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Activismo/esquizoanálisis.

La articulación del discurso político


Brian Holmes

“Toda vía de entrada es también una vía de salida.”


Oyvind Fahlström

Fig. 1- Siguiendo las agujas del reloj: Anonymous, Occupy; Global Revolution TV;
Critical Art Ensemblre 

Empecemos definiendo las cosas con claridad. Un evento es una ruptura en un flujo
normalizado de experiencias. El día cobra sentido con la pregunta sobre qué está
pasando y por qué ocurre, o si es peligroso o emocionante, o si significa algo para
uno. Los eventos pueden ser colectivos y pueden, también, ocurrir a escalas
diferentes: pueden adoptar una dimension urbana, nacional o global. La ruptura
intencionada del flujo normalizado de experiencias colectivas con la intención de
provocar acción y debate político es lo que yo llamo eventwork (Holmes, 2012a).
Está claro que nada de esto ocurre en el vacío. La generación, la comunicación, la
interpretación y la historización de los eventos es un tema candente en las
sociedades de control. En ellas, los ritmos del cuerpo y los tonos de la afectividad
reciben un impacto cada vez mayor de aquello que llamamos crisis: los desastres
naturales, los colapsos financieros, los crímenes, el terrorismo, las guerras, etc. Los
eventos se tipifican en la pantalla televisiva como si fueran fenómenos naturales o
accidentes del destino pero, a la vez, secciones enfrentadas de los medios
dominantes los machacan con dureza, a fin de modelar las reacciones del público y
mantener a los espectadores dentro de los límites de la normalidad. Desde que
estos eventos-crisis son frecuentes –y son a veces construidos a propósito– se
suceden patrones de respuesta más o menos regulares cuya reiteración aporta
ritmo y continuidad a la vida política. Analicemos un ejemplo reciente:
sorprendentemente, la crisis financiera de 2008 desencadenó en sus inicios muy
pocas protestas, incluso cuando la causa de la debacle era por todos conocida. En
su lugar se impuso el escenario del desastre más corriente: un crescendo de
reportajes cortoplacistas, una larga secuencia de tomas de posición legislativas,
acostumbrándonos sin alternativa a los nuevos niveles de hipocresía y a la abyecta
avaricia y retornando veloces a la especulación y la generación de beneficios. En el
epicentro de la crisis, en los Estados Unidos, los activistas de base tardaron tres
años en generar cualquier tipo de resistencia popular. Lo hicieron mediante la
producción experimental y deliberada de un evento complejo, sin un fin definido y
compuesto de numerosas capas: el movimiento Occupy. En pos de éste, y a la
espera de otros, creo que deberíamos dedicar más atención a la forma de
intervención política más efectiva con la que cuenta ahora la izquierda. Producir
eventos es poner en marcha lo que se conoce como ‘medios tácticos’ (García &
Lovink, 1997), un cajón de sastre de técnicas artísticas y de agitación. Además,
fabricar uno mismo sus propios eventos ha sido siempre mucho más entretenido
que generar cosas como lo que el ejército norteamericano ha llamado, en su
característico estilo, la operación ‘libertad duradera’.
En este texto exploraré las políticas distribuidas del eventwork a través del montaje
analítico, a fin de configurar cuatro dimensiones distintas y en intersección: la
territorial, la organizativa, la teórica y la estética. Las tijeras que emplearé para
esta operación las he tomado prestadas del escritor, terapeuta y activista
postestructuralista Félix Guattari, en concreto de su extraño y hermético
libro Schizoanalytic Cartographies (Cartografías esquizoanalíticas) (2013) [1],
recientemente traducido al inglés. En vistas a sugerir cómo pueden ser empleados
los conceptos de este libro en el futuro, revisaré también algunos de los problemas
en cuya resolución ya se han aplicado. Lo que no haré será decirles “lo que Guattari
en realidad pensaba”, ni sobre el esquizoanálisis ni sobre el evento. A mi parecer, la
única manera de permanecer fiel a una práctica como la suya es apropiándose de
ella y transformándola a conciencia.
Sociedades programadas
Si la vida social contemporánea se nos aparece como un destino que lo abarca
todo, es porque su estructura viene impuesta por organizaciones con el poder de
manipular la recepción de los eventos. Aunque no de modo exclusivo, esto ocurre
en especial a través de los medios de masas. En Estados Unidos, este poder se ha
consolidado a través de los sistemas institucionales e informativos forjados tras la
Segunda Guerra Mundial, que abarcan desde los grupos de enfoque hasta los
modelos del mundo de J. W. Forrester (1961, 1971) [2]. Además, fue la imposición
de estos sistemas en el país y sobre el resto del planeta lo que en esencia
determinó la victoria en la guerra. El principio básico que articula este fenómeno es
el de los bucles de control en retroalimentación, cuya construcción sigue un orden
determinado:
1. Reunir información sobre cómo una población reacciona a un rango amplio de
estímulos medioambientales.
2. Construir un modelo matemático del sistema conformado por la población y su
entorno.
3. Insertar nuevos elementos en el entorno real en base a hipótesis pertenecientes
al modelo matemático.
4. Recopilar nueva información sobre los resultados para luego reajustar los pasos
anteriores.
Aquí la idea básica no es manipular a los jugadores individuales, sino las reglas del
juego (¡recuerden que se supone que vivimos en democracia!). Una empresa puede
usar estas técnicas de retroalimentación para vender sus productos; un gobierno,
para apoyar sus políticas. La historia de las luchas populares desde la Segunda
Guerra Mundial es la de las reacciones más o menos confusas y conscientes que ha
ido provocando la instalación y la evolución gradual de los sistemas
estructuralizantes de retroalimentación.
En una charla pronunciada en la Documenta 13 de Kassel, Alemania, el teórico
crítico Bruno Bosteels describe el estructuralismo francés de posguerra como una
respuesta al auge de la teoría de sistemas y la cibernética, pues ambas aplican
formalismos matemáticos al comportamiento humano. Eso puede sonar un poco
extraño porque el estructuralismo, con su énfasis en la importancia primaria del
código lingüístico, se centraba no sólo en la estructura como una regularidad de
patrones (y por lo tanto una causa determinante del comportamiento), sino
también en la manera en la que la estructura totalizadora parece “abrigar en su
interior una forma de exceso interno que no puede controlar” (Bosteels, 2012). El
resultado de la actividad estructuralista fue, por lo tanto, llevar más allá de sus
límites a los sistemas basados en código, en un movimiento transversal y
rebosante. Este impulso hacia el exceso fue claramente político. Como escribe el
filósofo Étienne Balibar en un texto al que se refiere Bosteels, “era imposible
formular las condiciones de entrada del campo del discurso estructural o
estructuralista sin inmediatamente después ponerse a buscar la salida” (Balibar,
2005: 3).
Esta tendencia paradójica de las disciplinas del estructuralismo se convirtió en una
preocupación clave para los postestructuralistas tras los ‘eventos’ de 1968 que
sacudieron las bases de la filosofía y la sociedad. La gente se apresuró a buscar una
salida de todo aquello. Los sociólogos de la época, como Alain Touraine, hablaban
de los movimientos del 68 como movimientos de rechazo a la ‘sociedad
programada’. Como él explica, “Todos los dominios de la vida social (la educación,
el consumo, la información, etc.) se integran cada vez más en lo que solían
denominarse factores de producción” (Touraine, 1971: 5). Esa fue la idea principal
de la economía keynesiana: que la demanda efectiva de la población es la llave
para la expansión de la producción. En otras palabras: el deseo del consumidor es
el bucle que retroalimenta la industria, del mismo modo que la agenda del
capitalismo es la ‘reestructuralización’ de nuestra existencia más íntima.
Los eventos disruptivos de los sesenta se pueden leer como equivalentes sociales a
la investigación filosófica sobre aquello que provoca el desplome de una estructura:
el perverso principio de disfunción, su propensión salvaje a la auto-subversión.
Defender que esta ruptura ocurra en eventos generados por una sociedad, cuyos
autores y causas son múltiples y, hasta cierto punto, siempre enigmáticas, no
significa reinstaurar a ningún agente privilegiado con una posición de dominio y
distancia estratégicos. Supone, al contrario, centrarse en la multiplicidad social
como potencial indeterminado. Aquí se origina esa fuerte atracción hacia las
tácticas de estrategia –y, por lo tanto, hacia aquello que ahora se conoce como
‘medios tácticos’ [3]–. Aquellos eventos desestructuralizadores repercutieron en las
vidas de millones de personas, no sólo en Francia, sino a lo largo y ancho del globo.
En ciudades dispersas por todo el planeta, 1968 fue el teatro de una revolución
audaz pero fallida. Cuando todo hubo pasado, ya seguros, los participantes se
preguntaron: ¿qué nos llevó a actuar así? ¿Qué poderes desplegamos? ¿En qué
trampas caímos? ¿Y cómo podríamos ir más allá, una vez hecho lo que se hizo en
las calles?
Los movimientos radicales de izquierdas que reemergieron en los noventa
persiguieron explícitamente superar los puntos muertos de los sesenta y los
setenta. Uno de estos callejones sin salida fueron las ideologías totalizantes (el
marxismo-leninismo clásico); otro, el retiro hacia relaciones sociales arcaicas
(comunalismo hippie). La revolución por venir había de ser proteica, multiforme;
una revolución molecular, en términos de Guattari. En los albores de la era
posmedia, la llegada de las tecnologías de la red ofreció un centelleo de nuevas
posibilidades expresivas y cooperativas. Tal y como escribió en Schizoanalytic
Cartographies en 1989:

