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Salvador Rodríguez-Becerra
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All content following this page was uploaded by Salvador Rodríguez-Becerra on 03 October 2016.
Introducción
1
se tiran, b) las tierras se conservan y c) los objetos sin valor material pero con valor
sentimental se conservan a pesar de no ser útiles, porque tienen valor simbólico. Covarrubias
(1611), lo define como: “Lo que el hijo hereda del padre”. En la actualidad el término incluye
también los valores y créditos que posee una persona o institución. La realidad histórica
señala que una importante característica del patrimonio ha sido la movilidad. El patrimonio
cumplía fundamentalmente la función de garantizar la supervivencia de los grupos sociales y
conectaba unas generaciones a otras.
2
concepción dinámica que excluye la visión arqueologizante; y finalmente, entiende el
patrimonio como unidad integrada, no mera recopilación de datos, objetos o anécdotas.
2. Las asociaciones culturales y de defensa del patrimonio, por molestas que puedan
ser en ocasiones, cuando están bien constituidas y no son la tapadera de determinados
intereses, constituyen una garantía y salvaguarda del patrimonio cultural. Entorno a ellas se
reúnen jóvenes conocedores e inquietos que sienten y defienden el patrimonio local como
nadie. Los ayuntamientos, aún conocedores de las dificultades que se encuentran en la
protección de su patrimonio, constituyen las instituciones básicas de la aplicación de las leyes
de protección del patrimonio, en lo que es más importante, dejar a las generaciones sucesivas
unas muestras del patrimonio cultural que no supongan una ruptura total con el pasado. En
los órganos de la administración central deben encontrar el debido asesoramiento y los
apoyos financieros.
3. La concepción del patrimonio como bien escaso y valioso, raro y poco corriente,
pero no utilitario debe sustituirse por aquella otra que parte del hecho de la abundancia de
ciertos bienes patrimoniales, por lo que ha de ser selectivo; igualmente puede ser
debidamente puesto en valor como fuente de beneficios para las comunidades que lo
detentan. Además la pérdida del valor originario para el que fue creado un bien útil puede
ganar un nuevo valor simbólico, económico, identitario, sentimental y hasta sagrado. El
patrimonio es una construcción social y debe hacerse desde el presente y sus necesidades,
3
según los siguientes criterios: Representar la diversidad, articular y explicar la desigualdad,
afianzar la identidad y contribuir al desarrollo socioeconómico. Por ello, el Patrimonio
antropológico se diferencia de otros en que no existe desvinculación entre sujeto y objeto,
como ocurre en una pieza arqueológica o artística, aunque creo que es solo cuestión de
tiempo. El Patrimonio etnológico trata con un tiempo pasado que no es historia. Su
conservación, como pudiera ser el caso de una costumbre o de un rito pasa cuando menos por
su documentación.
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perspectiva del presente, para goce y disfrute de sus usufructuarios lo que incluye la posible
utilización con fines sociales e individuales y transmitirlo a los descendientes.
Los pueblos no son todos iguales, por el contrario, cada pueblo o ciudad es un
producto diferenciado resultante de un proceso histórico individualizado; los seres humanos
dejan huellas de todas sus actividades y formas de vida y muy especialmente en las
construcciones. Hay formas semejantes que adquieren matices diferenciados. Dicho de otra
manera, los pueblos son más semejantes en el qué son y qué hacen pero no tanto en el cómo;
esto es más palpable en el campo del urbanismo donde la adaptación al medio crea soluciones
concretas y específicas pero no excluye fórmulas semejantes o parecidas. Un ejemplo: las
torres o campanarios y las espadañas juegan una misma función: albergar a un número
determinado de campanas, sin embargo, ninguno de ellos es idéntico, aunque si similares
según períodos y áreas y serán resueltos y serán más bellos y/o funcionales unos que otros.
Por supuesto, no suscribimos que todo lo que se cataloga como singular y único no
tenga antecedentes iguales o similares, pues no podemos olvidarnos los procesos
homogenizadores llevados a cabo por la Iglesia y el Estado. Tengamos en cuenta que desde el
período de romanización la Península Ibérica ha formado parte sin solución de continuidad de
un estado y que algunos de estos períodos han dejado una profunda huella en los núcleos
rurales y urbanos: los largos siglos de frontera de los reinos cristianos con al-Andalus nos
legaron unos núcleos encastillados en lugares escarpados que a partir del siglo XVI se irá
desparramando por las laderas buscando el terreno más llano, irán saliendo del corsé de las
murallas, se despoblarán las incómodas fortalezas o, simplemente, se despoblarán en
beneficio de otros. En todos los casos los pobladores buscaban tierras más fértiles y espacios
más cómodos y habitables con lo que ello significaba de acercamiento a los caminos para
favorecer el comercio, disponer de agua abundante, estar cerca de los cultivos, conseguir más
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espacio vital, y desde luego, mejores ventajas fiscales, etc.
