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CIUDADES

Se sucedía todo como siempre; por todo el mundo, la humanidad corriente se


divertía. Existían aún los estados, gobernaban aún los imperios; las guerras
sucias por doquier, la miseria de los desarrapados.
Grandes mercados repletos de hormigas, de mercaderistas potenciales,
llenaban y llevaban al mundo por el camino que estaba construido. Nadie se
distinguía ya de otro, todo eran rostros planos, todo eran muñecos mudos
moviendo las manos; cifras y números en los iris de sus ojos, latigazos
demoníacos sobre las columnas vertebrales. Se cambiaron las camas por las
sillas, los relojes lentos por cronómetros exactos. ¡Más rápido!! ¡¡A correr!!
Túneles y caminos de cemento, todos vacíos, todo vacío.

¡¡Qué lindo espectáculo!! ¡!Que maravilloso exterminio!!

Rostros planos y blancos, ningún gesto. Solo mover las manos para elaborar
ecuaciones, modelar cifras para sostener al estado, para ayudar a solventar las
crisis del imperio.

¡¡Imperio hacedor de basura!!


Miserias.
Miserables asesinos llenos y rellenos mil veces de estupidez.

Pero miles de hormigas tontas, miles de ingenios muertos, energías dotadas


del fulgor de su nacimiento se derrotan sentados, allanados por un alma fría
que es una elaboración que desea ser universal; una doctrina de asesinatos,
de mecanicismos de hombres duchos, alienados e inquisidores. Esa es el alma
que quiere adoctrinar al mundo, esa es la creadora de lo que ellos mismos
llaman verdad. Un lenguaje de las masas, una producción en masa; atrás toda
fantasía, bienvenidos al mundo de las cifras, de los tratados sobre magna
convivencia. Paz en los hombres, democracia de los hombres, ¡!vivan los
hombres!! No más sueños, el imperio de la imaginación ha decaído. Ayúdanos
a nosotros, la logia de las cifras, la consanguinidad con el dinero, ¡¡los
tribunales, las cárceles, las universidades, las infamias religiosas y los millones
de muertos que nos cuestan!!
Ésa es la basura contemporánea.
Pero de una u otra forma siempre habrá un número considerable de
excepciones. Es así. Todo corre como en una cadena de sucesos, como ondas
que se difuminan entre los tiempos. Ocurren cataclismos de muchas índoles;
Los tiempos se abarrotan después de una calma superficial.
En el inicio fue un ciclón. Todo era llevadero; las gentes entre sí llevaban
consigo ideales fraternos. Había que construir, caminar por las plazas y podar
los prados; en los grandes mercados la gente era feliz. El imperio de los
sueños creyó encontrar sosiego en lo fraterno después del caos y Así, por
mucho tiempo, floreció la humanidad. Pero esto fue entrar a otro círculo; volvió
una y otra vez el cansancio de la repetición, una y otra vez el sentido del bien
común; el caos del dinero, el bullicio de los mercados, la impaciencia, la
competencia, las políticas, las leyes, los juicios de valor, el dinero y con él las
grandes naciones; dentro de ellas los esclavos. Fuera el espíritu del sueño para
que venga el cansancio, las masacres de ideas, la transposición de la libertad
de la cabeza y con ella las cifras del caos del dinero, y los imperios: la
persecución de las ideas contrarias.
Nada podía ser ya fraterno. Pero a los hombres les interesan las cosas
distintas, las proposiciones disformes, y por eso muchos de ellos difamaron
contra las verdades absolutas, contra los emisores de estas imposiciones
macabras; de ellos surgió una excusa, un medio inteligente de expresión del
inconformismo, una especie de inframundo de símbolos y palabras que tenían
otro contexto, una forma de mostrar lo abstruso, un modelo de mentira que en
sí no dejó nunca de ser mentira. Y nacieron las artes como un sentido de la
decadencia de la forma, de la concepción mecanizada y lineal en la que se
basaba la idea de la universalidad; en ellas los hombres se camuflaron para
entrar en pequeños núcleos, para filtrarse lentamente en el orden, en la
constitución del orden y sus precursores.
Tenía esta idea algo fresco, un tono suave y caricaturesco que no representó
peligro alguno para la estupidez dogmática de la idea de universalidad.
Así nació una legión vasta, un cúmulo de expresiones repletas de improperios,
de acertijos magníficos que se podían comunicar. El mundo se rebozó de
éxtasis, todos los hombres estuvieron locos, presos de dicha y virginidad.
¡Aleluya! Hombres de cerebros voluptuosos, de maquinaciones metafísicas
virulentas; acusadores críticos y artistas magníficos ocuparon una región
extensa. De las grandes opresiones condensadas se vino la idea moderna, la
idea de una modernidad del arte distinta a la concepción académica que quiere
modernizar al arte; esa que se proclama en las aulas o audiencias que ellos
mismos manejan…
La modernidad es una idea de la ciencia; la prisa de una producción que en
realidad valga la pena. No es en las pesebreras o mazmorras de los godos
donde se podrá ser absolutamente un ser moderno.
Las cosas no cambian, pero siempre habrá pensamientos concebidos desde
otras ópticas; unos serán sinceros, otros serán prácticos y algunos, que serán
la mayoría, no serán nada; pero en la posibilidad de emitir una valoración
concreta de una elaboración de los hombres, ya habrá un terreno abonado
hacia las posibilidades. Hay que abrirle caminos a la naturaleza y no dejar que
lo concreto, que es la invención de los hombres, subyugue la totalidad; hay una
vastedad de lo impalpable que no es del agrado de estas sociedades, un país
de los sueños que no es pasado ni futuro y que está más allá del tiempo, pero
que solo con una voluntad extraña puede rozarse en cierta medida. Hay que
tomar del mundo lo que no ofrece, robarle un poco de lo que esconde y lanzar
un grito de libertad al cielo…
Éste no es un discurso anarquista. Es un sentimiento que me viene por
espasmos, por observaciones, llenuras y hastíos de este clima caliente; hay
que ser pacientes, creer que somos herederos de la nación del éxtasis; somos
un libro que se escribe día a día bajo el sol radiante u ocultos bajo un
paraguas. Somos muchos; renacuajos que bebemos salmuera y esperamos
llegar a la orilla para escupir, y luego pegar un salto…

William Gómez Salazar


2010

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