“La emergencia de estas nuevas prácticas de subjetivación en una era posmedia será posible,
sobre todo, por la reapropiación concertada de las tecnologías de la información y la
comunicación, en la medida en la que éstas irán permitiendo cada vez más:
1. La promoción de formas de consulta y acción colectiva innovadoras, así como la reinvención de
la democracia a largo plazo.

2. La miniaturización y la personalización de los aparatos, una resingularización de los medios


mediatizados de expresión. Uno puede asumir, a este respecto, que será la extensión hacia una
red de bases de datos lo que nos depara todavía las mayores sorpresas.

3. La multiplicación hasta el infinito de “cambios existenciales que faciliten el acceso a universos


creativos mutantes” (Guattari, 2013: 42).

En resumen, Guattari creía que la ecuación ‘medios = pasividad’ tenía los días
contados. Pero al principio de la experiencia de la sociedad programada, muchos se
dieron cuenta de que las luchas futuras también habrían de hacer frente a técnicas
nuevas y sofisticadas para canalizar la expresión, neutralizar los eventos y
enderezar aquello que Michel de Certau, en la resaca del 68, llamó ‘la toma de la
palabra’ (de Certeau, 1968/1998). Sin duda, la frase de de Certau es una hoja de
doble filo, y es que hoy no hay una tecnología que tenga dos caras tan marcadas
como internet. La promesa mesiánica de la red fue apoyada sobre todo por la
industria, y no tanto por los activistas y los artistas. Además, gran parte de los
medios tácticos (de Certeau, 1974/1984) participan de un sofisticado discurso
crítico y satírico que aspira a desacreditar lo que un grupo como Critical Art
Ensemble (2001) llamó ‘la prometedora retórica’ de la tecnología, a la vez que
hacen públicas las agendas del poder corporativo y gubernamental. Una vez más
estamos ante un asunto de auto-subversión: hay que subirse en la estructura para
hacerla descarrilar.
Todo este discurso apunta hacia algo así como un contra-programa. Y puede que
sea más grande y auto-consciente de lo que uno cree. Miremos con las gafas de
Guattari y observemos no sólo las hazañas de los medios tácticos, sino también la
manera en la que se anclan en territorios existenciales, eterizados en ritmos
estéticos, comprometidos con los movimientos sociales de autogestión y disueltos
en la crítica ácida. Intentemos hacer un mapa de los vectores principales
del eventwork.
Cuatro vías de entrada
El enfoque de Guattari respecto al análisis intenta contribuir a abrir las puertas a
‘ensamblajes colectivos de enunciación’ o posibilidades para tomar la palabra. Esto
no solo significa hablar en sentido estricto; puede incluir también gestos, afectos,
símbolos y prácticas. La cuestión es articular algo singular, no sistematizado, que
no haya sido excesivamente codificado de antemano. Se trata de articularlo de
manera colectiva, en público; pero lo extraño es que Guattari se acerca a los
ensamblajes colectivos a través de un ‘esquizo’, es decir, a través de una escisión,
de una disociación. El esquizoanálisis lleva a cabo una separación subjetiva en
cuatro dimensiones inconmesurables: territorios, universos, ‘filos’ y flujos. Son
ensamblajes diferenciados y más o menos autónomos, incluso dentro de la
experiencia de un solo individuo. No son funciones de ninguna causa primaria ni de
ninguna energía movilizadora, pero pueden ser abordados como funtores, lo que
quiere decir que pueden ser entendidos como operadores de un proceso relacional.
La vida no tiene necesariamente sentido pero, en cualquier caso, todos nos
movemos en ella. Veamos:
1. Territorios existenciales. Literalmente son suelos, espacios habitados del cuerpo,
pasos, intervalos, agarres, sumideros y, a veces, callejones sin salida. Piensa en un
paisaje, un océano, un vecindario, la esquina de una calle, las cuatro paredes de tu
habitación, estática e insoportable. El territorio no es sólo una categoría de los
asentamientos humanos, sino también lo es de la etología; es el hogar y el nido al
mismo tiempo, es la guarida y la madriguera, la querencia cálida y familiar que
tiene el poder de hacerte sentir bien y condenarte a la repetición obsesiva; es la
viscosidad del sudor, el agujero negro de la ansiedad. Es crucial darse cuenta de
que en la matriz de cuatro puntos que describe Guattari, los Territorios ocupan la
intersección de lo real y lo virtual, a fin de poder ser expresados como los
Territorios de lo Virtualmente Real. A través de su virtualidad se relacionan (o no)
con otras cosas:
2. Universos incorpóreos de referencia (o de valor). Ahora hablamos de la
insistencia de los ritmos, las formas, las imágenes, los patrones estéticos de toda
clase, los fragmentos de poesía o las películas que regresan a nuestra memoria,
como lo que Guattari llama ‘estribillos’. No es la pintura en la pared la que importa
aquí, sino la que ves en la oscuridad. Estas constelaciones de Universos son
siempre incompletas, están en el cuerpo pero no son de él y apuntan a horizontes
fuera de su alcance. Pero, aun así, son lo que hace brillar el trance pático de la
autorreferencia, de la ‘autopoiesis’: la apropiación afectiva, el proceso de
singularización que a todo le da la vuelta. Intentando alcanzar más allá de lo real,
éstos son los Universos de lo Virtualmente Posible. Las fronteras de un Territorio
existencial pueden superarse si nos dejamos llevar por su llamada incorpórea,
conectándonos (o no) con otras cosas:
3. Flujos materiales y semióticos. Éste es el dominio no sólo del habla, sino también
el de la acción, en un mundo entendido no tanto como un mundo de cosas sino,
más bien, de procesos, es decir, de cosas que aparecen en corrientes: signos,
contables, dinero, libido, gasolina, semen, leche, electricidad... Las ciencias sociales
entienden el espacio de los flujos como el ámbito de la realidad, de las
instituciones, la economía, las relaciones entre clases, lo mesurable... o incluso el
de las cosas que pueden ser alteradas. Así que éste es el temido reino de la
representación, donde uno puede trasladarse de la intuición y el brote de los deseos
a las afirmaciones concretas y las hazañas irrevocables. Estos Flujos de lo
Verdaderamente Real son tan diferentes de los Territorios Virtuales como lo es la
palabra que tenías en la punta de la lengua respecto a la que acabas de pronunciar.
