Está en la página 1de 13

See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.

net/publication/308795982

ANTROPOLOGÍA, HISTORIA, PATRIMONIO

Article · December 2004

CITATIONS READS

3 612

1 author:

Salvador Rodríguez-Becerra
Universidad de Sevilla
250 PUBLICATIONS   282 CITATIONS   

SEE PROFILE

Some of the authors of this publication are also working on these related projects:

Actividades académicas del Centro de Estudios Andaluces View project

RELIGIÓN DE LOS ANDALUCES View project

All content following this page was uploaded by Salvador Rodríguez-Becerra on 03 October 2016.

The user has requested enhancement of the downloaded file.


Texto publicado en Ars et Sapientia, Revista de la Asociación de Amigos de la Real Academia de Extremadura
de las Artes y las Letras, diciembre, 2004, año V, pp.153-167

ANTROPOLOGÍA, HISTORIA, PATRIMONIO.

Salvador Rodríguez Becerra


Dpto. de Antropología Social
Universidad de Sevilla

Introducción

Proponemos distinguir los conceptos de cultura, entendida como la forma de vivir,


pensar, sentir y concebir el mundo visible e invisible de una sociedad viva, resultado de la
evolución interna y la presión exterior. Este concepto es central en la antropología.
Entendemos por historia, la ciencia que trata de explicar los procesos de cambio de
sociedades, culturas y pueblos desaparecidos o que han sobrevivido. Finalmente, el
patrimonio cultural lo constituye el conjunto de bienes que cada sociedad recibe de sus
antepasados y en cada época selecciona como valiosos del conjunto de los bienes materiales e
inmateriales existentes en el territorio sobre el que se asienta, los utiliza para vivir y los
transmite a sus descendientes.

Con frecuencia el patrimonio cultural se usa como sinónimo de cultura. Nosotros


creemos que son conceptos diferenciables y que además son especialmente necesarios en
estos momentos en que la historia y ciertos rasgos patrimoniales se están usando como arma
arrojadiza de unos pueblos contra otros o se utilizan con propósitos políticos. Naturalmente,
me refiero al uso que hacemos desde la Antropología del concepto de cultura y que se ha
generalizado en los últimos años a todas las ciencias sociales. Toda la cultura no es
patrimonio pero es susceptible de serlo, porque el patrimonio es resultado de un acto volitivo
que valora positiva o negativamente monumentos, objetos, rituales, costumbres, en definitiva,
creaciones culturales.

El patrimonio es el legado al que concedemos valor por alguna de las siguientes


razones: a) Haber sido creado por los que consideramos nuestros antepasados, es decir, tener
antigüedad o historia y considerarla propia por hallarse en territorio propio, b) Tener una
nueva función diferente de aquella para la que fue creado. Así a la cerámica se le concede
hoy un valor estético que es diferente del utilitario para el que fue creada, servir como
recipiente para agua o comida, c) Tener o concederle un valor estético o simbólico, d) Estar
ligado a períodos históricos con los que nos identificamos, e) Por el valor económico que le
concedamos nosotros mismos u otros, etc.

Entendemos el patrimonio a partir del concepto común y jurídico en el que se


incluyen todos los recursos que se heredan, bienes muebles e inmuebles y capitales, y de los
que se vive o ayudan a vivir. Estos bienes se incrementan, disminuyen, desaparecen, o
transforman y se trasmiten a los descendientes. En cuanto a la metáfora del patrimonio como
herencia, tengamos en cuenta que hay varias actitudes ante la herencia: a) los muebles viejos

1
se tiran, b) las tierras se conservan y c) los objetos sin valor material pero con valor
sentimental se conservan a pesar de no ser útiles, porque tienen valor simbólico. Covarrubias
(1611), lo define como: “Lo que el hijo hereda del padre”. En la actualidad el término incluye
también los valores y créditos que posee una persona o institución. La realidad histórica
señala que una importante característica del patrimonio ha sido la movilidad. El patrimonio
cumplía fundamentalmente la función de garantizar la supervivencia de los grupos sociales y
conectaba unas generaciones a otras.

Los aspectos inmateriales del patrimonio incluyen creencias, valores éticos y


comportamentales de una sociedad, clase o grupo social que la caracterizan y distinguen, y
como todo tipo de patrimonio debe ser trasmitido a los descendientes. A modo de ejemplo,
citemos el honor, del que decía Calderón en el “Alcalde de Zalamea” que era patrimonio del
alma, pero también la buena fama, la caridad o el buen gusto se consideran hereditarios y han
constituido tradicionalmente parte del patrimonio. Estos por su propia naturaleza no han
tenido una regulación jurídica tan precisa como los bienes materiales, por tratarse de
aspectos inconmensurables. La ley del Patrimonio Histórico de Andalucía se hace eco de
estas ideas básicas cuando en su preámbulo expone que el Patrimonio es lo “que hemos
recibido y tenemos la responsabilidad de trasmitirles acrecentado”, haciéndose eco de un
valor cultural muy acendrado hasta tiempos recientes que incrementarlos ha sido en nuestra
sociedad un ideal y malgastarlos un baldón. Posteriormente lo define como: “El patrimonio
cultural de una sociedad lo constituye el conjunto de bienes materiales, ideacionales y
simbólicos que se trasmiten de una a otra generación e identifican a los individuos que la
componen en relación con los de otras realidades sociales” (BOJA, 25 sept. 1993).

