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1812

BICENTENARIO
ÉXODO JUJEÑO

2012

EL ÉXODO JUJEÑO DE 1812


S ecretar ía d e Tu r ismo y Cu l tu ra GOBIERNO DE LA PROVINCIA
d e l a Provincia d e Ju ju y DE JUJUY
Bicentenario del Éxodo Jujeño

El Éxodo Jujeño de 1812


Resumen revisado por la autora, Dra. Viviana E. Conti,
Doctora en Historia, Investigadora del CONICET y Profesora
de la Universidad Nacional de Jujuy.

bicentenarioexodo.jujuy.gov.ar
El Éxodo Jujeño de 1812. - 1a ed. - San Salvador de Jujuy, 2012.
ISBN 978-987-33-2336-2 1
antecedentes

La primera expedición revolucionaria al Alto Perú concluyó con la de-


rrota del Ejército en Huaqui, en junio de 1811, a manos de las tropas
virreinales conducidas por Goyeneche. El resultado de esa batalla mo-
dificó el escenario del Alto Perú. Goyeneche se recluyó en Potosí y
desde allí tenía decidido ejecutar la siguiente parte de su plan para
reconquistar el Virreinato del Río de La Plata: invadir Jujuy y penetrar
por los valles hasta el corazón rioplatense.
Después de la derrota en Huaqui, entre julio y diciembre de 1811, fue-
ron arribando a Jujuy los despojos del Ejército revolucionario. En sep-
tiembre de 1811, Pueyrredón, con sus batallones, llegó a Salta, donde
se notificó que el Triunvirato lo había nombrado “General en Jefe de
las Tropas reunidas en las Provincias libres de nuestro territorio”, a los
efectos de organizarlas, disciplinarlas y ponerlas en situación de en-
frentar una próxima invasión. Sucesivamente fueron llegando las tro-
pas de Viamonte y las de Díaz Vélez, a quien Pueyrredón encargó la
organización de la vanguardia en el norte de La Quiaca (en Mojos). Las
directivas a Pueyrredón apuntaban a una reorganización del Ejército
revolucionario para la defensa del territorio y no ya para una avanzada
hacia el Alto Perú, pues las autoridades cen-
trales sabían que no tenía capacidad de éxito
frente al poderío enemigo.
Pueyrredón se trasladó inmediatamente a Ju-
juy, donde se encargó de la organización de
las tropas ocupando como cuartel general el
Convento de San Francisco.
Las tareas que debió encarar el Jefe desig-
nado fueron las de atender a los heridos
de guerra, organizar y disciplinar la tropa y
procurarle armamento y pertrechos.
Mientras tanto, el Ejército real, fortaleci-
do, avanzó desde Potosí hasta Tupiza, lo
que provocó que Pueyrredón ordenara a
la vanguardia del Ejército revolucionario,
Juan Martín de Pueyrredón a cargo de Díaz Vélez, que avanzara has-
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Bicentenario del Éxodo Jujeño