Pero, aun así, la fuerza de la realidad los conecta (o no) con otras cosas:
4. Filos abstractos y maquínicos. Llegamos al ámbito de lo simbólico, del código y
de los conceptos formalizados: rizomas de ideas abstractas destinados a volverse
cada vez más complejos hasta la eternidad, como la ciencia, la filosofía, las
matemáticas, el derecho y todo aquello que llene los estantes de la biblioteca de
Babel borgiana. La noción del ‘filo’, con sus connotaciones de metamorfosis a lo
largo del tiempo, es un indicador del movimiento evolutivo. Como códigos
formalizados, los Filos maquínicos existen bajo el régimen de lo Realmente Posible.
Interactúan con el reino de lo material y los Flujos semióticos, pero no sólo por
medio de la dialéctica que se establece entre la teoría y la práctica, sino también
por medio de una relación de extrañamiento y desterritorilización donde la práctica
se vuelve ajena a sí misma e ingresa en el interminable laberinto de las ideas.
Parece que Guattari pensaba que las ideas abstractas guardan relación directa con
los centelleantes Universos estéticos (o quizá no).
El esquizoanálisis ofrece cuatro caminos hacia la complejidad de la experiencia
humana. Podrían haber sido seis o diecisiete, pero cuatro es justo el primer número
después del par binario y de la tríada dialéctica de la oposición y la síntesis
(también conocida como el triángulo edípico). El propósito de un modelo basado en
cuatro elementos es entender la subjetividad como una matriz generativa en lugar
de como un sistema calculable.
Antes de su formalización en un libro, las cartografías esquizoanalíticas fueron
desarrolladas en un seminario con un grupo de terapeutas (Guattari, 2007). En ese
contexto, los cuatro ensamblajes se pensaron como aspectos de la experiencia del
paciente, además de como posibles puntos de entrada para el trabajo del
terapeuta. La idea nunca fue llevar a cabo un mapeado instrumental que hiciera
salir a la luz los contenidos no identificados en la intervención del terapeuta. Al
contrario, se trataba de una actividad de ‘meta modelado’ o, en otras palabras, de
una conversación con el paciente sobre los modos en los que él o ella representaba,
imaginaba o quizá, incluso, bromeaba sobre distintos aspectos de su propia
existencia. De este modo, el terapeuta podría experimentar con el enfoque que
adoptaría frente a un ensamblaje: si lo haría de manera corporal, estética, material
o discursiva, y al mismo tiempo podría permanecer sensible a los ‘componentes
transicionales’ que podrían tocar o alterar a los demás. Como en la actividad
estructuralista, lo que se buscaba en las entradas eran las salidas: el exceso o el
derrame en una relación. Al reconocer al sujeto como esquizo, uno empieza a
escuchar el ensamblaje colectivo de la enunciación incluso cuando el sujeto que
habla es, aparentemente, un solo individuo. La pregunta clave aquí (cuya respuesta
el Guattari activista buscó resolver toda su vida) era ésta: ¿cómo ‘toma la palabra’
una colectividad en las sociedades democráticas contemporáneas?
Tu vía de salida
Se ha vuelto complicado crear lo que se solía llamar ‘espacios públicos’ o la
posibilidad de articular perspectivas divergentes en torno a una condición común.
Por un lado, la estructuralización del proceso político ya se ha completado. La
población de todas las naciones está permanentemente sometida a procesos de
análisis, modelado, estimulación y toma de medidas, llevados a cabo por unos
pocos grupos de interés que compiten y colaboran entre sí persiguiendo la
obtención de resultados y a cuyos portavoces se les conoce como ‘líderes’. Mientras
tanto, a las sociedades programadas del período de posguerra les ha salido una
nueva arruga, gracias sobre todo al sistema financiero y a la proliferación de
tecnologías en red que éste ha potenciado. Un entramado vasto y dinámico de
motivaciones hiperindividualizadas se ha superpuesto sobre los escenarios de
control de masas más antiguos, generando una nueva figura normalizada: la del
emprendedor de sí mismo, cuyo oportunismo calculador sin límites y cuya
compulsiva sonrisa servicial dejan bastante anticuado al ‘fascista que tenemos en
mente’. Hoy, el mayor obstáculo a la democracia de base es la imposibilidad, tan
familiar, de cuadrar las fechas para una reunión cara a cara entre cinco o más
personas, lo que deja bien claro por qué se pone tanta atención en la gestión de
crisis en desastres urbanos, colapsos financieros, crímenes, terrorismo, guerras,
etc. El objetivo es mantener nuestros relojes desincronizados y bloquear la
respuesta colectiva espontánea que una emergencia de verdad (como el cambio
climático o un golpe de estado impulsado por banqueros) podría provocar. La
producción inmediata, con sus intrincados sistemas para secuenciar los esfuerzos
de millones de trabajadores que nunca llegarán a conocerse o que ni siquiera
estarán al tanto de lo que hacen los demás, es la única alegoría viviente de un
predicamento neoliberal mucho más amplio (Holmes, 2011).
Redefinamos los ‘medios tácticos’ como el arte de romper las transferencias
estrictamente funcionales que existen entre los microchips humanos del integrado
procesador social. El esquizoanálisis sugeriría que esto no va a ocurrir por medio de
la acción de una ideología totalizadora, ni siquiera por la intervención del viejo
sueño proletario de ‘una gran unión’. En lugar de eso, los verdaderos ensamblajes
han de pensarse en sus propios términos y forzar su disociación hasta el límite. En
los albores del movimiento OWS, los manifestantes se tiraban al suelo para escribir
eslóganes y peticiones en cartones. Al pasar por allí, los ejecutivos los creían
completamente locos; y quizá ellos mismos también lo pensaran. Tras la
incomprensión existía un deliberado proceso organizativo que apuntaba a la
creación de una asamblea general pública. Ésta se logró paso a paso, tras la
celebración de asambleas menores durante los meses anteriores a los eventos
iniciales del 17 de septiembre de 2011. El esquizo de Wall Street se convirtió en
catalizador de la toma de la palabra a escala nacional y global.
Fíjense en que un mapa esquizoanalítico buscaría al menos dos ensamblajes
diferentes en la escena de estas protestas públicas. Uno es el territorio existencial
de la calle. En sociedades de flujos controlados y cautivos, la ocupación de la calle