El patrimonio, aunque de naturaleza privada siempre ha tenido una dimensión pública


que afectaba al conjunto de la sociedad, el ideal ha sido siempre aumentarlo o al menos
mantenerlo en beneficio de los descendientes; por ello dilapidarlo se consideró siempre un
grave pecado social. El patrimonio inmaterial: el honor, la honestidad, la honradez, la
vergüenza, ser digno de confianza, ser sincero, ser buen pagador, entre otros, era gi8ualmente
un tesoro personal y familiar que necesitaba el refrendo de la comunidad. En la actualidad el
patrimonio no solo se refiere a la esfera de lo privado, sino que por el contrario tiene una
dimensión social y pública: amplios sectores de la sociedad consideran que les afecta como
miembros de una comunidad política, ya sea entidad menor, municipio, comunidad
autónoma, estado, superestado u organización internacional. Esta concepción es una novedad
que hay que enmarcarla en los procesos de identificación social y en la toma de conciencia de
que vivimos en una Aaldea global@. No somos pocos los que consideramos que lo bienes que
detentan instituciones como la Iglesia o la nobleza en nuestro país son bienes comunes y por
tanto con derecho a ser usados y disfrutados por la ciudadanía y que sus titulares no son sino
gestores o administradores del mismo, del mismo modo que los bienes de la Corona pasaron
a ser bienes del Estado y por tanto de todos los ciudadanos, en los que los gobernantes no son
sino administradores de los mismos.

Esta concepción del patrimonio, que nosotros denominamos antropológico,


presupone en las sociedades una cultura propia, genuina -aunque no exclusiva- e
identificable, que parte de la unidad cultural, pero reconoce la diversidad y apuesta por las
relaciones con otras culturas; tiene en cuenta la trayectoria histórica y el marco geográfico
donde se desarrolla; es una eficaz ayuda en el proceso de socialización, por cuanto valora la
cultura propia y desarrolla el respeto a otras, combatiendo el etnocentrismo; es una

2
concepción dinámica que excluye la visión arqueologizante; y finalmente, entiende el
patrimonio como unidad integrada, no mera recopilación de datos, objetos o anécdotas.

Utilizaremos el término Patrimonio antropológico para referirme a este tipo de


patrimonio, aunque solo sea para evitar confusión y a la vez homogeneizar la terminología tal
como ocurre con los de patrimonio arqueológico, artístico, histórico o artístico. En síntesis,
nuestro concepto antropológico de patrimonio implica: conjuntos integrados; cambios en los
contenidos, lo que supone incremento, disminución y transformación; consolidación, que
excluye lo coyuntural; resemantización o nueva valoración, diferente de la que tenía en
origen, y selección entre los numerosos rasgos culturales potenciales de convertirse en
patrimonio. Y todo ello en un permanente proceso de transmisión, difusión y apropiación por
parte de los actores sociales.

Pero sentemos algunos principios que consideramos básicos en la comprensión de


este concepto y de su aplicación práctica:

1. Existe una imposibilidad de proteger todas las manifestaciones del patrimonio.


Cada sociedad y comunidad con los asesoramientos necesarios debe elegir y seleccionar entre
las muestras de su patrimonio que considere propios y este en condiciones de proteger. Una
excesiva ambición, una alicorta elección puede arruinar el patrimonio, o una elección
generalista puede no cumplir la función primera que debe cumplir el patrimonio: educar y
satisfacer a los detentadores del mismo, aquello de un museo de arados en cada pueblo. Por
otra parte, la protección del patrimonio no puede detener o constreñir el desarrollo de los
pueblos. En ciertas ocasiones la política más progresista puede ser la más conservacionista,
en otros la intervención de las administraciones puede ser la causante de la ruina de un rasgo
del patrimonio. Como regla básica del comportamiento de las instituciones pudiera darse una
regla de oro: en aquellas manifestaciones que están vivas mejor no intervenir y, en todo caso,
caso de que se considere conveniente debe hacerse a través de las personas e instituciones
implicadas.

2. Las asociaciones culturales y de defensa del patrimonio, por molestas que puedan
ser en ocasiones, cuando están bien constituidas y no son la tapadera de determinados
intereses, constituyen una garantía y salvaguarda del patrimonio cultural. Entorno a ellas se
reúnen jóvenes conocedores e inquietos que sienten y defienden el patrimonio local como
nadie. Los ayuntamientos, aún conocedores de las dificultades que se encuentran en la
protección de su patrimonio, constituyen las instituciones básicas de la aplicación de las leyes
de protección del patrimonio, en lo que es más importante, dejar a las generaciones sucesivas
unas muestras del patrimonio cultural que no supongan una ruptura total con el pasado. En
los órganos de la administración central deben encontrar el debido asesoramiento y los
apoyos financieros.