ta Nazareno. El inevitable enfrentamiento terminó en derrota para los


revolucionarios el 12 de enero de 1812 y la consecuente retirada hasta
Humahuaca para poder controlar desde allí el acceso al valle de Jujuy.
Desde Jujuy, Pueyrredón comenzó a organizar la retirada de sus tro-
pas en cumplimiento de directivas “reservadas” que había recibido
de Buenos Aires, luego reenviadas a Belgrano. En ese momento se
le indicaba que resultaba necesario “… hacer la retirada en el mejor
orden, destruyendo cuanto pueda ser útil al enemigo, para dificultar
sus marchas y recursos”, pues se sabía que el Ejército realista se había
fortificado y engrosado de diversas formas.
A principio de marzo llegaron a Jujuy las noticias del avance de Goye-
neche hasta las cercanías de Tupiza. Frente a tal coyuntura Pueyrredón
ordenó a Díaz Vélez que se repliegue hasta Hornillos, mientras el Ejér-
cito se preparaba para retirarse a Tucumán. A todo esto, Pueyrredón
había solicitado al Triunvirato su relevo del cargo, invocando motivos
de salud.
Corría marzo de 1812 cuando Pueyrredón llevó al grueso de las tro-
pas hasta Yatasto (defendido por el río Las Piedras) y allí, el 26 de ese
mes, Manuel Belgrano, designa-
do para reemplazar a Pueyrre-
dón, recibió de éste el mando del
Ejército.
Belgrano marchó hacia el norte y
se instaló en el cuartel de Campo
Santo, desde donde decidió ubicar
el campamento general en Jujuy.
A todo esto, en el Alto Perú prospe-
raba la represión por las fuerzas rea-
listas, las que recuperaron las cuatro
provincias del Alto Perú, sofocaron las
revueltas indígenas y avanzaron sobre
Cochabamba, que era el último bastión re-
volucionario.
Belgrano, enterado de los movimientos de
las tropas realistas, envió una carta al Triunvi-
rato explicando la situación, esperanzado en Manuel Belgrano

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antecedentes

que el retroceso de parte de los realistas hacia Cochabamba le diera


tiempo de organizar sus fuerzas para seguir hacia el norte; sin embar-
go, exponía que, con los recursos con que contaba, sólo podría estar
a la defensiva y esperar una oportunidad para atacar.
En el cuartel general de Jujuy, la tarea de Belgrano se centró en el
adiestramiento, equipamiento y engrosamiento del Ejército, para lo cual
adoptó diversas medidas: dispuso el reclutamiento de soldados, inició
la organización de las primeras milicias de gauchos (lo que quitó de
trabajadores al campo) y procuró adiestrarlos en los mínimos rudimen-
tos militares y equiparlos con armamento adecuado. A todo esto, el
número de bocas para alimentar aumentaba en igual proporción que
la carestía de alimentos y la falta de brazos para levantar las cosechas.
La situación económica y de escasez de bienes de consumo era de-
sesperante, por lo cual el Cabildo de Jujuy, agobiado por la falta de
alimentos y las solicitudes de empréstitos a la población, se quejaba al
Triunvirato pues no tenía más recursos que aportar.
Belgrano reconocía el sacrificio del pueblo jujeño para con el Ejército
de Norte, “…porque habiendo estado el ejército escaso de numerario,
se les tomaron á los vecinos ganados y algunos otros objetos necesa-
rios, que no se les satisfizo de contado, y se les pagó con recibo cuando
más”.
Estando el Ejército en Jujuy, se incorporó el barón Eduardo de Holem-
berg -llegado de Buenos Aires-, a quien Belgrano le encargó la organi-
zación de la maestranza y todo lo relacionado con la artillería. Además,
Belgrano había arbitrado lo necesario para la fabricación de pólvora en
Jujuy, pues según decía él mismo en su correspondencia, “… en San-
tiago la fabrican muy mala”.
La otra tarea que se había propuesto Belgrano era levantar la moral
de la tropa y del pueblo. Para ello aprovechó el 2° aniversario de la
Revolución de Mayo el 25 de mayo de 1812, oportunidad en la que
hizo bendecir y jurar la Bandera que había creado celeste y blanca
en Rosario, y que era desconocida por el gobierno revolucionario de
Buenos Aires. Esos actos, según palabras de Belgrano, no sólo habían
servido a los efectos de levantar el ánimo en sus alicaídas tropas, sino
también para propagar en la población civil los sentimientos afines a la
revolución: “He tenido la mayor satisfacción de ver la alegría, contento
y entusiasmo con que se ha celebrado en esta ciudad el aniversario

