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El Caballo fantástico
Moisés Ruano/Alfonso Ruano
Premio Lazarillo de Ilustración 1984
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Moisés Ruano

El Caballo fantástico
Mención de Honor en el XI Premio Europeo de Literatura
Juvenil «Pier Paolo Vergerio»

Ilustraciones de Alfonso Ruano


Premio Lazarillo de Ilustración 1984
Diploma de Honor de la Feria Internacional de Leipzig 1986
Premio Nacional de Ilustración 1986

ediClOneS SlTu Joaquín Turma 39 28044 Madrid

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Amanecía una vez más en aquel
barrio.

Juan, todavía con sueño, pegaba


la nariz en el cristal del mirador.
Sus cosas estaban donde siempre.
— ¡Puaf! ¡Qué aburrimiento! Otro
día y no pasa nada... ¡Ni se ha
empañado el cristal!
Juan salió del salón.

Uno, dos, desde las baldosas


tres, cuatro, cinco... catorce saltos
marrones del pasillo hasta el cuarto de baño. El piso temblaba.
No estaba para muchos trotes. Y su madre, desde la cocina,
también se quejaba:
¡Lávate bien las orejas! ¡Y cepíllate los dientes!

¡El jersey cuídalo! Anoche te cosí los codos.

¡A ver qué nuevo embuste nos traes hoy! —murmuró en voz


más baja.

Mientras, colocaba en la mesa la mantequilla, la mermelada y


dos terrones de azúcar en cada tazón.
¿Embustes? El no mentía. El sólo dibujaba con yeso y, a veces,
con carbón en el zócalo del patio.
Lo que pasaba luego no era culpa suya. Que se lo preguntasen
a Elena, su amiga, la del primero.

Lo que sucedía a los dibujos no eran cuentos chinos: ¡se


les
escapaban de la pared y volaban!
Elena había visto y casi los había rozado con los dedos.
los
Pero, cuando le preguntaban, callaba.
Así no era una embustera, como
decían los mayores.

¿Embustes? A Juan no le importaba.


Esa misma tarde dibujaría una cigüeña
plateada en la acera de la lechería.
Luego, esperaría unos minutos hasta
que levantara el vuelo.

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— ¿Terminas ya? —otra vez su madre.


— mamá, ¡Voy volando!
¡Sí, sí!

Abajo, en la calle, los primeros humos, los primeros coches.

Se abrían los garajes, se cerraban las puertas.

El autobús de línea saludaba a los suyos.

Y al fondo, la ciudad, madrugando.


Ya se veía el Sol más alto y
más blanco, colgado en las
azoteas.

Cuando Juan se asomó de


nuevo a ventana, sus ojos
la
se curvaron de alegría. Allí,
entre los coches, esperando
a que se pusiese verde el
semáforo, estaba Simón con
su unicornio y su carro,
y algo como un circo o como
una fiesta con ruedas.

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Un unicornio joven y suave, de cuerno brillante, tiraba, con
arreos azules, de un carro de madera.

Caretas, disfraces, telones, boletos de lotería, telas de colores,


quitamanchas, cepillos para barrer... ordenados entre cintas
y cuerdas.
De pie, sujetando las riendas, estaba Simón.
Y Juan pensó en su unicornio de tiza, con su cuerno largo,
largo...
Serían algo así como las diez de la mañana.
Y llegó tarde al colegio.

—No digas tonterías —comentaron sus amigos.


— ¡Eso no puede ser!
Juan no quiso insistir más. Había llegado tarde. Les contó
lo sucedido y no le creyeron.

Don Jaime le mandó al rincón.


Se alejaba la noche dibujando ligeras sombras sobre el suelo.
Mientras, Juan se impacientaba por la tardanza del nuevo día.
Los pájaros ciudadanos dormían todavía en sus tibios agujeros.
Juan no quiso esperar más y bajó a la calle. Detrás de un
árbol aguardó intranquilo. Acarició, arañó, arrancó finas
costras del tronco, con toda su atención prendida de un trote
familiar para él.

Era temprano, demasiado temprano. Pero, al fin, apareció el Sol,


majestuoso y alegre. Salieron los pájaros ciudadanos y las abejas
y las hormigas.
Sonaron los cascos sordos, como de madera, del unicornio.
¿Lejos? ¿Cerca? ¡Qué nerviosismo!
Y lo volvió a ver. Juan se fue acercando a la esquina. Esquivó
los obstáculos. Se aproximó más y más.