3. La concepción del patrimonio como bien escaso y valioso, raro y poco corriente,
pero no utilitario debe sustituirse por aquella otra que parte del hecho de la abundancia de
ciertos bienes patrimoniales, por lo que ha de ser selectivo; igualmente puede ser
debidamente puesto en valor como fuente de beneficios para las comunidades que lo
detentan. Además la pérdida del valor originario para el que fue creado un bien útil puede
ganar un nuevo valor simbólico, económico, identitario, sentimental y hasta sagrado. El
patrimonio es una construcción social y debe hacerse desde el presente y sus necesidades,

3
según los siguientes criterios: Representar la diversidad, articular y explicar la desigualdad,
afianzar la identidad y contribuir al desarrollo socioeconómico. Por ello, el Patrimonio
antropológico se diferencia de otros en que no existe desvinculación entre sujeto y objeto,
como ocurre en una pieza arqueológica o artística, aunque creo que es solo cuestión de
tiempo. El Patrimonio etnológico trata con un tiempo pasado que no es historia. Su
conservación, como pudiera ser el caso de una costumbre o de un rito pasa cuando menos por
su documentación.

4. La utilización del patrimonio para el turismo es legítima, aunque esta posibilidad


irrite a algunos expertos del patrimonio. Es pertinente la distinción entre la función de uso y
función de consumo que tiene el patrimonio, la primera función, el uso sostenible, no
modifica ni destruye el patrimonio mientras que la segunda puede acabar con él.

5. Una de las funciones más claras del patrimonio es la de contribuir a la identidad de


los grupos sociales. La identidad es más permanente que los elementos culturales que la
sustentan y que son cambiantes. No obstante, el cambio cultural suele ser más aparente y
llamativo que real. Los conservacionistas más acérrimos temen a que desaparezca lo querido,
vivido y con lo que se identifican: “mi plaza me la han robado”, decía un emigrante, porque
la había modificado en el pavimento; ¿qué pasa con las cisternas de Granada, tienen que
desaparecer? Este temor no nos puede llevar a conservar todas las muestras ni en el mismo
estado. ¿Es deseable que se conserven las cisternas granadinas? El argumento de que son una
potencialidad de reserva de agua no se sostiene, no sería controlable su salubridad, dada las
filtraciones de las aguas residuales y por tanto desde el punto de vista sanitario no podría
aceptarse, tampoco el uso individual de las mismas. Pero, ¿sería aceptable convertirlos en
restaurantes, despensas, bodegas, etc., públicas o privadas? Si no se pone en riesgo la salud y
la seguridad de las personas, sería aceptable desde nuestro punto de vista, incluso,
modificando ciertos aspectos no estructurales. En todo caso siempre existe la posibilidad de
documentarlas, protección in extremis que a veces es la única salida, o conservarlas en su
estado actual.

6. Finalmente, nos detendremos en la distinta valoración ética que hacemos del


pasado y de su consideración como patrimonio. ¿Cómo conjugar el pasado y la ética del
presente? ¿Es legítimo utilizar los hechos del pasado como imagen para nuestro patrimonio?
Veamos el caso de la ruta turística de José María El Tempranillo, creada en los confines de
las provincias de Córdoba, Sevilla y Málaga. Este bandido del siglo XIX de la campiña
andaluza, perseguido por asesinato se echó al monte y dirigió una partida de bandoleros; tras
su captura y condena fue indultado y terminó mandando una partida militar contra otras
partidas. Finalmente fue asesinado por uno de sus antiguos correligionarios. ¿Significa esto
que se aceptan como valores sociales actuales los hechos delictivos de este popular
personaje? ¿Recoge esta ruta el sentir del imaginario colectivo que ensalzaba este tipo de
comportamientos frente a la opresión que significaban los grupos sociales protegidos por las
instituciones estatales? ¿No sería su rechazo, a su vez, una grave incomprensión de las
diferentes valoraciones que cada sociedad hace del comportamiento humano? ¿Puede
aducirse que es una lección de la historia que es conveniente para que no se repita? Este
ejemplo constituye una prueba de que ciertos hechos pueden formar parte de nuestro
patrimonio pero no constituyen valores de nuestra actual cultura.

En conclusión, el patrimonio cultural es la recuperación del pasado, desde la

4
perspectiva del presente, para goce y disfrute de sus usufructuarios lo que incluye la posible
utilización con fines sociales e individuales y transmitirlo a los descendientes.

Los núcleos de población centros de la vida social y cultural

Los núcleos de población, ya sean rurales o urbanos constituyen el compendio


histórico y cultural de una comunidad social, por tanto, se debe aprender a leerlo
culturalmente para conocer que nos dice cada una a través de algo tan vital y permanente
como es la vivienda y las construcciones necesarias para la vida, así como su organización
que es en definitiva el urbanismo. Para ello, es necesario integrar las evidencias históricas en
la antropología para tratar de detectar las estructuras creadas con el paso del tiempo. Lo
pequeño, lo cotidiano, lo no monumental, son los elementos patrimoniales que encontramos
más frecuentemente en nuestros pueblos, muestras de un pasado que ya se ha ido
definitivamente aunque en ocasiones sigue siendo utilizado. Sacarlo a la luz, pues aunque
está a la vista no es observado ni valorado, constituye una importante aportación de la mirada
del antropólogo a la conservación del patrimonio. Con la arquitectura y el urbanismo ocurre
sin embargo que durante centurias son los mismos o semejantes espacios los que utilizamos.
Se vive durante mucho tiempo en las mismas casas, tanto que hasta muy recientemente se
identificaba a las familias y linajes por sus casas, es decir que durante generaciones habían
vivido en el mismo sitio, aunque se hubieran producido cambios en cuanto a su organización
interna. El urbanismo también se modifica muy lentamente, así las plazas y calles
permanecen intactas en el imaginario, aun cuando sabemos que sufren cambios: desparecen
barreduelas, se ensanchan y alinean calles, se modifican las plazas convirtiéndolas en salones
o paseos, se crean otras nuevas por derribos.