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Bicentenario del Éxodo Jujeño

de la libertad de la patria, con todo el decoro y esplendor de que ha


sido capaz, así con los actos religiosos de vísperas y misa solemne con
Tedeum, como en la fiesta del alférez mayor, cooperando con las ilumi-
naciones todos los vecinos de ella, y manifestando con demostraciones
propias su regocijo. La tropa de mi mando no menos ha demostrado
el patriotismo que la caracteriza: asistió al rayar el día á conducir la
bandera nacional, desde mi posada, que llevaba el barón de Holmberg
para enarbolarla en los balcones del ayuntamiento, y se anunció al
pueblo con quince cañonazos. Concluida la misa, la mandé llevar á
la iglesia, y tomada por mí, la presenté al deán Juan Ignacio Gorriti
que salió revestido á bendecirla, permaneciendo el preste, el cabildo y
todo el pueblo con la mayor devoción á este santo acto.[…] Por la tarde
se formó la tropa en la plaza y salí en persona á las casas del ayunta-
miento, donde me esperaba con su teniente gobernador, saqué por mí
mismo la bandera y la conduje acompañado del expresado cuerpo, y
habiendo mandado hacer el cuadro doble, hablé á las tropas […], las
cuales juraron con todo entusiasmo, al son de la música y última salva
de artillería, sostenerla hasta morir”
En el Alto Perú, Cochabamba, a fines de 1811, era el epicentro de las
ideas revolucionarias, además de un bastión que protegía las espal-
das del Ejército acantonado en Jujuy. La relación entre Cochabamba
y Jujuy era muy estrecha; ambas eran los dos puntos cruciales para
el futuro de la guerra y su posesión fortalecía al ejército que dominara
estos enclaves.
La defensa de Cochabamba era crucial pues, como decía Belgrano
en una de sus misivas, “… si Cochabamba se pierde, es de inferir que
caigan con ella todas las demás provincias que están en conmoción, y
por consiguiente el enemigo, libre de aquellas atenciones, se convierta
todo contra nosotros...”

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antecedentes

Para asegurar Cochabamba, los caudillos que la defendían decidieron


que era prioritario cortar las comunicaciones con Oruro y en pos de
ello salieron con sus tropas hacia el Altiplano. Sin embargo, los jefes
militares tenían sensibles diferencias, las que fueron profundizándose
al calor de las batallas.
Por ello, cuando llegaron a Cochabamba las noticias de la división de
las fuerzas revolucionarias y los resultados de las batallas, los poblado-
res más ricos, previendo un inminente ataque a la ciudad, comenzaron
a refugiarse en las haciendas, mientras que sólo quedaron en la zona
urbana los sectores más humildes, mestizos e indígenas, que confia-
ban en las guerrillas que custodiaban la campaña.
Goyeneche, para cumplir con las órdenes que tenía de avanzar ha-
cia el Río de La Plata, debía desbaratar las huestes cochabambinas.
Para ello planeó un movimiento envolvente sobre la ciudad y zonas
circundantes, utilizando las tropas que tenía en Potosí y las que esta-
ban concentradas en Oruro. En mayo de 1812 el ejército real ya estaba
en movimiento y, en su camino, Goyeneche fue quemando pueblos y
matando a todos sus habitantes sin distinción. Al llegar a los límites de
la jurisdicción de la provincia, Goyeneche contaba con un ejército de
unos 2.000 hombres armados y sabía que Cochabamba estaba mal
armada y que la mayoría de los hombres habían partido, bien con las
guerrillas, bien en busca de su propio resguardo. La mayoría de la po-
blación que quedaba en la ciudad eran los sectores más humildes, in-
dígenas y mestizos, casi todos ancianos, mujeres, niños y unos pocos
hombres que no estaban en el ejército, que tenían por únicas armas
hondas, piedras, cuchillos y palos. Así, pertrechados con lo que encon-
traron, las mujeres ocuparon la colina de San Sebastián, mientras que
los pocos hombres que habían quedado se ubicaron a los costados.
Esa fue la defensa de Cochabamba contra las tropas entrenadas de
Goyeneche, que entraron a caballo degollando a quienes encontraban
a su paso y se dedicaron al saqueo sistemático y al incendio de la ciu-
dad, convencidos de que Cochabamba debía servir de escarmiento
a los revolucionarios de toda América. Se desconoce la cantidad de
muertos, pero todos los cronistas aseguran que la mayoría eran mu-
jeres. Los hombres encontrados en la ciudad fueron degollados y sus
cabezas colocadas en chuzas a lo largo del camino de ingreso.

