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El segundo Directorio volvió su dictadura contra los emigra-dos, a los que hizo buscar y ejecutar, y
dsobre todo contra los sacerdotes, no sólo porque eran considerados agentes políti-cos de la
contrarrevolución, lo que no era exacto en parte, sino también porque con sus mentores, que
habían llenado el Instituto, los ideólogos Dcstutt de Tracy, Volney, Cabanis y Laromiguière, los
republicanos del Directorio pensaban, como los hebertistas, que el cristianismo no era compatible
con el nuevo régimen. Se pusieron a la venta las iglesias con obligación de demolerlas y se ordenó
la deportación de centenares de sacerdotes.
Nuevo calendario: El reposo del domingo fue proscrito y en cambio se impuso el descanso del
décadi (o décimo día de la década republicana) Por otra parte, el calendario republicano
contrariaba las costumbres, por lo que nadie cumplía la disposición de no descansar ya más que un
día de cada diez. El Directorio no logró, pues, ni pacificar el país, ni conquistar a la juventud. Ésta,
poco preparada, no conocía de la Revolu-ción más que los sufrimientos, permanecía indiferente a
la política y no pedía más que disfrutar de la vida. Los que se sentían atraídos por el peligro se
alistaban en el ejército.
El Directorio hizo grandes esfuerzos por hacer renacer la prosperidad que la juventud deseaba, Los
manufactureros fueron estimulados y se organizaron ex-posiciones; se intentó reparar los caminos
cobrando para ello un derecho de tránsito. La exclusión de las mercancías ingle-sas favorecía el
progreso de la industria algodonera. Los es-tablecimientos de beneficencia y el derecho de los
indigentes fueron instituidos, y para sostener los hospitales se restableció el derecho de consumo
en las ciudades.
Napoleón: Napoleón había salido de ella con el grado de subteniente de artillería, pero seguía
siendo hostil a los franceses, y en la Revolución no vio más que una ocasión para que su isla natal
reconquistara su autonomía hajo la dirección de Paoli. La atención constantemente alerta, la
memoria incomparable, alimentan una imaginación ardiente que forja sin cesar los planes políticos
y estratégicos
La instrucción pública fue puesta en armonía con esta estruc-tura social. Las becas estaban
destinadas de hecho a los hijos de los funcionarios y de la pequeña burguesía para hacerlos
depender del Estado y de los dirigentes de la economía. Al lado de los liceos, se autorizaron las
«escuelas secundarias» poniéndolas bajo el control del gobierno. Si bien la enseñanza libre
subsistió, fue acaparada por el clero, así como la educa-ción de las niñas, que también se dejó en
sus manos. A Bo-naparte no le interesaba en forma alguna la instrucción del pueblo, por lo que las
municipalidades quedaron en libertad para abrir o no escuelas primarias.
Ejercito de napoleón. Napoleón había conservado la conscripción y el relevo: po-dían ser llamados
los hombres de 20 a 25 años. El ejérci-to se recluta pues por una amalgama continua, cuyo
principio se remonta a la Revolución. Al principio de cada campaña los reclutas, vestidos y
armados de cualquier manera, parten para el frente, aprendiendo lo esencial sobre la marcha o
una vez mezclados con los antiguos.
En la organización de las armas las innovaciones fueron poco importantes y el material no sufrió
ningún cambio. La caballe-ría, gracias a los esfuerzos de la Convención y del Directorio, no tenía
rival bajo la dirección de Murat y de una pléyade de caballeros intrépidos. La guardia fue
organizada definitiva-mente en un cuerpo de ejército independiente; lo mismo que el cuerpo de
ingenieros. Napoleón atribuía una gran importan-cia a la artillería, pero ésta no era suficiente:
Para la dirección de la guerra, Napoleón se basó en los prin-cipios de los teóricos del siglo XVIII y
en la experiencia revolu-cionaria. Bajo el Directorio se había llegado a agrupar las divi-siones en
cuerpos de ejército; él los constituyó definitivamente y creó reservas de caballería y de artillería.
Donde se mani-fiesta su genio es en el arte de desplazarlos. Ya en el campo de batalla, Napoleón,
empeñando el com-bate en toda la línea, obliga al enemigo a agotar sus reservas y lo pone en
desorden tanto por el fuego como por las amena-zas dirigidas sobre sus flancos, todo ello
conservando una masa de choque que, llegado el momento, asesta el golpe decisivo; después de
lo cual, la persecución es implacable. La táctica de la infantería siguió siendo la misma que usó la
Re-volución: en la vanguardia, bandadas de tiradores; después. Este método de guerra, por su
rapidez imperiosa y el éxito de la victoria final, valió a Napoleón un prodigioso prestigio.