Los pueblos no son todos iguales, por el contrario, cada pueblo o ciudad es un
producto diferenciado resultante de un proceso histórico individualizado; los seres humanos
dejan huellas de todas sus actividades y formas de vida y muy especialmente en las
construcciones. Hay formas semejantes que adquieren matices diferenciados. Dicho de otra
manera, los pueblos son más semejantes en el qué son y qué hacen pero no tanto en el cómo;
esto es más palpable en el campo del urbanismo donde la adaptación al medio crea soluciones
concretas y específicas pero no excluye fórmulas semejantes o parecidas. Un ejemplo: las
torres o campanarios y las espadañas juegan una misma función: albergar a un número
determinado de campanas, sin embargo, ninguno de ellos es idéntico, aunque si similares
según períodos y áreas y serán resueltos y serán más bellos y/o funcionales unos que otros.

Por supuesto, no suscribimos que todo lo que se cataloga como singular y único no
tenga antecedentes iguales o similares, pues no podemos olvidarnos los procesos
homogenizadores llevados a cabo por la Iglesia y el Estado. Tengamos en cuenta que desde el
período de romanización la Península Ibérica ha formado parte sin solución de continuidad de
un estado y que algunos de estos períodos han dejado una profunda huella en los núcleos
rurales y urbanos: los largos siglos de frontera de los reinos cristianos con al-Andalus nos
legaron unos núcleos encastillados en lugares escarpados que a partir del siglo XVI se irá
desparramando por las laderas buscando el terreno más llano, irán saliendo del corsé de las
murallas, se despoblarán las incómodas fortalezas o, simplemente, se despoblarán en
beneficio de otros. En todos los casos los pobladores buscaban tierras más fértiles y espacios
más cómodos y habitables con lo que ello significaba de acercamiento a los caminos para
favorecer el comercio, disponer de agua abundante, estar cerca de los cultivos, conseguir más

5
espacio vital, y desde luego, mejores ventajas fiscales, etc.

Pero ello, no podemos conceder a las disposiciones oficiales de carácter general más
fuerza de la que tenían, pues éstas no se aplicaban ni en toda su extensión ni en todas partes
de igual forma. Así, observamos que la mayoría de los pueblos carecen de casa consistorial o
ayuntamiento de valor histórico, y sin embargo tienen magníficas iglesias. ¿Conocen
actualmente algún pueblo que no tenga un ayuntamiento con un edificio de cierta dignidad
situado en la parte más céntrica?1 Esto tiene una clara lectura: la institución eclesiástica en el
Antiguo Régimen era más fuerte y estaba mejor organizada que el estado y desde luego que
la vida municipal; la misma explicación tendría la existencia de las cillas, tercias y pósitos,
fuertes construcciones levantadas para almacenar los diezmos y otros impuestos (Montero
Fernández y otros, 1991).

El urbanismo en Andalucía

En Andalucía y en otras regiones ha existido desde la romanización una vida urbana,


un ethos urbano centrado en los comúnmente llamados pueblos, hasta el siglo XIX en que
esta forma de vida urbana se degradó como consecuencia de la centralización político-
administrativa del Estado y de la creación de las provincias. En el último tercio del siglo XX
estas formas urbanas han renacido y se han afianzado. Estas entidades de población son
conocidas en el lenguaje socio-antropológico como agro-ciudades2, y aunque generalmente
se acepta para núcleos de población de más de diez mil habitantes, esta cifra hay que
rebajarla sensiblemente en Andalucía3, porque poblaciones menores ya disponen de los
elementos que las caracterizan.

Históricamente ha existido en los reinos peninsulares la distinción jurídica entre


lugares, villas y ciudades, distinción que aún hoy se mantiene a efectos de tratamiento y
protocolo, aunque sin repercusiones administrativas. Hasta 1833 en que se crearon las
actuales provincias, la ciudad y la villa eran el referente administrativo más importante y la

1
A modo de ejemplo citaremos que el ayuntamiento de Andújar se instaló en el teatro de comedias -
magnífico edificio del XVIII restaurado- y que la Delegación de Cultura esta ubicada en un palacio de familia
nobiliaria; del mismo modo el ayuntamiento de Loja se alberga en la casa palacio de la familia nobiliaria del
general Serrano, duque de Valencia. El Ayuntamiento de Ronda por su parte ha vuelto a su primitivo
emplazamiento -un edificio del XVI de la “ciudad”- y ha abandonado el “mercadillo”.
2
El término agro-ciudad forma parte del título de la tesis de H. Driessen: Agro-town and Urban ethos
(Tesis leída en la Universidad de Nimega, 1981), a quien este texto es deudor de varias ideas, y ha sido utilizado
por otros antropólogos y sociólogos extranjeros que han trabajado en Andalucía, tales como D. Gregory, La
odisea andaluza (1978); D. Gilmore, The people of the Plain (1980); F. López Casero, La agrociudad
mediterránea (1989).