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Bicentenario del Éxodo Jujeño

el éxodo jujeño
del 23 de agosto de 1812

Las órdenes dadas a Belgrano eran acordes a las que otrora recibiera
Pueyrredón: defender Jujuy o abandonar la zona, siguiendo la estrate-
gia de “tierra arrasada”, para refugiarse en Tucumán, Santiago del Este-
ro o Córdoba, lo que significaba no dejar nada que el enemigo pudiera
utilizar para su avance hacia el Río de La Plata.
La vanguardia realista hostigaba a los indígenas de la puna de Jujuy,
mataba, robaba e incendiaba los pueblos; Belgrano estaba enterado
de lo sucesos en Rinconada donde el pueblo había sido saqueado y
los indígenas asesinados.
Belgrano comunicó al gobierno en Buenos Aires que no estaba en
condiciones de defender Jujuy con las pocas y mal armadas tropas
que poseía.
Por otra parte, las informaciones de lo acontecido en Cochabamba vo-
laron como un reguero de pólvora y llegaron rápidamente a Jujuy. Los
rumores corrían presagiando lo peor pues todos sabían que el próximo
objetivo de Goyeneche era Jujuy. El pánico se apoderó de la población,
que auguraba un futuro similar a Cochabamba. Los principales co-
merciantes fueron los primeros en embalar sus pertenencias, arrendar
carretas y fletarlas hacia Tucumán, al menos como primera escala, ya
que algunos de ellos siguieron hasta Santiago del Estero y Córdoba.
Las familias pudientes, como había ocurrido en Cochabamba, busca-
ron con tiempo un lugar seguro, en el seno de familiares, amigos y sus
relaciones comerciales, procurando ponerse a resguardo.

Firma del Dr. Manuel Belgrano

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el éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812

Del universo que conformaba el sector adinerado de la ciudad en 1812,


se estima que el 85% se retiró a las provincias del sur, sea con Belgra-
no o antes, de manera que sólo un 15% de la población adinerada se
mantuvo en Jujuy y aguardó al ejército virreinal. Se ignora la cantidad
de población de los sectores populares que se quedó tras la marcha
de Ejército, pero se estima que fueron muy pocos. Precisamente, la
escasez de vecinos fue el motivo de la imposibilidad de formar un ca-
bildo adepto a la causa realista, cuando su Ejército llegó a Jujuy. Por
ello, ante la falta de vecinos para ocupar los cargos vacantes (sólo dos
integrantes del Cabildo se habían quedado en Jujuy, a los que luego
se sumaron otros dos) se optó por reemplazarlos por oficiales de los
batallones virreinales. De estos hechos se desprende que la gran ma-
yoría de los vecinos económicamente acomodados de la ciudad y del
campo se habían retirado de la jurisdicción.
Los comerciantes jujeños debieron “levantar” sus comercios, cargar
toda la mercancía, subirlas a las carretas y enviarlas a Tucumán. Tam-
bién debieron levantar la casa y todos sus objetos y cargar a la familia
(generalmente mujeres, niños y ancianos viajaban en carretones), sir-
vientes, esclavos y dependientes con sus respectivas familias. A falta
de documentación, se calcula que esa tarea debe haber demandado
entre 1 y 2 semanas de labores. Si además poseían hacienda o chacra
-que era lo frecuente en la época-, debían levantar lo que se pudiera,
arriar el ganado y partir con los peones. Se estima que cada familia
formaba en sí misma una pequeña caravana que aumentaba dada la
costumbre de viajar en grupos de varias familias, lo que les proporcio-
naba mayor seguridad ante los trastornos del viaje.
Si los preparativos para la emigración dieron inicio cuando se supo lo
sucedido en Cochabamba, los primeros traslados de población deben
haberse iniciado a fines de julio de 1812, lo que, además, es coinci-
dente con los comienzos de la organización de la población para una
“emigración ordenada” dictaminada por Belgrano.
Emigración, expatriación, huída, abandono del terruño, desplazamiento
de la población civil: por eso optó Belgrano, que desde mediados de
julio comenzó a organizar la emigración en forma ordenada. La medida
adoptada necesitaba el sacrificio de sus hombres y seguidores, pero
también era indispensable que aún los fieles a la causa realista aban-
donaran la jurisdicción. Según se desprende de la correspondencia de