es un descubrimiento extático (quizá ésa sea la razón del ruido de tambores). Junto
a la excepcional circunstancia de miles de personas sin nada en qué fijarse salvo en
sí mismas, surge la invitación a una nueva movilidad. La multitud se mueve con
infinitas piernas y brazos y ojos y lenguas. Baila consigo misma como un enjambre
de abejas (la asamblea general), después emerge como ola aún sin rizar, cuya
poderosa corriente (la manifestación) puede de repente pulverizarse con brillo y
auto-reflexión (los flashes de las cámaras). De manera subjetiva, el territorio de la
calle es la liberación de la privacidad impuesta, es un espacio de posibilidades, una
apertura de deseo social. Pero, en el nivel objetivo, de lo que se trata es de la
deliberación, de la organización, de la comunicación y de la acción. Algunos cuerpos
hacían la comida, organizaban la biblioteca, ayudaban en la asamblea, tomaban
notas, fregaban los platos, colgaban las páginas web, escribían los comunicados,
exploraban el panorama y testificaban contra el abuso policial. Existía una frenética
precisión técnica en los eventos políticos de base, no sólo en las comunicaciones
electrónicas, sino en todo el conjunto de habilidades generadas en colectividad. La
clave de todo fue la desprofesionalización o la transferencia desde los circuitos
protegidos, casi sacralizados, hacia un mundo cotidiano profano (Holmes, 2012b).
La ocupación de la calle, la apertura de un territorio existencial, es lo que marcó la
diferencia.
Otra diferencia nace donde los activistas pragmáticos menos la esperarían: en el
ámbito de la teoría social. En una sociedad compleja, la acción política es imposible
sin la teoría. Primero, las estructuras de la vida cotidiana capitalista y las
estrategias de aquellos que las imponen habrían de ser analizadas, descifradas y
contrastadas con las últimas corrientes en tecnociencia, economía, gobierno y
práctica militar. A continuación, las conclusiones habrían de tomar la forma de
conceptos, a fin de poder ser incorporadas y usadas por los no especialistas. Esto
no es precisamente fácil; teorizar a favor, en contra y sobre la calle es caminar en
la cuerda floja y la inevitable caída no es solo deseada con fervor por la gente, sino
requerida también por el teórico como prueba de realidad. No es casual que las
universidades, donde la agudeza del pensamiento se persigue de modo más
intenso, sean un espacio disciplinario dedicado, a parecer, a la neutralización
definitiva de las ideas. La máquina de las comunicaciones del movimiento social
pone a prueba a aquellos cuya filosofía práctica les prohíbe el retardo infinito del
compromiso en búsqueda de la perfección teórica. Si se puede hacer descarrillar a
esa máquina (si la investigación puede permanecer abierta y aguda en el mismo
corazón de la urgencia política), entonces es posible seguir movilizándose hacia la
siguiente fase clave de la revolución sin fin.
Pero nos perderíamos algo si solo nos quedásemos con lo real, lo factual, lo ultra-
teórico y los ‘territorios de lo virtualmente real’. Como se pregunta Gary Genosko,
“¿Qué inspira a una chica de dieciséis años con un empleo precario en McDonald’s a
movilizar a sus colegas en una unidad de negociación que plante cara al poder
intimidatorio de una multinacional conocida por machacar a los sindicatos?” (2002:
3). Nadie tiene la respuesta y la estética es un término demasiado estrecho como
para dar cobijo a los cantos de sirena del deseo político. La mañana del día de la
gran manifestación, al salir del metro de Bruselas, me di cuenta de que todo el
mundo a mi alrededor llevaba una máscara, portaba una pancarta, alzaba un
monigote o ponía a punto alguna otra compleja máquina expresiva (todo, sin duda,
al eco de las posibilidades subjetivas percibidas en otros medios, en la pintura, en
el cine, en la literatura o ahí fuera, en la calle). Está claro que muchos artistas, al
involucrase cada vez de modo más profundo en lo que sea que estén luchando por
crear, acaban desarrollando una mayor conciencia política que la de los
trabajadores más dedicados, pues han mantenido intacto el vínculo vivo que existe
entre la percepción y la expresión. Si la ‘auto exploración del trabajador’ pudiera
algúna día revelar las fuentes de los sueños del precariado, la victoria inmediata
estaría cerca. ¡O la cooptación mediada!
Los eventos son momentos en los que el mapa de la subjetividad se pone a prueba
y puede ser transformado. Esto puede suceder en todos los estadios, desde los
micro-niveles del sujeto a los eventos de relevancia histórica y mundial como las
guerras, la economía, los colapsos financieros, las conquistas imperiales y las
revoluciones. Puede ocurrir en cualquiera de los cuatro niveles de la subjetividad, la
singularidad o, con más frecuencia, en combinaciones complejas. El eventwork es el
esquizoanálisis del activismo político; no actúa por mandato, sino de oídas. No
llama a filas, sino que deja lugar para la disociación. No simplifica y canaliza, sino
que desborda y filtra más allá de cualquier otra cuestión particular. Forma parte de
la cultura de la izquierda y es la llave no sólo de los ‘éxitos’ que podamos tener y
necesitar, sino también de la existencia continua del ‘nosotros’ que desea esas
cosas. Este trabajo se lleva a cabo ahora con recursos organizativos, filosóficos y
estéticos cada vez más sofisticados, trascendiendo los límites de lo que inicialmente
se llamó ‘medios tácticos’ (Holmes, 2007/2009). Si lo que pasó en 2011 puede
servir de indicación, sus territorios se multiplicarán dramáticamente en la década
de larga crisis política y económica que está por venir.
Ahora no es el momento para disculparse por la dejadez y el fracaso. Pero, al
mismo tiempo, el proceso social que lleva a aspectos radicalmente diferentes de la
existencia a confluir en un poderoso evento no es algo que uno pueda controlar en
su totalidad. Como el sueño freudiano, aquello ‘piensa’ cuando no eres plenamente
consciente y ‘actúa’ cuando no estás en control absoluto. Ése es el desafío de la
multiplicidad, el gobierno del demos. Cientos de miles de personas, quizá millones,
ya saben esto de manera íntima y práctica. Su gracia y su audacia son el aliento de
los movimientos contemporáneos que articulan el discurso político.

