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57.

ADORAR CON LOS JUSTOS DE LA TIERRA

“Adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua” (Ap 14.7)

1. Reflexión

Los cristianos no somos islas ni francotiradores. Todo lo contrario: “nosotros, siendo muchos, no
formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte, los unos miembros de los
otros” (Rm 12,5). Cristo es “la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, por medio de junturas y ligamentos,
recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios” (Col 2,19). De aquí sacamos dos ideas
importantes:
 Hay –o debe haber- una comunicación espiritual de alimento, de vida, de sabiduría, de dones entre
los miembros del Cuerpo de Cristo.
 Esta comunicación alcanza a todo el cuerpo. Un cuerpo es una unidad: dividir o separar en partes un
cuerpo es destruir el cuerpo. Hay junturas y ligamentos espirituales que unen todo el Cuerpo de
Cristo, de modo que no podemos pretender vivir en unidad con el Cuerpo entero de Cristo mientras
no vivimos en unidad con nuestros hermanos, a quienes vemos y conocemos, de la misma manera
que “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Este
principio tiene efectos importantes para la adoración.
Es un error pensar que podemos adorar al Señor Dios como si la adoración fuera sólo
resultado de una iniciativa personal y una actividad privada que llevamos a cabo como si no
existieran otros adoradores. La realidad es que el Señor nos llama a un lugar ante su trono,
reservado personalmente para nosotros y para adorarle sólo a él, pero participando de la
única adoración que él recibe sin cesar. Nuestra adoración se une así y fluye junto con la
incesante adoración de muchos santos en la tierra, de todos los adoradores a los que el
Señor ha regalado el inefable don de la adoración y le rinden culto en espíritu y verdad.
El adorador nunca está solo. Elías se quejó en una ocasión: “¡Señor!, han dado muerte a tus
profetas; han derribado tus altares; y he quedado yo solo, y acechan contra mi vida” (Rm
11,3). Pero Dios le responde: “Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la
rodilla ante Baal” (Rm 11,4). ¡Con cuánta frecuencia pensamos que las cosas son como
nosotros las vemos, cuando sólo Dios conoce la verdad de todas las situaciones!
Conviene grabar bien la respuesta que Dios le dio a Elías. Tal vez los adoradores no seamos
más que puntos dispersos de luz en medio de un mar de impiedad y de idolatría. Pero por
todo el mundo –en medio de cada mar- el Señor tiene encendidos más puntos de luz que
mantienen viva la llama de la adoración, mientras va poniendo en el corazón de otros la
llamada a participar, como privilegiados, en el insondable y grandioso misterio de la
adoración, como sucede en el cielo, donde “los cuatro Vivientes... repiten sin descanso día y
noche: ‘Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a
venir’. Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está
sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran
ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y
arrojan sus coronas delante del trono” (Ap 4,8-10)

2. Palabra profética.

Visión durante la adoración: El Señor está mostrando a los adoradores su corazón sangrante y con gran
dolor por todo el pecado el mundo. Palabra: “Cada mañana os espero para que por medio de la adoración
y la intercesión mitiguéis el dolor que hay en mi corazón por el pecado del mundo y sobre todo por el
pecado de los míos. Quiero compartir mi cruz con vosotros. No la rechacéis” .

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