3
En el vocabulario de las ciencias sociales somos deudores de la lengua inglesa y así los términos:
village o small village, town, rural town o agro-town, city o big city no tienen equivalentes claros o al menos no
los usamos de la misma manera. La primera refiere a un lugar pequeño que puede ser el equivalente a una aldea
o cortijada entre nosotros; town ofrece una gama tan amplia que incluye desde los lugares hasta las ciudades; la
city es equivalente a ciudad o gran ciudad. Y es que los términos del poblamiento están cargados de contenido
semántico que cambian en razón del medio geográfico, la experiencia histórica, así como de las circunstancias
socioeconómicas y medioambientales, y no es válida una sola definición para todas las sociedades ni para todos
los tiempos.

6
institución que estructuraba el territorio; algunas ciudades extendían su alfoz o término hasta
más de cien kilómetros, aunque esto no era lo más frecuente, y su cabildo ejercía funciones
de gobierno, hacienda y justicia sobre numerosas entidades de población, castillos y
fortalezas4. Las villas y sus cabildos disfrutaban de cierta autonomía política, económica y de
justicia, especialmente si eran de realengo aunque con sujeción a las ciudades.

La división provincial del siglo XIX introdujo una fractura en el sistema de ciudades
existente desde la época romana, dejaron de existir sociológicamente aquellas que no fueron
designadas capitales de provincia. El imaginario colectivo creó la división dual de capitales y
pueblos, categoría esta última en la que entraron importantes ciudades. La ciudad capital dio
nombre a la provincia y se convirtió en el principal referente para un amplio distrito.
Simultáneamente se restaron competencias a los municipios que se concentraron en las
diputaciones provinciales y en otros órganos del Estado, cuyo representante directo en la
provincia fue la figura del todopoderoso gobernador civil.

La distinción entre la vida intramuros -la cerca o muralla en las ciudades y ciertas
villas perduró hasta el siglo XIX- y el campo, que ya existía probablemente desde la época
romana, permaneció tras la conquista cristiana; en los pueblos se creó un estilo de vida
urbana mantenida por el clero y la pequeña nobleza basado en su superior estatus jurídico, en
la propiedad de la tierra, en la exención de impuestos, en el desempeño de cargos, en el uso
de símbolos y honores, en la exclusión de los trabajos manuales y en el control de las
instituciones locales. La ley reservó a la nobleza -caballeros e hidalgos- al menos el 50% de
los cargos de gobierno en los cabildos, y éstos se hicieron perpetuos en la época de los
Austrias, los vicarios eclesiásticos eran un verdadero poder al ser jueces de tribunales con
amplias competencias. Su situación los convertía en intermediarios entre el pueblo y los
centros de poder de la gran ciudad, de cuyos valores y actitudes eran los representantes en la
localidad. Clérigos y nobles conocían los instrumentos de poder: la escritura, las leyes, los
modos, el saber estar, el estilo. ¿Cuantas veces no nos han manifestado tiempo atrás nuestros
informantes que ellos no sabían presentarse y que no sabían expresarse? Esta vida urbana
durante el Antiguo Régimen se fundamentaba en la existencia de un amplio abanico de
oficios públicos remunerados que incluían corregidor, alcaldes ordinarios, alcaldes de la
Hermandad, familiares del santo oficio, regidores, fieles ejecutores, alguaciles, etc.

El poblamiento disperso ha sido muy débil en gran parte de Andalucía y actualmente


es casi inexistente; el poblamiento concentrado es el característico de Andalucía. El pueblo,
expresión de este tipo de hábitat, se sitúa entre el cortijo y la ciudad capital, y se caracteriza
porque las casas se suceden sin solución de continuidad, apoyándose unas en otras, con
paredes medianeras y ofreciendo como fachada uno de los muros de carga de la primera
crujía, formando calles longitudinales y algunos adarves. El caserío aparece arracimado en
torno a la plaza, en muchos casos la única, en la que se sitúan la iglesia, el ayuntamiento, el
casino y, desde luego, algún bar o taberna. Estos pueblos, surgidos en un alto porcentaje,
como respuesta a las necesidades de defensa del pasado, se han ido desparramando por las
laderas de los cerros creando calles siguiendo las curvas de nivel o buscando el llano,
abandonando la zona fortificada. Esto pone de manifiesto la importancia de la historia en la

4
La ciudad de Sevilla, con escasísimo término municipal en la actualidad, extendía su jurisdicción
civil, eclesiástica y judicial por el norte hasta la baja Extremadura, al oeste hasta Portugal, por el sur incluía
Jerez y gran parte de Cádiz y al este hasta Ronda.

7
conformación de los pueblos, hecho que ya puso de manifiesto Julio Caro Baroja en un
trabajo pionero (1952-54).