Una gran alforja de esparto amarillo colgaba de sus lomos. En la


alforja, como el día anterior, dulzainas, escaleras, castillos para
perderse, baratijas, caretas, espejos, ventanas, cartones... ¡Hasta
un peine y un enchufe!
Y también, detrás, sujetando un palo recto de aliso, Simón.
Aquel hombre joven con bigote y barba.
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Y aquí empezó Juan su secreto recorrido.

Escondiéndose, trompicando unas veces, observando otras,


Juan los iba siguiendo. Porque nada ni nadie podría alejarle
de su intento.
El animal andaba y andaba, y sus pezuñas marcaban una canción
que Juan conocía muy bien.
Y pasaron por plazas, callejuelas pendientes, callejones, calles
y calles... hasta llegar a las afueras, al campo.
Juan tuvo que esperar las
primeras sombras de la
tarde para seguir al
unicornio sin ser visto.

A contempló
lo lejos,
embelesado cómo se
encendían las luces
de un pequeño palacete.
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Ya no hacía falta esconderse. Eligió el camino más corto...

Llegó a la puerta. Entre los setos, un susurro: «Esa puerta no,


no debes traspasarla». Pero estaba abierta y la atravesó. Saltó
unas matas de malvas y cardos que se enredaron en sus
calcetines, y recorrió un pequeño jardín.

Subió seis escalones, cada uno de un color. Aproximó su mano


a la puerta principal. Empujó suavemente y entró.

Escuchó sus pisadas; notó el aire de su nariz, y un hormigueo


inquietante empezó a recorrerle el corazón.

Una melodía se oía más adentro.


— ¿Será Simón? —pensó.
Pasó de una habitación a otra. ¿Miedo? No. Adelante.
La melodía era su canción; la que a veces tarareaba en la terraza,
la de la barraca de feria con botellas de agua. El pasillo le olía
a pan y a dulce. La música seguía; pero ¿dónde?

No pudo contestarse.

Movió los pies. Siguió el eco de los sonidos.


Era un salón.
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Inquieto, cruzó la gran sala. Siguió abriendo puertas. No aparecía
nadie. Las luces seguían encendidas. Se acercó al pasillo
y volvieron a él la música, el olor a pan, imágenes de todos
los juguetes esperados, de jinetes y princesas que perdían zapatos
a las doce, de zócalos y patios sin dibujar, de sabios locos que
desayunaban en globo, de Elena callando con sus ojos
redondos... Se oyó un trote. ¿Dónde se escondería el unicornio?
Sus huellas eran recientes.
Si pudiera encontrarlo y hablar a Simón...
No era su casa y estaba como en su casa. Sintió ganas
de quedarse, pero el miedo le paralizó de nuevo.
¿Por qué ahora no oía nada?
¿Qué era aquello?

No quiso subir al piso de arriba.

Despacio, se fue acercando a la salida.

Miró el pomo de la puerta. Agarró fuerte y cerró.


Luego, corrió. Corrió mucho,
hasta adentrarse en las primeras callejas
de la ciudad.
Juan, de vuelta a casa, atravesaba
la ciudad, ahora anochecida.

La luz de un farol le hizo fijarse


en su mano derecha. La gente
subía y bajaba la calle con
rapidez. En el centro de su palma,
y como con tintas antiguas, se le
había dibujado un unicornio. Un
unicornio joven y suave, de
cuerno brillante. Y todo el miedo
acumulado desapareció.
Llegó a su barrio. Le parecía
mejor iluminado.
Voces de vendedores
nocturnos,
palabras de vecinas a vecinas,
persianas que se cierran
y puestos
que aprovechan hasta la noche
para vender.
En uno de los tenderetes,
trabajando con esmero,
un hombre canturreaba
la canción.
La música le atrajo.
Se acercó unos metros,
y los dos
cruzaron un silencio
y una mirada
teñidos de unicornios.

Juan apretó su puño


y se prometió
volver a la mansión.
El tenía
un caballo en la terraza,
y con algunos arreglos...
Estaba ante el portal de su casa.

A toda velocidad subió las escaleras. Llamó al timbre. Se miró


la mano. El unicornio dibujado había desaparecido.
—Pero, hijo, ¿cómo se te ocurren esas cosas?

— ¡Es cierto, mamá, Tú


sabes que nunca te he
es cierto!
mentido — insistía Juan, en su afán de convencer a su madre.

—Bueno, bueno, lo que tú digas.