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Bicentenario del Éxodo Jujeño

Belgrano, éste sabía que la mayor parte de la población de Jujuy era


partidaria de la Revolución (no ocurría lo mismo en Salta, donde la elite
estaba bastante dividida) pero también sabía que había sectores entre
la elite local fieles al Virrey de Lima que podían servir para abastecer
a las tropas virreinales. En ese contexto es que Belgrano, a través del
Bando del 29 de julio, ordenó el retiro y emigración de toda la población
y amenazó a quienes quisieran traicionar sus órdenes:
“Pueblos de la Provincia de Salta (1): Desde que puse el pie
en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa,
en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las
Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he
hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que
las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a
Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnatura-
lizados que viven entre vosotros y que no pierden arbitrios
para que nuestros sagrados derechos de libertad, propie-
dad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud.
Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo
y de que vengáis a reunirnos al Ejército de mi mando, si
como aseguráis queréis ser libres, trayéndonos las ar-
mas de chispa, blanca y municiones que tengáis o podáis
adquirir, y dando parte a la Justicia de los que las tuvie-
ron y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que
os amenaza de perder no sólo vuestros derechos, sino las

Escrito de puño y letra realizado por Manuel Belgrano,


patrimonio del Museo Histórico Provincial de Jujuy.
_____________________________

En la época del Éxodo, Jujuy integraba la Provincia de Salta del Tucumán y el Bando se diri-
(1)

gía a los pueblos de toda esa Provincia. De allí la expresión en plural. Sin embargo, la orden de
Belgrano fue acatada en su gran mayoría por los habitantes de Jujuy y por muy pocos salteños. 9
el éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812

propiedades que tenéis. Hacendados: apresuraos a sacar


vuestro ganado vacuno, caballares, mulares y lanares que
haya en vuestras estancias, y al mismo tiempo vuestros
charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome
providencias que os sean dolorosas, declarandóos además
si no lo hicieseis traidores a la patria. Labradores: ase-
gurad vuestras cosechas extrayéndolas para dicho pun-
to, en la inteligencia de que no haciéndolo incurriréis en
igual desgracia que aquellos. Comerciantes: no perdáis
un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos,
e igualmente cuantos hubiere en vuestro poder de ajena
pertenencia, pues no ejecutándolo sufriréis las penas que
aquellos, y además serán quemados los efectos que se ha-
llaren, sean en poder de quien fuere, y a quien pertenezcan.
Entended todos que al que se encontrare fuera de las guar-
dias avanzadas del ejército en todos los puntos en que las
hay, o que intente pasar sin mi pasaporte será pasado por
las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso.
Que igual pena sufrirá aquel que por sus conversaciones o
por hechos atentase contra la causa sagrada de la Patria,
sea de la clase, estado o condición que fuese. Que los que
inspirasen desaliento estén revestidos del carácter que es-
tuviesen serán igualmente pasados por las armas con sólo
lo deposición de dos testigos. Que serán tenidos por trai-
dores a la patria todos los que a mi primera orden no es-
tuvieran prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor
escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen.
No espero que haya uno solo que me dé lugar par aponer
en ejecución las referidas penas, pues los verdaderos hijos
de la patria me prometo que se empeñarán en ayudarme,
como amantes de tan digna madre, y los desnaturalizados
obedecerán ciegamente y ocultarán sus inicuas intensio-
nes. Más, si así no fuese, sabed que se acabaron las consi-
deraciones de cualquier especie que sean, y que nada será
bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto.
Cuartel general de Jujuy 29 de julio de 1812”.
Belgrano opinaba que el Bando del 29 de julio había servido a dos
fines: por un lado, fortalecer el apoyo de la población y, por el otro,