Los límites del pueblo fueron durante mucho tiempo las murallas que lo separaban
claramente del campo que lo rodea con el ejido y el rodeo; más tarde, ya en el siglo XIX,
serán las tapias del cementerio las que establezcan este límite. En el interior, se afianzó la
vida urbana, compacta, con relaciones tan intensas que solo en las casas, casi totalmente
cerradas al exterior, se permite la privacidad. Las antiguas murallas en unos casos y las tapias
traseras de las casas formaban un muro defensivo que proporciona seguridad y a la vez
establecía un control social y moral muy fuerte, y una fuerte endogamia. En los pueblos,
según el imaginario colectivo, siempre había testigos de las acciones. El pueblo se sitúa entre
el cortijo, término genérico y el más comprensivo para las viviendas aisladas en Andalucía,
que no permite la vida social y la ciudad capital que la excede, de tal manera que se evita. El
pueblo representa la buena vida, la ciudad la mala vida, el cortijo -el campo- la vida casi
animal. La salud y la tranquilidad frente al estrés y los peligros de la ciudad se han convertido
en un tópico que no siempre responde a la verdad.

El pueblo es la expresión más clara de la identidad social para un individuo; la


persona, el parentesco, la clase, quedan subsumidos con frecuencia en el paisanaje, la
pertenencia a un pueblo. Los sentimientos de identidad local unidos a los intereses materiales
de los jornaleros se han contrapuesto con frecuencia a la solidaridad de clases y a la acción
unitaria de los trabajadores. Recuérdese que muchos de los sucesos más lamentables de la
guerra civil de 1936-39, como fueron los asesinatos y quemas de imágenes, frecuentemente
eran realizados por personas ajenas a la localidad.

La presencia de las hermandades también se puede dar como característica de la vida


urbana, pues llena la vida pública y cumplía una serie de funciones de cohesión social,
sociabilidad e identidad, a través de la competición interna que da más realce y acentúa el
sentimiento de pertenencia, enriquece la vida social y el sentido de pueblo por la masiva
presencia del público. Las hermandades, y en general las fiestas -como hemos dicho en otra
parte al establecer el listón entre pueblos y otras entidades- son otro dato que marca la
abismal diferencia entre el pueblo y el campo. Porque todos estos actos, rituales y fiestas
crean el llamado ambiente, que es una característica urbana.

Por contraposición, la vida en el cortijo, es el signo más claro de la ruralidad, del


campo en contraposición al pueblo, y así eran considerados por los habitantes de los pueblos.
En los cortijos, no se valoraba la limpieza como en los pueblos, tampoco la educación e
instrucción, la estructura y mantenimiento de la casa; así, la puerta principal abre
directamente a la sala, en oposición a las viviendas de la villa que tiene siempre un zaguán
que oculta la intimidad de la casa; esta carencia se consideraba un signo de primitivismo.
Esto no es válido para las haciendas y cortijos de los grandes señores, pues aquellos no son
sino el trasplante de la vida urbana al campo. Moralmente, incluso, también eran
considerados primitivos y así eran explicables ciertos comportamientos morales anormales y
siempre censurables en los urbanos, tales como relaciones incestuosas, animalismo, y en
general el rechazo de las jóvenes a aceptar pretendientes entre los cortijeros.

8
En síntesis, en los pueblos a diferencia de los cortijos, se dan toda una serie de
datos que denotan la existencia de un sentimiento de ethos urbano, que progresivamente
ha ido apareciendo en los pueblos: medidas sanitarias (alejamiento de cementerios,
mataderos y animales), escuelas públicas, bibliotecas, bandas municipales,
enriquecimiento de las fachadas, etc. Los habitantes de los pueblos utilizan la frase:
tener cultura, concepto que para ellos incluye sentimientos e ideas acerca del modo de
vida urbana, como en otras tantas sociedades mediterráneas, e incluye tanto la
educación como la instrucción, un buen comportamiento moral y cívico, buenas
maneras, hablar con soltura, buena presencia, sentido del honor y de la vergüenza, tener
una sola cara, saber llevar una conversación, ser formal y tener buenas relaciones en el
exterior. Todo esto se puede adquirir pero se confía mucho en la herencia.

En los últimos años se ha pasado de comunidades cerradas y aisladas a


comunidades abiertas. Las comunicaciones y los sistemas de información de todo tipo,
la apertura de los mercados, la generalización de la enseñanza, han acabado con la vida
rural. Pertenecen ya a la historia los textos de los inspectores escolares que a principios
de siglo, y en el cumplimiento de su misión visitaban las escuelas a lomos de
caballerías. Esta nueva situación se caracteriza por el declive del parentesco,
instrumento de supervivencia, frente al surgimiento de las relaciones de amistad entre
iguales. Otro tanto ha ocurrido con el sistema de compradazgo, los pequeños
campesinos y jornaleros ya no buscan al gran propietario para establecer lazos de
parentesco a través del bautismo, sino que prefieren a los familiares y amigos. La
endogamia de localidad ha cedido ante la facilidad en los desplazamientos. Igualmente
las relaciones de dependencia entre empleadores, grandes y medianos propietarios, y
empleados, los jornaleros, esta muy debilitada. Los terratenientes han dejado de ser los
principales empleadores. Han surgido otros con características y relaciones muy
diferentes: empresarios, ayuntamientos, diputaciones, instituciones autonómicas, etc.
Todo ello ha hecho que el mantenimiento de la integración de las comunidades, que en
otros tiempos se mantenía por el control del estado y sus fuerzas de represión, ahora se
fundamentan en la convivencia y la negociación.

