por
primera vez su vestidura de luz parpadeó.
En su cerebro, a Adán le parecía estar asomándose en algún
ámbito lejano, inexistente, ahogándose en verdades inexistentes.
Los ángeles que estaban observándolo todo, gritaron al
contemplar la caída del señor de la tierra.
La luz que envolvía a Adán fulguró violentamente al retorcerse
él y ondular, como alguien que danza al son de una música
torturadora, cuyo ritmo igualaba la cadencia de la encarnizada
batalla que se libraba dentro de su alma.
Las contorsiones de su cuerpo se hicieron más violentas, y
luego cesaron súbitamente. Entonces Adán levantó bruscamente las
manos en lo que pareció un grotesco acto de adoración. Agitó los
brazos en el aire y luego los lanzó directamente hacia adelante,
como si estuviese tratando de echar de sí alguna fuerza invisible.
A medida que esa enfermedad se precipitaba más y más
profundamente dentro del cuerpo de Adán, invadiendo su alma, la luz
de su espíritu se esforzaba desesperadamente por escapar de la
repulsiva intrusión.
La luz del cuerpo d Adán disminuyó, y parpadeó una vez más,
resplandeció con fulgor, se atenuó otra vez y entonces se puso a
titilar. Aquella luz intermitente alternaba con rayos de negro
brillante. A continuación, la luz se hizo más y más tenue, hasta
que los rayos de la negrura la superaron. Entonces la luz fulguró
por última vez como en un acto final de evasión.
En ese momento el cuerpo de Adán se estremeció. Enseguida Adán
suspiró con gran alivio. La batalla había terminado.
La luz de la raza adámica se apagó. Para siempre.
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CAPITULO
Veinticuatro
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62
CAPITULO
Veinticinco
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El planeta favorecido, sintiendo la horrible tragedia que le
había sobrevenido, gemía avergonzado y elevó la primera súplica de
la creación. Imploró por un perdón que siquiera existía, y clamó
por una redención o, en su defecto, por la aniquilación.
Por la superficie del espectral planeta, los enloquecidos
océanos siguieron elevándose hasta el cielo mismo, buscando nuevas
fronteras. La tierra firme se fragmentó formando continentes
vagabundos que andaban errantes por los tempestuosos mares, como
buscando un hogar.
La furia contenida en las entrañas de la tierra vomitaba con
violencia fuego derretido, oscureciendo las lumbreras del cielo y
formando nuevas cordilleras que, a su vez, procuraban conquistar a
los océanos.
Sobre la muy reducida porción de tierra seca en que no se
extinguió la vida, la tragedia de la caída empezó a producir
efectos monstruosos en toda la biosfera.
Las flores, avergonzadas en la gran consternación de su
violada belleza, mutiladas, cayeron de su elevado estado y se
volvieron yerbajos pervertidos. Preciosas criaturas volátiles, que
habían llenado la tierra con la música de sus alas, se tornaron en
molestas bestias del aire.
Bien pronto, la maldición se extendió a cada planta y flor y
árbol. La hermosura del planeta favorecido quedó retorcida hacia
abajo, para igualar el estado de su caído señor.
La tierra, antes perfecta, ahora desfigurada por la vejación
del pecado, emergió de esa hora trágica como una lastimosa y
grotesca mutilación de una creación que una vez fuera perfecta.
Y en otros mundos, galaxias enteras se desprendieron de sus
invisibles órbitas y se lanzaron en los abismos de la infinitud.
La creación entera se unió a la tierra en una ininterrumpida
oración con que imploraba una redención o destrucción, aun mientras
se retorcía y sufría convulsiones en el conocimiento de su caída de
la gloria.
Ese ámbito que había sido majestuoso, y que ahora era tan sólo
un mendigo errante, se apresuraba sin rumbo a través d la
inmensidad de la nadedad, clamando sin cesar:
¡Salva, oh Señor, salva!
Vuélvenos a nuestra gloria anterior,
O termina para siempre nuestro dolor.
En medio de toda esa condenación, el que una vez fuera señor
de la tierra y que ahora era el autor de su caída, permanecía
parado al abrigo del huerto en estupefacta y total abstracción.
64
CAPITULO
Veintiséis
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irradiaba como un fuego negro. Ni siquiera las tinieblas que lo
rodeaban podían igualar sus tenebrosos rasgos. Aquella cosa parecía
ser toda la putrefacción y horribilidad que pudieran existir jamás,
encarnadas en uno.