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Bicentenario del Éxodo Jujeño

poner en conocimiento del enemigo que si llegaba hasta Jujuy no iba a


encontrar nada con que aprovisionarse.
La situación apremiante estaba enfocada en aquellos que carecían de
medios para escapar: indios, mestizos, criollos pobres, familiares de
los reclutados por el Ejército, más los campesinos y emigrados del Alto
Perú que llegaron en busca de refugio.
Días después el Ejército virreinal a las órdenes de Pío Tristán llegaba
a Yavi y desde allí inició su camino hacia el sur. En su avanzada, fue
hostigado continuamente por la vanguardia revolucionaria a cargo de
Díaz Vélez, la que cubría los pasos estratégicos de la Quebrada, hasta
que fue llamada con premura a Jujuy y se transformó en retaguardia
del Ejército del Norte. Venía con los reclutas de la Quebrada y cuidó las
espaldas de la población civil agrupada al sur de la ciudad.
Quien después fuera el General José M. Paz, testigo del suceso, que
bajaba de Humahuaca con las tropas de Díaz Vélez, relató en sus
memorias lo que vivió: “Entretanto, vino la invasión del enemigo, y
el cuerpo de vanguardia emprendió su movimiento retrógrado: que-
dando un cuerpo de caballería, se incorporó lo restante al ejército de

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el éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812

Jujuy el mismo día en que éste emprendía el suyo para Tucumán. Re-
cuerdo que atravesamos el pueblo de Jujuy en toda su extensión, sin
permitirnos separarnos, ni aun para proveernos de un poco de pan.
Acampamos durante tres o cuatro horas a la inmediación de la ciu-
dad, y tampoco se nos permitió entrar […] continuó la retirada del
ejército, marchando día y noche, porque la proximidad del enemigo
lo requería.”
Así, en la tarde del 23 de agosto, los rezagados, la gente humilde y
sin recursos de Jujuy y los refugiados que permanecían allí, partieron
siguiendo al Ejército del Norte con lo poco que tenían; junto a ellos
iban las autoridades del Cabildo, últimos en abandonar sus funciones,
quienes llevaban consigo toda la documentación de Jujuy, que se puso
a resguardo en Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. En su salida
de Jujuy, no se destruyó ni quemó ninguna propiedad: en ello estaba
basado el principio de “retroceso ordenado” que había dispuesto Ma-
nuel Belgrano; sólo se demolió la maestranza y los hornos de fundición
para que no pudieran utilizarlos las fuerzas realistas
Entre los últimos en abandonar Jujuy se encontraba el sacerdote Juan
Ignacio Gorriti, quien dejó testimonio del exilio en sus “Reflexiones”.
Como la mayoría de los que tenían posesiones en el campo, Gorriti se
dirigió con su familia hacia la hacienda “Los Horcones” en la zona de la
actual Rosario de la Frontera.
Belgrano abandonó Jujuy a la medianoche del 23 de agosto cuando
recibió la noticia de que las tropas realistas habían bajado de Volcán y
estaban por llegar a Yala. El 24 de agosto la vanguardia realista entraba
en la ciudad de Jujuy dando comienzo a la primera ocupación de la
ciudad.
Entre tanto, los exilados marchaban a paso forzado. Habían tomado el
“camino de las carretas” que era más llano que el camino Real o de las
postas. Salieron de Jujuy por el sur pasando por El Carmen y Monterri-
co, donde llegaron al mediodía del día 24 de agosto. Allí descansaron
unas horas y retomaron el viaje hasta el fuerte de Cobos. Así lo relata-
ba Manuel Belgrano en su informe al Triunvirato: “En efecto, á las 12 y
media de la noche tomé el camino y me incorporé con el ejército á las
3 de la mañana, pues su marcha había sido rápida; á las 3 y media
mandé tocar generala y hemos llegado á las 12 del día á este punto.
Durante la marcha he tenido repetidos avisos del mayor general don