El Urbanismo como patrimonio

Patrimonio, arquitectura y urbanismo son términos estrechamente relacionados


entre si y están de gran actualidad en un mundo cambiante en que lo patrimonial y lo
rural gozan de las preferencias del mundo urbano que es a su vez, el que impone las
directrices. Añadamos también como presupuesto previo que consideramos a la
arquitectura, y aún más al urbanismo, que no es sino el cómo se disponen las
construcciones en un peculiar orden adaptándose a las realidades geográficas, históricas,
económicas e ideológicas en el transcurso del tiempo, como uno de los referentes
culturales más claros y poderosos de identificación para la sociedad tanto para los
nativos, habituales usuarios de este contexto como para el visitante foráneo. El
urbanismo crea mediante el proceso de enculturación un verdadero mapa mental que
nos permite recorrer incluso estando lejos con nuestra memoria, pero que además
difícilmente podemos evitar porque conduce nuestros pasos por calles y plazas y que
sólo la rutina evita nuestra plena conciencia del paisaje, paisaje que puede ser alterado y
que frecuentemente, como ha quedado patente en numerosas ocasiones, resulta difícil de
evocar por la mayoría de los usuarios habituales, sacándonos de nuestro error en más de
una ocasión un visitante foráneo con sus vagos recuerdos del pasado.

9
Las posturas de los estudiosos sobre temas patrimoniales y en general los
científicos sociales se mueven entre la añoranza romántica y utópica y la excesiva
confianza en la capacidad de las leyes por detener eficientemente ciertos procesos
alejándose, que no distanciándose, de la realidad de las inquietudes, deseos y
aspiraciones de los seres humanos y de su necesaria regulación. Digo esto porque en los
temas patrimoniales hay mucho de utopía y de deseo de imponer a los demás,
indiscriminada y universalmente lo que no aceptaríamos para nosotros mismos, con el
agravante de que al profundizar más en el conocimiento hacemos más compleja las
posibles actuaciones. Piénsese que al hablar de patrimonio arquitectónico y urbanístico,
estamos refiriéndonos en un alto porcentaje a las viviendas de personas concretas,
patrimonio heredado y con el que se identifican.

Cada vez es más difícil la distinción entre lo rural y lo urbano, salvo en cuanto al
tamaño de los núcleos y tipos de edificios pero no en cuanto a modos de vida, al menos
superficialmente. La distinción entre ciudades, villas y lugares en el Antiguo Régimen
era clara y tenía un refrendo legal. La existencia de cabildo y jurisdicción sobre un
término o espacio territorial, cierta autonomía legislativa, autoridades de gobierno y
justicia propias. La villa era el referente y centro de la vida comercial y administrativa
de la comarca, especialmente en zonas poblamiento disperso (Fernández de Rota,
2002). La generalización de las villas en Andalucía, hizo decrecer su importancia. La
ley de demarcación que creó las actuales provincias y sus capitales en 1833 por el
ministro Javier de Burgos generará la radical distinción entre pueblos y capitales.

Sólo es posible mantener y proteger muestras representativas y significativas de


un pasado que deja de ser funcional y no es asumido por la mayoría de la sociedad. A
modo de ejemplo diremos que el despojado castillo de Vélez Blanco, hoy en proceso de
restauración, no fue posible mantenerlo porque dejó de ser funcional para sus
propietarios, no significativo e incluso rechazable para la comunidad, e insostenible
para el débil estado español y las administraciones de aquella época. Porque,
desengañémonos, las catedrales y los palacios episcopales están en pie porque no hay
más que uno por diócesis y la sociedad y el estado le conceden un valor patrimonial,
porque han dejado de ser funcionales hasta para los fieles y la propia jerarquía
eclesiástica. A este respecto, algunas instituciones se conforman con proteger en los
cascos urbanos las fachadas de los edificios, creo que algunos han llamado a esta actitud
fachadismo, actitud que no deja de ser considerada inadecuada por algunos. Quiero
poner de manifiesto la importancia de las fachadas, tanto para el usuario habitual como
al visitante ocasional, pues constituyen el principal y a veces el único referente y la
impresión más fuerte y duradera del entrono urbano, aunque reconocemos que no sólo
las fachadas contribuyen a mantener la fisonomía de los pueblos y ciudades, sino
también la trama urbana, los jardines, los árboles, el mobiliario urbano, y hasta la forma
y el tipo de pavimento.

