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Pifostio

Fue como si nada hubiese sucedido esa tarde de invierno sin frío. Como si no fuera necesario que las
cosas pasaran.

¿Será que las cosas ya pasaron? No en otra vida, sino en esta. En ese universo que es el intersticio, el
momento entre los momentos, ese vacío imperceptible que es el cambio. Allí pasamos gran parte de la
vida, pero olvidamos y caemos en la mentira de creer que solo de estados viven las mujeres y lo
hombres.

Ella, Juana, en aquel otoño prematuro de la vida, tirada con la paz que da un libro entre las manos
escondiéndote la cara, la abundante pesadez de Sanderson, ese autor que fue común a ambos en los
meses pasados. La luz del sol llenaba la habitación de ese deseado color amarillento. Vi que estaba en
paz, y, sin embargo, no pude contenerme. Hablé y Juana pasó de un letargo amoroso a un estallido.
Reacción desorbitada a un pedido honesto, un comentario inútil pero necesario, esa observación sobre
el espacio compartido, el departamento, en la calle Libertad, con rejas herrumbradas en todas las
ventanas, con la humedad erosionando el color acre de las paredes. Vi el hogar despedazado por una
depresión poética de tazas de café, cajas de pizza, calzoncillos y bombachas esparcidas como migajas de
pan creando un pasaje entre la puerta a la calle y el baño. Parecía que vivíamos en un lugar de paso. Un
intersticio. Dije.

- La casa es una pocilga. –Sin ahorrar en desprecio, con un justo rencor hacia la revelación de que
ya nadie vivía realmente en esa casa, sino que solo se estaba de paso. Pero no quise incitar la
lucha, por el contrario, impuse autoridad en el llamado a la guapeza y a la compostura. Así
entendí lo que dije, como un comentario en voz alta a ambos que invitaba a actuar, ordenar,
reconciliar y armar el mundo.

Juana me miró, dejó el libro en la cama y se sentó en el borde hundido de un colchón demasiado viejo.
Requirió de unos segundos para comprender esas palabras tan claras, ese mensaje tan concreto. Tal vez,
reparó en la forma, la etiqueta. Habrá aprovechado ese tiempo para repasar el protocolo en la mente,
como se expresan aquellos que viven juntos, siempre con temor a las verdades, siempre conscientes de
las propias faltas.

No me di cuenta en esa ocasión pues no sabía, que no necesitaba hacer mucho más que eso para
romperla porque las palabras son acción pura, se cuelan en las grietas de las cosas y friccionan. Y uno
que quisiera, mirando a tras haber sido cálido como la brisa, un conducto sutil que administre la energía
sin resistencia, no puede sino encontrarse a sí mismo en la torpeza, porque esta es pura, mezcla cruda
de intención y acto.

Volteé para regresar al comedor, juntar las cosas de esa pocilga, lavar, modificar el mundo. Juana
caminó hacia la cocina, recibió los platos y abrió la canilla. El agua cayó por un tiempo prolongado,
manifestó el derroche. Lo noté cuando me acerqué y ella levantó en el aire el plato que tenía en la mano
y lo estrelló contra el piso.

Reaccioné evadiendo los pedazos que saltaron como cuchillas, a ella, uno le hizo un corte en la pierna y
empezó a sangrar. Observé con velocidad y entendí, luego olvidé, y me inoculó la ira. Ella volteo a mí
con la misma furia, pero sin mostrar el rostro, tomó un vaso y lo lanzó. Lo esquivé, pero el vidrio se hizo
añicos contra la pared marcándola. Se detuvo antes de tomar otro trasto, me doy cuenta del
pensamiento que la atravesó en ese momento porque es lo mismo que yo estaba pensando ¿Cuánto
sale un vaso o un plato? ¿Cuánto sale esta bravata, esta expresión teatral de un disentimiento? ¿Cuál es
el precio? Se frenó. Nos miramos.

- Esta pocilga es tu casa, -dice- y esta mugre es tuya, y este tiempo es tuyo, y toda esta mierda es
tuya. Y yo que me la paso lavando, que solo lo que está limpio es mío, porque soy yo la que
limpia, me echo a leer como no hago nunca y me rompes las pelotas. ¿Por qué tenés que ser tan
imbécil? ¿Qué hay en ser un imbécil que te gusta tanto?

Me calmé, aunque no estaba calmado, escuché sin decir nada porque sé cómo voltear las cosas a mi
favor, sé que la mesura es mi mejor herramienta, es mostrando control que uno gana sobre uno y sobre
el otro en estas situaciones. Así que soporté gritos y la vajilla lanzada y estrellada contra la pared. Me
calmé para explicar las cosas, con esa verdad que solo sirve para atacar, puesto que no crea más que
distancias.

- Yo… proveo para esta casa. Yo soy el rey de esta casa y voy a ser tratado como tal.
- Rey cerdo, señor de la pocilga.
- ¿Cuándo? ¿Cuándo te pedí que limpies? ¿Cuándo te pido algo?
- Todo el tiempo estás demandando, siempre hay algo que está mal, y siempre tengo que saberlo
porque no podés arreglar o limpiar o nada.
- Yo hablo, y digo y expreso porque mi prerrogativa. Pero también puedo ser benevolente, te
puedo dejar pasar todo esto y limpiar. Como iba a hacer de todos modos. Vos tratá de no
romper nada.

Descendí lentamente al piso al recoger los trozos de cerámica dispersos ignorándola demasiado
intencionalmente. Fui ese pobre tipo que gana la discusión para regresar a ese estado preconflictivo
donde lo único que había era una tarea. Traté de convencerme de que esto tenía que pasar, que era de
menesteroso que todo pase como de esta manera, porque es la única excusa para hacer cualquier cosa,
porque ahora la actividad doméstica, limpiar y acomodar la casa son el premio bien merecido de una
disputa entre dos que tienen mucho para decirse todavía. De eso quise convencerme. De eso más que
de cualquier otra cosa.