Bibliografía
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closing the casino” (La obscenidad y los mercados financieros: manual de usuario
para cerrar el casino), Ostfildern y Berlin, Documenta 13/Hatje Cantz Verlag, texto
disponible en http://brianholmes.wordpress.com/2012/01/02/profanity-and-the-
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 Merton, R. K. y Kendall, P. L. (1946), “The focused interview” (La entrevista
focalizada), American Journal of Sociology, 51(6): 541-557.
 Moss, M. (2013), “The extraordinary science of addictive junk food” (La
extraordinaria ciencia de la comida basura adictiva), The New York Times Magazine,
20 de febrero, disponible en http://www.nytimes.com/2013/02/24/magazine/the-
extraordinary-science-of-junk-food.html/.
 Touraine, A. (1971), The post-industrial society (la sociedad posindustrial), Nueva
York, Random House

NOTAS

[1] Guattari (2013). Las ideas atribuidas a Guattari a partir de ahora


contienen todas una dosis importante de interpretación.

[2] Cf. Merton y Kendall (1946); Forrester (1961; 1971). Sobre técnicas de


retroalimentación en ciencias sociales, véase Deutsch (1963, 1986); Para
una perspectiva crítica sobre sistemas cibernéticos en el período de
posguerra, véase la sección final de Holmes (2009). Y si no le impresiona la
teoría, vea el artículo de periódico Moss (2013).

[3] El concepto de táctica usado por los teóricos de los medios tácticos en
Ámsterdam proviene de uno de los escritores más directamente
relacionados con mayo del 68, Michel de Certeau (1974/1984).
Activism/schizoanalysis. The articulation of political speech
Brian Holmes

RESUMEN:
PALABRAS CLAVE:

“Every way in is a way out.”


Oyvind Fahlström

Fig. 1- Clockwise from upper right: Anonymous; Occupy;