Aprender a leer nuestros pueblos y ciudades

Parece adecuado poner en valor el patrimonio de los pueblos, tanto para el


disfrute de sus habitantes como por las posibilidades de utilización como bien de uso
para otros. Es necesario integrar las evidencias históricas en la antropología para tratar
de detectar las estructuras en el paso del tiempo, porque como dijo Driessen: ALa
antropología andaluza ha fallado en examinar los cambios estructurales de las
comunidades a través del tiempo@, y no ha prestado la atención necesaria a la ciudad,

10
cuando ésta condiciona la vida económica y política de los pueblos (1981: 453, 460).
Los cambios socioeconómicos de los últimos años no han cambiado la concepción de
los pueblos andaluces como unidades sociales y culturales con un alto grado de
cohesión; la posición que defendiera Pitt-Rivers para los años 50, frente a los que
enfatizaron el conflicto de clases, sigue siendo paradójicamente válidas en la
actualidad.

Lo pequeño, lo cotidiano, lo no magnificente: la ventana y la polea para entrar la


paja, la hornacina del santo mil veces encalada y aún con la lamparilla de aceite, el poyo
o peana para subirse en las bestias, el escalón o la piedra donde se majaba el esparto,
son algunos ejemplos de elementos patrimoniales que encontramos más frecuentemente
en nuestros pueblos, muestras de un pasado que ya se ha ido definitivamente; sacarlo a
la luz, pues aunque está la vista no es observado ni valorado por insignificante,
cotidiano o por simple pérdida del referente funcional, que es tanto como decir por
ignorancia cultural, constituye una importante aportación de la mirada del antropólogo a
la conservación del patrimonio.

En definitiva, estamos proponiendo aprender a leer la vida e historia de los


pueblos a partir de las muestras patrimoniales que quedan, porque estos constituyen
compendios de historia y cultura de una comunidad social que ha vivido en ella durante
generaciones. El parcelario, el viario, la toponimia y el callejero constituyen valiosos
documentos para esta lectura pues son una base muy permanente, y en todo caso las
alteraciones y anexiones siempre dejan testimonios para el observador avezado. En
síntesis, el Aarte de vivir@ estaría en renovar sin romper dramáticamente con el pasado,
reelaborando a partir de lo actual y adaptándolo a las necesidades presentes. Ello exige
la protección de estos núcleos que debe realizarse por la doble vía de la difusión del
conocimiento y su valoración social, y mediante la aplicación de normas subsidiarias de
los planes de ordenación urbana que recogen sus peculiaridades. Porque una de las
mejores formas de proteger el patrimonio es conocerlo, por ello se hace necesario
inventariar, catalogar, declararlo bien de interés cultural, y desde luego difundirlo entre
la población, revalorizarlo a sus ojos. Las asociaciones de defensa del patrimonio y las
publicaciones específicas tienen una gran importancia en este proceso. Los museos y
centros de interpretación tienen una gran importancia didáctica en el proceso de
valorización de los bienes patrimoniales. Éstos, unos y otros, deben ser adecuados,
proporcionados, originales, auténticos y, sobre todo bien atendidos.

Tampoco podemos olvidar la necesaria refuncionalización de los núcleos


rurales. Los pueblos y aldeas aunque siguen siendo mayoritariamente lugar de
residencia cumplen nuevas funciones complementarias y básicas. En Andalucía, no solo
no se han despoblado núcleos sino que se ha revitalizado y ampliado desde le punto de
vista urbanístico. Nuevas circunstancias están influyendo poderosamente, en primer
lugar la agricultura ha dejado de ser en muchos casos la base económica de estos
núcleos y en todo caso, aquella ha adquirido formas y tratamiento muy diferente, con lo
que ello influye en la población, en las viviendas y hasta en el urbanismo; el turismo
rural adquiere más y más importancia; las segundas viviendas empiezan a ser
significativas en los núcleos rurales. Las ciudades están repoblando -siquiera sea
temporalmente- los pueblos y aldeas y ello influye decisivamente en el mantenimiento
de los núcleos, al menos, en sus aspectos formales.

11
Bibliografía

Caro Baroja, J. (1952): Las Nuevas poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Un


experimento social en tiempos de Carlos III. Clavileño, 18:52-64 (reedición de
1993)
Caro Baroja, J. (1954): Pueblos andaluces. Clavileño, 26:63-75 (reedición de 993)
Driessen, H. (1981): Agro-town and urban ethos in Andalusia. Universidad de Nimega
(Tesis sin publicar)
Driessen, H. (1981): Anthropologist in Andalusia: The use of Comparison and History.
Man (N. S.), 16-3: 451-462
Fernández de Rota, J. A. e Irima Fernández, M. del P. (2002): Betanzos frente a su
historia. Sociedad y Patrimonio. Fundación Caixa Galicia
Herrera García, A.: El estado de Olivares. Diputación de Sevilla, 1990
Montero Fernández, F. J. y otros (red.) (1991): Pósitos, cillas y tercias en Andalucía:
catálogo de antiguas edificaciones para almacenamiento de grano. Sevilla,
Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y Transportes
Pitt-Rivers, J. (1989): Un pueblo de la Sierra: Grazalema. Madrid, Alianza
Universidad. (Edición inglesa, 1971)
Rodríguez Becerra, S. (1999): Patrimonio cultural y patrimonio antropológico. Revista
de Dialectología y Tradiciones populares, LIV-2:107-123.

12

View publication stats

También podría gustarte