—La antítesis de Dios —susurró Registrador.
—¡Es... que... no está vivo! —gritó Exalta.
—¿Qué es esto, Registrador? —preguntó Gabriel aterrado.
—Es la encarnación respirante de todo lo opuesto a la vida.
—¿Y de dónde ha venido?
—De lo recóndito del no.
—¿Dónde está semejante lugar?
—No existe semejante lugar, —respondió la austera voz de
Registrador—. El pecado ha resquebrajado la cautividad de él y le
ha permitido pasar hasta aquí. No sabemos nada de esta cosa, ni de
su existencia, si es que existe.
Al escuchar eso, los ángeles retrocedieron en forma
desordenada. Hasta la espada de Miguel quedó colgando intacta a su
lado. El más grande e importante de los arcángeles sabía muy bien
que incluso su poderosa espada resultaba del todo inútil para
combatir con esa entidad.
Entonces el Señor se levantó de su trono y caminó hacia la
convulsiva oscuridad. Hubo un restallante destello al avanzar los
dos personajes uno hacia el otro. Por un breve instante... antes de
que la luz y las tinieblas establecieran cada una su propia
frontera... pareció como si toda la creación hubiese desaparecido
momentáneamente.
—Tú eres la Muerte —dijo el Señor.
—Y Tú eres la Vida —replicó la repugnante figura haciendo un
gesto de escarnio.
Levantando por encima de la cabeza sus negros brazos
semejantes a garras, la Muerte exclamó:
—He sido llamado a la existencia. Ahora soy... ¡para siempre!
Soy lo opuesto a todo lo que Tú eres. ¡He sido llamado a la
existencia por mi fiel compañero, el Pecado! Estaré eternamente y
por siempre recorriendo tu creación.
—Yo soy todo lo que tú no eres. Tú eres todo lo que Yo no soy,
—fue la respuesta del Señor.
—¡Sí! —gritó la Muerte viviente inclinándose temerariamente
hasta el rostro de Aquel que es la Vida eterna.
—No tengo despojadores, ni siquiera Tú lo eres; —gorgoteó la
perversa figura-. Ni tengo ningún igual.
Entonces, rugiendo con alegría obscena, declaró:
—No tengo enemigos. Yo soy la victoria. Nada ni nadie puede
hacerme frente. ¡Soy invencible! Yo conquisto todo. Soy la
Conquista misma. Nadie puede estar en pie delante de mí. ¡Mi hoz lo
siega todo!
La Muerte siguió dirigiendo con gran temeridad sus malévolos
sarcasmos al Creador:
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—Y... como Tú bien lo sabes... soy tu igual. Mi reino es tan
grande como el tuyo. Y mi muerte es tan eterna como tu vida.
Desconcertados, los ángeles permanecían pasmados de horror
ante semejante insolencia temeraria. Entonces Gabriel dijo como
para sí mismo:
—Hasta los querubines encuentran su igual en el terror del
ángel de la muerte. ¿Es él tal vez de la especie de ellos? ¿O es un
enemigo de Dios solo?
La Muerte continuó sus sarcasmos:
—He venido por todo este reino. Así como por todos los reinos.
Visibles e invisibles. Un día todos serán hallados en mi dominio
inanimado y sin vida.
La Muerte dio media vuelta. Sus ojos, si es que eran ojos,
recorrieron las extensiones de lo espiritual.
—¡No! Este no es mi lugar. No ahora. —Al decir esto, la Muerte
divisó la Frontera—. Hallaré mi ministerio en ese ámbito caído.
Comenzaré allí, porque yo tengo en ese lugar un asociado. Aquí nada
puede morir. No por ahora. En aquel ámbito todas las cosas pueden
morir, ¡y habrán de morir!
Todas sus palabras estaban empapadas de codicia.
La Muerte dio vuelta otra vez para encarar al que es Vida, y
le espetó:
—Pero un día te habré de requerir aun a Ti... sí, incluso a Ti
que no puedes morir.
La Muerte se rió de sus propias palabras insolentes, y luego
se volvió y se encaminó hacia la Frontera.
—¡Azazel! —gritó entonces el Dios viviente.
Aquella figura, atónita, se detuvo bruscamente.
—¿Sabes mi nombre? —respondió la Muerte con algo parecido a la
admiración.