Global Revolution TV; Critical Art Ensemble 

Let’s start by defining things very simply. An event is a break in a normalized flow
of experience. When you have to ask what’s happening, and why, and whether it’s
dangerous or exciting or if it means something to you, then your day has
been eventful. Events can be collective, and they can occur at different scales:
urban, national, global. Deliberately breaking the normalized flow of collective
experience, with the intent to provoke political debate and action, is what I
call eventwork (Holmes, 2012a).
It’s clear this doesn’t happen in a vacuum. The generation, communication,
interpretation and historicization of events is a burning issue in control societies
where our body rhythms and affective tones are increasingly impacted by so-called
crises: urban disasters, financial collapses, crimes, terrorism, wars, etc. Events are
typically portrayed on the TV screen as natural phenomena or accidents of fate; but
they are intensively worked over by competing fractions of the dominant media, in
order to shape the public’s reactions and hold them within the limits of normalcy.
Since crisis-events occur quite frequently – and are sometimes deliberately
manufactured – there are more or less regular patterns of response, whose
reiteration lends political life its droning continuity. Take a recent example: the
financial crisis of 2008 unleashed astoundingly little protest at the outset, even
when cause for outrage was in plain view. Instead, the usual disaster scenario took
over: a crescendo of short-term reporting, a longer sequence of legislative
posturing, a conditioned habituation to new levels of hypocrisy and abject greed,
and a rapid return to speculation and profit-seeking. At the epicenter of the crisis in
the United States, it was a full three years before grassroots activists were able to
raise any popular resistance. They did so through the deliberately experimental
production of a complex, multilayered, open-ended event: the Occupy movement.
In the wake of that movement and in the expectation of others, I think we should
devote more attention to the most effective form of political intervention currently
known on the Left. The production of events is the preeminent use of that grab-bag
of artistic and agitational techniques known as ‘tactical media’ (García & Lovink,
1997). Besides, making your own events is a lot more entertaining than what the
US military, in its inimitable way, has called ‘enduring freedom’.
In this text I’ll explore the distributed politics of eventwork, via an analytic cut-up
into four distinct and intersecting dimensions: territorial, organizational, theoretical
and aesthetic. The scissors for this operation have been borrowed from the post-
structuralist writer, therapist and activist Félix Guattari, and particularly from his
strange and hermetic book, only recently translated into English, Schizoanalytic
Cartographies (2013) [1]. To suggest how the concepts of this book might be used
in the future, I will also look back at some of the problems to which they responded
in the past. What I will not do is tell you “what Guattari really thought” – either
about schizoanalysis or the event. In my view, the only way to remain faithful to a
practice like his is to appropriate it and thoroughly transform it.
Programmed Societies
If contemporary social life has a structure, which appears as an all-encompassing
destiny, it is because this structure is imposed by organizations with the power to
manipulate the reception of events, particularly but not only through the mass
media. In the United States, this power was consolidated through the institutional
and informational systems that emerged from World War II, from focus groups to
the ‘world modeling’ of J.W. Forrester (1961, 1971) [2]. Indeed, the imposition of
those systems on the country itself and on the rest of the planet constituted the
essential ‘victory’ of the war. The basic principle is that of feedback control loops,
whose construction follows a definite order:
1. Gather information about how a population reacts to a wide range of
environmental inputs.
2. Construct a mathematical model of the ‘system’ constituted by the population
and its environment.
3. Inject new elements into the real environment on the basis of hypotheses about
the mathematical model.
4. Gather fresh information about the results – then adjust all previous steps
accordingly.
The general idea here (remember that we are supposed to be living in
democracies!) is to manipulate not the individual players, but the rules of the
game. A corporation can use these feedback techniques to sell its products, and a
government, to support its policies. The history of popular contestation since the
Second World War is that of more-or-less confused, more-or-less conscious
reactions to the installation and gradual evolution of structuralizing feedback
systems.
In a lecture delivered at Documenta 13 in Kassel, Germany, the critical theorist
Bruno Bosteels described postwar French structuralism as a response to the rise of
systems theory and cybernetics, which apply mathematical formalisms to human
behavior. That might seem a bit strange because structuralism, with its emphasis
on the primary importance of linguistic coding, appears to do exactly the same.
However, he remarked that the leading exponents of structuralism always focussed
not only on structure as a patterned regularity (and therefore as a determinant
cause of behavior) but also on the way in which every totalizing structure “seems to
harbor within itself a form of inner excess that it cannot control” (Bosteels,
2012). The result of structuralist activity was therefore to bring code-based
systems up to and beyond their limits, in a movement of traversal and overflow.
The drive toward excess was clearly political. As the philosopher Étienne Balibar
writes, in a text referenced by Bosteels, “it was impossible to formulate conditions
for entering the field of structural or structuralist discourse without immediately
looking for the way out” (Balibar 2005: 3).
This paradoxical tendency within the disciplines of structuralism became the
predominant concern of the post-structuralists after the ‘events’ of 1968, which
shook both philosophy and society to the core. People began massively looking for
a way out. Sociologists of the time, such as Alain Touraine, spoke of the ‘68
movements as a refusal of ‘the programmed society’. As he explains, “All the
domains of social life – education, consumption, information, etc. – are being more
and more integrated into what used to be called production factors” (Touraine
1971: 5). That was the leading idea of Keynesian economics: the population’s
effective demand is the key to the expansion of production. In other words,
consumer desire is the feedback loop of industry, and the agenda of capitalism is to
structuralize your most intimate existence.
The disruptive events of the Sixties can be read as social equivalents of the
philosophical search for what makes the structure break down, for its perverse
principle of dysfunction, its wild propensity to self-subversion. To seek this
breakdown in socially generated events whose authors and causes are multiple and
to some extent always enigmatic, is not to reinstate any privileged agent who could
occupy a position of strategic remove and mastery. It is, instead, to focus on social
multiplicity as an indeterminate potential. The great attraction to tactics over
strategy – and therefore, to what is now called ‘tactical media’ – has it origins
here [3]. And these destructuralizing events had their consequences in the lives of
millions of people, not only in France but across the earth. In scattered sites all
over the globe; ‘68 was the theatre of an audacious but failed revolution. After it
was all over, the participants must surely have asked themselves: What pushed us
to act as we did? What potentials did we reveal? What traps did we fall into? And
how could we go further – when what’s done in the streets is done?
The radical Left movements that reemerged in the Nineties sought explicitly to go
beyond the impasses of the Sixties and Seventies. A totalizing ideology (classical
Marxism-Leninism) was one such dead-end. A withdrawal to archaic social relations
(hippie communalism) was another. The coming revolution would have to be
protean, multiform – a ‘molecular revolution’, in Guattari’s words. The arrival of
network technologies offered a glimmer of new expressive and cooperative
possibilities, the dawn of a postmedia era. As he wrote in Schizoanalytic
Cartographies:

“The emergence of these new practices of subjectification of a postmedia era will be greatly
facilitated by a concerted reappropriation of information and communication technologies in so far
as they will increasingly authorize:

1. the promotion of innovative forms of consultation and collective action, and in the long run, a
reinvention of democracy;

2. the miniaturization and personalization of apparatuses, a resingularization of mediatized means


of expression. One may assume, in this respect, that it is the extension into a network of
databanks that will have the biggest surprises in store for us;
3. the multiplication to infinity of ‘existential shifters’ permitting access to creative mutant
Universes” (Guattari, 2013: 42).

