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DEONTOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN UNIVERSITARIA

ÉTICA Y PLAGIO

De entrada, es imprescindible subrayar que el contenido de este documento fue sacado de


diferentes fuentes. Me he limitado a adaptarlo a la clase de deontología, resaltando los párrafos
oportunos y descartando detalles con el fin de ir al grano y esperar alcanzar de modo directo y
eficiente el objetivo de este curso, o sea que el estudiante NO INCURRA EN EL PLAGIO bajo
ninguna cuartada, coyuntura u otras circunstancias; antes bien, que haga lo correcto: parafrasear o
poner citas directas e incluir, de modo claro, las fuentes bibliográficas de donde fueron sacadas
dichas informaciones.

CONCEPTO
La deontología o teoría deontológica se puede considerar como una teoría ética que se
ocupa de regular los deberes, traduciéndolos en preceptos, normas morales y reglas de
conducta.
El término deontología fue acuñado por primera vez por Jeremy Bentham, que la define
como la rama del arte y de la ciencia cuyo objeto consiste en hacer en cada ocasión lo que es
recto y apropiado.
Cuando esta teoría se aplica al estricto campo profesional hablamos de deontología
profesional y es ella, en consecuencia, la que determina los deberes que son mínimamente
exigibles a los profesionales en el desempeño de su actividad.
Cuando se habla de deontología profesional (estudiantes en la universidad son
profesionales académicos) se entiende por tal los criterios compartidos por el colectivo
profesional convertidos en un texto normativo, un código deontológico. La deontología
profesional es por tanto una ética aplicada, aprobada y aceptada por el colectivo profesional,
lo que entraña un código de conducta, una tipificación de infracciones, un procedimiento de
enjuiciamiento, y finalmente, si procede aplicarlo, un sistema de sanciones.
Sacado de: deontologÍa profesional: lOS CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS (unionprofesional.com) (consultado 14/12/2020)

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COTO AL FRAUDE EN LAS TESIS DOCTORALES // EDITORIAL ABC/ 04/10/2019
La dimisión de Concepción Canoyra como directora general de Educación Concertada es una
decisión tan inevitable como encomiable. La información de ABC sobre los plagios con los que
redactó su tesis doctoral, de poco más de un centenar de páginas, no dejaban margen a otra
reacción, pero lo importante es la rapidez con la que asumió su responsabilidad […]. Si la
ejemplaridad de los cargos públicos es siempre exigible en su máximo nivel, cuando afecta al ámbito
de la educación, se hace aún más cualificada. Los alumnos españoles no pueden seguir viendo casos
de fraude académico con las tesis doctorales o con manuales o libros de texto, porque no van a
sentirse llamados a interiorizar el valor de la excelencia, del esfuerzo intelectual y del sacrificio
personal.

Por esto mismo no basta con la dimisión de Canoyra si otros cargos públicos de mayor
relevancia, como el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, o el presidente del Senado,
Manuel Cruz, miran a otro lado […]. Concepción Canoyra debería ser el espejo en el que se miraran
los plagiadores que acceden a funciones públicas y dan lecciones de ética política (o de filosofía),
como si las exigencias de la responsabilidad personal no fueran con ellas.

Además, el caso de Canoyra llueve sobre mojado, porque pertenece al mismo departamento y
a la misma Universidad –la Camilo José Cela- en la que Pedro Sánchez obtuvo su doctorado. Por eso
tampoco bastan las dimisiones individuales si el sistema mantiene abiertas las grietas por las que se
cuela la corrupción universitaria. Porque este caso de la tesis volandera salta ya a otra universidad
pues exactamente el mismo trabajo copiado por Canoyra fue presentado por otro doctorando en la
Complutense cuatro años más tarde. Y también coló.

España no se merece que su mundo universitario malverse su crédito con estas tesis
doctorales de bajo coste y nulo esfuerzo, en cuya estafa científica cooperan el director que la avala, el
departamento que la admite, la Universidad que la tramita y el tribunal que la aprueba. Es
incomprensible que el burocratismo de plumilla que lastra la vida universitaria –y tantas veces frustra
la carrera de sus profesores, especialmente los más jóvenes- pase por alto coladeros de títulos de
doctor, que es el máximo reconocimiento académico. Las agencias de acreditación universitaria, sea
del Gobierno central o de la Comunidad de Madrid, deberían tomar cartas en el asunto e inspeccionar
el plan de doctorado de la Universidad Camilo José Cela y de cualquiera otra en la que las tesis
doctorales tengan menos exigencia que un trabajo de fin de grado.

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