—Tú sí tienes un enemigo —contestó el Señor—. Yo soy tu
enemigo. Y tú eres el mío.
—Sí, es cierto —siseó la Muerte—. Y cuando ya todo lo demás
esté en mi reino, entonces vendré por Ti... sí, por Ti, mi último y
único enemigo. ¡Mi único adversario digno de mis grandes apoderes!
—Sí, —fue la firme respuesta del Señor-. Tú vendrás por Mí. Y
en aquella hora, que ciertamente marcará el fin de todas las cosas,
Yo estaré aguardando tu venida, porque Yo Soy tu presa final, y tú
eres mi último enemigo.
Una vez más la Muerte levantó sus retorcidas garras por encima
de la cabeza, y pronunció:
Y en aquel día final,
El último de todos los días,
¡La Vida eterna habrá de morir!
Dentro de aquel resplandor negro se podía ver una sonrisa de
triunfo en el rostro de la Muerte. Era obvio que ese ser tenebroso
no tenía duda alguna de que un día él triunfaría en todo lo que
había dicho.
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La Muerte cruzó la Frontera. Su trayectoria lo llevaba derecho
hacia... el planeta caído.
Habiendo visto a la Muerte desaparecer con rumbo al huerto,
los ojos de los ángeles se volvieron de nuevo hacia el rostro de
Dios. Pero sus mensajeros no pudieron discernir ninguno de sus
pensamientos ni designios. Fuera lo que fuese su relación con la
Muerte, fuera lo que fuese su designio y propósito respecto de
aquella cosa, su voluntad era un misterio.
Pero si ellos hubiesen podido oír los pensamientos de Dios,
habrían escuchado que El decía:
No, Azazel.
¡En aquel día
La Muerte eterna
será la que habrá de morir!
68
CAPITULO
Veintisiete
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La comunión con Dios se convirtió en religión. Y las
intuiciones y percepciones de su espíritu fueron reemplazadas por
la clara y precisa lógica de una mente caída e ilógica.
Entonces le vino una comprensión final, horrorizante:
—No es tan sólo que la luz me ha abandonado, —gritó con
desesperanza—, sino que ahora me estoy quedando ciego. ¡Sí, ciego!
¡Me estoy quedando ciego! El ámbito invisible... ¡se está
desvaneciendo de mi vista! ¡Ya no puedo ver claramente lo
invisible!
70
CAPITULO
Veintiocho
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Incapaz de ser honrado consigo mismo ni de comprender que no
podía engañar a su Señor, Adán deshonró el lenguaje del hombre con
su respuesta:
—La mujer que me diste me hizo comer de la fruta prohibida.
Adán, que una vez tuviera un porte regio, ahora hablaba como
un niño malcriado. El, que unas horas antes era tan sólo un poco
menor que los ángeles, ahora demostraba ser tan sólo un poco mayor
que los animales. Era ya un hombre esclavizado a la disminuida
capacidad de la lógica, que estaba procurando comunicarse con su
Dios basado en excusas.
La única respuesta del Señor a los razonamientos del hombre
fue el silencio. En ese terrible momento Adán aprendió lo que un
día todo descendiente de Adán caído descubre: que tenía una
conciencia que lo condenaba, y que esa conciencia podía gritar bien
alto y fuerte.
Adán se echó a llorar.
Entonces el Señor alzó los ojos y miró hacia los lugares
celestiales, haciéndoles una señal a los ángeles.
—¡Aprisa! —ordenó Miguel—. Antes de que él quede ciego.
Lentamente, casi con timidez, los ángeles comenzaron a
reunirse alrededor de Dios y del hombre.
Adán levantó la vista. Su visión de sus amigos invisibles ya
estaba borrosa e insegura. Los ángeles, que a menudo habían rodeado
a Dios y al hombre, ahora caminaron con ellos compartiendo una
tristeza mutua, canturreando al mismo tiempo, a modo de lamento,
una triste endecha. En breve Dios, el hombre y los ángeles unían su
pesar y sus sollozos, originando así un réquiem por la inocencia de
la creación. Pero esa triste escena terminó de repente cuando Adán,
volviéndose a su Creador, interrumpió aquella endecha e hizo la más
sorprendente petición.
72
CAPITULO
Veintinueve
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Cuando llegaron a la entrada del huerto, el Señor tomó una de
las más inocentes criaturas del campo y la mató, a fin de usar su
piel para cubrir la desnudez de Adán y de Eva.
