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Pedro Paramo
Dorotea cuestiona a Juan Preciado sobre su muerte, y le comenta que ella y Donis
lo encontraron en la plaza, Donis creía que él estaba fingiendo pero no era así,
entre los dos lo arrastraron hasta un portal, y les fue muy pesado llevarlo, pero
lograron enterrarlo.
¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan preciado? Yo te encontré en la plaza,
muy lejos de la casa de Donis, y junto a mí estaba él, diciendo que te estabas haciendo el
muerto. Entre los dos te arrastramos a la sombra del portal, ya bien tirante, acalambrado
como mueren los que mueren muertos de miedo.
Juan Preciado le platica a Dorotea como es que falleció, como fue desfalleciendo
entre los murmullos que se escuchaban en la plaza, escuchó zumbidos como de
enjambre los cuales decían “Ruega por nosotros”. Dorotea le comenta que lo
encontraron por la maña, que era mejor que no hubiera salido de su tierra, le
pregunta que es lo que hace en ese lugar, él le comenta que fue a buscar a Pedro
Páramo, el cual al parecer es su padre. Comenta que la ilusión lo llevo a ese
lugar, a lo cual Dorotea le platica sobre su experiencia con la ilusión.
“¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido. Pagué con eso la
deuda de encontrar a mí hijo, que no fue, por decirlo así, sino una ilusión más, porque
nunca tuve ningún hijo. Ahora que estoy muerta me he dado tiempo para pensar y
enterarme de todo. Ni siquiera el nido para guardarlo me dio Dios. Sólo esa larga vida
arrastrada que tuve, llevando de aquí para allá mis ojos tristes que siempre miraron de
reojo, como buscando detrás de la gente, sospechando que alguien me hubiera
escondido a mi niño. Y todo fue culpa de un maldito sueño [...]”
El primero fue el que me hizo soñar que había tenido un hijo. Y mientras vivía nunca dejé
de creer que fuera cierto; porque lo sentí entre mis brazos, tiernito, lleno de boca y de ojos
y de manos; durante mucho tiempo conservé en mis dedos la impresión de sus ojos
dormidos y el palpitar de su corazón […] Lo llevaba conmigo a donde quiera que iba,
envuelto en mi rebozo, y de pronto lo perdí [...] Ese fue el otro sueño que tuve. Llegué al
Cielo y me asomé a ver si entre los ángeles reconocía la cara de mí hijo. Y nada. Todas
las caras eran iguales, hechas con el mismo molde […] Uno de aquellos santos se me
acercó y, sin decirme nada, hundió una de sus manos en mi estómago como si la hubiera
hundido en un montón de cera. Al sacarla me enseño algo así como una cáscara de nuez:
esto prueba lo que demuestra […] ese fue el sueño maldito que tuve y del cual saqué la
aclaración de que nunca había tenido ningún hijo”
“Sí. Y si tú la quieres ver, allí está afuerita. Siempre madruga para venir aquí por su
desayuno. Es una que trae un molote en su rebozo y lo arrulla diciendo que es un crío.
Parece ser que le sucedió alguna desgracia allá en sus tiempos, pero como nunca habla,
nadie sabe lo que le pasó. Vive de limosna”
“No lo sé Juan Preciado. Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo.
Y aunque lo hubiera hecho, ¿Qué habría ganado? El cielo está en alto, y mis ojos tan sin
mirada, que vivía contenta con saber dónde quedaba la tierra. Además, le perdí todo
interés desde que el padre Rentería me aseguró que jamás conocería la Gloria. Que ni
siquiera de lejos la vería”
Dorotea habla de los pecados que cometió alguna vez, pero que el padre Rentería
no tenía por qué haberle negado la entrada al paraíso, ya que su vida de por sí era
un infierno y no podía más con ella. Juan preciado pregunta dónde cree ella que
se encuentra su alma, a donde cree ella que se ha ido, Dorotea le comenta que
seguramente está vagando y que posiblemente la odie por el mal trato que le
llegó a dar.
“Debe andar vagando por la tierra como tantas otras buscando vivos que recen por ella.
Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me preocupa. He descansado
del vicio de sus remordimientos. Me amargaba hasta lo poco que comía, y me hacía
insoportables las noches llenándome las de pensamientos intranquilos con figuras de
condenados y cosas de ésas. Cuando me senté a morir, ella me rogó que me levantara y
que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara
de culpas. Ni siquiera hice el intento: "Aquí se acaba el camino-le dije-. Ya no me quedan
fuerzas para más." Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis
manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón”
“--Ya que no puedo causarle ningún perjuicio, le diré que era yo la que le conseguía
muchachas al difunto Miguelito Páramo. […]
-¿Qué quieres que haga contigo, Dorotea? Júzgate tú misma. Ve si tú puedes perdonarte.
-Yo no, padre. Pero usted sí puede. Por eso vengo a verlo.
-¿Cuántas veces viniste aquí a pedirme que te mandara al Cielo cuando murieras?
¿Querías ver si allá encontrabas a tu hijo, no, Dorotea? Pues bien, no podrás ir ya más al
Cielo. Pero que Dios te perdone”
Juan Preciado escucho una voz y pensó que era Dorotea la que había hablado ya
que escucho una voz de mujer, pero Dorotea le comento que ella estaba dormida,
pero que seguramente se traba de Doña Susanita ya que se encontraba enterrada
justo al lado de ellos, y le platicó quien era ella.
-La última esposa de Pedro Páramo. Unos dicen que estaba loca. Otros, que no. La
verdad es que ya hablaba sola desde en vida.
-Debe haber muerto hace mucho. -¡Uh, sí! Hace mucho. ¿Qué le oíste decir?
-...O, al menos, no la trajo cuando vino. Pero espérate. Ahora recuerdo que ella nació
aquí, y que ya de añejita desaparecieron. Y sí, su madre murió de la tisis. Era una señora
muy rara que siempre estuvo enferma y no visitaba a nadie. -Eso dice ella. Que nadie
había ido a ver a su madre cuando murió.
-¿Pero de qué tiempos hablará? Claro que nadie se paró en su casa por el puro miedo de
agarrar la tisis. ¿Se acordará de eso la indina?
Juan preciado escucha a Susana San Juan y Dorotea pregunta que es lo que dice, este le
relata lo que comenta, donde ella escondía sus pies entre las piernas de Florencio,
dormían acurrucados, hasta que los descubrieron durmiendo juntos, pero eso no le dolió,
sino la muerte de Florencio.
-A alguien que murió antes que ella, seguramente. -¿Pero quién pudo ser?
-No sé. Dice que la noche en la cual él tardó en venir sintió que había regresado ya muy
noche, quizá de madrugada. Lo notó apenas, porque sus pies, que habían estado solos y
fríos, parecieron envolverse en algo; que alguien los envolvía en algo y les daba calor.
Cuando despertó los encontró liados en un periódico que ella había estado leyendo
mientras lo esperaba y que había dejado caer al suelo cuando ya no pudo soportar el
sueño. Y que allí estaban sus pies envueltos en el periódico cuando vinieron a decirle que
él había muerto.
-Se ha de haber roto el cajón donde la enterraron, porque se oye como un crujir de tablas.
-Sí, yo también lo oigo.”