- ¿Y qué hago yo ahora? —dice.


- Hacé lo que quieras.
- Estaba haciendo lo que quería y vos fuiste a molestarme.
- No sé, sabés, hace lo que quieras. Pero no me jodas, yo voy a limpiar porque yo quiero vivir en
una casa limpia, vos acomódate donde estabas, ahí en la mugre y el asco.

Se sumergió rápido en la tristeza.

- ¿Por qué decis eso?


- ¿Por qué rompiste lo platos? –dije sabiendo de alguna manera ambas acciones tenían la misma
función.
- ¿Por qué estás en este plan?
- El plan ahora es limpiar. Siempre lo fue, solo que ahora es más, porque vos sos este agente del
desorden y la destrucción, y es mi culpa, porque pensé que podías estar acá conmigo limpiando,
y no podés, porque nadie puede hacer algo para lo que no está hecho.

Juana lloró. Se apuró a entrar a la habitación y dar un portazo. Yo recogí lo pedazos en silencio. Todo lo
que pude, pero tenía tanto por decir, no para comunicar, sino para hacer sentir, para hacer doler, para
hacer sufrir. Porque a veces la única sed es del dolor de otro, con el solo propósito de llevarlo al lugar
oscuro que uno habita, y explicar, sin ambigüedades, el bajón de que la vida sea solo eso.

Fui a la habitación y abrí la puerta. Juana estaba con la cabeza contra la almohada y el celular en la
mano. Amagué a decir algo y se puso de pie, salió de la pieza empujándome. Yo traté de detenerla con
una palabra, ridícula, y una pregunta, qué te pasa.

- No quiero hablar- dice.


- Hablemos- digo.
- No. Nada hay para decir ya. Voy a lavar en silencio, y voy a comprar lo que rompí- el llanto se
apresuró en sus ojos- pero no voy a hablarte más porque solo sabes hablar para herir y no
entendés una mierda nunca.
- Bien. –Dije, sin ningún atisbo de paz ni remordimiento.

Entonces ella cayó, y el silencio que nació en ese momento, crecería día a día, hasta volverse uno de
esos espacios infernales en la tierra, calmo y frío.

FIN CAP 1

Escaleta

Esc. 1

Conflicto, pelea en la pareja

Esc. 2

El se levanta un día. Va a trabajar. Trabaja en una biblioteca. Que sea un lugar ya silencioso. Cuando
llega a su casa trata de hablar con ella. Pero ella no dice nada. El subestima esa situación. Hace bromas
al respecto.

Esc. 3
El interactua a diario con una chica, en el que había aparecido antes de que nuestra historia empiece,
cierta sugerencia romántica. Ella es una estudiante de programación que va a la biblioteca en busca de
literatura clásica, poesía. Hablan principalmente de eso. Pero hay una tema recurrente que tiene que ver
con la comprensión, el tema es abordado tanto desde la opacidad de la poesía, como de la eficiencia del
lenguaje de programación.

Esc. 4

El regresa a su casa, está todo limpio, todo cocinado, todo hecho. Comen en silencio. El propone ver una
peli, ella afirma. El se enoja, trata de empezar una pelea, pero ella no responde, solo lo mira. El termina
el berrinche y se va a dormir. Ella se queda acomodando las cosas y limpiando. Luego se acuestan.

Esc. 5

El se despierta temprano para hacer una lista de todas las cosas que sí o sí tienen que definir hablando.
Por cada tema que propone ella señala algo o niega o afirma, respondiendo a cada una de sus
preguntas. El trata de mostrarle que esta situación es absurda, le habla de la palabra como poesía, y le
habla de la palabra como programación. Pero ella se queda en silencio, un silencio reflexivo.

Esc. 6

Volvemos a encontrarnos con la chica de la biblioteca. En este caso el no habla mucho. De pronto él la
ve a lo lejos, a su pareja hablando con unas amigas a lo lejos, riendo. Trata de acercarse sin ser visto
para escuchar su voz. Pero es descubierto. A lo que ella calla. La amiga de la novia calla.

Esc. 7

Pelean, en su casa. El grita. Le dice que la situación es injusta si es que puede hablar con otros. Al cabo
de un momento se frustra al ver que ella no responde. Y el decide ahora permanecer en silencio.

Esc. 8

El va a una reunión de amigos. El no habla. Se da cuenta que no hace falta, que nadie realmente le ha
demandado que habla. Que sus amigos de alguna forma hablan bastante si decir nada.

Esc. 9

Los vemos a ellos, la pareja, interactuando en su casa, en silencio. Limpiando, acomodando las cosas.

Esc. 10

El recibe un mensaje de audio en su celular. Lo que le propone la idea de escuchar antiguos audios de
esta chica.

Esc. 11

Ellos dos en la cama. Hacen el amor en silencio. Ella Llora. Nadie habla.
Entonces ella tomó la decisión de no hablar más. De no dejar que las palabras sean parte de eso que
estaban viviendo. Pensó, y lo mantuvo para sí misma, que las palabras eran como la arena. No había
nada allí para construir que no se viniera abajo. Solo promovían malentendidos. Trataría de evitarlos
desde ese momento. Se lo guardaría para sí. No expresaría en palabras ninguna idea.

Parecía en ese momento un acto infantil, una lucha descorazonada por mantener un control idiota y sin
forma.

Capítulo 1. Dos que se sueltan las manos

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