Fue el ángel Registrador quien expresó el asombro de todos los
ángeles, al escribir las siguientes palabras en las páginas del
Libro de Registros: “Cuán extraño es que Dios pueda matar.”
74
CAPITULO
Treinta
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inmortal. La muerte no será ni nuestro fin ni nuestra separación
eterna.
Si tú fueras llamada antes que yo,
Para que tomes tu lugar ante el trono,
A aquellas esferas que son eternas,
En ese resplandeciente ámbito supremo;
Aun cuando tormentas de luz
Te hayan de envolver allá,
O Dios mismo sea tu morada,
Mi corazón aún te encontrará.
Porque el amor no puede ser encadenado
Por la materia, ni el espacio, ni el tiempo,
Ni por otros grilletes de especie semejante.
Y cuando yo encuentre ese lugar glorioso
Donde tu rostro santificado haya de habitar,
Allí —mucho más— te habré de amar.
Estrechando aún a Eva protectoramente, Adán levantó el rostro
bañado en lágrimas y le habló a su Creador:
—Mi Señor y mi Dios, veo que ahora mismo te estás
desvaneciendo de mi vista. Y aun cuando mi cuerpo está contaminado,
y la luz que me recubría se ha extinguido, y mi espíritu está dando
sus últimas boqueadas, con todo, conservo mi memoria. Y sé esto: Tú
no has terminado. En algún lugar allá afuera, más allá de este
convulsivo día, hay esperanza. Tu Propósito por haberme creado no
habrá de terminar en mi sepulcro.
—Señor —añadió enseguida—, ¿qué es lo que hay en el futuro que
abriga nuestra esperanza?
—Tu esperanza no reside en el futuro, hijo mío, sino en eones
transcurridos hace mucho. En edades anteriores a las eternidades,
cuando no había nada sino Yo Soy... cuando Yo era el Todo. Allí en
mi propio ser, tu esperanza fue establecida.
El Señor se volvió por última vez a Eva.
—Vendrá un día en que un descendiente tuyo pondrá de
manifiesto ese glorioso día en que la esperanza vendrá a ser una
realidad. Todos tus descendientes, menos uno solo, nacerán de la
simiente del hombre. Pero una vez, una única vez, nacerá Uno en
este planeta que habrá de nacer de la simiente de la mujer. Fuera
de la enfermedad que reside dentro de los lomos del hombre y
excluido de ella, nacerá un Niño. De la simiente de la mujer.
El Señor hizo una pausa. Sus ojos relumbraron.
—El enemigo lo herirá en el calcañar, —añadió.
Al escuchar estas palabras Eva apretó los puños contra el
pecho, como si ella, madre de todos, pudiese incluso en ese momento
sentir el dolor que su descendiente habría de conocer.
Con palabras entretejidas tanto de triunfo como de enojo, el
Señor continuó:
—¡Pero El aplastará la cabeza de tu enemigo!
76
A Eva le brotaron lágrimas no muy ajenas al gozo, mientras que
Adán levantó la mano hacia el cielo asintiendo.
—Ahora es tiempo de irnos, —dijo.
Dios y sus dos más apreciados compañeros se despidieron. No
obstante, cada vez que se soltaban, volvían a abrazarse y a llorar.
Pero una vez, cuando Adán procuró con esfuerzo separarse, el
huerto, su Señor y los ámbitos invisibles desaparecieron para
siempre de delante de sus ojos.
Entonces, tomando a Eva por la mano, Adán salió caminado y
pasó a la tierra maldita. Los dos iban mirando a su alrededor, con
la esperanza de encontrar un pequeño lugar adecuado en la
superficie del planeta herido, donde pudieran quedarse y vivir con
seguridad.
77
CAPITULO
Treinta y uno
78
La unidad de la tierra con el cielo había terminado.
Observando los acontecimientos de ese triste momento,
Registrador hizo la siguiente anotación en el Libro de Registros:
De esta manera termina
La unión del cielo y la tierra.
No obstante, continúan
Las crónicas de los cielos y
Las crónicas de la tierra.
De esta forma, asimismo, comienzan
Las Crónicas de la Puerta.
79
EPILOGO
80
El Principio
es el primer tomo de
LAS CRONICAS DE LA PUERTA.
Los siguientes son:
La Salida
El Nacimiento
El Triunfo
El Retorno
81
(Contraportada)
82