In short, Guattari believed that the equation ‘media = passivity’ was on the way
out. Yet the experience of the programmed society led many to realize in its wake
that the upcoming struggles would also have to face new and increasingly
sophisticated techniques for channeling expression, neutralizing events and stifling
what Michel de Certeau, in the aftermath of ‘68, had called ‘the taking of speech’
(de Certeau, 1968/1998). Of course de Certeau’s phrase cuts both ways, and today
there is no more double-edged technology than the Internet. The messianic
promise of the net was pushed hard by industry, less so by activists and artists.
Indeed, much of tactical media is a sophisticated critical and satirical discourse
aimed at deflating what a group like Critical Art Ensemble (2001) has called the
‘promissory rhetoric’ of technology, while revealing the hidden agendas of corporate
and governmental power. Once again it is a matter of self-subversion: entering the
structure to derail it.
This whole discussion is pointing toward something like a counter-program. And
maybe it’s bigger, more self-conscious than you think. Let’s put on Guattari’s
glasses and look not only at the exploits of tactical media, but at the ways they are
rooted in existential territories, etherealized in aesthetic rhythms, engaged in self-
organized social movements and dissolved into acid critique. Let’s try to map out
the main vectors of eventwork.
Four Ways In
Guattari’s approach to analysis tries to help open up ‘collective assemblages of
enunciation’, or possibilities for taking speech. This does not just mean speaking in
the restricted sense: it could be gestures, affects, symbols, practices. The point is
to articulate something singular, not systematized, not overcoded in advance. And
the point is to articulate it collectively, in public. But the strange thing is that
Guattari approaches the collective assemblages through a schiz, that is to say, a
splitting, a dissociation. Schizoanalysis splits subjectivity into four incommensurable
dimensions: Territories, Universes, Phyla and Flows. They are separate and more-
or-less autonomous assemblages, even within the experience of a single individual.
They are not functions of any primary cause or mobilizing energy; but they can be
approached as functors, that is to say, operators of a relational process. Life does
not necessarily add up, but we all move through it anyway. Here goes:
1. Existential Territories. They are literally grounds, inhabited spaces of the body,
pacings, ranges, graspings, sinkholes and sometimes dead ends. Think of a
landscape, an ocean, a neighborhood, a street corner, the four walls of your
ecstatic and unbearable room. Territory is not only a category of human settlement
but also of ethology, it is the home and at the same time the nest, the lair or the
den, the warm and familiar haunt that can coax you into well-being or veer off into
obsessional repetition: the clamminess of sweat, the black hole of anxiety. It is
crucial to realize that in Guattari’s fourfold matrix, the Territories lie at the
intersection of the real and the virtual, so they can be expressed as the Territories
of the Virtually Real. Through their virtuality they relate (or not) to something else:
2. Incorporeal Universes of reference (or of value). Now we’re talking about the
insistence of rhythms, forms, images, aesthetic patterns of all sorts, fragments of
poetry or film that return in memory as what Guattari called ‘refrains’. It’s not the
painting on the wall, but the one you see in the dark that matters here. These
constellations of Universes are never complete, they are in but not of the body,
they point beyond themselves to further horizons. Yet they are what sparks the
pathic trance of self-reference or ‘autopoiesis’: an affective appropriation, a
singularizing process that turns the outside in. Reaching beyond the real, these are
the Universes of the Virtually Possible. And it is by following their incorporeal call
that the bounds of an existential Territory can be overstepped, so as to relate (or
not) to something else:
3. Material and semiotic Flows. Here is the domain not only of speech but also of
action, in a world understood less as one of things and more as one of processes,
that is, things that appear in streams: signs, bean counters, money, libido,
gasoline, semen, milk, electricity… The space of flows is taken by social science as
the very realm of reality, institutions, economics, relations of classes, things we can
measure – or even things that we can change. So this is the dreaded realm of
acting out, where you move from intuition and upwelling desire to concrete
statements and irrevocable deeds. These Flows of the Actually Real are as different
from Virtual Territories as the word on the tip of your tongue is from the one you’ve
just spoken. Yet the force of actuality relates them (or not) to something else:
4. Abstract machinic Phlya. Now we arrive at the realm of the symbolic, of code, of
formalized concepts: rhizomes of abstract ideas whose destiny is to complexify
forever, like science, philosophy, mathematics, law, and everything that fills the
Borgesian Library of Babel. The notion of the ‘phylum’, with its connotations of
metamorphosis over time, is a way to indicate this evolutionary movement. As
formalized codes, the machinic Phyla exist beneath the regime of the Actually
Possible. They interact with the realm of material and semiotic Flows, not only
through the dialectic of theory and practice, but also in a more estranging or
deterritorializing relation where practice is pulled outside itself and into the endless
labyrinth of ideas. Guattari seemed to think that abstract ideas have a direct
relation (maybe not) to the glimmering of aesthetic Universes.
Schizoanalysis offers four pathways into the complexity of human experience. It
could also have been six or seventeen: four is just the first number beyond the
binary pair and the threefold dialectic of opposition and synthesis (aka the Oedipal
triangle). The point of a four-field model is to understand subjectivity as a
generative matrix rather than a calculable system.
Before their formalization as a book, the schizoanalytic cartographies were
developed in a seminar with a group of therapists (Guattari, 2007). In that context,
the four assemblages were conceived as aspects of the patient’s experience, and as
entry-points for the therapist’s practice. The idea was never to carry out an
instrumental mapping that would lay hidden contents bare to the therapist’s
intervention. Instead it was an activity of ‘meta-modelling’, or in other words, a
conversation with the patient about the ways in which he or she represented,
imagined or perhaps joked about the different aspects of his or her own existence.
In this way the therapist could experiment with the approach to one assemblage –
whether corporeally, aesthetically, materially or discursively – while remaining
sensitive to ‘transitional components’ that might touch or transform the others. As
in structuralist activity, what was sought on the way in was the way out: an excess
or overflow into a relation. By recognizing the schiz of the self, you can start to
hear a collective assemblage of enunciation, even when the speaking subject is
ostensibly an individual. The larger question – the one that Guattari the activist
pursued throughout his life – was this: How does a collectivity ‘take speech’ in
contemporary democratic societies?
Your Way Out
It has become difficult to create what used to be called ‘public space’, that is, the
possibility to articulate differing perspectives on a common condition. On one hand,
the structuralization of the political process is now complete. Every national
population is ceaselessly analyzed, modeled, stimulated and then measured again
for results by a narrow spectrum of competing/collaborating interest groups, whose
mouthpieces are called ‘leaders’. Meanwhile, thanks essentially to finance and its
proliferation of networked technologies, another wrinkle has been added to the
programmed societies of the postwar period. The overlay of a vast and dynamic
grid of hyperindividualized motivations atop the older mass-control environments
has given rise to a new normalized figure, the ‘entrepreneur of the self’, whose
boundlessly calculating opportunism and compulsive service-with-a-smile makes
the ‘fascist in your head’ look seriously outdated. Today, the biggest obstacle to