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Bicentenario del Éxodo Jujeño

Eustaquio Díaz Vélez de que los enemigos avanzaban, y que se retira-


ban hasta el río Blanco, donde, según las últimas noticias, permane-
cen […] Al salir la luna continuaré la marcha hasta ponerme en Cobos,
así para ganar terreno, sean cual fueren las intenciones del enemigo,
como para evitar que me corte, que es uno de mis mayores cuidados,
pues sus marchas tan rápidas lo indican”.
Tres días después de la salida de Jujuy la columna llegó a Cabeza de
Buey, donde comenzaron a engrosar el contingente grupos salteños
adeptos a la revolución. La caravana siguió con rumbo al río Pasaje. A
partir de allí siguió por el camino de las postas hasta las cercanías de
la ciudad de San Miguel de Tucumán.
El 3 de septiembre cruzaron el río Las Piedras. A lo largo del camino las
fuerzas de Díaz Vélez, a cargo de la retaguardia del Ejército patriota, su-
frieron distintos enfrentamientos con la vanguardia realista. En el río La
Piedras, finalmente, ambos ejércitos entraron en combate. La victoria
obtenida por Díaz Vélez permitió el avance final hasta Tucumán, poner
a salvo a los civiles y planificar la batalla de Tucumán acaecida el 24
de septiembre de 1812, en la que Belgrano obtuvo un rotundo triunfo.

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el éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812

Después de su derrota en Tucumán, el ejército virreinal se replegó ha-


cia Salta, adonde ingresó el 28 de setiembre.
En noviembre de 1812 Pío Tristán ordenó aumentar y equipar las tropas
de las ciudades de Jujuy y Tupiza y mantener escuadrones en Huma-
huaca, a fin de asegurarse las comunicaciones entre Salta y Potosí.
Los planes de Goyeneche contemplaban incorporar definitivamente a
las jurisdicciones de Salta y Jujuy al mando del virrey del Perú, como
frontera segura para su expansión hacia el Río de la Plata.
Tiempo después, el 20 de febrero de 1813, las tropas virreinales fue-
ron nuevamente derrotadas en Salta lo que terminó con la firma de un
armisticio con Belgrano y provocó que comenzaran su regreso al Alto
Perú.
Jujuy estuvo en poder del Ejército realista por seis meses. En efecto,
después de la Batalla de Salta en febrero de 1813 los emigrados re-
gresaron a Jujuy y las primeras reuniones del Cabildo se dedicaron a
contabilizar los daños y perjuicios ocasionados por las huestes realis-
tas, sobre todo debido al saqueo sistemático a que fueron sometidas
las haciendas de propiedad de los vecinos plegados al Éxodo en apoyo
del Ejército del Norte.
Apenas reingresado a Jujuy, el Ejército revolucionario empezó su tra-
bajo de reconstrucción para una nueva empresa: la segunda campaña
al Alto Perú.

Detalle de “El Exodo Jujeño”, cuadro de mediados del siglo XX, autor anónimo.
14 (Museo Histórico Provincial de Jujuy) Foto: Joaquín Carrillo
Bicentenario del Éxodo Jujeño