Juan se durmió enseguida, estaba rendido.
La madre se quedó repasando barullo de cosas que su hijo
el
le había contado. Unicornios, el caballo de la terraza,
Simón el arriero, una gran casa vacía y habitada... ¡Demasiadas
piezas sin orden! Siguió sin entender nada, pero las amó como
suyas.Y olía a pan y a dulce su piso de dos habitaciones.
A la mañana siguiente ocurrió lo esperado.

El caballo de cartón y ruedas de madera ya no estaba


en la terraza.

Juan, aguardando a que se abriese el semáforo y ordenando


en su carro la juguetería, bisbiseaba la canción.
Acarició unicornio de escoba y salieron tranquilamente
el
cruzando calles y callejuelas, pisando adoquines levantados,
observando los coches, el bullicio del mercado, el ruido del
autobús.

Más de dos ventanas se abrieron. Rostros de muchachos


admirados contemplaban el carro de baratijas, adornos y
juguetes.
— ¡Mira! ¡El unicornio! ¡Es el unicornio!

Se cerraban las ventanas; y se oían


pasos precipitados y se abrían
nuevas ventanas y nuevas
puertas...

— ¡Mirad! ¡El unicornio! ¡Es el


unicornio!

Dejaron la ciudad. Apareció el


descampado.
AllíJuan lo vio. Su caballo de
escoba era un unicornio joven y
suave de cuerno brillante. Había
abandonado sus ruedas y trotaba
alegre sobre la grama.

Despacio se fueron aproximando a


la mansión, al palacete. La
entrada del jardín estaba igual.
No había escalera de seis
escalones, ni puerta, sino un
pasillo transparente y la casa tan
grande como el horizonte.
Se adentraron.

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Por el llano se alejaba Simón con su unicornio y sus cacharros.
Juan siguió caminando contento.
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El no se había percatado de los que le vieron pasar desde las


ventanas.

Aquel campo nuevo se iba llenando de muchachos que tiraban


alegremente de sus unicornios, que silbaban, sonreían, hablaban.

Es un unicornio...!
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Él no sabía que le miraron con entusiasmo.
— ¡Es un unicornio! —dijeron.
Y todavía viajaban por el aire el cerrar ventanas, bajar escaleras,
buscar caballos, enganchar carros, y andar, andar...

La casa les pertenecía a todos.

El horizonte se alargaba. Se sacudía una nube,

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¡Es un unicornio.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni
su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o
por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia,
por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del copyright.

Primera edición: agosto 1985


Segunda edición: octubre 1986
Tercera edición: febrero 1988
Cuarta edición: mayo 1989

© Texto: Moisés Ruano, 1985

© Ilustraciones: Alfonso Ruano, 1985

Ediciones SM
Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

Distribuidor exclusivo: CESMA, S.A.


Aguacate, 25 - 28044 Madrid

ISBN: 84-348-16814
Depósito legal: M-l 6429-1 989
Fotocomposición: Grafilia, S.L.
Impreso en España / Printed in Spain
Imprenta: Omnia, S.L. - Mantuano, 27 - 28002 Madrid
CUENTOS DE IA TORRE Y IA ESTRFI I A

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7 / EL TESORO DE IA ISIA 29 / SIMÓN Y LOS ANIMALES


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9 1 EL PRADO DEL TÍO PEDRO 31 / ZAPATONES


María Puncel / Teo Puebla Pilar Mateos / Alfonso Ruano

10 / EL SEÑOR VIENTO NORTE 32 / EL ÚLTIMO ÁRBOL


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11 / UN HATILLO DE CEREZAS 33 / EL OSO OTA


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12 / EL ABUELO TOMÁS 34 / LOS


PIPISTRFI 1 1
¿tépán Zavfel Eveline Hasler / Józef Wilkoñ

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Sita Jucker Max Bolliger / Jan Lenica

14 / EL PESCADOR 36 / EL MAYOR TESORO


Roña Moodie Arcadio Lobato

15 / UN CUENTO DE ENANOS 37 / EL MENSAJE


Max Bolliger / Peter Sís Friedrich Recknagel / Vlasta Baránková

16 / IA PRINCESA DE SOLIMANIA 38 / EL TEATRO DE SOMBRAS


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17 / UN NIÑO HA NACIDO... 39 / EL CIRCO DE PACO


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19 / LA CANCIÓN DEL MANZANO 41 / UN DÍA DE VERANO


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21 / EL PINTOR DE RECUERDOS 43 / LEO, EL MUÑECO DE NIEVE


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22 / DONDE VIVE EL TIEMPO 44 / IA CIUDAD DE LAS FLORES


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