grassroots democracy is the well-known impossibility of scheduling a face-to-face
meeting to fit the calendars of five or more people. And so it becomes clear why
there is such an intensive focus on the crisis-management of urban disasters,
financial collapses, crimes, terrorism, wars, etc. The goal is to keep our clocks
desynchronized, and to block the spontaneous collective response that a real
emergency – like climate change or a coup d’état by the bankers – would otherwise
provoke. Just-in-time production, with its intricate systems for sequencing the
efforts of millions of workers who will never meet or even know what each other
are doing, is only the living allegory of a broader neoliberal predicament (Holmes,
2011).
Let’s redefine ‘tactical media’ as the art of breaking the strictly functional relays
between the human microchips of the integrated social processor. Schizoanalysis
would suggest that this is not going to be done by a totalizing ideology, or even the
wonderful old Wobblie dream of ‘one big union’. Instead, actual assemblages are
taken on their own terms, and dissociation is pushed to an excess. In the early
days of OWS, protesters lay belly on the ground writing slogans and demands on
cardboard. The by-passing businessmen thought they were completely nuts. Maybe
they themselves thought they were completely nuts. Behind the incomprehension
was a deliberate organizational process that aimed at the creation of a public
general assembly. It did so by actually holding such assemblies, step by step over a
couple of months leading up to the initial events on September 17, 2011. The schiz
on Wall Street became a catalyst for the taking of speech on national and global
scales.
Notice that a schizoanalytic mapping would look for at least two different
assemblages on the scene of these public protests. One is the existential territory of
the street. In societies of controlled and captivated flows, the occupation of the
street is an ecstatic discovery (maybe that’s the reason for all the drumming).
Along with the exceptional circumstance of thousands of people with nothing to
focus on but each other, there is an invitation to a new mobility. A crowd moves
with a multitude of legs and arms and eyes and tongues. It dances upon itself like a
swarm of bees (the general assembly). Then it surges like an uncurling wave,
whose powerful current (the protest march) can instantly scatter into glittering,
self-reflexive spray (the flashing cameras). Subjectively, the territory of the street
is a release from imposed privacy, a space of possibility, an opening of social
desire. But on the objective level it is all about deliberation, organization,
communication, action. Some bodies made the meals, put together the library,
facilitated the assembly, took the notes, did the dishes, set up the websites, wrote
the communiqués, scouted out the scene and bore detailed witness to the police
abuse. There is a rough-and-tumble technical precision to grassroots political
events, not only in the electronic communications but in all the skill-sets that are
delivered over to collective elaboration. The key is deprofessionalization, or the shift
away from protected, quasi-sacralized circuits of exchange to a profane world of
everyday use (Holmes, 2012b). The occupation of the street – the opening of the
existential territory – is what makes this difference.
Another difference is made where pragmatic activists would expect it the least: in
the realm of social theory. Political action in a complex society is impossible without
theory. First, the structures of everyday capitalist life and the strategies of those
who impose them must be analyzed, deciphered and correlated with the latest
trends in technoscience, economics, governance and military practice. Next, the
conclusions must be crafted into concepts that can be seized and used by those
who do not make such things their specialty. This is not particularly easy.
Theorizing in, for and against the street is a tightrope act where the inevitable fall is
not only openly desired by the crowd, but needed by the theorist as a reality check.
Universities, where the acuity of thought is pursued most intensively, are not by
accident a disciplinary space that seems dedicated to the ultimate neutralization of
all ideas. The communications machine of the social movement offers a test for
those whose philosophy of praxis forbids an infinite delay of commitment in the
search for theoretical perfection. If that machine can be thrown off the rails – if
inquiry can remain open and sharp at the very heart of political urgency – then it is
possible to go on mobilizing for the next decisive phase of the endless revolution.
But we would miss something if we stuck only with the actual, the factual, the
ultra-theoretical and the ‘territories of the virtually real’. As Gary Genosko asks,
“What inspires a sixteen-year-old with a dead-end McJob to try to organize her
fellow employees into a bargaining unit in the face of the intimidating power of a
multinational known for union busting?” (2002: 3). No one knows the answer, and
aesthetics is far too narrow a term for the siren songs of political desire. While
emerging one morning from the subway in Brussels, on the day of a big demo, I
realized that everyone around me was donning a mask, hoisting a sign, brandishing
a puppet or readying some more complicated expressive machine – all no doubt in
echo of subjective possibilities glimpsed elsewhere, in painting, in cinema, in
literature or out in the street. It’s clear that many artists, by plunging ever deeper
into whatever they are striving to create, end up more politically aware than the
most dedicated cadres, because they have kept a living link between perception
and expression. If a latter-day ‘workers’ self-inquiry’ were ever able to reveal the
sources of the precariat’s dreams, we could expect immediate victory. Or mediated
cooptation!
Events are moments when the map of subjectivity is at stake and can be
transformed. This can happen all the way from micro-levels of the self to the world-
historical events of wars, economic collapses, imperial conquests and revolutions. It
can happen in any of the four fields of subjectivity, singularly, or more often, in
complex combinations. Eventwork is the schizoanalysis of political activism. It
doesn’t proceed by fiat, but by listening. It doesn’t marshal forces, but accepts
dissociation. It doesn’t simplify and channel, but overflows and filters further than
any particular issue. It is the culture of the Left and the key, not only to whatever
‘successes’ we may have and desperately need, but also to the continuing existence
of the we that desires such things. This work is now being carried out with
increasingly sophisticated organizational, philosophical and aesthetic resources,
going beyond the limits of what was initially called ‘tactical media’ (Holmes,
2007/2009). If what happened in 2011 is any indication, its territories will
dramatically multiply in the upcoming decade of long-term political-economic crisis.
The present is no time to make excuses for sloppiness and failure. But at the same
time, the social process that brings radically different aspects of existence together
into a powerful event is not something one can entirely master. Like the Freudian
dreamwork, it ‘thinks’ when you are not fully conscious, it ‘acts’ when you are not
fully in control. Such is the challenge of multiplicity, or rule by the demos.
Hundreds of thousands, perhaps millions of people know this in an intimate and
practical way. Their grace and audacity is the breath of contemporary movements
for the articulation of political speech.

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junk-food.html/.
 Touraine, A. (1971), The post-industrial society, New York, Random House.

FOOTNOTES

[1] Guattari (2013). The ideas subsequently attributed to Guattari all


contain an inevitable dose of interpretation.

[2] Cf. Merton & Kendall (1946); Forrester (1961; 1971). On feedback


techniques in the social sciences, see Deutsch (1963, 1986); For a critical
look at cybernetic systems in the postwar period, see the final section of
Holmes (2009). And if you’re not impressed by theory, see Moss (2013).

[3] The concept of tactics’ used by the Amsterdam theorists of tactical


media is taken from one of the writers most closely associated with May
‘68, Michel de Certeau (1974/1984

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