el sacrificio del pueblo de jujuy

Jujuy soportó en los años siguientes numerosos otros sucesos de gue-


rra que exigieron de su población ingentes y reiterados sacrificios. Así,
por ejemplo, después de la derrota de Belgrano en Ayohuma, los res-
tos de las tropas huyeron a Jujuy perseguidos por los realistas, que
ocuparon nuevamente la ciudad y provocaron el Segundo Éxodo de la
población civil (1814).
La imagen se repitió agravada tres años después, cuando en enero de
1817, unos 7.000 soldados, entre fuerzas veteranas españolas y desta-
camentos americanos, invadieron Jujuy para, desde allí, reconquistar el
antiguo Virreinato del Río de La Plata. Las noticias de la invasión a Jujuy
por un ejército de tal magnitud, provocó el pánico y la huída de sus
habitantes, quienes en esta oportunidad tuvieron el tiempo justo para
evacuar el territorio. En ese contexto se produjo el Tercer Éxodo en
1817. Durante los cinco meses de ocupación por las fuerzas realistas, la
ciudad fue arrasada, las haciendas saqueadas y cualquier pertenencia
que hubiese quedado de los exilados fue requisada.
La población de Jujuy aún no se había repuesto del tercer éxodo y de
los estragos sufridos en la ciudad y campaña, cuando en enero de
1818 la ciudad fue sometida al saqueo durante tres días seguidos por
las tropas realistas dirigidas por Olañeta.

“Los principales comerciantes de Jujuy fueron los primeros en embalar


sus pertenencias, arrendar carretas y fletarlas hacia Tucumán...” 15
el sacrificio del pueblo de jujuy

En abril de 1821, Olañeta y Marquiegui, aprovechando las disidencias


políticas en Salta y sus repercusiones en Jujuy, ingresaron con las fuer-
zas virreinales llegando hasta Volcán y León; a pesar del hostigamiento
de los gauchos, Marquiegui logró tomar Jujuy el 15 de abril, pero debió
retroceder hasta León donde estaba el grueso del ejército. El Teniente
de Gobernador José Ignacio Gorriti avanzó con las milicias hasta León,
donde tomó desprevenidas a las tropas realistas derrotándolas el 27 de
abril de 1821, conocido como el Día Grande de Jujuy, donde las fuerzas
jujeñas salvaron a la ciudad de que fuera nuevamente saqueada. Gorriti
amenazó a Olañeta con fusilar a sus cuñados si en lo sucesivo atacaba
Jujuy. Las invasiones realistas e intentos de saqueos de San Salvador
se frenaron en 1821, pero en el campo continuaron hasta 1825, cuando
Olañeta murió en Tumusla (Chichas).
En Jujuy la guerra pasó a formar parte de la vida cotidiana; vivir en
un territorio sujeto a continuas invasiones y sometida a la obligación
de abastecimiento de ambos ejércitos beligerantes fue una experiencia
poco conocida en el resto del Río de La Plata. Los jujeños debieron
abandonar sus hogares, en éxodos o en exilios, aprendieron a vivir con
la carestía de alimentos y la militarización de su población, supieron lo
que significaba estar en una ciudad sitiada por tropas, conocieron el
saqueo, los robos y el pillaje de ejércitos profesionales sobre la pobla-
ción civil. Nadie se salvó de la acción devastadora de la guerra.
En toda América hispana las guerras de la independencia provocaron
cambios y afectaron a las sociedades. Sin embargo, pocas fueron el
escenario mismo de la guerra, se convirtieron en campamento de cam-
paña de los ejércitos, fueron saqueadas e invadidas durante quince
años y despobladas -voluntaria o coercitivamente-. En Jujuy, la guerra,
el exilio y el caos no hicieron distinciones jerárquicas, sociales o étnicas.

“El Éxodo Jujeño de 1812” Año 2012.


Revisión del Texto: Dr. Jorge A. Noceti
Diagramación: Editorial Ideas Nuestras.
Ilustraciones de Juan Manuel Tanco.
Agradecimientos: Cristina Tula, Paola Audisio - Inés Pemberton.

16
comisión permanente
del bicentenario
del éxodo jujeño

“el éxodo jujeño de 1812”


ISBN 978-987-33-2336-2

BICENTENARIO
GOBIERNO DE LA PROVINCIA
DE JUJUY
ÉXODO JUJEÑO

bicentenarioexodo.jujuy.gov.ar

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