Pero ello, no podemos conceder a las disposiciones oficiales de carácter general más
fuerza de la que tenían, pues éstas no se aplicaban ni en toda su extensión ni en todas partes
de igual forma. Así, observamos que la mayoría de los pueblos carecen de casa consistorial o
ayuntamiento de valor histórico, y sin embargo tienen magníficas iglesias. ¿Conocen
actualmente algún pueblo que no tenga un ayuntamiento con un edificio de cierta dignidad
situado en la parte más céntrica?1 Esto tiene una clara lectura: la institución eclesiástica en el
Antiguo Régimen era más fuerte y estaba mejor organizada que el estado y desde luego que
la vida municipal; la misma explicación tendría la existencia de las cillas, tercias y pósitos,
fuertes construcciones levantadas para almacenar los diezmos y otros impuestos (Montero
Fernández y otros, 1991).
El urbanismo en Andalucía
1
A modo de ejemplo citaremos que el ayuntamiento de Andújar se instaló en el teatro de comedias -
magnífico edificio del XVIII restaurado- y que la Delegación de Cultura esta ubicada en un palacio de familia
nobiliaria; del mismo modo el ayuntamiento de Loja se alberga en la casa palacio de la familia nobiliaria del
general Serrano, duque de Valencia. El Ayuntamiento de Ronda por su parte ha vuelto a su primitivo
emplazamiento -un edificio del XVI de la “ciudad”- y ha abandonado el “mercadillo”.
2
El término agro-ciudad forma parte del título de la tesis de H. Driessen: Agro-town and Urban ethos
(Tesis leída en la Universidad de Nimega, 1981), a quien este texto es deudor de varias ideas, y ha sido utilizado
por otros antropólogos y sociólogos extranjeros que han trabajado en Andalucía, tales como D. Gregory, La
odisea andaluza (1978); D. Gilmore, The people of the Plain (1980); F. López Casero, La agrociudad
mediterránea (1989).
3
En el vocabulario de las ciencias sociales somos deudores de la lengua inglesa y así los términos:
village o small village, town, rural town o agro-town, city o big city no tienen equivalentes claros o al menos no
los usamos de la misma manera. La primera refiere a un lugar pequeño que puede ser el equivalente a una aldea
o cortijada entre nosotros; town ofrece una gama tan amplia que incluye desde los lugares hasta las ciudades; la
city es equivalente a ciudad o gran ciudad. Y es que los términos del poblamiento están cargados de contenido
semántico que cambian en razón del medio geográfico, la experiencia histórica, así como de las circunstancias
socioeconómicas y medioambientales, y no es válida una sola definición para todas las sociedades ni para todos
los tiempos.
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institución que estructuraba el territorio; algunas ciudades extendían su alfoz o término hasta
más de cien kilómetros, aunque esto no era lo más frecuente, y su cabildo ejercía funciones
de gobierno, hacienda y justicia sobre numerosas entidades de población, castillos y
fortalezas4. Las villas y sus cabildos disfrutaban de cierta autonomía política, económica y de
justicia, especialmente si eran de realengo aunque con sujeción a las ciudades.
La división provincial del siglo XIX introdujo una fractura en el sistema de ciudades
existente desde la época romana, dejaron de existir sociológicamente aquellas que no fueron
designadas capitales de provincia. El imaginario colectivo creó la división dual de capitales y
pueblos, categoría esta última en la que entraron importantes ciudades. La ciudad capital dio
nombre a la provincia y se convirtió en el principal referente para un amplio distrito.
Simultáneamente se restaron competencias a los municipios que se concentraron en las
diputaciones provinciales y en otros órganos del Estado, cuyo representante directo en la
provincia fue la figura del todopoderoso gobernador civil.
La distinción entre la vida intramuros -la cerca o muralla en las ciudades y ciertas
villas perduró hasta el siglo XIX- y el campo, que ya existía probablemente desde la época
romana, permaneció tras la conquista cristiana; en los pueblos se creó un estilo de vida
urbana mantenida por el clero y la pequeña nobleza basado en su superior estatus jurídico, en
la propiedad de la tierra, en la exención de impuestos, en el desempeño de cargos, en el uso
de símbolos y honores, en la exclusión de los trabajos manuales y en el control de las
instituciones locales. La ley reservó a la nobleza -caballeros e hidalgos- al menos el 50% de
los cargos de gobierno en los cabildos, y éstos se hicieron perpetuos en la época de los
Austrias, los vicarios eclesiásticos eran un verdadero poder al ser jueces de tribunales con
amplias competencias. Su situación los convertía en intermediarios entre el pueblo y los
centros de poder de la gran ciudad, de cuyos valores y actitudes eran los representantes en la
localidad. Clérigos y nobles conocían los instrumentos de poder: la escritura, las leyes, los
modos, el saber estar, el estilo. ¿Cuantas veces no nos han manifestado tiempo atrás nuestros
informantes que ellos no sabían presentarse y que no sabían expresarse? Esta vida urbana
durante el Antiguo Régimen se fundamentaba en la existencia de un amplio abanico de
oficios públicos remunerados que incluían corregidor, alcaldes ordinarios, alcaldes de la
Hermandad, familiares del santo oficio, regidores, fieles ejecutores, alguaciles, etc.
4
La ciudad de Sevilla, con escasísimo término municipal en la actualidad, extendía su jurisdicción
civil, eclesiástica y judicial por el norte hasta la baja Extremadura, al oeste hasta Portugal, por el sur incluía
Jerez y gran parte de Cádiz y al este hasta Ronda.
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conformación de los pueblos, hecho que ya puso de manifiesto Julio Caro Baroja en un
trabajo pionero (1952-54).
Los límites del pueblo fueron durante mucho tiempo las murallas que lo separaban
claramente del campo que lo rodea con el ejido y el rodeo; más tarde, ya en el siglo XIX,
serán las tapias del cementerio las que establezcan este límite. En el interior, se afianzó la
vida urbana, compacta, con relaciones tan intensas que solo en las casas, casi totalmente
cerradas al exterior, se permite la privacidad. Las antiguas murallas en unos casos y las tapias
traseras de las casas formaban un muro defensivo que proporciona seguridad y a la vez
establecía un control social y moral muy fuerte, y una fuerte endogamia. En los pueblos,
según el imaginario colectivo, siempre había testigos de las acciones. El pueblo se sitúa entre
el cortijo, término genérico y el más comprensivo para las viviendas aisladas en Andalucía,
que no permite la vida social y la ciudad capital que la excede, de tal manera que se evita. El
pueblo representa la buena vida, la ciudad la mala vida, el cortijo -el campo- la vida casi
animal. La salud y la tranquilidad frente al estrés y los peligros de la ciudad se han convertido
en un tópico que no siempre responde a la verdad.
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En síntesis, en los pueblos a diferencia de los cortijos, se dan toda una serie de
datos que denotan la existencia de un sentimiento de ethos urbano, que progresivamente
ha ido apareciendo en los pueblos: medidas sanitarias (alejamiento de cementerios,
mataderos y animales), escuelas públicas, bibliotecas, bandas municipales,
enriquecimiento de las fachadas, etc. Los habitantes de los pueblos utilizan la frase:
tener cultura, concepto que para ellos incluye sentimientos e ideas acerca del modo de
vida urbana, como en otras tantas sociedades mediterráneas, e incluye tanto la
educación como la instrucción, un buen comportamiento moral y cívico, buenas
maneras, hablar con soltura, buena presencia, sentido del honor y de la vergüenza, tener
una sola cara, saber llevar una conversación, ser formal y tener buenas relaciones en el
exterior. Todo esto se puede adquirir pero se confía mucho en la herencia.
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Las posturas de los estudiosos sobre temas patrimoniales y en general los
científicos sociales se mueven entre la añoranza romántica y utópica y la excesiva
confianza en la capacidad de las leyes por detener eficientemente ciertos procesos
alejándose, que no distanciándose, de la realidad de las inquietudes, deseos y
aspiraciones de los seres humanos y de su necesaria regulación. Digo esto porque en los
temas patrimoniales hay mucho de utopía y de deseo de imponer a los demás,
indiscriminada y universalmente lo que no aceptaríamos para nosotros mismos, con el
agravante de que al profundizar más en el conocimiento hacemos más compleja las
posibles actuaciones. Piénsese que al hablar de patrimonio arquitectónico y urbanístico,
estamos refiriéndonos en un alto porcentaje a las viviendas de personas concretas,
patrimonio heredado y con el que se identifican.
Cada vez es más difícil la distinción entre lo rural y lo urbano, salvo en cuanto al
tamaño de los núcleos y tipos de edificios pero no en cuanto a modos de vida, al menos
superficialmente. La distinción entre ciudades, villas y lugares en el Antiguo Régimen
era clara y tenía un refrendo legal. La existencia de cabildo y jurisdicción sobre un
término o espacio territorial, cierta autonomía legislativa, autoridades de gobierno y
justicia propias. La villa era el referente y centro de la vida comercial y administrativa
de la comarca, especialmente en zonas poblamiento disperso (Fernández de Rota,
2002). La generalización de las villas en Andalucía, hizo decrecer su importancia. La
ley de demarcación que creó las actuales provincias y sus capitales en 1833 por el
ministro Javier de Burgos generará la radical distinción entre pueblos y capitales.
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cuando ésta condiciona la vida económica y política de los pueblos (1981: 453, 460).
Los cambios socioeconómicos de los últimos años no han cambiado la concepción de
los pueblos andaluces como unidades sociales y culturales con un alto grado de
cohesión; la posición que defendiera Pitt-Rivers para los años 50, frente a los que
enfatizaron el conflicto de clases, sigue siendo paradójicamente válidas en la
actualidad.
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Bibliografía
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